miércoles, 30 de enero de 2008

Juan Filloy (1894 - 2000)


Este reportaje apareció originalmente el jueves 22 de mayo de 1975 en el suplemento Cultura y Nación del diario Clarín.Tendrá que pasar todavía un tiempo largo para que podamos apreciar en su real dimensión la obra múltiple de Juan Filloy (novelista, poeta, cuentista, cronista, palindromista, que aplica cabalísticamente a sus libros títulos de siete letras: Op Ollop, ¡Estafen!, La potra, Caterva, Usaland, La hucha, etc., etc.). Apenas se ha publicado en ediciones normales un ocho por ciento de su obra.


Es cierto que se ha impreso algo más, pero en ediciones privadas fuera de comercio; porque, como nos dice el autor: "Yo no podía cometer la tontería de caer en las sanciones del artículo 218 que a mí, como juez, me correspondía aplicar." En su Río Cuarto de siempre, este criollo fornido de edad increíble — genuino escondedor de años —, nos ha cautivado con un diálogo zumbón, rabelesiano, lleno de alegría y de palabras fuertes.


De esta caudalosa entrevista de siete horas, apenas y lamentablemente, podemos dar este fragmento típico de su personalidad.


Don Juan Filloy, espero que usted no le tema al grabador.


El temor a ese aparato es explicable. Usted habla y habla. Muchas veces hace una confidencia y pide que no se publique... Y es lo primero que le sacuden. Claro, el periodista busca ciertamente lo sarcástico, lo escarnecedor. Y sería más que tonto si no lo aprovechara.
Un conocido escritor me decía, por ejemplo, que temía al grabador porque sentía que era un poco él. Es decir que el temor al grabador era un poco el temor de sí mismo. Mire, estos aparatos reflejan más el carácter. En un reportaje interesa el hombre tal cual es. Ya el carácter es una modificación del temperamento sobre la base de cierta intelección de lo que se dice. Y la conducta a su vez es una superación del estado caracterológico porque ya la conducta está unida a la acción y al comportamiento del tipo. Comprendo que estos reportajes son temperamentales. Es muy común que el escritor sufra inhibiciones cuando tiene que hablar. Sobre todo el escritor que está acostumbrado a una vida recoleta, sedentaria, y que vive frente a sus cuartillas. Al expandirse encuentra un mundo distinto. Eso usted lo encuentra aquí mismo, en la sierra. El serrano cordobés, por ejemplo, es sumamente silencioso. Para sacarle una palabra, una confesión, una declaración, tiene que sacársela con sacacorchos. Yo he sido juez toda la vida. Eso lo he experimentado en la vida judicial, en la justicia del crimen. Los serranos están acostumbrados a un panorama restricto, a un panorama apeñuscado.
Sin embargo, en la sierra, la meseta o la montaña, el alcohol desata las lenguas. El alcohol y la confianza... ¡Y la autoridad! Usted no puede imaginarse el alcohol que es la autoridad. Si usted inviste a un chuncano, a un paisano con un cargo de subcomisario o de juez de paz, ¡hay que ver la facundia que adquiere el tipo! Ahí aparece el español.
Yo quería ver la relación entre el Filloy cotidiano y el Filloy escritor. Se dice Fiyoy, ¿eh?... no Filoy. Mi apellido es gallego.

¿Usted es hijo de español?


Sí. Mi padre es gallego, mi madre francesa, mi mujer inglesa, mi suegro y mi suegra rusos. Cuando yo anotaba a mis chicos, el jefe de registro civil, que es muy amigo, me decía: Pero che... vos sos la Liga de las Naciones. Buen, esa es la emulsión americana. Esta mezcla de sangres y de pueblos distintos van creando un tipo humano. Le doy un dato importante. Según los índices antropométricos del servicio militar, el promedio de altura ha aumentado cerca de quince centímetros con respecto a la primera conscripción que se hizo en el país. Aquí, en estos pueblos, toda esta mezcla, toda esta gringada que se junta, ha producido unos especímenes humanos realmente valiosos. Hay una pendejada hermosa. Y viene mucha gente a buscar novia a Río Cuarto; las chicas son aquí realmente bonitas.


Lo he notado. Es lo primero que se ve. Ayer y hoy he estado caminando la ciudad. Así se la conoce.


Yo me pateo la ciudad. Mire, yo hice unas crónicas de mi viaje a Europa que se llaman Bitácoras del humor vagabundo. Son unas noventa crónicas. Justamente Clarín publicó algunas de ellas. Es mi segundo libro de viajes.

El primero fue Periplo, sobre un viaje por el patio líquido que es el Mediterráneo, por todas las naciones que bordean el Mediterráneo. Conozco Egipto hasta la presa de Asuán; conozco Tierra Santa como la palma de la mano, Grecia, etcétera. Y vea, he andado a pie. Hay que dejarse de macanas. ¡Esas giras turísticas que lo llevan de la nariz! Yo no tengo auto ni nunca lo tendré. Y he gozado haberme liberado del automóvil. Es un instrumento mortífero, por otro lado. Mortífero porque va arruinando al individuo. Se va perdiendo el hábito de caminar. ¿Usted ha visto la gente que anda en automóvil? Son culones, tienen la cintura pesada. Por ejemplo en Norteamérica, donde la proliferación del automóvil llega a proporciones catastróficas, la gente no sabe caminar. Eso sí, es un deleite ver caminar a los negros. Las negras y negros caminan a pasos de ballet. Ver caminar es una cosa hermosa. Yo camino por lo menos dos leguas diarias. Voy caminando y hago al mismo tiempo respiración yoga. Eso es lo que me ha mantenido muy bien. Además, camino con tensión helénica; con el eje de cada pie siempre en la misma línea. Mire, eso repercute en el organismo de una manera tan positiva... Yo tengo ochenta y un años, compañero.
No... ¿Ochenta y un años? Sí, ochenta y uno. Es increíble. No sé lo que es un dolor de cabeza. No sé dónde está el hígado o la vesícula. Yo creo que todo obedece a no haber tenido auto. ¿Usted sabe los desquicios psicológicos que trae aparejado el automóvil? Es tremendo, los nervios, la dependencia... Yo lo veo por mis hijos y por mi yerno. Son unos tipos locos de mierda que dicen que el conductor de adelante no sabe manejar.
Y el conductor de atrás dirá lo mismo de ellos. Sí, mire, tienen lo que en medicina se llama exacerbatio cerebris. Es patológico.
Bueno, Perón también era muy caminador. Creo que decía que no había que dejar de caminar porque si no a uno le pasa lo que a la estaca del alambrado, que por abajo se pudre y por encima se amontona la intemperie. Ah... ¡Qué bueno! Perón tenía cosas espléndidas.


Hablemos ahora un poco de libros.


En este momento estoy corrigiendo pruebas de una novela un poco extensa: unas cuatrocientas páginas.
¿Y cuándo va a sacar Caterva, de la cual me han hablado tanto? Bueno, la tiene que sacar Paidós. Caterva es una novela estuario que publiqué en 1939. Estuario porque avanza como un río. En una conferencia que di en Mendoza sobre novelística hice una distinción que me parece muy atinada sobre la diferencia entre el cuento, el relato y la novela. El cuento es dibujístico, es una línea, no tiene que tener adornos.
Es decir que el cuento sería para usted puramente lineal. Lineal, es claro. Utilizando una metáfora, un símil, yo lo comparo a los arroyos nuestros. Salen, hacen unos cuantos firuletes y desaparecen. Después está el riacho, que es muy distinto. El riacho pampeano, por ejemplo, va apaciblemente por los pequeños desniveles de la llanura y se remansa en ciertos lugares. Eso es más bien un relato. La novela, en cambio, es un río.


EL CUENTISTA


¿Cuál sería para usted el cuentista que más se ajusta a su definición? Quiroga, evidentemente. Ahora, el modelo europeo...Sí, Maupassant.


Y fuera de Horacio Quiroga, ¿qué otro cuentista se ajusta en la Argentina a su definición?


Guillermo Estrella, un cuentista muy bueno. En la década del 10 al 20 había otro: el uruguayo Javier de Viana, que vivió en Buenos Aires. Me gustaba porque con cuatro macanitas le sacaba un cuento. Bueno, macanitas no... bueno. Javier de Viana es puro cuento. Y sus cuentos se vinculan con las epopeyas militares y políticas de su país. El era uruguayo y estaba muy interiorizado de las luchas entre los blancos y colorados que fueron violentísimas. (Pausa)
Caramba, ¿en qué se ha quedado pensando?


Mire, estaba pensando en Pérez de Ayala, que para mí es la gran figura de la literatura española. Un poco oculto, un poco soterrado...
Nunca me lo hubiera imaginado. También tuvo una característica: era un hombre sumamente mordaz. Atacó en especial a figurones de la literatura española como Benavente. Era mordaz como Groussac.
No conozco casi a Pérez de Ayala pero que Groussac fue cáustico y mordaz, de eso no hay duda. Groussac fue un francés toda la vida. Llegó a dominar el castellano y a una relativa identificación argentina, pero fue un francés cien por cien, por su literatura, sus fuentes.


Pero casi toda su obra la escribió en castellano.


Sí, lo que quiero decir es que fue un escritor francés que escribió en castellano. Así como hoy el irlandés Beckett escribe en francés.
Eso me recuerda a un escritor nacido en Bélgica y naturalizado francés que escribe en un castellano que parece traducido, en una especie de español de hotel internacional. Sí, de acuerdo. Y actualmente cuando ese escritor alude al tema argentino está retrasado. Por ejemplo, cuando aborda el lunfardo emplea un lunfardo del año treinta. Yo no sé qué fobia tiene ese hombre a la Argentina. No quiere incorporarse.
Bueno, hay quien dice que es mejor ser ciudadano del mundo. Sí. A mí me han llamado la atención las visitas meteóricas de ese escritor a la Argentina. Nunca pasaban de quince días. Vivía enclaustrado. Huía.
Lo notable es que ha hecho escuela. Por su posición frente a la literatura, por sus actitudes. Hoy hay escritores argentinos que escriben pensando que van a ser traducidos y hay muchos que se pasan soñando con radicarse en el extranjero. En fin, no es ningún secreto que en Buenos Aires no sólo los artistas dicen que éste es un país de porquería y que hay que irse. Mire, hay que salir un poco de la Argentina para querer al país. Yo no soy ningún apátrida. Yo siento la nacionalidad. Afuera se siente enormemente la Argentina porque usted encuentra ámbitos completamente ríspidos, cerrados, hoscos, torvos. En fin, llenos de roñería, de privaciones, de espíritus cohibidos, de almas mancas. La última vez estuve nueve meses en Europa, recorrí una punta de naciones y permanecí en algunas ciudades. Es un tipo de vida completamente distinto del nuestro. Aquí usted ve la generosidad argentina en todos los aspectos de la vida. ¡Y hay detractores! Vea, una de las cosas que me calienta es que aquí vivimos en un ámbito de quejosos. ¿Quién no se queja aquí? Yo no quiero pecar de optimista. Pero es un país de vida rica. Si hay algo rico en la Argentina es el pueblo. El Estado es pobre. El Estado está siempre en la inminencia de una quiebra, de una falencia.


Es un pueblo que opta por darse los gustos, ¿no?


Sí. ¡Mire las recaudaciones de los partidos de fútbol! Y esos verdaderos éxodos humanos a Mar del Plata. Vaya usted a Europa y va a ver lo que es la roñería del centavo. Féparguerie des sous, como dicen los franceses. Hay gente que camina cuarenta cuadras para comprar una hortaliza medio franco más barata. Aquí nosotros nos dejamos robar a conciencia, con fruición. Y los trabajadores trabajan menos y son menos exigidos que en otras partes.


Pero la mano de obra es excelente No sólo la mano sino la cabeza. Recuerdo cuando los ferrocarriles estaban en mano de los ingleses. Los muchachitos argentinos eran los que hacían toda la diagramación y los ingleses que venían contratados no hacían más que firmar.


Mire, cuando vinieron las grandes industrias a Córdoba trajeron todos esos planes de organización, esos organigramas y todas esas habladurías de sociología industrial. A veces los obreros les hacían una huelga o brazos caídos o a desgano. Pero cuando se dedicaban a trabajar, ¡suplían tres veces el tiempo perdido! Porque aquí los obreros piensan. Claro que desde el punto de vista político o desde el punto de vista empresarial esa deserción o languidez en el trabajo repercuten. Pero no en el trabajo en sí. Repercuten en los balances. Eso es lo que los calienta a esos chupasangres. Toda esa gente quiere plata a troche y moche. Y después el capital va a una nación de Europa donde se permite que se junte toda la mugre del capitalismo mundial. Una nación que presume de ser la más limpia, la más atildada, la más pulcra...


UN GRAN FRESCO


¿Y volviendo a la literatura?


Ah... Para mí la novela es como un friso pictórico, así como el cuento es dibujístico. La novela toma una fracción de vida, una fracción de pueblo, una fracción de sociedad. Es curioso, pero no hay novelas multitudinarias, novelas que tomen a la multitud como protagonista. Solamente conozco un novelista, el catalán Raymundo Casellas, que lo ha hecho muy bien. Como digo, la novela es un gran friso, un gran fresco. Claro, hay novelas con muchos personajes. O hay cúmulos de novelas sagas como Los Ronjon-Maquart, Los Thibault, donde aparecen familias enteras.


Yo estoy haciendo una saga ahora. Ya llevo tres volúmenes y serán cuatro. Agarro una familia, una familia cuyo primer protagonista participa de la campaña del desierto. Es una familia de sinvergüenzas. A mí me gustan los personajes complejos, con todas las taras. No hay novela de buenas costumbres. La mujer honesta no tiene historia. No se puede novelar sobre hechos correctos. Ahora, en mi novela Caterva hay ciento seis personajes. Personajes tangenciales que entran, salen, vuelven pero, eso sí, con un elenco de siete tipos que son los que hacen la novela.


¿Cómo ve en este momento la novelística argentina?


Mire, hay evidentemente un fenómeno de promoción. Se ha llegado a una cosa fastidiosa para el escritor realmente vocacional. La promoción es evidentemente una gran espuela, la espuela económica. Una gran propaganda se encarga de crear una personalidad ficticia, pero entonces ese escritor se llena de dinero. Pero una cosa es promoción y otra fama. La fama sería la decantación de un prestigio logrado por méritos auténticos mientras que la promoción es la exaltación de méritos adventicios con una finalidad económica. Las editoriales hacen más o menos lo que hace Lectoure en el Luna Park. Promueven, estimulan a un muchacho que ha pegado un sopapo bien, le hacen un tren bárbaro, le preparan una pelea mejor, le pasan unos pesos y bueno... hay algo semejante. es claro que el símil es un poco grosero, ¿no?


Peor sería que fuese cauto. Ahora no hay muchos escritores vocacionales en el país. Hay escritores, sí, promovidos por las editoriales. Y hay también una abundancia de comentaristas. Hay una profusión de publicaciones que recuerdan a las tesis universitarias.
Usted trabaja mucho, ¿no? Si, yo soy un sistemático. Trabajo todos los días. Creo que la inspiración no existe.


¿La inspiración es el trabajo, como decía Valery?


Sí. Sobre el trabajo hay una frase exacta de Baudelaire que dice que el trabajo es una forma desesperada de divertirse y es la pura verdad. Trabajando se presentan todas las ideas y se estimula la imaginación. Sin imaginación no hay escritor; no hay escritor creacional. Y el que no tenga imaginación que se corte la mano; que no escriba.


La imaginación es la gran matriz que provee todos los argumentos, todas las formas de desarrollo, todas las estilizaciones, etcétera. Ahora, crear y escribir son cosas diferentes. Por eso a mí no me gusta el trabajo de glosa, de comentario, el trabajo de escoliasta. El que tiene vocación literaria debe ser creacional. Es una especie de mayéutica: un parto diario. El escritor debe tener veinte embarazos. Y están saliendo todos los días... Y una vez parido, ¡a otra cosa! Uno se desinteresa. Yo no he leído ningún libro mío después de publicado. Me interesa el que está por nacer, me tiene preocupado la preñez. Y bueno, cuando sale... ¡a otra cosa también! Es un parto continuo. Y muchas veces esos partos no son normales, son abortivos. Es peor todavía. Y en esos engendros aparece una cosa teratológica que es mejor que lo natural. Porque desde el punto de vista literario a veces vale más lo monstruoso.


¿Y usted trabaja en varios libros al mismo tiempo?


Sí. Escribo cinco o seis cosas simultáneamente. Tengo cuarenta libros para publicar. Creo que la vocación es torrencial. A mí me pudren esos poetas que juntan cinco sonetos y los reparten estratégicamente. ¡Si yo que he escrito novecientos cincuenta sonetos siguiera este procedimiento tendría que disponer de los fondos del Banco Central para publicarlos! No puede ser.

El escritor vocacional debe ser torrencial. Que por ahí salga una cosa mala, bueno, qué le vamos a hacer... Pero, habitualmente, sale algo que tiene el cuño, la sangre, el espíritu del numen del escritor. Por ejemplo, hoy estaba hojeando el último libro de Ramponi y veo que es un poeta torrencial, que no puede contenerse. Es un geyser. ¿Y cómo se va a contener a un geyser? Usted puede atajarlo a Bonavena, no a un geyser. Usted no puede atajar a una locomotora con ademanes, ni mucho menos una inundación.

Mire, el hombre que crea es una pobre víctima de su vocación. A mí me pasa eso. Yo tengo que escribir todos los días porque si no estoy jodido, me abotargo. El creador no sólo tiene una población adentro, tiene un manicomio también. Si usted tuviera una población de hombres correctos, de ciudadanos pulcros, sería un escritor insoportablemente monótono, porque la vida correcta es lo más estúpido que hay. De modo que si usted no tiene un manicomio adentro, tipos de psicología podrida, de caracterología enrevesada, no puede hacer novela. Ahora estoy corrigiendo las pruebas de una novela en tres niveles. Es una novela de tema militar. Creo que vamos a tener problemas. Pero es una creación literaria. Se llama Vil y Vil. Un general que prepara la revolución desde un ministerio y que utiliza como confidente a un muchacho, un ordenanza, que es un estudiante próximo a recibirse de abogado y que está haciendo el servicio militar diferido. También he mandado otra novela que se llama Zodiaco, que para mí es muy corta. Es raro porque nunca hago cosas cortas. ¡No hay tiempo para hacer cosas cortas!


¡Caramba! ¿Y las palindromías las recogerá en un libro?


Sí, a eso iba. Estoy preparando el libro de las palindromías o frases que se leen al derecho y al revés. Publicaré todas las frases palindrómicas. Las del emperador León VI, considerado el campeón de la palindromía, que publicó veintiséis en griego, las de Ambrosio en latín, la única de Dante, palindromías francesas, japonesas, húngaras, italianas y la única que he conocido en castellano. Finalmente incluiré diez mil frases palindrómicas mías.


¿Qué diría usted a los que dicen o piensan que la suya es una literatura de juego o de evasión?


Y bueno. Que la hagan ellos. Yo por mi condición de magistrado he debido tener una actitud completamente al margen de las militancias políticas e ideológicas. Y tengo mis ideas y mi ideología política y filosófica. Pero en razón de mi magistratura debía tener despojo y aplomo. Tener una mente limpia para poder juzgar con soberanía cualquier tema que se llevara a mi estrado y tener soberanía mental para hacer caer mi opinión como cae una plomada. No he podido ser jamás un escritor comprometido. Pero desafío a quienes me acusan de hacer una literatura de evasión... o no desafío nada porque, en realidad, me interesan las discrepancias, las apruebo y las estimulo. Como Oscar Wilde que se quejaba porque no lo criticaban. Mire, yo no he escrito nada pornográfico, he escrito cosas crudas, escenas que son reales en cualquier persona normal. He pintado la vida prostibularia, por ejemplo, en Caterva y Balumba, en épocas en que los quilombos estaban perfectamente permitidos. El escritor debe ser una especie de notario público, Debe dar fe del momento en que vive.


NOTARIO DE LA REALIDAD


Veo que usted es un escritor realmente comprometido, un escritor sin retaceos, a diferencia de tanto otro escritor que se considera tal y que dice ciertas cosas y esconde otras.


En las novelas que escribí entre el treinta y el cuarenta he sido un verdadero notario público de la realidad argentina. Todo libro es un acta notarial. Usted pinta un fragmento de vida, un fragmento de sociedad. Es lo que en griego se llama ectopeya, el estudio de la conducta. Así, la gente que me acusa de hacer una literatura de evasión, ¿por qué me cita ahora como precursor de una literatura sin remilgos, sin eufemismos? Yo no iba a escribir como Carlos Novell en La novia de don Juan donde descaracteriza a un paisano haciéndole decir: "Váyase usted al estiércol". ¿Dónde ha visto a un paisano que diga: "Váyase usted a la grampa de la puerta"? Eso no es lo corriente en nuestro idioma coloquial. En Balumba hay versos prostibularios, sí, pero verdaderos aguafuertes que recuerdan a las obras de Facio Hebequer, ese gran litografista que pintaba la realidad como es.


¿Y cómo es ese libro de cuentos de la saga de los Ochoa?


En los cuentos de los Ochoa aparece un paisano, don Primo Ochoa, procaz, zafado, borracho, haragán, que tiene todas las virtudes auténticas del criollo. Es una especie de contrafigura de Segundo Sombra. En efecto, don Segundo fue un gaucho que se descaracterizó al ser ascendido a peón. Entró entonces en la cocina de una estancia y aprendió a comer con tenedor y sentado en un banco. ¡Y ahí se jodió el paisano! Se descaracterizó totalmente. ¡De modo que sólo faltaba que cuando iba a hacer los arreos recitara poemas de François Villon! Claro, los escritores de la oligarquía hicieron todo lo posible por exaltar las virtudes paisanas, pero no para honrarlas sino para explotarlas. En cambio, don Primo Ochoa es un gaucho auténticamente cordobés, un gaucho de pampa seca que tiene toda la picardía congénita. Un viejo atorrante, vago, borracho, pero sumamente simpático. La saga nativa o Saga de los Ochoa está integrada por Los Ochoa — cuentos, relatos y noveloides — La Potra, Decio SA y La Hucha, que son novelas. Son cosas con vida. Goethe decía algo muy cierto en sus Conversaciones con Eckermann: La novela, el cuento, la poesía y toda obra literaria tienen que producir estremecimiento.


Sin estremecimiento — dice — no se opera el milagro literario. Los escritores que hacen pura y exclusivamente cuentos mentales son fríos, no tienen sangre, no hay barro vital. Hay que reconocer que cuando Borges escribe cuentos mentales lo hace muy bien. Borges escribe muy bien y cerebra muy bien. Tiene una imaginación admirable. Pero... le falta quilombo.

lunes, 28 de enero de 2008

Don Roberto Arlt (Un hombre extraño)


Roberto Arlt
(1900 - 1942)


Novelista y dramaturgo argentino que abrió el camino a una nueva narrativa urbana. Roberto Godofredo Cristophersen Arlt nació en Buenos Aires, Argentina, el 2 de abril de 1900, hijo de padre alemán y madre italiana. Abandonó la escuela primaria antes de aprobar el tercer curso, aunque a los ocho años ya escribió sus primeros relatos. Pronto fue un fiel usuario de la biblioteca del barrio, donde leía libros de tendencia anarquista y luego a los escritores rusos Gorki, Tolstoi y Dostoievski. Entró en la Escuela Mecánica de la Armada de donde fue expulsado en 1910, lo que provocó conflictos con su padre. En 1924 comienza a relacionarse con los escritores de Florida y Boedo a cuyos encuentros poéticos y políticos asiste pero sin adherir ninguno en particular. Entró como secretario de Ricardo Güiraldes en 1924 y empezó a publicar en la revista Proa que éste dirigía; también escribió crónicas policiales en el diario Crítica, y desde entonces se dedicó al periodismo. En 1930 obtuvo el tercer premio del Concurso Literario Municipal con su novela “Los siete locos” (1932), un examen desesperado sobre la desorientación que provocó la I Guerra Mundial. Viaja a España y a su regreso a Argentina se encuentra con Juan Carlos Onetti y comienza una buena amistad. Roberto Arlt padeció una vida llena de privaciones y problemas, y Onetti ha dicho de él: “Es el último tipo que escribió novela contemporánea en el Río de la Plata”. Su primer libro, “El juguete rabioso” (1926), es una de las mejores novelas argentinas de todos los tiempos. Plena de rasgos autobiográficos y picarescos, expresa angustia y violencia con un soporte lingüístico áspero, vivísimo, que narra la iniciación de un adolescente en el mundo del hampa. En “Los siete locos” (1929) y en “Los lanzallamas” (1931), donde se aprecia la influencia de Fiódor Dostoievski, uno de sus escritores preferidos, vuelve a aparecer retratado de modo muy realista el mundo de los bajos fondos de Buenos Aires, con sus tangos, delincuentes, prostitutas y rufianes. Arlt también escribió relatos, crónicas y obras de teatro renovadoras como “La isla desierta” (1937), un amargo retrato sobre la burocracia. Murió el 26 de julio de 1942 víctima de un ataque cardíaco.

* * *



Un hombre extraño



Por Roberto Arlt




A las diez de la mañana Erdosain llegó a Perú y Avenida de Mayo. Sabía que su problema no tenía otra solución que la cárcel, porque Barsut seguramente no le facilitaría el dinero. De pronto se sorprendió.
En la mesa de un café estaba el farmacéutico Ergueta.
Con el sombrero hundido hasta las orejas y las manos tocándose por los pulgares sobre el grueso vientre, cabeceaba con una expresión agria, abotagada, en su cara amarilla.
Lo vidrioso de sus ojos saltones, su gruesa nariz ganchuda, las mejillas fláccidas y el labio inferior casi colgando, le daban la apariencia de un cretino.
Enfundaba su macizo cuerpazo en un traje de color de canela y, a momentos, inclinado el rostro, apoyaba los dientes en el puño de marfil de su bastón.
Por ese desgano y la expresión canalla de su aburrimiento tenía el aspecto de un tratante de blancas. Inesperadamente sus ojos se encontraron con los de Erdosain, que iba a su encuentro, y el semblante del farmacéutico se iluminó con una sonrisa pueril. Aún sonreía cuando le estrechaba la mano a Erdosain, que pensó:
—¡Cuántas lo han querido por esa sonrisa!
Involuntariamente, la primera pregunta de Erdosain fue:
—Y, ¿te casaste con Hipólita?
—Sí, pero no te imaginás el bochinche que se armó en casa...
—¿Qué..., supieron que era de la vida?
—No... eso lo dijo ella después. ¿Vos sabés que Hipólita antes de hacer la calle trabajó de sirvienta?...
—¿Y?
—Poco después que no casamos, fuimos mamá, yo, Hipólita y mi hermanita a lo de una familia. ¿Te das cuenta qué memoria la de esa gente? Después de diez años reconocieron a Hipólita que fue sirvienta de ellos. ¡Algo que no tiene nombre! Yo y ella nos vinimos por un camino y mamá y Juana por otro. Toda la historia que yo inventé para justificar mi casamiento se vino abajo.
—¿Y por qué confesó que fue prostituta?
—Un momento de rabia. Pero, ¿no tenía razón? ¿No se había regenerado? ¿No me aguantaba a mí, a mí, que les he sacado canas verdes a ellos?
—¿Y cómo te va?
—Muy bien... La farmacia da sesenta pesos diarios. En Pico no hay otro que conozca la Biblia como yo. Lo desafié al cura a una controversia y no quiso agarrar viaje.
Erdosain miró repentinamente esperanzado a su extraño amigo. Luego le preguntó:
—¿Jugás siempre?
—Sí, y Jesús, por mi mucha inocencia, me ha revelado el secreto de la ruleta.
—¿Qué es eso?
—Vos no sabés... el gran secreto... una ley de sincronismo estático... Ya fui dos veces a Montevideo y gané mucho dinero, pero esta noche salimos con Hipólita para hacer saltar la banca.
Y de pronto lanzó la embrollada explicación:
—Mirá, le jugás hipotéticamente una cantidad a las tres primeras bolas, una a cada docena. Si no salen tres docenas distintas se produce ferozmente el desequilibrio. Marcás, entonces, con un punto la docena salida. Para las tres bolas que siguen quedará igual la docena que marcaste. Claro está que el cero no se cuenta y que jugás a las docenas en series de tres bolas. Aumentás entonces una unidad en la docena que no tiene alguna cruz, disminuís, en una, quiero decir, en dos unidades la docena que tiene tres cruces, y esta sola base te permite deducir la unidad menor que las mayores y se juega la diferencia a la docena o las docenas que resulten.
Erdosain no había entendido. Contenía su deseo de reír a medida que su esperanza crecía, pues era indudable que Ergueta estaba loco. Por eso replicó:
—Jesús sabe revelar esos secretos a los que tienen el alma llena de santidad.
—Y también a los idiotas —arguyó Ergueta, clavando en él una mirada burlona, a medida que guiñaba el párpado izquierdo­. Desde que yo me ocupo de esas cosas misteriosas he hecho macanas grandes como casas, por ejemplo, casarme con esa atorranta...
—¿Y sos feliz con ella?
—…creer en la bondad de la gente, cuando todo el mundo lo que tira es a hundirlo a uno y hacerle fama de loco...
Erdosain, impaciente, frunció el ceño; luego:
—¿Cómo no querés que te tengan por loco? Vos fuiste, según tus propias palabras, un gran pecador. Y de pronto te convertís, te casás con una prostituta porque eso está escrito en la Biblia, le hablás a la gente del cuarto sello y del caballo amarillo... Claro... la gente tiene que creer que estás loco, porque esas cosas no las conoce ni por las tapas. ¿A mí no me tienen también por loco porque he dicho que habría que instalar una tintorería para perros y metalizar los puños de las camisas?... Pero yo no creo que estés loco. No, no lo creo. Lo que hay en vos es un exceso de vida, de caridad y de amor al prójimo. Ahora, eso de que Jesús te haya revelado el secreto de la ruleta me parece medio absurdo...
—Cinco mil pesos gané en las dos veces...
—Pongamos que sea cierto. Pero lo que te salva a vos no es el secreto de la ruleta, sino el hecho de tener una hermosa alma. Sos capaz de hacer el bien, de emocionarte ante un hombre que está a las puertas de la cárcel...
—Eso sí que es verdad —­interrumpió Ergueta­. Fijate que hay otro farmacéutico en el pueblo que es un tacaño viejo. El hijo le robó cinco mil pesos... y después vino a pedirme un consejo. ¿Sabés lo que le aconsejé yo? Que lo amenazara al padre con hacerlo meter preso por vender cocaína si lo denunciaba.
—¿Ves cómo te comprendo yo? Vos querías salvar el alma del viejo haciéndole cometer un pecado al hijo, pecado del que éste se arrepentirá toda la vida. ¿No es así?
—Sí, en la biblia está escrito: “Y el padre se levantará contra el hijo y el hijo contra el padre”...
—¿Ves? Yo te entiendo a vos. No sé para lo que estás predestinado... El destino de los hombres es siempre incierto. Pero creo que tenés por delante un camino magnífico. ¿Sabés? Un camino raro...
—Seré el Rey del Mundo. ¿Te das cuenta? Ganaré en todas las ruletas el dinero que quiera. Iré a Palestina, a Jerusalén y reedificaré el gran templo de Salomón...
—Y salvarás de angustia a mucha gente buena. ¡Cuántos hay que por necesidad defraudaron a sus patrones, robaron dinero que les estaba confiado! ¿Sabés? La angustia... Un tipo angustiado no sabe lo que hace... Hoy roba un peso, mañana cinco, pasado veinte y cuando se acuerda debe cientos de pesos. Y el hombre piensa. Es poco... y de pronto se encuentra con que han desaparecido quinientos, no, seiscientos pesos con siete centavos. ¿Te das cuenta? Ésa es la gente que hay que salvar..., a los angustiados, a los fraudulentos.
El farmacéutico meditó un instante. Una expresión grave se disolvió en la superficie de su semblante abotagado; luego, calmosamente, agregó:
—Tenés razón... el mundo está lleno de turros, de infelices... pero ¿cómo remediarlo? Esto es lo que a mí me preocupa. ¿De qué forma presentarle nuevamente las verdades sagradas a esa gente que no tiene fe?
—Pero si la gente lo que necesita es plata... no sagradas verdades.
—No, es que eso pasa por el olvido de las Escrituras. Un hombre que lleva en sí las sagradas verdades no lo roba a su patrón, no defrauda a la compañía en que trabaja, no se coloca en situación de ir a la cárcel del hoy al mañana.
Luego se rascó pensativamente la nariz y continuó:
—Además, ¿quién no te dice que eso no sea para bien? ¿Quiénes van a hacer la revolución social, si no los estafadores, los desdichados, los asesinos, los fraudulentos, toda la canalla que sufre abajo sin esperanza alguna? ¿O te creés que la revolución la van a hacer los cagatintas y los tenderos?
—De acuerdo, de acuerdo... pero, en tanto llega la revolución social, ¿qué hace ese desdichado? ¿Qué hago yo?
Y Erdosain, tomándolo del brazo a Ergueta, exclamó:
—Porque yo estoy a un paso de la cárcel, ¿sabés? He robado seiscientos pesos con siete centavos.
El farmacéutico guiñó lentamente el párpado izquierdo y luego dijo:
—No te aflijás. Los tiempos de tribulación de que hablan las Escrituras han llegado. ¿No me he casado ya con la Coja, con la Ramera? ¿No se ha levantado el hijo contra el padre y el padre contra el hijo? La revolución está más cerca de lo que la desean los hombres. ¿No sos vos el fraudulento y el lobo que diezma el rebaño...?
—Pero, decime, ¿vos no podés prestarme esos seiscientos pesos?
El otro movió lentamente la cabeza:
—¿Te pensás que porque leo la Biblia soy un otario?
Erdosain lo miró desesperado:
—Te juro que los debo.
De pronto ocurrió algo inesperado.
El farmacéutico se levantó, extendió el brazo y haciendo chasquear la yema de los dedos, exclamó ante el mozo del café que miraba asombrado la escena:
—Rajá, turrito, rajá (1).
Erdosain, rojo de vergüenza, se alejó. Cuando en la esquina volvió la cabeza, vió que Ergueta movía los brazos hablando con el camarero.
Nota:
Rajar. En l.v. huir, escapar velozmente, despedir con cierta falta o muy poca urbanidad a alguien. Decir algo groseramente, etc. (Un par de maniobras y me deslizaba por el túnel hacia la libertad de la calle. Al asomar el paragolpes en la vereda me rajaron un insulto. Frené, sorprendido. El semáforo me protegía y la chicharra sonaba como un taladro. M.A.).
Turro. Pop. Incapaz, inepto, necio (“Che..., supe, que a ese por turro / Como ratón pa la cueva, / Lo portaron pa’ la Nueva / Porque hizo chillar el burro”. Iriarte, Batifondo...). // Ruin, vil, de sentimientos innobles (“Cuando tipos bien vestidos buscan darnos conversación, tenemos que cuidarnos. O son tiras o son turros”. Kordon, La vuelta..., 74). El femenino turra se aplica a la mujer que se entrega con facilidad, por vicio o por interés. La primera acepción puede ser deformación del esp. tuno: bribón; la segunda y el femenino acusan un visible cruce con atorrante. Turrear: holgazanear (“...Las hermanas en la puerta y el hermano contemplando la media docena de vagos que turrean en la esquina”. Arlt, Aguafuertes..., 1933, 71). Turrero: rufián que explota prostitutas de ínfima condición.
Fuente:
Arlt, Roberto. “Los siete locos”, Buenos Aires, Latina, 1929.
* * *

“Pasando a otra cosa: se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia”.
Roberto Arlt

viernes, 18 de enero de 2008

La noche del secuestro


La noche del secuestro

Haroldo Conti fue secuestrado en la madrugada del 5 de mayo de 1976 por una brigada del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército Argentino. Desde entonces continúa desaparecido.

Por Marta Scavac

Apenas entramos, unos diez hombres estrafalariamente vestidos con vinchas, gorras y ropas raras, se nos vino encima. Inmediatamente me ataron las manos detrás de la espalda y me cubrieron, con ropa, la cara y la cabeza. Escucho que hacen lo mismo con Haroldo; aunque él se resiste, no es fácil reducirlo, es muy fuerte, pero le dicen que se quede quieto por el pibe, se referían al bebito. Escucho luego un ruido de cadenas. Pasados los primeros momentos de sorpresa yo también intento resistirme, pero las dos personas que me sujetaban me arrojaron al piso y comenzaron a patearme y a gritarme que me quede quieta. No sabía de qué se trataba. Pensé que era un asalto porque escuché cómo revisaban toda la casa y rompían objetos, quizá buscando dinero. Les dije que no teníamos dinero, que no era una casa de ricos, pero seguían buscando y rompiendo. El otro muchacho gritaba, les decía "dejen a la señora, cobardes, ella no tiene nada que ver, no le peguen, déjenla" y le respondían con fuertes golpes. También pedía agua, aterrada alcancé a pedirles que le diesen agua, que no le pegasen. Él reclamaba por la Convención de Ginebra. Ahí mi desconcierto era total. No entendía qué decía al mencionar la Convención de Ginebra. No entendía nada de toda esa pesadilla espantosa.
Distinguía dos voces entre todas, las del que al parecer dirigía todo, el "malo" del grupo, y otra suave, la del "bueno" que me sacó del comedor y me llevó al escritorio. Se notaba que era una persona con cierto nivel cultural y en todo momento tuvo un trato muy especial conmigo. Lo escuchaba romper papeles. afiches que teníamos en las paredes, me decia: "señora, ¿cómo una mujer de su clase se metió en esto?". Le pedí que me explicara quiénes eran, qué querían. Me respondió que estábamos en guerra: "o nosotros los matamos o ustedes nos matan a nosotros". Le respondí que nosotros no matábamos a nadie, que yo no conocía ninguna guerra en nuestro país. Escucho que sigue rompiendo papeles. Le suplico que no rompa el cuento que Haroldo estaba escribiendo. Después comprobé que dejó la máquina de escribir de Haroldo, junto al borrador del cuento, intacto. Quedó sólo eso sin romper como un símbolo en medio de la casa revuelta, como sacudida por un terremoto.
Me preguntó de dónde veníamos. Le respondí que del cine y que en el abrigo estaba el programa. Comenzó a molestarse cuanto me preguntó por qué había viajado a Cuba con Haroldo. Le dije el motivo, que Haroldo había sido jurado de novela de Casa de las Américas. Me reprochó por qué no viajaba a Estados Unidos y le respondí que sí había viajado a ese país, y que podía comprobarlo en el pasaporte. Censuró además mi colaboración con Haroldo en la novela "Mascaró" y le pregunté qué tenía en contra de la novela. Me respondió que era una novela subversiva e insistió en por qué había colaborado en eso. Le expliqué que trabajaba junto a mi marido ayudándolo en su tarea de escritor. Simultáneamente escuchaba cómo el "malo" le hacía preguntas a Haroldo. No podía distinguir bien las preguntas y respuestas, aunque se filtró la voz del "malo" diciendo: "Don Haroldo ¿por qué se metió en esto? Lo va a pagar caro". Me aterroricé al escuchar esto y le pregunté al "bueno" qué estaba pasando, qué pasaba con mi marido, por qué le decían eso. No me responadió. Seguía revisando papeles. Yo escuchaba el ruido de los libros contra el suelo.
Interrumpió el "malo" para preguntarme sobre un escrito taquigráfico que había en mi cartera. Yo, por los nervios, no podía recordar de qué se trataba. Como soy taquígrafa, así se lo expliqué, muchas de las notas que hacíamos con Haroldo para la revista las escribía yo. Uno de ellos dice que les estoy tomando el pelo. que voy a hablar cuando me lleven. Era desesperante, mi impotencia era total, no sé si me creyeron, pero yo les decía la verdad.
Me preguntaban sobre la vida del muchacho que estaba en la casa. Yo no sabía nada de él, solamente que vivía en Córdoba y que estaba de paso por la Capital, que nos había pedido estar unos días en casa mientras buscaba buenos precios porque trabajaba de decorador y hacía los arreglos de escenografía en teatros de Córdoba. Les expliqué que eran frecuentes las visitas y que yo no tenía tiempo, por el trabajo de la casa y los chicos, de conocer la vida de cada uno. Me decían que era un guerrillero, yo les preguntaba de dónde, yo no conocía su vida íntima y seguían insistiendo en que era un subversivo, que por qué estaba en mi casa. Otra vez trataba de explicarles como podía la presencia de esta persona en casa. que era muy correcto, muy bueno.
Comienza a llorar el nene. Les pido que me dejen ir con mi hijo que lloraba de hambre. Haroldo escucha y grita: "dejen que la madre esté con el nene dejen a mi mujer dejen que le dé la mamadera". El "bueno" me pregunta cómo se prepara y cuando termino de darle las indicaciones, dice que me quede tranquila que él va a atender a Ernestito. Uno de los sujetos encuentra unas fotos que Federico Vogelius nos había sacado. a mí y al nene, dos meses atrás en Claromecó. Me dice qué lindo pibe tenía, qué linda que estaba yo en esa foto, qué bien que habíamos salido madre e hijo. Vuelve a preguntarme que cómo era que me había metido en esto. Vuelvo a decirle que yo no estaba metida en nada que nuestra vida era pública, normal que todo era perfectamente legal, que no teníamos que ocultar nada. Se aleja y me doy cuenta de que estoy sola en el escritorio. Seguía escuchando cómo rompían los jarrones de adorno y me doy cuenta que sacan cosas de la casa, que se llevan los muebles. Ahí me confundo de nuevo pensando que podía tratarse de ladrones comunes. Vuelve el bueno y me pregunta qué temperatura debe tener la leche para el nene. yo le explico y le vuelvo a pedir que me deje atender a mi hijo. Me dice nuevamente que eso no podía ser, que me quedara tranquila, que él se había hecho cargo. Me quedé con la sensación de que él era padre o estaba por serlo. Estaba desconcertada. Seguían llevándose cosas y no entendía cómo podían actuar tan tranquilamente, siendo que la comisaría 29a. estaba a menos de dos cuadras y el patrullaje por esta zona era frecuente. Lo que para nada era común era una mudanza a estas horas de a noche. Confiaba en que alguien se diera cuenta de la situación y que interviniera. pero no pasó nada.
Ya no escucho llorar al bebé. El "bueno" viene a decirme que me quede tranquila que Ernestito había comido. Le pregunto por mi hija, no entendía cómo tanto ruido no la había despertado. Me dice que está bien, que no me preocupe. Vuelve el "malo" y me informa: "nos llevamos a su marido porque tenemos unas cuantas preguntas que hacerle. Yo le respondo que había escuchado toda la noche cómo lo interrogaban y que si querían continuar con las preguntas que lo hicieran en casa. El "malo" pierde el control otra vez y me insulta, me grita, me amenaza. Interviene el "bueno" pidiendo que me deje tranquila. Escucho que hablan entre ellos. No entiendo lo que dicen. Se filtran unas palabras: "no, no tenemos lugar, el coche está completo". Yo seguía a los pies de ellos. tirada. atada y encapuchada. De pronto se acerca nuevamente el "malo" y me dice: "bueno, hemos decidido llevarnos a Haroldo y vos te quedás piola, no intentés escapar porque dejamos un coche en la puerta y en cuanto asomés la cabeza te limpiamos". Les pido nuevamente que no se lo lleven. Fueron inútiles mis ruegos. Cuando comprendí que no podía convencerlos de que lo dejaran, les pedí que se llevasen los remedios que Haroldo tomaba desde que un patrullero lo había atropellado en diciembre del '73. Me preguntan dónde están esos remedios y les digo que en la mesita de luz. No me responden. En un momento de desesperación les grité que quería despedirme de mi marido. Interviene el "bueno" y me dice: "yo la voy a llevar señora" . Sigo sus pasos porque, lógicamente, no veía nada. En el trayecto uno de ellos le dice al que me llevaba: "¿vas a bailar el vals con la señora que está tan elegante?". Yo imagino que estaría muy elegante después de haber estado en manos de ellos. Seguimos caminando hasta que, en un momento, el que me llevaba se detiene y me doy cuenta que estamos en la entrada del dormitorio. Comienzo a llamar a Haroldo. Le pido que se acerque. que no lo puedo ver y escucho su voz que me responde y siento su cuerpo próximo al mío. Me desespero tratando de verlo. de tocarlo pero sigo con las manos atadas y la cabeza encapuchada. Haroldo me responde: "estoy bien querida, no te preocupes por mí, cuidate vos y el nene, yo estoy bien. Siento que Haroldo se acerca y me besa la barbilla, que era la única parte de la cara que tenía descubierta. Ahí me doy cuenta que Haroldo no estaba encapuchado, ya que me besó directamente la parte descubierta. Comienzo a gritar que no me lo lleven, quiero tender mis manos hacia Haroldo pero no puedo desatarme. Siento que bruscamente nos apartan. Todo sucede rápidamente. Me tiran sobre la cama. Uno de ellos cubre mi cuerpo con el suyo y me pone un revólver en la nuca. Siento los gritos del muchacho cuando se lo llevan, siento un ruido de cadenas nuevamente y motores de automóviles que se encienden. El tipo que me estaba custodiando gritaba sin parar "no te muevas, no te muevas, no te muevas". Pero no podía moverme. Apenas podía respirar con mi cara apretada contra el colchón. Escucho que se abre la puerta de calle y una voz llama al sujeto que estaba conmigo. Este sale corriendo y ahora escucho un portazo y que cierran la puerta con llave. Luego un silencio de muerte me rodea. Me doy cuenta que se han ido todos. Trato, con gran esfuerzo. de incorporarme de la cama y llego al cuarto de mis hijos. No sé cómo logro desatarme y quitarme la ropa que cubría mi cabeza; son dos camisas, una de Haroldo y otra de Miriam. Veo al bebito durmiendo en la cuna, me acerco a la cama de Miriam y comienzo a llamarla a los gritos, desesperada. Ella no me responde, mis fuerzas físicas no dan más, las piernas se me doblan y la cabeza me da vueltas. Sigo llamando a la nena, enloquecida empiezo a sacudirla y siento un olor muy fuerte. Me doy cuenta que estaba dormida con cloroformo. Ernestito comienza a llorar, seguramente asustado por mis gritos, y Miriam abre los ojos enormes, sus pupilas están dilatadas. Rápidamente le cuento a la nena lo que había pasado, le pido que se levante y me ayude a salir de la casa. Sigue mirándome espantada y comienza a llorar cuando ve la casa toda revuelta. Las dos lloramos juntas, aterrorizadas. Le pongo un abrigo sobre el camisón y envuelvo al nene en una frazada. Comienzo a caminar por la casa hacia la puerta. En el piso hay que sortear objetos rotos, ropa, papeles y libros. Miro hacia el comedor y veo platos, cubiertos y restos de comida. Habían comido las milanesas que tenía preparadas. También tomado café. El aparato de teléfono no estaba, se lo habían llevado. Dejaron un sillón grande de cuero, allí siento a los chicos y me subo al respaldo tratando de alcanzar una ventana. La abro y salto a la vereda. No veo ningún coche vigilando. La nena me pasa al bebito y salta con mi ayuda Comenzamos a caminar. Eran alrededor de las seis de la mañana. Llovía y hacía mucho frío. Un amanecer gris y destemplado, clásico de un día de mayo. Cuando siento que las piernas no me dan más, veo pasar un taxi desocupado. No podía creer en ese milagro. Lo llamo y el taxista se detiene y baja a ayudarme. Le cuento brevemente lo que me había pasado y le pido que nos lleve hasta la casa de mis padres, pero le aclaro que no tengo un solo peso para pagarle, ya que me habían robado hasta las monedas. El taxista me di jo "señora, yo trabajo de noche y todos los días veo casos como el suyo, yo la llevo donde sea". El hombre tapa la banderita del reloj del taxi, me ayuda a sentarme, acomoda a mis hijos y parte a toda velocidad. No hablamos una palabra en todo el trayecto. Al llegar se baja y vuelve a ayudarme con los chicos. Me pregunta: "¿en qué puedo ayudarla?". No sé quién es este hombre, ignoro su nombre, sólo tengo este medio para agradecerle profundamente su solidaridad. Jamás lo olvidaré.

Testimonio de Marta Scavac, esposa de Haroldo Conti, revista Crisis, Nº 41, abril de 1986.

Daniel Moyano y Adolfo Bioy Casares

La transterrada historia de Daniel Moyano (Reina Roffé)







Daniel Moyano

Un 6 de septiembre de 1930, el general José Félix Uriburu derrocó al presidente electo Hipólito Yrigoyen. Daniel Moyano estaba aún en el vientre de su madre. A los 8 meses de gestación ya oía el ruido de los sables, contaba Moyano, que nació exactamente un mes después, el 6 de octubre y en Buenos Aires, aunque fue en Córdoba donde se formó intelectualmente. En 1959 se trasladó a la ciudad de La Rioja, en el noroeste argentino, y allí ejerció el periodismo y se desempeñó como profesor en el Conservatorio Provincial de Música, y violinista en el Cuarteto de Cuerdas y Orquesta de Cámara de la citada institución.

Su madre era hija de italianos, nacida en Brasil; y su padre, argentino, con gotas de sangre india y descendiente de españoles extremeños. “Soy un argentino típico -afirmaba Moyano-, porque un argentino es esas mezclas”.

De su infancia decía acordarse poco. Sin embargo, recordaba aquellos años en Córdoba cuando trepaba un cerco con un chico que se llamaba Ernesto Guevara para robar frutas del huerto de un señor español conocido con el nombre de don Manuel de Falla.

Por entonces, quizá no sospechaba que ya no dejaría de oír el ruido de los sables y que en 1976, hallándose en su casa de La Rioja templando el violín con el que tantas veces se había ganado el favor del público y hasta el de “las mulas melómanas de la cordillera”, entrarían las fuerzas armadas para llevárselo y encarcelarlo.

Cuando recuperó la libertad, se exilió en España. Pero su exilio comenzó antes. Él mismo reconocía haberse criado en el exilio de su abuelo materno, que era italiano. Y en otro, en el de su padre, un técnico en construcciones que se había ido a trabajar a Buenos Aires en la época de Yrigoyen y que después del golpe militar tuvo que regresar a Córdoba. Luego en uno más, elegido por propia voluntad, que lo llevó con veinte años a radicarse en La Rioja, donde precisamente escribió la novela Una luz muy lejana, intentando entender lo que Córdoba había sido para él. Otras variaciones del exilio fueron los hogares de diferentes tíos con los que vivió la infancia. Aunque estos exilios, decía Daniel, son los que sufren todos los seres humanos y consisten en ir dejando cosas y querencias.

De estos “viajes”, el más perturbador para su vida y su obra fue, en efecto, el de Argentina a España. Como su personaje Triclinio de la novela El trino del diablo, Moyano siempre tenía la cabeza llena de sonidos. En Madrid, durante los primeros siete años de su exilio, solía despertarse con melodías que tenían un poder evocador tremendo. Contaba, con terror, que se levantaba de la cama con la melodía del tango “Ladrillo” y la visión estremecedora del dictador Jorge Rafael Videla.

En la Argentina había escrito y publicado siete libros de cuentos y tres novelas. Con El oscuro, en 1967, había ganado el premio del concurso internacional de novela “Primera Plana-Sudamericana”, cuyo jurado lo integraron Leopoldo Marechal, Augusto Roa Bastos y Gabriel García Márquez.

En España, y a pesar de una obra que lo sostenía como escritor, pasó muchos años sin poder escribir, o mejor dicho, sólo podía narrar pesadillas, historias de violencia. Decía que, en realidad, había perdido la fruición del lenguaje y las palabras. Finalmente, aquella música que oía sin atreverse a tocar, vuelve y se articula en forma de dos cuentos: “Tía Lila” y “María Violín”.

A partir de aquí, Moyano retoma el tema del desarraigo y la marginación que son la dominante de sus cuentos y de las tres novelas anteriores al exilio, pero ahora con el agregado de una reflexión profunda sobre las condiciones en las que se entretejen el lenguaje y el hombre transterrado y forzado a dar cuenta de dos mundos a la vez.

Si el eje fundamental de Una luz muy lejana (1967), El oscuro (1968) y El trino del diablo (1974) es la emigración o los exilios del habitante del interior, de provincias pobres, de pueblos desposeídos hacia las grandes capitales, y si en su primera novela se plantea el conflicto del extrañamiento ante un lugar que no es el de pertenencia y que deja fuera de toda posibilidad de integración a los protagonistas, en Libro de navíos y borrascas (1983) estos núcleos se erigen en un exhaustivo análisis sobre el difícil o imposible proceso de inserción de los seres humanos, y más concretamente del intelectual, en una sociedad represiva y violenta que no sólo lo deja de lado sino que lo hace desaparecer, lo extingue o lo silencia.

Sus últimos textos abordan muy específicamente los efectos que la transterritorialidad tiene sobre la estética y los usos lingüísticos. Durante los primeros años del exilio, Moyano señalaba que cada vez que debía nombrar una palabra, no sabía cómo hacerlo, y es que resulta paradójico, por no decir extraño, traducir oralmente del castellano al castellano, puesto que para comunicarse uno debe hablar con el código del que escucha. Él lo resolvió optando por una especie de bilingüismo. Decía: “A veces nombro de las dos maneras la misma cosa”.

Sin embargo, a la hora de escribir, el conflicto se agudizaba. Frente a las opciones estéticas, Moyano soluciona el problema, por ejemplo, cuando en su cuento “María Violín” debe nombrar una prenda interior femenina. Como las palabras bombacha (en argentino) y braga (en español) son feas, las sustituye por monocordio. Pero es en Tres golpes de timbal (1989) donde la búsqueda de identidad presente en toda su obra, se transforma más que nada en una búsqueda de identidad lingüística. Indefectiblemente, vuelve a la lengua aprendida en la infancia, que es el dialecto personal de un escritor, pero modificada ahora por el español peninsular que él adapta y reinventa.


El argumento es el mismo de Una luz muy lejana, aunque en Tres golpes de timbal parece encontrar el núcleo vital que no está en su primera novela. Esta última transcurre en un pueblo de marginados en la Cordillera de Los Andes. Hay un exterminio, del exterminio se salva una mujer embarazada. El niño que nace, cuando es adulto sale a recuperar un fundamento, algo anterior a la violencia y a la muerte. Lo encuentra en una tumba donde hay una cajita de música. Encuentra a su padre. El esquema formal de la novela es musical. El mismo Moyano reconocía que tenía algo de las Variaciones Goldberg de Bach y es la variación 25 la que trata de reproducir a través de la escritura. Toda la novela acusa recibo de las mediaciones generadas por su exilio lingüístico, porque el personaje, como Daniel, está encerrado con las palabras.

Cuando publicó Tres golpes de timbal en editorial Alfaguara, Daniel Moyano creyó haberse liberado de lo que él llamaba la novela latinoamericana o de América Latina como tema literario, y así lo registran algunas entrevistas publicadas en aquel momento. Siempre que se refería a él como escritor decía que sus textos reflejaban un sentimiento deliberadamente personal: “Así esté hablando de un jabalí que va bajando por una montaña, lo tengo que hacer pasar por algo interior mío, porque si no, no puedo sentirlo. Tengo que mojarlo con algo mío. Siempre he pensado que las cosas y los seres humanos tienen armónicos, igual que la música. Entonces ese jabalí tiene que tener un armónico mío”.

Moyano, que se había nutrido de la realidad de todos los días, de la gente que había conocido en la calle, en el trabajo, estaba profundamente marcado por la historia de una Argentina que en 1930, año de su nacimiento, comienza su descenso, su caída estrepitosa. Había vivido, se había criado en un país provisional. “No puedo hablar ni escribir sobre Abelardo y Eloísa -decía- mientras está ardiendo mi casa. Tengo que apagar el incendio antes. Yo no he conocido la estabilidad, yo nací en un incendio permanente”. Y agregaba que los hechos le habían dado la razón, porque cuando creía que ya había estabilizado su vida, había hecho su casa, tenía sus hijos y estaba escribiendo una obra, vinieron los militares, lo sacaron de su casa con ametralladoras y lo metieron en un calabozo. Después tuvo que exiliarse y empezar de nuevo. “Sigo -decía- en el país provisional”.

Después de Tres golpes de timbal, y para romper con lo que él denominaba la “guitarra” latinoamericana, se propuso escribir una novela de amor. Creía que como el cantor protagonista de Tres golpes... había encontrado a su padre, cerraba así uno de los temas recurrentes de su obra, y mito de la literatura latinoamericana: la búsqueda de identidad. Por lo tanto, se había quitado de encima esta problemática y quedaba libre para emprender otras búsquedas. Pero lamentablemente no tuvo tiempo de escribir la novela de amor. Tenía una cuenta pendiente con su madre y así surgió otro texto de mitología familiar, Dónde estás con tus ojos celestes (título tomado de la canción “La Pulpera de Santa Lucía”). También quedaron inéditos un relato largo o novela corta, “El sudaca en la Corte”, y un libro de cuentos sobre memorias musicales.

Merece la pena detenerse un momento en lo que hay detrás de “El sudaca en la Corte”. El título no es casual, ya que Moyano se sentía como un sudaca en el ámbito literario español. Tuvieron que pasar casi 10 años de exilio para que una editorial española publicara El vuelo del tigre (Plaza & Janés, 1985) y para que otra editara Libro de navíos y borrascas, sólo después de que sus anteriores obras se tradujeran al inglés y al francés. Volvía a encontrarse con la necesidad de ser reconocido fuera para no ser ignorado dentro. El binomio provincia-capital argentina se llamaba ahora España-Francia. Moyano lo explicaba sutilmente: “No hay tanta discriminación como indiferencia”. Indiferencia que el reconocimiento exterior le permitió mitigar hasta convertise en ese sudaca invitado a las recepciones del rey y homenajeado a título póstumo por la televisión española.

Como muchos escritores que se exiliaron en España, Moyano se topó con un aparato editorial que no buscaba obras sino campañas de marketing, donde el sujeto de la literatura ya no era el lector sino el propio editor, a quien sólo se complace con la búsqueda de la técnica que mejor se adapte a su montaje de ofertas, premios y propaganda. Todo lo que salga de esta norma, no interesa. Efectivamente, más que discriminación había indiferencia.

Daniel Moyano, criado y perseguido por el país provisional, también había crecido en el miedo. Tal vez por eso no escribió la novela de amor. Quizá todavía seguía apagando incendios. Decía: “En el fondo, le tengo miedo a la vida. No en el sentido borgeano, quizá Borges le tenía miedo a la vida biológica, a una mujer. Yo le tengo miedo a todo, al conjunto de la vida, donde incluyo también a las mujeres. Y como le tengo miedo a todo, creo que nunca voy a llegar a nada concreto. Pienso que nunca voy a poder realizar bien una obra literaria porque llego hasta ahí nomás y allí me quedo, tengo miedo”.

Los cuentos que constituyen una saga familiar, como “Para que no entre la muerte”, “Una partida de tenis”, “La lombriz”, “Mi tío sonreía en Navidad”, incluidos en los libros Artistas de variedades, El estuche del cocodrilo y La lombriz, componen un universo narrativo donde la circulación de temas permite leer y repensar en sus distintas versiones la relación entre los hombres, el tiempo, su estado material y afectivo, su improbable transcurrir, y en los que se condensan núcleos significativos que caracterizan su escritura por la trascendencia que adquieren en ella los destinos individuales.

“Yo voy contando siempre -decía Moyano- la misma historia bajo distintas obras. Los tíos no son una obsesión sino un intentar explicar muchas cosas que quedaron sin final en mi pasado. Hace ya tiempo le pregunté a mi hermana si mi tío Antonio, el más terrible de todos, no había hecho nunca nada normal. Me respondió que siempre había sido cruel. Entonces me puse a escribir “La lombriz”, pero como no pude encontrarle nada bueno con este cuento, tuve que inventarme “Mi tío sonreía en Navidad”. Yo le hallé asidero a la creación literaria ahí, buscándole un sentido a mi tío Antonio. Desde entonces creo que he escrito, más que por un goce estético, por necesidad de saber algo más”.

También en los cuentos de El fuego interrumpido como, por ejemplo, en “La espera”, vuelve a aparecer la vertiente social configurada por la marginación, y la afectiva representada por el niño solo que espera a su padre y observa desde su entorno periférico las luces de la ciudad que, por desplazamiento, simbolizan la figura paterna. Figura que se reitera de manera siempre fragmentada en buena parte de su obra y reaparece en un juego de espejos, confundidos padre y carcelero, en uno de sus cuentos más perfectos y conmovedores escrito en el exilio: “Desde los parques”. Es el cuento que reúne todas las obsesiones de Moyano y casi todos los temas que dan cuerpo y sustancia a su obra. De alguna manera, es un compendio de sus preocupaciones fundamentales y estilísticas. En él asoma otra vez la infancia como lugar utópico, como paraíso inalcanzable y también como infierno.

Hay otra inflexión en su obra que apunta igualmente al concepto de marginalidad y que está presente en aquellos relatos de línea kafkiana en los que se recrean ambientes sociales asfixiantes, donde el individuo está sujeto a designios externos a sí mismo y despojado del poder de decidir su propio destino. Extrañamiento, incomunicación, precariedad, provisionalidad y sometimiento a un “otro” o terror de encontrarse con ese otro también monstruoso, son constantes sobre las que se construyen cuentos como “Nochebuena”, “Una guitarra para Julián” y “El rescate”.

Daniel Moyano con Julio Ramón Ribeiro

Tanto en sus relatos como en sus novelas, el realismo narrativo de Moyano se desprende de la pretensión meramente testimonial o de la tendencia a reproducir ámbitos y cosas que caracterizan al realismo tradicional para teñirse de un registro alegórico. Como los grandes narradores, Moyano procede -como señala Roa Bastos- “por excavación y no por acumulación, por la creación de atmósferas, de cierto clima mental y espiritual, más que por el abigarrado tratamiento de la anécdota”.

Su escritura, que guarda prudencial distancia de los tópicos del relato clásico regionalista como asimismo de las complejidades de las vanguardias, se caracteriza por una sobriedad en cuanto a procedimientos formales que hacen de su manera de contar todo un estilo. “Procuro que mis palabras -decía- se sostengan en verdades auditivas o sonoras, iguales a las que soporta la música”. Ciertamente, sus verdades estructurales son contundentes como las de una melodía, sus páginas casi pueden oírse y leerse como una partitura, un fragmento musical de vida. En este sentido, no resulta caprichoso que Moyano dijera que muchas veces se sentía en una pieza donde está todo eso que llaman literatura y que él llamaba hacer un tratamiento con las palabras para entrar en la vida.

Sus abuelos italianos tenían en la Argentina un baúl con objetos de su Italia lejana y recordada. Daniel también guardaba celosamente un baúl mitológico que trasladó de La Rioja a Madrid y conservó hasta su último día, 1 de julio de 1992. Allí se condensaban, como en sus libros, los símbolos del paraíso perdido.

El país provisional y el miedo, más que impedimentos para crear, fueron, sin duda, elementos decisivos que detonaron la indagación personal para la construcción de una obra que llegó más allá de lo que el propio Moyano creía. Porque ¿de qué otro lugar sino del miedo, o de qué otra cosa se puede escribir, si no de viajes, crímenes y exilios?

Daniel Moyano sabía muy bien que de ciertos viajes no hay regreso. Él mismo decía que Ovidio había demostrado literariamente que no se puede volver ni siquiera volviendo, porque el exilio es irreversible. De estas razones secretas, de estos fundamentos a veces descorazonadores, de la óptica del vencido, precisamente, se nutren sus mejores páginas, que nos revelan el itinerario creativo de una memoria excepcional para vencer el tiempo, los tiempos y el olvido.

Obra narrativa:

Artistas de Variedades (cuentos), Editorial Assandri, Córdoba, 1960

El rescate (cuentos), Burnichón Editor, Buenos Aires, 1963

La Lombriz (Cuentos), Nueve 64 Editora, 1964

Una luz muy lejana (novela), Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1966

El fuego interrumpido (cuentos), Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1967

El monstruo y otros cuentos (cuentos) Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1967

El oscuro (novela), Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1968

Mi música es para esta gente, Monte Avila Editores, Caracas 1970

El estuche del cocodrilo ( cuentos), Ediciones del Sol, Buenos Aires, 1974

El trino del diablo, (Novela), Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1974

El vuelo del Tigre (novela), Editorial Legasa, Madrid, 1981

La espera y otros cuentos (cuentos) Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1982.

Libro de navíos y borrascas (novela) Editorial Legasa, Buenos Aires, 1983

Tres golpes de timbal (novela), Editorial Alfaguara, Madrid, 1989

Un silencio de corchea. Relatos. Daniel Moyano, Ediciones KRK, Madrid, 1999.

Dónde estás con tus ojos celestes. Novela. Daniel Moyano, editorial Gárgola, Buenos Aires, 2005

CHUCK PALAHNIUK, por Tony Domenech

Coge una cosa importante.
Por ejemplo:
Esa sensación de que todo está equivocado.
Bien.

Ahora concreta un poco más:
Todo está equivocado porque malgastas tu vida en un trabajo que no te gusta, con un jefe que no soportas, y todo para poder pagar un montón de cosas que no necesitas. No dices lo que quieres decir, no haces lo que quieres hacer y no puedes ser quién eres, porque no está bien visto.

Ahora viste esa idea con algo que suene estúpido.

Chuck Palahniuk


Un don nadie con insomnio que sólo encuentra paz en los grupos de ayuda te servirá. Haz que conozca a alguien que revolucione su mundo, que le haga hacer todo lo que nunca se atrevió a hacer, que le haga ser todo lo que nunca pudo ser, que le muestre la luz, la libertad y el perfecto orden de una tierra sin reglas donde el que lleva un ojo morado es el rey.

Vuela su casa por los aires. Conviértele en el gurú de un nuevo mundo en ciernes. Luego haz que ese alguien sea él mismo.

Díselo al lector desde la primera página pero consigue que no lo note hasta casi el final del libro.
Complica la trama y dale proporciones épicas. Extiende la revolución del personaje a todo el país; gente liberándose a través del Credo de alguien que no existe.

Ríete de todo.

Después haz algo grande. Intenta volar los edificios dónde se guarda la información sobre las tarjetas de crédito, llévanos al Año Cero.
Roza lo absurdo, haz que todo ocurra por una mujer.
Haz que el personaje piense que es otro el que la tiene; hazle sentir celos de sí mismo.
Haz que se vuele la cabeza para matar a otra persona.
Da multitud de detalles químicos sobre la construcción de explosivos con jabón.
No lo hagas explotar todo: Guarda un poco para los ricos.

Jabón hecho con la grasa de su última liposucción. Véndeselo.

Sé irreverente, méate en las sopas de hoteles caros, ocupa una casa, burla la ley, amenaza a alguien con una pistola para que haga aquello que desea hacer. Pon un fotograma porno en una película de dibujos animados. Devuelve el poder y la dignidad a los camareros, a los mecánicos, a los fontaneros, a los electricistas, a los basureros, a la gente que hace que el mundo gire.

Dales un héroe.

Saca algún gordo bonachón, pero ponle tetas y atrófiale los testículos por abuso de esteroides.
Utiliza frases que se repiten, como una pequeña broma privada con el lector. Da giros bruscos, salta en el tiempo, empieza por el final, ve hacia atrás y vuelve al sitio dónde empezaste.
No olvides las Metáforas Biológicas: soy el apéndice orgulloso de Jack. Emplea un lenguaje sencillo y dinámico, empuja al lector hacia delante, verbo tras verbo, página tras página.

Dale lo que espera de vez en cuando y sorpréndelo cuando se esté poniendo cómodo.

Cuando hagas todo eso, y hayas escrito el Club de la Lucha, coge otra idea cualquiera.
Cómo frivolizamos los objetos y rituales de poder de otras culturas y los reducimos a meros adornos, a palabras en un libro, por ejemplo. Mézclalo con todo lo que reprimimos, haz un par de lúcidas denuncias sobre la adicción al ruido: esa tele más grande, ese estero más potente.
Esos silenciofóbicos. Esos ruidoadictos.

Escribe sobre una Nana asesina, capaz de quitar la vida con sólo pensarla. Busca todos los ejemplares, intercala el antes con el ahora, haz que todo encaje al final, aunque siempre esté a la vista.

Escribe sobre la necesidad de ser el centro de atención, sobre cómo algunos caen y otros se tiran.
Una modelo sin cara viaja, acompañada por una drag queen y un ex novio imbécil, por todo el país en busca de barbitúricos y estrógenos. Quema alguna boda, da múltiples detalles sobre foniatría, sobre drogas, sobre hormonas, pega unos cuantos tiros. Vuélate la cara para dejar de ser tú. Vuélvete un poco loco.

Juega con el poder de los medios.
Convierte al único superviviente de una secta suicida en un Mesías popular. Enseña como se crean y como se destruyen los mitos que algunos adoran, muestra el vacío, el stress, la gran ilusión para el ciudadano medio, las mentiras. Hazle llevar una línea de ayuda dónde incita al suicidio, que conozca a alguien que pueda ver el futuro. Haz que se enamore, súbelo y hazlo caer desde un avión, cuenta atrás, dictando su vida a la caja negra del aparato. Presenta una visión lúcida, absurda, de la religión. Da muchos detalles sobre limpieza e higiene y no olvides numerar las páginas al revés.

Escribe sobre alguien que gana dinero fingiendo asfixia. Habla de la necesidad que todos tenemos de salvar, de ser importantes; de servir para algo. Haz que su madre esté loca de remate, traza su destino, juega con todo lo que tengas a mano. Consigue que lo absurdo tenga sentido y que, además, haga pensar al lector sobre sí mismo y el mundo que le rodea.

Míralo todo, sintetiza lo triste y ríete de ello. Un poco de nihilismo coherente para el día de hoy. Di la verdad con una carcajada surrealista que algunos creerán vacía. Sigue la tradición de los Vonnegut, los De lillo y los Pynchon de este mundo, pero sin que se note; tienes que parecer un escritor poco literario, recuerda; escribes para gente que no suele leer.

Lo importante es que todo parezca un juego de estilo, algo muy sencillo.
Que no se vea el mensaje; así lo leerán.

Pero no sabrán que lo han leído.

Rant, la vida de un asesino (Chuck Palahniuk)

El autor, que escribe en el extremo de lo políticamente incorrecto, asegura que el 11-S le ha obligado a centrarse en una escritura de género. Con Rant se estrena en la ciencia-ficción

Hace una década que rompió moldes con El club de la lucha, una novela que pensó que nunca le publicarían. Miles de ejemplares vendidos después y convertido en un escritor de culto -él que cuenta con la comunidad más grande de seguidores cibernautas-, Chuck Palahniuk regresa en Rant. La vida de un asesino (Mondadori) al oscuro corazón de una sociedad secreta. Esta vez, dedicada a los accidentes de tráfico. En una conversación telefónica, Palahniuk (Portland, Oregón, 1964) alude al sentimiento gregario innato en el hombre y sugiere que de alguna manera los miembros de estos grupos buscan compañía y quieren "curarse un miedo". Su voz, dulce y atenta, contrasta con el tono descarnado y crudo de su prosa. Sus libros se sitúan en el extremo de lo políticamente no c

"Yo no sostengo ningún espejo ante nadie, sólo intento ofrecer algo que atrape al lector, mi objetivo nunca es corregir a la gente"

El escritor arranca con este libro una trilogía de ciencia-ficción, su primera incursión en el género. Palahniuk se sirve del modelo de la historia oral para construir esta novela y enlazar los testimonios de aquellos que conocieron a Buster Rant Casey, el perturbador protagonista. Con esta fórmula indirecta de coro de voces, ofrece el retrato de un asesino en serie, un chico de pueblo que experimenta desde la infancia con el dolor, quiere expandir una plaga de rabia y forma parte del grupo que organiza accidentes de tráfico controlados.

PREGUNTA. Rant es una onomatopeya de arcada. ¿Cuánto de vómito hay en ella?

RESPUESTA. Con toda su crudeza, el vómito es una reacción que nos protege. Es un rechazo físico que previene el envenenamiento.

P. ¿Y de qué veneno quería librarse?

R. Bueno, no quería caer en la nostalgia de la madurez, en ese sentimiento que te hace mirar atrás y pensar cuánto mejor era tu vida en el pasado, por ejemplo, la mía en el pueblo en el que crecí. Este libro me ha permitido regresar a aquel paisaje y ver lo horrible que era. He arrojado cualquier nostalgia.

P. ¿Sigue esto la ruta de la escritura del riesgo que aprendió junto a Tom Spanbauer?

R. Sí. Este tipo de escritura te permite regresar a un recuerdo, a una experiencia que está sin resolver y que debes asimilar porque es parte de tu vida, de tu pasado, pero también de tu presente. Se puede entender como un vómito, pero también como una exploración, que te permite alcanzar una comprensión profunda de las cosas que te enfadan. Así, llegas a tolerarlas. Es un trabajo terrible y desagradable llegar a ese primer borrador, como dice Tom, hay algo de defecación en este proceso.

P. Rant está construida como una historia oral, una fórmula propia de la sociología. ¿Por qué?

R. Como lector siempre me ha entusiasmado la historia oral. Como escritor te permite montar una historia como en el cine, no tienes que explicar la relación entre una cosa y la siguiente, simplemente yuxtapones.

P. ¿Piensa en el efecto que sus libros tendrán en el lector mientras los está escribiendo? ¿Quiere jugar con el público?

R. No, nunca pienso en el lector. Sólo tengo en la cabeza al grupo de escritores con los que me reúno cada lunes por la noche. Intento sorprenderles.

P. ¿Quiénes son?

R. Son los alumnos con los que asistí a las clases de Spanbauer y a todos los efectos seguimos funcionando como el grupo de Tom. Nos reunimos para leer lo que cada uno ha escrito desde 1990. Llevamos casi veinte años, lo que convierte estas reuniones en todo un reto. Es un juego sofisticado que cada vez se nos da mejor.

P. El protagonista de Rant se autoeduca en el dolor, experimenta con él.

R. Quiero implicar al lector a un nivel físico para que haya una mayor empatía con los personajes. Por eso en mis libros trato la enfermedad, el abuso de drogas, el sexo o la violencia. Éste es el motivo de que Rant pase por todos esos retos.

P. Y lo trata de una manera muy gráfica.

R. Sí, porque a menudo se desprecia la conexión física con el lector. Se considera baja cultura. Yo busco un contacto emocional más que intelectual.

P. ¿Es ésta una manera de ofrecer al lector un retrato de sí mismo, de decirle que forma parte de todo esto?

R. Yo no sostengo ningún espejo ante nadie, sólo intento ofrecer algo que atrape al lector, que llame su atención. Puede que haya quien descubra cosas, pero mi objetivo nunca es corregir a la gente.

P. ¿Qué le ha llevado a la ciencia-ficción?

R. Es un género con el que crecí, siempre me ha gustado mucho. Además, desde el 11 de septiembre siento que no puedo presentar en las novelas al tipo de personajes salvajes que suelo tratar, hoy serían considerados terroristas. Necesito ponerlos dentro de una literatura de género.

P. ¿Por qué?

R. Porque las cosas que hacen no serían aceptables para la mayoría.

P. ¿Es éste el cambio más importante que ha notado desde que publicó su primera novela hace una década?

R. No puedo echarle toda la culpa al 11 de septiembre. A lo mejor hubiera escrito ciencia-ficción de todos modos, en mi afán por reinventar mi trabajo tanto como soy capaz de imaginar. Sin embargo, pienso que ni el libro ni la película de El club de la lucha podrían realizarse hoy, después de los atentados. La película acababa con el derrumbe de un edificio... Además, mis libros son ahora menos cinematográficos. -

Rant. La vida de un asesino. Chuck Palahniuk. Traducción de Javier Calvo. Mondadori. Barcelona, 2007. 320 páginas. 19,90 euros.

Democracia Nacional se manifiesta en Madrid

sábado, 12 de enero de 2008

Los derechos de los niños cuatri (Sandra Russo)


Los derechos de los niños cuatri



El lugar es Cariló. Un lugar que, como casi todos, soporta sobre sus seis letras varios mundos paralelos. En todos ellos naturalmente hay plata, porque Cariló es muy caro. Pero es distinto tener la plata para pagarse una semana en un apart, que la que se tiene para alquilar una casa todo un mes, y ambas cosas están a una distancia más que considerable de la plata que tienen los dueños de algunas casas, los cuatris estacionados como al descuido en la puerta junto con los demás vehículos, a la sazón un par de Audis o Toyotas. También tienen el lote de al lado para no perder perspectiva y carpa fija en algunos de los balnearios, preferentemente Cozumel. Casi no van al centro porque no quieren tener contacto con los advenedizos de los últimos años ni con los aún más repelidos visitantes ocasionales que llegan desde Pinamar o Gesell.
Diría incluso más, para que no me acusen de clasista, que después de todo no sé por qué suena a insulto, cuando es usada casi siempre para marcar diferencias de clase. Como si las clases no existieran o hubieran sido reemplazadas por alguna otra cosa más que subclases. Diría entonces que incluso hay gente que tiene mucha plata y aun así comparte una zona de su mundo no sólo con el que alquila su semanita en el bosque sino con el que veranea en Valeria o San Bernardo.
Más no me puedo esforzar: estoy dando tanto ejemplo para abrir el paraguas, ok. Después me llegan un montón de mails de gente que últimamente se hizo lectora de este diario (uno conoce bien, después de veinte años, a los lectores del medio en el que trabaja). Desde hace unos meses me bombardean a mails que me insultan o me acusan de no ser pluralista, de tener prejuicios ¡de clase! contra Macri, de odiar a los ricos y de evidenciar ciertas faltas privadas o la pobre ejecución de esas prácticas sexuales que presuntamente hacen dóciles y pro a las mujeres. Por suerte no es el caso.
A mí me encanta Cariló. Vengo desde hace más de una docena de años, porque cuando vine por primera vez una herida profunda que tenía se curó. Y quedó el lazo con el bosque, aunque es una estupidez decir que uno viene a Cariló por el bosque. Nadie viene a Cariló por el bosque. El bosque es magnífico, pero no deja ni por un centímetro de ser el marco perfecto para ser salpicado por casas que muchas veces son deliciosas, pero también por otras que lo único que hacen, con sus volúmenes y sus diseños dinastíacos, es gritar que ahí hay alguien que la supo hacer. No, no, uno no viene por el bosque. Los habitués que graduamos nuestras estadías de acuerdo con cómo nos haya ido puntualmente cada año venimos a descansar sobre nuestro costado más burgués.
Los progres, por identificarlos pronto, que venimos a Cariló, nos pasamos todo el año intentando aplastar esa parte nuestra. Es necesario aplastarla porque, al menos a mi entender, es la parte que no nos permitiría sostener algunas ideas fuerza que no tienen nada que ver con nuestros intereses individuales. Pero la gente no nace de un repollo, ni alcanza con explicar qué tipo de hombre puso la semillita en qué tipo de mujer para traernos al mundo. Caray, tanta parrafada para decir que veraneo en Cariló porque el bosque está bueno, pero además me provocan descanso las playas limpias, el silencio, la prolijidad, lo que se ve se mire hacia donde se mire. Todo es lindo. Perdón, perdón, no puedo evitarlo. Lo lindo me atrae.
Además estar en Cariló permite, en un día nublado, estar sentado con una computadora en un bar, con una enorme mesa a lado, ocupada por dos de esas tremendas familias numerosas que hay por aquí. A Cariló parecen venir todas las mujeres iguales o parecidas a Maru Botana. Todas tienen pilas de hijos, son rubias, manejan camionetas importadas, dan marcha atrás sin mirar si vienen peatones, tienen dientes superblancos, les dan delicadas pero firmes órdenes a las mucamas o niñeras que van con ellas a todas partes, y han perdido entre sus sucesivas maternidades alguna chispa que les encendería un poco más las caras.
Decía que en la mesa de al lado los padres y las madres estaban enfrascados en una conversación y algunos de los niños, en otra. Los de la punta, que estaban justo dentro de mi campo auditivo, tenían entre 6 y 8 años y eran compañeros de colegio.

Primero hablaron sobre algo deportivo que no llegué a escuchar y no me importaba. Después empezaron a preguntarse por otros compañeros. Ema está en Punta del Este con los abuelos, el Alemán manda mails desde Nueva York (sus padres están separados; se fue a Nueva York con el padre; un capo, el padre), Nico llega mañana. Y Manu... Pobre Manu, se tuvo que quedar en Buenos Aires. Se armó un kilombo terrible en la familia de Manu, porque al padre lo acusaron por estafa. Dijo uno, y ahhh, dijo el otro.

Después de un silencio tan corto que no sé si podría llamarse silencio o más bien pausa obligada para tragar y respirar, volvieron brevemente sobre el tema deportivo, como si lo último que dijo uno perturbara al otro. El otro, entonces, volvió rápidamente sobre el tema del que se había escapado. Quién sabe por qué. Eso es lo que tienen los chicos de todas las clases sociales: tratan de entender. “¿Qué es estafa?”, preguntó de pronto. “Es como robar, pero con empleados, oficinas, con todo legal.” Ahhh, dijo el más chico. Después volvieron otra vez al deporte.

Más allá de los encantadores bares del centro, el bosque seguía y sigue siendo magnífico. El problema en esta playa tan encantadora son las ideas que caen como paracaídas obscenos, disparados a veces por ricachones pintorescos y a veces por niños de 6 o 7 años. Todos son lindos y tendrán todas las oportunidades. No se los puede culpar por ello. Como no se puede juzgar a un nene de Lugano por haber nacido en Lugano. Tienen 6 o 7 años y ya se podría hacer un trazado tentativo de las vidas que tendrán estos chicos, y sus contemporáneos que no están aquí y que tal vez ni pronunciaron nunca la palabra vacaciones.

Esta nota no tiene por objeto señalar la evidencia tan obvia de que hay chicos ricos y chicos pobres, ni que todos los chicos deberían tener las mismas oportunidades, como marca la Constitución argentina y la Convención de los Derechos del Niño. Estos de Cariló no eran los remanidos niños ricos que tienen tristeza, esa figura tarada que forma parte del legado discursivo de Carlos Menem.
Pero me quedé pensando si esos chicos que tomaban su licuado en un bar de Cariló no tendrían también derecho a saber, ya a su edad, qué significa realmente la palabra estafa.
//

miércoles, 9 de enero de 2008

Una epidemia de accidentes viales

Una epidemia de accidentes viales

La principal causa de muerte de jóvenes de entre 15 y 19 años no pasa por el sida ni el cáncer ni cualquier otra enfermedad, sino por los accidentes de tránsito. En efecto, según el director del Departamento de Prevención de Heridas y Violencia de la Organización Mundial de la Salud (OMS), los accidentes de tránsito matan en el mundo a 1,2 millones de personas cada año y 400.000 son jóvenes menores de 25 años.



Por desgracia, la Argentina no es ajena a esta epidemia mundial, sino todo lo contrario. Según un relevamiento de la organización no gubernamental Luchemos por la Vida, el año último volvió a ser récord por este motivo -más de 8000 personas perdieron así la vida-, a pesar de que oficialmente se lo anunció como "el año de la seguridad vial".



El nuevo año no comenzó de mejor manera. Basta recordar el trágico accidente ocurrido en la madrugada de anteayer en Arrecifes, que provocó cuatro muertos y veinte heridos.



De acuerdo con recientes estadísticas del Instituto de Seguridad y Educación Vial (ISEV), la tasa de mortalidad en accidentes de tránsito aumentó a 28,5 cada 100.000 habitantes, lo cual representa un aumento sustancial si se tiene en cuenta que durante 2006 el índice había sido de 26,2. La tasa de mortalidad de la Argentina es la segunda más alta de América latina, sólo superada por México (28,9) y muy lejos de Venezuela (19,3), Brasil (18,5), Uruguay (17,2) y Chile (13,1). En realidad, todos los índices que divulgó el ISEV alarman si se compara 2007 con el año anterior. El de mortalidad subió el 10 por ciento; el de cantidad de lesionados graves, el 15,3 por ciento, y el de siniestros graves, el 21,4 por ciento.



Por su parte, Luchemos por la Vida, a partir de las estadísticas oficiales, lleva un recuento de la cantidad de muertos. Si bien son cifras provisorias, no dejan de ser espeluznantes, ya que, según los cálculos de la ONG, la cifra de 8014 personas fallecidas en 2007 implica un promedio de unas 668 víctimas por mes y un promedio de 22 muertes por día. Comparado con el año anterior, hubo 547 muertes más.



El 60 por ciento de los accidentes ocurre en la provincia de Buenos Aires, con 3134 muertos; la siguen Santa Fe, con 707; Córdoba, con 598, y Mendoza, con 423.



Los accidentes de tránsito tienen distintas causas. Los expertos afirman que cerca del 90 por ciento de éstos se producen por fallas humanas del conductor y señalan la imprudencia al conducir como la causa principal; a continuación están el exceso de velocidad, la ingesta de alcohol y otras drogas, y, finalmente, las deficiencias en las calles y rutas, y las fallas mecánicas de los vehículos.



Sin embargo, el fenómeno responde también a causas más profundas: una patológica actitud suicida en los conductores; características culturales; la deficiente planificación urbana, y el escaso mantenimiento de la infraestructura vial. Entre los rasgos culturales que son causales de accidentes de tránsito están la falta de conciencia vial, el manejo descuidado y la habitual falta de respeto hacia las normas de tránsito. Para el director del ISEV, Eduardo Bertotti, "nuestras autoridades crearon nuevas normas cuando el problema es que no se cumplen ni se controlan las vigentes. Para acabar con este flagelo hace falta una verdadera voluntad política. Se debe encarar la seguridad vial como política de Estado".



Las muertes y las lesiones a consecuencia de los accidentes de tránsito son absolutamente evitables. La experiencia de otros países y la opinión de los expertos indican que el problema debe ser enfrentado con diversas medidas necesariamente integradas, producto de una formulación previa de objetivos y políticas globales en torno del tema. Así, se requieren políticas orientadas a la educación de los automovilistas y choferes en general; al aumento de las exigencias en el momento de conceder las licencias de conducir; a incrementar la cantidad de multas para los conductores y peatones que violan las señales de tránsito, y a los registros con puntaje.



Si es necesario, se podría recurrir a la experiencia de otros países que, con conductas parecidas a las nuestras, han logrado, como España, bajar sus índices de accidentes de tránsito.



Es de destacar que el gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli, haya decidido prorrogar la emergencia vial en su provincia por seis meses porque "aún subsisten las circunstancias fácticas" que llevaron a su antecesor, Felipe Solá, a decretarla en enero de 2007. Como se recordará, se puede disponer, entre otras medidas, el arresto de los conductores que conduzcan alcoholizados o bajo los efectos de drogas, corran picadas, crucen una barrera sin derecho de paso o crucen tres veces con luz roja.


Es de desear que 2008 sea un año en el cual los argentinos empecemos a atacar esta enfermedad colectiva de raíz. La situación requiere acciones inmediatas, pues cada día que pasa hay más víctimas y pérdidas que lamentar.