martes, 7 de mayo de 2013

Dirigentes, decencia y wines (Dante Panzeri)

La pelota no se mancha

Si hay un mito periodístico en el deporte argentino, ése es Dante Panzeri. Admirado por sus pares y por los mejores que lo sucedieron, conflictivo en las redacciones por sus principios (su renuncia a la dirección de El Gráfico es memorable), denunciante del negocio y los dirigentes, enemigo del boxeo (golpea el cerebro, decía), el automovilismo (una actividad industrial, decía) y las entrevistas a los deportistas (no tienen nada que decir, decía), defensor de los jugadores y enfrentado al mito de los DT (cualquiera es DT, decía), autor de dos libros cruciales (Fútbol, dinámica de lo impensado y Burguesía y gangsterismo en el deporte), fue un pionero en proponer una manera de pensar el fútbol por encima de los resultados. Por supuesto, no ganó fortunas y murió poco antes del Mundial ’78, al que tanto se opuso en solitario. La inesperada y bienvenida edición de lo mejor de sus notas en Dirigentes, decencia y wines (“al fútbol de hoy le faltan tres cosas: dirigentes, decencia y wines”, decía) les da la oportunidad a muchos de descubrir al hombre que proponía pensar y disfrutar del deporte sin versos ni negociados.

Por Angel Berlanga
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A 35 años de su muerte, Dante Panzeri es mucho más una leyenda del periodismo deportivo que un autor leído, vivo a partir de la lectura de sus textos. Una leyenda que habla de un tipo insobornable, comprometido a fondo con su trabajo, que excede por lejos el deporte, implacable en sus opiniones: el mejor en lo suyo, dice la leyenda. Su libro clásico, Fútbol, dinámica de lo impensado, es mucho más citado a la bartola, para lucrar con su aura, que leído: fue publicado por primera vez en 1967, se reeditó el año pasado. Publicó, en vida, otro: Burguesía y gangsterismo en el deporte. Y ya. Por eso, el volumen que acaba de armar Matías Bauso, Dirigentes, decencia y wines, con una recopilación de textos de Panzeri, un centenar de artículos, guiones para televisión, alguna nota inédita, trascripciones radiales y hasta un “diccionario panzeriano”, viene a reponer la esencia que le dio cuerpo al mito: su producción periodística a lo largo de cuarenta años.
Una selección, claro: cuenta Bauso que leyó unos cinco mil artículos. En los ’60, después de renunciar a la dirección de El Gráfico, Panzeri llegó a escribir entre ocho y diez textos por semana para Así, El Día, Crónica y otros medios, a la vez que trabajaba en radio y televisión. Su salida de El Gráfico en 1962, tras diecisiete años en la redacción y tres como director, es de película: en medio del cierre de la cobertura de un River-Boca, Constancio Vigil –hijo del dueño de entonces– le indicó que tenía que publicar en un lugar destacado las opiniones del ministro de Economía, Alvaro Alsogaray, que confesaba que no solía ir a la cancha, que esta vez había aceptado la invitación de la revista y que “el entusiasmo desbordante” le “significó un índice de verdadero valor”. Panzeri no aceptó esa propaganda política en medio de sus páginas, junto a su texto, y se fue.
En un autorreportaje que publicó en 1973, en Satiricón, escribió: “El único que sabe algo de lo que ocurre en una puja deportiva es el que juega, el que interviene en ella. Los demás somos todos chamuyetas, simples espectadores que documentamos recuerdos de cosas que jamás podrán repetirse”. Una década atrás, en El Día de La Plata, mientras elogiaba a Rojitas (aquel centrodelantero de Boca “formado en la Universidad del Instinto”), decía: “Yo no participo de la comodidad del periodismo sin opinión que por allí suelen creer lo ideal del periodismo”. Vaya manera de opinar: parece incapaz de resignar la fidelidad a su opinión, a sus conclusiones, como para acomodarse. En los textos se lo percibe antiperonista, pero no le va a hacer el caldo gordo a Alsogaray, y también se reúne con el almirante Lacoste para tratar de convencerlo de que el Mundial ’78 sería contraproducente para el país. En su último trabajo, como jefe de deportes de La Prensa, duró cien días. “A esa altura ya estaba enfermo de cáncer y los Gainza Paz se habían dado cuenta de que habían cometido un grave error –dice Bauso–. No publicaba notas de boxeo ni de automovilismo, por principio. La gente compraba el diario y no salían las formaciones de los equipos que iban a jugar a la noche. ‘¿Y yo cómo sé cómo van a formar? –argumentaba Panzeri–. ¿Cómo voy a poner que van a jugar a estos 11, si nunca terminan jugando esos 11? Los demás diarios que mientan, nosotros no les mentimos’.”
Murió el 14 de abril de 1978, antes de ese Mundial que le parecía un despropósito. Anota Bauso: “Pocos acudieron al sepelio. Del fútbol apenas Peucelle, Pedernera, Duchini y alguno más. Unos escasos colegas y su familia. Amigos de otros ámbitos. Y casi nadie más. No es extraño. Los fastos oficiales, las necrológicas laudatorias y las multitudes son para los muertos consagrados e inofensivos. Panzeri murió como debía: sin apoyos, relegado, sumido en la oscuridad y la incomprensión. Uno de los precios por no ceder, por ser fiel a sí mismo hasta el final”.

EL PRECURSOR DEL BARCELONA

A Panzeri le gustaba el fútbol inteligente, vistoso, bello y efectivo. Le gustaba es decir poco: fue a fondo en la defensa de esa idea. Por eso, nunca paró de criticar a quienes en pos del resultado sacrificaron alguno de aquellos elementos, más allá de campeonatos conseguidos. Al Estudiantes de Zubeldía, con Bilardo como insignia del juego sucio, el alfiler para pinchar al contrario, lo criticó sin tregua, y eso desde las páginas del diario El Día de La Plata. También criticó al equipo de José, aquel legendario Racing campeón. Consideraba una chantada el protagonismo de los directores técnicos, abominaba de los cursos y del apoyo psicológico, creía que la gran mayoría de los dirigentes usaban al fútbol como trampolín hacia la política. Creía, también, que “el negocio” arruinaría la esencia del juego. Propone –al final de su Dinámica– cambiar el sistema de puntuación, incrementar el número de futbolistas jóvenes y “disminuir el dinero en juego”: está claro qué prosperó y qué no. “Al fútbol profesional se lo puede salvar desalentando su materialismo –escribió–. Cambiar este fútbol exige destruir. Destruir lo que se está construyendo. Para poder entonces construir.” En un programa de propuestas que armó planteaba que los partidos no se televisaran, que hubiera topes en los sueldos y límite de profesionales por equipo, y que no se pudieran transferir jugadores al exterior hasta que cumplieran 28 años. El panorama de hoy lo espantaría, se sospecha. “Sí: si el tipo viera que en un partido de fútbol le dedican cien planos a Caruso Lombardi, se moriría –dice Bauso–. Ve Fútbol para todos y se muere, también, porque la utilización estatal del deporte a él lo enfermaba. Lo mismo al ver a los jugadores saliendo más en Gente que en El Gráfico. Ni hablar de los dirigentes. Le hubiera gustado, en cambio, ver a 15 o 20 periodistas deportivos que tienen muy buen nivel.”
Dirigentes, decencia y wines. Dante Panzeri Edición a cargo de Matías Bauso Sudamericana 544 páginas
Y el Barcelona actual, ¿no encarna algunas de sus ideas centrales? “Es un equipo que le encantaría, porque es exactamente todo lo que él predijo que podía llegar a suceder –dice Bauso–. Jugar sin 9 de área, salir para generar espacios adelante, tocar, tener la pelota hasta que aparezca el espacio, ser vertical, que la mejor defensa sea la posesión de la pelota, la presión inmediata sobre el rival. El dice que eso lo hizo La máquina de River, Millonarios –aquel ballet azul que comandaba Pedernera–, el Santos de Pelé. Le decían que su idea de fútbol ya era absolutamente impracticable: cuarenta y cinco años después, el Barcelona es la mejor refutación.” Aunque no haya puntos de contacto en la híper profesionalización, el rol como técnico de Guardiola y la formación en La Masía, Bauso destaca dos coincidencias más entre el ideario de Panzeri y este Barça: “Honestidad y convicción –dice–. Este equipo y él comparten eso. Y eso es algo diferencial en Panzeri: no soporta reprocharse nada. En el libro publicó la transcripción de una intervención de él en un noticiero de Canal 11: la noche anterior se había burlado de la dicción de un presidente de la AFA. Se disculpa y le dice que le haga juicio, porque más allá del pedido de perdón, él ya no se limpiaba por haber hecho eso. Que podía criticarlo y denunciarlo como funcionario, pero que de ninguna manera se podía burlar del defecto de una persona”.
“El aporte fundamental de Panzeri fue crear la ‘Teoría Política del jugador’ –escribe Bauso–. La dinámica de lo impensado constituye la idea crítica más célebre del fútbol argentino. No sólo es célebre sino una de las únicas. Fue un gesto inédito y bastante audaz elaborar una teoría del modo de ver (o jugar) el fútbol. Se instala en el momento más inoportuno, cuando Helenio Herrera, Juan Carlos Lorenzo u Osvaldo Zubeldía cautivaban al público con discursos elaborados y pícaros e instalaban una cultura del trabajo. Parafraseando una célebre frase de un genio de otro arte, se podría afirmar que la disposición táctica es una cuestión moral. Eso es lo que parece sostener Panzeri a lo largo de toda su obra crítica. Siguiendo la política del jugador, quien decide, quien soluciona los inconvenientes o crea dentro del campo de juego siempre es el jugador, el único que puede determinar lo que sucederá.” “Uno puede pensar, como falla en su teoría, que Guardiola y Tito Vilanova son muy importantes –dice Bauso–. Digo: alguien los tiene que ir guiando. Porque el jugador de fútbol es distinto, su ritmo de vida es otro. Es lo que dice Bielsa: son millonarios precoces. Y es difícil que un tipo siga matándose en los entrenamientos, con todas la privaciones que ha tenido. Los futbolistas sudamericanos son tipos que vienen de la miseria, algo que, decía Panzeri, era indispensable para ser buen jugador.”

SI SOS BUENO, SOS BUENO, Y SI NO...

Es formidable la tarea de rescate que hace Bauso en Dirigencia, decencia y wines. Fue un año y medio de trabajo, que incluyó recorridas por hemerotecas, colecciones y, sobre todo, la inmersión en el Archivo Panzeri, que está en el Club Quilmes de Mar del Plata y casi no recibe visitas. Algunas de sus carátulas: Política y deporte; Estupideces; Delitos; Economía y finanzas del deporte; Salvajismo deportivo; Anecdotario; Estadísticas; Táctica y técnica del fútbol; Boxeo; Deporte y violencia; Guiones radiales; Renato Cesarini; Alberto J. Armando; Cuentos del tío; Camelos y ruidos; Declamación y dialéctica. El rescate de textos, que abarca entre 1951 y 1976, da cuenta de una escritura contundente, en la que abunda el humor, los nombres propios de los enfocados en sus críticas a veces despiadadas, y sus consideraciones, sin medias tintas ni paternalismos. Ante un partido, un jugador, un fenómeno o una circunstancia, quería que quedara clara su opinión: le parecía una estafa que el lector no encontrara la opinión del autor en el periodismo. “La idea fue que quedara algo que representara todo el espectro Panzeri, todas sus inquietudes, y para eso fue necesario que el libro fuera grande”, dice Bauso. Tras un ensayo inicial que enfoca vida, obra e ideario, este escritor y abogado organizó el libro en un puñado de capítulos temáticos: Visiones del fútbol, Mundiales, Boxeo, Periodismo, Los otros deportes, El Gráfico, Panzeri por Panzeri, Arbitros, Mundial ’78, Intercambio con lectores, Crítico de espectáculos. En este último ítem destroza Woodstock y a Isabel Sarli y ensalza a Bergman y a Astor Piazzolla, a quien ve como “un representante de la guerra entre mediocridad y lucidez”. El volumen incluye una entrevista a Fangio, crónicas de partidos, presentaciones en radio y televisión, elogios a la higiene del rugby, la reivindicación de los jugadores singulares (atorrantes, locos), glosarios de vocabularios futboleros y de avivadas picarescas, reivindicaciones a Fioravanti y a Amalfitani, respuestas a cartas de lectores, intimidades como jefe de Deportes. “Siempre me pareció que Panzeri era mucho más ‘el periodista’ que el autor de los libros suyos que circulan –dice Bauso–. El llegó a ser lo que fue por su trabajo cotidiano, y no tanto por esos libros, donde está más aplacado. La idea fue buscar al verdadero Panzeri, y eso implicó un desafío: ¿estará a la altura del mito? Y algo más: ver si se podía armar un buen libro suyo hoy, que esté a la altura.”
“Hay algo increíble: nunca se contradice, no se traiciona ni una vez –asevera Bauso–. Puede pasar que cambie de opinión, como le pasó con Artime: al principio decía que no sabía jugar, pero terminó reconociendo que estaba equivocado y que era muy productivo en sus equipos. Era un tipo de tremendas convicciones, y eso le hizo perder muchos amigos por el camino, porque cuando tenía que decir algo era más fuerte que él. Se peleó con Pepe Peña, con el que hacía un programa de radio en los ’50, y también con Pedernera, porque mientras dirigía a Gimnasia lo criticó, en esa postura que tenía de decir que el de técnico no era un trabajo digno. Recién se amigaron al final, cuando Panzeri estaba enfermo.” Algunos tipos le cayeron mal de arranque: José María Muñoz y su ampulosidad patriotera, sus latiguillos como relator que no significan nada, o Juan Carlos Lorenzo y sus “innovaciones europeas” para la Selección, a su cargo en los mundiales de 1962 y 1966. “En un partido en el de Chile llegó a darles papelitos a los jugadores, para que recordaran qué tenían que hacer –rememora Bauso–. Eso lo divertía a Panzeri, y siempre lo recordaba. En algún momento Lorenzo lo desafió a que fuera técnico él: le dijo que sí. ‘¿Cómo no voy a poder ser yo técnico’, si Lorenzo dirigió dos mundiales? Si dirigió Lorenzo, cualquier puede ser técnico.’ Para Panzeri el fútbol era bastante más sencillo: si sos bueno, sos bueno, y si no... Sin despreciar la organización y la solidaridad necesaria. Pero él creía que lo fundamental en el deporte era la inteligencia corporal, que no necesariamente se percibía en la vida diaria. Por eso detestaba hacer reportajes a deportistas: salvo casos excepcionales, creía que no tenían nada para decir. Cuando va a cubrir el Mundial a Chile se niega a hacer entrevistas: están todos los grandes jugadores y técnicos ahí, y él no hace ningún reportaje. Eso va acelerando su salida de El Gráfico, también, porque va a contramano de lo que el periodismo está empezando a hacer, de lo que el público reclama.”
Algunas respuestas de Panzeri a los lectores son memorables: ante uno de El Gráfico que amenaza con dejar de comprarla, anuncia: “Lo perdimos a Cafarella”; a otro, que lo acusa de resentido social, le da la razón. Denostaba al boxeo, porque creía que “mata e idiotiza por su naturaleza misma, por su regular obligación de golpear el cerebro humano”, y siempre lo raleó de las páginas que tuvo a cargo. Bauso opina que las mejores notas que escribió Panzeri son las de El Gráfico y las de La Opinión, donde escribió entre 1974 y 1976. A esa altura, sin embargo, su estrella empezaba a declinar: cada vez era más incómodo. Todavía iba a escribir en Satiricón e iba a durar ese poco en La Prensa. No alcanzó a empezar dos trabajos que tenía en perspectiva: para La Semana cubriendo el Mundial ’78, y en la inminente Humor. Escribe Bauso, al comienzo del libro que armó: “Dante Panzeri era un cabrón. Tenía carácter complicado. Era, también, entre otras cosas, testarudo, implacable, rígido, algo dogmático, obsesivo y difícil de llevar. Desde su salida de El Gráfico duró poco en la mayoría de sus trabajos. Su estilo literario es enrevesado y barroco. Es repetitivo. Sus obsesiones se parecían a manías. Poco veía del costado épico del deporte. Sus inclinaciones políticas lo alejaron siempre de lo popular. Era impiadoso con sus enemigos, los atacaba sin permitir tregua alguna. (...) Sus posturas muchas veces se excedieron en conservadurismo. Su crítica peca de impiadosa, pocas veces posaba una mirada cariñosa sobre el personaje inspeccionado. Aliviados ya de la carga, alejadas las sospechas del panegírico o de la hagiografía, podemos adentrarnos en la historia de Dante Panzeri, el periodista deportivo más importante de todos los tiempos”.
“La gente que hace vida pública cae en el frecuente error de suponer que su meta en la vida es la de pasar a la historia escribió Panzeri en aquel autorreportaje de Satiricón. El mayor servicio que en vida el hombre puede prestar es poniendo limpieza en la casa que ocupe mientras viva. Y no ocupando una página en algún libro luego de morir. De eso se encargarán otros que deciden si vivió para utilidad de los demás, o si sirve para ser usado como instrumento para con los demás. Pero nunca es el mismo hombre, consigo mismo, el que decide para qué sirvió lo que hizo.”

El que incomoda

Por Norberto “Ruso” Verea
Panzeri es una de las últimas etapas de ese periodismo que nacía pura y exclusivamente de la vocación: no se llegaba al oficio para conseguir un vínculo con la fama. Representó, para mí, al periodista que venía formado e incluía dentro suyo todo aquello que la Argentina entregó en el tiempo que vivió, desde Leopoldo Marechal hasta Borges, pasando por Bustos Domecq y Roberto Arlt, el que no perdió de vista nunca que un periodista no puede ser parte del negocio, y que había que hacerle entender a la gente que lo peor que le podía pasar al fútbol era que fuera manejado por el negocio.
Mientras dirigió El Gráfico, la revista se vendió mucho menos: muestra fehaciente de lo que somos nosotros, como receptores. Hay distintas responsabilidades en esto, mayores y menores; empezamos por los dirigentes, los entrenadores, los periodistas que tenemos. Pero también hay que hacerse cargo como receptores. Porque si hay algo que Panzeri hacía era incomodarte. En esos lugares es donde yo siento al periodismo: al percibirlo, me tiene que incomodar. Si no me incomoda es complaciente, y si es complaciente no me sirve. Se dijo que para la época fue cruel, y entonces empezaron a guerrearlo, a alejarlo de los lugares de privilegio en los que tendría que haber estado. En sus últimos años estaba bastante alejado de los medios masivos.
Sigue sonando fuerte porque todo fue a peor. Representa, para mí, a una sociedad que venía desde Ramón Carrillo, con escuelas públicas cada vez mejores, con luchas como la de una jornada de trabajo de ocho horas respetadas. Lo que tenemos hoy ni se acerca: la escena de lo mediático futbolístico es casi berreta, tilinga. Nos morimos por ser amigos de los protagonistas. Por supuesto que hay buenos periodistas, pero hay algo que es importante: a los medios los compraron los que quieren hacer negocio, y no los que piensan que son un vínculo con información para formarte. Y los tipos como Panzeri intentaban estar en un medio para informar y desde ahí acercarse a formarte. Muy lejano a él ser parte de un entretenimiento; para Panzeri el entretenimiento era el juego. Por eso peleaba por lo que peleaba y decía lo que decía. Cuando te dicen que el cómo no importa, ¿a qué vas a la cancha? Ahí aparece el enamoramiento del público por el público: no debe haber nada más berreta.

Calamares rellenos a la leonesa

Por Dante Panzeri
El Día 15/12/66
He tomado el compromiso de escribir un libro de fútbol.
¡Sí, yo!
Quien me ha comprado el tal trabajo quiso que el libro se llamara o versara sobre “Cómo ver un partido de fútbol”.
–Sentado... –le sugerí.
Llegamos a un acuerdo: el libro versará más concretamente sobre cómo NO ver un partido de fútbol.
No sé cómo se llamará el libro, ni tampoco sé si alcanzaré a escribirlo para la fecha prometida. Hasta ahora son más las carillas que escribí y rompí que las que tengo escritas para que formen parte del tal libro.
Por cada diez carillas que escribo, ocho tienen un enemigo permanente: ¡Los jugadores! Y menos mal que hasta ahora ningún jugador leyó ninguna.
Pero digo los jugadores, porque es cierto: de cada diez que escribo rompo ocho... ¡porque me acuerdo que el fútbol es arte de lo empírico, no es una ciencia matemática! Y eso me frena. Me frena tanto como puedo yo frenar como lector a quienes escriben libros que titulan “Cómo jugar al fútbol”, “Tratado de Fútbol Moderno”, o “Táctica del fútbol”...
¿De qué libro podemos hablar, cuando lo que el jugador es siempre la total negación de lo premeditado?
¿Me van a decir que Pelé sabe antes de cada jugada qué va a hacer y cómo lo va a hacer?
¡Lo sabe como todos! Lo sabe... DESPUÉS QUE TERMINO LA JUGADA.
Mi mujer, que de fútbol sabe igual que el editor que me pidió el libro, me dice:
–Pero mirá que hay libros que tratan sobre cómo ver un cuadro, cómo escuchar un concierto, cómo ganar amigos... ¿Por qué no podés escribir vos sobre cómo ver un partido de fútbol?
Y yo me peleo con ella porque le tengo que decir que se parece a un director técnico de fútbol. Y allí arde Troya.
Sin decirle a qué destino iba la pregunta, los otros días le pregunté a un jugador en actividad, que juega bien, que lo analiza mejor:
–¿Vos qué sabés de fútbol?
–¿Yo?... Y... no sé... ¿Qué es saber de fútbol?...
–No sé –le respondí también yo...
–Mire: nunca lo pensé. ¿Pero quiere que le diga una cosa?
–Quiero.
–¡Lo único que sabemos de fútbol es lo que sabemos que pasó, pero después de los partidos!
Le di las gracias y me fui.
Y cuando llegué a casa escribí el comienzo y el final de mi libro, que estoy segurísimo no tendrán variantes. Esos dos párrafos es seguro que no cambian (si el libro se publica), porque es de lo único que estoy seguro que hasta ahora contiene y contendrá el libro.
El comienzo de mi libro ya está fijado con un párrafo muy breve que dice así:
“Este libro no sirve para nada”.
Y el final también está fijado definitivamente y dice así:
“Este libro no sirve para nada”.
Pero por allí reaparece mi mujer creyendo que su marido y Doña Petrona C. de Gandulfo son una misma cosa. Y me dice:
–¡Pero cómo vas a decir en el mismo libro que tu libro no sirve para nada! Es anticomercial. Nadie lo compra. ¿Si no sirve para nada para qué lo escribís?
–Mirá, he llegado a una conclusión: que mi libro, para lo único que puede servir, es para demostrar que los libros de fútbol no sirven para nada.
–Pero vos decís que no harás el libro de fútbol común que enseña a ver partidos o a jugar a los jugadores.
–Exacto. No quiero hacer eso. Quiero hacer el libro que demuestre que en fútbol los únicos que cuentan son los jugadores, los libros no sirven para nada.
–¡Pero entonces el tuyo sirve para algo!
–No, tampoco sirve para nada. Futbolísticamente
no sirve para nada.
–¡No te entiendo!
–¡Yo tampoco entiendo a los libros de fútbol!
Y mientras ella se va a consultar a Doña Petrona C. de Gandulfo sobre cómo hacer calamares rellenos a la leonesa, yo tomo el teléfono, lo llamo a Carlos Peucelle que tiene muchos libros de fútbol y le pregunto:
–¿Vos escribiste un libro de fútbol?
–Mirá: tengo libros sobre técnica y táctica de fútbol editados desde 1929 hasta ahora. ¡Todos dicen que contienen fútbol moderno! Los abro, los confronto, y veo que el de 1929, el de 1935, el de 1945, el de 1955 y el de 1960, tienen todos las mismas jugadas. Eso sí, los dibujitos son más lindos a medida que las ediciones son más nuevas. Pero las jugadas son ¡las mismas! Y si vos vas a un partido y querés ubicar el partido que viste en alguno de esos libros... ¿sabés el lío que se te hace?
–¿Cuál lío?
–¡Que ninguno de esos libros tiene las jugadas que les salieron a los jugadores durante el partido!
–Entonces... ¿escribirías el libro o no?
–¡Sí! Pero con una condición: que primero descubra cuál es el fútbol antiguo, porque todos los libros dicen que contienen el fútbol moderno, y como el que veo en la cancha no está en los libros, creo que el fútbol que se juega es antiguo y de ese no hay nadie que haya escrito hasta ahora un libro. Pero te advierto: mi libro sería mucho más extenso que la más grande enciclopedia que se haya hecho en el mundo. ¡Porque yo escribiría un libro con cada partido que veo! Entonces puede que nos arrimemos a la posibilidad de meter en un libro de quinientos o mil tomos todo lo que puede pasar en un partido de fútbol. No hay otra manera. Lo único que se sabe de fútbol es lo que sabemos después de los partidos. Lo demás... ¡son libros! Y el fútbol... ¡son jugadores que no leen libros, hacen lo que se les ocurre en el momento!
Volví a mirar si estaba la hoja que dice “este libro no sirve para nada”. Estaba. Me quedé tranquilo y seguí rompiendo carillas de mi libro.


Soledad y consenso

Por Víctor Hugo Morales
El primer partido que relaté en mi vida tuve como comentarista a Dante Panzeri. Jugaban Nacional de Montevideo y la Selección Juvenil Argentina en el estadio de Independiente, un 1º de noviembre, creo que del año 1967. Y tengo el recuerdo de la vuelta, después de la transmisión, de quedarnos charlando hasta las tres de la mañana de periodismo, de la vida. Yo era un muchacho y la experiencia, sentirme interlocutor válido de él, me provocó un inmenso orgullo.
En materia de comentarista era un tipo de una lucidez asombrosa. Probablemente en radio no fuese el mejor en cuanto a atractivos en la forma, pero en el balance de la importancia de lo que decía, de lo que sostenía y de lo que jugaba para sostenerlo, es claramente el número uno de los que, como periodista, he tomado de modelo en mi vida. No reconocería en nadie una mayor influencia sobre el deseo de ser un periodista ético. Lo acusaban de obcecado, pero él decía que si se puede fundamentar una divergencia respecto de otra postura propia, no hay por qué seguir atado de por vida a lo que se percibe como un error. Eso, dicho por él, tiene un peso enorme.
Yo admiraba que tuviese resistencia moral para la pelea en la que estaba inmerso por sus convicciones. La gente del fútbol lo recelaba, porque sus opiniones no estaban sujetas a ningún compromiso, camino trillado o concesión. Estuvo tremendamente enfrentado con Alberto J. Armando, el presidente de Boca, un hombre de enorme poder en su momento. Luchó en solitario contra la organización del Mundial acá. Lo que perdió en trabajos, lo que resignó con tal de estar de acuerdo con él mismo. Con alguna concesión que hubiera hecho podría haber sido inmensamente rico. Perdió El Gráfico por eso, y también La Prensa. Y no era un tipo salvado, era un laburante.
Fue un hombre que sufrió por sus puntos de vista: la ética es un camino hacia la soledad, y él lo recorrió, sin dudas. No fue tan querido por sus contemporáneos, no se lo reconoció tanto en vida. Después el consenso se hace más fácil: cuando la gente muere, y cede la envidia, cuando puede rescatarse lo mejor y no te molesta, el consenso llega. En su tiempo circulaba una corriente mucho más concesiva, amiga de los protagonistas, y él no tenía prácticamente relaciones con ninguno: para tener una vara más o menos justa, hay que tomar distancia de todos. Panzeri recorrió un camino de gran valentía personal en esa soledad natural. Hay que bancarse eso.

Para qué se juega al fútbol

Por Dante Panzeri
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Revista Análisis 15/10/71
Ganar, es obvio. Descontado. Jamás se hizo nada en la vida para perder. Pero además de ganar, que es cuestión asimismo implícita en jugar bien, en jugar mejor... ¿qué es jugar al fútbol?... ¿para qué jugamos al fútbol? Para una satisfacción artesanal que tanto puede ser personal, como de un conjunto de compañeros con los que nos vamos haciendo camaradas. Aunque terminemos haciendo del fútbol una máquina calculadora de pesos; un trabajo y sacrificio, como ahora mucho se menciona para justificar que no se juegue al fútbol; una actividad financiera; aunque lleguemos alguna vez a eso, es una sola la razón por la que jugaremos al fútbol cuando niños; por la que seguiremos jugando cuando adolescentes; por la que jugaremos como adultos: aquella satisfacción artesanal. Puesto que si ella no fuera la causa por la que jugamos, jamás nos elegirían para posteriormente “trabajar y sacrificarnos”.
“El público pide y exige resultados y nosotros nos debemos al público.” Es una de las explicaciones que suelen darse para el hecho de haber convertido al juego en un no juego. Yo afirmo que eso es mentira. Quien así habla y así juega, juega así, porque el que quiere resultados es él. Y pretende transferirle la culpa de ello al público. Se parece al dirigente o gobernante que dice hacer “lo que pide el pueblo”. Cuando la realidad es que lo que hace, como lo hace, apunta solamente a durar él ante el pueblo en cuestión. Jugador y gobernante que así filosofan respecto de sus deberes, son la equivalencia del escritor que, con el pretexto de escribir para el público lo está despreciando y estafando al negarle la riqueza de lo que emerge de quienes escriben para sí mismos y para que luego el público acepte o rechace, según es imposible saber, jamás, quién y cómo es el llamado público (hinchada). Los tres –futbolista, gobernante y escritor– están, en esos casos, señalando al llamado público como un ignorante a perpetuidad, inmerecedor o incapacitado de gustar nada ajeno a su ignorancia estancada. Quienes más gustaron en esos tres terrenos fueron siempre aquellos que se respetaron a sí mismos.
Jugador de fútbol es el sibarita de la satisfacción de jugar bien. Jugar bien supone un montón de cosas. Y la que menos cuenta entre ellas es la de ganar, según una conciencia nos dirá ganamos, pero qué mal jugamos, del modo que otro día nos recordará perdimos, pero qué bien jugamos; en el próximo partido tenemos que matar. El fútbol se divide en pasión, en técnica, en juego (coordinación), en lucha, en resultados, en amistad, en dolor, en goce, en alegría, en furia. Es un juego con el que se puede ganar dinero. Pero para ganar dinero tiene que ser juego. Y con dinero sólo, no es juego ni es ganancia. Es una pasión que puede dar espectáculo. Pero no puede ser espectáculo sin pasión. Da espectáculo con pasión, si hay técnica y belleza y juego (técnica la individual, belleza la coordinación). Es lo que sale y se presenta, mucho más que lo se piensa o se planea. Es una camisa de sangre y no de género. El profesionalismo exige separar sentimientos. Pero sin sentimiento no puede haber profesión. El hombre caluroso no puede ser suplantado por la fría maquinaria. Y el fútbol es arte (ciencia es lo que exige maestros) de calurosos apasionados. Con el que se puede llegar a la guerra. Pero solamente a la guerra de los afanes, nunca de la intención. Esa es la guerra que paga el público y quiere el público. Y a la que hace honor el jugador que concreta un gol por gran jugada de un compañero y corre a abrazarlo diciéndole: Me daba vergüenza hacerlo; gol era tuyo. Fútbol es recuerdo de lo que jamás se repetía. Es momento. El fútbol no tiene futuro.

 

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