domingo, 28 de diciembre de 2014

Lincoln y Marx (Por José Pablo Feinmann)




Fue la batalla más sangrienta de la Guerra Civil norteamericana. Larga y sangrienta. Se extendió del primero al tres de julio de 1863. Lincoln no estuvo ahí. El general de la Unión fue George A. Meade y el de la Confederación, Robert E. Lee, brillante estratega cuya sabiduría no alcanzó esta vez para llevar sus hombres a la victoria. 

Pero Abe Lincoln (Abe se le decía desde sus años jóvenes) llegaría después para pronunciar uno de los más célebres discursos de la historia universal. Apenas 300 palabras sencillamente dichas en constraste con la elocuencia desmedida del orador profesional Edward Everett, cuyo discurso duró dos horas y tuvo aproximadamente 13.600 palabras. El evento tuvo lugar sólo cuatro meses y medio después de la batalla en la Dedicatoria del Cementerio Nacional de los Soldados en la ciudad de Gettysburg, Pensilvania, en noviembre de 1863. En el siglo siguiente, en 1937, poco antes de morir, el más grande y célebre de los compositores norteamericanos, George Gershwin, había manifestado que entre sus planes futuros, todos tronchados por esa muerte que nadie esperaba, estaba “ponerle música al Discurso de Gettysburg”.
“Lincoln (escribe Andrés de Francisco en Guerra y emancipación, Lincoln y Marx, Capitán Swing Libros, Madrid, 2013, p. 125) supervisó la publicación de este texto –cuyo manuscrito, si lo hubo, no se ha conservado, lo que ha favorecido la leyenda de su improvisación–.” Algo que probablemente sea, en efecto, una leyenda, dada la rigurosidad del discurso, su sequedad elaborada que se transforma en pura potencia oratoria. Luego de la batalla de Gettysburg, la Unión se decide a una ofensiva final que le dará el triunfo definitivo.
¿Cuál fue el motivo de esta guerra? Nunca hay uno. Pero, habitualmente, existe una tendencia a reducir las causas de la Guerra de Secesión a una: la de la abolición de la esclavitud. Todo parece indicar que había unos señores sureños muy malos que querían ser esclavistas y unos señores norteños muy buenos y democráticos que buscaban impedirlo. Los del Sur eran perezosos importadores de productos manufacturados, que ellos no creían necesario producir, pues la riqueza del suelo (extraída por la mano de obra esclava) proveía lo necesario para vivir con la opulencia de los aristócratas, de los grandes caballeros. El tabaco y, sobre todo, el algodón eran los productos que exportaban y en los que residía su fácil modo de vida y su enorme riqueza. Hacían, por lo demás, traer de Inglaterra ropas de todas clases (...), aunque su nación rebosara de bosques encargaban toda la madera que necesitaban también a Inglaterra: sus armarios, sillas, mesas, taburetes, cofres, cajas, ruedas de carro y todo lo demás, desde la vajilla más fina, más sofisticada hasta las escobas de abedul. El Norte, contrariamente, instaló en Massachusetts, New Hampshire, Rhode Island y Connecticut tejedurías de algodón y lana, fábricas de armas de fuego, relojes de pared; en Pennsylvania, Nueva York, Nueva Jersey, fundiciones de hierro, tejedurías de seda y fábricas de calzado, sombreros, clavos, botones, etc. Con ellos, la Revolución Industrial había llegado a Estados Unidos.
Por otra parte, la relación con el Oeste era un enorme punto de conflicto. El Norte quería construir carreteras y ferrocarriles para comerciar y facilitar el desarrollo de esa región. El Sur no quería pagar impuestos para algo totalmente ajeno a sus intereses. La famosa conquista del Oeste fue obra del Norte. Un país industrialista necesita consumidores. No es casual que tanto Marx como Engels apoyaran la causa de la Unión. El proteccionismo del Norte tendía al desarrollo de un país capitalista moderno. De él saldrían proletarios industriales que se harían socialistas revolucionarios. El monocultivo del Sur no era otra cosa que una cara más actualizada del viejo orden feudal, con sus esclavos y sus amos y sus mansiones.
En un texto escrito por Marx entre el 22 y el 29 de noviembre de 1864, y dirigido “A Abraham Lincoln, presidente de los Estados Unidos de América”, se lee: “Congratulamos al pueblo americano con ocasión de vuestra reelección, por una fuerte mayoría. Si la resistencia al poder esclavista ha sido la reservada consigna de vuestra primera elección, el grito de guerra triunfal de vuestra reelección es: ¡muerte a la esclavitud!”.
“Desde el principio de la lucha titánica que libra América, los obreros de Europa sienten instintivamente que la suerte de su clase depende de la bandera estrellada. La lucha por los territorios que inaugura la terrible epopée ¿no debía decidir si la tierra virgen de zonas inmensas debía ser fecundada por el trabajo del emigrante, o manchada por el látigo del guardián de esclavos?”
Este es el punto de mayor consenso entre Lincoln y Marx. El triunfo del Norte llenaría de industrias el país. De industrias y proletarios modernos.

 Este horizonte había sido anunciado por Lincoln en el Discurso de Gettysburg: “Más bien es a nosotros a quienes toca dedicarnos la gran tarea que tenemos por delante: aumentar, por estos muertos honorables, nuestra devoción a la causa por la que ellos dieron hasta la última medida de la devoción; resolver aquí, por encima de todo, que estos muertos no murieron en vano; que esta nación, bajo la mirada de Dios, tendrá un nuevo nacimiento de la libertad y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no desaparecerá de la tierra”

 No bajo la mirada de Dios, sino bajo la de la dialéctica hegeliana, Marx pensaba que Lincoln era el progresismo capitalista, que Estados Unidos sería un territorio formidable para la revolución proletaria, de aquí que ambos apoyaran la conquista de México. No sin dejar de incluir un matiz interesante: la valoración de la figura del general Santa Ana y el temor, fundado, de que el triunfo de EE.UU. sobre México significara una expansión sin límites sobre los países suramericanos, a los que Marx y, sobre todo, Engels prestaron nula atención por pertenecer a la raza de los españoles, que detestaban. En cuanto a la frase de Marx que he subrayado –que la suerte de la clase obrera europea depende de la bandera estrellada– conjeturo que es uno de sus errores dialécticos más profundos. O acaso la más perfecta de sus profecías, si nos remitimos a los extraños y devaluados días presentes, que nadie podía prever.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Reflexiones sobre la historia (Por José Pablo Feinmann)




Aunque por imperativos epocales tuve que leerlos a todos, nunca me interesaron los historiadores que expresaban al llamado revisionismo histórico. De entre ellos, me deslumbraron más los nacionalistas de derecha. Grandes plumas, elegancia de la prosa, formación sólida, los hermanos Irazusta y, sobre todo, el egregio Carlos Ibarguren se apoderaron de mis largas jornadas de lectura. ¿Qué sucedía con los demás? Muy simple: toda posición epistemológica que meramente se reduce a ser la negación de su enemigo se somete a éste. Los revisionistas del ’30 se dedicaron a una explicitación más o menos rigurosa (convincente, sin duda) de la historia oficial (la de la oligarquía que había ganado las guerras civiles en el siglo XIX) para desmentir cada una de sus afirmaciones. Ser la contracara de mi enemigo me hace su esclavo. No tengo una cara propia. No supe construirla. Elegí un camino incorrecto: el del plagio en negativo, no el de la creación. Así, el revisionismo escribe la historia de los derrotados y construye un panteón alternativo. Lo que fue negado por los triunfadores ellos lo reivindican, lo exaltan y explican el fracaso del país por la mala resolución de ese conflicto. En lo esencial (siempre hay que preguntarse por el fundamento de las cosas, no vamos a entrar a discutir aquí con Heidegger, pero sencillamente digamos que todo lo que sucede, aun cuando no responda a ninguna teleología, sucede porque una serie de cosas sucedieron antes, esta sucesión se descubre de adelante hacia atrás, cuando ya ocurrió, ya que no está inscripta en ninguna finalidad secreta, inmanente, de los hechos que se han venido desarrollando: en ninguna parte estaba pre-fijado que Urquiza se retiraría en Pavón, no pertenece a ningún telos –fin– de los hechos históricos, fue un producto del elemento de azar que debemos incluir en la historia o de una negociación en caliente con sus enemigos de Buenos Aires que le hizo cambiar la gloria por las ovejas), el revisionismo ha existido gracias a la historia oficial. Sin historia oficial no habría revisionismo histórico, ya que nada tendrían que revisar sus vigorosos pero dependientes historiadores. Es (me permitiré este ejemplo) lo que ocurre en la actual política argentina. Hay un gobierno que, mal o bien, hace cosas. Y hay una oposición que sistemáticamente las niega, se opone. Así, el país (toda su enorme complejidad) ha sido reducido a la antinomia K/anti-K. El revisionismo histórico (con mayor talento, por supuesto) jugó ante la historia oficial un papel semejante al que la oposición anti-K juega contra el gobierno K. Los anti-K sólo han avanzado en la tarea –sencilla y nulamente autónoma y creativa– de oponerse a todo lo K. No se puede crecer así. Nadie debiera extrañarse de la pobreza humana y conceptual que presenta la llamada oposición. (Nota: que ha sido injuriada duramente por un periodista contratado para buscar su crecimiento y su triunfo. “Son una mierda”, me han dicho que les dijo. Las heces han logrado un notable protagonismo en esta Argentina de hoy, sin debates, sin ideas, devaluada intelectualmente.) Esta gente –a quienes también se les dice “opo”, acaso para señalar que están siempre divididos o que ni siquiera llegan a ser una “oposición”–, para dibujar su propio rostro, sólo atina a llevar a cabo la copia en negativo del rostro de su enemigo. (Dado el odio que cunde en el país lamento tener que escribir esta palabra. Desearía escribir “adversario”. Pero un “adversario” tendría propuestas y no odio.) Hace un par de días estaba parado frente a una librería. Se me acerca una persona y pregunta si yo soy Feinmann. Le digo que sí. Me dice, tartamudeando un poco, se lo veía tramado por los nervios: “Usted... es un sorete kirchnerista”. Se da vuelta y se va. No fuera que se me diera por contestarle. Pero no: me quedé, algo absorto, tratando de elucidar qué me habría querido decir. Por su cara advertí que me odiaba. Pero me resultaba arduo comprender qué concepto político encerraba la fórmula: sorete kirchnerista. ¿Por qué le resultaba tan sencillo definirme como kirchnerista? ¿Me había leído? No lo imaginaba leyendo alguno de esos libros gordos que, más de uno, tanto me reprocha. ¿Por qué algo tan complejo para mí era tan fácil para él? Había dicho: usted es. Nunca, he dedicado mi vida a la filosofía y la literatura (y pienso seguir haciéndolo largamente), me resultó sencillo el problema del ser. Y, en general, no me gusta ser algo sino estar abierto a mis infinitas posibilidades y ser lo que vaya eligiendo ser. Una roca es. Una montaña es. El universo (que, aunque esté en expansión, no lo sabe) es. Acaso esa buena persona me había hecho un favor. Por fin sabía qué era. Un sorete. Pero no cualquier sorete, sino uno kirchnerista. Hacía apenas un par de días, en un reportaje que me hizo Alejandro Fantino, él dijo: “Pero vos no sos K”. No me gusta ser reducido a una letra, de modo que le contesté afirmativamente. Hoy, como siempre, admiro a la señora Cristina Fernández, que ejerce la Presidencia de la Nación. Pero si yo le digo sencillamente “Cristina Fernández” es porque creo que las mujeres no deben llevar el apellido de sus maridos. No deben ser “de” nadie.
Terminemos: si algo expresa el concepto sorete K es que ese señor (un pobre tipo, pero esto tampoco importa) piensa cómo y desde la mierda. Esto es: no piensa, insulta. No piensa: agrede. No piensa: odia. No necesito decir que el odio es la negación del pensamiento y de todo consenso posible. El odio alimenta el conflicto pero no lo enriquece. Al final, lo único que se sabe es que se odia. Como en las guerras. Un soldado mata a los enemigos primero por Dios y por la patria. Después por la patria. Después ya no sabe qué es la patria. Sólo ve un terreno cenagoso lleno de cadáveres de propios y extraños. Entonces sigue matando pero ya no sabe por qué. Primero por el odio que se obstina en permanecer. Después el odio desaparece. Y sigue matando por nada. Hasta que algún otro, un enemigo que tampoco sabe ya por qué mata, lo mata a él.
Volviendo al revisionismo. Hay que buscar una cara propia. Y ciertos importantes rasgos de esa cara están en la de mi enemigo. El también hizo el país. No puedo negarlo en totalidad. Un solo ejemplo: hace muchos años (en 1975) escribía Filosofía y nación. Algo me llevó a la historia de Belgrano de Mitre. La leí y me interesó mucho. Había elementos de trabajo que jamás habría encontrado en otra parte. Lo que significa: para dibujar nuestro propio rostro necesitamos tomar elementos del rostro del enemigo. Pero no para hacer un trabajo contrafáctico con ellos. Sino para incluirlos como parte de nuestro ser, de nuestra cara. Esto es lo que Borges consigue brillantemente en su “Poema conjetural”. Cuando Laprida siente en su garganta el filo mortal del montonero de Aldao que lo mata, siente también que al fin se encuentra con su destino sudamericano. (No en vano adjetiva: “El íntimo puñal”.) Alberdi (en los Póstumos V, capítulo XIX) habla de una democracia civilizada y de una democracia bárbara. Esta surge después de la Revolución de Mayo y se organiza contra ella. Escribe el Platón argentino, como lo llamará Felipe Varela: “Los pueblos resistían, no la independencia respecto de España, que Buenos Aires les ofrecía, sino la dependencia respecto de Buenos Aires, que esta provincia pretendía sustituir a la de España”. Y así, luego de décadas de sangrientas guerras civiles, triunfó Buenos Aires al conseguir sus objetivos. Puso caudillos adictos en todas las provincias (que luego generaron dinastías perversas como los Juárez en Santiago del Estero) y se dedicó a hacer no un país, sino una ciudad. La bella ciudad de Buenos Aires.
En suma, dibujar el rostro que habrá de definirnos requiere una profunda comprensión del rostro del Otro. Alberdi dice que el problema de la nación argentina habrá de encontrar su solución el día en que las dos democracias (la civilizada y la bárbara) consigan hermanarse para hacer un país. Es cierto que el gran ejemplo de denostar todo lo que no era propio lo dio nuestra clase oligárquica, nuestros liberales. (Hace poco salió en este diario una pequeña y valiosa nota de Pacho O’Donnell dedicada a mostrar los nombres de las callecitas de Buenos Aires, como dice Horacio Ferrer. Todos celebraban éxitos, triunfos de la oligarquía argentina en sus avatares por liquidar a negros, gauchos e indios. Esa es la muestra que consagra y cosifica al odio. No lo sabemos porque ignoramos quiénes fueron. Pero si alguien nos explicara qué heroicas cosas hicieron Paunero, Sandes, Irrazábal, Roca y sus soldados y sus Remington, acaso preguntáramos: “¿Y por eso tienen una calle en su memoria?”.)
La historia es conflicto. La historia, en la Biblia, surge de la desobediencia, del pecado. Desobedecer a Dios es poner la responsabilidad de hacer la historia en los hombres. Aunque asimismo la historia los hace a ellos. Porque –vaya si lo sabemos– la historia también la hacen los otros. Y acaso, como hoy, ya no la haga nadie pues nadie puede controlarla. De aquí los aromas apocalípticos que recorren el planeta. Nunca, antes, estuvieron tan presentes. Nunca, antes, tantos locos –desde los halcones del complejo-militar industrial norteamericano hasta los fundamentalistas del Islam, o los imprevisibles de Rusia, Pakistán, India o la derecha israelí– estuvieron en posesión y poseídos por tan destructivos elementos diseñados para la hecatombe, la devastación, por la técnica de modernidad informática.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Conflicto y consenso (Por José Pablo Feinmann)




Hay una exposición de Roberto Jacoby en que se ven las pintadas, los textos de las redes, de los blogs y de los tuits de eso que todos acuerdan en llamar oposición. Cuando uno pregunta a alguien de los pertenecientes a ese grupo de habitantes por qué es tan desaforado y grosero el lenguaje con que se expresan responde, casi todos, “ellos empezaron”. De donde vemos que la política argentina se divide en “ellos” y “nosotros” y el que empezó tiene la culpa. A riesgo de que una vez más se me acuse de filósofo ultra K (nunca fui “ultra” de nada y no trabajé en el campo intelectual tantos años, y con cuarenta libros publicados, para ser jibarizado a una letra) diré que no importa quién empezó. Si alguien lo hizo, el “otro” lo siguió. Y creo, a esta altura, que lo ha superado ampliamente. Pero lo que uno lee en los textos que
exhibe Jacoby no son meramente insultos, guarangadas o una que otra ingeniosa cochinada que no por eso deja de ser lo que es, una mera cochinada. Lo que se lee en esos textos es el más puro y profundo odio. Sólo el odio permite escribir así. Escribir eso. Hay alguien que fue un muy buen amigo mío desde hace años y últimamente se me ha dado por leer sus columnas. Hasta su foto cambió. Antes, algo tibiamente, sonreía. Ahora tiene una cara de lobo de jauría dispuesto a saltarte a la garganta. No niego que hay bronca del otro lado, pero no veo odio. Hay desdén. Hay un cierto temor porque el enemigo que enfrentan ha sido devastador en años recientes y ellos lo asocian (con razón) a él. Aunque los odiadores no lo crean, sus enemigos, si bien siempre dispuestos a defender las causas en las que creen, dudan que esa causa tenga la grandeza con que se presentó a partir de 2003. Acaso meramente por el razonable desgaste que el tiempo impone sobre todo lo viviente. Pero nunca vi en ellos tanto odio. El odio puede ser (y a menudo, en efecto, es) una manifestación de debilidad, de desesperación. En la nota que leí de mi viejo amigo admitía que CFK había subido en las encuestas. Acaso si esa tendencia crece la desesperación de los odiadores (más que los “otros”: no sólo ellos odian, pero nadie odia así en la Argentina y hace largo tiempo que nadie lo hace, desde la última dictadura al menos) se vean empujados a la desesperación y la democracia corra peligro. No me sumo a los del Gobierno que ven un golpe en cada declaración o acto de sus opositores. Subo la apuesta. La han subido ellos, los odiadores. El odio es cada vez mayor. La política se ha tornado sofocante y el diálogo, imposible. Todo es K/anti-K. Nada en el medio. No hay matices. No hay modalidades. No hay gradaciones. Los anti-K debieran advertir que no tienen una identidad propia. La que tienen la toman de la negación, rasgo por rasgo, del rostro de su enemigo. ¿Puede haber otra causa de la falta de propuestas de la llamada oposición? No tienen identidad política, sólo tienen algo que creen obtener de la negación obstinada de todo lo que el oficialismo propone. Sospecha uno que si el oficialismo, cualquiera de estos días, dejara de proponer medidas, la oposición caería en el enmudecimiento.
Me propongo iniciar, a partir de aquí, una serie de notas bajo el título de Conflictos y consensos en la historia universal. De aquí que haya elegido el notable ejemplo de la actual política de nuestro país. La historia se alimenta del conflicto. Así, la negatividad es su categoría fundamental. Esto ha sido cuestionado por la French Theory, los posestructuralistas y los posmodernos, ya viejos todos. También su historia es vieja: vieron el fin de la Guerra Fría y hacia dónde de inclinaba el triunfo. Supongo que no adivinaron ni sospecharon que el neoliberalismo triunfante llevaría al planeta a una situación preapocalíptica. Decidieron salir del marxismo, salir de la historia y salir del sujeto. Para eso recurrieron a Nietzsche y al Nietzsche leído desde Heidegger. Escupieron una y mil veces sobre Sartre y Marx. Deleuze afirma que el principio fundamental de su filosofía es el rechazo de la categoría de negación, entendida al modo de la dialéctica hegeliana. Hay que partir de la afirmación nietzscheana para que el esclavo pueda liberarse. Pero, en Nietzsche, la afirmación de sí mismo, el principio positivo de la autovaloración, pertenece a los aristócratas, no a los esclavos. En Marx y en Sartre, a los sometidos. ¿Cuál es el gesto primero de la rebelión de los oprimidos? ¿Afirmarse a sí mismos como los aristócratas nietzscheanos? ¿O negar al enemigo como el proletariado marxista? Es de malos dialécticos (o de filósofos que niegan la dialéctica) no advertir que la negación del enemigo implica la afirmación de sí mismo. Yo soy yo cuando (solo o con mis compañeros en rebeldía) le digo “no” al ser o al régimen que me oprime. Eso es todo. O eso es, al menos, el principio. El principio de negación del enemigo es el principio de afirmación del sí mismo. Se dan a la vez. Dentro de una misma temporalidad. Dentro de un mismo nivel de conciencia. Son inconcebibles uno sin el otro. El No es el Sí y el Sí es el No. Esto es dialéctica. Lo que se debe rechazar de Hegel y de Marx es el tercer momento de la conciliación y la armonía. En Hegel, ese momento era el de la plenitud del Saber Absoluto en la esfera del Estado. En Marx, la situación gozosa de plenitud, ausente de conflictos, al que la lucha del proletariado llevaría a la humanidad hasta suprimir al Estado.
Para dejar de lado esto basta con hacer lo que hizo Engels antes que Adorno: señalar que hay en Hegel una contradicción entre dialéctica y política. El Hegel político congela la dialéctica porque desea consagrar el poder estamentario de Federico Guillermo III de Prusia. Años después, apenas EE.UU gana la Guerra Fría, Fukuyama intenta algo semejante. Engels le señala a Hegel que, como buen filisteo alemán, quiere cerrar la historia en beneficio de Federico Guillermo III, su albacea, su protector. De aquí que utilice la política para frenar un método que, si es revolucionario, es porque nunca se detiene, porque la negación siempre sigue tironeando de la historia.
No hay historia sin conflicto. El conflicto es antagonismo, que es su expresión antropológica. El conflicto tiene distintas expresiones. Se da dentro de la democracia. Que incluye el conflicto y busca el consenso. El consenso jamás elimina el conflicto. Sólo lo atenúa y permite el diálogo entre las partes. Si este diálogo prospera, el consenso también y el conflicto pasa a segundo plano. Si el consenso se erosiona entramos en su etapa bélica, que es su derrota por el conflicto y su exasperación. Cuando el conflicto pierde toda posibilidad de diálogo se abre el espacio de la violencia. La democracia es un buen sistema porque incluye el consenso como parte sustancial suya. Pero la democracia no elimina las desigualdades sociales. Estas desigualdades nos retornan al conflicto. Cuando son indominables dentro de las sociedades el Estado acude a la represión. Ahí se desnuda un conflicto fundamental: entre los poseedores y los no poseedores. Alberdi hablaba de una democracia bárbara y una civilizada. Todo el problema de la Argentina -decía- consiste en armonizar las dos. Nunca se ha logrado.
La “democracia civilizada”, siempre que siente la pérdida de su supremacía, siempre que siente que “la casa”, que es suya, está en desorden o la pueden asaltar acude a la violencia. Abundaremos más adelante sobre estos temas.
Lo que a uno se le escapa durante estos días es que no encuentra motivos para que los odiadores odien tan extremadamente. Ni el IAPI les han hecho. Les han tocado intereses, es cierto. El país está en un espacio geopolítico que detestan, Suramérica antes que Estados Unidos. O se ha agredido a un monopolio mediático. Pero el odio que -suponemos que es eso- ha generado no tiene relación con las medidas tomadas en desacuerdo con las clases poseedoras. Porque la democracia puede y debe funcionar en el país. Aun cuando sea difícil el diálogo. Pero nadie puede hablar con un adversario que no tiene discurso sino odio. Sólo odio. O sí, puede. Puede y debe. Hay que abrir la cerrazón K/anti-K. Hay que pedirles que se busquen un nombre y unas ideas propias, algo que los defina a partir de sí mismos y no del Otro odiado. Hay que insistir en el diálogo. Porque el odio es la muerte de la democracia. Y la muerte de la democracia es la violencia. Ya lo vivimos. Y hay lugares a los que es injustificable volver.

martes, 11 de noviembre de 2014

Casamiquela Blog: ¿A qué llamamos mapuches? (1985)

Casamiquela Blog: ¿A qué llamamos mapuches? (1985): Revista Cultura, Hombre, Sociedad (CUHSO) de la Universidad Católica de Temuco, Vol. 2, N°1, 1985.  Dr. Rodolfo Casamiquela G., Funda...

Bayer y Roca (Por Pacho O'Donnell)

Tengo un antiguo y grande respeto por Osvaldo Bayer, sobre todo por sus investigaciones sobre la masacre y sojuzgamiento de pueblos originarios durante la Campaña del Desierto y sobre la matanza de ovejeros en el sur de nuestro país en tiempos de Yrigoyen. Tanto es así que durante mi presidencia en el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico se lo designó Miembro de Honor, distinción sólo alcanzada antes por el inolvidable revisionista histórico y luchador por los derechos humanos Eduardo Luis Duhalde.
Pero la historia argentina no debe ser analizada y juzgada desde un único ojo patagónico, debe haber una visión ampliada no oscurecida por las pasiones ni las tomas de partido excesivas aunque estén explicadas por el vacilante concepto de lo “moral”.
Mi artículo sobre Roca que él critica se hubiera entendido mejor si el diario en que fue publicado hubiera respetado mi título “Contribución al debate sobre Roca” pues de eso se trata, de reflejar opiniones de preclaros revisionistas que unánimemente y sin discusión han expresado su crítica a la Campaña del Desierto. Yo también lo he hecho en no pocas de mis publicaciones, por lo que no considero insistir en una posición ya conocida. Le recuerdo a Bayer que mi primera biografía histórica fue la de Juana Azurduy, en la que reivindiqué la participación indígena en nuestras guerras de la Independencia y también la de la mujer, tan oscurecida en la historia oficial, a la que siguieron permanentes referencias a su martirologio, por ejemplo en El Rey Blanco.
No es un recurso aceptable citar parcialmente como hace Bayer en una frase mía en la que dejo clara mi censura por lo despiadado del operativo que asocio “necesario” para la indignante distribución de las inmensas pampas ganadas que fueron a dar a manos de la oligarguía latifundista de entonces, habitués del Círculo de Armas y el Club del Progreso y otros centros de reunión de la elite “dueña del país” donde sus socios se las repartieron con gran generosidad recíproca.
Ceferino Reato y yo tenemos opiniones distintas, por ejemplo en nuestras posiciones sobre el gobierno actual, y ello ha quedado registrado en publicaciones y entrevistas. Achacarnos el mismo andarivel es un reduccionismo inaceptable.
En mi artículo aparecía claro que los más destacados pensadores nacionales del revisionismo, como Jauretche del peronismo y Abelardo Ramos de la izquierda nacional, no tuvieron temor a airadas réplicas –que también las tuvieron– por destacar algunos matices de don Julio Argentino. Y hacerlo no significa estar de acuerdo con el genocidio de pueblos originarios sino ser buenos historiadores de la corriente nacional, popular, federal e iberoamericana.
Recuerdan que Roca y su coterráneo Avellaneda, ambos tucumanos, promovieron la capitalización del país en el interregno entre ambas presidencias que terminó con muchos privilegios del liberalismo despótico, librecambista e industrialista de la provincia de Buenos Aires, lo que llevó a su gobernador Tejedor a desencadenar una guerra civil que produjo más de 3000 muertos y que motivó a los porteños a dar una bienvenida hostil al nuevo mandatario, quien había tenido el apoyo del ejército nacional de raíz provincial y de la poderosa liga de gobernadores del interior, opuestos o al menos diferenciados de los intereses porteños. ¿Podrá acusar de “entusiasta defensor del genocidio” a Arturo Jauretche, como lo hizo conmigo, por opinar que “el roquismo significa una integración nacional porque después de Pavón sólo habían contado los porteños y aporteñados. Ahora el poder estaba en manos de la ‘liga de gobernadores’ y el caudillo del ejército, también provinciano”? ¿También lo sería el Colorado Ramos cuando escribió que la ocupación de la Patagonia reveló en Roca “un concepto territorial de la soberanía” diferente a los liberales porteños, que concebían un país reducido a la pampa húmeda? ¿Y qué decir de Scalabrini Ortiz, queda también descalificado por el liviano apóstrofe de lo “moral” que revolea Bayer por haber elogiado la Ley 1420 de educación gratuita, laica y obligatoria, la doctrina Drago que planteaba que ningún país, léase potencia, tenía derecho de invadir a otro para cobrarse una deuda, la creación de los registros civiles, el conflicto con la Iglesia? ¿De eso no se debe hablar por temor a quedar anatemizado por el “dueño” de la historia trágica de la Patagonia?
Escuché decir a Bayer que Roca fue ascendido a general en la Guerra del Paraguay. El apasionamiento no debe llevar a alterar los datos históricos pues, en este caso, lo fue por su triunfo ante el mitrista Arredondo en la batalla de Santa Rosa en 1874. Y lo de haber terminado con una porción importante del poder de don Bartolomé en la política argentina no es tema a desdeñar, aunque es de reconocer que luego, aliados, con Carlos Pellegrini, condujeron las riendas de la Argentina del fraude y de la represión hasta la asunción de Yrigoyen.
¿Al hacer un informe sobre la criticable Conquista de un Desierto que no lo era porque era feraz y ubérrimo y habitado por seres humanos se puede pasar por alto que la inevitable decisión geopolítica de ocupar la Patagonia se hizo en el mejor momento, cuando Chile estaba enzarzado en su guerra contra Chile y Perú, esquivando así una guerra indeseable contra el país tran-sandino que aún hoy reclama sus derechos al sur argentino? ¿Ignora Bayer que la ocupación patagónica estaba en los planes de Gran Bretaña y que la que consideramos jocosa figura del Rey de la Patagonia evidenció el interés de Francia?
En lo que estoy francamente en desacuerdo con Bayer, a eso me referí con lo de un “revisionismo fundamentalista”, es con lo de tirar abajo los monumentos a Roca. Centrar en él todos los males del país es indultar y desconocer la importancia de otros personajes nefastos. A lo que adhiero, y en eso estoy hace tiempo, es en cambiar nombres de calles, quitar y poner feriados, meter mano en los programas de estudio, sobre la base de una versión nacional, popular, federal e iberoamericana de nuestra Historia, investigada y difundida desde los sectores populares en contraste con la historia oficial dictada por el privilegio liberal, extranjerizante, machista y antipopular.
* Presidente Honorario del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego.

sábado, 8 de noviembre de 2014

La herencia de Roca a la Argentina (Por José I. García Hamilton y Osvaldo Bayer)


 En el programa "Los siete locos" conducido por Cristina Mucci en Canal 7, un espacio que dignifica a la televisión nacional, se produjo años atrás un enriquecedor debate sobre Julio Argentino Roca entre dos reconocidos historiadores: Osvaldo Bayer (La Patagonia rebelde, Los anarquistas expropiadores) y José Ignacio García Hamilton (Simón-Vida de Bolívar, Cuyano Alborotador, Don José). En momentos en que hay sectores que proponen sacar estatuas de Roca o modificar los nombres de calles que recuerdan al dos veces presidente argentino porque se considera genocida la llamada Conquista al Desierto, es bueno reproducir este debate para pensar más en profundidad una figura que sin dudas dejó su sello en nuestra historia, más allá de las opiniones a favor y en contra.


García Hamilton: Cuando se crea la Capitanía General de Chile y el Virreinato del Río de la Plata, se establece que las provincias de Cuyo iban para Chile con los territorios al sur, y los territorios al sur son la Patagonia. Así que, para decirlo un poco en broma y un poco en serio, si no se hubiera hecho el Tratado de Límites con Chile y la ocupación efectiva de la Patagonia, Osvaldo no hubiera podido escribir “La Patagonia rebelde”, ese gran libro que yo siempre aconsejo, porque la Patagonia hubiera sido chilena. Es así. Hay que juzgar a Roca con los criterios de la época. Yo no podría hoy aceptar algo así (como la Conquista del Desierto), porque ante todo soy pacifista, no aceptaría una ocupación militar. Se hizo a fines del XIX una ocupación militar, pero en el mundo en ese momento se consideró que había tres o cuatro grandes hitos de la humanidad: el canal de Suez, el cable submarino que unía América con Europa, el ferrocarril que iba de costa a costa en Estados Unidos, y la ocupación de 500 mil kilómetros cuadrados que ampliaron la Argentina. Esta es la Argentina que hoy tenemos, con herencias positivas y negativas. Hoy no se debería hacer una cosa así, pero esas generaciones lo hicieron y tenemos que juzgarlas también con un balance. Roca no sólo hizo la Conquista del Desierto, que además no la hizo él como presidente, sino que se hizo en la presidencia de Avellaneda. Él la encabezó la campaña, en dos veranos, como decía la ley. La ley decía que había que vender las tierras y llevar escuelas, telégrafos, ferrocarriles, lo que se consideraba los beneficios del progreso y había que ocupar efectivamente. Hasta 1875, tres años antes del avance de esta guerra ofensiva que hizo Roca como ministro no como presidente, existía el gran malón de Azul, el gran malón de Junín… las crónicas dicen que se liberan unas 600 cautivas y se mataron 1600 indios. Nadie puede estar de acuerdo con la muerte, una muerte es penosa. Pero me parece que Roca a las dos presidencias hay que juzgarlas con equilibrio. Roca impulsa la ley de enseñanza laica gratuita y obligatoria.

Osvaldo Bayer: Es una visión muy romántica de Roca. Lo que no se dice es que (la campaña) se hizo por la tierra. ¿Quién financió la Campaña del Desierto? La Sociedad Rural con bonos, cuatro pesos una hectárea. Inmediatamente después de la Conquista del Desierto, el señor Martínez de Hoz, presidente de la Sociedad Rural, recibió 2.500.000 hectáreas. Otra cosa. Lo que no se dice es que Roca reimplanta la esclavitud. Se puede leer en todas las crónicas de los diarios de la época: “Hoy llegan los indios prisioneros”. En los diarios está: “Entrega de indios”. A las familias que se presentaban y querían un indio o una “china”, como se decía, o “chinitos”, como se decía a los indiecitos, se los repartía. Y después lo de Roca no es solamente la Conquista, sino también las leyes antiobreras que hizo. La 4144 que aprueba Roca como presidente, si bien la escribió Miguel Cané, es la más cruel de las leyes antiobreras que se hizo. ¿Porqué? Porque bastaba la acusación policial para expulsar al obreros extranjero. Pero se expulsaba al hombre solo. Acá quedaba la mujer y a veces cuatro o cinco hijos, sin ninguna manutención. Y lo hermoso es, la cosa épica, es que los sindicatos obreros, la gente que trabajaba, daba parte del jornal para mantener a esas mujeres y niños abandonadas. Fueron centenares de expulsiones. Y las represiones antiobreras que hace Roca. Los dos primeros muertos del movimiento obrero son por la represión de Roca. Hay que decir lo poco humano que fue Roca. Como dice Félix Luna “habrá matado algunos centenares de indios, pero trajo el progreso… “, que es como decir que “solamente se habla de los 6 millones de judíos muertos, las cámaras de gas, pero no se dice que Hitler impulsó el automóvil popular e hizo las carreteras…”. Además, dice Félix Luna, “eran tiempos darwinistas”. Yo he leído y transcripto una parte de Darwin donde dice, en su viaje que hizo a la Argentina, de lo mal que tratan los argentinos a los pueblos originarios, a los indios. Así que no eran tantos tiempos darvinistas. Darwin dice que preguntó porqué se matan a las indias mayores de 20 años y que alguien le respondió “porque tienen demasiados hijos”. Lo dice Darwin, no yo ni el diario La Protesta.

GH: La Ley de Residencia (4144) estoy de acuerdo, una barbaridad, yo le hago muchas críticas al roquismo, pero trato de ponerme en la época. La Ley de Residencia fue eso, una ley, eran tiempos que había anarquistas, como el país había tenido tan gran desarrollo económico, como pasaba en Inglaterra, en Alemania, en Francia y Estados Unidos, y als condiciones laborales eran muy difíciles, muy penosas, muy exigentes, entonces hubo movimientos como el anarquismo que vino de Europa, había luchas sociales pacíficas y luchas sociales violentas. Realmente como yo no creo en las patrias, que es un concepto que limita, que achica, absolutamente negativo, y las grandes barbaridades se han hecho en nombre de la patria, pensando en la Alemania nazi, acá pasó un poco lo mismo. La Ley de Residencia es una ley que con el argumento del patriotismo, negó los derechos humanos de la población. Eso lo critico plenamente. Pero también hay que ver que Roca impulsa en su primera presidencia la 1420, la ley de enseñanza laica, gratuita y obligatoria y se pelea con la iglesia. Por ella tuvimos la escuela pública y una universidad en donde, entre otras cosas, se formó Osvaldo y me formé yo. Nosotros tenemos que tomar todo Roca.

OB: Pero no por la 1420 se va a justificar la entrega de niños como esclavos a familias ricas. José Ignacio habla de esto que había grandes problemas obreros, pero hubo otros estadistas, como Bismark, que era una conservador, que sin embargo ya reconoce las ocho horas de trabajo, antes que Roca implementara la 4144 (Ley de Residencia). También la Ley de Desocupación donde se le da el 62% a los desocupados ¿Porqué dice Bismark? Porque si no van a hacer la revolución. En cambio hay que mantenerlos. Era inteligente el conservador. En cambio Roca prohibió el primero de mayo y va a reprimirlos. Eso hay que decirlo también. La 1420 no lo salva de los crímenes.

GH: Yo en eso discrepo con Osvaldo. En el período de Roca hubo también muchas leyes progresistas. La Ley de descanso dominical, sale en la segunda presidencia de Roca. Roca envía a a través del ministro del Interior, que era Joaquín V. González, el primer Código de Trabajo de América, lo manda al parlamento. No se aprobó porque no hubo mayoría. Puede haber un equivalente entre Roca y Bismarck. A mi juicio es más progresista Roca que Bismarck, quien tiene aspectos claramente reaccionarios, retardatarios, imperiales, violentos. Roca participó sí de la Conquista del Desierto, que fue un acto violento, pero por el cuals e incorporaron 500 mil km2 a la Argentina y eso se complementó con el Tratado de Límites con Chile por el cual ese país reconoció que la Patagonia era Argentina, el Estrecho de Magalanes fue para Chile, pero neutralizado porque la Argentina se aseguraba poder navegarlo siempre, y se dividió Tierra del Fuego. Y la primera legislación obrera es de tiempos de Roca también. En tiempos de Roca el canciller dicta la famosa doctrina Drago, que dice que los países europeos cuando vienen a Venezuela y quieren cañonear el puerto de la Guaira porque quieren cobrar un crédito, el canciller de Roca que era Drago dice que ningún país puede cobrar por la fuerza sus créditos, y así surge la doctrina Roca. El balance de Roca fue ampliamente progresista, aunque yo no puedo aprobar la Conquista del Desierto.

OB: San Martín y O’Higgins jamás hablaron de las fronteras entre Chile y la Argentina. Bolívar habló de los Estados Unidos de América del Sur. Entonces que nosotros sigamos diciendo “esto fue para la Argentina”, me parece una gran pequeñez. A mí me fue muy mal porque yo, recordando aquello que el Mercado Común Europeo empezó con una pequeña región europea, propuse al Senado de la Nación unir económicamente las dos patagonias, la Chilena y la Argentina. ¡Para qué! Perdieron una hora y media en discutir en el Senado de la Nación y me designaron “persona no grata” por iniciativa de Eduardo Menem. Era una traición a la patria. Cuando está el ejemplo europeo. Nosotros tenemos el mismo idioma, la misma religión, los mismos libertadores. Europa tiene distintos idiomas, distintas religiones, etc.. Entonces hacer hincapié en que se recuperó tierra Argentina porque si no sería Chilena…

GH: Yo tampoco creo en las nacionalidades; no creo en las patrias… Osvaldo propuso que se saque la estatua de Roca y se ponga la de San Martín. Otros dicen que se ponga la de Castelli. Castelli cuando va al Alto Perú es rechazado por los indígenas, porque los indígenas veían precisamente en Fernando VII alguien que los protegía de los encomenderos que eran muy crueles con los indios. Y hay una contradicción en Osvaldo, porque San Martín mató más indios que Roca, mucho más. Porque en la guerra de la independencia murieron muchos más indios que en la Conquista del Desierto; estaban en los dos bandos, en el bando patriota y en el español… Además, San Martín cuando va a Chile impulsa la declaración de independencia de Chile, a pesar que hay algunos que dicen que lo que se tenía que haber hecho era mandar delegados de Chile al gobierno de las Provincias Unidas. Cuando San Martín va al Perú mandado por Chile, declara la independencia de Perú. Bolívar va a Colombia y hace declarar la independencia de Colombia, luego la independencia de Venezuela. En Ecuador se hace declarar la independencia de Ecuador. Cuando Bolívar y Sucre llegan al Alto Perú, que hoy es Bolivia, se declara la independencia de Bolivia. Así que las patrias nacen ahí, nacen con los libertadores. Y las patrias producen muertes. Yo efectivamente hubiese buscado una política de integración (entre Chile y la Argentina), pero los patriotas son los que precisamente quieren sacar una estatua y poner otra. Yo comparto lo de la integración y por eso no puedo aprobar la Campaña del Desierto porque efectivamente se mató indígenas y yo estoy a favor de la paz, pero creo que debe haber una especie de equilibrio en esto. Sacar una estatua y poner otra no es la solución…

OB: Yo propuse que en ese lugar donde está la estatua de Roca actualmente (en Buenos Aires) se haga un homenaje en una obra arquitectónica o escultural a la mujer aborigen y a la mujer que ha venido del extranjero, que han formado el país ellas en sus vientres. La estirpe criolla nació en el vientre de la mujer indígena, y el sacrificio enorme que hizo la mujer europea cuando vino acá viviendo en los conventillos, ese espanto de los conventillos… Había un baño para 90 personas…

GH: Yo apruebo esa propuesta de la estatuas en homenaje a las mujeres, pero yo leí que Osvaldo proponía sacar la estatua de Roca y poner la de San Martín… Lo leí en La Nación…

OB: No. La Nación publica artículos de página entera a favor de Roca y a mí no me ha publicado nada.

GH: Yo creo que el caso de los inmigrantes tiene mucho que ver con esa gran evolución del capitalismo a fines del siglo XIX y principios del XX y donde la Argentina se incorpora. Es el único país latinoamericano que dicta una serie de medidas, la Generación del ’37 primero, con Sarmiento y Alberdi, y la Generación del ’80 luego, y se incorpora a ese proceso. Ese proceso de desarrollo tenía aspectos muy negativos: la mala condición de los obreros, las jornadas prolongadas, etc… Nadie puede defender esto. Eso es lo que viene a la Argentina. Hay una socióloga que dice que la gente venía a la Argentina porque tenía los salarios más altos del mundo. Y eso en parte se debe a Roca también trata de eliminar la lista sábana, poner la elección por circunscripción uninominal. Hablamos de la legislación obrera…

GH: Roca fue impulsor de las ideas de progreso. Roca venía de una familia relativamente humilde. Roca llega a caballo luego de las batallas de Cepeda y de Pavón a Buenos Aires. Y cuando él deja la segunda presidencia hay trenes, hay autos…

OB: Es el capitalismo que llega en ese momento…

GH: Pero no llegó a los otros países latinoamericanos…

OB: Hay que ver las condiciones que le da Roca. El caso de La Forestal, es increíble el negociado. Y otra cosa. Hubo patriotas argentinos gobernantes que murieron en la pobreza, pero Roca termina como uno de los más ricos de la Argentina… Hay que leer el libro del profesor Orsi que analiza todo lo que deja en la herencia Roca. ¿De dónde lo sacó?, pregunta. Las estancias que deja, las casas acá (por Buenos Aires) y en Córdoba.

GH: Sí era una familia que empezó pobre y termina rica. Ataliva (el hermano) dicen que metió la mano en la lata…

OB: Sarmiento inventó el verbo “atalivar” en el sentido de cobrar coima. Y Sarmiento decía además que era una familia de ladrones.

GH: Una de las estancias, La Paz, la hereda de su esposa, era de la familia Funes. La otra se la da la Provincia de Buenos Aires, porque la ley de la Nación le da tierras a todos los militares menos al Presidente de la Argentina que era Roca. Entonces después hay una ley que le da una estancia. Tampoco voy a defender esto. Pero la ley 947 fijaba de dónde tenían que salir los fondos para financiar eso, entonces le estamos cargando la romana a Roca de lo que dice una ley.

OB: En “Soy Roca” dice Félix Luna cuando le regala la estancia el gobierno “por fin voy a poder cumplir con mi vocación, ser estanciero”.

GH: Y así como se usaba el verbo “atalivar”, como el lema de Roca era “Paz y Administración”, él tenía tres estancias, “La Paz”, “La Larga” y “La Argentina”, entonces alguien decía que se había vivido en ese tiempo “la larga paz de la Argentina”… Y en cuanto a los obreros, efectivamente estaban en malas condiciones, como con los conventillos, pero la capacidad que tenía el inmigrante que llegaba de construir su propia vivienda, hacía que la construcción en la Argentina era superior al ingreso de inmigrantes. Obviamente vivían mal en el conventillo, pero mejor que en la villa actual, y nadie puede postular que vivan mal. El progreso es eso, trajo también su parte horrenda, de explotación, pero eso se tenía que solucionar dentro del sistema y no exaltando a los supuestos patriotas, a los generales de la independencia, que me parece es la etapa de mayor pobreza, de mayor declinación y de mayor fragmentación de Latinoamérica, posterior a la independencia. Yo no pondría ninguna estatua, o pondría de escritores, de poetas, de músicos, hasta la estatua de Osvaldo pondría, a pesar que discrepo con él…Yo hubiera buscado la integración, pero no se le puede pedir a una época que busque una integración que no la logró Europa. ¿Se la vamos a pedir a Roca, que había nacido en un humilde pueblo de Tucumán y que llega a caballo a Buenos Aires? .

El Estado se construyó sobre un genocidio (Reportaje a Diana Lenton)

 

 Cacique Inacayal (su esposa e hijo)

Integrante de la Red de Investigaciones en Genocidio y doctora en Antropología, Diana Lenton aporta pruebas del genocidio de los pueblos originarios. Campos de concentración, asesinatos masivos, fusilamientos y niños robados. Roca, el papel del Estado, la sociedad y los intelectuales.

–¿Por qué afirma que el Estado argentino se funda sobre un genocidio?
–El Estado moderno constituye una forma de entender las relaciones entre Estado y sociedad, y construye todo un modo político de accionar, una normativa, instituciones que se fundan en el mismo momento que se realiza el genocidio. Y no lo relacionamos sólo porque es contemporáneo al genocidio sino porque esa estructura de Estado requirió que no hubiera más diversidad interna en el Estado. Se anulan los tratados con los indígenas, el Estado se garantizó que no iban a interferir en la constitución de ese Estado. Es lo que se llama genocidio constituyente, son genocidios que dan origen a un Estado.
–Existen sectores que aún niegan que haya sido un genocidio. ¿Qué pruebas dan cuenta de que sí lo fue? –Las ciencias sociales no tienen un concepto analítico acabado. Desde el campo jurídico internacional sí, lo provee Naciones Unidades en 1948 para juzgar los crímenes del nazismo. Esa definición habla de distintos elementos. Es genocidio cuando se puede establecer la intencionalidad de destruir a un pueblo. Otra característica es impedir la reproducción de ese grupo y también el robo de niños, cuando son secuestrados y entregados a familias de grupos dominantes, y se les reemplaza los nombres, porque así se atenta contra la continuidad de ese pueblo porque se le roba la memoria.
–¿Qué hechos concretos hubo? –Matanza de población civil. Algunos tienen la imagen de batallas al estilo romántico de un ejército contra otro. La característica de la campaña de Roca es que está principalmente dirigida a la población civil. Las memorias del comandante Prado dicen claramente que el ataque a las tolderías es para caerles encima a las mujeres y niños que quedaron cuando los hombres no estaban. Estaba planificado así para llevarse el botín, sobre todo el ganado, y las familias porque ésa era la operación que iba a llevar a los indios a rendirse. Son operaciones contra la población civil, donde mueren mujeres y niños, o eran enviados como mano de obra esclava para el trabajo doméstico urbano o para la agroindustria, caña de azúcar y viñedos. También se cumplen otros elementos de genocidio, el someter a la población a condiciones que acarreen daño en su subsistencia, que pueda provocar enfermedad o muerte, y eso implicaron los traslados de la población sometida a campos de concentración.
–Ustedes dan cuenta de que el diario La Nación lo llamó crímenes de lesa humanidad. –Mitre decía que lo que hacía Rudecindo Roca, hermano de Julio Argentino, eran crímenes de lesa humanidad porque se fusilaban prisioneros desarmados y se tomaban prisioneros a mujeres y niños. Para un sector del espectro político no era lo correcto, incluso Mitre, que no era nene de pecho, que tuvo responsabilidad en la guerra del Paraguay con episodios espantosos, sin embargo estaba asombrado, no criticaba que se hiciera la Campaña, sí cuestiona que un gobierno estuviera minando su propia legitimidad al desoír lo que eran avances de la civilización.
–También hubo campos de concentración. –Hubo campos de concentración en Valcheta, Martín García, Chichinales, Rincón del Medio, Malargüe, entre otros. Son todos lugares donde se encierran a las personas prisioneras sin destino fijo. La autoridad militar era la dueña de la vida y muerte de ellos. La idea era de depósito porque iban a ser distribuidos. Eran prisioneros y esclavos. Se recibían pedidos de Tucumán, ingenios, de Misiones, estancias. Llegaban como familias y se los separaba. Hay pruebas de la violencia, cartas entre curas y arzobispos. Había muerte por las condiciones a las que estaban sometidos, ahí está también el genocidio. Y también había suicidios por el trauma social al que estaban sometidos. Los padres sabían que les quitaban a sus hijos, lo veían y decidían matarse. O mujeres que se tiraban al agua con sus hijos. En Valcheta hay documentos donde se describe que no se les daba alimentos y morían de hambre.
–¿Qué documentos existen? –Existe mucha documentación oficial para discutir la historia impuesta. Los archivos oficiales, Archivo General de la Nación, la Armada, los archivos de las provincias. Y archivos privados de personas, de militares que han escrito cartas. También documentos de la Iglesia: de ahí surgen datos de cientos de chicos destinados a Jujuy y Tucumán. Quedan claras las edades de servicio doméstico, chicos desde los 2 o 3 años y hasta los 8. Los adultos que eran destinados al cañaveral y morían con sus familias, eso también es parte del genocidio.
–¿Hay cifras? –El Poder Ejecutivo decía para 1879 que se habían trasladado 10 mil prisioneros de lo que era la frontera, se estaba recién en la zona norte de Patagonia, para trabajar hacia el Norte y Mendoza, industrias, servicios doméstico y Martín García. Para 1883, un informe oficial ya dice que son 20 mil. En el Chaco son cifras mucho mayores.
–¿Por qué la campaña militar al Norte no es tan conocida? –No ha habido una manera sistemática de presentar la historia y menos la historia de los pueblos indígenas. Nos han legado imágenes, hemos aprendido que el Estado o territorio actual se completa con Roca, y él estuvo en el Sur.
–Suele justificarse la violencia con que “hay que situarse en la época”, como si fueran normales esas campañas militares. –Algunos senadores como Aristóbulo del Valle, quizá la voz más clara contra la Campaña, preguntaban cuáles habían sido los resultados de la campaña al Sur y se decía que esos territorios no están incorporados al trabajo. Era el momento que se estaba rifando territorio, como dijeron en esa época observadores militares, no era para los pioneros ni para los agricultores, como se había prometido, sino para latifundistas. Aristóbulo del Valle denunciaba que el hombre había sido esclavizado, la mujer prostituida, los niños utilizados para el trabajo esclavo. No había, decía, ni avance económico ni cívico. Incluso hubo oposición de sectores de las elites.
–Igual se realiza. –Se hace y es un fracaso desde el punto de vista militar. Hacia 1884 lo que consigue el general Victorica, que estaba al frente como ministro de Guerra, es derrotar a los principales jefes, pero no consigue ocupar el territorio. Eso recién pasará hacia 1911. No consigue ocupar porque el Chaco estaba mucho más densamente poblado por pueblos indígenas y con una variedad de pueblos, de lenguas y culturas distintas.
–¿Fue igual de cruenta que la del Sur? –Sí, no sólo fue igual sino que esa operativa de secuestrar chicos, atacar mujeres, se extendió hasta avanzado el siglo XX; aun hoy todas las comunidades tienen recuerdos de los chicos robados por el Ejército.
–¿Cifras? –No las tenemos, estamos trabajando, pero las víctimas superan ampliamente las cifras de la Patagonia. Y hay otros sectores del país donde tampoco se sabe mucho.
–¿Por ejemplo? –Cuyo y la Puna. Estamos comenzando a trabajar lo que fue la Campaña a la Puna, que se conoció como Campaña al Susques, que se da por terminada en 1874, con la batalla de Quera. Aparentemente lo que más hubo fueron fusilamientos masivos que acabaron con la resistencia, lo que se llamó la Pacificación de la Puna, fusilamientos masivos durante 1874 y 1875.
–En Cuyo hubo campos de concentración... –Sí, por la campaña al sur de Mendoza y norte de Neuquén, donde tomaron gran cantidad de familias prisioneras, que fueron utilizadas en la industrias de la vendimia en lo que hoy es Malargüe. La persona que más sabe es Diego Escolar, que vive allá, tiene muy documentado y cuantificado no sólo los prisioneros sino también la cantidad de chicos que eran enviados solos a la vendimia para trabajar para siempre, no iban y venían.
–¿Roca es sólo un símbolo o el responsable? –Roca fue responsable del genocidio. Tuvo posibilidades de otro tipo de política. Hay pruebas de que él se informó con un enviado de su confianza en Estados Unidos para ver cómo funcionaban las reservas. Y estudió también a los franceses en Argelia. Decidió el modelo francés porque decía que el modelo de reservas era muy costoso. Hubo campañas militares anteriores, pero la de Roca fue la más sistemática y que tuvo un objetivo más declaradamente genocida. Hay declaraciones de Roca sobre destruir hasta el último indígena. Su discurso de asunción de la presidencia festeja que no cruza un solo indio la pampa.
–Es conocida la postura de los intelectuales de la derecha sobre Roca y los pueblos originarios. ¿Y la mirada de los intelectuales de izquierda o progresistas? –Hay cierto progresismo que se construyó sobre el paradigma que dio lugar al genocidio y a una noción de la Argentina sin indígenas. A gran parte de los intelectuales no les importan los pueblos originarios. Se ha construido una idea de progresismo que puede ignorar a los pueblos originarios como si no existieran y tenemos una izquierda que ha ignorado las luchas indígenas, por eso todo es mucho más difícil.
–¿Por qué el genocidio sigue pareciendo algo sólo de la dictadura y no también algo que afectó a los pueblos originarios? –Porque cuesta a gran parte de los argentinos considerar la historia de los pueblos indígenas como parte de la historia argentina. Tiene directa relación con asumir si es algo que les pasó y pasa a los argentinos o les pasó y pasa a otros.
–El juez de la Corte Suprema, Eugenio Zaffaroni, le agrega el factor de la clase social afectada. –Sin duda tiene que ver la clase social víctima, pero sobre todo hay una mirada racista dentro de lo que es el sentido común argentino. La sociedad argentina es racista respecto de los pueblos originarios. Se piensa que lo que sucede con otras personas no es tan importante, por eso hay dolores que no nos conmueven y otros que sí. Para mucha gente un campo de concentración se define como tal cuando ahí adentro hay gente que se parece a mí, si no, no es un campo de concentración.
–¿De ahí la negación del genocidio? –Tenemos un paradigma donde la palabra “genocidio” se puede aplicar cuando a mí me importa, cuando mi grupo de pertenencia es el afectado. Y la mayor parte de la intelectualidad, de la gente que construye teoría y construye consenso social en estas situaciones, compartimos un sistema cultural de pertenencia. Hasta tanto no podamos siquiera entender el dolor de los otros y sentirlo como el propio, no hay interculturalidad posible. No hay forma de dialogar.
–¿Interpreta continuidades de las campañas militares a fines del siglo XIX y la situación actual de muerte por desnutrición en Chaco, Misiones y Salta, o por represión en Formosa? –Los pueblos originarios son víctimas de un genocidio que aún no terminó. Por eso como Red hablamos de que en la Argentina existe un proceso genocida de los pueblos indígenas porque no le podemos encontrar la fecha de finalización. No sólo el Estado se construye sobre un genocidio sino que también nuestro marco de pensamiento se construye sobre el genocidio, de tal manera que no hemos salido aún de él. El genocidio realizado por el nazismo tiene fecha de finalización. El fin de la guerra, el suicidio de Hitler, los tribunales de Nuremberg. El genocidio de la dictadura tuvo una Conadep, juicios. El genocidio indígena no tiene fecha de finalización y no hay juicios.
–No existió un “Nunca más” para los pueblos originarios. –No hubo fecha de finalización. No hay ni hubo una instancia de reparación. ¿Cuál sería la instancia autorizada si queremos hacer juicios? Porque el Estado es el mismo Estado genocida. La única manera para poder realizar algo similar a los juicios de la dictadura es que también esté integrado por pueblos originarios.
–¿Lo cree posible? –Hoy en día hay un movimiento importante de pueblos originarios que no había hace diez años, y en algún momento se va a dar. No puede ser la misma sociedad genocida la que lleve la acusación; lo que sí puede hacer la misma sociedad genocida es movilizar la posibilidad de generar un cambio interno.
–¿Por qué “sociedad genocida”? –Porque hay procesos que se siguen produciendo. Si bien hay una apertura muy importante para la inclusión de los derechos específicos de los pueblos indígenas dentro de los derechos humanos, la actitud del Estado hoy en día no es la misma que se tenía hace diez años, hay un cambio positivo. Pero cuando esos derechos reconocidos de los pueblos originarios confrontan contra intereses económicos, ya sea del Estado o de particulares, siempre se atenta contra los pueblos originarios.
–¿Por ejemplo? –El Estado sustenta buena parte de su modelo en actividades como la soja, el petróleo y la minería, entonces el derecho indígena se cae. El mismo Estado que habilita a los pueblos originarios a hacer determinados reclamos por otro lado los hace callar con la violencia que sea necesaria cuando está en juego una actividad económica que el Gobierno impulsa.
–¿Cómo se entiende esa contradicción? –Por eso digo que la sociedad no terminó aún de ser genocida con los pueblos originarios. Porque frente a estos dos parámetros en conflicto automáticamente le da la razón al paradigma económico.
–¿La sociedad o el Gobierno? –Van uno con el otro, es un ida y vuelta. El paradigma económico es el que se constituyó junto con el Estado y hoy se desarrolla la continuidad de ese paradigma. Si bien hay espacios de apertura interesantes, cuando confrontan paradigmas el que sale ganador es el paradigma racista, donde tenés derecho a decir lo que quieras, pero si tenés petróleo en tu comunidad el organismo que decide no es el INAI, el Inadi, ni una oficina de interculturalidad, sino la Secretaría de Energía. Y punto, no hay discusión posible.
–Es la economía... –Cuando lo que está en juego son intereses económicos, siempre se atenta contra los derechos indígenas, con leyes que debieran respetarse.
–Las campañas militares tuvieron una matriz económica, una decisión política y una complicidad o al menos una indiferencia de la sociedad. ¿Observa paralelos? –Es muy similar. ¿Cómo se definió el avance económico a fines del siglo XIX? Se decidió por la apertura de nuevos terrenos para la explotación intensiva junto con nuevas tecnologías que tenían que ver con el manejo de la ganadería, alambrados, nuevas técnicas que acompañaban la inclusión de territorios para el mercado exportador. Y ahora estamos viviendo lo mismo, la soja es exactamente eso. La nueva tecnología y la incorporación de nuevos territorios que antes estaban libres, donde había comunidades que podían vivir.
–El petróleo y la minería repiten la misma lógica. –Lo están padeciendo, entre otros, los mapuches en zona de meseta. Cuando las comunidades se habían establecido en la meseta, ese lugar no era objetivo de explotación; ahora sí. Hoy sufren un acoso tremendo e ilegítimo de parte de mineras y petroleras.
–Hay un argumento legitimador que se repite: el progreso. –Sí, hoy es el desarrollo, como una utopía de la sociedad occidental, pero el problema es que se establecen como si fueran características que pudieran tener sólo la sociedad occidental y los otros no, y que además son a costa del vivir de los otros. El problema de este concepto de desarrollo o progreso, hoy encarnada en la política económica extractiva, es que se les da una entidad más importante que la vida y la dignidad humanas. El desarrollo es importante, pero, ¿es tan importante como para avalar que el avance petrolero, minero y sojero ocasione contaminación y muerte? Y, no es casual, siempre ese “progreso” es a costa del “otro”, nunca es a costa del grupo de pertenencia dominante.
–Usted afirma que el genocidio aún no tiene fecha de finalización, mientras los pueblos originarios se organizan y luchan. –Sin dudas, hoy han ganado visibilidad como nunca antes y tiene directa relación con la organización y los conflictos que enfrentan en los territorios. Por eso siento mucho respeto por los dirigentes e intelectuales indígenas, sé que hay diferencias como en cualquier espectro político, pero tengo un gran respeto porque tienen que tener mucha decisión y coraje, ya que están haciendo un trabajo de concientización, de educación política a todo el resto de la sociedad. Ser dirigente indígena sigue siendo profesión de riesgo, sobre todo en algunos provincias, porque es muy probable que vayas preso o te maten por defender el territorio. Nunca hay que olvidar que son pueblos que sufrieron un genocidio, pero se mantienen vivos.

La otra historia (Por Osvaldo Bayer)





Se han cumplido cien años de la muerte de Julio A. Roca. El diario La Nación, su defensor constante, dedicó mucho espacio para recordar la fecha de la desaparición de ese presidente argentino. En una página entera, los historiadores Ceferino Reato y Mario “Pacho” 0’Donnell volcaron –con todo entusiasmo– su apoyo a esa figura tan discutida de nuestra historia. Reato lo calificó nada menos como “el mejor presidente de la historia nacional”, y O’Donnell trató ya en el título de su colaboración de desmerecer a aquellos autores que tienen a la Etica como medida definitiva para calificar a un protagonista de la Historia. Titula O’Donnell “Un caudillo objetado por un revisionismo malentendido”. Bastaría tocar un punto no mencionado por los dos historiadores para rebajar moralmente los argumentos de ellos.
Ambos callan una realidad: no mencionan el capítulo donde este protagonista de nuestra historia pisotea para siempre los principios de la Etica que debe impulsar la vida de todo ser político. Es cuando Roca, como comandante del Ejército, lleva a cabo el genocidio indígena y el presidente Avellaneda avala todo ese inmenso crimen. Y también cuando los prisioneros indígenas –hombres, mujeres y niños– son ofrecidos como esclavos en las plazas públicas de Buenos Aires. Para comprobarlo no hace falta más que leer los periódicos de Buenos Aires de 1878. Un ejemplo lo dice todo. El diario El Nacional, de Buenos Aires, expresa en su edición del 31 de diciembre de 1878: “Llegan los indios prisioneros con sus familias. La desesperación, el llanto no cesan. Se les quitan a las madres sus hijos para en su presencia regalarlos a pesar de los gritos, los alaridos y las súplicas que hincadas y con los brazos al cielo dirigen las mujeres indias. En aquel marco humano, unos se tapan la cara, otros miran resignadamente al suelo, la madre aprieta contra el seno al hijo de sus entrañas, el padre se cruza por delante para defender a su familia de los avances de la civilización”. Esta crónica de esos días lo dice todo. Por eso hay que leer los diarios de la época para comprender toda la realidad y la crueldad empleada por Roca y sus tropas. Pero, los del diario La Nación deberían leer sus propios diarios de la época para cerciorarse de lo cruel y bestial que fue ese tiempo tan loado ahora por Ceferino Reato y Pacho O’Donnell. Leamos, como ejemplo, una crónica de La Nación del 17 de noviembre de 1878, en plena Campaña del Desierto. En primera página, bajo el título “Impunidad”, dice textual: “El regimiento Tres de Línea ha fusilado, encerrados en un corral, a sesenta indios prisioneros, hecho bárbaro y cobarde que avergüenza a la civilización y hace más salvajes que a los indios a las fuerzas que hacen la guerra de tal modo sin respetar las leyes de humanidad ni las leyes que rigen el acto de guerra. Esa hecatombe de prisioneros desarmados que realmente ha tenido lugar deshonra al ejército cuando no se protesta del atentado. Muestra una crueldad refinada e instintos sanguinarios y cobardes en aquellos que matan por gusto de matar o por presentarse un espectáculo de un montón de cadáveres”. Es penoso que los directivos de La Nación actuales ignoren todo esto. Ya nadie puede negar que la Campaña del Desierto fue un genocidio y que no se puede aprobar bajo ningún concepto desde el punto de vista ético. Las pruebas están en el Archivo General de la Nación y basta leer los diarios de la época para comprender bien lo que fue ese vergonzoso crimen político. Y basta contraponer los argumentos de un Alsina, ministro de Avellaneda, que desarrolló la tesis de que los pueblos originarios no tenían noción de la propiedad. Por eso había que separarlos por una zanja, mientras Roca rechazó este plan y exigió la importación de diez mil fusiles Remington de Estados Unidos “porque con esta arma habían sido eliminados en dicho país los sioux y los pieles rojas”. Ya es tiempo de que con tales pruebas históricas se modifique el concepto de ese militar, Roca, que fue presidente dos veces, y se quite su monumento del centro de Buenos Aires. Nuestros héroes fueron los que defendieron la vida y la Etica y no los que eliminaron a pueblos enteros y esclavizaron hasta sus mujeres y sus niños.
Ceferino Reato, el historiador de La Nación, reconoce al pasar estos crímenes al escribir: “Es claro que la Conquista del Desierto, y más aún lo que sucedió después, tuvo varios aspectos criticables como el trato inhumano, cruel, a los indios prisioneros (muchos chicos fueron separados de sus madres, por ejemplo) y la concentración de parte de las tierras liberadas en pocas manos”. Sí, Reato lo reconoce al pasar pero sin darle mayor importancia, total se trataba de indios. El autor de esos crímenes impunes tiene hoy el monumento más grande de Buenos Aires, en pleno centro. Por su conducta y sus crímenes no tendría que ser festejado de esa manera.
Pacho O’Donnell sólo hace una breve crítica a Roca por su Campaña del Desierto. Dice: “En lo que hace a la Conquista del Desierto es, sin duda, el aspecto más criticable en la historia de Roca por el militarismo excesivo ante un enemigo mal armado y poco orgánico”. No se refiere al gran genocidio que produjo ni tampoco a la reimplantación de la esclavitud, que son los dos aspectos más relevantes al faltar así a los principios de Mayo y a las resoluciones de la Asamblea del año XIII.
Pese a todo, el tiempo va dando la razón a quienes han puesto en duda la labor moral de Roca y ofrecido las pruebas de sus hechos verdaderamente criminales. Sus aciertos en otros sectores no lo limpian de esos aspectos descritos que nos retrotraen a los argentinos a la Edad Media. Los héroes verdaderos de nuestro pasado deben ser especialmente los que cuidaron la vida y marcaron un futuro sin violencias ni grandes diferencias económicas. Los verdaderos republicanos que desearon un país en Paz y con la conciencia de la Igualdad permanentemente presente, tal cual lo cantamos en nuestro Himno Nacional.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Capiangos (Revista bimestral) Órgano del Peronismo Militante

 La revista Capiangos dirigida por Héctor "Gallego" Fernández, que emprende con esta nueva publicación fortalecer el proyecto nacional en marcha, ahora que la Argentina ha recuperado la iniciativa soberana en rumbo a la justicia social y la unidad de la américa mestiza.
 Me concede el honor de publicar un relato mío (Capiango) en su primer número.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Cultura de la libertad, cultura del sometimiento (Por José Pablo Feinmann)

Sería perder el tiempo indagar en Tinelli como persona. No sé cuál fue el año –éste o el anterior– en que abrió su temporada con un rating que conmovió a todos. El número del éxito abrumador rondaba o se acercaba (como resultado de un milagro que nadie había previsto) al 50 por ciento. Se instaló una certeza: la mitad del país miraba a Tinelli. ¿Qué ofrecía? Basura. He analizado programas suyos buscando algo, un más allá de la pavada, de lo guaso, lo soez, lo ridículo o lo pornográfico. Nunca lo encontré. Su aspecto es agradable. Tiene una sonrisa que podría lucir en otro contexto. Pero se empeña en ser –cada vez con mayor convicción– lo que viene siendo desde dos largas décadas. Fruto de la devastación cultural del menemismo, sigue ejerciendo esa estética con las permisividades que los tiempos le abren. Su torpeza como conductor lo lleva al exceso de casi meterse el micrófono cerca de alguna muela y además gritar.
Tinelli entró en la verdadera pornografía cuando acudió a minusválidos para entretener a su insaciable audiencia. Hizo bailar a una enana. A un señor que le faltaba una pierna y usaba una muleta. Disfrazó eso de generosidad. De hacerles sentir que eran iguales, que estaban tan vivos como cualquiera. También usó a un minusválido mental. Desbarrancó de nuevo cuando una de sus chicas hizo tantos malabarismos en su número que la tanga-hilo dental se le salió y les mostró a todos no otra cosa que su vagina. Se le armó un lío bárbaro. Una panelista de no-sé-qué programa dijo: “Lo próximo que vamos a ver es un acto sexual en vivo”. Tiene razón. Tinelli está llegando a un límite peligroso para él. El acto sexual ya se practica, pero sin penetración y aún (salvo en el accidente mencionado) no se ven genitales. Pero toda la gestualidad de los bailarines (algunos son buenos y se han preparado bien) les da a las posiciones sexuales un verismo ultrarrealista.
El centro del problema no reside en Tinelli. Si no es él habrá otro. A esta altura seguramente es su propio productor. Pero el canal que lo contrata, ¿por qué lo hace? Porque a la gente le gusta. Y no: eso es falso. A la gente termina por gustarle eso que todos los días le tiran por la cabeza. Pero si se intentara algo mejor, de a poco los gustos irían cambiando. Eso es precisamente lo que Tinelli y todo lo que gira a su alrededor quieren impedir. Que algo cambie. En tanto tengan atornillados a sus sillones a todos los mira-culos del país, todo irá bien. Su modelo (y el de las corporaciones monopólicas que lo respaldan) es la Italia del Papi Berlusconi.
El Canal Encuentro es un esfuerzo del Estado argentino por mantener una programación digna, tanto de ellos como de los espectadores. Llevo (llevamos, no sólo yo hago el programa) siete temporadas en el aire y estamos en medio de la preparación de la octava. Cuando me entrevisté por primera vez con Daniel Filmus y Tristán Bauer sólo yo confiaba en el proyecto. También –hay que reconocerlo– ellos se la jugaron. ¿Un programa de filosofía por TV? La TV argentina se hizo y se hace para un personaje que no existe: Doña Rosa. Personaje creado por el machismo de Bernardo Neustadt. Doña Rosa era una boba señora de barrio (¡tenía que ser mujer, desde luego!) a la que había que darle basura porque no entendía otra cosa. La mediocridad del personaje justificaba la mediocridad de los programas y la de quienes los hacían. Y así habrá de seguir la pobre mujer (y toda su familia) eternamente hasta que no se le dé algo superior. Porque los que quieren dar basura para que nada cambie, los que adhieren al sistema miserable bajo el que se cobijan y se hacen millonarios sin pensar, sin arriesgar, son los basureros. Doña Rosa no existe. La creó la mediocridad de los mediocres del medio. La gente de la TV se ha dedicado a ganar dinero. Y la TV no debiera ser eso. ¿Por qué los mejores canales de la Argentina (y de muchos otros países) son estatales? ¿Por qué no hay un solo programa cultural en la TV abierta? ¿Por qué los multimedios que dicen luchar por la libertad y la democracia le abren las puertas a Tinelli? Porque Tinelli les es funcional. La finalidad del poder no es educar, no es despertar conciencias, es idiotizarlas.
Uno está harto de ver en films norteamericanos a unos desdichados onanistas que se apoyan en la barra para ver a las bailarinas del caño. Esas bailarinas son prostitutas. El baile del caño con que Tinelli creyó encontrar la clave definitiva del éxito tiene un origen prostibulario. El momento más glorioso es cuando una “bailarina” incrusta su súper-culo en el caño y todo queda claro: el caño es un súper-pene que penetra a un ultra-culo. Pero atención: las chicas se animan porque Tinelli les ha dicho antes que sí, que es posible, que si se atreven, lo hagan. Luego, en las secciones más letrinógenas de Internet, sale el impresionante tevé-culo que, varias veces, introduce todo lo posible el caño en el ojo trasero. Así lo llamaba Francisco de Quevedo y Villegas en su espléndido texto del Siglo de Oro español: “Gracias y desgracias del ojo del culo”. Palabra, esta última, que no es mala ni grosera. Depende del ingenio del que la use. En manos de Francisco de Quevedo es poesía.
El programa de Tinelli no es ni divertido. Está hecho para el espectador mira-culos. Es la apoteosis del culo-idiotizante. De esta forma, es un programa ideológico-político. Es decir, la eliminación de todo atisbo de conciencia crítica, la reducción de los espectadores a la simple condición-cosa de mira-culos. La cosificación de las conciencias por medio de los culos cosificados, de los culos-mercancía. Un culo es ideología. Ideología de dominación. Nadie puede tomar conciencia de su situación en el mundo, ni siquiera del mundo en que vive, si cuando prende la tele se le arrojan todos esos cíber-culos por la cabeza. Tinelli no es un fenómeno nacional. La culocracia está en toda Suramérica. También en la Italia de Berlusconi. En Estados Unidos avanza a pasos agigantados. En 2013, Tinelli no tuvo trabajo. No arregló con ningún canal. No importa. Si no es él será otro. Alguien ha dicho: “Hay dos formas de impedir pensar al ser humano: una, obligarle a trabajar sin descanso, y otra, obligarle a divertirse sin interrupción”. Pero la diversión se centra cada vez más en lo sexual. El ultra-culo es el culo-humillación. El ente antropológico mira-culos es el más profundamente inauténtico de cuantos puedan ser imaginados. Y aunque los ejemplares de la TV crean haberse adueñado de la palabra cosificación vamos a seguir usándola. El ente antropológico –en la filosofía de Sartre, sobre todo en El ser y la nada– es pura posibilidad. De ahí el concepto del hombre en tanto nada. Soy nada porque estoy arrojado al mundo, hacia mis posibles. En este presente sólo soy una sed que se e-yecta sobre el mundo. El hombre no es realidad, es posibilidad. Una piedra es realidad. Una piedra es una cosa porque no tiene la dimensión del futuro. Es lo que es. Está cosificada en su ser. Eso pasa con el mira-culos. Eso busca el ultra-culo. Que el que lo mire se paralice en esa mirada. Se cosifique en esa mirada. Más que el ultra-culo (que es, sí, una cosa en tanto es una mercancía), el cosificado es el pobre tipo mira-culos. El cosificado es el sujeto libre. Lo que se cosifica es su libertad. El ultra-culo es una herramienta del poder para cosificar la libertad de los sujetos. El sujeto sigue bajo el señorío de los otros (gran definición del Heidegger de Ser y tiempo), pero ese señorío se expresa aquí por medio del ultra-culo. El poder busca matar al sujeto. Sabe que ahí reside el verdadero peligro. La infinidad de cíber-culos, ultra-culos, tevé-culos, culos espectá(culo) que germinan por innumerables partes van en busca de eso: de la libertad del sujeto. Todas esas formas de culos convergen y se sintetizan en una: el culo-idiotizante.
Cuando nos cansemos de los culos insistirán con las tetas. Cuando nos cansemos de las tetas insistirán con los culos. Cuando nos cansemos de los culos y las tetas atacarán con los penes. Harán grandes concursos mediáticos. “Si la tiene larga, ¡venga y gánese un cero kilómetro!” Los jurados serán femeninos. También las encargadas de medir los miembros viriles de los concursantes. Cuando nos cansemos de los culos, las tetas y los penes enviarán sus soldados, previo acuerdo con el poder mediático monopólico de cada país. Arrojarán sus misiles. (Acabamos de hacer un festival de cine en Iguazú, bajo el ímpetu y el vértigo de Juan Palomino, para frenar el proyecto de Kathryn Bigelow, que busca demostrar que el terrorismo tiene un gran emplazamiento en esa zona.) Nos quieren idiotas, sumisos, manipulables o muertos. Nosotros amamos la vida, el arte, el amor, la libertad. Ellos no. Sólo aman el poder. Y destruirán el planeta con tal de no perderlo.
Duele decirlo y es imposible no hacerlo: si los socialismos del siglo XX hubieran ganado habrían hecho lo mismo. De otro modo. Pero no otra cosa. Lo central –siempre– es la sumisión, por el embrutecimiento en el trabajo, por la fuerza represiva o por la represión del entretenimiento. ¿Hay alguna esperanza? Por ahora, saberlo, denunciarlo. Y si ayer nos han dado un premio que hoy le dan al representante de esa cultura, devolverlo.
(La mayoría de los textos de esta contratapa pertenecen a mi libro Filosofía política del poder mediático, Planeta, Buenos Aires, 2013, 659 págs. Hace años que me obsesiona esta temática porque vivimos los tiempos de la modernidad informática, los de Internet, los del espionaje globalizado, los de las redes sociales, en las que, lo sabemos, estas reflexiones serán respondidas con insultos, nunca con ideas. Nos apena que sea así. Es penoso que tanta gente, en lugar de ideas, tenga sólo escupitajos cibernéticos.)

miércoles, 8 de octubre de 2014

Recuerdos de una revolución que no fue



Para “La Parda”, parda por su condición racial, de piel, de cruce de razas, Marcelina Orma, la Patria era una persona que ella conocía, de carne y hueso, un ser que se vestía con una falda de raso celeste y blanco y que había nacido en ese caserío burgués, con techos de tejas españolas, muy cerca de la mansión de sus amos.
Quienes la conocieron en su prolongada, casi centenaria vida, sabían, y en los encuentros con ella buscaban sacar a la superficie de sus recuerdos esos días, sobre todo esa semana en que finaliza el mes de mayo del 1810, para que ella ahondara con sus ocurrencias en detalles, en miradas, en trasnochadas reuniones (donde servía a sus patrones e invitados), en comentarios que nunca entendió y superaban seguramente su intelecto no entrenado.

Cuenta, con pinceladas muchas veces hasta significativamente olfativas, como guardó objetos de esa época en su baúl, un viejo cajón –no muy grande- confeccionado con madera de pino y tapizado en tela rustica y oscura, su único lugar íntimo y secreto, entre otros: un pañuelo que olvido fulano (y luego fue uno de los integrantes de la Primera Junta) o una gruesa cinta identificatoria -que se fue apelmazando con los años- hasta ser solo un trapo que se confunde con la mugre y da un poco de asco tenerla en las manos.
También recuerda y detalla el acopio de algunos papeles envueltos como rollos, que se parten, se cuartean de secos al tratar de abrirlos, y sobre todo las cartas, misivas que olvidaban en los tapetes algunos invitados (a veces por la urgencia de esos días) y ella sin entenderlas -por no saber leer- atesoró en una caja disimulada por puntillas (que tejió en tardes de lluvia, con agujas muy finas).
Cartas que guardan secretos inocentes, banalidades u órdenes no cumplidas, quien sabe, pasaron tantos años dice la anciana, sin quererlo he llegado a los noventa y dos.

-Creo que soy la única que queda de los que hicieron la Patria.

En su voz achacosa y tierna suelen aparecer historias, anécdotas callejeras o de esclavos, que se refugiaban en las cocinas a cuchichearlas y que luego caminaban los salones solo para servir bandejas, recoger platos y copas vacías o encender velas.

-Hace años que no veo por las calles a los hijos y a los padres de la Patria –Dice y suspira.

-Se van muriendo todos, como ella misma.

Fue una revolución que se gestó en los salones, les escuchó decir a comerciantes, a gente de negocios que amasaron sus fortunas importando manufacturas desde Inglaterra y también a militares que entre campañas frecuentaban a sus amos, años, décadas después esto salía de boca de estancieros, muchos de ellos terratenientes de extensiones a veces infinitas de pampa.
También repetía la insolencia de jóvenes que afirmaban que lo de mayo no fue una revolución, que no hubo participación popular, que el pueblo, que el populacho estuvo al margen de los hechos, que ello solo creció en la fantasía de algunos trasnochados políticos o de aquellos que buscan tergiversar la historia.

-Hasta dicen que la Patria no nació ese 25 de mayo glorioso.

No, no había gauchos en la ciudad, se los veía muy poco, el gaucherío estaba en la campaña y raramente alguno llegaba hasta el puerto para vender algo, o hacer trueque con guampas de toros baguales, o cerda, o el plumaje de los avestruces.
Rosas los trajo (años después) los metió en Buenos Aires como soldados y fueron poblando los arrabales con su pobreza y allí quedaron. Haciendo crecer la ciudad entre el barro de sus calles, hundiéndola en el campo.
Nunca les interesó la Patria a esos marginales, la tierra como suya, como posesión, ya lo tenían:

-El desierto era de ellos y ponían su rancho donde caía su antojo.

-Se apropiaban -usando el lazo- de los animales que por el vagaban pululando, solo eso les costaba la carne y el cuero. Elegían la vaca más gorda para mantenerse y el mejor potro para ayudarlos en sus enceres.

-Ningún gaucho abandona su caballo para agacharse a arañar el suelo -nos decía un mestizo (como todos ellos)- cuando le hablaban de cultivar la tierra, que solía venir a vender su producción a los patios traseros de las casas pudientes y nosotras los acercábamos a la cocina para escucharlos, y comprarle algunas lanas y pelos.

-¡Que esperanza niños! -Cuando tengan los años que tengo yo, y hayan visto lo que pasó en todos estos largos años podrán ver que hace mucho la Patria ha muerto.

-¡Si lo sabré, que la conocí desde que nació! –Gritaba y luego se embebía en un espíritu taciturno, quedando quieta, como momificada en vida.
Y se veía en ella a la Patria misma, soñando con sus antiguos y fieles amantes.

En momentos de lucidez y plena vigilia solía mirar o elevar la nariz hacia la sala de la biblioteca como en busca de algo en el color de los lomos encuadernados en cuero o en el olor de los libros.

-En estos volúmenes solo se leen historias nuestras, nadie que viene de afuera las entendería, son las crónicas y relatos de los patriotas iniciales. Se narran a sí mismos.

Armaba un cuchicheo casi secreto para decir: - Son los únicos que deben leerlas.

-Yo soy analfabeta pero me siento habitada por las historias, no me hace falta leerlas anduve dentro ellas.

Por eso hay que repetir obsesivamente los actos y rituales patrios, conmemorar los días mostrando solemne respeto y reforzar en ellos, con la palabra en los discursos o en los textos de homenaje la personalidad de los hacedores y la de los que con su sangre la mantuvieron liberta.

Esa es la única forma que sabían –aunque yo lo supe de escuchar charlas privadas en los salones donde fui servidumbre-, y que pudieron detener el tiempo y conservar el patrimonio histórico lo más intacto posible.

Sonreía al oír lo que hablaba, como cuando se descubre un acertijo.

Quizá por eso en mí el tiempo trascurre así, más lento, y solo ven mi decrepitud los recién llegados. Los que vienen de afuera, esos que se amontonan en los barcos.
Los que quedan, los que aún no han muerto, los que repiten los ritos, creen en poder cerrar el círculo. En mantenerlo hermético.
Pero siempre hay tranqueras que alguien las deja abiertas, grietas, alambres cortados en los campos, espacios transparentes por donde alguien pasa…y la historia se mueve, y ese temblor nos va matando a los que hicimos la Patria.

Es como si todo el tiempo acumulado afuera (esa aglomeración, esa chusma ultramarina) se filtra por estos portales y (a mí me pasa) desconocemos hasta nuestros propios vecinos de siempre, a los dueños y las residencias y hasta las estancias quedan vacías o pululan los extraños con otros idiomas y otras costumbres.
Estudiosos que conviven en logias o moran claustros prestigiosos de esta Nación, dicen que son útiles la cabalas de conservación o guardar objetos de los tiempos del inicio (como yo lo hago) atesorando el ellos lo sagrado.
Siempre los mantuve sacramente escondidos de los que arriban, y que no nos engañan tratando de simular falsos linajes patriotas, ni mentir su genealogía.

-Es muy fácil identificar a quien tiene o no, la sangre de los que formamos este país…

-El tiempo, aquí dentro no nos pasa.

Salir, nadie de nosotros quiere salir, salir es vagar en una inmensidad extensa, infinita, comemierda, extranjera, donde los nombres lentamente se borran para llamarse todos iguales.

Ese desierto más allá del que conquistó Roca, que es afuera y es una zona aún poco confiable, sin nuestra civilización dominándola, donde todo se mezcla y mueren nuestros títulos, no nos sirve.
También donde los movimientos, los precisos movimientos para que esto perdure, son imposibles de repetir y con más frecuencia y atropelladamente aparecen las fisuras del circulo, se amplían los pasajes. Crecen huellas por todo el territorio.
Muy a pesar de la bizarría de nuestros hombres de armas y el coraje sus espadas.

La anciana se duerme con una sonrisa extraña pintada en los labios.

(Buenos Aires - 1885)


Investigación sobre un personaje recuperado por Vicente Fidel López antes de ser ministro de hacienda de Carlos Pelegrini.

lunes, 6 de octubre de 2014

Hugo Pratt y el Corto engominado (Por Juan Sasturain)






Esta semana pasada, con un colega francés, Ives Saint-Goeurs, en el marco sobrio y contenedor de la Alianza Francesa nos juntamos para hablar –entre fanáticos y curiosos– de Corto Maltés y / en la Argentina. Y salió lindísimo. Porque hablamos mucho del personaje pero sobre todo nos referimos al no menos personaje que fue su autor, Hugo Pratt, uno de los más grandes narradores gráficos (historietistas, fumettaro, le gustaba decir / definirse a él) del siglo XX y sus alrededores.
Porque este tremendo dibujante y narrador incontinente nacido en Rímini, pegadito a Venecia, en 1927, y muerto en Suiza –van a hacer veinte años el que viene– con el último tropiezo de su ampliado corazón vivió, como casi todos lo saben, con leves intermitencias, casi quince años en la Argentina. Fueron los de formación o deformación profesional, digamos. Y no fue en cualquier momento sino entre 1949 y 1964, cuando después de algunos amagues, se volvió definitivamente a Italia. Es decir que estuvo acá de los veinte apenas pasados a los treinta maduros. De la primavera peronista a los golpes de los primeros sesenta, cuando los milicos se entrenaban para sus zarpazos definitivos de los años funestos terminados en seis.
Es decir que Hugo se hizo dibujante grande acá; pero también se hizo hombre en la experiencia –mujeres, hijos– más todo lo que anduvo, conoció y leyó entre el mítico chalet de Acassuso y las salidas a cazar jabalíes en la Patagonia. Sin embargo, cuando volvió a Italia, para su gente no existía. Su obra realizada con Oesterheld en la Argentina recién entonces comenzaría a difundirse en su patria y en Europa en general –Sargento Kirk, Ticonderoga, Ernie Pike–, y sólo con La Balada del Mar Salado, a los cuarenta años, y con la invención dentro de esa saga del Corto Maltés –después personaje independiente– Pratt fue Pratt en el continente.
De todas esas cosas hablamos con Ives Saint-Goeurs. De cómo, a partir de ahí y hasta su última historia, Le dernir vol, dedicada a la postrera misión de Antoine de Saint Exupéry durante la guerra, Pratt acumuló obra y personajes, fue construyendo su propio mito de bases sólidas: hizo de la aventura un emblema, jugó a confundir (mezclar, digo) vida y obra, dibujó con la misma soltura inteligente y despreocupada con que apenas apoyaba el talón sobre caminos y cubiertas.
Al final –como le pasó a nuestro Negro Fontanarrosa–, dejó secar el pincel pero no la fantasía. Mientras alargaba los últimos episodios de Corto escribió una novela no casualmente argentina, Viento de tierras lejanas, y le tiró un par de historietas –Verano indio y la sintomática El Gaucho– al consecuente Milo Manara. Así se dio el gusto de ver dibujadas las aventuras y los indios que él ya no tenía las ganas ni la energía necesarias para ponerles cada pluma. Mostró el perfil de su más auténtica vocación: narrador empedernido, fabulador querible que tanto usaba la ficción para hablar de su vida como el pretexto de la biografía para contar cosas que le hubiera gustado que fueran, que le hubiera gustado leer.
Pero el tema en la charla de la Alianza era la relación del Corto y de Hugo con la Argentina, y fue necesario puntualizar que Pratt casi no dejó pasar historieta sin citar estas costas, no evocó relato que no evocara algún fantasma argentino. Así recordamos cómo, cuando en escena memorable el Corto se despide de Pandora Gloovesnore sobre el final de La Balada del Mar Salado (1967), no le pide que se quede ni que se vaya con él; sólo le explica que ella “le recuerda a alguien”. Y entonces le habla de la Parda Flores, de Arolas, de Buenos Aires... Poco podía entender la hermosa inglesita, pero con esa referencia irrumpe lo argentino, por primera vez y desde el comienzo, en el mundo narrativo del Pratt de la madurez creativa. Pronto, en La conga de la banana (1971), episodio que transcurre en el trópico sudamericano, Corto encontrará en el burdel de Mosquito a la bellísima “Pequeña” Esmeralda y hablará de su madre, la mismísima Parda Flores porteña, y ella recordará que “aprendía a tirar con los milicos del Regimiento de Patricios”. Luego, en Corte Sconta detta Arcana (“Corto Maltés en Siberia” o “Las Linternas Rojas”, según las versiones castellanas) el delirante y querible barón von Urgern Sternberg canta tangos en el tren que recorre Siberia entre mongoles. Y, finalmente, uno de los personajes de Svend (episodio unitario para “Un hombre, una aventura”) es el engominado y despreciable Anchorena, un argentino que en medio de sus fechorías habla del Náutico de Olivos...
Pero el Corto y el mismísimo Pratt se tomaron su tiempo y el personaje sólo llegó a Buenos Aires en su vigesimoquinta aventura: el marinero hijo de “La Niña de Gibraltar” y un militar inglés de La Valetta, con un arito en la oreja izquierda, hizo escala porteña después de veinte años de frecuentar mares, desiertos, guerras, revoluciones y búsquedas del tesoro por todo el mundo. Fue ese momento mágico de comunión en que –por fin, en 1923 en la ficción, medio siglo después en el papel– el Corto se dio una biaba de gomina para bailar un tango en Buenos Aires.
Dibujada y publicada en la revista Corto Maltese, de Milán, en 1985 y con una edición francesa del año siguiente, Y todo a media luz es de concepción muy anterior. En su viaje a la Argentina en el otoño del ’85 –recordamos haberlo visto y conversado con él–, a Pratt sólo le faltaba dibujarla. Anduvo por el sur, recogió documentación, juntó ánimo y nostalgias, algunas precisiones y finalmente refundió en una única aventura dos núcleos temáticos y de interés: las andanzas de los bandoleros yanquis en el sur patagónico a principios de siglo y el submundo de las organizaciones que manejaban la prostitución por los años veinte, enmarcado en una atmósfera de tango (el de Donato y Lenzi), penumbrosa, ambigua.
Hay dos aspectos para señalar, que se desplegaron en la charla con Ives Saint-Goeurs: por un lado está el gesto de Pratt, que desde las prolijas notas explicativas que anteceden a la historieta –concebidas para un lector europeo– muestra el resultado de su investigación y reconstrucción histórica para luego fabular a partir de ellas; y por otro está el gesto y la mirada de Hugo, el que hace más de treinta años y con ojos nuevos y asombrados descubría en una ciudad y en los confines de un continente tan lejano a la patria mediterránea, un universo de misterios, claves y valores secretos.
Y todo a media luz participa de ese doble efecto: la reconstrucción es más afectiva y sensual que rigurosa; ante la duda (o sin ella) Pratt optará por el mundo que vivió en los cincuenta y no por los datos precisos de fotos viejas y tablas cronológicas. El lector, todos, agradecidos, porque Pratt, una vez más, ha optado por el mito. Si toda aventura del Corto ha sido, habitualmente, lugar de encuentros y reencuentros con viejos y recordados personajes y lugares (“¿Será posible que yo tenga que estar siempre pegado a cosas viejas?” se queja ante Esmeralda) la irrupción del trashumante maltés en la Argentina en “Y todo a media luz” no es una excepción.
Ya el hecho de llegar a Buenos Aires es sólo un regreso a ambientes conocidos desde principios de siglo; los evoca su amigo Fosforito desde la primera escena, con la memorable secuencia contada desde el paño y las bolas de billar. Pero, además, el motivo que lo trae también viene del pasado: es la búsqueda de la hermosa Louise Brooks –o Brookszowyk– que se proyecta hacia atrás en la ficción, hasta el episodio de la Fábula de Venecia. Pero también hacia adelante: esta niña que ha dejado Louise, y que Corto rescata y envía a Europa, será, con el tiempo, la madre de Valentina, el personaje de Guido Crépax, cerrándose así el círculo. La reaparición de Esmeralda, ahora en Buenos Aires otra vez, sirve para reconstruir otro mundo de amistades y recuerdos: el que unió a Corto con el destino de los desesperados yanquis en el sur, quince años atrás. Sólo que esa historia, perteneciente al ciclo de La Juventud del Corto Maltés y que sucede, cronológicamente, al episodio de Manchuria y de la guerra ruso-japonesa donde aparece Jack London y se conocen los jóvenes Rasputín y Corto, no existe ni existirá ya pues Pratt no llegó a contarlo: Ras y Corto cruzarían el Pacífico, llegarían a Chile, pasarían al sur argentino... Precisamente, Mr. Habban, en Y todo a media luz evoca haber conocido al Corto en 1906 en la estancia de los Newbery en el sur; el enigmático “gringo”, alias Mr. Moore, no es otro que el “desaparecido” Butch Cassidy, amigo de entonces y que ahora, en 1923, le salva la vida...
Todo ese contexto y entramado de personajes y referencias se sobreimprime contra un mundo y una escenografía que tienen mucho de oníricos y de poco realistas: el Buenos Aires del ’23 de Pratt refleja con propiedad y verosimilitud histórica las tensiones sociales y las motivaciones en el comportamiento de los grupos en pugna de entonces, pero elige pautas y modelos de representación gráfica mucho más libres.
Siempre hay un Pratt poco dispuesto a la reconstrucción histórica pero sí al homenaje emocionado de los ambientes en que vivió sus años de la Argentina por los cincuenta: “sus” callecitas de San Isidro y Acassuso y la vieja estación Borges, en un explícito homenaje al poeta. Pero paralelamente, hay un forcejeo ostensible por fechar con precisión (la pelea Firpo-Dempsey de ese año ’23, la referencia a que Donato y Lenzi aún no estrenaron sus tangos) y por dejar constancia de instituciones y climas conocidos: el CASI, el Ejército de Salvación, la sociedad de la zona norte, con sus tantos apellidos debidamente ironizados...
Como señaló puntualmente el estudioso francés, la sensación de desrealización y magia que acompaña el despliegue de la aventura está acentuada por desarrollarse continuamente en ambiente nocturno –siempre es de noche o atardece– y por las míticas dos lunas que aparecen sólo para el Corto sobre las estaciones de San Isidro y Acassuso. Ese ambiente nocturnal es el propicio –para una mirada europea– al tango, celebrado en una secuencia memorable, aparte, que nos regala al mismísimo Corto peinado a lo Valentino y derritiendo a las minas de las sociedad de San Isidro.
Bastaba eso para convertir a la historieta en lo que es: un relato inolvidable. (de Página12)