A 35 años de su muerte, Dante Panzeri es mucho más
una leyenda del periodismo deportivo que un autor leído, vivo a partir
de la lectura de sus textos. Una leyenda que habla de un tipo
insobornable, comprometido a fondo con su trabajo, que excede por lejos
el deporte, implacable en sus opiniones: el mejor en lo suyo, dice la
leyenda. Su libro clásico, Fútbol, dinámica de lo impensado, es mucho
más citado a la bartola, para lucrar con su aura, que leído: fue
publicado por primera vez en 1967, se reeditó el año pasado. Publicó, en
vida, otro: Burguesía y gangsterismo en el deporte. Y ya. Por eso, el
volumen que acaba de armar Matías Bauso, Dirigentes, decencia y wines,
con una recopilación de textos de Panzeri, un centenar de artículos,
guiones para televisión, alguna nota inédita, trascripciones radiales y
hasta un “diccionario panzeriano”, viene a reponer la esencia que le dio
cuerpo al mito: su producción periodística a lo largo de cuarenta años.
Una selección, claro: cuenta Bauso que leyó unos cinco mil
artículos. En los ’60, después de renunciar a la dirección de El
Gráfico, Panzeri llegó a escribir entre ocho y diez textos por semana
para Así, El Día, Crónica y otros medios, a la vez que trabajaba en
radio y televisión. Su salida de El Gráfico en 1962, tras diecisiete
años en la redacción y tres como director, es de película: en medio del
cierre de la cobertura de un River-Boca, Constancio Vigil –hijo del
dueño de entonces– le indicó que tenía que publicar en un lugar
destacado las opiniones del ministro de Economía, Alvaro Alsogaray, que
confesaba que no solía ir a la cancha, que esta vez había aceptado la
invitación de la revista y que “el entusiasmo desbordante” le “significó
un índice de verdadero valor”. Panzeri no aceptó esa propaganda
política en medio de sus páginas, junto a su texto, y se fue.
En un autorreportaje que publicó en 1973, en Satiricón, escribió:
“El único que sabe algo de lo que ocurre en una puja deportiva es el que
juega, el que interviene en ella. Los demás somos todos chamuyetas,
simples espectadores que documentamos recuerdos de cosas que jamás
podrán repetirse”. Una década atrás, en El Día de La Plata, mientras
elogiaba a Rojitas (aquel centrodelantero de Boca “formado en la
Universidad del Instinto”), decía: “Yo no participo de la comodidad del
periodismo sin opinión que por allí suelen creer lo ideal del
periodismo”. Vaya manera de opinar: parece incapaz de resignar la
fidelidad a su opinión, a sus conclusiones, como para acomodarse. En los
textos se lo percibe antiperonista, pero no le va a hacer el caldo
gordo a Alsogaray, y también se reúne con el almirante Lacoste para
tratar de convencerlo de que el Mundial ’78 sería contraproducente para
el país. En su último trabajo, como jefe de deportes de La Prensa, duró
cien días. “A esa altura ya estaba enfermo de cáncer y los Gainza Paz se
habían dado cuenta de que habían cometido un grave error –dice Bauso–.
No publicaba notas de boxeo ni de automovilismo, por principio. La gente
compraba el diario y no salían las formaciones de los equipos que iban a
jugar a la noche. ‘¿Y yo cómo sé cómo van a formar? –argumentaba
Panzeri–. ¿Cómo voy a poner que van a jugar a estos 11, si nunca
terminan jugando esos 11? Los demás diarios que mientan, nosotros no les
mentimos’.”
Murió el 14 de abril de 1978, antes de ese Mundial que le parecía un
despropósito. Anota Bauso: “Pocos acudieron al sepelio. Del fútbol
apenas Peucelle, Pedernera, Duchini y alguno más. Unos escasos colegas y
su familia. Amigos de otros ámbitos. Y casi nadie más. No es extraño.
Los fastos oficiales, las necrológicas laudatorias y las multitudes son
para los muertos consagrados e inofensivos. Panzeri murió como debía:
sin apoyos, relegado, sumido en la oscuridad y la incomprensión. Uno de
los precios por no ceder, por ser fiel a sí mismo hasta el final”.
EL PRECURSOR DEL BARCELONA
A Panzeri le gustaba el fútbol inteligente, vistoso, bello y
efectivo. Le gustaba es decir poco: fue a fondo en la defensa de esa
idea. Por eso, nunca paró de criticar a quienes en pos del resultado
sacrificaron alguno de aquellos elementos, más allá de campeonatos
conseguidos. Al Estudiantes de Zubeldía, con Bilardo como insignia del
juego sucio, el alfiler para pinchar al contrario, lo criticó sin
tregua, y eso desde las páginas del diario El Día de La Plata. También
criticó al equipo de José, aquel legendario Racing campeón. Consideraba
una chantada el protagonismo de los directores técnicos, abominaba de
los cursos y del apoyo psicológico, creía que la gran mayoría de los
dirigentes usaban al fútbol como trampolín hacia la política. Creía,
también, que “el negocio” arruinaría la esencia del juego. Propone –al
final de su Dinámica– cambiar el sistema de puntuación, incrementar el
número de futbolistas jóvenes y “disminuir el dinero en juego”: está
claro qué prosperó y qué no. “Al fútbol profesional se lo puede salvar
desalentando su materialismo –escribió–. Cambiar este fútbol exige
destruir. Destruir lo que se está construyendo. Para poder entonces
construir.” En un programa de propuestas que armó planteaba que los
partidos no se televisaran, que hubiera topes en los sueldos y límite de
profesionales por equipo, y que no se pudieran transferir jugadores al
exterior hasta que cumplieran 28 años. El panorama de hoy lo espantaría,
se sospecha. “Sí: si el tipo viera que en un partido de fútbol le
dedican cien planos a Caruso Lombardi, se moriría –dice Bauso–. Ve
Fútbol para todos y se muere, también, porque la utilización estatal del
deporte a él lo enfermaba. Lo mismo al ver a los jugadores saliendo más
en Gente que en El Gráfico. Ni hablar de los dirigentes. Le hubiera
gustado, en cambio, ver a 15 o 20 periodistas deportivos que tienen muy
buen nivel.”
Dirigentes, decencia y wines. Dante Panzeri Edición a cargo de Matías Bauso Sudamericana 544 páginas
Y el Barcelona actual, ¿no encarna algunas de sus ideas centrales?
“Es un equipo que le encantaría, porque es exactamente todo lo que él
predijo que podía llegar a suceder –dice Bauso–. Jugar sin 9 de área,
salir para generar espacios adelante, tocar, tener la pelota hasta que
aparezca el espacio, ser vertical, que la mejor defensa sea la posesión
de la pelota, la presión inmediata sobre el rival. El dice que eso lo
hizo La máquina de River, Millonarios –aquel ballet azul que comandaba
Pedernera–, el Santos de Pelé. Le decían que su idea de fútbol ya era
absolutamente impracticable: cuarenta y cinco años después, el Barcelona
es la mejor refutación.” Aunque no haya puntos de contacto en la híper
profesionalización, el rol como técnico de Guardiola y la formación en
La Masía, Bauso destaca dos coincidencias más entre el ideario de
Panzeri y este Barça: “Honestidad y convicción –dice–. Este equipo y él
comparten eso. Y eso es algo diferencial en Panzeri: no soporta
reprocharse nada. En el libro publicó la transcripción de una
intervención de él en un noticiero de Canal 11: la noche anterior se
había burlado de la dicción de un presidente de la AFA. Se disculpa y le
dice que le haga juicio, porque más allá del pedido de perdón, él ya no
se limpiaba por haber hecho eso. Que podía criticarlo y denunciarlo
como funcionario, pero que de ninguna manera se podía burlar del defecto
de una persona”.
“El aporte fundamental de Panzeri fue crear la ‘Teoría Política del
jugador’ –escribe Bauso–. La dinámica de lo impensado constituye la idea
crítica más célebre del fútbol argentino. No sólo es célebre sino una
de las únicas. Fue un gesto inédito y bastante audaz elaborar una teoría
del modo de ver (o jugar) el fútbol. Se instala en el momento más
inoportuno, cuando Helenio Herrera, Juan Carlos Lorenzo u Osvaldo
Zubeldía cautivaban al público con discursos elaborados y pícaros e
instalaban una cultura del trabajo. Parafraseando una célebre frase de
un genio de otro arte, se podría afirmar que la disposición táctica es
una cuestión moral. Eso es lo que parece sostener Panzeri a lo largo de
toda su obra crítica. Siguiendo la política del jugador, quien decide,
quien soluciona los inconvenientes o crea dentro del campo de juego
siempre es el jugador, el único que puede determinar lo que sucederá.”
“Uno puede pensar, como falla en su teoría, que Guardiola y Tito
Vilanova son muy importantes –dice Bauso–. Digo: alguien los tiene que
ir guiando. Porque el jugador de fútbol es distinto, su ritmo de vida es
otro. Es lo que dice Bielsa: son millonarios precoces. Y es difícil que
un tipo siga matándose en los entrenamientos, con todas la privaciones
que ha tenido. Los futbolistas sudamericanos son tipos que vienen de la
miseria, algo que, decía Panzeri, era indispensable para ser buen
jugador.”
SI SOS BUENO, SOS BUENO, Y SI NO...
Es formidable la tarea de rescate que hace Bauso en Dirigencia,
decencia y wines. Fue un año y medio de trabajo, que incluyó recorridas
por hemerotecas, colecciones y, sobre todo, la inmersión en el Archivo
Panzeri, que está en el Club Quilmes de Mar del Plata y casi no recibe
visitas. Algunas de sus carátulas: Política y deporte; Estupideces;
Delitos; Economía y finanzas del deporte; Salvajismo deportivo;
Anecdotario; Estadísticas; Táctica y técnica del fútbol; Boxeo; Deporte y
violencia; Guiones radiales; Renato Cesarini; Alberto J. Armando;
Cuentos del tío; Camelos y ruidos; Declamación y dialéctica. El rescate
de textos, que abarca entre 1951 y 1976, da cuenta de una escritura
contundente, en la que abunda el humor, los nombres propios de los
enfocados en sus críticas a veces despiadadas, y sus consideraciones,
sin medias tintas ni paternalismos. Ante un partido, un jugador, un
fenómeno o una circunstancia, quería que quedara clara su opinión: le
parecía una estafa que el lector no encontrara la opinión del autor en
el periodismo. “La idea fue que quedara algo que representara todo el
espectro Panzeri, todas sus inquietudes, y para eso fue necesario que el
libro fuera grande”, dice Bauso. Tras un ensayo inicial que enfoca
vida, obra e ideario, este escritor y abogado organizó el libro en un
puñado de capítulos temáticos: Visiones del fútbol, Mundiales, Boxeo,
Periodismo, Los otros deportes, El Gráfico, Panzeri por Panzeri,
Arbitros, Mundial ’78, Intercambio con lectores, Crítico de
espectáculos. En este último ítem destroza Woodstock y a Isabel Sarli y
ensalza a Bergman y a Astor Piazzolla, a quien ve como “un representante
de la guerra entre mediocridad y lucidez”. El volumen incluye una
entrevista a Fangio, crónicas de partidos, presentaciones en radio y
televisión, elogios a la higiene del rugby, la reivindicación de los
jugadores singulares (atorrantes, locos), glosarios de vocabularios
futboleros y de avivadas picarescas, reivindicaciones a Fioravanti y a
Amalfitani, respuestas a cartas de lectores, intimidades como jefe de
Deportes. “Siempre me pareció que Panzeri era mucho más ‘el periodista’
que el autor de los libros suyos que circulan –dice Bauso–. El llegó a
ser lo que fue por su trabajo cotidiano, y no tanto por esos libros,
donde está más aplacado. La idea fue buscar al verdadero Panzeri, y eso
implicó un desafío: ¿estará a la altura del mito? Y algo más: ver si se
podía armar un buen libro suyo hoy, que esté a la altura.”
“Hay algo increíble: nunca se contradice, no se traiciona ni una vez
–asevera Bauso–. Puede pasar que cambie de opinión, como le pasó con
Artime: al principio decía que no sabía jugar, pero terminó reconociendo
que estaba equivocado y que era muy productivo en sus equipos. Era un
tipo de tremendas convicciones, y eso le hizo perder muchos amigos por
el camino, porque cuando tenía que decir algo era más fuerte que él. Se
peleó con Pepe Peña, con el que hacía un programa de radio en los ’50, y
también con Pedernera, porque mientras dirigía a Gimnasia lo criticó,
en esa postura que tenía de decir que el de técnico no era un trabajo
digno. Recién se amigaron al final, cuando Panzeri estaba enfermo.”
Algunos tipos le cayeron mal de arranque: José María Muñoz y su
ampulosidad patriotera, sus latiguillos como relator que no significan
nada, o Juan Carlos Lorenzo y sus “innovaciones europeas” para la
Selección, a su cargo en los mundiales de 1962 y 1966. “En un partido en
el de Chile llegó a darles papelitos a los jugadores, para que
recordaran qué tenían que hacer –rememora Bauso–. Eso lo divertía a
Panzeri, y siempre lo recordaba. En algún momento Lorenzo lo desafió a
que fuera técnico él: le dijo que sí. ‘¿Cómo no voy a poder ser yo
técnico’, si Lorenzo dirigió dos mundiales? Si dirigió Lorenzo,
cualquier puede ser técnico.’ Para Panzeri el fútbol era bastante más
sencillo: si sos bueno, sos bueno, y si no... Sin despreciar la
organización y la solidaridad necesaria. Pero él creía que lo
fundamental en el deporte era la inteligencia corporal, que no
necesariamente se percibía en la vida diaria. Por eso detestaba hacer
reportajes a deportistas: salvo casos excepcionales, creía que no tenían
nada para decir. Cuando va a cubrir el Mundial a Chile se niega a hacer
entrevistas: están todos los grandes jugadores y técnicos ahí, y él no
hace ningún reportaje. Eso va acelerando su salida de El Gráfico,
también, porque va a contramano de lo que el periodismo está empezando a
hacer, de lo que el público reclama.”
Algunas respuestas de Panzeri a los lectores son memorables: ante
uno de El Gráfico que amenaza con dejar de comprarla, anuncia: “Lo
perdimos a Cafarella”; a otro, que lo acusa de resentido social, le da
la razón. Denostaba al boxeo, porque creía que “mata e idiotiza por su
naturaleza misma, por su regular obligación de golpear el cerebro
humano”, y siempre lo raleó de las páginas que tuvo a cargo. Bauso opina
que las mejores notas que escribió Panzeri son las de El Gráfico y las
de La Opinión, donde escribió entre 1974 y 1976. A esa altura, sin
embargo, su estrella empezaba a declinar: cada vez era más incómodo.
Todavía iba a escribir en Satiricón e iba a durar ese poco en La Prensa.
No alcanzó a empezar dos trabajos que tenía en perspectiva: para La
Semana cubriendo el Mundial ’78, y en la inminente Humor. Escribe Bauso,
al comienzo del libro que armó: “Dante Panzeri era un cabrón. Tenía
carácter complicado. Era, también, entre otras cosas, testarudo,
implacable, rígido, algo dogmático, obsesivo y difícil de llevar. Desde
su salida de El Gráfico duró poco en la mayoría de sus trabajos. Su
estilo literario es enrevesado y barroco. Es repetitivo. Sus obsesiones
se parecían a manías. Poco veía del costado épico del deporte. Sus
inclinaciones políticas lo alejaron siempre de lo popular. Era impiadoso
con sus enemigos, los atacaba sin permitir tregua alguna. (...) Sus
posturas muchas veces se excedieron en conservadurismo. Su crítica peca
de impiadosa, pocas veces posaba una mirada cariñosa sobre el personaje
inspeccionado. Aliviados ya de la carga, alejadas las sospechas del
panegírico o de la hagiografía, podemos adentrarnos en la historia de
Dante Panzeri, el periodista deportivo más importante de todos los
tiempos”.
“La gente que hace vida pública cae en el frecuente error de suponer
que su meta en la vida es la de pasar a la historia escribió Panzeri en
aquel autorreportaje de Satiricón. El mayor servicio que en vida el
hombre puede prestar es poniendo limpieza en la casa que ocupe mientras
viva. Y no ocupando una página en algún libro luego de morir. De eso se
encargarán otros que deciden si vivió para utilidad de los demás, o si
sirve para ser usado como instrumento para con los demás. Pero nunca es
el mismo hombre, consigo mismo, el que decide para qué sirvió lo que
hizo.”
El que incomoda
Por Norberto “Ruso” Verea
Panzeri es una de las últimas etapas de ese
periodismo que nacía pura y exclusivamente de la vocación: no se llegaba
al oficio para conseguir un vínculo con la fama. Representó, para mí,
al periodista que venía formado e incluía dentro suyo todo aquello que
la Argentina entregó en el tiempo que vivió, desde Leopoldo Marechal
hasta Borges, pasando por Bustos Domecq y Roberto Arlt, el que no perdió
de vista nunca que un periodista no puede ser parte del negocio, y que
había que hacerle entender a la gente que lo peor que le podía pasar al
fútbol era que fuera manejado por el negocio.
Mientras dirigió El Gráfico, la revista se vendió mucho menos:
muestra fehaciente de lo que somos nosotros, como receptores. Hay
distintas responsabilidades en esto, mayores y menores; empezamos por
los dirigentes, los entrenadores, los periodistas que tenemos. Pero
también hay que hacerse cargo como receptores. Porque si hay algo que
Panzeri hacía era incomodarte. En esos lugares es donde yo siento al
periodismo: al percibirlo, me tiene que incomodar. Si no me incomoda es
complaciente, y si es complaciente no me sirve. Se dijo que para la
época fue cruel, y entonces empezaron a guerrearlo, a alejarlo de los
lugares de privilegio en los que tendría que haber estado. En sus
últimos años estaba bastante alejado de los medios masivos.
Sigue sonando fuerte porque todo fue a peor. Representa, para mí, a
una sociedad que venía desde Ramón Carrillo, con escuelas públicas cada
vez mejores, con luchas como la de una jornada de trabajo de ocho horas
respetadas. Lo que tenemos hoy ni se acerca: la escena de lo mediático
futbolístico es casi berreta, tilinga. Nos morimos por ser amigos de los
protagonistas. Por supuesto que hay buenos periodistas, pero hay algo
que es importante: a los medios los compraron los que quieren hacer
negocio, y no los que piensan que son un vínculo con información para
formarte. Y los tipos como Panzeri intentaban estar en un medio para
informar y desde ahí acercarse a formarte. Muy lejano a él ser parte de
un entretenimiento; para Panzeri el entretenimiento era el juego. Por
eso peleaba por lo que peleaba y decía lo que decía. Cuando te dicen que
el cómo no importa, ¿a qué vas a la cancha? Ahí aparece el
enamoramiento del público por el público: no debe haber nada más
berreta.
Calamares rellenos a la leonesa
Por Dante Panzeri
El Día 15/12/66
He tomado el compromiso de escribir un libro de fútbol.
¡Sí, yo!
Quien me ha comprado el tal trabajo quiso que el libro se llamara o versara sobre “Cómo ver un partido de fútbol”.
–Sentado... –le sugerí.
Llegamos a un acuerdo: el libro versará más concretamente sobre cómo NO ver un partido de fútbol.
No sé cómo se llamará el libro, ni tampoco sé si alcanzaré a
escribirlo para la fecha prometida. Hasta ahora son más las carillas que
escribí y rompí que las que tengo escritas para que formen parte del
tal libro.
Por cada diez carillas que escribo, ocho tienen un enemigo
permanente: ¡Los jugadores! Y menos mal que hasta ahora ningún jugador
leyó ninguna.
Pero digo los jugadores, porque es cierto: de cada diez que escribo
rompo ocho... ¡porque me acuerdo que el fútbol es arte de lo empírico,
no es una ciencia matemática! Y eso me frena. Me frena tanto como puedo
yo frenar como lector a quienes escriben libros que titulan “Cómo jugar
al fútbol”, “Tratado de Fútbol Moderno”, o “Táctica del fútbol”...
¿De qué libro podemos hablar, cuando lo que el jugador es siempre la total negación de lo premeditado?
¿Me van a decir que Pelé sabe antes de cada jugada qué va a hacer y cómo lo va a hacer?
¡Lo sabe como todos! Lo sabe... DESPUÉS QUE TERMINO LA JUGADA.
Mi mujer, que de fútbol sabe igual que el editor que me pidió el libro, me dice:
–Pero mirá que hay libros que tratan sobre cómo ver un cuadro, cómo
escuchar un concierto, cómo ganar amigos... ¿Por qué no podés escribir
vos sobre cómo ver un partido de fútbol?
Y yo me peleo con ella porque le tengo que decir que se parece a un director técnico de fútbol. Y allí arde Troya.
Sin decirle a qué destino iba la pregunta, los otros días le
pregunté a un jugador en actividad, que juega bien, que lo analiza
mejor:
–¿Vos qué sabés de fútbol?
–¿Yo?... Y... no sé... ¿Qué es saber de fútbol?...
–No sé –le respondí también yo...
–Mire: nunca lo pensé. ¿Pero quiere que le diga una cosa?
–Quiero.
–¡Lo único que sabemos de fútbol es lo que sabemos que pasó, pero después de los partidos!
Le di las gracias y me fui.
Y cuando llegué a casa escribí el comienzo y el final de mi libro,
que estoy segurísimo no tendrán variantes. Esos dos párrafos es seguro
que no cambian (si el libro se publica), porque es de lo único que estoy
seguro que hasta ahora contiene y contendrá el libro.
El comienzo de mi libro ya está fijado con un párrafo muy breve que dice así:
“Este libro no sirve para nada”.
Y el final también está fijado definitivamente y dice así:
“Este libro no sirve para nada”.
Pero por allí reaparece mi mujer creyendo que su marido y Doña Petrona C. de Gandulfo son una misma cosa. Y me dice:
–¡Pero cómo vas a decir en el mismo libro que tu libro no sirve para
nada! Es anticomercial. Nadie lo compra. ¿Si no sirve para nada para
qué lo escribís?
–Mirá, he llegado a una conclusión: que mi libro, para lo único que
puede servir, es para demostrar que los libros de fútbol no sirven para
nada.
–Pero vos decís que no harás el libro de fútbol común que enseña a ver partidos o a jugar a los jugadores.
–Exacto. No quiero hacer eso. Quiero hacer el libro que demuestre
que en fútbol los únicos que cuentan son los jugadores, los libros no
sirven para nada.
–¡Pero entonces el tuyo sirve para algo!
–No, tampoco sirve para nada. Futbolísticamente
no sirve para nada.
–¡No te entiendo!
–¡Yo tampoco entiendo a los libros de fútbol!
Y mientras ella se va a consultar a Doña Petrona C. de Gandulfo
sobre cómo hacer calamares rellenos a la leonesa, yo tomo el teléfono,
lo llamo a Carlos Peucelle que tiene muchos libros de fútbol y le
pregunto:
–¿Vos escribiste un libro de fútbol?
–Mirá: tengo libros sobre técnica y táctica de fútbol editados desde
1929 hasta ahora. ¡Todos dicen que contienen fútbol moderno! Los abro,
los confronto, y veo que el de 1929, el de 1935, el de 1945, el de 1955 y
el de 1960, tienen todos las mismas jugadas. Eso sí, los dibujitos son
más lindos a medida que las ediciones son más nuevas. Pero las jugadas
son ¡las mismas! Y si vos vas a un partido y querés ubicar el partido
que viste en alguno de esos libros... ¿sabés el lío que se te hace?
–¿Cuál lío?
–¡Que ninguno de esos libros tiene las jugadas que les salieron a los jugadores durante el partido!
–Entonces... ¿escribirías el libro o no?
–¡Sí! Pero con una condición: que primero descubra cuál es el fútbol
antiguo, porque todos los libros dicen que contienen el fútbol moderno,
y como el que veo en la cancha no está en los libros, creo que el
fútbol que se juega es antiguo y de ese no hay nadie que haya escrito
hasta ahora un libro. Pero te advierto: mi libro sería mucho más extenso
que la más grande enciclopedia que se haya hecho en el mundo. ¡Porque
yo escribiría un libro con cada partido que veo! Entonces puede que nos
arrimemos a la posibilidad de meter en un libro de quinientos o mil
tomos todo lo que puede pasar en un partido de fútbol. No hay otra
manera. Lo único que se sabe de fútbol es lo que sabemos después de los
partidos. Lo demás... ¡son libros! Y el fútbol... ¡son jugadores que no
leen libros, hacen lo que se les ocurre en el momento!
Volví a mirar si estaba la hoja que dice “este libro no sirve para
nada”. Estaba. Me quedé tranquilo y seguí rompiendo carillas de mi
libro.
Soledad y consenso
Por Víctor Hugo Morales
El primer partido que relaté en mi vida tuve como
comentarista a Dante Panzeri. Jugaban Nacional de Montevideo y la
Selección Juvenil Argentina en el estadio de Independiente, un 1º de
noviembre, creo que del año 1967. Y tengo el recuerdo de la vuelta,
después de la transmisión, de quedarnos charlando hasta las tres de la
mañana de periodismo, de la vida. Yo era un muchacho y la experiencia,
sentirme interlocutor válido de él, me provocó un inmenso orgullo.
En materia de comentarista era un tipo de una lucidez asombrosa.
Probablemente en radio no fuese el mejor en cuanto a atractivos en la
forma, pero en el balance de la importancia de lo que decía, de lo que
sostenía y de lo que jugaba para sostenerlo, es claramente el número uno
de los que, como periodista, he tomado de modelo en mi vida. No
reconocería en nadie una mayor influencia sobre el deseo de ser un
periodista ético. Lo acusaban de obcecado, pero él decía que si se puede
fundamentar una divergencia respecto de otra postura propia, no hay por
qué seguir atado de por vida a lo que se percibe como un error. Eso,
dicho por él, tiene un peso enorme.
Yo admiraba que tuviese resistencia moral para la pelea en la que
estaba inmerso por sus convicciones. La gente del fútbol lo recelaba,
porque sus opiniones no estaban sujetas a ningún compromiso, camino
trillado o concesión. Estuvo tremendamente enfrentado con Alberto J.
Armando, el presidente de Boca, un hombre de enorme poder en su momento.
Luchó en solitario contra la organización del Mundial acá. Lo que
perdió en trabajos, lo que resignó con tal de estar de acuerdo con él
mismo. Con alguna concesión que hubiera hecho podría haber sido
inmensamente rico. Perdió El Gráfico por eso, y también La Prensa. Y no
era un tipo salvado, era un laburante.
Fue un hombre que sufrió por sus puntos de vista: la ética es un
camino hacia la soledad, y él lo recorrió, sin dudas. No fue tan querido
por sus contemporáneos, no se lo reconoció tanto en vida. Después el
consenso se hace más fácil: cuando la gente muere, y cede la envidia,
cuando puede rescatarse lo mejor y no te molesta, el consenso llega. En
su tiempo circulaba una corriente mucho más concesiva, amiga de los
protagonistas, y él no tenía prácticamente relaciones con ninguno: para
tener una vara más o menos justa, hay que tomar distancia de todos.
Panzeri recorrió un camino de gran valentía personal en esa soledad
natural. Hay que bancarse eso.
Para qué se juega al fútbol
Por Dante Panzeri
Revista Análisis 15/10/71
Ganar, es obvio. Descontado. Jamás se hizo nada en la vida para
perder. Pero además de ganar, que es cuestión asimismo implícita en
jugar bien, en jugar mejor... ¿qué es jugar al fútbol?... ¿para qué
jugamos al fútbol? Para una satisfacción artesanal que tanto puede ser
personal, como de un conjunto de compañeros con los que nos vamos
haciendo camaradas. Aunque terminemos haciendo del fútbol una máquina
calculadora de pesos; un trabajo y sacrificio, como ahora mucho se
menciona para justificar que no se juegue al fútbol; una actividad
financiera; aunque lleguemos alguna vez a eso, es una sola la razón por
la que jugaremos al fútbol cuando niños; por la que seguiremos jugando
cuando adolescentes; por la que jugaremos como adultos: aquella
satisfacción artesanal. Puesto que si ella no fuera la causa por la que
jugamos, jamás nos elegirían para posteriormente “trabajar y
sacrificarnos”.
“El público pide y exige resultados y nosotros nos debemos al
público.” Es una de las explicaciones que suelen darse para el hecho de
haber convertido al juego en un no juego. Yo afirmo que eso es mentira.
Quien así habla y así juega, juega así, porque el que quiere resultados
es él. Y pretende transferirle la culpa de ello al público. Se parece al
dirigente o gobernante que dice hacer “lo que pide el pueblo”. Cuando
la realidad es que lo que hace, como lo hace, apunta solamente a durar
él ante el pueblo en cuestión. Jugador y gobernante que así filosofan
respecto de sus deberes, son la equivalencia del escritor que, con el
pretexto de escribir para el público lo está despreciando y estafando al
negarle la riqueza de lo que emerge de quienes escriben para sí mismos y
para que luego el público acepte o rechace, según es imposible saber,
jamás, quién y cómo es el llamado público (hinchada). Los tres
–futbolista, gobernante y escritor– están, en esos casos, señalando al
llamado público como un ignorante a perpetuidad, inmerecedor o
incapacitado de gustar nada ajeno a su ignorancia estancada. Quienes más
gustaron en esos tres terrenos fueron siempre aquellos que se
respetaron a sí mismos.
Jugador de fútbol es el sibarita de la satisfacción de jugar bien.
Jugar bien supone un montón de cosas. Y la que menos cuenta entre ellas
es la de ganar, según una conciencia nos dirá ganamos, pero qué mal
jugamos, del modo que otro día nos recordará perdimos, pero qué bien
jugamos; en el próximo partido tenemos que matar. El fútbol se divide en
pasión, en técnica, en juego (coordinación), en lucha, en resultados,
en amistad, en dolor, en goce, en alegría, en furia. Es un juego con el
que se puede ganar dinero. Pero para ganar dinero tiene que ser juego. Y
con dinero sólo, no es juego ni es ganancia. Es una pasión que puede
dar espectáculo. Pero no puede ser espectáculo sin pasión. Da
espectáculo con pasión, si hay técnica y belleza y juego (técnica la
individual, belleza la coordinación). Es lo que sale y se presenta,
mucho más que lo se piensa o se planea. Es una camisa de sangre y no de
género. El profesionalismo exige separar sentimientos. Pero sin
sentimiento no puede haber profesión. El hombre caluroso no puede ser
suplantado por la fría maquinaria. Y el fútbol es arte (ciencia es lo
que exige maestros) de calurosos apasionados. Con el que se puede llegar
a la guerra. Pero solamente a la guerra de los afanes, nunca de la
intención. Esa es la guerra que paga el público y quiere el público. Y a
la que hace honor el jugador que concreta un gol por gran jugada de un
compañero y corre a abrazarlo diciéndole: Me daba vergüenza hacerlo; gol
era tuyo. Fútbol es recuerdo de lo que jamás se repetía. Es momento. El
fútbol no tiene futuro.