| ||||||
Un 6 de septiembre de 1930, el general José Félix Uriburu derrocó al presidente electo Hipólito Yrigoyen. Daniel Moyano estaba aún en el vientre de su madre. A los 8 meses de gestación ya oía el ruido de los sables, contaba Moyano, que nació exactamente un mes después, el 6 de octubre y en Buenos Aires, aunque fue en Córdoba donde se formó intelectualmente. En 1959 se trasladó a la ciudad de La Rioja, en el noroeste argentino, y allí ejerció el periodismo y se desempeñó como profesor en el Conservatorio Provincial de Música, y violinista en el Cuarteto de Cuerdas y Orquesta de Cámara de la citada institución. Su madre era hija de italianos, nacida en Brasil; y su padre, argentino, con gotas de sangre india y descendiente de españoles extremeños. “Soy un argentino típico -afirmaba Moyano-, porque un argentino es esas mezclas”. De su infancia decía acordarse poco. Sin embargo, recordaba aquellos años en Córdoba cuando trepaba un cerco con un chico que se llamaba Ernesto Guevara para robar frutas del huerto de un señor español conocido con el nombre de don Manuel de Falla. Por entonces, quizá no sospechaba que ya no dejaría de oír el ruido de los sables y que en 1976, hallándose en su casa de La Rioja templando el violín con el que tantas veces se había ganado el favor del público y hasta el de “las mulas melómanas de la cordillera”, entrarían las fuerzas armadas para llevárselo y encarcelarlo. Cuando recuperó la libertad, se exilió en España. Pero su exilio comenzó antes. Él mismo reconocía haberse criado en el exilio de su abuelo materno, que era italiano. Y en otro, en el de su padre, un técnico en construcciones que se había ido a trabajar a Buenos Aires en la época de Yrigoyen y que después del golpe militar tuvo que regresar a Córdoba. Luego en uno más, elegido por propia voluntad, que lo llevó con veinte años a radicarse en La Rioja, donde precisamente escribió la novela Una luz muy lejana, intentando entender lo que Córdoba había sido para él. Otras variaciones del exilio fueron los hogares de diferentes tíos con los que vivió la infancia. Aunque estos exilios, decía Daniel, son los que sufren todos los seres humanos y consisten en ir dejando cosas y querencias. De estos “viajes”, el más perturbador para su vida y su obra fue, en efecto, el de Argentina a España. Como su personaje Triclinio de la novela El trino del diablo, Moyano siempre tenía la cabeza llena de sonidos. En Madrid, durante los primeros siete años de su exilio, solía despertarse con melodías que tenían un poder evocador tremendo. Contaba, con terror, que se levantaba de la cama con la melodía del tango “Ladrillo” y la visión estremecedora del dictador Jorge Rafael Videla. En la Argentina había escrito y publicado siete libros de cuentos y tres novelas. Con El oscuro, en 1967, había ganado el premio del concurso internacional de novela “Primera Plana-Sudamericana”, cuyo jurado lo integraron Leopoldo Marechal, Augusto Roa Bastos y Gabriel García Márquez. En España, y a pesar de una obra que lo sostenía como escritor, pasó muchos años sin poder escribir, o mejor dicho, sólo podía narrar pesadillas, historias de violencia. Decía que, en realidad, había perdido la fruición del lenguaje y las palabras. Finalmente, aquella música que oía sin atreverse a tocar, vuelve y se articula en forma de dos cuentos: “Tía Lila” y “María Violín”. A partir de aquí, Moyano retoma el tema del desarraigo y la marginación que son la dominante de sus cuentos y de las tres novelas anteriores al exilio, pero ahora con el agregado de una reflexión profunda sobre las condiciones en las que se entretejen el lenguaje y el hombre transterrado y forzado a dar cuenta de dos mundos a la vez. Si el eje fundamental de Una luz muy lejana (1967), El oscuro (1968) y El trino del diablo (1974) es la emigración o los exilios del habitante del interior, de provincias pobres, de pueblos desposeídos hacia las grandes capitales, y si en su primera novela se plantea el conflicto del extrañamiento ante un lugar que no es el de pertenencia y que deja fuera de toda posibilidad de integración a los protagonistas, en Libro de navíos y borrascas (1983) estos núcleos se erigen en un exhaustivo análisis sobre el difícil o imposible proceso de inserción de los seres humanos, y más concretamente del intelectual, en una sociedad represiva y violenta que no sólo lo deja de lado sino que lo hace desaparecer, lo extingue o lo silencia. Sus últimos textos abordan muy específicamente los efectos que la transterritorialidad tiene sobre la estética y los usos lingüísticos. Durante los primeros años del exilio, Moyano señalaba que cada vez que debía nombrar una palabra, no sabía cómo hacerlo, y es que resulta paradójico, por no decir extraño, traducir oralmente del castellano al castellano, puesto que para comunicarse uno debe hablar con el código del que escucha. Él lo resolvió optando por una especie de bilingüismo. Decía: “A veces nombro de las dos maneras la misma cosa”. Sin embargo, a la hora de escribir, el conflicto se agudizaba. Frente a las opciones estéticas, Moyano soluciona el problema, por ejemplo, cuando en su cuento “María Violín” debe nombrar una prenda interior femenina. Como las palabras bombacha (en argentino) y braga (en español) son feas, las sustituye por monocordio. Pero es en Tres golpes de timbal (1989) donde la búsqueda de identidad presente en toda su obra, se transforma más que nada en una búsqueda de identidad lingüística. Indefectiblemente, vuelve a la lengua aprendida en la infancia, que es el dialecto personal de un escritor, pero modificada ahora por el español peninsular que él adapta y reinventa. El argumento es el mismo de Una luz muy lejana, aunque en Tres golpes de timbal parece encontrar el núcleo vital que no está en su primera novela. Esta última transcurre en un pueblo de marginados en la Cordillera de Los Andes. Hay un exterminio, del exterminio se salva una mujer embarazada. El niño que nace, cuando es adulto sale a recuperar un fundamento, algo anterior a la violencia y a la muerte. Lo encuentra en una tumba donde hay una cajita de música. Encuentra a su padre. El esquema formal de la novela es musical. El mismo Moyano reconocía que tenía algo de las Variaciones Goldberg de Bach y es la variación 25 la que trata de reproducir a través de la escritura. Toda la novela acusa recibo de las mediaciones generadas por su exilio lingüístico, porque el personaje, como Daniel, está encerrado con las palabras. Cuando publicó Tres golpes de timbal en editorial Alfaguara, Daniel Moyano creyó haberse liberado de lo que él llamaba la novela latinoamericana o de América Latina como tema literario, y así lo registran algunas entrevistas publicadas en aquel momento. Siempre que se refería a él como escritor decía que sus textos reflejaban un sentimiento deliberadamente personal: “Así esté hablando de un jabalí que va bajando por una montaña, lo tengo que hacer pasar por algo interior mío, porque si no, no puedo sentirlo. Tengo que mojarlo con algo mío. Siempre he pensado que las cosas y los seres humanos tienen armónicos, igual que la música. Entonces ese jabalí tiene que tener un armónico mío”. Moyano, que se había nutrido de la realidad de todos los días, de la gente que había conocido en la calle, en el trabajo, estaba profundamente marcado por la historia de una Argentina que en 1930, año de su nacimiento, comienza su descenso, su caída estrepitosa. Había vivido, se había criado en un país provisional. “No puedo hablar ni escribir sobre Abelardo y Eloísa -decía- mientras está ardiendo mi casa. Tengo que apagar el incendio antes. Yo no he conocido la estabilidad, yo nací en un incendio permanente”. Y agregaba que los hechos le habían dado la razón, porque cuando creía que ya había estabilizado su vida, había hecho su casa, tenía sus hijos y estaba escribiendo una obra, vinieron los militares, lo sacaron de su casa con ametralladoras y lo metieron en un calabozo. Después tuvo que exiliarse y empezar de nuevo. “Sigo -decía- en el país provisional”. Después de Tres golpes de timbal, y para romper con lo que él denominaba la “guitarra” latinoamericana, se propuso escribir una novela de amor. Creía que como el cantor protagonista de Tres golpes... había encontrado a su padre, cerraba así uno de los temas recurrentes de su obra, y mito de la literatura latinoamericana: la búsqueda de identidad. Por lo tanto, se había quitado de encima esta problemática y quedaba libre para emprender otras búsquedas. Pero lamentablemente no tuvo tiempo de escribir la novela de amor. Tenía una cuenta pendiente con su madre y así surgió otro texto de mitología familiar, Dónde estás con tus ojos celestes (título tomado de la canción “La Pulpera de Santa Lucía”). También quedaron inéditos un relato largo o novela corta, “El sudaca en la Corte”, y un libro de cuentos sobre memorias musicales. Merece la pena detenerse un momento en lo que hay detrás de “El sudaca en la Corte”. El título no es casual, ya que Moyano se sentía como un sudaca en el ámbito literario español. Tuvieron que pasar casi 10 años de exilio para que una editorial española publicara El vuelo del tigre (Plaza & Janés, 1985) y para que otra editara Libro de navíos y borrascas, sólo después de que sus anteriores obras se tradujeran al inglés y al francés. Volvía a encontrarse con la necesidad de ser reconocido fuera para no ser ignorado dentro. El binomio provincia-capital argentina se llamaba ahora España-Francia. Moyano lo explicaba sutilmente: “No hay tanta discriminación como indiferencia”. Indiferencia que el reconocimiento exterior le permitió mitigar hasta convertise en ese sudaca invitado a las recepciones del rey y homenajeado a título póstumo por la televisión española. Como muchos escritores que se exiliaron en España, Moyano se topó con un aparato editorial que no buscaba obras sino campañas de marketing, donde el sujeto de la literatura ya no era el lector sino el propio editor, a quien sólo se complace con la búsqueda de la técnica que mejor se adapte a su montaje de ofertas, premios y propaganda. Todo lo que salga de esta norma, no interesa. Efectivamente, más que discriminación había indiferencia. Daniel Moyano, criado y perseguido por el país provisional, también había crecido en el miedo. Tal vez por eso no escribió la novela de amor. Quizá todavía seguía apagando incendios. Decía: “En el fondo, le tengo miedo a la vida. No en el sentido borgeano, quizá Borges le tenía miedo a la vida biológica, a una mujer. Yo le tengo miedo a todo, al conjunto de la vida, donde incluyo también a las mujeres. Y como le tengo miedo a todo, creo que nunca voy a llegar a nada concreto. Pienso que nunca voy a poder realizar bien una obra literaria porque llego hasta ahí nomás y allí me quedo, tengo miedo”. Los cuentos que constituyen una saga familiar, como “Para que no entre la muerte”, “Una partida de tenis”, “La lombriz”, “Mi tío sonreía en Navidad”, incluidos en los libros Artistas de variedades, El estuche del cocodrilo y La lombriz, componen un universo narrativo donde la circulación de temas permite leer y repensar en sus distintas versiones la relación entre los hombres, el tiempo, su estado material y afectivo, su improbable transcurrir, y en los que se condensan núcleos significativos que caracterizan su escritura por la trascendencia que adquieren en ella los destinos individuales. “Yo voy contando siempre -decía Moyano- la misma historia bajo distintas obras. Los tíos no son una obsesión sino un intentar explicar muchas cosas que quedaron sin final en mi pasado. Hace ya tiempo le pregunté a mi hermana si mi tío Antonio, el más terrible de todos, no había hecho nunca nada normal. Me respondió que siempre había sido cruel. Entonces me puse a escribir “La lombriz”, pero como no pude encontrarle nada bueno con este cuento, tuve que inventarme “Mi tío sonreía en Navidad”. Yo le hallé asidero a la creación literaria ahí, buscándole un sentido a mi tío Antonio. Desde entonces creo que he escrito, más que por un goce estético, por necesidad de saber algo más”. También en los cuentos de El fuego interrumpido como, por ejemplo, en “La espera”, vuelve a aparecer la vertiente social configurada por la marginación, y la afectiva representada por el niño solo que espera a su padre y observa desde su entorno periférico las luces de la ciudad que, por desplazamiento, simbolizan la figura paterna. Figura que se reitera de manera siempre fragmentada en buena parte de su obra y reaparece en un juego de espejos, confundidos padre y carcelero, en uno de sus cuentos más perfectos y conmovedores escrito en el exilio: “Desde los parques”. Es el cuento que reúne todas las obsesiones de Moyano y casi todos los temas que dan cuerpo y sustancia a su obra. De alguna manera, es un compendio de sus preocupaciones fundamentales y estilísticas. En él asoma otra vez la infancia como lugar utópico, como paraíso inalcanzable y también como infierno. Hay otra inflexión en su obra que apunta igualmente al concepto de marginalidad y que está presente en aquellos relatos de línea kafkiana en los que se recrean ambientes sociales asfixiantes, donde el individuo está sujeto a designios externos a sí mismo y despojado del poder de decidir su propio destino. Extrañamiento, incomunicación, precariedad, provisionalidad y sometimiento a un “otro” o terror de encontrarse con ese otro también monstruoso, son constantes sobre las que se construyen cuentos como “Nochebuena”, “Una guitarra para Julián” y “El rescate”. Tanto en sus relatos como en sus novelas, el realismo narrativo de Moyano se desprende de la pretensión meramente testimonial o de la tendencia a reproducir ámbitos y cosas que caracterizan al realismo tradicional para teñirse de un registro alegórico. Como los grandes narradores, Moyano procede -como señala Roa Bastos- “por excavación y no por acumulación, por la creación de atmósferas, de cierto clima mental y espiritual, más que por el abigarrado tratamiento de la anécdota”. Su escritura, que guarda prudencial distancia de los tópicos del relato clásico regionalista como asimismo de las complejidades de las vanguardias, se caracteriza por una sobriedad en cuanto a procedimientos formales que hacen de su manera de contar todo un estilo. “Procuro que mis palabras -decía- se sostengan en verdades auditivas o sonoras, iguales a las que soporta la música”. Ciertamente, sus verdades estructurales son contundentes como las de una melodía, sus páginas casi pueden oírse y leerse como una partitura, un fragmento musical de vida. En este sentido, no resulta caprichoso que Moyano dijera que muchas veces se sentía en una pieza donde está todo eso que llaman literatura y que él llamaba hacer un tratamiento con las palabras para entrar en la vida. Sus abuelos italianos tenían en la Argentina un baúl con objetos de su Italia lejana y recordada. Daniel también guardaba celosamente un baúl mitológico que trasladó de La Rioja a Madrid y conservó hasta su último día, 1 de julio de 1992. Allí se condensaban, como en sus libros, los símbolos del paraíso perdido. El país provisional y el miedo, más que impedimentos para crear, fueron, sin duda, elementos decisivos que detonaron la indagación personal para la construcción de una obra que llegó más allá de lo que el propio Moyano creía. Porque ¿de qué otro lugar sino del miedo, o de qué otra cosa se puede escribir, si no de viajes, crímenes y exilios? Daniel Moyano sabía muy bien que de ciertos viajes no hay regreso. Él mismo decía que Ovidio había demostrado literariamente que no se puede volver ni siquiera volviendo, porque el exilio es irreversible. De estas razones secretas, de estos fundamentos a veces descorazonadores, de la óptica del vencido, precisamente, se nutren sus mejores páginas, que nos revelan el itinerario creativo de una memoria excepcional para vencer el tiempo, los tiempos y el olvido.
Obra narrativa: Artistas de Variedades (cuentos), Editorial Assandri, Córdoba, 1960 El rescate (cuentos), Burnichón Editor, Buenos Aires, 1963 La Lombriz (Cuentos), Nueve 64 Editora, 1964 Una luz muy lejana (novela), Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1966 El fuego interrumpido (cuentos), Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1967 El monstruo y otros cuentos (cuentos) Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1967 El oscuro (novela), Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1968 Mi música es para esta gente, Monte Avila Editores, Caracas 1970 El estuche del cocodrilo ( cuentos), Ediciones del Sol, Buenos Aires, 1974 El trino del diablo, (Novela), Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1974 El vuelo del Tigre (novela), Editorial Legasa, Madrid, 1981 La espera y otros cuentos (cuentos) Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1982. Libro de navíos y borrascas (novela) Editorial Legasa, Buenos Aires, 1983 Tres golpes de timbal (novela), Editorial Alfaguara, Madrid, 1989 Un silencio de corchea. Relatos. Daniel Moyano, Ediciones KRK, Madrid, 1999. Dónde estás con tus ojos celestes. Novela. Daniel Moyano, editorial Gárgola, Buenos Aires, 2005 |
viernes, 18 de enero de 2008
La transterrada historia de Daniel Moyano (Reina Roffé)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario