La noche del 22 de julio de 1928, Francisca Cañadas, la hija pequeña y cojuela del encargado del cortijo del Fraile, uno de los más grandes y ricos de Níjar y de toda Almería, se subió a una mula y se marchó de ocultis con Francisco Montes, del que era prima por el costado paterno y estaba secretamente enamorada.
El que los jóvenes amantes tuviesen la misma sangre era cosa grave, pero las había peores: como que todo estuviera preparado para que Francisca se casase horas más tarde con otro hombre y que ese hombre fuera, para más inri, el hermano del marido de su hermana; es decir, el hermano de su cuñado.
Y allí fue que el tal cuñado, sintiéndose muy afrentado, más que su propio hermano, salió como un toro en busca de los fugados y les dio caza a sólo media legua del cortijo, dejando muerto al primo y malherida a ella.
Tómense su tiempo para asimilar todo lo anterior, porque es un lío increíble. Lorca, que se enteró tres días después por un periódico que cayó casualmente en sus manos en la madrileña Residencia de Estudiantes, no salía de su asombro y les decía alborozado a sus amigos: "¡La prensa, qué maravilla! ¡Leed esta noticia! Es un drama difícil de inventar.
Se le negó al cortijo la fama tumultuosa, y se quedó con la aureola de haber albergado a tan entretenidos e inspiradores personajes
El riesgo muy real de que todo pueda venirse abajo mañana o pasado hace que cada visita tenga la intensidad de lo irrepetible.
Difícil de inventar. Y de reinventar en clave teatral.
Se le negó al cortijo la fama tumultuosa, y se quedó con la aureola de haber albergado a tan entretenidos e inspiradores personajes
El riesgo muy real de que todo pueda venirse abajo mañana o pasado hace que cada visita tenga la intensidad de lo irrepetible.
Difícil de inventar. Y de reinventar en clave teatral.
Casi cinco años pasaron desde que Lorca tomó nota del suceso hasta que se estrenó Bodas de sangre (8 de marzo de 1933), una obra que, después de tanto rumiarla, tenía ya menos que ver con aquel dramón pueblerino, resuelto a tiros en un cruce de caminos, que con una tragedia de Eurípides. Ni cojas, ni primos Pacos, ni cuñados de gatillo fácil. Sólo personajes arquetípicos -la Madre, la Novia, el Novio, la Muerte...- y un duelo final a cuchillo.
Esto no gustó a todo el mundo, empezando por el asesino. Por uno de los nietos de José Pérez, que así se llamaba el angelito, hemos sabido que su queja más amarga, durante los ocho años que estuvo en la cárcel, fue que Lorca no viniera a consultarle.
Tampoco el cortijo del Fraile se libró de la quema poética, pues la Novia lorquiana habita, sabido es, en una cueva como las de Purullena o Guadix, en Granada. Se le negó al cortijo la fama tumultuosa, y se quedó con la aureola, sólo visible para unos pocos, de haber albergado a tan entretenidos e inspiradores personajes. De hecho, es casi lo único que conserva, la aureola.
Situado a 25 kilómetros al sureste de Níjar, a medio camino entre las pedanías de Los Albaricoques y Rodalquilar, el cortijo del Fraile es una ruina de la que nadie parece haberse preocupado en los últimos 80 años, desde la noche de autos (o, más bien, de mulas).
El riesgo muy real de que todo pueda venirse abajo mañana o pasado hace que cada visita tenga la intensidad de lo irrepetible. Contemplando la solitaria palmera, el oratorio desnudo, el campanario inclinado, la cripta funeraria con sus 12 nichos vacíos, las paredes a las que se aferran un pedazo de chimenea o un vasar, los hornos, las cuadras, el corralón, las eras, la larga línea de cochiqueras y el aljibe con bóveda de cañón a cuya vera medra un pitaco..., nos embarga siempre la misma sensación de despedida, como si el viento trágico que se llevó al abismo a aquellos rústicos, con sus pasiones incestuosas y sus venganzas explosivas, estuviera aguardando a que nos vayamos por donde hemos venido para borrar de una vez por todas el cortijo del Fraile de la faz de la Tierra.
Alrededor del melancólico ruinón, choca ver campos tan verdes y alegres, bien distintos de aquella tierra de la que el Padre decía que "ni esparto daba" y que era "necesario llorarla y hasta castigarla" para sacar algo provechoso. De esta divergencia, no tiene la culpa Lorca. Soterrando tuberías gruesas como muslos, los antiguos secanos han sido sustituidos por cultivos de regadío -apios, lechugas, brócolis...-, y los "diez pares de mulos" con que se araban los sembradíos del cortijo, por una legión de magrebíes y cinco capataces nativos que se desplazan echando chispas en sendos tractores. Gracias a Dios -o a Alá-, el cortijo cae dentro de los límites del parque natural Cabo de Gata-Níjar, donde no se pueden instalar los invernaderos de plástico que tanto afean el resto de la provincia.
Para ver cómo era antes este paraje, en estado puro -o sea, seco-, hay un sendero circular del parque natural, señalizado con estacas, que nace junto al aljibe y permite dar un garbeo de tres horas por los vecinos cortijos de Montano y del Hornillo. Es un paisaje del fin del mundo, de pozos sedientos, olivos moribundos y antiguos volcanes, un lugar muy apropiado para huir con otro la noche antes de la boda, temblando de miedo y de deseo.
También les parece un sitio perfecto a los ingleses, que están restaurando los cortijos abandonados. Ellos aman el desierto por una buena razón, por variar, y con lo que les dan por su casa allí, aquí pueden comprarse tres, como si fuesen latas de atún.
El mejor camino para arrimarse en coche al cortijo del Fraile es una pista de tierra, muy suave y llana, que parte de Los Albaricoques. Éste es, como reza un rótulo a la entrada, un pueblo de cine, donde se conservan intactos varios escenarios que usó en sus películas Sergio Leone, quien, por cierto, también estuvo rodando en el cortijo. En el hostal-restaurante Alba, puede adquirirse un romance, asaz informativo, que el anónimo pueblo compuso a los pocos días del crimen. El dueño, todo amabilidad, acompaña a quien se lo pide al lugar exacto donde José mató a Francisco, frente al cortijo de la Capellanía, en la vecina barriada de Los Martínez. Una cruz blanca, pintada sobre un balate, lo señala.
Otro camino, peor pero no intransitable, permite salir desde el cortijo hacia la costa, atravesando el paisaje marciano de las antiguas minas de oro de Rodalquilar. Aquí, en el valle rojo de Rodalquilar, pasó una infancia dichosa la escritora, corresponsal de guerra, aventurera, pionera del feminismo en España y compañera de Ramón Gómez de la Serna -no necesariamente por este orden- Carmen de Burgos, Colombine, que a raíz del crimen escribió la novela corta Puñal de claveles (1931). Transgresora y apasionada, la almeriense cierra (en realidad, deja abierto) su relato con los amantes huyendo por los campos de Níjar, sin perder la esperanza. Entre todos los finales que había, es el más feliz que hemos encontrado.
Andrés Campos (Babelia)
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