jueves, 5 de junio de 2008

Carta abierta a las personas comunes (de parte de otras personas comunes)





Quiénes somos

Somos un grupo de personas unidas por nuestros intereses literarios. Solemos encontrarnos en encuentros de escritores que se realizan en Villalonga, Puerto Madryn, General Roca, Junín, El Bolsón, San Marcos Sierra, Comodoro Rivadavia, Neuquén, Viedma y otros lugares del país. Trabajamos en diversos oficios: somos docentes, músicos, pintores, periodistas, especialistas en computación, editores, vendedores, trabajadores de la cultura y muchas otras ocupaciones. Cada uno y cada una haciendo su pequeña contribución al lugar en donde vive.
Pensamos distinto sobre muchas cosas Por ejemplo, algunos tenemos una larga historia de militancia, otros no consideramos la política como una prioridad y a otros no nos interesa en absoluto. Tampoco nos consideramos, necesariamente, intelectuales.
En definitiva: somos gente como cualquiera, habitantes de este país, y que vive las alegrías y las penas de la gente común. Y que se puso a pensar en ciertas cosas.

Cómo nació esta carta

Pensamos por ejemplo que, mientras cada uno de nosotros está ocupado en su lugar, con su trabajo y sus aficiones, con su familia y sus amigos, al país le están pasando cosas.
Esta carta es para hablar de algunas cosas que son importantes y de otras que, además, nos parecen graves.
Para nosotros lo importante es poder opinar sobre cuál es el tipo de país en el que queremos vivir. Es nuestro derecho como argentinos.
Lo grave es que, mientras opinamos, suceden hechos, algunos de ellos irreparables. Otros que aún estamos a tiempo de remediar.
Por ejemplo, y para dar cuenta de sucesos irremediables, hace poco más de un año uno de nosotros fue asesinado por la policía neuquina. Fue asesinado porque era un maestro y un luchador.
Nunca nos olvidaremos de Carlos Fuentealba, ni nunca dejaremos de pedir juicio y cárcel a los autores materiales e intelectuales de su muerte.
Por esa razón, por la memoria y la justicia, uno de nosotros pintó un mural en San Martín de los Andes, un mural en donde Carlos Fuentealba sigue vivo.
Pero un concejal de esa misma ciudad (¿al servicio de quién?) intentó borrar todas las “pintadas”, incluyendo a esa obra de arte. Es decir: intentó borrar la memoria de una ciudad. Pero no pudo, no pudo porque nos opusimos desde muchos lugares del país. El mural sigue ahí, y nuestra paciente hambre y sed de de justicia también.

Mientras tanto, un conflicto de intereses entre un sector económico y el gobierno nacional resucitó las peores pesadillas argentinas: los golpes, la violencia, la hiperinflación, el quiebre más o menos solapado de la institucionalidad democrática y hasta el tristemente célebre “corralito”.
Uno de nosotros alertó sobre la situación y propuso hacer algo. A partir de entonces comenzó una discusión que duró hasta el momento de escribir esta carta. Discutimos mucho, y a veces levantando la voz. Pero no nos importa eso, porque necesitábamos decir lo que nos pasaba a cada uno. Vimos que discutir era bueno, que nos hacía más humanos, menos solos y más fuertes.
Es cierto, discutimos mucho, de todo, de la historia del país, de nuestras historias personales; nos fuimos por las ramas y también para el lado de los tomates. Ya estábamos por desesperar, pensando que habíamos caído en una versión gigante de esas inútiles charlas de café, cuando una de nosotros nos contó una historia:

“En la sequía más aguda los animales, en la compleja cadena alimenticia, hacen un pacto: el beber está antes que el comer. Y deciden prioridades, ni imponen la fuerza bruta ni destronan al más fuerte individualmente. El río no es zona de caza, el que va al río a beber está protegido, porque todos necesitan el agua limpia para sobrevivir. Una vez establecida La Tregua del Agua el pacto se cumple, hasta que pasa la sequía.”

Todos entendimos perfectamente: nuestro país, el lugar donde vivimos, no es zona de caza. Nuestro país es un río en el que todos, todos, tenemos derecho a beber y a sentirnos libres y protegidos.
El concepto no puede ser más simple: el bien común está por encima de cualquier apetencia personal. Al menos así sucede en la selva que tan magistralmente inventó Rudyard Kipling.

¿Pero es así en realidad? ¿En nuestro país?

Nosotros pensamos que no: porque vemos que mientras poderosos grupos empresarios disputan al gobierno la apropiación de miles de millones de dólares de renta extraordinaria (es decir, una ganancia que está por encima de lo que ganan habitualmente), hay cientos de miles de argentinos que pasan necesidades; hay miles de niños que mueren de enfermedades evitables (y los sobrevivientes son empujados a la violencia y la marginalidad); hay miles de familias que son echadas de sus tierras por esos mismos poderosos empresarios y sus cómplices del gobierno, hay una tierra que se agota mientras es envenenada con “fertilizantes” que sólo garantizan más soja y la ganancia de más y más dinero; en el norte los tobas se mueren de hambre y en el sur a los mapuches les están robando, otra vez, sus tierras; hay ríos de los que ya no se puede beber; hay montañas destrozadas por la búsqueda a cielo abierto de metales que sólo sirven para engalanar a esos mismos poderosos empresarios y sus mujeres; hay campesinos, maestros, trabajadores sociales que caen golpeados o asesinados, ahora, en plena democracia, por reclamar lo que por derecho constitucional nos pertenece a todos: trabajo digno, salud, vivienda, alimentación sana y variada y educación libre y gratuita.

Vemos, con dolor, que nuestro país se ha convertido en algo mucho peor que una selva.

Qué decimos

Una de las cosas que más discutimos era si, al opinar o intervenir en este conflicto de intereses económicos, no estaríamos tomando partido por un gobierno que, más allá de algunos logros indiscutibles, no ha demostrado fehacientemente su compromiso con los sectores más desprotegidos. Un gobierno que ha dejado hacer, por acción u omisión, a estos grupos que ahora visualiza como “el enemigo”.
Por eso a este gobierno (en todos sus niveles: nacional, provincial y municipal) le decimos: no se puede dormir con el enemigo, y mucho menos hacer negocios con él.
No necesitamos, y esto es solamente un ejemplo, un tren bala en el que solamente puedan viajar los ricos. Queremos una red ferroviaria estatal y eficiente, que permita el desarrollo de las economías regionales y la posibilidad de viajar bien y barato para los habitantes de hasta el último pueblito del país. Es mucho más lógico y más acorde con el bien común. No hace falta entender de economía para captar esto. Los dineros públicos no pueden ni deben ser usados para hacer obras que beneficien a solamente un grupo o sector privilegiado. No queremos más negociados. Basta.

Pero aún así, no confundimos la defensa de un gobierno con la del sistema constitucional y democrático. Es posible que al momento de publicarse esta carta el conflicto “del campo” se haya solucionado, estancado o diluido en otros titulares tipo catástrofe.
Pero lo que sigue vale también para el futuro.
Sucede que algunos de nosotros pensamos que, detrás del reclamo “del campo” asoman otros intereses, otros sectores que extrañan las épocas en que de golpe, todo el país les entraba a pertenecer para hacer de él lo que quisieran.
Así que por las dudas, solamente por las dudas, queremos decir claramente a esos sectores (y a otros que los siguen tal vez inconscientemente) que nos opondremos firmemente a cualquier intento, solapado o no, de quebrar las instituciones democráticas.
Para cambiar al gobierno, o para ratificarlo, alcanzan y sobran las elecciones.

Por supuesto también queremos dejar claro que nos reservamos el derecho a criticar y aún a oponernos, mediante todas las herramientas que nos permite la Constitución Nacional, a cualquier medida de este u otro gobierno que no contemple el bien común.
Y vamos a repetirlo, porque nunca está de más: para nosotros el bien común significa vivienda y trabajo dignos, salud y educación gratuitas y de buena calidad, la posibilidad del disfrute del arte y de los bienes culturales; alimentación sana y variada para todos y cada uno de los habitantes del país. Y algo no menos importante: un medio ambiente sano y protegido de la estupidez y la avaricia humanas.

A los grupos económicos actualmente en conflicto, y a otros que pasan desapercibidos, les decimos: ya sufrimos demasiado por su insaciable codicia y su increíble egoísmo.
Ustedes están demasiado acostumbrados a salirse con la suya. Cuando no es por las armas y el asesinato en masa, es por la compra de diputados y senadores o de gobiernos enteros. A esto último llaman ustedes “democracia”.
Para nosotros, la democracia es otra cosa.
Poderosos o no, ricos o no, ustedes son ciudadanos como nosotros, y como nosotros tienen que acatar las leyes. Aprendan a pensar en el bien común, si es que la codicia aún los deja pensar.
No queremos quitarles sus autos lujosos ni sus mansiones de campo ni sus yates. No nos interesan. Pero sepan que con cada hectárea de soja que plantan, una familia cae en la miseria; que con cada litro de nafta que gastan con sus autos de lujo en sus paseos de lujo, un pibe se muere de hambre; que por cada dólar que ingresan a sus cuentas bancarias, un árbol cae arrasado.
La Tierra no los soporta más, y nosotros tampoco.
Sepan que están destruyendo el país, así como sus congéneres están destruyendo el mundo.
Sepan, es bueno decirlo, que también a esto nos oponemos y nos opondremos firmemente.

Finalmente, a los que no son ni gobierno ni pertenecen a grupos económicos; a los que, como nosotros, están ocupados en su vida cotidiana, en sus penas y sus alegrías, les decimos que es bueno darse cuenta de que el país es de todos. Que nada de este país nos es ajeno, ni su pasado, ni su presente ni su futuro. Este país es nuestra casa. El mundo es nuestra casa. Nadie en su sano juicio deja que hagan cualquier cosa con su casa.
Nada nos es ajeno. Que arrasen los bosques de Santiago del Estero tarde o temprano traerá funestas consecuencias sociales, económicas y climáticas en la Patagonia y en cualquier otro punto del país. De ese desastre no estarán a salvo ni quienes se refugian en barrios privados ni quienes se oculten en lo más desolado de la montaña. Como en el cuento de Kipling, la vida es una red de relaciones muy frágiles que hace mucha falta cuidar. Empecemos por casa. Sigamos con el mundo.
Para ustedes escribimos esta carta, con la pequeña pero fuerte esperanza de que sirva de punto de partida para empezar a pensar y a decidir cómo es el país en el que queremos vivir. Y para actuar en consecuencia.
Y, si acuerdan con ella, los invitamos a que la firmen y difundan. Agregarse a la lista y enviarla a cartaalagentecomun@yahoo.com.ar


Firmas responsables con sus documentos:

Aldo Luis Novelli DNI: 12740251 - Neuquén - Neuquén
Brígida Vilariño DNI. 13.210.622 - San Martín de los Andes - Neuquén
Bruno Di Benedetto DNI 11630834 - Puerto Madryn - Chubut
Claudia Adriana Cichero DNI 14895303 - San Martín - Buenos Aires
Dante Sepúlveda DNI 32512989 – Villalonga – Buenos Aires
Francisco Gosso - DNI 5.518.816 San Martín de los Andes - Neuquén
Guido Emanuel Lagos DNI 28.414.591 - Viedma - Río Negro
Hugo Mario Aristimuño DNI Nº 10.207.894 -Viedma - Río Negro
Iris Giménez DNI 20.565.829 - Viedma - Río Negro
Jorge Spíndola DNI 14470771 – Trelew - Chubut
Liliana Campazzo DNI 13597564 Viedma – Río Negro
Marcelo Candia DNI 18374222 - General Roca - Río Negro
María Inés Bombara DNI. 12.462.467 - Castelar - Buenos Aires
Melissa Bendersky DNI 24.743.449 - San C. de Bariloche - Río Negro
Miguel Oyarzábal DNI 8274065 - Puerto Madryn - Chubut
Paula Yende DNI 26758554 - Junín - Buenos Aires
Raúl O. Artola LE: 5.259.349 - Viedma - Río Negro
Roxana M. Toscano DNI.17624087 - San Martí­n - Buenos Aires
Sergio Rigazio DNI 13.212.399 - Junín - Buenos Aires
Silvia Butvilofsky DNI 23696708 - Fisque Menuco - Río Negro
Silvia Castro DNI 20.450.515 - General Roca - Río Negro
Silvia Cristina Rodríguez DNI: 11.618.218 - El Bolsón - Río Negro
Silvia Sánchez DNI 17.006.263 - General Roca.- Rio Negro
Teodosio Andrés Barrios DNI 14.209.206 - Eldorado - Misiones
Tomás Watkins DNI 26.541.264 – Neuquén - Neuquén

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