sábado, 31 de agosto de 2013

Llegan a Brasil los médicos extranjeros

Viernes, 30 de agosto de 2013
PARA CUBRIR VACANTES EN ZONAS REMOTAS, EL GOBIERNO DE DILMA CONVOCA A EXTRANJEROS

 En agosto, el gobierno lanzó el programa Más Médicos con el objetivo de contratar a 16.530 mil profesionales, pero solamente 938 médicos brasileños aceptaron trabajar en las ciudades previamente indicadas. Entonces llamaron a extranjeros.

Por Eric Nepomuceno
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Médicos extranjeros participan de un entrenamiento en la Universidad de Brasilia.
Desde Río de Janeiro
Alrededor de la una de la tarde, Helena de Araujo, de 63 años, fue atropellada por una moto en una calle de Santo Antonio de Antao, en la región metropolitana y pobre de Recife, capital de Pernambuco, en el nordeste brasileño. Rápidamente, un joven médico de 31 años la atendió. Confirmó que no había nada grave, pero como la mujer se quejaba de dolores en el tórax, pidió a un policía que llamara a una ambulancia. En el hospital se confirmó que no había nada más que heridas leves, y la mujer fue dispensada.
El médico se llama Gonzalo Lacerda Casaman, es uruguayo e integra el primer contingente de profesionales que llegaron a distintas capitales brasileñas el pasado fin de semana. De hecho, ha sido la primera actividad –aunque accidental e inesperada– de los “médicos importados” que pasan por una etapa de entrenamiento y evaluación antes de empezar a trabajar en ciudades brasileñas.
Contratar a profesionales extranjeros –ganarán alrededor de 4 mil dólares mensuales y recibirán casa y viáticos de alimentación– ha sido la salida encontrada por el gobierno de la presidenta Dilma Rousseff para enfrentar la falta de médicos brasileños en rincones y ciudades perdidos en el mapa. También en la periferia pobre de ciudades grandes faltan profesionales: los brasileños se niegan a aceptar contratos de trabajo.
A principios de agosto, el gobierno lanzó el programa Más Médicos con el objetivo de contratar 16.530 profesionales que serán destinados a los puntos del mapa donde la carencia de atención a la salud es más aguda. De inmediato, los aprobados serán llevados a 626 municipios que no logran atraer a los médicos brasileños, a pesar de que en algunos casos ofrecen sueldos de unos ocho mil dólares mensuales, casa y comida. Los extranjeros serían contratados solamente para llenar las plazas vacantes.
Inicialmente se inscribieron 3891 médicos egresados de facultades brasileñas. Y ya en la primera etapa, 1631 desistieron. Al final, solamente 938 aceptaron trabajar en las ciudades previamente indicadas. Fue cuando se abrieron inscripciones para extranjeros.
Vale resaltar ese punto: para las 16.530 plazas de médicos que el gobierno pretende contratar, solamente 938 brasileños aceptaron tener como destino localidades remotas, en regiones de abandono y carencia. En esa primera llamada llegaron a Brasil alrededor de 400 médicos argentinos y españoles, portugueses y peruanos, uruguayos y cubanos, rusos e italianos. Serán entrenados y evaluados por técnicos del Ministerio de Salud. Terminada esa primera etapa, los aprobados serán llevados a las ciudades que les fueron destinadas.
Hay profesionales jóvenes como el uruguayo Gonzalo Lacerda o la argentina Natalia Allocco, de 26, y otros más maduros, como la portuguesa Maria Cardoso da Silva, de 64, o su compatriota Miguel Dalpuim, de 70. En general han sido bien recibidos, a pesar de la inmensa cantidad de obstáculos puestos por los sectores gremiales brasileños. El espíritu corporativo de la misma clase que se niega a atender a las propuestas del gobierno hizo gala principalmente contra los médicos cubanos.
Escoltados por los grandes medios de comunicaciones, federaciones, consejos regionales, colegios y sindicatos desataron su furia contra los que llegan de Cuba. Son acusados de ser malos profesionales, oriundos de cursos de calificación ínfima, entre otras ofensas.
En Minas Gerais, el Consejo Regional de Medicina llegó al colmo de orientar a sus filiados para que no “corrijan errores que un cubano cometa contra sus pacientes”. El pasado lunes, primer día de los cursos de adaptación y evaluación, los 79 profesionales de la isla caribeña que están en Fortaleza, capital de Ceará, en el nordeste, fueron cercados a la salida y recibidos al grito de “esclavos”, en alusión al régimen político de Cuba. A su llegada, los médicos cubanos explicaron que la mayoría ya participó de misiones de solidaridad en países africanos y centroamericanos, y también en Perú, Ecuador, Bolivia y principalmente Venezuela. No sirvió de nada para aplacar los ánimos exaltados por el corporativismo exacerbado de quienes no quisieron aceptar trabajar en las ciudades que recibirán ahora médicos extranjeros. Varios representantes regionales de la clase médica dijeron que llamarán a la policía cuando los extranjeros empiecen a trabajar.
La presidenta Dilma Rousseff calificó de “inaceptables” las ofensas dirigidas a los cubanos. Dijo que se trata de un “inmenso perjuicio” y recordó que los extranjeros llegan justamente para ocupar los puestos que los brasileños rechazaron.
Otra muestra del violento rechazo de los profesionales brasileños se dio a través de la solicitud que la Federación Nacional de Médicos hizo a la Justicia laboral, para que investigue los contratos ofrecidos a los extranjeros. La Asociación Médica Brasileña entró en la Corte Suprema con un pedido para que se suspenda el programa Más Médicos.
La verdad es que los contratos ofrecidos por el gobierno no encajan en las leyes laborales: los extranjeros recibirán una “beca de formación” para trabajar en los municipios rechazados por sus colegas brasileños. El caso de los cubanos es distinto: el acuerdo, firmado a través de la Organización Panamericana de Salud (OPAS), prevé que recibirán en Brasil lo que corresponda a entre 25 y 40 por ciento de los salarios ofrecidos. El 60 por ciento restante será repasado por la OPAS al gobierno de Cuba.
Curiosamente, durante años, médicos y principalmente dentistas brasileños protestaron vehementemente contra el trato que recibían en Portugal, quejándose de discriminación por las entidades de clase locales. Había prejuicio racial, pero también por el hecho de ser formados en facultades y escuelas de medicina de Brasil. Esa misma clase médica ahora recibe a los extranjeros con muestras claras de xenofobia. Y, en el caso particular de los cubanos, con eso y algo más: prejuicio ideológico. Se olvidan quizá que del total de médicos que trabajan en Inglaterra, el 37 por ciento es extranjero. Que en Estados Unidos vino de otros países el 32 por ciento de los médicos en actividad. Muchos de ellos, a propósito, son brasileños.

domingo, 25 de agosto de 2013

Martín Fierro y César Gonzalez (Por José Pablo Feimann)

 
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Es triste y es injusto que tantos (gente crecida ya) sigan pegoteando a Martín Fierro con sus malos recuerdos del bachillerato. En esas aulas, lo leyeron por obligación –si lo leyeron– o le dieron alguna mirada a cierto resumen que encontraron por ahí. Hoy se arreglarían con Wikipedia. Sin embargo, no sólo es uno de los máximos libros de nuestra literatura, sino también uno de los más entretenidos, cuando no de los más profundos. Facundo ha tenido más suerte. Ganó las aulas universitarias y pasa por ser –con bastante justicia– el mejor libro de nuestra literatura. Además da menos populista que el texto de Hernández, que carga el mote de federal, algo de mal gusto en este país donde la derecha política impone tantas cosas. Y Borges –equivocado como nunca– arrojó sobre el texto hernandiano una maldición. “Si este país –dijo– hubiera elegido a Facundo como texto primordial de su formación, y no a Martín Fierro, habría tenido un mejor destino.” En fin, la tontería de un perfecto unitario que conoce mal la cuestión. El final (o casi la entera segunda parte de Martín Fierro) coincide con el proyecto político de Facundo.
En esa segunda parte nos vamos a centrar. La que aparece en 1879. Ahí, Martín Fierro se reúne con sus hijos y cada uno le narra sus penurias. El primer hijo ha pasado sus días en prisión. No es raro que diga: “Quien ha vivido encerrado poco tiene que contar”. Pero cuenta, y mucho. Creo que estos pasajes de la cárcel son los menos conocidos del poema. Creo que es bueno recordarlos hoy, cuando las cárceles son más pesadillescas que en los tiempos de Hernández, cuando ya lo eran y en extremo. La soledad es el sufrimiento más hondo, madre de casi todos los otros. Sobre todo del silencio. “En soledá tan terrible/ de su pecho (el preso) oye el latido/ lo sé porque lo he sufrido (...) tal vez en el purgatorio/ las almas hagan más ruido (...) Allí se amansa el más bravo/ allí se duebla el más juerte;/ el silencio es de tal suerte/ que, cuando llegue a venir,/ hasta se le han de sentir/ las pisadas a la muerte.”
Hernández apela a los sufrimientos espirituales del preso. Así, sus sextinas adquieren a menudo un tono metafísico. En la cárcel del poema no hay castigos, no hay torturas. Hay, incluso, revelaciones místicas que surgen del silencio, el encierro y la oscuridad. Son tan poderosas estas tres situaciones juntas que lleva a la revelación de la nada: “Adentro mesmo del hombre/ se hace una revolución:/ metido en esa prisión,/ de tanto no mirar nada,/ le nace y queda grabada/ la idea de la perfeción”. Luego: “Ningún consuelo penetra/ detrás de aquellas murallas;/ el varón de más agallas,/ aunque más duro que un perno,/ metido en aquelo infierno/ sufre, gime, llora y calla (...) En tan crueles pesadumbres,/ en tan duro padecer/ en tan duro padecer,/ empezaba a encanecer/ después de muy pocos meses;/ allí lamenté mil veces/ no haber aprendido a ler (...) ¡Bendito sea el carcelero/ que tiene buen corazón!/ Yo sé que esta bendición/ pocos pueden alcanzarla,/ pues si tienen compasión/ su deber es ocultarla (...) La justicia muy severa/ suele rayar en crueldá;/ sufre el pobre que allí está/ calenturas y delirios,/ pues no esiste pior martirio/ que esa eterna soledá/ Conversamos con las rejas/ por sólo el gusto de hablar;/ pero nos mandar callar/ y es preciso conformarnos,/ pues no se debe irritar/ a quien puede castigarnos (...) Y es muy severa la ley/ que por un crimen o un vicio,/ somete al hombre a un suplicio/ el más tremendo y atroz (...) La soledá causa espanto,/ el silencio causa horror (...) Inora uno si de allí/ saldrá pa la sepoltura”.
Aparece entonces el espíritu de la Vuelta, que es el de la conciliación. El del consejo: “Y guarden en su memoria/ con toda puntualidá/ lo que con tal claridá/ les acabo de decir;/ mucho tendrán que sufrir/ si no creen en mi verdad/ Y si atienden mis palabras/ no habrá calabozos llenos;/ manejensé como buenos;/ no olviden esto jamás:/ aquí no hay razón de más;/ más bien las puse de menos”.
Sin embargo, ¿qué es manejarse como bueno? ¿No había dicho Hernández, en la Ida, que el gaucho, el pobre, caía en desgracia por arbitrariedad de los jueces, de los que mandan? ¿Cómo sabe el pobre qué es lo bueno si los que mandan, si los jueces predican lo malo con sus actos? Pero en la Vuelta, Hernández quiere integrar al, gaucho al orden que ha establecido Buenos Aires. A cuyos hombres les dice: “No maten más gauchos. Es una insensatez. Nadie como él conoce la campaña”. Es una mano de obra calificada y barata. Ya lo había dicho Sarmiento: “El gaucho está en todos los secretos de la campaña”. El que no se maneja como bueno es el gaucho alzado, el gaucho federal que sigue a un caudillo en medio de la montonera. Pero luego de la “guerra de policía” que, a partir de Pavón, desata Mitre junto al gobernador Sarmiento y con sus sanguinarios coroneles (Paunero, Sandes, Arredondo), esos gauchos malos han sido aniquilados. Ahora quedan los gauchos buenos que quieren trabajar.
Hace unos pocos días invité a mi programa El Carnaval del Mundo, en Radio Madre, a César González, también conocido como Camilo Blajakis, que es su seudónimo, el que ahora abandonará para firmar sus películas. César tiene veinticuatro años, cinco de cárcel y cinco también cuetazos en el cuerpo. Le leí los fragmentos de la cárcel y de ahí empezamos a conversar. Dijo no conocer esos pasajes de Martín Fierro, lo que indica que conocía los otros y no hay que asombrarse. En sus días de cárcel, César se dedicó a leer y da la impresión de haberlo leído todo. Hizo lo que no pudo hacer el hijo de Fierro (“allí lamenté mil veces/ no haber aprendido a ler”) y eso le da seguridad, aplomo. Ha elaborado bien sus lecturas. De memoria cita tanto al Che como a Deleuze. Es cineasta. Hizo un corto y un largo. Los dos son valiosos, o más que eso. Su largo se llama Diagnóstico esperanza y vimos juntos algunas partes. César sabe mucho de cine y tiene el futuro abierto. Es un futuro que se abrió él. Con todo lo que leyó en la cárcel y su fresco talento. Si Martín Fierro, en la Ida, decía: “Yo abriré con mi cuchillo/ el camino pa’ seguir”, César se lo abrió con sus ganas, con su pensamiento y su escritura. No en vano dice más de una vez: “Escribir me salvó”. Y también: “Prefiero que me peguen porque pienso y no por negrito”. Y también: “Mi remo es la poesía”. Sabe que es y será siempre un “negrito”. Y sabe que ese adjetivo lleva en sí el peso de la condena social, del racismo. No le importa. Su remo, en efecto, es la poesía. Y –para seguir hoy la temática que leímos en el Hernández del siglo XIX– vamos a citar alguno de sus poemas. Le debemos algo más. Por ahora, esto:

 “Rejas para los mismos”, un poema que está en su blog. Es así: “en el sistema (in) judicial/ el juicio a un pobre dura horas/ y si el acusado/ es pobre/ entonces es culpable/ cuando vas a juicio no vas a un ‘debate’/ sino a ver cuántos años te dan/ para los pobres no hay investigación seria/ ni alegatos contundentes/ no sirve mucho tu declaración/ podés ser inocente de lo que te acusan/ pero si sos pobre casi seguro sos chorro/ así que hay que dejarte preso/ aunque no tengan pruebas (...)

 Mi propio juicio por el cual estuve 5 años preso/ duró 4 horas/ el defensor del estado que me asignaron se aprendió/ mi nombre y apellido el mismo día/ yo le vi la cara a la injusticia/ en un fiscal y unos jueces que se reían/ de mí y de los otros pibes que estábamos acusados/ se reían porque el carnaval punitivo/ es una danza donde se masacran los corazones y el alma de los pobres/ las cárceles rebalsan de pobres/ tanto los presos/ como los guardia cárceles vienen del mismo barro/ ¿Por qué?/ porque los pobres que rebalsan las cárceles/ justifican la estructura judicial”.

Apéndice picaresco: Apenas se fue César –en medio de los abrazos que le dimos, ya que somos varios los que estamos en la cabina y hacemos el programa– empecé el análisis del relato del segundo hijo de Martín Fierro, el que presenta al célebre Viejo Vizcacha, pícaro, ventajero y zorro. Luego me pregunté cuál había sido la gran vizcacheada argentina del siglo XX. Y coincidimos: el primer gol de Maradona a los ingleses, el de la mano de Dios. Ahí nomás escribimos unos versos cuya torpeza, espero, no arruine su gracia: “si un centro cae al área/ y no llegás pa’ cabecearlo/ y si pa’ agarrarlo/ lo ves salir al arquero/ meta mano compañero/ y el gol saldrá certero/ porque esa tarde Dios/ que a veces suele esistir/ le guiará sigura la mano/ y de los dos que ahí han estao/ usté y el mentado arquero/ usté saldrá adorao/ y el arquero humillao/ pobre, pobre arquero/ la cosa le salió al revés/ o por boludo/ o por inglés. Que nadie lo tome a mal. Ni los poetas ni los ingleses. Que como dice Martín Fierro, este poemita: ‘No es para mal de ninguno/ sino para bien de todos’”.

lunes, 12 de agosto de 2013

El diablo en el cuerpo - Eduardo Sacheri (Mauro Libertella)



El 15 de junio, a las 17:06, Independiente descendió por primera vez en su historia. Posiblemente, como sucede en esos casos en los que la esperanza se confunde con la negación, los hinchas venían haciendo un duelo anticipado y silencioso desde mucho antes, pero también se les antojaba imposible la idea de descender, hasta que el árbitro pitó y la cosa se selló. Muchos medios buscaron entonces el testimonio todavía caliente de uno de sus hinchas mas célebres, el escritor Eduardo Sacheri. Lo excepcional de todo esto, a los fines de esta nota, no es el descenso de un club histórico, sino el hecho de que Sacheri sea una persona reconocida por la gente que va a las canchas, alguien que circula por programas de televisión y radio ajenos al espectro aislado e insular del mundo de la literatura. En ese sentido, Sacheri ya se ha ganado su lugar en el territorio de los escritores populares, tomando de algún modo la posta que fueron dejando autores como Osvaldo Soriano y Roberto Fontanarrosa, que el propio Sacheri ha mencionado tantas veces como referentes indiscutidos en la construcción de su mundo narrativo. Los escritores populares son, por qué negarlo, una rareza en un panorama absolutamente de nicho como es el literario, y habría que pensar qué elementos confabulan para que un escritor dé ese salto. ¿Los temas? ¿El modo narrativo de plasmarlos? ¿La sintonía con una sensibilidad más globalizante? Es difícil de decir. Por lo pronto, sabemos que el camino del Sacheri escritor tuvo algunos momentos donde su visibilidad se disparó, allanándole el lugar que hoy detenta. Alejandro Apo, por ejemplo, fue uno de los grandes difusores de los relatos futboleros del autor, leyendo en radios de frecuencia nacional cuentos como “Me va a tener que disculpar”, “Ultimo hombre”, “La promesa”, “De chilena”, “Independiente, mi viejo y yo”. Después vino El secreto de sus ojos , la película de Campanella basada en la novela de Sacheri La pregunta de sus ojos , que armó el puente literatura-cine por el que hoy se sigue moviendo (trabajó en la flamante Metegol , sin ir más lejos). “Me gusta contar historias de personas comunes y corrientes. Personas como yo mismo”, escribió como coda a La vida que pensamos , su nueva publicación, que reúne una buena cantidad de sus cuentos sobre fútbol. Sobre ese género hablamos.
Da la impresión de que la literatura de (o sobre) futbol encuentra su mejor forma en el cuento, mucho más que en la novela. ¿Encontrás alguna razón para ese maridaje entre fútbol y relato breve?
No estoy seguro de los motivos. Tal vez el cuento, en su brevedad, evita incurrir en ciertas redundancias. El fútbol, como experiencia de juego y como relato, incluye ciertas regularidades previsibles. Tal vez en una novela se corre el riesgo de sobreabundar en esos aspectos previsibles. Y en el cuento, en cambio, autor y lector pueden prescindir –porque lo dan por sentado– de buena parte del contexto, para detenerse exclusivamente en un detalle, en un asunto mínimo que se vuelve el centro de la trama. Pero insisto, es una idea que se me ocurre a partir de tu pregunta. No quiero ser concluyente.
Hay elementos narrativos que funcionan muy bien en relatos de fútbol (el humor, el uso de la oralidad, los golpes emotivos) ¿cuáles, en cambio, te parece que no funcionan, que chocan con la naturaleza del cuento futbolero?
De leer con frecuencia cuentos futboleros, puedo detectar al menos dos tentaciones que los vuelven fallidos. Por un lado, la instalación y enumeración exhaustiva de personajes y la descripción puntillosa de acciones del juego. Tiene que ver con lo que hablábamos recién. El contexto del juego es sabido y tenido en cuenta por autor y lector. Detallar ese universo “empasta” el relato de manera insalvable. Otro defecto posible es cuando se apuesta por completo al efecto emotivo de un relato, como si su autor confiase en que la pura emotividad de la experiencia que se relata garantizase la calidad del cuento. Si está mal narrado, ninguna emotividad te pone a salvo de eso.
Hay algo muy íntimo entre el fútbol y la identidad nacional, para decirlo ampulosamente. ¿Te parece que podrías narrar cuentos de fanáticos de la Juventus o historias de jugadores del Manchester City?
Complicado, eso de la “identidad nacional”. Digo, como toda generalización. El vínculo entre fútbol e identidad me resulta más sencillo de diagnosticar que de definir. Creo que no podría narrar cuentos sobre la Juve o el City, porque son realidades que conozco sólo superficialmente. El fútbol que puedo usar como materia literaria (si tal cosa existe) es el nuestro. Ahora bien: creo que un futbolero nacido en Italia o Inglaterra bien puede encontrar su propio mundo en cuentos escritos en Argentina. Creo que, en lo profundo, los distintos “munditos” se parecen.
Si tuvieras que armar rápidamente una antología personal con textos que te gustan sobre fútbol, ¿qué selección armarías?
Ah, si tengo la posibilidad de armarlo según mi gusto, seguro que elijo cuentos.
De Fontanarrosa: “La observación de los pájaros”, “19 de diciembre de 1971”, “La barrera”. De Soriano: “El penal más largo del mundo”, “Gallardo Perez, referí”, “El reposo del centrojás” (que no es un cuento pero merece serlo). Y agrego un par más: “Puntero izquierdo” (Mario Benedetti), “Señor Labruna” (Rodolfo Braceli) y “Del diario íntimo de un chico rubio” (Walter Vargas).
En la dedicatoria del libro decís que el amor al Rojo te lo dio tu viejo. ¿Cómo fue el laburo para que tu hijo sea de Independiente?
La verdad, fue bastante sencillo. Nuestra primera vez en la cancha juntos fue en 2002, cuando él tenía cinco años. Y siempre lo vemos juntos, por la tele de visitantes y en la cancha, de local. Compartir el equipo con tu hijo es, me parece, una de las mejores cosas que te puede pasar. A lo largo de la vida existirán muchas razones para discutir, pelear o distanciarse. Pero si compartís el amor por una camiseta habrá un nudo que estará siempre ahí, juntándote.
¿Cómo estás viviendo el descenso del club?
Supongo que pasé por distintas fases. La del temor, la de la frustración, la de la rabia, la de la angustia, la de la resignación. De todos modos, creo que la crisis de Independiente como club es algo mucho más antiguo que estas tres pésimas campañas que lo condujeron al Nacional B. Durante unos cuantos años el club padeció el descalabro económico y dirigencial. Corregir esos defectos es la misión que tenemos los socios del club hoy. Más allá de la categoría en la que nos toque jugar.
¿Qué se puede hacer como socios?
Temo que mi respuesta sea obvia, pero creo que la participación civilizada en el club es esencial. Hablo de civilizada porque el espectáculo que dieron algunos socios en la última asamblea, después del descenso, escupiendo al paso del presidente del club y revoleando cosas, me humilló y me llenó de vergüenza. De todos modos, para que los clubes sean instituciones sólidas y viables, la AFA debería tener sistemas de control y auditoría de los que carece absolutamente.
¿En qué grandes etapas históricas se podría segmentar la historia de Independiente?
No me atrevo a periodizar toda su historia (porque carezco de los conocimientos necesarios, me parece). Sí creo que entre 1964 y 1984 tuvimos nuestro período de mayor esplendor y nos convertimos en un club muy poderoso y respetado. Y desde mediados de los 90 hasta el presente dilapidamos prestigio, solidez económica y credibilidad dirigencial. Nos hemos ido al descenso como castigo a ese descalabro.
Hay un mundo satelital al fútbol que en cierta medida es también un gran relato: el de los programas deportivos, los debates, la prensa, etc. ¿Cuál es tu relación con ese mundo?, ¿qué te seduce y qué te distancia de esa retórica?
La respuesta breve sería que me distancia casi todo y me seduce casi nada. Creo que una de las peores cosas que le ocurrió al fútbol de los años 90 para acá fue su farandulización, su deglución por parte de los medios masivos, sobre todo de la televisión. Uno pensaría que es inconcebible hablar 24 horas de fútbol. Y sin embargo, uno puede armar una grilla de 7 x 24 como para estar toda la semana viendo y oyendo hablar de fútbol. Claro, el fútbol en sí se agota mucho antes de eso. Lo que queda, entonces, es la periferia hueca del fútbol.
Otra gran zona de relatos, podríamos pensar, son las chicanas entre hinchas de clubes. En los últimos años, sin ir más lejos, llegó la moda de los carteles después de los clásicos y las desgracias ajenas. ¿Te interesa la tradición de la rivalidad para tus propios relatos? ¿Cómo te llevás con eso?
No es un buen momento para dar mi opinión porque si digo que estoy en contra de ese supuesto folclore me dirán que me cubro las espaldas como hincha de Independiente. Lo cierto es que lo pensé siempre. No me gusta burlarme de los demás. Si el fútbol te importa, y tu equipo perdió, estás herido. Con razón o sin ella, estás dolido y por el piso. De chiquito aprendí que no se le pega a alguien en el piso. Así de simple.
Para ir cerrando, te cambio de tema. Trabajaste ahora en la escritura de la película “Metegol”. ¿Cómo fue el proceso de laburo del texto? ¿Qué particularidades te parece que tiene el cine a la hora de “tratar” temas futboleros?
Si bien partimos de un cuento de Roberto Fontanarrosa, “Memorias de un wing derecho”, fue un trabajo muy libre. El cuento nos sirvió como disparador, como inspiración para instalarnos en cierto universo. Pero los personajes, los conflictos, las peripecias que atraviesan, las creamos desde cero. Si bien la película no trata “sobre” fútbol, es cierto que “tiene” fútbol. Y eso nos planteó, creo, dos tipos de dificultades, unas técnicas y otras narrativas. Por el lado técnico, es muy difícil hacer escenas de ficción con fútbol. Sucede hasta en los cortos publicitarios. En general se “nota” el fingimiento. Creo que los animadores sortearon muy bien ese riesgo. por el lado narrativo, el riesgo del fútbol son los sobreentendidos vinculados con la pasión, el amor a la pelota, etc., que pueden conducir a un fácil empalagamiento. Como en la construcción de la historia estoy involucrado, prefiero no opinar sobre si fuimos capaces de sortear esos peligros, o si sucumbimos a ellos. Quedará para los espectadores.