domingo, 5 de mayo de 2013

Viaje al fin de la noche (Louis Ferdinand Cèline)

Céline no tuvo mucha suerte en vida, o mejor, fue un hombre atormentado y olvidado que murió sin saber que su novela Viaje al fin de la noche se convertiría pocos años después en una de las más grandes y más leídas novelas del siglo XX. Estamos ya en el XXI, y quizá el libro, al ritmo de los tiempo, ha quedado enterrado por una pila de mitos y leyendas, por ese sambenito de libro pesado, largo, puede que incluso aburrido, pero eso son ecos de la época, de la superficialidad, de lo que se descarta simplemente por desdén, por no salir en televisión o no estar de moda. Lo cierto es que Céline es fácil de leer y extremadamente duro de asimilar, no desde luego por la complejidad de sus obras -al fin y al cabo, Viaje al fin de la noche y el resto de novelas poseen un hilo conductor sencillo y un marcado carácter autobiográfico, nada más- sino por la dureza de lo que cuenta. Su verdadera innovación fue el lenguaje, y no me refiero sólo que utilizara jerga vulgar, la lengua de la calle, algo inusitado hasta la fecha en lo que se consideraba la gran literatura francesa, sino al ritmo de su prosa, a la rabia y al fuego con el que encendía las palabras, a la fuerza expresiva y original de su sintáxis, a su modo de conjuntar los vocablos para evocar el asco, lo inhóspito y despiadado que había vivido. Junto con Proust -aunque sea su antítesis en apariencia- es sin duda el gran renovador de las letras francesas a pesar de los pesares, de su fama de antisemita, de colaboracionista y simpatizante nazi (algo dudoso), y no hay que olvidar que es el segundo autor francés más traducido y vendido a otras lenguas después de Albert Camus.

Era un hombre sin encantos evidentes, como se puede apreciar en las fotografías que reflejan su vida, amargado por un cúmulo de derrotas consecutivas que hubieran terminado por apagar la llama de cualquiera. Fue además escritor de una gran novela, lo que inevitablemente, como le ha sucedido a otros muchos, pareció convertir en desechable el resto de su obra, condenada a ser sólo editada en condiciones tras su muerte. Nacido en Courbevoie el 27 de mayo de 1894, el Céline con el que Louis-Ferdinand Destouches habría de entrar en el parnaso de la novelística del siglo XX era uno de los nombres de su madre. No hay lugar a dudas, la mejor forma de conocerle es leyendo ‘Viaje al fin de la noche’, tan autobiográfica como todas sus novelas, pero, si cabe, la que concierne a ciertos episodios cruciales en su vida. Convertido en Ferdinand Bardamou, Céline cuenta su experiencia en la guerra del 14 -donde las heridas que le causan los mismos alemanes a los que luego se venderá en el 39 le convierten en un héroe de Francia-, en el África colonial francesa y en unos Estados Unidos agobiantes, que empiezan a convertirse en la superpotencia que son actualmente. Acaba compartiendo las miserias de sus primeros pacientes -quienes raramente le pagan- en un suburbio de París. Tan mujeriego como políglota, las mujeres y los idiomas serán su llave y su norte en un periplo por unas sombras que no son otra cosa que cuanto de absurdo encierra la existencia.

Publicó con relativo éxito Viaje al fin de la noche en 1932, y posteriormente Muerte a Crédito, pero los sucesos acontecidos en la segunda guerra mundial hundieron su carrera literaria; fue sometido a escarnio público, encerrado durante casi un año en Dinamarca como preso de Guerra, condenado a muerte por colaboracionista y absuelto a última hora. Huyó a Alemania y fue perdonado por su país en el año 1951, fecha en la que regresó definitivamente a Francia, donde murió en 1961. Como anécdota, su obra comenzó a recuperarse gracias a Jean Paul Sartre, que reivindicó Viaje al fin de la noche con empeño y proclamó a Céline “el más grande escritor francés de siglo XX”

Viaje al fin de la noche es una de las obras maestras del siglo pasado, y contiene la autopsia de cien años de infamia y barbarie; un recorrido visceral por el colonialismo europeo, por los horrores de la Primera Guerra Mundial, por las hambrunas, el dolor y los desastres de la guerra. Una novela descarnada donde no hay héroes, sólo supervivientes y seres humanos condenados a perder, a sufrir, a morir como ratas. No se salva nadie, ningún país, ninguna circunstancia, sin aspirar siquiera a que se le perdone a él a pesar del lirismo de su relato, a ese personaje protagonista que con los ojos y las palabras del narrador establece un descenso absoluto a los infiernos, al verdadero rostro de la humanidad , a ese espejo en el que alguna vez debíeramos mirarnos.

Fragmentos

Los hombres se aferran a sus cochinos recuerdos, a todas sus desgracias, y no se les puede sacar de ahí. Con eso ocupan el alma. Se vengan de la injusticia de su presente revolviendo en su interior la mierda del porvenir. Justos y cobardes que son todos, en el fondo. Es su naturaleza.
(…)
Proust, espectro a medias él mismo, se perdió con tenacidad extraordinaria en la futilidad infinita y diluyente de los ritos y las actitudes que se enmarañan en torno a la gente mundana, gente del vacío, fantasmas de deseos, orgiastas indecisos que siempre esperan a su Watteau, buscadores sin entusiasmo de Cíteras improbables. Pero la señora Herote, de origen popular y substancial, se mantenía sólidamente unida a la tierra por rudos apetitos, animales y precisos. Si la gente es tan mala, tal vez sea sólo porque sufre, pero pasa mucho tiempo entre el momento en que han dejado de sufrir y aquel en que se vuelven mejores. El gran éxito material y pasional de la señora Herote no había tenido aún tiempo de suavizar su disposición para la conquista.
(…)
Os lo digo, infelices, jodidos de la vida, vencidos, desollados, siempre empapados de sudor; os lo advierto: cuando los grandes de este mundo empiezan a amaros es porque van a convertiros en carne de cañón.
(…)
Para el pobre existen en este mundo dos grandes formas de palmarla, por la indiferencia absoluta de sus semejantes en tiempos de paz o por la pasión homicida de los mismos, llegada la guerra. Si se acuerdan de ti, al instante piensan en la tortura, los otros, y en nada más. ¡Sólo les interesas chorreando de sangre, a esos cabrones! Princhrad había tenido más razón que un santo al respecto. Ante la inminencia del matadero ya no especulas demasiado con las cosas del porvenir, sólo piensas en amar durante los días que te quedan, ya que es el único medio de olvidar el cuerpo un poco, olvidar que pronto te van a desollar de arriba abajo. “
(Louis Ferdinand Celine. Viaje al fin de la noche)

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