lunes, 2 de junio de 2014

La conquista del desierto por el latifundio (Por Milcíades Peña)






La carrera política de Roca se halla evidentemente ligada a su éxito como conquistador del desierto y liquidador del problema indio. Pero la conquista del desierto sirvió para consolidar a la oligarquía y acrecentar su poderío, de modo que Roca resulta el ejecutor conciente de una política oligárquica y un verdadero héroe de la oligarquía. Vale la pena detenerse un segundo para analizar qué fue la famosa conquista del desierto.
Cuando Roca decide empezar su campaña, el indio estaba muy lejos de ser un enemigo siquiera medianamente formidable. Es Roca mismo quien plantea el problema en sus verdaderos términos cuando expone su plan ante el Congreso:
“En la superficie de quince mil leguas que se trata de conquistar, comprendidas entre los limites del Río Negro, los Andes y la actual línea de fronteras, la población indígena que la ocupa, puede estimarse en veinte mil almas, en cuyo número alcanzarán a contarse de mil ochocientos a dos mil hombres de lanza (…) Su número es bien insignificante en relación al poder y a los medios que dispone la Nación. Tenemos seis mil soldados armados con los últimos inventos modernos de la guerra para oponerlos a dos mil indios que no tienen otra defensa que la dispersión, ni otra arma que la lanza primitiva” (“Expedición al Río Negro”, informe al Honorable Senado de la Nación, 14 de agosto de 1878).

La hazaña de conquistar el desierto no era, como se ve, de las que abren las puertas de la gloria. Pero para la oligarquía argentina, y muy particularmente para los estancieros, tenía una significación tremenda. Recuérdese que el 1875 la frontera estaba en algunos puntos a menos de trescientos kilómetros de la Capital. Y esto tenía una doble consecuencia. Por un lado, faltaba espacio en todo el país y, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, y no se contaba con campos para expandir la producción ganadera. Pos otro lado, los estancieros sufrían pérdidas tales que en 1872 el ejército consiguió rescatar solo una pequeña parte de lo alzado por los indios y ella ascendía a 150.000 vacunos, 40.000 ovejas y 20.000 yeguarizos (Expedición al Río Negro).

Además, la conquista del desierto sirvió a la oligarquía para fortalecerse en cuanto latifundista y especuladora, incorporando a su haber increíbles extensiones de tierra que, en sus manos, sirvieron para frenar el desarrollo nacional. Terminada la conquista del desierto, el Estado se desprende en 1885 a favor de 541 particulares de 4.750.471 hectáreas (Sí, no hay ningún error: 4.750.471 hectáreas entre 541 personas) (Oddone, La burguesía terrateniente. Capital Federal, Buenos Aires, territorios nacionales, 218).

Desde luego los verdaderos conquistadores, los soldados, no obtuvieron nada en el reparto, “¡pobres y buenos milicos!” – dice el comandante Manuel Prado, citado por Yunque- Habían conquistado veinte mil leguas de territorio y, más tarde, cuando esa riqueza enorme pasara a manos del especulador que la adquirió sin esfuerzo ni trabajo, muchos de ellos no hallaron ni un rincón mezquino para exhalar su último suspiro. Al ver después despilfarrada la tierra pública, marchanteada en concesiones fabulosas de treinta o más leguas, daban ganas de maldecir la conquista, lamentando que todo aquel desierto no se hallase en manos de Peuque o de Sayhueque (Yunque, 290).

En resumen la conquista del desierto sirvió para que entre 1876 y 1903, es decir, en veintisiete años, el estado regalase o vendiese por moneditas 41.787.023  hectáreas a1843 personas. De tal modo quedaba sellado, lacrado y remachado en proceso de acumulación latifundista. Inútilmente, Sarmiento se proponía en 1885 “traer los antecedentes y el origen de la expedición al Río Negro, a fin  de fundar la crítica que haré a su tiempo de la expedición que ha tornádose en un crimen derrochando toda la tierra pública y regalando a cada oficial y comandante para comprarles el voto” (Sarmiento, Epistolario entre Sarmiento y Posse. Vol.II 552).

Milcíades Peña – Historia del pueblo argentino - 320-321 –
Ed. Emecé 2013  



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