domingo, 6 de julio de 2014

El Peronismo es la gran musa inspiradora para escribir y para pensar (Rodolfo Edwards)

 Con el bombo y la palabra puede ser vista como una historia de la literatura argentina desde el peronismo. Se trata de un recorrido vertiginoso que incluye la perplejidad de los “contreras” y los homenajes del campo nacional y popular.


El tío paraguayo Duarte –el mismo apellido de Evita– usaba chancletas de plástico transparente y confiaba ciegamente en que su sobrino sería político o escritor. Acertó ese gran hombre que logró que el niño Rodolfo Edwards se fascinara con las historias que le contaba, a fines de la década del ‘60, sobre “el Pocho”, entonces exiliado en Madrid. Por él se hizo peronista. A él está dedicado Con el bombo y la palabra. El peronismo en las letras argentinas. Una historia de odios y lealtades (Seix Barral), un recorrido vertiginoso por los dispositivos textuales que manifiestan la indisposición del campo literario argentino “frente a un fenómeno incómodo que apareció como un grano lleno de pus para los actores culturales”, un grano que explota por obra y gracia de la pasión que pone Edwards a la hora de escanear con el “peronómetro” en mano –como advierte a Página/12– una lista abrumadora de libros que han denigrado la historia y las figuras del peronismo. Hay cuentos, novelas, poemas y piezas teatrales de Jorge Luis Borges –”el gran matricero de textos antiperonistas”–, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo, Beatriz Guido, Elvira Orphée, Ezequiel Martínez Estrada, Julio Cortázar, Néstor Perlongher, Copi, César Aira.
En el rastreo aparecen homenajes sinceros al peronismo, como los de María Elena Walsh, el drama desgarrador que encarna Responso, de Juan Saer, la trilogía peronista de Guillermo Saccomanno y Pubis angelical, de Manuel Puig, entre otros. Pero el hecho innegable es que la mayoría de los escritores argentinos son antiperonistas. En el “palo nacional” están Leónidas Lamborghini, Germán Rozenmacher, Enrique Santos Discépolo y Leopoldo Marechal, además de afilados ensayistas como Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Juan José Hernández Arregui y John William Cooke.
–Copi y Perlongher plantean una carnavalización del peronismo. ¿Sería una forma simpática de gorilismo, una manera de expiar el antiperonismo, o esa carnavalización es un mecanismo que lo explicita?
–Es una manera de explicitarlo. Mi libro puede ser visto como una historia de la literatura argentina desde el peronismo. En el cuento “El simulacro”, de Borges, en un lugar muy lejano de provincia están velando el cadáver de Evita. Es un simulacro porque adentro del cajón hay una muñeca y hay un tipo vestido como Perón. La idea permanente de Borges es que el peronismo es una farsa, una mentira. El peronismo es una representación teatral. Ese texto de Borges arma una serie con Copi, con Perlongher, con Aira, con (Daniel) Guebel. Este texto de Borges actúa como una gran matriz. Borges es el gran matricero de textos antiperonistas. En el tratamiento del cadáver de Evita en Perlongher y Copi veo una cuestión antiperonista. Hay una saña con las figuras del peronismo. El padre de Copi era Raúl Damonte Taborda y él sufrió el peronismo porque se exilió con su familia en Montevideo. En la obra de teatro Eva Perón, aparece la madre de Evita y le dice: “Guacha, dame el número de cuenta de Suiza...”. Esto es violento y agresivo. No veo un homenaje a Evita como alguna crítica pretende ver. Lo de Perlongher me parece toda una obsesión con el cadáver de Evita. Mi cuestionamiento a estos autores no es para nada estético. Pero en mi libro aplico un escáner, un “peronómetro” y un “antiperonómetro”. La obra de Perlongher me parece inobjetable; Cadáveres es uno de los más grandes textos de la poesía argentina. La literatura argentina no se puede pensar sin el peronismo. El peronismo es la gran musa inspiradora para escribir y pensar.
–Las ficciones antiperonistas ganan por goleada, ¿no?
–Coincido plenamente. En el curso de mi investigación, armaba pilas de libros en mi escritorio. La pila de libros antiperonistas se elevaba y crecía. Y la pilita de libros peronistas era muy chica; había una gran desproporción. Lo atribuyo a un factor: el peso de la cultura de izquierda y de la cultura liberal es muy fuerte; son dos tradiciones que vienen del fondo de la historia. En cambio el peronismo tiene setenta años, no es nada, es muy poco tiempo. La gran mayoría política peronista no se refleja en lo cultural.
–¿Por qué ocurre esto? ¿Será por la fuerza que han tenido Sur y Victoria Ocampo en la cultura del siglo XX?
–Las capas medias no han terminado de digerir al peronismo. De hecho está la gran frase de Cooke, “el peronismo es el hecho maldito del país burgués”, muy iluminadora en el campo cultural, donde el peronismo despierta una gran perplejidad en los intelectuales. El peronismo es como el Peter Pan de la política argentina, un adolescente eterno que se niega a crecer. Por un lado hace torpezas y a veces cagadas. Pero por otro lado se mantiene vigente, lozano y siempre joven.
–¿La perplejidad que produce hoy el peronismo tiene que ver con cuál será la forma que tendrá este cuerpo político en movimiento? El menemismo también fue una forma de peronismo.
–En el comienzo del libro pongo un poema de Ramón Plaza que dice: “En mi balcón/ hay una planta/ de la cual no sé el nombre,/ ni qué lugar ocupa en el discurso/ botánico./ Nos hemos conocido allí,/ en el balcón./ De modo que si bien/ sé con quien trato, no sé quién es.// Su flor es gigantesca. Una sola./ Amarilla y en forma de corola./ Un picaflor la visita,/ la liba, la chupa, la cuerpotea,/ la relame, la lenguotea, la usa/ como mujer.// Luego vienen otros y otros./ Esta planta labura en mi balcón,/ y es la casa de putas/ de todos los picaflores”. Como la súper flor de los balcones, al peronismo también se lo liba, se lo cuerpotea, se lo relame y se lo lenguotea, a veces con odio, a veces con amor. El peronismo es como esa flor que liban los picaflores: liberalismo en los ‘90, ahora hacia la izquierda. El peronismo es un espacio de lucha de la gran puta; todos se lo llevan a la cama por derecha o por izquierda. Por eso el peronismo para mí es rock & roll. El peronismo es el espacio de la transgresión.
–¿Por qué a esa transgresión le cuesta tener su correlato en lo cultural?
–En el libro analizo la relación tensa que tuvo Perón con sus propios cuadros intelectuales, con Scalabrini Ortiz, con Jauretche. En lo cultural el peronismo más clásico es bastante conservador, salvo Leónidas Lamborghini, nuestro gran poeta. Los grandes escritores del peronismo son Leónidas y Marechal. El peronismo donde mejor se ha manifestado es en el ensayo, en los textos de Jauretche, esos textos de hacha y tiza, el libelo, el brulote, esa cosa agresiva de replicar al rival atacándolo, esa pluma afilada de manifiesto. Ahí están Hernández Arregui y Cooke, muy afilados a la hora de escribir. Pero son textos de contestación, de réplica, textos militantes... Perón decía que la única verdad es la realidad. Y yo digo irónicamente que por encolumnarnos con nuestro líder no podemos escribir ficciones. La ficción es el territorio de los gorilas.
–La ficción, lo que se escribe en una página, es tan polémico como interesante en Con el bombo y la palabra. Luego de analizar Las puertas del cielo, “súmmum del imaginario gorila”, y La banda, de Cortázar, lanza una pregunta incorrecta: ¿Cortázar sería citado hoy por el Inadi por la publicación de estos cuentos?
–Sé que es una ficción, pero detrás de la ficción hay un autor, alguien que escribe. Esa ficción no fue producida por una máquina. Cuando uno escribe, delata lo que piensa. Yo paso el “peronómetro” en un texto de (Ricardo) Piglia como “Desagravio”, un cuento perfecto, y ahí no encuentro antiperonismo porque es un cuento sobre un tipo que se quiere reconciliar con la mujer justo en medio de los bombardeos y aprovecha para matarla. No es lo mismo “Casandra”, de (Juan Rodolfo) Wilcock, que, como Cortázar, no aguantaba la negrada y se fue del país. El personaje es una metáfora de Evita, una dictadora que manda a asesinar a gente. Wilcock odiaba a Evita y por eso escribió ese texto. Es una ficción, pero el autor está expresando todo su odio a Evita y al peronismo, como lo hizo Borges con “El simulacro”. En un cuento, Juan Carlos Onetti también trata de forma muy despreciativa a la gente que iba al velatorio de Evita. Hay una burla a la negrada y con la cosa de la piel que son muy jodidas. En algunos textos de María Elena Walsh, que no era peronista, como el tango “El 45” o el poema por la muerte de Eva Perón, hay un sincero homenaje. O Responso, una joyita de (Juan José) Saer sobre un sindicalista peronista en Santa Fe que cae en desgracia y lo deja la mujer. Saer muestra una derrota política y cómo la caída de Perón provoca la decadencia absoluta de un ser humano.
En el último capítulo de Con el bombo y la palabra desmenuza las ficciones más recientes de la literatura argentina. Juan Diego Incardona, por varias cabezas, es el preferido. “El campito es una novela magnífica, un homenaje a la resistencia peronista”, pondera con el “peronómetro” en alza. “Los más jóvenes no pueden evitar seguir en la matriz borgeana de ‘El simulacro’ –plantea Edwards–. El peronismo es para parodiar. Perón es un payaso loquito y Evita como una muñeca que dice pelotudeces. Yo pongo el ejemplo de una sitcom gorila, Mi señora es una espía, que consideraba que los peronistas somos boludos, frívolos, unos tarados preocupados por los electrodomésticos.”
–¿En qué textos de las nuevas generaciones aparece la dificultad de salir de la matriz borgeana?
–Lo veo en Escolástica peronista ilustrada, de Carlos Godoy, y en El peronismo (spam), de Carlos Gradín. Si el peronismo es todo, también es nada. El peronismo es algo, ahí tengo una diferencia. Si el peronismo es todo, le estás restando contenido. Lo transforman en un significante vacío. Tanta joda no; paremos un poquito porque no es tanta joda el peronismo. Si no caen en lo de Borges y Bioy: el peronismo es “una fábula para patanes”. Una cosa de payasos, de loquitos, de monos con navaja. En algunos de estos textos, Perón sale sin manos y baila una cumbia. Como peronista me molesta muchísimo. O que en otros textos aparezca Evita como zombie. Son chistes que le hacen el juego a la cosa gorilona del simulacro de Borges, por más que después se proclamen peronistas. Quizá sea una falla de mi lectura, pero no puedo ver estas jodas como homenajes.
–¿Un modo “políticamente correcto” de no parecer gorila es exacerbar la burla?
–Sí. Esas parodias no son inocentes, en el fondo lo que provocan es transformar al peronismo en un artefacto cultural inofensivo. Perón le dio de morfar a un montón de gente. Yo mismo, hijo de un obrero, pude acceder a la educación pública, estudiar en la universidad y recibirme en Letras. Hay un montón de cosas fundamentales que hizo el peronismo que parecen inocuas en estos textos, donde Perón es un loquito con su corte de enfermitos que bailan con él. En cambio, Juan Diego (Incardona) recupera las épicas peronistas, la épica de la resistencia, la épica barrial. Con Juan Diego somos muy amigos y a nuestros textos los críticos los califican de barrialistas. Edwards e Incardona somos menores frente a otros que escriben pelotudeces que no se entienden.
–El barrialismo es el equivalente al populismo en la política. Tiene esa carga despectiva...
–Exactamente. En el colegio nos enseñaban Boedo y Florida, una lucha entre dos estéticas y dos ideologías. Pero en la década del ‘20 Discépolo ya estaba haciendo sus primeros tangos y obras teatrales. En el ‘29, Celedonio Flores edita Chapaleando barro, un texto maravilloso que funda la poesía barrial porteña. Las dictaduras hicieron desaparecer personas, pero las elites culturales hacen desaparecer textos, también son desaparecedoras. Es muy duro lo que digo, pero es lo que pienso. Las elites hacen desaparecer la cultura popular, la tratan de borrar. No es que yo digo: “Lean a Jauretche y no lean a Borges”. No: leamos a Jauretche y a Borges; un país es una suma de tradiciones. En cambio, las elites culturales restan en vez de abrir. La cultura tiene que ser un menú de opciones infinitas donde cada uno pueda leer lo que quiera. (Por Silvina Friera - Página12)

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