viernes, 13 de abril de 2007

Antonio Di Benedetto

La posteridad merecida de Di Benedetto



BABELIA - 10-03-2007

"Es uno de los pocos escritores que ha sabido elaborar un estilo propio, fundado en la exactitud y en la economía". Esto dijo Juan José Saer de su compatriota argentino Antonio Di Benedetto. Una definición del manejo artístico y gran sensibilidad que el narrador hace de la palabra. El volumen que ahora se edita reúne cuentos conocidos e inéditos y un texto autobiográfico. Acertada recuperación de una de las figuras menos conocidas de las letras latinoamericanas. Hasta hace pocos años, Antonio Di Benedetto (Mendoza, 1922- Buenos Aires, 1986) pasaba como una figura gris a la que, como por distracción, le había salido una novela admirable, Zama (1956), sublime síncopa de nouveau roman alentado en el virreinato del Río de la Plata. Una suma de motivos velaron largamente la enorme dimensión del conjunto de su obra: la ubicación excéntrica, primero en Mendoza -en el profundo interior argentino-, alejado sin embargo del entusiasmo regionalista extendido por entonces; después en Europa, en un exilio absurdo y cruel, durante los setenta; finalmente, en una Buenos Aires hostil o indiferente hasta su muerte. Di Benedetto desarrolló además un talento especial para entorpecer y casi boicotear la edición de sus obras -como expone con nitidez Julio Premat en el prólogo a este volumen-, que esperaban la posteridad para poder brindarse cuidada y dignamente. La relectura reciente de sus otras novelas, como El silenciero (1964, reeditada en España en 1982 como El hacedor de silencio y con su título original, por Adriana Hidalgo, en 1999) o Los suicidas (1969, 2006), enseñó que Di Benedetto era mucho más que una inspiración accidental: un escritor de una conciencia formal extraordinaria, que buscó sacarle a la prosa en castellano aquello que menos parece dispuesta a entregar: la palabra suficiente, reactiva a arroparse de sobreabundancia.

La presente edición reúne,
además de los seis libros de cuentos publicados en vida del autor -Mundo animal (1953), Cuentos claros (1957), Declinación y Ángel (1958), El cariño de los tontos (1961), Absurdos (1978) y Cuentos del exilio (1983), algunos de los cuales ya habían sido reeditados en volumen separado-, una sección de relatos que Di Benedetto reescribió y otra de cuentos inéditos. Además, recupera un texto autobiográfico y dos prólogos escritos para recopilaciones que nunca llegaron a publicarse. Di Benedetto recuerda a Rulfo, pero con menos fantasmas; a Horacio Quiroga, sin anegarse en sangre; a Juan José Saer -quien dijo de él: "Es uno de los pocos escritores que ha sabido elaborar un estilo propio, fundado en la exactitud y en la economía"-, aunque sin la recurrencia a un mundo de origen que despliegue su perpetua espiral. En Argentina, fuera de Borges, dos escritores significativos corrieron el riesgo de ejercer un estilo deliberado hacia la exactitud: Bioy Casares y Di Benedetto. Y donde Bioy resulta irritante y hasta pueril en la apuesta por clavar el adjetivo, Di Benedetto alcanza la gloria sustantiva. Su estilo, como dejaba entender el título de una de sus novelas, contiene el silencio como aire respirado por las palabras, el momento callado que es el turno de la inteligencia del lector. Di Benedetto es un artista de la elisión no sólo porque ahorra palabras, no sólo porque muestra qué malos administradores de palabras son la mayoría de los narradores, sino porque obtiene su fuerza en aquello que, suspendido en la expectativa de lo no dicho, da densidad doble y triple a la frase, y simbolismo consistente al relato. En este sentido, Di Benedetto es un escritor monstruoso -pues exhibe esa naturalidad que, en el arte, no es sino resultado del más depurado artificio-. Como, en paralelo, sus cuentos están llenos de bichos: de esos animales que, en América, eran todavía, hasta no hace mucho, una parte muy visible del paisaje. En primer lugar, los caballos: hay al menos dos cuentos geniales centrados en ellos: Caballo en el salitral y Aballay. El primero es el registro minucioso, impactante, de la vida postrera de una bestia de tiro que queda aprisionada en las varas de su carro después de que a su amo lo fulmine un rayo. Aballay -35 páginas que se leen con sorpresa indeclinable- cuenta la historia de un insospechado gaucho estilita: un hombre que, tras escuchar el sermón de un cura rural en la Argentina del siglo XIX, se prescribe la penitencia propia (pues Aballay "debe una muerte"): no bajarse nunca más de su cabalgadura. Aballay es la suma del Simeón de Buñuel y del Quijote, es el heredero de Martín Fierro cruzado con el Sísifo de Camus (la influencia del existencialismo está muy bien estudiada por Jimena Néspolo: Ejercicios de pudor, sujeto y escritura en Antonio Di Benedetto, Adriana Hidalgo, 2004). En manos de un escritor menos dotado, la lengua de Aballay habría decaído en costumbrismo y regodeo local; Di Benedetto hace, con su insuperada sensibilidad para la palabra y el periodo, que ese idioma suene clásico y fresco, universal y argentino al mismo tiempo. Mucho se ha debatido acer
ca de la exigencia mayor o menor del cuento con respecto a la novela. Antes o después de cualquier discusión sobre el género, estos Cuentos completos de Di Benedetto reúnen páginas destinadas a fijarse con persistencia en el canon de la mejor literatura en castellano del siglo XX.


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