lunes, 23 de febrero de 2015

Río Negro, los unos y los otros (Por Omar N. Livigni)

Desde hace muchos años no se presentaba una situación política de tanta complejidad como la actual en la provincia de Río Negro, si se toma en cuenta la situación de los partidos mayoritarios como el Justicialismo y la Unión Cívica Radical que han monopolizado la vida pública en los interregnos democráticos desde 1958 en adelante y especialmente desde 1983 hasta aquí.

Ambos viven procesos similares con algunos puntos en común, con la aparición de fuerzas centrifugas que buscan otros ámbitos en disconformidad con sus respectivos niveles de conducción y con la decisión de dejar atrás muy fuertes historias de pertenencia individual y colectiva para enrolarse en nuevos proyectos políticos.

Estos procederes no surgieron por manifestación espontánea, sino que fueron estimulados por factores exógenos. En el caso del peronismo por la prematura muerte del ex gobernador Carlos Soria y la irrupción de Alberto Weretilneck como factor de poder real desde el gobierno y en la UCR por el fortísimo impacto de la derrota electoral del 2011.

Estos hechos son como el anverso y el reverso de una misma moneda. El PJ logró superar sus viejas antinomias, algunas que aparecían como irreconciliables y recuperó la consideración de los rionegrinos, mientras que ese triunfo en las urnas fue un verdadero fin de ciclo para el radicalismo, que debió replegarse a cuarteles de invierno y regresar después de 28 años al duro terreno del llano opositor.

La súbita desaparición de Soria, desalentó las esperanzas del peronismo e hizo que quedara trunco un proyecto que afrontó la campaña electoral victoriosa sin ser suficientemente conocido por la opinión pública y sólo explicitado por algunos enunciados muy genéricos formulados en algún discurso de las nuevas autoridades.

Desaparecido el líder llegó rápidamente la desorientación, la intranquilidad y también las inevitables sospechas. ¿Quién reemplazaría al timonel de grueso vozarrón y frases resonantes? ¿Para donde se dirigiría la nave del estado? ¿Cómo repercutiría la muerte de Soria en el peronismo? ¿Qué suerte correrían los integrantes del equipo de funcionarios ante un cambio inminente que estaba anunciado por los hechos?

La fatalidad contribuyó a cambiar drásticamente el escenario rionegrino, demostrando la fuerza de los imponderables en toda actividad humana, inclusive en el quehacer político.

Se impuso en aquellos momentos la opinión de que el vicegobernador Alberto Weretilneck asumiera el cargo vacante, adoptando el criterio establecidos en la constitución para evitar un nuevo llamado a elecciones, recomendación que brindó también la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, quien a partir de ese momento siguió atentamente el curso de los acontecimientos.

Con la lógica histórica que es de imaginar el poder nuevo rápidamente colisionó con el poder viejo.

Weretilneck es alguien que no estuvo dispuesto a ser vicario de nadie, con el dato adicional importante de que el flamante gobernador no provenía de las filas del justicialismo, sino del Frente Grande y otros agrupamientos políticos anteriores.

No se conformó con el rol de gerente que se le pretendió asignar-como dice- y desde ese mismo momento buscó su propia base de sustentación construyendo en perspectiva un poder distinto al anterior, pero que lo tuviera como vértice y máximo referente hacia adentro y hacia afuera del gobierno.

A poco de andar se pudo constatar y así lo hicieron los máximos dirigentes del justicialismo, que la era Soria había sudo superada por los hechos, y estaba naciendo un nuevo poder, una nueva etapa que aspiraba a edificar otra estructura de mando, con otros fines y si era necesario con otros hombres en los primeros planos del gobierno y la administración.

Weretilneck, con una importante experiencia en Cipolletti durante su gestión como jefe comunal, había sido colaborador de Rudy Salto y después de Julio Arriaga y se movía a su vez con un grupo de allegados entre ellos Luis DI Giácomo, Fabián Gatti, Elvis Cides y Luis Bardeggia, entre otros, hoy alguno de ellos legislador nacional y el resto importantes funcionarios de su administración.

Desde que juró, de una u otra manera empezó una lucha sorda a veces explícita con el presidente del PJ Miguel Pichetto, quien descontaba que tarde o temprano quien estaba sentado ahora en el sillón de Castello optaría por un curso de acción paralelo, y autónomo, entre otras razones porque ambos dirigentes aspiraban a los mismo: la gobernación de Río Negro.

Esa superposición de roles y especialmente de fines no pudo ser conciliada ni en la Casa Rosada y esa puja también repercutió en el incipiente gobierno cuya expresión fue una especie de guerra de guerrillas de baja intensidad entre “albertistas” prematuros, “pichetistas” y “soristas”. Eso ocurrió hasta la bifurcación del camino en forma definitiva entre el gobernador y el senador nacional, cuando Weretilneck decidió homogeneizar el poder promoviendo en los lugares claves del manejo del estado a personas de su extrema confianza.

En ese momento se empieza a hablar” del gobierno de Weretilneck”, sin tutelas ni supervisiones. Paralelamente Weretilneck utilizó el ejercicio del poder complementando la tarea de gobierno con una intensa actividad en las distintas regiones de la provincia, visitando mas de una vez ciudades, pueblos y parajes, contactos y relaciones que forjaron las bases de lo que se anuncio el sábado en Cipolletti, “Juntos Somos Rio Negro”, como el conjunto de partidos transformados en el vehículo de opinión que llevara a Weretilneck a disputar la gobernación y buscar reelegirse por otros cuatros años

En ese proceso de acumulación jugaron un rol importante dos dirigentes justicialista como son Pedro Pesatti, actual vice gobernador, casi seguro numero dos en la fórmula a la gobernación, y Matías Rulli, secretario general de la gobernación, quienes sin renegar de su filiación justicialista decidieron sumarse a este nuevo proyecto, con la aspiración de quebrar el monopolio que venían ejerciendo el justicialismo y la UCR y eventualmente el ARI de la senadora Magdalena Odarda, quien obtuvo 90 mil sufragios en la última elección.

El dato sustantivo es el éxodo de peronistas al “albertismo”, cuya dimensión todavía es imposible de cuantificar, un paso complejo, arriesgado, que significa para el que se va del PJ iniciar una senda de muy difícil retorno y poner punto final a una fortísima historia individual y colectiva de ideales y compromiso.

Pesatti, a quien sin ningún reparo se lo puede individualizar como uno de los ideólogos de la matriz conceptual de “Somos Río Negro,” es decir su línea programática, ha volcado en el seno del gobierno y con una continuidad sistemática el principio de que no puede haber un proyecto político sustentable si no se afirma sobre el concepto de la integración provincial como elemento de cohesión entre los rionegrinos

Recientemente Weretilneck tradujo en una acertada síntesis que “la integración es lograr la igualdad de todos los rionegrinos, que todos tengan igualdad de oportunidades” . Pesatti redondeó aún los términos en declaraciones al diario “Noticias”, afirmando que “Somos Río Negro, es una construcción plural que tiene como idea organizadora trabajar por la unidad e integración, poniendo en relevancia esta necesidad de afianzar el territorio, la población y equilibrar las regiones”

Toda esa fraseología con palabras similares y los mismos alcances se pueden encontrar en los discurso del gobernador Edgardo Castello, 1958-1962, ante la legislatura, rescatando el valor de la integración que en aquella histórica administración tuvo el valor de un legado y un principio, vertidas sobre las heridas de los enfrentamientos regionales por la cuestión capital, en los tramos liminares de la joven provincia naciente.

En este marco, acuden a la memoria de quien escribe estas líneas una obra del filósofo español Ortega y Gasset, cuando en “La España Invertebrada”, advierte a sus conciudadanos, años antes de la guerra civil, sobre los peligros y los efectos disolventes de “los particularismos” y los “separatismos”.

Pero así como se ha hecho referencia al trasvasamiento de justicialistas al gobierno y a las filas de Weretilneck, hay que decir que sucedió lo mismo con dirigentes y afiliados de la Unión Cívica Radical, que pese a que reivindican su corazón “boina blanca” se han pasado con armas y bagajes al oficialismo, en algunos casos sin el mínimo pudor, tránsito también muy difícil de medir. Uno de los casos mas emblemáticos es el de Daniel Sartor, ex ministro del gobernador Pablo Verani y del ex presidente Fernando De La Rúa , transformado hoy en uno de los dirigentes políticos más allegados al gobernador Weretilneck.

Es un secreto a voces en toda la provincia que “El Fino”, su apelativo más conocido, es un operador y armador todo terreno a favor del proyecto del gobernador y se encarga de reclutar radicales en los distintos niveles del partido a quienes contacta con el primer mandatario o a los funcionarios, para obtener para sus “correligionarios” algunos favores oficiales.

Este “modus operandi” empezó a conocer algunas reacciones dentro del radicalismo y le llegaron algunas advertencias a Sartor en el sentido de que ese tipo de conductas realizadas a título exclusivamente personal, compromete al partido, que ya demasiados problemas tiene.

En este tinglado político además de los pro-Weretilneck, se encuentran dirigentes como Bautista Mendioroz, cercano a la senadora Odarda, quienes apuntan a constituir el UNEN contra viento y marea.

Pero hay de todo en la viña del señor. En Choele Choel por ejemplo la lista municipal del “albertismo” lleva como candidato a intendente al titular de ARSA, Roger García, e incluye como aspirantes a ediles a dirigentes radicales enrolados en el sector Rojo más Rojo del sector que conduce el ex gobernador Miguel Saiz.

Las últimas novedades provenientes de Sierra Grande indican que Nelson Iribarren, el ex intendente radical está próximo a aceptar un ofrecimiento de colaboradores del gobernador para presentarse como candidato en los comicios del 3 de mayo. Y se sabe que mientras piensa que hacer, también está barajando el ofrecimiento que le efectuó Mendioroz para presentarse como aspirante a legislador por la UCR en el circuito serrano

Comentarios similares recorren la geografía provincial y en todos lados hay radicales y peronistas, principalmente, -los unos y los otros- que se cruzan de vereda o están rezando para ser convocados. Es decir que la muerte de Soria y la irrupción de Weretilneck en la política provinciana de Rio Negro ha generados repercusiones en el peronismo y en el radicalismo cuya dimensión todavía es prematuro analizar.

Pero dos acontecimientos celebrados ayer, extrañamente coincidentes como el lanzamiento de “Juntos Somos Río Negro” en Cipolletti, y el congreso justicialista de El Bolsón, forman parte de esta historia que recién comienza a escribirse. Además “de las inmejorables relaciones con Martin Soria,” sinónimo hoy de la unidad en el justicialismo, como anticipara Miguel Pichetto a la agencia APP, la noticia fue la presencia del Secretario General de la Presidencia de la Nación Aníbal Fernández. El funcionario nacional de los prominentes bigotes reclamo al gobernador Weretilneck que convoque a las PASO como manda la ley, aunque existe la sospecha que el ex intendente de Quilmes no está debidamente anoticiado que aquí, los principales dirigentes políticos en general y los del gobierno, en particular, no quieren saber nada con el tema de las meneadas primarias. (Omar N.LIVIGNI – Agencia APP)

domingo, 8 de febrero de 2015

La guerra contra el Paraguay, hoy (Por José Pablo Feinmann)




1861-1865: Guerra civil norteamericana. El Norte industrialista de Lincoln derrota al Sur algodonero de Jefferson Davis.
El Sur (gran proveedor de algodón y tabaco para Inglaterra, de la que importaba hasta la vajilla de las grandes familias) queda destruido. Inglaterra pierde a uno de sus proveedores privilegiados. Sobre todo falta algodón. Los ingleses miran el mapa del mundo y se preguntan: ¿dónde hay algodón?
Respuesta: En el Paraguay, país esencialmente estatista y proteccionista. Sarmiento lo llama “la China de América”. Inglaterra arregla con Brasil y Argentina el Tratado de la Triple Alianza. Argentina hace la guerra al Paraguay, no como dice nuestra historia liberal oligárquica (o sea, porque Solano López atacó dos lanchones), sino porque el Sur perdió la guerra, Inglaterra se quedó sin algodón y necesita importarlo urgentemente de otro lado. En ese momento el algodón valía para Inglaterra lo que vale hoy el petróleo para EE.UU. Los dos lanchones que el Paraguay le hundió son el Pearl Harbour de Mitre, sus Torres Gemelas. El gran pretexto para entrar en una guerra que valoraba como imprescindible.
Es, en rigor, necesario plantear esta situación porque nadie lo hace. El fin de la Guerra de Secesión norteamericana determina –por medio de la derrota catastrófica del Sur– la empresa de la Guerra contra el Paraguay. Brasil, aliado natural de Inglaterra, acepta con entusiasmo. Mitre, enemigo feroz de López y de los caudillos del interior mediterráneo, tiene también que intervenir. El Uruguay se suma.
¿Por qué Inglaterra requiere tan imperiosamente de algodón? Veamos: ¿Cuánto vale un obrero? ¿Cuál debe ser su salario? Respuesta que da Marx en El Capital: el salario de un obrero es el equivalente del valor necesario para mantenerlo con vida y trabajando. Principal gasto del obrero: comida y vestimenta. ¿Cómo bajar los salarios y aumentar la ganancia? Reduciendo los costos de las materias primas. Para la ropa el algodón es esencial. Eso permitirá mantener los salarios y, a la vez, aumentar la tasa de ganancia.
Ergo, si el Sur murió, traer el algodón de Paraguay. Si no lo quiere entregar: hacerle la guerra. ¿No es curioso y notable que la Guerra Civil Norteamericana termine en 1865 y en ese mismo año empiece la del Paraguay? No, tiene una coherencia absoluta. Ya lo vimos. Pero Inglaterra, aunque financie la guerra y ayude con armamentos, no puede intervenir directamente. Por tanto, la Guerra la harán sus aliados latinoamericanos: Buenos Aires, Brasil y Uruguay. Para Mitre, además, esa guerra implica la otra, la que empezó después de Pavón, la que llamó “guerra de policía”, el exterminio de las montoneras gauchas, que respetaban y respaldaban al Paraguay de López, al que no veían como un “país extranjero”. Para los gauchos de Varela eran más hermanos los paraguayos que la elite de Buenos Aires.
Fundamental en todo esto: la traición del federalismo mesopotámico de Urquiza al federalismo mediterráneo de Varela. Y al proyecto de desarrollo autónomo bajo control del Estado proteccionista paraguayo.
La situación argentina es muy original. Si Urquiza se ponía del lado de los federales (que, históricamente, eran sus compadres), si Urquiza veía en Mitre otro Rosas, si conservaba su ambición y quería volver a ponerse al frente de la Confederación Argentina, ahora con el respaldo de Solano López y todo el federalismo, si marchaba otra vez sobre Buenos Aires, mucho habría cambiado. Hay aquí un acontecimiento fascinante: papel de la parte (el individuo Urquiza) en la totalidad (la Historia). ¿Y si Urquiza no se dejaba comprar?
No existía esa alternativa. La modernidad argentina sólo podía realizarse con el respaldo británico. Fue, de esta forma, una modernidad neocolonial. Inglaterra nunca habría negociado con Urquiza y Varela y López. La elite porteña le caía mejor. Eran señores con modales burgueses. Eran educados, no bárbaros. Aun Urquiza debe haber visto demasiado grande la tarea de negociar con Inglaterra el desarrollo neocolonial del país. Prefirió irse a su casa y dejar la gran tarea a Buenos Aires. No era Rosas. Que mantuvo al país ajeno a la invasión “civilizadora” durante veintidós años, aunque sin saber modernizarlo por su cuenta. El que lo hizo fue Solano López, en el Paraguay, con proteccionismo e intervención estatal. Mitre fue muy exacto cuando les dijo a sus soldados que en sus bayonetas llevaban el librecambio. Así, la Guerra del Paraguay fue la guerra entre el librecambio (que hoy llamaríamos economía de mercado) de Buenos Aires y el proteccionismo (que hoy llamaríamos intervencionismo de Estado) del Paraguay. El librecambio de Buenos Aires arruinaba a las provincias mediterráneas, enriquecía (en tanto socio subalterno) al litoral mesopotámico que manejaba Urquiza y requería aniquilar al Paraguay de López, no sólo por el algodón británico, sino por el ejemplo malquerido de su proteccionismo estatal.
El Paraguay queda arrasado, como el Sur. Pero Mitre no es Lincoln. Escribe Alberdi: “La revolución en Norte América ha tenido un triunfo de civilización y progreso; en el Plata, de feudalismo y retroceso. Lincoln ha muerto por la libertad de los negros en América: Mitre expone hoy su vida por la esclavitud de los negros, como aliado del Brasil. Lincoln era el instrumento providencial de la república; Mitre lo es de la monarquía esclavizante del Brasil (...) Mitre es el Jefferson Davis del Plata, sin el coraje y la franqueza del ex-presidente del Sud” (Póstumos V, Cap. XXXVI).
Toda América latina (todos los países que han optado y siguen empecinadamente optando por un régimen económico proteccionista, con intervencionismo estatal de mercado y democracia política) semeja hoy la situación del Paraguay en el siglo XIX. Como en Argentina, y en América latina toda, triunfó el Sur y no Lincoln, triunfaron, decimos, las elites centrales aliadas al imperio y entregadas a la economía liberal del monocultivo exportador y, por tanto, antiestatista. Son ellas, entonces, hoy en la oposición, las que tienen que renegar de esos estados nacionales intervencionistas y de espíritu distributivo. El Occidente capitalista (bajo la hegemonía de Estados Unidos) tiene que volver a instaurar el neoliberalismo de mercado (eso que, en Mitre, era el librecambio) para llevar a cabo sus formidables negocios de la década del ’90 bajo las regulaciones de los diez puntos de John Williamson, el inspirador, el teórico del Consenso de Washington. Con otras caras, con otros métodos, con otros muertos, con una prensa que entonces no existía (Mitre fundaría La Nación en 1870, año en que terminaba triunfal la Guerra contra el Paraguay) y hoy es el ariete más agudo con que se ataca la estabilidad de los gobiernos proteccionistas, la Guerra contra el Paraguay (que es una guerra del Occidente capitalista contra la protección de la libertad, la economía y el Estado de los países sudamericanos) se sigue desplegando ante nuestros ojos.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Qué clase mi clase sin clase (Por Nicolás Casullo)






La dificultad para dar cuenta de los elementos que componen la encrucijada argentina termina convirtiéndose –en nuestras intensidades mentales y café por medio– en la tentación cotidiana de encontrar cada quince minutos y sin mayor dificultad el enigma revelado de lo nacional que nos hace. Esto es, descifrar después de cualquier noticiero de estos días –con el resto de saliva que nos queda y haciendo que miramos la ventana cuando ya no miramos nada– los secretos increíbles y finales del ser argentino, desde una divagación reduccionista y apenada por el papelón de nosotros a los ojos del mundo.
Así es, se trata de autoorientarnos en un presente tenebroso, teniendo claro únicamente que nuestra inspiración se agiganta cuando nos topamos, de tanto en tanto, con el protagonismo de los descuajeringados “segmentos” de clase media. Representantes diversos de las clases medias sobre todo capitalinas, con su protesta y cacerolas en las calles del estío y diciendo al resto de la familia después de agarrar la champañera y un tenedor salgo y vuelvo, voy a voltear a un presidente, déjenme la cena arriba de la heladera. En ésa estamos. Digo, de pronto encontrarse no ya con Walter Benjamin o Michael Foucault sino persiguiendo el arcano cultural de tía Matilde.
Si uno hace historia de esta clase media, historia barata, que no cuesta mucho, gratis diría cuando tenemos el sueldo encanutado, podría argumentarse: una clase media que viene de un radiante y a la vez penumbroso viaje. Viene desde aquélla, su ingenua estación inaugural de los años 50, donde él se puso el sombrero y la corbata con alfiler, ella la permanente y la pollera tubo, y ambos salieron casi virginales pero envenenados a festejar en la Plaza de Mayo la caída de Perón al grito de “no venimos por decreto ni nos pagan el boleto”. Cancioncilla tan escueta como cierta, interrumpida por saltos en ronda a la Pirámide para entonar “ay, ay, ay, que lo aguante el Paraguay” sin ningún tipo de grosería ni mala palabra con las que hoy se luce cualquier animador de pantalla, pero nunca mi padre.
Después la clase volvió a meterse en casa para advertir, con menos recelo, que los morochos sobrevivían a todos los insecticidas ideológicos y censuras, y para dedicarse no sin cierto cansino asombro a departamentos en consorcio, Fiats en cuotas y palmitos con salsa golf y rosado. Recién a fines de los 60, principios de los 70 el gran estamento medio recibió la primera monografía fuerte a componer, de la cual culturalmente no se repuso nunca jamás, para entrar en cambio en el jolgorio y la confusión liberadora de distintos eros. Fue cuando los hijos, ya grandulones, arruinaron cada cena o almuerzo dominguero con la “nacionalización de las clases medias”, al grito en el comedor en L de “duro, duro, duro, vivan los montoneros que mataron a Aramburu”.
Tamaña reivindicación de arrabaleros no estaba en los cálculos de la clase media blanca de abuelos migradores, pero nadie se arredró en la cabecera de las mesas –ni escurrió el cuerpo en la patriada, hay que admitirlo– aunque apenas entendiesen la metamorfosis de la nena que además copulaba en serie con novios maoístas, peronistas y con dudosos nuevos cristianos. La cuestión era la liberación de la patria frente a una vergonzosa dependencia al imperialismo, también tirarles flores desde los balcones de las avenidas a las columnas infinitas de la JP que gritaban “paredón”, y votar sin vacilaciones en marzo del ‘73 a ese candidato cuyo lema en los carteles decía: “ni olvido ni perdón, la sangre derramada no será negociada”.
Tiempo y silencio le costó a la clase volver a salir otra vez a la plaza después de esa canita al aire. Prefirió desde el ‘76 salir a Europa, a Miami, o a la frontera del norte misionero en largas columnas de autos compradores de TV a color, al grito desaforado en los embotellamientos de “Argentina, Argentina” tal vez porque también en colores habían sido losgoles de Kempes. Sin duda se trataba ya de una mentalidad o imaginario de clase más bien desquiciada, pero no culpable del todo: en historiografía todas las conductas colectivas no tienen un psicoanalista sino la justificación de los contextos. Regresó a la plaza, emocionada y agradecida por no escuchar más sirenas policiales ni rumores sobre la casa de la esquina, para vociferarle presente con banderitas argentinas al beodo general de las Malvinas desde un resto patógeno del nacionalismo de los 60/70 guardados en alcanfor. Para pensar trascartón que los chicos, allá en el sur bélico, eran como los del exilio o los que seguían en cosas raras: era fatalidad, violencia, guerra, delirio, caminos ciegos de la multitud en la plaza que siempre le pusieron, a la clase, la piel de gallina emocionada. Dulce y patriota tilinga.
Es una clase, entendamos, que no descarta ni parte en dos nunca las aguas. Que los amontona, sin decidirse por ningún telos de la historia. Los acumula escondidos en el placard como cartas de otro novio, no del marido cuando joven. Coleccionista histérica y siempre arrepentida: así apuntan algunos sesudos que la estudiaron por años. En el ‘83 caminó las calles con los jóvenes de Peugeot y boinas blancas apostando por la vida radical frente a un peronismo cadavérico cadaverizador. Festejó, danzó, cantó, se olvidó de sí misma y sus años recientes. Más tarde mandó a los más jóvenes a las plazas de la memoria de la muerte, pero ya no pudo relatar su sencilla biografía como sucedía en los 50 y 60, sino sólo fugazmente, a retazos: ¿qué, cómo, cuándo, dónde estoy, estuve, no estaba, quién, ella, no, yo? ¿Hasta Ezeiza caminando, papá, y vos qué hiciste ese día abuela, y donde murió el tío?
Una última vez salió la ingrata con el gorro frigio, en absoluta dignidad y defensa de los valores señeros de una crónica tan patria como esquiva. Gritó, entonó, puteó como siempre, pero justo ese día empezaron a decirle canallescamente pura verdura: la casa está en orden, festejen tranquilos las Pascuas. Al otro día nadie confabuló, nadie se reunió a decidir, no se conoció un solo panfleto que resumiese el programa nacional clasemediero, pero lo cierto es que no volvió a vérsela junta, sobre el asfalto, por quince larguísimos años.
Ella es entonces como napas inclementes de ella misma. Como subsuelos abollados de sus gestos unos contra otros. Como recuerdos surcados por lombrices. Como una maroma amontonada de liberación nacional, Evita socialista, déme dos, plazo fijo, abajo Holanda, la tablita, el miedo, algunas locas de la plaza, piratas ingleses son argentinas, nos los representantes de la nación, democracia, aparición con vida, si se atreven incendiamos los cuarteles, están asaltando las góndolas, cerrá las celosías, espiá por la ranura, ¿qué pasa mi amor, son los cabezas otra vez? Como amasijo, un día finalmente le llegó el cansancio en el alma. Que es la venta del alma, dicho de otra forma.
Para colmo se moría la clase obrera, testigo de todo para el día del juicio final. Para colmo se vendió el país, el peronista Menem instrumentó la utopía y pesadilla: la convidó, la invitó, la enajenó, la cosificó según Marx, la subyugó “uno a uno”, remató una vieja nación coronada su sien, liquidó identidades, lenguaje, nombres, pequeñas tradiciones, recuerdos, ideología. Y tuvo en esa clase media uno de sus buenos soportes simbólicos, concretos y votantes, cuando la ilusionó de que no existían más ni peronistas ni gorilas, ni izquierdas ni derechas, ni arriba ni abajo, ni ricos ni pobres, ni primer ni tercer mundo. Cuando ya no existían tampoco políticos. Sino sólo la promesa de bancos siempre abiertos para cualquier hombre de bien. Y para que nada de eso se tocase, para que nada torciese el espejismo ni el rumbo, el hombre nada fue votado por la clase: Fernando.
Ahora vienen los sociólogos exitistas o agoreros de siempre. Intelectuales. Apuntan: clase media heroica en las calles anulando ladieta de los diputados de Formosa como salida histórica para toda América latina. Clase media corajuda, pueblo irredento de las cacerolas con las cabezas de los nueve delincuentes de la Corte adentro. Clase media volteadora a ollazo limpio de gobiernos impostores que parecían eternos. Clase media puta, nieta legítima de sus abuelos tanos y gallegos angurrientos de morlacos, dicen. La Argentina únicamente valió si te daba guita, después no existe: así dicen de la pobre clasecita, ahora a los alaridos frente a la Rosada y rodeada de temibles saqueadores casi en pelotas. Porque salió otra vez a la calle por fin. Acorralada. A corralito y lanza en mano esencialmente. Ahí anda embistiendo. El enemigo son los políticos. No, es la izquierda. No, los corruptos. No, es la petrolera. No, es el populismo y la demagogia. No, son los bancos. No, son las empresas privatizadas. No, es el liberalismo. No, son los gallegos imperialistas como en 1810. No, son los negros peronistas otra vez en la capital. Anda desorientada la pobre, pero soliviantada como nunca.
La propia historia que relato –antojadiza, falsa, liviana, inoportuna– devela el interesante claroscuro de la clase analizada. Sus extrañas medias tintas. Sus románticas luces y sombras espirituales. Sus insondables claros de luna. Sus materialistas intracontradicciones objetivas, diríamos allá por 1972 donde todo era salvable. Ahí está cenicienta y ramera con su fuerza y su talón de Aquiles. Llama a las revoluciones, pero un plazo fijo la embota como niña enamorada adentro de un granero. Ahora su lógica navega al compás de movileros descerebrados, cámaras amarillas de Crónica TV, al ritmo de su justa furia por dólares encarcelados, por su real hartazgo de una clase política que nada hizo cuando el país desapareció, sino que casi se fue con él.
A lo mejor algún día pueda volver a contar su biografía. Igual que antes, allá por los 50, cuando no había salido del patio de magnolias.


lunes, 2 de febrero de 2015

El odio, el miedo y la paciencia cívica (Por Mempo Giardinelli)

A lo largo de la semana, y mientras la desdichada muerte del fiscal Nisman se diluía en fuegos artificiales periodísticos y televisivos, más de una conversación argentina giró en torno del odio y del miedo. Por eso últimamente se ve, se siente y se padece cierta polución ambiental, sobre todo en Buenos Aires y en ese apéndice geográfico porteño que se llama “la costa”, donde se amplifica todo lo malo y negativo.
El malhumor parece patrimonio exclusivo de las clases medias porteñas y acaso bonaerenses, y aunque se siente mucho menos en el interior del país, donde las gentes trabajan y progresan arduamente con más afán y menos quejas, la verdad es que tiñe al país todo. Quizá por eso circula el chiste, en provincias, de que si en la capital estallara un movimiento separatista como el de Barcelona, la Argentina toda apoyaría alborozada la independencia porteña.
Bromas aparte, la vida cotidiana de millones de argentinos no es insatisfactoria como publicitan esas usinas, hay muchos indicadores de que el país crece y las mejoras son evidentes, sobre todo si se compara cualquier aspecto actual con los ‘90, 2001 o 2003. Y es un hecho que la gente que brinda servicios en el vasto territorio nacional –choferes, gastronómicos, mineros, bibliotecarios, porteros, domésticas, peones y de mil oficios más– no tiene el gesto amargo, de resentimiento, que se ve en vastos sectores de la clase media porteña. Que curiosamente suelen ser los más acomodados, los que viajan por el mundo y están acostumbrados a ser o sentirse ricos y poderosos.
A ellos no les va mal en la vida, y por eso su furia es desproporcionada. Más aún: les va mejor que nunca en los últimos 30 años, pero su odio y su miedo harían pensar al mundo que aquí se vive en el borde mismo del infierno. Que es quizá lo que buscan, conscientes o no.
Querían las libertades democráticas y votaron masivamente a Alfonsín, e incluso padres y madres de muchos de ellos lucharon por esas libertades. Hoy las tienen a pleno, vigentes y respetadas como nunca antes, y en especial la libertad de expresión, pero hablan de “régimen”, de “dictadura” y gritan que “esto es Cuba, Venezuela, Bolivia o Nigeria”. Gracioso, si no fuese inmoral.
El otro día, después de participar en 6, 7, 8 sentí, por primera vez, ácido y tangible, ese aire enrarecido. Había algo sórdido en el silencio del taxista y en un mozo, y al día siguiente en la mirada de transeúntes o pasajeros del tren y el subte. Pensé que a muchos les habían inoculado odio. No disenso, no discrepancia democrática, tan saludable y creativa. No, odio. Un odio puro que mezcla lo cholulo con la antipatía, que es como decir leche cuajada con acero oxidado. Un enojo cualquiercosista, digamos.
Después, en el Aeroparque, me encontré con un tipo luego de casi 30 años. Eramos jóvenes entonces y él colaboraba en Puro Cuento. Talentoso, un tipazo. Ahora le va muy bien, dijo, alcanzó una posición excelente y llegaba de vacacionar en Buzios. Celebré la alegría del encuentro, pero me cortó: “Lástima que vos sos kirchnerista; eso arruina todo. Hoy no podríamos ser amigos”. Lo miré azorado. “Yo los mataría a todos; me dan asco.” Y subrayó, provocativo: “Eso, asco me dan”. No se daba cuenta de nada; no veía más allá de su odio. Le dije que lo sentía, sincero, y tomé mi vuelo con la pregunta resonando: ¿qué les pasa, cómo llegaron a semejantes niveles de odio?
Tal resentimiento es inexplicable, porque la mayoría ahora tiene trabajo, sueldos al día, leyes sociales, vacaciones. Son empleados, artistas, intelectuales, académicos, profesionales, técnicos. Pero en cuanto pueden ofenden, gritan, insultan, acusan, adjetivan y amenazan. Hasta de muerte, deseo que parece fascinarlos. Quizá para huir del calvario de convivir con sus propias almas desesperadas quién sabe por qué. Porque ideología eso no es.
¿Es conjeturable que los odiadores ignoran cómo ha cambiado el país? ¿Que no les gustan los avances sociales? ¿O que millones de ciudadanos pueden hoy comprar una moto, construir viviendas modestas, estar bancarizados y documentados y recibir beneficios sociales de un Estado que no está distraído? ¿Será que odian que el servicio doméstico esté legislado y bajo control? ¿Los alarmará que “los negros” participen del progreso lento y hoy puedan, por ejemplo, vacacionar?
Como sea, no les interesa entender ni discutir. Sólo quieren tener razón. Se convencen velozmente de lo que vieron y escucharon y era fácil e impactante. No analizan, a lo sumo monologan. Y así impiden incluso el inocuo diálogo de sordos. Prefieren el monólogo de sordos, que ha de ser más duro de soportar.
Pero es peligroso. Sobre todo porque del odio al miedo hay sólo un paso. Y del miedo a la histeria otro, y así los usan. Por eso no tenemos que burlarnos ni enojarnos. Nosotros, llenos de dudas, incluso con vacilaciones, tenemos que esforzarnos por contenerlos con argumentos, hechos y razones, y calmarlos. Predicar la convivencia, el disenso educado y la discusión pasional respetuosa y tolerante. Toda otra actitud agranda el odio, y dispara miedo y violencia. Eso impone ejercitarnos en la paciencia cívica.
Y es claro que muchas cosas se pueden reprochar al kirchnerismo, nadie lo niega. Errores, muchos. Y corrupción –que es lo que más los indigna; ahora todos parecen Cruzados de la Transparencia– es claro que la hay, nadie lo niega después de doce años de gestión. No mayor que en tiempos de Menem y sus pandillas de economistas y empresarios, es obvio que la hay y ninguna persona decente la tolera ni justifica. Pero es ridículo enloquecer gritando apellidos amplificados sólo mediáticamente.
Toda la ciudadanía repudió la corrupción instalada por los militares y luego desatada como estilo político en los ’90. La Argentina sana siempre quiere que vayan en cana los condenados. Pero cuando lo son, si es que lo son. Y por la Justicia, no por medios, periodistas y charlatanes que a tantos argentinos les hacen creer que sus suposiciones son pruebas, y sus opiniones, veredictos. Eso es antidemocrático.
Hay que entender a los odiadores y apaciguarlos. Porque temen la sombra, lo desconocido, lo que ignoran, lo que se mueve y ocupa lugares que ellos consideraban propios e inalterables. Temen lo que les hacen creer que creen; lo que les parece que es mejor creer; lo que quieren creer. Bien decía el Gran Sarmiento: “El que solamente cree, no piensa”.