El 15 de junio, a las 17:06, Independiente descendió por primera
vez en su historia. Posiblemente, como sucede en esos casos en los que
la esperanza se confunde con la negación, los hinchas venían haciendo un
duelo anticipado y silencioso desde mucho antes, pero también se les
antojaba imposible la idea de descender, hasta que el árbitro pitó y la
cosa se selló. Muchos medios buscaron entonces el testimonio todavía
caliente de uno de sus hinchas mas célebres, el escritor Eduardo
Sacheri. Lo excepcional de todo esto, a los fines de esta nota, no es el
descenso de un club histórico, sino el hecho de que Sacheri sea una
persona reconocida por la gente que va a las canchas, alguien que
circula por programas de televisión y radio ajenos al espectro aislado e
insular del mundo de la literatura. En ese sentido, Sacheri ya se ha
ganado su lugar en el territorio de los escritores populares, tomando de
algún modo la posta que fueron dejando autores como Osvaldo Soriano y
Roberto Fontanarrosa, que el propio Sacheri ha mencionado tantas veces
como referentes indiscutidos en la construcción de su mundo narrativo.
Los escritores populares son, por qué negarlo, una rareza en un panorama
absolutamente de nicho como es el literario, y habría que pensar qué
elementos confabulan para que un escritor dé ese salto. ¿Los temas? ¿El
modo narrativo de plasmarlos? ¿La sintonía con una sensibilidad más
globalizante? Es difícil de decir. Por lo pronto, sabemos que el camino
del Sacheri escritor tuvo algunos momentos donde su visibilidad se
disparó, allanándole el lugar que hoy detenta. Alejandro Apo, por
ejemplo, fue uno de los grandes difusores de los relatos futboleros del
autor, leyendo en radios de frecuencia nacional cuentos como “Me va a
tener que disculpar”, “Ultimo hombre”, “La promesa”, “De chilena”,
“Independiente, mi viejo y yo”. Después vino El secreto de sus ojos , la película de Campanella basada en la novela de Sacheri La pregunta de sus ojos , que armó el puente literatura-cine por el que hoy se sigue moviendo (trabajó en la flamante Metegol
, sin ir más lejos). “Me gusta contar historias de personas comunes y
corrientes. Personas como yo mismo”, escribió como coda a La vida que pensamos , su nueva publicación, que reúne una buena cantidad de sus cuentos sobre fútbol. Sobre ese género hablamos.
Da
la impresión de que la literatura de (o sobre) futbol encuentra su
mejor forma en el cuento, mucho más que en la novela. ¿Encontrás alguna
razón para ese maridaje entre fútbol y relato breve?
No
estoy seguro de los motivos. Tal vez el cuento, en su brevedad, evita
incurrir en ciertas redundancias. El fútbol, como experiencia de juego y
como relato, incluye ciertas regularidades previsibles. Tal vez en una
novela se corre el riesgo de sobreabundar en esos aspectos previsibles. Y
en el cuento, en cambio, autor y lector pueden prescindir –porque lo
dan por sentado– de buena parte del contexto, para detenerse
exclusivamente en un detalle, en un asunto mínimo que se vuelve el
centro de la trama. Pero insisto, es una idea que se me ocurre a partir
de tu pregunta. No quiero ser concluyente.
Hay elementos
narrativos que funcionan muy bien en relatos de fútbol (el humor, el uso
de la oralidad, los golpes emotivos) ¿cuáles, en cambio, te parece que
no funcionan, que chocan con la naturaleza del cuento futbolero?
De
leer con frecuencia cuentos futboleros, puedo detectar al menos dos
tentaciones que los vuelven fallidos. Por un lado, la instalación y
enumeración exhaustiva de personajes y la descripción puntillosa de
acciones del juego. Tiene que ver con lo que hablábamos recién. El
contexto del juego es sabido y tenido en cuenta por autor y lector.
Detallar ese universo “empasta” el relato de manera insalvable. Otro
defecto posible es cuando se apuesta por completo al efecto emotivo de
un relato, como si su autor confiase en que la pura emotividad de la
experiencia que se relata garantizase la calidad del cuento. Si está mal
narrado, ninguna emotividad te pone a salvo de eso.
Hay
algo muy íntimo entre el fútbol y la identidad nacional, para decirlo
ampulosamente. ¿Te parece que podrías narrar cuentos de fanáticos de la
Juventus o historias de jugadores del Manchester City?
Complicado,
eso de la “identidad nacional”. Digo, como toda generalización. El
vínculo entre fútbol e identidad me resulta más sencillo de diagnosticar
que de definir. Creo que no podría narrar cuentos sobre la Juve o el
City, porque son realidades que conozco sólo superficialmente. El fútbol
que puedo usar como materia literaria (si tal cosa existe) es el
nuestro. Ahora bien: creo que un futbolero nacido en Italia o Inglaterra
bien puede encontrar su propio mundo en cuentos escritos en Argentina.
Creo que, en lo profundo, los distintos “munditos” se parecen.
Si tuvieras que armar rápidamente una antología personal con textos que te gustan sobre fútbol, ¿qué selección armarías?
Ah, si tengo la posibilidad de armarlo según mi gusto, seguro que elijo cuentos.
De
Fontanarrosa: “La observación de los pájaros”, “19 de diciembre de
1971”, “La barrera”. De Soriano: “El penal más largo del mundo”,
“Gallardo Perez, referí”, “El reposo del centrojás” (que no es un cuento
pero merece serlo). Y agrego un par más: “Puntero izquierdo” (Mario
Benedetti), “Señor Labruna” (Rodolfo Braceli) y “Del diario íntimo de un
chico rubio” (Walter Vargas).
En la dedicatoria del libro
decís que el amor al Rojo te lo dio tu viejo. ¿Cómo fue el laburo para
que tu hijo sea de Independiente?
La verdad, fue
bastante sencillo. Nuestra primera vez en la cancha juntos fue en 2002,
cuando él tenía cinco años. Y siempre lo vemos juntos, por la tele de
visitantes y en la cancha, de local. Compartir el equipo con tu hijo es,
me parece, una de las mejores cosas que te puede pasar. A lo largo de
la vida existirán muchas razones para discutir, pelear o distanciarse.
Pero si compartís el amor por una camiseta habrá un nudo que estará
siempre ahí, juntándote.
¿Cómo estás viviendo el descenso del club?
Supongo
que pasé por distintas fases. La del temor, la de la frustración, la de
la rabia, la de la angustia, la de la resignación. De todos modos, creo
que la crisis de Independiente como club es algo mucho más antiguo que
estas tres pésimas campañas que lo condujeron al Nacional B. Durante
unos cuantos años el club padeció el descalabro económico y dirigencial.
Corregir esos defectos es la misión que tenemos los socios del club
hoy. Más allá de la categoría en la que nos toque jugar.
¿Qué se puede hacer como socios?
Temo
que mi respuesta sea obvia, pero creo que la participación civilizada
en el club es esencial. Hablo de civilizada porque el espectáculo que
dieron algunos socios en la última asamblea, después del descenso,
escupiendo al paso del presidente del club y revoleando cosas, me
humilló y me llenó de vergüenza. De todos modos, para que los clubes
sean instituciones sólidas y viables, la AFA debería tener sistemas de
control y auditoría de los que carece absolutamente.
¿En qué grandes etapas históricas se podría segmentar la historia de Independiente?
No
me atrevo a periodizar toda su historia (porque carezco de los
conocimientos necesarios, me parece). Sí creo que entre 1964 y 1984
tuvimos nuestro período de mayor esplendor y nos convertimos en un club
muy poderoso y respetado. Y desde mediados de los 90 hasta el presente
dilapidamos prestigio, solidez económica y credibilidad dirigencial. Nos
hemos ido al descenso como castigo a ese descalabro.
Hay
un mundo satelital al fútbol que en cierta medida es también un gran
relato: el de los programas deportivos, los debates, la prensa, etc.
¿Cuál es tu relación con ese mundo?, ¿qué te seduce y qué te distancia
de esa retórica?
La respuesta breve sería que me
distancia casi todo y me seduce casi nada. Creo que una de las peores
cosas que le ocurrió al fútbol de los años 90 para acá fue su
farandulización, su deglución por parte de los medios masivos, sobre
todo de la televisión. Uno pensaría que es inconcebible hablar 24 horas
de fútbol. Y sin embargo, uno puede armar una grilla de 7 x 24 como para
estar toda la semana viendo y oyendo hablar de fútbol. Claro, el fútbol
en sí se agota mucho antes de eso. Lo que queda, entonces, es la
periferia hueca del fútbol.
Otra gran zona de relatos,
podríamos pensar, son las chicanas entre hinchas de clubes. En los
últimos años, sin ir más lejos, llegó la moda de los carteles después de
los clásicos y las desgracias ajenas. ¿Te interesa la tradición de la
rivalidad para tus propios relatos? ¿Cómo te llevás con eso?
No
es un buen momento para dar mi opinión porque si digo que estoy en
contra de ese supuesto folclore me dirán que me cubro las espaldas como
hincha de Independiente. Lo cierto es que lo pensé siempre. No me gusta
burlarme de los demás. Si el fútbol te importa, y tu equipo perdió,
estás herido. Con razón o sin ella, estás dolido y por el piso. De
chiquito aprendí que no se le pega a alguien en el piso. Así de simple.
Para
ir cerrando, te cambio de tema. Trabajaste ahora en la escritura de la
película “Metegol”. ¿Cómo fue el proceso de laburo del texto? ¿Qué
particularidades te parece que tiene el cine a la hora de “tratar” temas
futboleros?
Si bien partimos de un cuento de Roberto
Fontanarrosa, “Memorias de un wing derecho”, fue un trabajo muy libre.
El cuento nos sirvió como disparador, como inspiración para instalarnos
en cierto universo. Pero los personajes, los conflictos, las peripecias
que atraviesan, las creamos desde cero. Si bien la película no trata
“sobre” fútbol, es cierto que “tiene” fútbol. Y eso nos planteó, creo,
dos tipos de dificultades, unas técnicas y otras narrativas. Por el lado
técnico, es muy difícil hacer escenas de ficción con fútbol. Sucede
hasta en los cortos publicitarios. En general se “nota” el fingimiento.
Creo que los animadores sortearon muy bien ese riesgo. por el lado
narrativo, el riesgo del fútbol son los sobreentendidos vinculados con
la pasión, el amor a la pelota, etc., que pueden conducir a un fácil
empalagamiento. Como en la construcción de la historia estoy
involucrado, prefiero no opinar sobre si fuimos capaces de sortear esos
peligros, o si sucumbimos a ellos. Quedará para los espectadores.
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