domingo, 25 de mayo de 2008

Dos lobos hambrientos y una caperucita roja



Una idea básica ocupaba mi mente desde mis viejos tiempos de socialista utópico. Partía de la nada con las simples nociones del bien y el mal que a cada cual le inculca la sociedad en que nace, lleno de instintos y carente de valores que los padres, en especial las madres, comienzan a sembrar en cualquier sociedad y época. [ ] Como no tuve preceptor político, el azar y la casualidad fueron componentes inseparables de mi vida. Adquirí una ideología por mi propia cuenta desde el instante en que tuve una posibilidad real de observar y meditar los años que viví como niño, adolescente y joven estudiante.

La educación se convirtió para mí en el instrumento por excelencia de un cambio en la época que me tocó vivir, de la cual dependería la propia supervivencia de nuestra frágil especie. Después de una larga experiencia, lo que pienso hoy sobre el delicado tema es absolutamente coherente con esta idea. No necesito pedir excusas, como prefieren algunos, por decir la verdad aunque sea dura.

Hace más de dos mil años, Demóstenes, orador griego famoso, defendió con ardor en las plazas públicas una sociedad en la que el 85 por ciento de las personas eran esclavas o ciudadanos que carecían de igualdad y derechos como algo natural. Los filósofos compartían ese punto de vista. De allí surgió la palabra democracia. No se les podía exigir más en su tiempo.

Hoy, que se dispone de un enorme caudal de conocimientos, las fuerzas productivas se han multiplicado incontables veces y los mensajes a través de los medios masivos se elaboran para millones de personas; la inmensa mayoría, cansada de la política tradicional, no quiere oír hablar de ella. Los hombres públicos carecen de confianza cuando más la necesitan los pueblos ante los riesgos que los amenazan.Al derrumbarse la URSS, Francis Fukuyama, ciudadano norteamericano de origen japonés, nacido y educado en Estados Unidos y titulado en una universidad en ese mismo país, escribe su libro El fin de la historia y el último hombre, lo que muchos seguramente conocen, pues fue muy promovido por los dirigentes del imperio. Se había convertido en un halcón del neoconservadurismo y promotor del pensamiento único.Quedaría, según él, una sola clase, la clase media norteamericana; los demás, pienso yo, estaríamos condenados a ser mendigos. Fukuyama fue partidario decidido de la guerra contra Iraq, como el vicepresidente Cheney y su selecto grupo. Para él la historia finaliza en lo que Marx veía como 'el fin de la prehistoria'.En la ceremonia inaugural de la cumbre América Latina y Caribe-Unión Europea celebrada en Perú el pasado 15 de mayo, se habló en inglés, alemán y otros idiomas europeos sin que partes esenciales de los discursos se tradujeran por las televisoras al español o al portugués, como si en México, Brasil, Perú, Ecuador y otros, los indios, negros, mestizos y blancos —más de 550 millones de personas, en su inmensa mayoría pobres— hablasen inglés, alemán u otro idioma foráneo.Sin embargo, se menciona ahora elogiosamente la gran reunión de Lima y su declaración final. Allí, entre otras cosas, se dio a entender que las armas que adquiere un país amenazado de genocidio por el imperio, como lo ha sido Cuba desde hace muchos años y lo es hoy Venezuela, no se diferencian éticamente de las que emplean las fuerzas represivas para reprimir al pueblo y defender los intereses de la oligarquía, aliada a ese mismo imperio. No se puede convertir la nación en una mercancía más ni comprometer el presente y el futuro de las nuevas generaciones.


La IV Flota no se menciona, por supuesto, en los discursos que se televisaron de aquella reunión, como fuerza intervencionista y amenazante. Uno de los países latinoamericanos allí representados acaba de realizar maniobras combinadas con un portaviones de Estados Unidos del tipo Nimitz, dotado con todo tipo de armas de exterminio en masa.En ese país hace unos pocos años las fuerzas represivas desaparecieron, torturaron y asesinaron a decenas de miles de personas. Los hijos de las víctimas fueron expropiados por los defensores de las propiedades de los grandes ricos. Sus principales líderes militares cooperaron con el imperio en sus guerras sucias. Confiaban en esa alianza. ¿Por qué caer de nuevo en la misma trampa? Aunque es fácil de inferir el país aludido, no deseo mencionarlo por no herir a una nación hermana.

La Europa que en esa reunión llevó la voz cantante, es la misma que apoyó la guerra contra Serbia, la conquista por Estados Unidos del petróleo de Iraq, los conflictos religiosos en el Cercano y Medio Oriente, las cárceles y aterrizajes secretos, y los planes de torturas horrendas y asesinatos fraguados por Bush. Esa Europa comparte con Estados Unidos las leyes extraterritoriales que, violando la soberanía de sus propios territorios, incrementan el bloqueo contra Cuba obstaculizando el suministro de tecnologías, componentes e incluso medicamentos a nuestro país. Sus medios publicitarios se asocian al poder mediático del imperio.

Lo que dije en la primera reunión de América Latina con Europa, celebrada hace nueve años en Río de Janeiro, mantiene toda su vigencia. Nada ha cambiado desde entonces excepto las condiciones objetivas, que hacen más insostenible la atroz explotación capitalista.El anfitrión de la reunión estuvo a punto de sacar de sus casillas a los europeos, cuando en la clausura mencionó algunos puntos planteados por Cuba:

1. Condonar la deuda de América Latina y el Caribe.

2. Invertir cada año en los países del Tercer Mundo el 10 por ciento de lo que gastan en las actividades militares.

3. Cesar los enormes subsidios a la agricultura, que compiten con la producción agrícola de nuestros países.

4. Asignar a Latinoamérica y el Caribe la parte que les corresponde del compromiso del 0,7% del PIB.

Por las caras y las miradas, observé que los líderes europeos tragaron en seco durante unos segundos. Pero, ¿por qué amargarse? En España sería todavía más fácil pronunciar discursos vibrantes y maravillosas declaraciones finales. Se había trabajado mucho. Venía el banquete. No habría en la mesa crisis alimentaria. Abundarían las proteínas y los licores. Faltaba sólo Bush, que trabajaba, incansable, por la paz en el Medio Oriente, como es habitual en él. Estaba excusado.

¡Viva el mercado!El espíritu dominante en los ricos representantes de Europa era la superioridad étnica y política. Todos eran portadores del pensamiento capitalista y consumista burgués, y hablaron o aplaudieron en nombre de este. Muchos llevaron consigo a los empresarios que son el pilar y sostén de 'sus sistemas democráticos, garantes de la libertad y los derechos humanos'. Hay que ser expertos en la física de las nubes para comprenderlos.En la actualidad, Estados Unidos y Europa compiten entre sí y contra sí por el petróleo, las materias primas esenciales y los mercados, a lo que se suma ahora el pretexto de la lucha contra el terrorismo y el crimen organizado que ellos mismos han creado con las voraces e insaciables sociedades de consumo. Dos lobos hambrientos disfrazados de abuelitas buenas, y una Caperucita Roja.


Fidel Castro Ruz Mayo 18 de 200810 y 32 p.m.

sábado, 24 de mayo de 2008

Distribución del ingreso



El extenso y agotador conflicto con un sector del campo permitió instalar con más fuerza el tema de la distribución del ingreso. Como en todo debate, la apropiación de la palabra, concepto y sustancia resulta fundamental para precisar sobre qué se está discutiendo y para evitar confusiones. El sistema de retenciones móviles a la soja, maíz, girasol y trigo constituye una importante intervención del Estado para influir en cómo se reparte la riqueza de una economía, cuestión que pasó a ocupar un espacio importante en la agenda pública, lo que constituye una oportunidad indiscutible para profundizar en las tareas pendientes.
La forma de limitar esa necesaria injerencia estatal es restarle a las retenciones la cualidad de ser un instrumento de distribución del ingreso, limitándolas a una medida fiscal por la supuesta urgencia de aumentar la recaudación del Tesoro Nacional. Otro modo de desacreditarlas apunta a cuestionar el destino de esos fondos recaudados, al señalar que se utilizarían para pagar la deuda externa o que con ese dinero no se estarían realizando obras de infraestructura vial o construyendo escuelas.
Incluso se relativiza su evidente impacto en desacoplar los precios internos de alimentos de la evolución de las materias primas a nivel internacional. Cuando la corriente conservadora, que es la dominante en el discurso masivo, conquista con ese lenguaje y despoja la esencia de un determinado objetivo de política económica (la distribución progresiva del ingreso), busca vaciarlo de contenido práctico y, en especial, ocultar el corazón de esa puja: la relación capital-trabajo.

El Estado es un imprescindible sujeto en la dinámica de esa tensión y, resulta obvio, que está permanentemente participando en el rumbo de la redistribución de ingresos. En los últimos años, esas intervenciones no han tenido la orientación de privilegiar sólo a una de las dos partes en disputa, sino que a veces se inclinaron por el capital y en otras por el trabajo.
Por eso mismo la gestión de la administración kirchnerista es contradictoria y morosa en búsqueda de profundizar una mejora en la distribución del ingreso, aunque ha tenido la virtud de haber puesto ese desafío en el centro de la escena política. Por lo tanto, también algunas de sus medidas son contradictorias (por caso, el proyecto del Tren Bala) y débiles (por ejemplo, la ausencia de una reforma tributaria que grave la renta financiera), pero eso no implica que deba descartarse una iniciativa que sí apunta a corregir en parte el inequitativo reparto de la riqueza, como son las retenciones móviles.
La persistente tarea de la ortodoxia de deslegitimarlas y de sectores del progresismo que todavía siguen considerando que fueron un error tiene como fin limitar la acción del Estado(esto es golpismo) –con este gobierno o con cualquier otro– en la redistribución progresiva de ingresos. En el Informe 2008 Derechos humanos en Argentina del Centro de Estudios Legales y Sociales se incluye el capítulo “La distribución del ingreso en la Argentina y sus condicionantes estructurales”, elaborado por el economista Eduardo M. Basualdo.
En ese trabajo se realiza un interesante análisis sobre ese proceso, concentrándose en la relación capital-trabajo, que es la puja básica.
Se precisa que el aumento de la ocupación y del salario real promedio no fueron el resultado de la “mano invisible” del mercado, sino de la política oficial en pos de la reactivación económica, en general, y de la reindustrialización, en particular. Se enumera en ese sentido el alza del salario mínimo, vital y móvil, la incorporación de las sumas fijas al salario básico, el impulso para que se retomaran las negociaciones colectivas de trabajo, la derogación de la denominada “Ley Banelco” a través de la ley 25.877 de 2004, que intenta reordenar el mercado laboral, el ajuste de las jubilaciones mínimas, entre otras iniciativas.
Sin embargo, Basualdo destaca que “cuando estas transformaciones en el mercado de trabajo se traducen en términos de la distribución del ingreso, se constata una situación sorprendente que no parece estar en consonancia con esas modificaciones”. En ese documento se señala que la participación de los asalariados en el ingreso en el año 2007 fue de 28 por ciento, significativamente inferior a la vigente en 2001, que se ubicó en 31 por ciento. El investigador del Conicet y de Flacso menciona que “no deja de ser paradójico que cuando el salario real es equivalente al que regía antes de la crisis de 2002 y la ocupación un 16 por ciento superior, la participación de los trabajadores en el ingreso sea un 11 por ciento más reducida que la vigente en 2001”. Explica que esa aparente contradicción se encuentra en que el PBI, no solamente creció en forma continuada a tasas sumamente elevadas (entre el 8 y el 9 por ciento anual) entre 2002 y el 2007, sino que aumentó claramente por encima de la combinación de salario real y ocupación (masa salarial). Como signo de la complejidad de la época y del cuidado que hay que tener para no caer en lugares comunes impuesto por el perezoso sentido común, Basualdo apunta que “en otras palabras, debido a la recuperación que registró el salario real y la ocupación durante los últimos años, las condiciones de vida de la clase trabajadora para el año 2007 son mejores que durante la crisis e incluso que antes de ella (2001), pero su participación en el valor agregado (en la distribución del ingreso) es menor porque el PBI creció más que la masa salarial.
Visto del otro lado, se puede decir entonces que el capital está en mejores condiciones que antes debido a que se apropió a través de sus ganancias de una porción mayor del valor agregado generado anualmente, registrándose una participación creciente del mismo en el ingreso”. Esto lo logró mediante un incremento sustancial de la productividad, que implica una mayor explotación del factor trabajo.
En la relación capital-trabajo es donde se juega el principal núcleo de la distribución del ingreso de la economía. El tema tributario y, más importante, la asignación del gasto, que resulta un instrumento distributivo aún más potente, como por ejemplo los subsidios a las tarifas de transporte, de luz y de gas, son cuestiones clave en ese tema y donde el Estado queda en el centro de la escena. Pero la puja capital-trabajo es la principal para evaluar cómo se reparte la generación de riquezas de una economía. En esa instancia es cuando se expone la dinámica del proceso para la construcción de una sociedad equitativa con inclusión social. En esa partida, el Estado tiene un rol fundamental para inclinar la balanza para una u otra parte, como árbitro de esa disputa. Por eso, cuando se busca deslegitimar su capacidad de intervención con medidas redistributivas, como son las retenciones, en los hechos lo que se intenta es preservar los privilegios del capital. Se trata de un mensaje contundente de que no tiene que entrometerse en un escenario de distribución del excedente donde el capital está cómodo.
La presente discusión salarial muestra esa tendencia, donde el sector empresario pretende que de ahora en más los ingresos de los trabajadores acompañen los incrementos de productividad, cuando recién se recuperaron de la pérdida ocasionada por la crisis de 2001. En este período de transición de un modelo basado en la valorización financiera a un patrón de acumulación alternativo procuran así que la actual pauta distributiva quede congelada, consolidando el actual esquema inequitativo en el reparto de los ingresos. Del mismo modo que lo están haciendo los protagonistas visibles de la trama multinacional sojera con su resistencia piquetera contra las retenciones móviles.


Por Alfredo Zaiat
azaiat@pagina12.com.ar

viernes, 23 de mayo de 2008

Cuatro horas y media del Che


Veraz y complejo cine para un larguísimo retrato del Che


Steven Soderbergh dedica cuatro horas y media al líder revolucionario



CARLOS BOYERO - Cannes - 23/05/2008



Aunque el cine nos esté acostumbrando desgraciadamente a la eterna duración de películas que podían haberse contado en un tiempo razonable, o incluso no haberse realizado, me asaltan algunos temblores al saber que Che, el proyecto arriesgado y faraónico de Steven Soderbergh, sólo dura cuatro horas y media. En su estreno comercial serán dos partes que no se presentarán a la vez, pero como aquí todo se hace a lo bestia y se supone que lo que más amamos los presentes es pasarnos infinitas horas en la butaca y en medio de la oscuridad, la proyectan de un tirón, eso sí, con un agradecible intermedio en el que al igual que en el colegio o cuando nos llevaban los papás a los añorados programas dobles, nos obsequian con una bolsa con el anagrama de Che que contiene un bocadillo, una chocolatina y una botella de agua, algo insólito en un lugar en el que no acostumbran a regalar ni la hora.


Y te preguntas cómo han permitido a Steven Soderbergh hacer una película tan larga y de semejante riesgo. Elemental, querido Watson. Soderbergh, aquel señor que comenzó pariendo el mejor cine independiente, que triunfó, se estrelló y desapareció temporalmente, se puede ahora permitir el lujo de seguir haciendo experimentos, películas muy personales o vocacionalmente raras, a condición de que no olvide sus puntuales obligaciones con la serie de Ocean y siga engordando a la gallina de los huevos de oro en el fenicio Hollywood.


Soderbergh también ha demostrado que en medio de grandes estrellas y presupuestos enormes es capaz de lograr una penetrante, nada convencional, extraordinaria crónica del narcotráfico en Traffic. Los temores de que los tópicos o la hagiografía edulcorada se hubieran apoderado del retrato de ese personaje histórico, complejo, que nunca ha dejado de estar de moda aunque lleve muerto tanto tiempo, modélico no sólo para el izquierdismo antiguo y el renovado, sino también explotado por el merchandising y el esnobista mundo del diseño, se evaporan a los 10 minutos de proyección. Estamos ante una película muy seria, primorosamente ambientada, con actores que nunca parecen estar interpretando ni recitando, con un lenguaje, un tono, un cuidado en los acentos y en la fisicidad que te hacen creer que están en Sierra Maestra y en compañía de los personajes verdaderos, que lo que ves y escuchas es un documento riguroso sobre aquella realidad que cambió la historia de Cuba.


Soderbergh intercala con maestría en la primera parte de Che los diversos y trascendentes hechos que éste protagonizó desde el arranque de la revolución hasta la toma de La Habana, incluidas sus posteriores intervenciones como embajador de Cuba en Estados Unidos y en la ONU, intentando explicar y defender la legitimidad de la toma del poder en Cuba.


Utilizando alternativamente y con sentido el color y el blanco y negro, mezclando imágenes y discursos extraídos de la realidad con la ficción, Soderbergh y su guionista Peter Buchman evidencian haberse currado a fondo los libros de historia, escuchado opiniones contrastadas y testimonios de los que vivieron aquellos tiempos, recolección de multitud de datos. La batalla guerrillera en Sierra Maestra, la fe en la victoria, la captación de gente humilde que está harta del estado de las cosas y de la corrupta dictadura de Batista, la deserción de algunos y el glacial y letal castigo que se impone a la indisciplina o a la traición, la descripción del siempre estratega, autoritario, retorcido y político Fidel Castro y de la personalidad del Che Guevara, hombre de acción y asmático, humano e implacable, cercano y distante, estoico y rocoso, convencido de que la lucha no debe parar aunque se haya conseguido el objetivo, las enfrentadas concepciones ideológicas sobre el futuro de Cuba entre los insurgentes, todo ello está descrito por Soderbergh con fuerza y matices, eludiendo la tentación del panfleto y del esquematismo, con cine del bueno.


La segunda parte se centra en la organización de la guerrilla en Bolivia que hace el Che y acaba con su muerte. El cambio de escenario también hace el relato más lineal. Puede empezar a pesarte el cuerpo, a dar vueltas en la butaca, a acabar ligeramente saturado de tanta lucha campestre, a mirar frecuentemente el reloj y desear que llegue el final. El atracón pasa factura, es excesivo. Y eso no le quita mérito al gran trabajo de Soderbergh, a su comprensión de una época compulsiva y de un personaje con anverso y reverso. Los actores secundarios están perfectos, sin impostura en su gestualidad y en lo que expresan verbalmente, pero el trabajo de Benicio del Toro es tan impresionante como sobrio, tan complicado como veraz.


Imagino que va a haber movida con Che, que no va a dejar muy contento a nadie que la juzgue con motivos estrictamente ideológicos, pero es indudable el talento, el sentido del cine, la honestidad, el mimo y el esfuerzo de este director tan inquietante como necesario llamado Soderbergh.

jueves, 22 de mayo de 2008

Soluciones habitacionales para indigentes literarios


Asistimos en estos tiempos a debates bizantinos sobre la naturaleza de la novela orquestados de espaldas a la realidad. Todo empezó con el anuncio de su muerte, cuando al escritor Eduardo Mendoza se le ocurrió divulgar la tontería. Después otros recogieron el testigo y se lanzaron a hacer decálogos de inexcusable cumplimiento.
Que si la novela está muerta o está viva, que si la novela debe ser ficción o no ficción, que si la novela o es fragmentada o no será, son diatribas estériles de necesidad. Cada cual airea su paja mental y cuenta la guerra según le conviene. Esto es al fin y al cabo muy humano (salvo en el caso de los creacionistas, que como es sabido defienden el origen divino de sus novelas) pero harta igual.
La novela es un género flexible, tolerante y magnánimo en el que todo cabe salvo el aburrimiento. Intentar acotarla o encauzarla carece de sentido histórico y sólo evidencia papanatismo intelectual o crematístico afán de notoriedad.
La novela carece de reglas. La novela es por excelencia el último bastión de la libertad creativa del individuo. La novela es el territorio de la fantasía, el trasunto imposible de la realidad, el big bang del pensamiento libre y el instrumento con el que el mundo se reinventa una y otra vez. Pura catarsis, puro caos, pura pasión.
Me enervan quienes pretenden ponerle puertas al campo para delimitar sus soluciones habitacionales. Me fastidian los doctrinarios de la primera persona del singular, los certificadores de defunción del texto clásico, y cuantos pretenden ser modernos echando ketchup en el coño de Madame Bovary.
La novela como vehículo de expresión artística ni está muerta, ni es predicable, ni es previsible. Toda visión del mundo tiene en ella cabida, todo estilo ubicación y toda narración asiento. Quienes no tienen una historia que contar, quienes carecen de visión del mundo o son incapaces de desarrollar un lenguaje propio gustan de exhibir su indigencia predicando por los medios el fin de la novela, su mutación genética o su retirada menstrual. Algunos de ellos deberían empezar por releerse el Lazarillo por si pudiera servirles como solución habitacional de su problema literario.
Pero además todo lo dicho es inservible porque por mucho que se empeñen los profetas sin lector no hay novela. Al otro lado de la escritura aguarda la lectura y muchas veces nos olvidamos de que el lector es juez y parte y de que su decisión resulta inapelable. De nada sirve un texto si no es para ser leído por los demás. Pretender por tanto hacer una novela al margen de un destinatario es tarea inútil que no sólo presupone engreimiento sino también desprecio y estupidez.
Sentado lo anterior que cada cual emprenda la novela que le salga, que fragmente o no fragmente, que ficcione o no ficcione, que escarbe en el intertexto o que le dé forma de blog, pero, por favor, que no nos dé más el coñazo dogmatizando sobre si la novela tiene sexo o no. -
Por Fernando Royuela (El País)

lunes, 19 de mayo de 2008

Repeticiones (Por Eduardo Aliverti)




O en diciembre pasado –e incluso hasta marzo último– había que ser políticamente adivino, o ya había bajo la superficie elementos de una profundidad convulsionante que no se supieron mensurar, ni siquiera de lejos. En todo o en parte, una u otra hipótesis, o ambas, son una explicación probable para tratar de entender cómo se pasó, en mucho menos de lo que canta un gallo, de un país donde la percepción era que no pasaba nada a otro en el que (cierto o no, verosímil o no) parecería que puede pasar cualquier cosa.



Ensayemos una alternativa mixta. Consiste en que al Gobierno le cabría la responsabilidad por lo primero, porque sólo un brujo podría haber estado en condiciones de acertar la suma de impresionantes desaciertos en que incurrió en tan corto lapso. Y al “campo” o movimiento campestre o “gauchocracia” –reciente hallazgo semántico del sociólogo Horacio González– le correspondería el gravamen por lo segundo porque, junto con una oposición de perfiles tétricos que halló en los gauchócratas su sentido de existencia, sacó a relucir lo peor de su propia trayectoria cuando vive su mejor momento histórico. La mixtura también se daría en que unos y otros están atravesados, y potenciados, por componentes culturales que hacen a sus esencias constitutivas y, por lo tanto, no hay manera de que puedan controlar sus esfínteres.



En el orden enunciado, ¿cómo hizo el Gobierno, en un ratito, para poner furiosos a quienes están de fiesta, para resucitar muertos electorales, para abrir varios frentes de conflicto a la vez incluyendo ponerse en contra a pulpos mediáticos a los que benefició, para generar desconcierto creciente entre quienes deberían o podrían ser sus aliados naturales, para tener que recurrir al alquiler del aparato del PJ y así y todo dar idea de que puede llenar a duras penas la Plaza y la cancha de Almagro, para reinstalar el riesgo-país, para reactivar absurdas operaciones y psicosis de corralitos y default y corridas cambiarias? No suena sensato buscar la respuesta –exclusivamente– en una Presidenta de la que tal vez se esperaba mucho más en cuanto a su capacidad de liderazgo y autonomía marital-política, ni en las enormes deficiencias de comunicación. Ese paquete es el efecto de una causa-madre que bien puede encontrarse en un gobierno de cuadros políticos muy reducidos, capaz de haberse creído que le basta(ba) con haber seleccionado algunos enemigos, simbólicos y/o reales, entre los bloques de la clase dominante, para ganarse, si no el fervor, al menos la tranquilidad popular. Entonces y por caso, seigual si se le presta atención o no a que las retenciones agropecuarias sean trabajadas, e informadas, de modo tal de no dejar el campo orégano para que el individualismo de los chacareros de la Federación Agraria quede invitado a la mesa brutal de grandes terratenientes y cadenas agroexportadoras. Y seigual si la táctica de maquillar la inflación, para no retroalimentarla, es sugerida con eficacia o dejada en manos de unos monos con navaja. El kirchnerismo juntó la lógica de conducción capanguesca de la aldea santacruceña con el estilo confrontador de la génesis peronista, consistente en darle carácter de gesta nacional y popular ora a los enfrentamientos circunstanciales con algunos poderes del gran capital u ora, como hizo la rata, a su choque desde la derecha, desde el mismísimo peronismo, contra toda una historia de folklore nacionalista (en la acepción no facha del término). Como sea, largarse a boxear contra Clarín y la Sociedad Rural requiere de mucho más que las tropas de D’Elía, de mucho más que el cuadrazo retórico que es Cristina, de mucho más que los camioneros de Moyano y de mucho más que la positiva reacción de intelectuales, periodistas, académicos y escritores. Si el kirchnerismo es ideológicamente honesto en su pretensión de justicia social, no le queda otra que desplegar lo que llamaríamos “confianza activada” en los sectores populares y en los de clase media que, hoy, no saben dónde pararse cuando ven que sólo se toca a la gauchocracia y no, vaya, a los formadores de precios de la cadena industrial-comercial. Es cierto que el Estado fue desmembrado en su poder regulador de los desequilibrios sociales, pero también es cierto que no puede remembrárselo metiendo mano en un solo sector. Y el Gobierno no da signos de querer afectar más allá de la renta agraria. Lo que hace es bueno para empezar, pero no alcanza para seguir. La derecha argentina, y sobre todo sus referentes campestres aunque ya no sean la oligarquía tradicional, es proverbial en el salvajismo de sus apetencias.



Los K pueden tener, y tienen, todas las insuficiencias ideológicas que se quiera, además de espeluznantes defectos operativos. Pero lo que tienen enfrente da ganas de vomitar. Gente que en nombre de sus chacras habla de que hay una dictadura civil, que se pone la escarapela por una tonelada de soja, que se horroriza por el vestuario presidencial pero no por cómo los agronegocios se copulan a la Argentina. Esa gente. Ese De Angeli que los medios ponen en cadena nacional cada vez que pega cuatro gritos disfónicos, y que como buen gaucho desclasado verbalizó que lo único que le importa es volverse a trabajar a su campito. Esa Carrió, que encontró el sentido de su vida en las predicciones catastrofistas que mezclan la moral del Che Guevara con los intereses de Luciano Miguens. Esas conchetas teflonarias, y esos hijos de sojeros que ocupan el inmobiliario especulativo urbano con la plata que les giran los campestres que dicen que el campo no da más. Esos piqueteros pero blancos, como dijo el vice de la Rural. Esa gente que irrumpe desde el trazado histórico de este país al lado de Roca, de Uriburu, de la Libertadora, de Onganía, de Martínez de Hoz, de Videla, de Menem. Esa gente.



Casi sesenta años después, tomado no desde el nacimiento del peronismo, sino a partir de que los accidentes del peronismo lo colocaron enfrente de bloques que ideológicamente hubieran debido serle afines, parece mentira pero la historia se repite. Habrá que ver si como tragedia o como comedia. Más o menos una mitad de la sociedad, aunque la pasa bien, se abroquela en el disgusto o la irritación por las formas autoritarias de un populismo que no le sienta a su imaginario parisino. Y más o menos la otra mitad, aunque la pasa mal, reconoce que los otros son una opción peor. Todo con matices, claro. La mala noticia es que, por más que a la izquierda del kirchnerismo esté la pared, lo que está a la derecha es mucho más peligroso. La buena es que la derecha es una runfla que no tiene partido.


Y la pregunta sería hasta cuándo.

sábado, 17 de mayo de 2008

Altanerías (Por J.M.Pasquini Durán)

Con soberbia de raíz oligárquica, los dirigentes de la Sociedad Rural y sus aliados decidieron prolongar la protesta, dejar los piquetes en las rutas, mantener interrumpido el comercio de granos y convocar a un acto nacional en el Monumento a la Bandera en Rosario para el 25 de mayo. A fin de justificar la continuidad de la medida de fuerza, los caciques ruralistas extendieron cada vez más el pliego de reivindicaciones, de manera que si mañana el Gobierno decidiera anular la Resolución 125 (retenciones móviles), causa original y última hace sesenta días, hoy sería insuficiente, un vaso de agua en el océano de demandas que han sido incluidas en la agenda de urgencias. La exigencia de la urgente sanción de políticas públicas para las diversas economías regionales, el mercado interno y el comercio exterior, busca sobre todo que el Gobierno abdique de su autoridad y derecho, cediendo la capacidad de decisión a instituciones privadas, sectoriales y minoritarias. Con ese mismo criterio, podrían pedir igual trato los laboratorios, las corporaciones industriales, los bancos y cualquier actividad económica, negándole toda intervención al Estado para regresar al dominio absoluto del mercado, como en los años ’90. En ese contexto, el simultáneo pedido de audiencia a la Presidenta de la Nación, subordinada a la exigencia de recibir previos anticipos oficiales sobre sus demandas, antes del próximo miércoles, pretextando que los productores han perdido credibilidad en la palabra presidencial, es una hipócrita simulación de vocación dialoguista. ¿Desde cuándo la extorsión es un método válido de negociación sectorial con la máxima autoridad institucional, elegida por una contundente mayoría electoral en octubre pasado, hace apenas siete meses?

Hay todavía otro agravante: este conjunto de decisiones del jueves es la réplica al discurso del miércoles de la presidenta Cristina en el acto de asunción de las nuevas autoridades del Partido Justicialista (PJ). Para sorpresa de muchos, que esperaban mensajes del “doble comando” presidencial con una firme ratificación de autoridad en confrontación con la movilización agropecuaria, Néstor Kirchner, flamante titular del PJ, cedió la palabra a Cristina, quien cerró la lista de oradores. Con ese gesto, Néstor reconoció la verticalidad del mando y la Presidenta, por su parte, dedicó su mensaje a insistir en las ideas de la concertación plural, de la recíproca tolerancia entre argentinos y de su disposición al diálogo. Las razones del mensaje cada uno puede atribuirlas a la razón que mejor le venga, pero aunque no las mencionó, las entidades rurales eran obligadas destinatarias de la exhortación, que fijó la única metodología lógica en la democracia: los intereses en pugna se resuelven en la negociación constante y paciente, con un rol activo del Estado para proteger el bienestar general. La necesidad de volver a la mesa del diálogo fue también la médula de la posición de los gobernadores que recibieron a los ruralistas, sobre todo de Schiaretti (Córdoba) y Binner (Santa Fe). En lo formal, los jefes ruralistas se dieron por notificados, pero mantuvieron a pie firme la sustancia de su conducta de los últimos dos meses. Tal vez tenga razón Aldo Ferrer, economista de larga experiencia política, cuando afirma que la cultura del diálogo es muy inmadura en el país como consecuencia de su historia en más de la mitad del siglo XX, cuajada de antinomias irreductibles y de inestabilidad político-institucional.
Ferrer adhiere a la gestión de gobierno, tanto de Néstor como de Cristina, pero Natalio Botana de ninguna manera. Aun así, explicó: “Especulan con la crisis quienes quieren valerse de ella para desalojar a las autoridades mediante golpes de opinión” y en el mismo texto señaló que “el método del recambio de gobernantes mediante el vendaval de la crisis (...) tal vez sea el peor legado de los años 2001-2002: el poder de la calle, el ruido de las cacerolas amplificado por la televisión, la creencia de que la soberanía del pueblo es expropiable en cualquier circunstancia por grupos espontáneos u organizados” (“Sumisos y rebeldes”, en La Nación, 15/05/08). La soberanía del pueblo que quiere ser expropiada con golpes de mano en esta ocasión es, nada menos, que el pronunciamiento de las urnas en octubre de 2007. Si alguien puede corregirlo es la propia ciudadanía en el cuarto oscuro, y si los ruralistas quieren formar un partido del Granero y presentar candidaturas, tendrán la oportunidad de desalojar a los gobernantes con el apoyo popular que hoy invocan para su tan rentable causa. Mientras tanto, los ciudadanos deberán cuidarse de caer en la trampa de falsas polarizaciones y de reconocer como adecuadas algunas sugerencias de mediación. Los mediadores son válidos cuando se trata de acercar posiciones entre pares, pero éste no es el caso: no hay forma de equiparar la investidura presidencial con la representación sectorial de una minoría económico-social, por muy poderosos que sean sus negocios.

Con buen criterio, el Estado se negó a ejercer la violencia, aunque el derecho de protesta a veces se excede hasta asumir la autoridad de tránsito en rutas nacionales e internacionales. Esa inacción disciplinaria se debe a la voluntad de sus administradores, pese a contar con la misma capacidad represiva de gobiernos anteriores, y a su compromiso político y ético con el respeto más amplio a los derechos humanos. Sin embargo, las fuerzas que respaldan la voluntad de diálogo expresada por la Presidenta y que rechazan la expropiación de la soberanía popular están en su derecho de manifestar opiniones discrepantes con los ruralistas y abrir el debate de ideas en todo el país y en todos los escalones del Estado. Una digresión al paso: en el mitin del PJ volvieron a enfrentarse las barras bravas de camioneros y albañiles. Sería reconfortante para el Gobierno, el PJ y la ciudadanía, peronista o no, que los jefes de ambos sindicatos dieran excusas públicas por el bochornoso espectáculo y anunciaran el compromiso mutuo de sancionar a los afiliados que estén comprometidos en situaciones de semejante violencia. ¿O dejarán que los mitines políticos se degraden como las tribunas del fútbol?

Los legisladores, intendentes y gobernadores tienen la responsabilidad de esclarecer posiciones en sus respectivas jurisdicciones, aun con los cálculos que cualquier político hace cuando los votos están en juego. Vale para oficialistas y opositores por igual, pese a que hasta el momento la oposición aprovechó mejor la ocasión ya que, por fin, encontraron un tren donde subirse para atacar al Gobierno con profusa repercusión mediática. Nadie puede obligarlos a desperdiciar sus posibilidades electorales, pero si escuchan el rumor de la calle no tardarán en advertir que el deseo mayoritario es que el conflicto se resuelva. Hoy en día, está cada vez más claro que el Gobierno no es el que pone palos en la rueda y que la altanería está en “el campo”. Si los gobernantes tienen la inteligencia de mantener su actitud dialoguista, habrán dado muestras de mayor integridad y fortaleza y terminarán revirtiendo los porcentajes en los sondeos de opinión. Tampoco es cuestión de obsesionarse con el tema en litigio, sin desmerecer su importancia, porque el punto de vista cerrado puede producir el efecto Gualeguaychú, donde de un día para otro, desde hace dos meses, la papelera Botnia parece que dejó de contaminar el medio ambiente y los intransigentes bloqueadores de los puentes al Uruguay han desaparecido, ya que no aparecieron al lado del caudillo mediático ni De Angeli los mencionó jamás, con ese espíritu solidario que lo caracteriza.

Por los antecedentes, es evidente que el Gobierno prefiere tomar decisiones en círculos tan cerrados que más de una vez paraliza las fuerzas que están a su disposición porque todos esperan la voz de orden. Algo anotaron los centenares de intelectuales de primer nivel que dieron a conocer una “Carta Abierta” sobre la situación actual, en la que demandan la “creación de un espacio político plural de debate que nos reúna y nos permita actuar colectivamente”. El texto puntualiza: “La relación entre la realidad política y el mundo intelectual no ha sido especialmente alentada desde el gobierno nacional y las políticas estatales no han considerado la importancia, complejidad y carácter político que tiene la producción cultural” (en Página/12, 15/05/08). El mismo documento refiere el proceso de “sociedades cuya complejidad política y cultural exige, en la defensa de posturas, creencias y proyectos democráticos y populares, una decisiva intervención intelectual, comunicacional, informativa y estética en el plano de los imaginarios sociales. Esta problemática es decisiva no sólo en nuestro país, sino en el actual Brasil de Lula, en la Bolivia de Evo Morales, en el Ecuador de Correa, en la Venezuela de Chávez, en el Chile de Bachelet, donde abundan documentos, estudios y evidencias sobre el papel determinante que asume la contienda cultural y comunicativa”.
A estas horas, la presidenta Cristina habrá tenido la oportunidad de comunicar a sus colegas de América latina, Caribe y Unión Europea, en particular a Merkel, de Alemania, y Rodríguez Zapatero, de España, su propia visión de los conflictos en el país, para que la última palabra no la tengan sólo las cadenas internacionales de noticias. Es un momento más que adecuado para que la jefa del Estado renueve su visión internacional y verifique las enormes dificultades que enfrenta la región en su conjunto y algunos gobiernos amigos en particular para salir del atraso y la injusticia. “La política –señaló el líder del Partido Democrático, Walter Veltroni, en la campaña italiana en la que venció Silvio Berlusconi– debe volver a ser entendida no como guerra de posiciones entre facciones opuestas, sino como instrumento del cambio de la realidad en la que vivimos (...) El fin último de la política no puede ser la conquista y conservación de un poder para sí mismo, sino la búsqueda del consenso en nombre de un proyecto y de un programa de cambio. Esto, para mí, es el reformismo.”

miércoles, 14 de mayo de 2008

Rehenes de Monsanto



Qué duro es sentirse minoría en un país de falsas mayorías.
Qué duro es ver que el gobierno nacional y los ruralistas luchan entre sí cuando son cómplices necesarios del país sojero.
Qué duro es ver cacerolas relucientes y llenas de soja RR en el asfalto civilizado de Buenos Aires.
Qué duro es ver las cacerolas renegridas y sin tierra de los campesinos de Santiago del Estero.
Qué duro es ver a los estudiantes de universidades argentinas con sus carteles de apoyo a los ruralistas en huelga, como si Monsanto y el Che Guevara pudieran darse la mano.
Qué duro es recordar que esas cacerolas relucientes, esos estudiantes movilizados y esas familias temerosas del desabastecimiento no salieron a la calle cuando los terratenientes de este siglo XXI expulsaron a familias y pueblos enteros para plantar su soja maldita. Qué duro es ver la furia ruralista al amparo de reyes sojeros como el Grupo Grobocopatel.
Qué duro es ver el rostro reseco de doña Juana expulsada, de doña Juana sin tierra, de doña Juana con sus muertos bajo la soja.
Qué duro es ver que se cortan las rutas para que China y Europa no dejen de tener soja fresca, y para que Monsanto no deje de vender sus semillas y sus agroquímicos.
Qué duro es comprobar, con los dientes apretados, y con el corazón desierto y sin bosques, que nadie habló en nombre de los indígenas expulsados de sus territorios, de sus plantas medicinales, de su cultura y de su tiempo para que la soja y el glifosato sean los nuevos algarrobos y los nuevos duendes del monte.
Qué duro es ver con las manos y tocar con los ojos que nadie habló en nombre de los campesinos echados a topadora limpia, a bastonazos y a decisiones judiciales sin justicia para que ingresen el endosulfán, las promotoras de Basf y las palas mecánicas con aire acondicionado.
Qué duro es saber que nadie habló en nombre del suelo destruido por la soja y por el cóctel de plaguicidas.
Qué duro es comprobar que muchos productores, gobiernos y ciudadanos no saben que los suelos sólo son fabricados por los bosques y ambientes nativos, y nunca por los cultivos industriales.
Qué duro es saber que para fabricar 2,5 centímetros de suelo en ambientes templados hacen falta de 700 a 1200 años, y que la soja los romperá en mucho menos tiempo.
Qué duro es recordar que el 80 por ciento de los bosques nativos ya fue destrozado y que funcionarios y productores no ven o no quieren ver que la única forma de tener un país más sustentable es conservar al mismo tiempo superficies equivalentes de ambientes naturales y de cultivos diversificados.
Qué duro es observar cómo se extingue el campesino que convivía con el monte y cómo lo reemplaza una gran empresa agrícola que empieza irónicamente sus actividades destruyendo ese monte.
Qué duro es ver que el monocultivo de la soja refleja el monocultivo de cerebros, la ineptitud de los funcionarios públicos y el silencio de la gente buena.
Qué duro es saber que miles de argentinos están expuestos a las bajas dosis de plaguicidas, y que miles de personas enferman y mueren para que China y Europa puedan alimentar su ganado con soja.
Qué duro es saber que las bajas dosis de glifosato, endosulfán, 2,4 D y otros plaguicidas pueden alterar el sistema hormonal de bebés, niños, adolescentes y adultos, y que no sabemos cuántos de ellos enfermaron y murieron por culpa de las bajas dosis porque el Estado no hace estudios epidemiológicos.
Qué duro es saber que los bosques y ambientes nativos se desmoronan, que las cuencas hídricas donde se fabrica el agua son invadidas por cultivos y que la Argentina está exportando su genocidio sojero a la Amazonia boliviana.
Qué duro es comprobar que las cacerolas relucientes son más fáciles de sacar que las topadoras y el monocultivo.
Qué duro es comprobar que en nombre de las exportaciones se violan todos los días, impunemente, los derechos de generaciones de argentinos que todavía no nacieron.
Qué duro es ver las imágenes por televisión, los piquetes y las cacerolas mientras las almas sin tierra de los campesinos y los indígenas no tienen imágenes, ni piquetes, ni cacerolas que los defiendan.
Qué duro es comprobar que estas reflexiones escritas a medianoche sólo circularán en la casi clandestinidad mientras Monsanto gira sus divisas a Estados Unidos, mientras las topadoras desmontan miles de hectáreas en nuestro Chaco semiárido para que rápidamente tengamos 19 millones de hectáreas plantadas con soja, y mientras miles de niños argentinos duermen sin saber que su sangre tiene plaguicidas, y que su país alguna vez tuvo bosques que fabricaban suelo y conservaban agua. Muy cerca de ellos, las cacerolas abolladas vuelven a la cocina.
Por Raúl Montenegro (Página 12)
* Biólogo. Premio Nobel Alternativo (Estocolmo, Suecia). Profesor titular de Biología Evolutiva en la Universidad Nacional de Córdoba, montenegro@funam.org.ar

lunes, 12 de mayo de 2008

El día de la escarapela (Por Horacio Verbitsky)



El plan de lucha de las cámaras patronales agropecuarias asumió sin disimulo su carácter político. La identificación entre los latifundistas y la Patria propuesta por el presidente de Confederaciones Rurales, Mario Llambías, a sugerencia de una consultora contratada; el tractorazo en el Chaco y la preparación de un acto que se pretende masivo en Rosario nada menos que el 25 de mayo, la contratación de empresas de telemarketing para invitar con grabaciones telefónicas a cacerolear, la presión sobre gobernadores, legisladores e intendentes, las descalificaciones al ex presidente Néstor Kirchner por parte del mismo Llambías y de Eduardo Buzzi, las amenazas e intimaciones a la presidente CFK del energúmeno de Gualeguaychú, el intento de sectorizar la escarapela argentina como estandarte de una facción exceden todo lo concebible en un conflicto sectorial.


Es la política, estúpido
Con el precio actual de la soja, la movilidad lleva las retenciones al 39 por ciento, apenas 4 por ciento más que con el sistema anterior. Las concesiones que los negociadores patronales ya obtuvieron del Poder Ejecutivo implican un beneficio superior. Por lo tanto, ninguna racionalidad económica explica la virulencia de un movimiento de contenido político, similar al que enfrenta el gobierno boliviano de Evo Morales y a los que padecieron antes el presidente de Venezuela, Hugo Chávez y el de Ecuador, Rafael Correa. Cada uno tiene sus características nacionales propias, pero en todos los casos expresan el cuestionamiento de los sectores tradicionales de poder y de sus aliados externos contra procesos populistas que cuestionan el discurso único del neoliberalismo y el alineamiento automático con la superpotencia. Esto no califica el desempeño de cada uno de esos gobiernos ni vaticina un desenlace. Apenas define un campo de tensiones y antagonismos en el que cada uno se ubica.


El espejo boliviano
En Venezuela, en abril de 2002, fueron los mandos militares junto con la clase empresarial y el apoyo explícito de la cancillería estadounidense quienes derrocaron y arrestaron al coronel Chávez. Luego, una interminable huelga petrolera cuestionó las atribuciones de un gobierno legítimo para administrar la principal empresa del país. La pugna duró un año, en el cual el Producto Interno cayó en forma abrupta, pero permitió al gobierno recuperar la capacidad de decisión que le negaban. Según los informes que el gobierno de Ecuador transmitió al de la Argentina, en la destrucción de un campamento de las FARC en marzo de este año se empleó el mismo tipo de bombas que cubrieron de cráteres Afganistán y que sólo pueden ser arrojadas por aviones estadounidenses. En Bolivia, la rica burguesía agropecuaria y petrolera de Santa Cruz, Tarija, Cochabamba y el Beni plantea la secesión bajo capa de autonomía, para no compartir los recursos naturales con la mayoría indígena que llevó al palacio Quemado a un sindicalista aymara. Al estilo de las cámaras patronales argentinas, los activistas dirigidos por Eduardo Costas y Branco Marinkovich cuestionan un impuesto al petróleo que el gobierno usa para pagar una asignación a todos los ancianos que hasta ese momento carecían de amparo. Morales respondió al desafío aceptando someter su mandato a un referendo revocatorio, para que el pueblo decida si debe continuar en la presidencia. Lo mismo hizo Chávez, con éxito, a instancias del ex presidente argentino Néstor Kirchner. La idea de una consulta popular para que todo el pueblo se pronuncie sobre el veto que la dirigencia rústica intenta colocar a la capacidad de decisión de CFK, constituiría una salida democrática a un desafío autoritario. Las encuestas más recientes que han circulado en despachos oficiales muestran un pequeño descenso de la adhesión popular. Según OPSM, el apoyo a CFK se redujo del 65,9 al 63,7 por ciento entre marzo y abril, mientras Analogías detectó que el 40,5 por ciento de los consultados opinan que el gobierno tiene razón en el conflicto por las retenciones, contra el 30,3 por ciento que se la asigna a los piqueteros. El 67,9 por ciento se declara de acuerdo o muy de acuerdo con las retenciones. Para Roberto Bacman, del Centro de Estudios para la Opinión Pública, CEOP, el 69 por ciento está en contra de los cortes, el 48 por ciento considera justas las retenciones y el 76 por ciento aprueba los reintegros a los productores menores. Son números dispersos, provienen de muestras distintas, por lo que sólo sirven como un marco de referencia contrastante con el estrépito radial y televisivo, que sugiere un Apocalipsis inminente.
A partir de 1983 Raúl Alfonsín y sus sofisticados asesores en cultura democrática inspiraron diseño y discurso en los procesos de transición de la Europa de posguerra, con especial acento en España, Italia y Alemania. A poco andar quedó claro que hubiera sido mucho más conveniente fijarse en lo que sucedía en Bolivia, un país cuyas crisis suelen anticipar las de la Argentina, aunque esto ofendiera la conciencia blanca de esos ilustres consejeros. Durante los últimos encuentros de recomposición de relaciones entre las cancillerías de Washington y Buenos Aires, los funcionarios estadounidenses sostuvieron que su principal problema en Bolivia era que no tenían allí ninguna incidencia y ni siquiera sabían qué estaba ocurriendo. Conviene poner en duda esa manifestación. Morales denunció que el embajador de los Estados Unidos y otro funcionario de su equipo actuaron en Kosovo durante la secesión que condujo a la guerra civil entre varias naciones que formaron parte de la Federación Yugoslava y que intentan repetirlo en el corazón de Sudamérica.
La Argentina invisible
En abril, el periodista Richard Gott publicó un esclarecedor artículo en el diario londinense The Guardian sobre la composición étnica de la Argentina. Gott entrevistó al genetista Daniel Corach (el primo bueno), cuyas investigaciones indican que el 56 por ciento de la población actual del país tiene sangre indígena. A una conclusión similar había llegado desde la crítica literaria la ensayista venezolana Susana Rotker. “No somos tan europeos como creemos” explica Corach, quien durante más de una década examinó el ADN de 12 mil personas en once provincias. Según el investigador de la Universidad de Buenos Aires, 20 millones de argentinos son de origen indígena mientras apenas 16 pueden remontar sus ancestros a Europa. Con una percepción ausente en la prensa local, Gott vincula estos datos con el proyecto del bicentenario y con la decisión de Cristina de acelerar la integración del país a un continente que rechaza las tradiciones de sus colonizadores blancos. Sin tendencia al indigenismo radical, las actitudes de los últimos días marcan un fuerte contraste: mientras los bien comidos patrones rústicos reincidían en su populismo carretero, la presidente visitó en Jujuy la agrupación barrial y cooperativa de construcción de viviendas y costura de uniformes y guardapolvos Túpac Amaru, conducida por una mujer, Milagros Sala, y el jefe de gabinete, Alberto Fernández, recibió en la Casa de Gobierno a representantes del Frente Nacional Campesino, del que forman parte el MOCASE santiagueño, el MOCAFOR formoseño y organizaciones similares de Jujuy y Misiones. La experiencia organizativa de la Túpac Amaru fue postulada como modelo en el país por Víctor De Gennaro, ex secretario general de la Central de los Trabajadores Argentinos quien impulsó la designación de Sala como Secretaria de Acción Social de la CTA, cuya personería gremial sigue empecinado en negar el gobierno, en aras de una alianza con la CGT. El diálogo con el Frente Nacional Campesino refleja la voluntad de impedir que la flamante subsecretaría de De- sarrollo Rural y Agricultura Familiar sea capturada por la Federación Agraria, cuyos afiliados han intervenido en el desalojo violento de familias campesinas para substituir con soja transgénica sus cultivos de subsistencia. “Se me encoge el corazón cuando los veo a ustedes, pobres de toda pobreza, porque son la contracara de las minorías egoístas e insolidarias que nunca comprendieron el país ni lo comprenderán”, dijo CFK en Jujuy, luego de que sus anfitriones advirtieran que además de derechos tenían obligaciones con el país. Una consecuencia positiva del conflicto es el nuevo interés que el gobierno ha puesto en democratizar la comunicación. Ése es el sentido del trabajo que están coordinando Gabriel Mariotto y Carlos Zannini para sancionar una nueva ley de servicios audiovisuales, luego de una vasta ronda de consultas, en la que CFK escuchó todas las posiciones, incluida la de las cámaras patronales cuya curiosa lógica sostiene que el ingreso de nuevos actores al espectro limitaría la libertad de expresión. También se destaca un proyecto de ley de derecho a rectificación o respuesta presentado por los diputados kirchneristas Edgardo Depetri, Adriana Puiggrós, Adela Segarra, Claudio Morgado, Ariel Pasini, Luis Ilarregui, Edith Llanos y Claudia Bernazza. Ese derecho está contenido en la Convención Americana de Derechos Humanos y no se incluyó en forma explícita en la Constitución de Olivos por presión de las cámaras empresariales de medios de comunicación. El proyecto es cuidadoso, porque sólo permite rectificar informaciones falsas o agraviantes, pero no habilita a responder sobre opiniones, ideas, creencias, ideologías o convicciones. A desacreditar este tipo de iniciativas democratizadoras tiende una repugnante operación de inteligencia contra el gobierno, que consistió en hackear las computadoras de la directora de Clarín, Ernestina Herrera de Noble y de su principal accionista, Héctor Magnetto. De allí extrajeron archivos íntimos, como contratos de servicios o fotos familiares, que les fueron enviados a ellos mismos con la firma falsa de la agrupación juvenil Cámpora, que orienta Máximo Kirchner. La exasperada polémica cotidiana entre el gobierno y los grandes medios favorece la erupción de esas bocas del infierno. Tampoco ennoblece la posición oficial en la puja con Clarín el recurso a los medios malhabidos de un mercenario en alquiler a cualquier gobierno, hoy a órdenes del ministerio de Planificación.
Un discurso perverso
La identificación de un sector con la Patria y sus símbolos y la consecuente descalificación del resto fue una constante en el discurso hegemónico durante el largo medio siglo de gobiernos de facto. Si el Ejército se pretende “glorioso partero de la historia, anterior a la Patria”, como dijo hace dos décadas el general José Caridi, y si “nuestras Fuerzas Armadas nacieron a la sombra de la Cruz”, según predicó hace medio siglo el primer vicario castrense, Fermín Laffite, para la Sociedad Rural “cultivar el suelo es servir a la Patria”. Su presidente, Luciano Miguens, quien no tiene inhibiciones para decir lo que piensa, explicó al anunciar la segunda etapa del plan de lucha, que lo que sobra de las exportaciones de carne puede volcarse al consumo interno. Ése fue el criterio que rigió desde el derrocamiento de Perón, en 1955, con las políticas de veda al consumo, mientras se atendía al mercado internacional. Más perverso es el discurso de Eduardo Buzzi, a quien no se le mueve un músculo mientras plantea la redistribución del ingreso, sentado a la derecha de Miguens, quien le pidió que fuera el vocero del grupo. Cualquier crítica a las falencias de la política oficial es admisible, porque no le han faltado ni errores ni horrores, pero un dirigente que se reclama popular no puede aliarse con lo peor de la historia argentina, con los enemigos históricos de su propia entidad, para confrontar con el primer gobierno que en medio siglo puso en debate la apropiación individual de la riqueza generada por procesos colectivos, ni subordinar la trabajosa posibilidad de un acuerdo a las conveniencias de una interna política en su organización. La agenda que Fernández llevó a la última reunión dice “analizar las condiciones de funcionamiento de los mercados a término”. Convertir esa frase tan taxativa en una promesa de cambio del mecanismo de retenciones móviles se parece demasiado a una provocación.
A dónde apunta el índice
El jefe de gabinete también anunció el jueves que desde el 1° de mayo entró en vigencia un nuevo mecanismo de medición del Indice de Precios al Consumidor. La nueva canasta comprende los productos que consumen dos tercios de la población y equivalen a las tres cuartas partes de todos los bienes y servicios. Quedan afuera los consumos suntuarios del primer decil de la población y los de subsistencia del último. Su razonabilidad no ha sido cuestionada por ningún técnico. Sin embargo, el índice que ahora se dio de baja, es el mismo que midió una baja inflación entre 2003 y 2005, y su problema no fue técnico sino debido a la manipulación iniciada en el año electoral. Hace unos meses, cuando Clarín publicó que el nuevo índice experimental medía menos que el vigente, desde el gobierno se lo señaló como una operación dirigida a destruir su credibilidad antes de que naciera. Tal vez. Pero ¿qué pasará si el nuevo índice, realizado bajo la conducción de los mismos funcionarios que destruyeron la confianza pública en el INDEC, sigue oscilando entre 0 y 1? El gobierno ha sido reacio a admitir que esa discrepancia entre el dato oficial y todos los privados (e incluso los públicos de algunas provincias) no sólo generó inflación por expectativas, sino que también mermó la confianza en cualquier palabra oficial, sobre cualquier tema. Por eso preserva a quien se encargó de ese maquillaje, ya grotesco por el rímel corrido.
Escándalo en ciernes
El jueves, la presidente dirigió una dura intimación al secretario de Comercio Interior luego de recibir una medición de los altísimos precios de la canasta básica en una subsidiada cadena de supermercados. Colaboradores del ex ministro Martín Lousteau sostienen que entre los acuerdos no escritos figura que los hipercomerciantes le avisen al funcionario cuando algún proveedor incrementa en forma desmesurada sus precios, para que pueda exigirle una retracción inmediata. A cambio, no controlaría como es debido a esas grandes cadenas de comercialización, que constituyen uno de los núcleos del problema, dada la alta oligopolización. Hace una semana CFK comunicó en un discurso que había ordenado al secretario de Comercio que en la publicidad de supermercados constara la cantidad de artículos disponibles de cada oferta. Esto sugiere que descubrió uno de los trucos con que fue distraída en los primeros meses de su gestión: la oferta se limitaba a pocos centenares de unidades. Esta semana, luego de ver los precios de una cadena, CFK pidió una comunicación telefónica. “Guillermo, quiero que me explique esto”, dijo con severidad. Al día siguiente se recibió en la Casa de Gobierno un pedido de audiencia de los directivos de otra cadena, multinacional. “Nos amenazó, dijo que sabía dónde estudiaban nuestros hijos. Esto se aclara o habrá un escándalo internacional”, anunciaron. La audiencia tendrá lugar mañana o el martes. No es la única contrariedad que aguarda al funcionario. Dentro del paquete del bicentenario, junto con la modificación del precio fijo para la soja por encima de una cotización externa de 600 dólares la tonelada, se enmendaría el esquema de retenciones a los combustibles vigente desde la primera semana de febrero, que ha logrado desabastecer los surtidores y paralizar ya 26 torres de exploración petrolera de Repsol, a pesar de la alardeada “argentinización”: cuánto más sube el barril en el mercado internacional, menor es el precio que se les reconoce a las empresas dentro del país. Cuando se estableció el barril estaba a 89 dólares y Repsol podía venderlo en la Argentina a 46. Ahora trepó a 122 y el precio interno cayó a 35 dólares.

Detrás del escenario (Por Eduardo Aliverti)





Hay, sólo tal vez, una buena noticia. Si se prolonga la medida de fuerza del movimiento campestre, como bautizó Eduardo Grüner a eso que la inmensa mayoría denomina “el campo”, habría la posibilidad de que aparezcan en escena las verdaderas estrellas de la obra. Porque, y entre otras causas principales gracias al ocultamiento periodístico, hasta ahora apenas aparecieron los actores de reparto.



Sea que quiera citárselas simplemente como “grandes compañías agroexportadoras”; o bien si prefiere hablarse de los jugadores decisivos en la cadena de especulación comercializadora y del producido agrotóxico, nombres como Bunge, Dreyfus, Cargill, ADM, Molinos (y Monsanto, claro está, como semillero monopólico), vienen permaneciendo cuidadosamente ocultos, no sólo en todo el tiempo que lleva el choque con “el campo”, sino cada vez que se habla o discute sobre política y rumbos granarios, o de comercio exterior en general. No es para menos. Hablar de ellos es hablar del modelo desde su raíz; y no de las lágrimas de cocodrilo que derraman los chacareros que les hacen el juego, ni de los disparates gubernamentales en el timoneo de la situación, ni de si mintió Alberto Fernández o los dirigentes de las entidades. Todo eso es para la gilada y mediáticamente sale gratis, dando, encima, la imagen de un gran debate nacional que la prensa refleja cual niña impoluta. Lo otro es el centro de la cuestión.



Va cita de un trabajo del Grupo de Reflexión Rural de marzo pasado, cuya contundencia técnica y carácter didáctico son de muy improbable desmentida: “Tomemos conciencia de que quienes protestan por las políticas tributarias son los productores; no son Los Grobo, ni El Tejar, Cargill o ADM los que se quejan. Estos últimos le pagan al productor la tonelada de soja aproximadamente a 165 dólares, cuando su precio es de trescientos dólares. Agrega el especialista Ferrari Echeverri: ‘En noviembre aumentaron las retenciones de 28 a 35 por ciento y a raíz de eso quedó en evidencia una situación inédita: cuando ni siquiera había comenzado la siembra de la soja, existían más de 18 millones de toneladas cubiertas por esos formularios, con sólo cuatro millones compradas. Quedó así en claro que eran declaraciones que cubrían ventas falsas y efectuadas al solo efecto de quedarse con el previsible aumento de las retenciones, aprovechando la incapacidad del Gobierno que, desde al menos cinco o seis semanas antes, anunciaba el aumento sin haber cerrado el registro de los formularios’. O sea que el resto, 135 dólares aproximadamente, va para el Gobierno como derecho a la exportación. Luego la venden en el mercado de Chicago a 550 y además, generalmente lo hacen luego de triangularla entre sus propias oficinas para subfacturarla y pagarle lo menos posible al Estado. El negocio de los exportadores y de las empresas a ellos vinculadas es, de ese modo, fabuloso. Pero no se detienen allí las ganancias. Los exportadores y sus socios, también y en simultáneo, se transforman en productores de agrocombustibles, de carne vacuna a corral y también de pollos, tal como la empresa Avex de Los Grobo. Las nuevas y extraordinarias dimensiones de los agronegocios, tales como la Granja Tres Arroyos, que faena trescientos mil pollos diarios y que participa de los actuales convenios de la Argentina con Venezuela, sube la apuesta productiva a niveles donde solamente pueden jugar las corporaciones. Los granos con que preparan los alimentos balanceados, con los que hacen esa carne producida en forma industrial, también los pagan a 165 dólares, como si fuera para exportación, cuando en realidad esa soja no sale del país como grano; es decir que el alimento de sus criaderos les cuesta la mitad que al productor común que hace carne, y con el que compiten en el mercado interno”.



Da pavura ideológica y vergüenza ajena, en ese orden o en el inverso, ver manifestándose en las rutas y en asambleas a chacareros que son funcionales a esos intereses. Esto es, utilitarios de su propia victimización. Es cierto, como dijo el colega Orlando Barone en una de sus deliciosas “cartas abiertas”, que el Gobierno debería descender de las nubes o de los cerros de Ubeda y salir del soliloquio que onaniza su discurso para aterrizar, aunque sea en Caballito. “Pero los del agro bájense un rato del caballo”, agregó Barone. “Exhiban en la televisión las escrituras de los terrenitos que poseen. Muéstrenles a los argentinos pobres el margen de ganancia que tienen. Declaren a los movileros cuántas hectáreas poseen sus chacritas y cuánto vale cada una. Y si quieren ponerse una escarapela como grupo rebelde no usen la de Argentina. Pónganse una escarapela con una cabeza de novillo o con una plantita de soja.” Es cierto, pero es todavía peor que eso, porque eso es la parte –necesarísima– que expone el cinismo de quienes lloran la Biblia junto al calefón como si estuviésemos ante una tragedia de hambruna campesina. La otra parte es que, como si eso fuera poco, esta gente va contra el Estado por los impuestos a las exportaciones, como si los exportadores fuesen ellos. Lo cual ni siquiera es lo peor de lo peor, porque ahora acaba de ocurrírseles que la forma elegida para este segundo tramo de su protesta –impedir la exportación de los granos reteniendo camiones– es lo más adecuado para que al Estado le duela en el bolsillo. ¿Alguien cree que no repararon en que las arcas del Estado son el bolsillo de todos los argentinos? En efecto: no se detuvieron en ese detalle simplemente porque ellos se consideran el Estado mismo. El modo en que los caminan los exportadores, “socializando” las retenciones hacia abajo con quitas fraudulentas, los tiene sin cuidado. En lugar de denunciar a la oligarquía de los agronegocios por la extracción y bicicleta de que los hace “víctimas”, se la toman con el Estado porque se apropia de una porción de la renta de sus victimarios.



En otras nobles palabras, la ecuación viene a ser que se dejan tocar el culo por las transnacionales exportadoras, pero lo que debe notarse es que se los toca el Gobierno; que, a su turno, dice que tiene aguante para no dejárselo tocar por los productores, porque lo que no debe advertirse es el modo en que lo viola el modelo sojero. Aunque, de todas formas y al margen de que en este choque no hay un solo inocente, tampoco se trata de perder de vista que lo incuestionable es el derecho del Estado a apropiar renta en proporción a las ganancias y en función de las necesidades colectivas.



Si ese principio entra en discusión, no se puede discutir más nada porque querría decir que la derrota ideológico-cultural, en este caso a manos de los dueños de la tierra y de la cadena de valor, no tiene retorno.

sábado, 10 de mayo de 2008

A las victimas de la espera (La dedicatoria de Zama)



Año 1790


"Salí de la ciudad, ribera abajo, al encuentro solitario del barco que aguardaba, sin saber cuándo vendría.

Llegué hasta el muelle viejo, esa construcción inexplicable, puesto que la ciudad y su puerto siempre estuvieron donde están, un cuarto de legua arriba.

Entreverada entre sus palos, se manea la porción de agua del río que entre ellos recae.

Con su pequeña ola y sus remolinos sin salida, iba y venía, con precisión, un mono muerto, todavía completo y no descompuesto. El agua, ante el bosque, fue siempre una invitación al viaje, que él no hizo hasta no ser mono, sino cadáver de mono. El agua quería llevárselo y lo llevaba, pero se le enredó entre los palos del muelle decrépito y ahí estaba él, por irse y no, y ahí estábamos.

Ahí estábamos, por irnos y no."


Así comienza Di Benedetto su novela Zama.
"La inmovilización continua de la narración, ese hormigueo de pequeñas intervenciones metafóricas que contribuyen a liberarla de la prisión del acontecer.
Que yo sepa, ningún narrador de América, excepción hecha quizá de Borges o de Felisberto Hernandez, había intentado, por los mismos años, experiencias equivalentes."

"Como la mayor parte de los acontecimientos literarios, la aparición de de Zama en 1956 pasó practicamente desapercibida. Algunas reseñas bibliográficas aisladas señalaron sin embargo la calidad del libro.

Abelardo Arias dirías más tarde, y con razón, que si Antonio Di Benedetto hubiese escrito sus cuentos y novelas en París y no en Mendoza, su ciudad, sería mundialmente famoso; a diferencia de los escritores latinoamericanos que escriben desde Europa y han alcanzado de ese modo, quizá por esa razón, gran renombre en la letras continentales pero no mundiales.

Zama ocupará algún día ese lugar codiciado."

"Zama es superior a la mayor parte de las novelas que se han escrito en lengua española en los últimos treinta años, pero ninguna buena novela latinoamericana es superior a Zama"
(J.J.Saer)

domingo, 4 de mayo de 2008

Dúo Salteño (Discografía)

Dúo Salteño (Formado en 1967)

Chacho Echenique y Patricio Gimenez


1969 - Dúo Salteño I (Phillips S.A.I.C)

1971 - El Canto de Salta - Dúo Salteño y Gustavo Leguizamón(Phillips S.A.I.C)

1973 - Dúo Salteño II (Tonodisc)

1974 - Dúo Salteño II (Tonodisc Editado enJapón)

1974 - Dúo Salteño III (Tonodisc)

1983 - El Canto de Salta - Dúo Salteño yGustavo Leguizamón(Polygram - Reedición)

1984 - Como quién entrega el alma(Polygram)

1986 - Madurando Sueños (Polygram)

1991 - Vamos Cambiando (Melopea)






Mecánica Popular (Por Raymond Carver)


Aquel día, temprano, el tiempo cambió y la nieve se deshizo y se volvió agua sucia. Delgados regueros de nieve derretida caían de la pequeña ventana -una ventana abierta a la altura del hombro- que daba al traspatio. Por la calle pasaban coches salpicando. Estaba oscureciendo. Pero también oscurecía dentro de la casa.

Él estaba en el dormitorio metiendo ropas en una maleta cuando ella apareció en la puerta.


—¡Estoy contenta de que te vayas! ¡Estoy contenta de que te vayas! —gritó—. ¿Me oyes?


Él siguió metiendo sus cosas en la maleta.


—¡Hijo de perra! ¡Estoy contentísima de que te vayas!—.Empezó a llorar—.


Ni siquiera te atreves a mirarme a la cara, ¿no es cierto?


Entonces ella vio la fotografía del niño encima de la cama, y la cogió.


Él la miró; ella se secó los ojos y se quedó mirándole fijamente, y después dio la vuelta y volvió a la sala.

—Trae eso aquí —le ordenó él.


—Coge tus cosas y lárgate—contestó ella.


Él no respondió. Cerró la maleta, se puso el abrigo, miró a su alrededor antes de apagar la luz. Luego pasó a la sala.


Ella estaba en el umbral de la cocina con el niño en los brazos.


—Quiero al niño —dijo él.


—¿Estás loco?


—No, pero quiero al niño. Mandaré a alguien a recoger sus cosas.


—A este niño no lo tocas —le advirtió ella.


El niño se había puesto a llorar, y ella le retiró la manta que le abrigaba la cabeza. —Oh! Oh! —exclamó ella mirando al niño.


Él avanzó hacia ella. —¡Por el amor de Dios! —se lamentó ella.


Retrocedió unos pasos hacia el interior de la cocina. —Quiero el niño. —¡Fuera de aquí!


Ella se volvió y trató de refugiarse con el niño en un rincón, detrás de la cocina.

Pero él les alcanzó. Alargó las manos por encima de la cocina y agarró al niño con fuerza.


—Suéltalo —dijo.


—¡Apártate! ¡Apártate! —gritó ella.


El bebé, congestionado, gritaba. En la pelea tiraron una maceta que colgaba detrás de la cocina.


Él la aprisionó contra la pared, tratando de que soltara al niño. Siguió agarrando con fuerza al niño y empujó con todo su peso.


—Suéltalo —repitió.


—No —dijo ella—.


Le estás haciendo daño al niño.


—No le estoy haciendo daño.


Por la ventana de la cocina no entraba luz alguna. En la casi oscuridad él trató de abrir los aferrados dedos de ella con una mano, mientras con la otra agarraba al niño, que no paraba de chillar, por un brazo, cerca del hombro.


Ella sintió que sus dedos iban a abrirse. Sintió que el bebé se le iba de las manos.


—¡No! —gritó al darse cuenta que sus manos cedían.


Tenía que retener a su bebé. Trató de agarrarle el otro brazo. Logró asirlo por la muñeca y se echó atrás.

Pero él no lo soltaba.

Él vio que el bebé se le escurría de las manos, y estiró con todas sus fuerzas.

Así, la cuestión quedó zanjada.

sábado, 3 de mayo de 2008

The ghost of Tom Joad (Bruce Springsteen)


Buenisssssssssimo!!

Hemingway, Dos passos y la Guerra Civil Española


Hemingway, Dos Passos y la Guerra Civil Española Mitos, leyendas y realidades


EL PAISAJE físico y metafísico de La ruptura. Hemingway, Dos Passos y el asesinato de José Robles (Madrid, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2006) es la España de 1936-37, la España del legítimo gobierno republicano, el alzamiento militar franquista y la Guerra Civil y, como telón de fondo, la indiferencia de las grandes democracias (Inglaterra, Francia, Estados Unidos). En una secuencia de intensidad dramática creciente, sus intérpretes principales son Ernest Hemingway y John Dos Passos, por entonces estrellas literarias ascendentes y amigos cercanísimos a quienes la desaparición de José Robles primero irá distanciando y luego separará sin remedio. José Robles es un español de izquierda, de extracción burguesa y funcionario de la República, que es arrestado en su casa en una noche de la primavera del 36 para más tarde ser ejecutado: un pre-texto argumental que se tornará texto central. "Piensas por mucho tiempo que tienes un amigo y resulta que no", comentaría un desengañado Dos Passos tiempo más tarde. Escenario, actores y asunto, pues, graves y prestigiosos.


El Hotel Florida de Madrid es el centro de actividades de casi todos los extranjeros de prestigio que recalan en la ciudad, y que son legión. Hemingway tiene vínculos con el gobierno republicano y con el alto mando de las tropas soviéticas; recibe un trato de privilegio (alcohol, alimentos, desplazamientos) que extiende a su amante Martha Gellhorn y a la periodista Josephine Herbst, mientras conspira sin cesar y escribe en la capital sitiada por los enemigos. Algunas de sus notas como corresponsal de guerra son un modelo del género.


Dos Passos, por su parte, había alcanzado la fama con El gran dinero (The Big Money, 1936), la tercera parte de su trilogía USA, había viajado en su primera juventud por España, había hecho amistad con Robles (quien traduciría al español su Manhattan Transfer), se había prendado del país y ahora llegaba para colaborar en un documental de propaganda republicana. También quería observar con sus propios ojos -moralista de vocación y sediento de ideales como era- el enfrentamiento entre una democracia emergente y un fascismo ascendente. Ironías de la vida: varios de los animadores principales de París era una fiesta (A Moveable Feast, 1964), las páginas autobiográficas de Hemingway, y de lo que se llamó "la Generación perdida" norteamericana, coincidieron en Madrid como testigos de uno de los parteaguas ideológicos y políticos del siglo pasado -y una de sus tragedias mayores.


CAMPO DE BATALLA. Ya pertenece a nuestra historia cultural el hecho de que España atrajo a una cantidad sin precedentes de artistas, intelectuales y periodistas, tanto por el espejeo simbólico de su conflagración como por las estrategias propagandísticas de republicanos y nacionales, unos y otros a la búsqueda de reconocimiento legitimador y de apoyo económico de las democracias neutrales. Según el historiador Antony Beevor en La guerra civil española, "sentimientos clasemedieros y una urgencia por sublimar una identidad privilegiada en la lucha de clases hacían que estos intelectuales fueran potenciales reclutas ideales para las autoridades comunistas". Algunos llegaron como periodistas, otros como voluntarios y brigadistas solidarios y otros más como invitados por asociaciones, organismos y sindicatos encargados de promover un antifascismo activo (y a menudo un protocomunismo disfrazado) que se manifestó bajo la consigna genérica de "libertad por la cultura". Casi todos ellos obedecían a una motivación común: "la fascinación que ejercía un conflicto de alcances épicos comprometido con las fuerzas básicas de la humanidad. [...] España era vista como el campo de batalla donde se decidía el futuro", como resumiría Beevor. Casi todos ellos, también, fueron sacudidos por una conmoción espiritual: la que provocaba el choque entre ideología y moral, arte y propaganda, democracia y autoritarismo, objetividad y parcialidad. Casi todos ellos comprobarían, por fin, y de una manera o de otra, que la conciencia y la honestidad individuales son las primeras víctimas en sucumbir en situaciones convulsionadas.


Stephen Koch comprendió que la relación que envolvió a Hemingway y Dos Passos, entretejida a lo largo de una tupida conspiración de silencio, medias verdades y mentiras, ilustra estas cuestiones de raíz ética con cabalidad. Hemingway es un individualista que confía sólo en el esfuerzo personal, que busca desde una patología agresiva el cumplimiento de su destino como artista, que detesta de verdad al fascismo y que, quizás por lo mismo, no tiene reparos en aceptar y sancionar las estrategias sectarias que montan los miembros del Komintern y sus seguidores españoles. Sus problemas de conciencia abarcan sólo a medias lo social y lo político. Para él, y de manera militante, la osadía intelectual se identificaba con la aventura física: cazar en la selva y escribir novelas eran partes orgánicas de un único envión vital. Para él, a una obra pertenece no sólo lo que en ella está escrito, lo que sabe el autor, sino también lo que el autor es.
Dos Passos, por su parte, es un hombre de estructura psicológica dubitativa; su cercanía con las posiciones anarquistas catalanas se acentúa con el tiempo y la desaparición sin resolver de José Robles, su amigo de juventud, lo hará desconfiar más y más de la rectitud de la corriente ideológica que gobiernan los comunistas en particular y la de quienes apoyan la causa republicana en general. Cabe señalar, en este contexto, que la saga trepidante que es USA se abrió camino a duras penas entre el trío formidable que conformaban Hemingway, Scott Fitzgerald y Faulkner. Por lo demás, el brío técnico que allí se muestra se inscribe en el desafiante y vanguardista escenario de los años veinte, cuando el radicalismo estaba más vinculado a la evolución del arte que a las oscilaciones de lo político.


Llegará el día en esta historia en que Hemingway, en una reacción que comparte motivos de vanidad personal y de celos literarios, y sin duda rasgos sadomasoquistas, pero también fondos de desdén hacia una forma de ser que le parece pusilánime y frágil, hará saber a su amigo que Robles fue ejecutado por los comunistas por haber éstos descubierto que era un "espía fascista". Hay todavía un paso más: Hemingway acusa a Dos Passos de vacilar en su sostén a los republicanos. Para ambos, un sistema de afectos se derrumba. En el tránsito, algo íntimo parece que se rompe para siempre en ambos escritores. Dos Passos encaminará en adelante sus preferencias ideológicas hacia la derecha recalcitrante; Hemingway escribirá Por quien doblan las campanas (1940) y El viejo y el mar (1952) y, en 1961, acabará suicidándose.


Recordemos que en la vida de un artista suelen habitar -quizás con frecuencia mayor que en otros casos- dos personas: una que vive y otra que crea. La "servidumbre voluntaria" que manifiesta esta historia (la "servidumbre voluntaria" de que habla el clásico: la entrega a la coacción uniformadora) por parte de Hemingway, y la calumnia y el oportunismo que son sus ingredientes más fuertes, constituyen para Koch una metáfora y una réplica de las que proliferan en el interior del propio acontecer revolucionario español. Y algo más: para Koch, que tenazmente se concentra en la inmensa sombra que proyecta la Unión Soviética en el acontecer español, el Frente Popular que conducía a España ("la fuerza dominante que barría por todas las democracias era una ola de opiniones políticas esencialmente izquierdistas conocida como El Frente Popular"), y dentro de él los comunistas que lo impulsan obedeciendo a los mandatos estalinistas y como método para hacerse con el poder total, son en gran medida los responsables mayores del fracaso de la República.


La versión, voceada durante años, de que la URSS -madre patria del proletariado- ayudó a la República legal es, para él, algo más que una imprecisión: es una superstición. En el mismo sentido que su hipótesis anterior, añade a cierta altura, tensando mucho sus pareceres, y al referirse a las contribuciones de Hemingway y Dos Passos al movimiento literario que en los Estados Unidos se conoció como "modernista", que "tal vez las vanguardias no estaban muriendo de mera inanición. Tal vez fueron asesinadas. Asesinadas en el terror, en los campos, en el escritorio del dictador". Koch tampoco acepta la otra observación ortodoxa, la que culpa a las democracias mayores del momento de precipitar la derrota de los republicanos; para él, el embargo de armas a la República respondió -no sin cálculo hipócrita- al miedo que inspiraban Stalin, Hitler y Mussolini.


La tarea misional. Importa subrayar que estas experiencias que Hemingway y Dos Passos personifican en el libro La ruptura tienen un mismo origen intelectual y espiritual. Obedecen con puntualidad al fenómeno, típico de las épocas afectadas por la pérdida de una seguridad ideológica, que se conoce como conversión -religiosa antes, ideológica en los tiempos españoles y en los posteriores. Un fenómeno de connotaciones psicológicas y morales que, en un trance que suspende las facultades anímicas y participa por igual de la hipnosis y de la amnesia, revela a los implicados una nueva dimensión de su destino y de sus creencias y los sitúa, mágicamente, en el corazón palpitante del mundo, en una efectiva casa-mundo (recuérdese que en efecto España fue, entre 1936 y 1937, un gran centro vital y un núcleo de multiplicadas resonancias). A partir de ese parteaguas, que puede instrumentar un cambio de signo positivo o negativo con respecto a las convicciones o las causas anteriores del converso, el fanatismo y la tarea misional, envueltos en medias verdades, calumnias y crímenes, cuando no en ingenuas o retorcidas "servidumbres voluntarias", se volverán partes constitutivas de un proceso perturbador.


George Orwell, que en sus fogueos de la post-Primera Guerra Mundial y de la Guerra Civil pasó por una suerte de travesía del desierto en estas cuestiones, y que más tarde reflejaría en su obra los principales avatares que definen el mecanismo de conversión, expresó sus extremos con exactitud en un poema temprano: "entre el cura y el comisario". Para añadir de inmediato lo que en su caso es una resignada confesión melancólica: "Yo no había nacido para una época así". Una literatura a un tiempo torva y rica (y, en sus ejemplos más bastardos, oprobiosa), que va desde La esperanza de André Malraux a Los cementerios bajo la luna de Pierre Bernanos, pasando por el poema "Spain, 1937" de W. H. Auden y los textos de André Gide, Saint-Exupéry y Stephen Spender, ofrece el canon testimonial de estos trastornados transcursos.
A su manera, La ruptura se suma a ese canon. También se suma a la revisión de la Guerra Civil que numerosos historiadores llevan a cabo en estos días, ya exentos del compromiso coyuntural y con los nuevos datos que aporta la apertura de archivos hasta ahora vedados. El presente de las cosas pasadas se hace activo, acucioso. Pero, sobre todo, el libro se suma a ese canon porque su autor, mientras desmenuza con paciencia de entomólogo su material, no deja de susurrarnos algo que pertenece a una sinuosidad sui generis: que los heroísmos y las vilezas que aquí se cuentan alcanzan una estatura atemporal al disolverse en el artificio que es el arte. Que así ocurra no disminuye las responsabilidades personales en las que pueden haber incurrido quienes tuvieron una participación activa en la historia -y en la Historia, así, con mayúsculas.
FIGURA NUCLEAR. Una corriente de alta tensión sacude las mejores páginas de La ruptura. Es una corriente que, al tocar nervios sensibles, provoca sobresaltos reiterados -en especial si el lector pertenece a la raza intelectual. Es claro que aquí el propósito central es repasar algunas verdades amargas y vergonzosas que se sucedieron a lo largo de la historia de la subclase intelectual en el siglo XX. Y que tales verdades se reúnan, se analicen y se ilustren en un espacio físico no muy extenso, eficazmente organizado para alcanzar sus objetivos y con el apoyo de investigaciones y documentos, y licencias de estilo que, desde las fuentes del thriller, entremezclan el ensayo, la ficción y la biografía, constituye el acierto mayor del autor Koch.
Lo que destaca en su esfuerzo -evidente a medida que se avanza en la lectura- es que aquí el personaje central, el narrador, el que se encarga de articular las alternancias y los fragmentos, el que distribuye el material, el que observa y comenta y opina, es el propio Stephen Koch vuelto figura nuclear razonadora. Hay que asignarle a tal registro los méritos que le corresponden. Es un camino elegido con minuciosa premeditación y destinado a desalojar las medias tintas componedoras, y que rescata para sí los valores fundadores del ensayo clásico: la entrega íntegra de la persona que escribe, su búsqueda de una congruencia entre la palabra visible y el juicio interno y unas apuestas por pareceres impugnadores.
La pieza se propone ser un ejercicio
-tremendista, irónico, áspero- de higiene mental y profilaxis ideológica. Narra y reflexiona, cuenta y hace balance. Y Koch permanece invariablemente fiel a sus demonios: La ruptura es en buena medida la prolongación de El fin de la inocencia. Willi Munzenberg y la seducción de los intelectuales (Tusquets, Barcelona, 1997), un recuento pormenorizado del submundo clandestino de los servicios secretos de la Europa del medio siglo pasado, infestado de agentes dobles y matones mercenarios, donde el hilo conductor es el adoctrinamiento ideológico y la seducción propagandística a que eran sometidos -con consentimiento cándido o malicioso- los intelectuales por parte de una Komintern que se esparcía invasora por el continente.
punto crítico. Ahora se sabe que la España de la conflagración teatralizó, más que la ruptura de una por lo menos dudosa continuidad histórica europea, un turning point, un episodio crítico y crucial del desarrollo político del siglo. La Guerra Civil que se engendró, y que tanto parece haber sido deseada por los dos bandos en pugna, adquirió de pronto una dimensión singular. En el contexto europeo simbolizó el enfrentamiento entre los Estados fascistas y las democracias y, a partir del ingreso en la contienda de la Unión Soviética, se reforzó el efecto de polarización -caro a las ambiciones de José Stalin- entre derecha e izquierda, entre católicos y laicos, entre reacción y vanguardia. Más: fertilizó la creencia, tan de reverberaciones sensitivas, de que en España encarnaba, crudamente, la para muchos inaceptable intrincación entre guerra y política. A tal situación límite respondió un coral eco universal impetuoso que sería sin duda atizado, en sus resortes sensibles, por el pacto de "no intervención" de julio de 1936, que convirtió un conflicto de orden nacional en un conflicto de alcance internacional.
La aparición de la novedad radical que por esas fechas representaba el estalinismo, con la intrusión del Partido-Estado de la Unión Soviética, la búsqueda por su parte de una hegemonía comunista destinada a colonizar los engranajes de la administración, el ejército y la policía, búsqueda que tanto se interesó en alimentar fatalmente las contradicciones y los enfrentamientos entre las distintas fracciones del gobierno republicano, redondearían un cuadro psicológico y social marcado por el pánico, la intolerancia y la lucha de clases. No sorprende que España, con su propia historia crispada a cuestas, se erigiera como una frontera entre el pasado y lo porvenir, como un momento de transición que reclama urgentes opciones políticas y morales.
Por tales caminos, en los que se cuela la proyección que los hombres hacen de sus crisis individuales en la historia colectiva, el país se convierte en una tipología: en un prototipo y en un modelo que reúnen en su más alto grado unas características peculiares. Se trata de una tipología hecha de formas investidas de una trascendencia que las sitúa en un más allá de la historia -unas formas que devienen, a su vez, parte de un hábito mítico.


Uno de los atractivos de La ruptura es que denuncia esa mitología (y esa mitomanía: una cosa lleva a la otra) que ha arraigado en una ancha zona de lo que se llama el inconsciente colectivo, y que tanto ha contribuido a cultivar y difundir la leyenda de una Guerra Civil recubierta de magia y fábula, impoluta en su elevación al limbo totémico del romántico heroísmo intelectual. En otros términos: La ruptura querría, en su despliegue exasperado, reemplazar los mitos supersticiosos por pruebas y certezas, por alegaciones y purgaciones. Que quede debida constancia: querría reemplazar tales mitos por sus pruebas y sus certezas, sus alegaciones y sus purgaciones.


Por Danubio Torres Fierro (Uruguayo)