viernes, 13 de abril de 2007

Oswaldo de Rivero

Potencias sin poder

    Oswaldo de Rivero*



La situación del mundo en el siglo XXI es paradójica. Se integra globalmente por procesos productivos, corrientes comerciales, flujos financieros, el transporte aéreo, el progreso de las telecomunicaciones por satélite e Internet, y a la vez, se fragmenta por el incremento de la desigualdad social, conflictos civiles, étnicos, religiosos, genocidios, terrorismo, delincuencia global, proliferación nuclear, degradación ecológica y cambio climático.

En un mundo fragmentado como el que estamos viendo surgir, ninguna potencia, por más poderosa que sea, podrá unilateralmente poner orden. Estamos, así, frente al comienzo de una suerte de vacío de poder global. Hoy los grandes arsenales nucleares que tienen Estados Unidos y Rusia y los medianos con que cuentan Gran Bretaña, Francia y China han perdido su sentido estratégico debido a que estas turbulencias sociopolíticas y ecológicas globales no se resuelven con disuasión nuclear.

El mundo es hoy caótico. Tenemos conflictos desde los Balcanes hasta el centro de Asia, pasando por el Cáucaso y el Golfo Pérsico. Esta última región, nada menos que la principal abastecedora de energía del mundo, se desestabiliza con el conflicto en Irak, el surgimiento de un Irán nuclear y el descontento creciente en Arabia Saudita. Además, todos estos conflictos, que envuelven poblaciones musulmanas, se conectan y se inflaman con el conflicto Israelí-palestino. En África, se diseminan la guerra civil, las hambrunas y los genocidios, mientras que en América Latina la pobreza no se reduce, colapsa Haití, el conflicto civil colombiano no se abate y surgen fuertes reivindicaciones sociales y étnicas en los países andinos. Finalmente, el terrorismo se globaliza, golpea países del Asia, del Oriente Medio, del Cáucaso, Rusia y Europa, al mismo tiempo que la proliferación de armas nucleares es un hecho en India, Pakistán, Corea del Norte y muy probablemente en Irán. A todos estos conflictos y estallidos de guerras civiles y proliferación nuclear se unen el terrorismo global y la gran delincuencia transnacional del tráfico de drogas, armas y personas.

Frente a este mundo caótico y violento, la superpotencia estadounidense con sus siete flotas y decenas de bases militares y aéreas por todo el mundo ha probado que no tiene suficiente poder para crear una pax americana. En efecto, los insanos actos terroristas del 11 de septiembre de 2001 contra Nueva York y Washington D. C. evidenciaron que Estados Unidos es vulnerable a ataques terroristas que son difíciles de disuadir, pues las entidades terroristas no tienen territorio, ni comando supremo y además están compuestas por células inconexas dispersas clandestinamente por todo el globo.

La victoria militar de Estados Unidos sobre los harapientos y fanáticos talibanes y las mal equipadas fuerzas armadas de Saddam Hussein logró derribar los regímenes odiosos de Kabul y Bagdad, pero no ha resuelto el problema de la amenaza terrorista en el territorio estadounidense. En la llamada «guerra contra el terrorismo» es más fácil derrocar regímenes tiránicos que dar seguridad a los ciudadanos de Nueva York o Los Ángeles contra futuros atentados terroristas. Además, los cambios de regímenes en Afganistán e Irak tampoco son una garantía de que estos dos países islámicos se conviertan en verdaderas democracias aliadas de Estados Unidos. Afganistán es hoy un narco-Estado dominado por señores de la guerra, e Irak no es otra cosa que una entidad caótica ingobernable. El poder militar de Estados Unidos ha logrado así victorias sin triunfos políticos.

Niall Ferguson, uno de los más ilustres historiadores británicos y profesor de la Universidad de Nueva York, en su reciente y famoso libro Colossus afirma con ironía anglosajona que Estados Unidos, a diferencia del Imperio Británico, carece lamentablemente de «Imperial Governance». Ferguson considera que el coloso estadounidense tiene tres déficits estructurales imperiales. El primero es su dependencia del capital extranjero para financiar su sociedad de excesivo consumo, que se refleja hoy en una colosal deuda externa y en un megadéficit fiscal que está haciendo perder la confianza en el dólar. El segundo déficit imperial se debe a que las fuerzas armadas estadounidenses, formadas por voluntarios, luego de las intervenciones en Afganistán e Irak están sobreextendidas y no encuentran reemplazos suficientes. Finalmente, el tercer déficit imperial es cultural y consiste en la poca resistencia de la sociedad estadounidense a intervenciones militares largas y costosas en vidas.

Otros destacados académicos internacionales como Paul Kennedy y Joseph Nye consideran que el poder militar de Estados Unidos no es eficaz para enfrentar las amenazas del siglo XXI. Según ellos, no es posible hacer frente al terrorismo, a la proliferación nuclear, al narcotráfico, al tráfico de personas y de armas, a los graves problemas ambientales y la enorme pobreza mundial con portaviones, misiles crucero, bombas láser y marines. Asimismo, el profesor Samuel Huntington afirma que hoy la situación del mundo es demasiado complicada para ser controlada por Estados Unidos como un sheriff solitario.

Hoy, Estados Unidos y todas las potencias occidentales democráticas, que son las únicas que tendrían capacidad para poner orden en el mundo, tienen enormes problemas para intervenir militarmente, no por falta de ambición política, sino como consecuencia de un problema de civilización. Sus sociedades de consumo fundadas en la gratificación material instantánea no aceptan sacrificios para enmendar entuertos en regiones pobres y alejadas. A los políticos de las grandes potencias democráticas les es casi imposible vender la idea de que es necesario participar en las «intervenciones humanitarias» de Naciones Unidas. Su electorado no está dispuesto a sacrificar la vida de sus hijos y pagar más impuestos para establecer un nuevo orden mundial. La sola idea de ver a sus soldados regresar en bolsas de plástico aterra a sus gobiernos, por el castigo que podría tener ello más tarde en las urnas. Como resultado de esta situación, los gobiernos de las grandes potencias occidentales, incluyendo Estados Unidos, son extremadamente prudentes en embarcarse en las pacificaciones humanitarias de Naciones Unidas, razón por la cual estas se hacen ahora con tropas de países subdesarrollados mal equipadas.

Actualmente, las potencias más capaces para poner orden no funcionan y, en consecuencia, tampoco funcionan las operaciones de paz de Naciones Unidas. La respuesta de Estados Unidos y de las grandes potencias occidentales ante las violaciones masivas de los derechos humanos es siempre una combinación de indignación con extrema prudencia que disfraza su falta de poder para intervenir. Esta es la causa principal de la disfunción de Naciones Unidas, que se ignora o se quiere ignorar criticándose a la Organización como si esta fuera, en sí misma, una gran potencia mundial y no el reflejo de las políticas de potencias sin poder. El más reciente ejemplo de este déficit de poder mundial es la inacción de las grandes potencias del Consejo de Seguridad frente al genocidio de Dorfur.

Si se quiere tener una visión realista del poder mundial, el concepto de la unipolaridad merece ser revisado. Desde el colapso de la Unión Soviética se ha difundido una imagen, más periodística que real, de unos Estados Unidos omnipotentes, imperiales. En la realidad no ha habido ni omnipotencia ni imperio, solo un corto periodo de unipolaridad que terminó con Irak y cuando Estados Unidos volvió al Consejo de Seguridad pidiendo apoyo multilateral para aliviar el infierno creado por su ocupación. Más bien, lo que ha habido, como dice Ferguson, ha sido incapacidad imperial para gobernar Afganistán e Irak y, con ello, una erosión del poder estratégico global estadounidense debido a la sobreextensión de sus fuerzas armadas voluntarias, que no reclutan como antes, y al aumento peligroso de su megadéficit fiscal, que ha hecho que el dólar se devalúe notablemente. Estos hechos prueban hoy los límites del poder unilateral estadounidense. Con mucha razón, el conocido especialista en seguridad internacional Zbigniew Brzezinski ha dicho: «No confundamos preponderancia con omnipotencia».

Estados Unidos sigue siendo una superpotencia, pero no es un imperio, y su acción unilateral tiene serios límites: se ha probado que no puede actuar como un sheriff solitario. Entonces, el poder en el mundo no es hoy unipolar. Este hecho tampoco debe llevarnos a pasar de una utopía unipolar a una utopía multipolar, porque Francia, Alemania, Japón, Rusia, China o la India, ni juntas ni separadas, pueden ejercer un balance multipolar de poder frente a la superpotencia estadounidense. Hoy, en vez de unipolaridad o multipolaridad, lo que hay es un gran déficit de poder mundial. Las grandes potencias brillan por su impotencia frente a un mundo caótico y fragmentado por la pobreza, el cambio climático, las guerras civiles, el terrorismo, el genocidio, la proliferación nuclear y el tráfico de drogas, personas y armas.

Este déficit de poder mundial nos estaría llevando hacia una era geopolítica nueva, en la que el ocaso de los Estados Naciones, incluyendo los más poderosos, impide la emergencia de un mundo unipolar o multipolar; una era en la que comienza lentamente a emerger una suerte de apolaridad. Es decir, un mundo sin sheriff y sin balance multipolar de poder, un mundo en el que surgen, cada vez más, poderosos actores No-Estatales, enormes conglomerados transnacionales que dominan casi todas las actividades económicas globales; organizaciones delincuenciales transnacionales del terror, la droga, el tráfico de personas y armas; y poderosas organizaciones globales de la sociedad civil que luchan por una globalización sin exclusión social y sin degradación ecológica.

Los límites del poder de los Estados más poderosos y el surgimiento de poderosos actores globales No-Estatales, parecen indicar que estamos entrando a un mundo apolar, de potencias sin poder, donde la humanidad, después de cuatrocientos años, comienza a vivir nuevamente más allá del Estado Nación.

desco / Revista Quehacer Nro. 153 / Mar – Abr. 2005

No hay comentarios: