miércoles, 15 de abril de 2015

El desafio electoral y sus protagonistas (Por Omar N. Livigni)



 La conformación de las formulas para gobernador y vice y las respectivas listas de candidatos a legisladores de los distintos partidos han decidido y presentado a los principales protagonistas del desafío electoral, que con posterioridad de los comicios del 3 de mayo para dirimir la situaciones municipales, obligarán nuevamente a los rionegrinos el 14 de junio para ejercer nuevamente el derecho constitucional de elegir y ser elegidos.

Sin dudas que los mismos prolegómenos pre electorales indican que no se trata de un capítulo más de la historia democrática que nos ha tocado vivir a los rionegrinos, sino que constituye un momento de especiales singularidades.

Así lo indica, por ejemplo, el surgimiento -otra vez- de una fuerza política inspirada y conformada desde los niveles mas importantes del estado provincial, como es “Juntos Somos Río Negro”, liderada por el propio gobernador Alberto Weretilneck, quien aspira a la reelección acompañado como vice por Pedro Pesatti, seguramente uno de sus actuales funcionarios más allegados y hombre de consulta.

Esta presencia no computada por la comunidad política rionegrina tiene vigencia en todo el territorio provincial y se ha nutrido levantando banderas federalistas y de integración territorial, de comprovincianos independientes provenientes de otras corrientes pre existentes como el justicialismo y el radicalismo.

Estas dos últimas agrupaciones, son las que han sufrido resonantes fugas con destino hacia otros vehículos de opinión.

En este aspecto el fenómeno más notable es el Partido Provincial Rionegrino fundado por el gobernador Roberto V. Requeijo, que fue literalmente fagocitado por el PRO de Mauricio Macri a través un acuerdo de fusión consensuado por los dirigentes provinciales y capitalinos que lidera el jefe de gobierno de la ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Obviamente se trató de una exitosa operación del “macrismo” que sin mayores esfuerzos se adueñó de una fuerza ya instalada con casi 40 años en el escenario institucional y con indiscutible arraigo.

Sobre esa base, y con la expectativa que brinda la imagen de Mauricio Macri multiplicada al infinito por los grandes medios de comunicación metropolitanos, lograron la sumatoria de militantes y dirigentes de otros sectores, entre ellos de los radicales Mario De Rege y Susana Yappert, convertidos hoy en integrantes del binomio para gobernador y vice, respectivamente.

Además de De Rege, ex vicegobernador y ex legislador provincial de la UCR, otros “boinas blancas”, tomaron el mismo camino como el ex ministro de Gobierno y ex ministro de Economía José Luis Rodríguez y el ex titular del Tribunal de Cuentas Pedro Casariego.

En este esquema descriptivo debe incluirse al Frente Progresistas, constituido por el ARI y el Partido Socialista, que consolidó un acuerdo con el intendente radical de Viedma José Luis Foulkes, que va por su reelección en Viedma, pero que no se pudo concretar con la conducción provincial de la Unión Cívica Radical. El Frente Progresista es considerado un importante emergente en el plano de las agrupaciones rionegrinas ya que obtuvo 90.000 votos en las elecciones del 2013, relegando al segundo lugar a la UCR.

El artífice casi exclusivo de ese logro fue la ex legisladora provincial del ARI Magdalena Odarda quien con un persistente trabajo y militancia en la geografía provincial logró esos guarismos electorales y acceder a una banca en el senado de la nación.

Odarda ahora es candidata a gobernadora y lleva como compañero de fórmula al ex gobernador y ex titular del bloque de legisladores radical Bautista Mendioroz. Este último es el referente del denominado “sector Blanco” de la UCR que siguió los lineamientos de la convención de Gualeguaychú.

Mendioroz no emigró solo, sino que llevó consigo a sus pares Leonardo Ballester y Daniela Agostino, para reencontrarse allí con Jorge Ocampos, actual legislador provincial por el ARI y ex diputado nacional de la UCR y ex intendente de Cipolletti. El “independizado” bloque legislativo de Mendioroz lleva el nombre de Raúl Alfonsín.

Por su parte la UCR de Río Negro asistirá al comicio de 14 de junio con la tradicional Lista 3, dejando atrás casi toda una tradición de concurrir a elecciones convertida en el vértice de distintas alianzas, que le permitieron conservar el poder durante gran parte de los 28 años que estuvo al frente de la gobernación -únicamente fue como partido único en la elección de 1983 que convirtió en gobernador a Osvaldo A. Guerrero y en 1987 encabezando y ganando la elección Horacio Masaccessi-.

El radicalismo tomo esa decisión de recuperar su individualidad partidaria en la convención de Darwin. Esos hechos y otros antiguos problemas irresueltos aceleraron el pase de otros legisladores radicales como Adrián Casadei, y Marta Milesi al partido “Juntos Somos Rio Negro” del gobernador Alberto Weretilneck.

El candidato a gobernador será el-ex mandatario Horacio Massaccesi, quien a su vez es titular del comité provincia, y como vicepresidente lo acompañara Natalia Hermida una conocida y joven abogada de San Antonio. Massaccesi ha asumido una gran responsabilidad de convertirse en timonel del radicalismo en estos momentos surcado todavía por graves enfrentamientos internos y líneas que todavía preservan un estado beligerante entre sí cuya acción no se ha podido morigerar. Y es así que el actual presidente de la UCR dice con razón que controlar y armonizar todos estos conflictos y controversias es más difícil que conducir la campaña misma.

Pero es optimista al fin y confía en lograr una buena elección aumentando el número de municipios que hoy tiene la UCR y obtener cinco o seis legisladores para colocar a la UCR en el rumbo exacto y llegar pronto nuevamente a la gobernación.

Massaccesi estuvo muy critico y duro con los radicales que se fueron del partido afirmando “que están tratando de acomodarse como pueden”. “A cada uno le fue mal en el radicalismo y algunos han vivido mas de treinta años en la UCR y nunca han pagado un teléfono y quieren conseguir que alguien corra con el gasto”.

En esta discusión entre radicales también participó, desde fuera de los limite del partido, el Dr. Julio Raúl Rajneri, director del diario “Río Negro” con una prolongada trayectoria política en las filas del partido, habiendo sido legislador provincial, ministro de gobierno y posteriormente ministro de Educación en la gestión presidencial del Dr. Raúl Alfonsín.

El mensaje de Rajneri desde el matutino roquense en un artículo editorial dirigido a los radicales que se incorporaron al Frente Progresista y PRO, titulado con elegante ironía, “Bienvenidos al capitalismo ”, dice así: “….la decisión del radicalismo de compartir el espacio con una fuerza centrista, claramente definida en torno a una economía liberal abre una esperanza. Es posible que una parte de sus seguidores mas dogmáticos opte por alejarse del centenario partido, pero la gran mayoría de sus votantes se van a sentir cómodos en el nuevo escenario y el país va a resultar favorecido con los valores esenciales de la democracia , que abandone las tentaciones populistas y la ambigüedad del pasado y se ubique en el rol que incluso los socialistas europeos juegan y aceptan el mundo entero”.

En otro orden, la nomina de los candidatos a legisladores de la lista sabana de la UCR la encabeza Darío Berardi, seguido por Beatriz Susana Minio y Cesar Barbeito (ex candidato a gobernador en el 2011). Circuito Alto Valle Este: María Ros Pulgini, Gerardo Perticone y Vanesa Ruiz. A. Valle Oeste: Daniel Bergero, Gimena Meier y Alejandro Paredes. Alto Valle Centro: Antonio Roberto Fieg, Marta Susana Romero y Claudio García. Circuito Valle Inferior Fernando Ruiz, Laura Ramos y Gastón Marraco. Circuito Atlántico Natali Hermida, Carlos Duorzack y Maria Ayelén Santiago. Circuito Línea Sur Soraya Yahuar, Pedro Fabián Nancucheo y Romina Inés Gásquez. Circuito Andino: Víctor Hugo Oyarzo, Natalia Karavasilis y Roberto Ríos.

La junta electoral partidaria informo que en el Circuito Valle Medio habrá elecciones internas, disputando por el primer lugar el ex intendente de Rio Colorado Juan Villalba y Roberto Guidi. La junta electoral no hizo lugar a los reclamos e impugnaciones presentadas por el concejal viedmense Federico Díaz de la lista “Contracorriente”, pidiendo internas en el sector juventud.

Por otro lado el Justicialismo nave insignia del Frente para la Victoria, que también integra el Frente Grande, es uno de los aspirantes con serias posibilidades de resultar triunfador el 14 de junio tiene como líder, presidente del partido y candidato al senador nacional Miguel Pichetto, actual titular de la bancada oficialista en la cámara alta del congreso de la nación. Apoyó y compartió los primeros tramos de la administración del gobernador Weretilneck. Después del fallecimiento de Carlos Soria cada uno de estos dirigentes eligió un camino propio y ahora son francos adversarios enfrentados en distintos proyectos políticos y también en la disputa por la gobernación de Río Negro en los comicios venideros

Pichetto logró superar dificultades internas con el intendente de General Roca Martín Soria, y con gran esfuerzo y mediación nacional logró superar esas disidencias y unificar al peronismo habiendo elegido como compañera de fórmula a Ana Piccinini una conocida ex legisladora radical. Ha explicitado en reiteradas oportunidades que quiere gobernar la provincia durante un solo período de cuatro años para ordenar el Estado y poner en marcha planes para incentivar la producción en el secano y los valles irrigados, y poner especial atención en la extracción de petróleo, gas y la minería
Viene cumpliendo una activa campaña preelectoral que es acompañada por la frecuente llegada de figuras nacionales como ministros y otros altos funcionarios nacionales, previéndose una próxima llegada en su apoyo de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, quien en la oportunidad visitará la planta de la CNEA en Pilcaniyeu donde se esta enriqueciendo uranio en forma experimental.
Pichetto hostiga cuando puede a Weretilneck y dice que el no está compitiendo con el partido del gobierno sino con la candidata del Frente Progresista Magdalena Odarda del Frente Progresista.

Cuestiona asimismo al partido oficialista “Juntos Somos Río Negro”, porque "esas agrupaciones federalista responden a otra época histórica del país y hoy atrasa ya que hasta el partido neuquino de los Sapag no deja de tener vasos comunicantes y excelentes relaciones con el gobierno nacional con el gobierno central”, suele decir.

Cumplidas distintas y trabajosas jornadas el justicialismo y sus socios del Frente para la Victoria lograron conciliar voluntades y armar las listas de candidatos a legisladores provinciales: En los primeros lugares de la sábana figura Anahí Tapattá, Ariel Rivero, Alfonso Ramos Mejía y Elvin Williams. Circuito Valle Medio: María Maldonado, Carlos Pìlotti. Circuito Atlántico: Javier Iud y Ignacio Holacz. Circuito Valle Inferior: Mario Sabbatella, Angela Vicidómini y Edgardo Vargas. Alto Valle Este: Luis Albrieu, Matilde Vergara. Circuito Línea Sur: Alejandro Marinao, Dina Ziljstra. Circuito Alto Valle Centro: Marta Risotto y Gabriel Montanaro. Circuito Andino: Jorge Vallaza y Dona Guzmán. Alto Valle Oeste: Marcelo Mango.

Mientras tanto a pesar de los anuncios del vicegobernador Pedro Pesatti de que el gobierno empezará la campaña con un acto político en el Alto Valle, especialmente el gobernador Alberto Weretilneck viene actuando desde hace meses como un verdadero candidato en gira proselitista teniendo contacto todos los días con intendentes, integrantes de comisiones de fomento, asociaciones, clubes, entidades de productores, etc., entregando subsidios y recursos estatales. Weretilneck ha visitado toda la geografía rionegrina, especialmente las localidades medianas y los pueblos y parajes.

En esos escenarios concilia la actividad oficial con la técnica del abrazo, la charla, el saludo, que forman parte de la vocación del dirigente conocedor de que los votos “se obtienen de a uno”.

Y la presencia seguida del gobernador, que significa que tiene en cuenta a los pobladores de ese determinado lugar, principalmente si se trata de la fiesta aniversario, donde la efeméride alcanza una muy especial relevancia”.

En este tránsito electoral Weretilneck está levantando la voz y cada vez que puede cruza con algún juicio crítico al senador Pichetto, tanto en el manejo de la interna peronista, como haciendo referencia a su sujeción al gobierno central.

“Nosotros no tenemos que pedirle permiso a nadie” dice Weretilneck, que por otra parte tiene los números de la provincia controlados y anda con una faltriquera colmada por los recursos provenientes de la renegociación de los contratos petroleros. Además, cuando cuadra apunta sus cañones contra el gobierno nacional como en el caso reciente de las garrafas subsidiadas.

En cambio es muy prudente en todo lo que se requiere a su vinculo tan especial y personalísimo con el líder del partido Renovador Sergio Massa cuyas acciones están bajando sensiblemente en el panorama nacional, a tal punto que no ha podido arrimar a ningún otro gobernador a su proyecto presidencial, mientras se alejan de su lado algunos caudillos, como Oscar Posse, hijo del legendario intendente de San Isidro.

Weretilneck, asumió la total responsabilidad de armar las listas del oficialismo, y seleccionó personalmente a cada candidato, así como de la misma manera dejó afuera de las nóminas a otros, como ocurre cada vez que hay cumplir con este rito insoslayable. Por ejemplo el noveno lugar no dejó contentos a los dirigentes de “Unidos por Río Negro” que aspiraba a un lugar seguro para acceder a la banca legislativa.

En un acto celebrado en General Roca, con la presencia de mas de quinientas personas el gobernador presentó las listas que expresan con fidelidad la interesante tarea de reclutamiento pluripartidario y sectorial que se fue realizando y que en muchos casos constituyen la columna vertebral de “Juntos por Río Negro”.

La lista sabana será encabezada por el actual legislador Facundo López, seguido por los también legisladores Arabella Carreras y Tania Lastra. El secretario general del gremio de la fruta a Rubén López, la titular de la bancada de legisladores Roxana Fernández y el actual ministro Ricardo Arroyo. También figuran en esa lista Silvana Larralde, Miguel Vidal, Leandro Lezcasno , Silvia Paz, Marta Milesi, José Liguén, María Gemignani, Marcelino Jerez, Claudia Obligado, Jorge Daniel Varela, y Griselda Castillo. En los circuitos van por el Alto Valle Alejandro Palmieri, Norma Coronel y Suyai Urrutia. Alto Valle Oeste: Elvi Cides y Viviana Jermaier. Alto Valle Este: Oscar Díaz y Silvia Morales. Valle Medio: Juan Carlos Apud, Risa Hinchansandague y Leandro Tozzi. Valle Inferior Rodolfo Cufré y Graciela Valdebenito. Atlántico Adrián Casadei y Analía Soriano. Línea Sur Sandra Recalt y Marisol Aguirre y por el Andino Alfredo Martín y María Eugenia Domínguez.

Es decir que, ante el Frente para la Victoria -que según Pichetto es un triunfador por anticipado- se encuentran otras expresiones del no peronismo como la Unión Cívica Radical, el Frente Progresista y el PRO, y la oficialista “Unidos por Río Negro” con un gran componente justicialista: una oferta electoral amplia y variada.

Un dato a favor del FpV –que posee un piso más que interesante en cada elección- es que tendrá que competir con una realidad que favorece la dispersión del voto.

Hay además algunas incógnitas como cuál es en realidad la fuerza electoral del partido oficialista que en algunas encuestas figura en primer lugar y en otra en el segundo, si Magdalena Odarda tiene verdaderas chances a favor considerando la perfomance del 2013 y la sumatoria de sectores de la UCR y en qué medida podrá recuperarse la UCR –Lista 3- de la debacle que la eyectó del poder después de 28 años.

En cuanto al PRO, mas allá de saber si sumará votos a los tradicionales del ex PPR, comprobar cuál es la influencia del PRO nacional y la imagen de Mauricio Macri, en beneficio de su réplica rionegrina, que hoy a priori aparece como gravitante. De todas maneras el veredicto final lo tienen los rionegrinos que el 14 de junio concurrirán a las urnas.

Licitaran áreas petroleras antes de los comicios

Las autoridades provinciales están considerando con los funcionarios de Energía e Hidrocarburos la posibilidad de licitar todas las áreas petroleras que se puedan con las mismas condiciones con las se negoció en diciembre ultimo, es decir que significará para las empresas que se presenten compromisos de inversión, explotación, y perforación y un plan de remediación ambiental y un bono de ingreso que se gira directamente al tesoro provincial.

Se estima que el proceso estará cerrado antes de las elecciones del 14 de junio y que el trámite no tendrá los inconvenientes de la renegociación en la legislatura y tampoco mayores oposiciones.

Según afirmación del suplemento de “Energía” del diario Río Negro del sábado en relación con la licitación de las áreas, el criterio es avanzar con una propuesta para que se realice en una única ronda todo el paquete de áreas a negociar, entre las que se encuentran Catriel. Oeste y Puesto Prado de Cic, Rinconada, y Puesto Morales, de Madalena. Medianera, Catriel Viejo y Tres Nidos operadas por Medanito, Puesto Flores y Estancia Vieja en manos de Chevron y Loma Montosa Oeste y Centro Oeste, y Centro Este operadas por Petróleos Sudamericanos.

Precisamente días pasados el gobernador Weretilneck había visitado yacimientos que opera la empresa Entre Lomas, y había comentado los trabajos de esa empresa y la inversión que viene realizando en la perforación de 24 pozos.

Por su parte el titular de CASEPE, Ramiro Arceo informo a la agencia APP que las firmas locales auxiliares de las petroleras están reclamando que se constituya la Comisión de Seguimiento que establece la ley 4018, que aún no se ha cumplimentado y que se respete las exigencias que las petroleras deben contratar mano de obra local. Destaco Arceo, falta aún que los bloques legislativos designen sus representes para integrar dicha comisión.

Sobre otros temas vinculados con la industria petrolera formulo declaraciones a Radio Nativa el legislador Ariel Rivero del Frente para la Victoria, señalando que las áreas de Petrobrás en la zona de Catriel no registran ninguna actividad extractiva, porque no invierten, y que además ha desaparecido un horno pirolítico de la misma empresa que se utiliza para preservar el medio ambiente y que sobre la cuestión elevó un pedido de informes a la legislatura para que respondan las autoridades de Energía.

Viedma y los candidatos a la gobernación

La reciente nominación de Mario De Rege como candidato a gobernador por el PRO reactualizó una vez mas una curiosa historia que es muy llamativa y se sigue repitiendo con dirigentes políticos de Viedma que son postulados para ese cargo.

El primero de ellos fue el primer gobernador constitucional DR. Edgardo Castello que ejerció el poder entre 1958 y1962. En ese mismo tiempo y en aquellas elecciones otro candidato de Viedma para la gobernación fue el Ing. Adalberto T. Pagano en representación del Partido Demócrata de Río Negro, como se denominaban por entonces los conservadores. Pagano ya había sido gobernador del Territorio Nacional del Río y estuvo al frente de sus destinos entre 1932 y 1943, radicándose en Viedma donde falleció muchos años después.

En ese mismo comicio también se presentó como candidato a gobernador el Dr. Roberto De Rege, después senador nacional por el Partido Demócrata Cristiano. Por esa misma agrupación política también encabezó la boleta como candidato a gobernador el Dr. Edgardo Bagli ex ministro Gobierno y Secretario de Derechos Humanos de la provincia.

Posteriormente otro hijo de Viedma el justicialista Remo Costanzo intento llegar a la gobernación por tres veces consecutivas y ahora el nominado es Mario De Rege por el PRO.

Una casualidad histórica, pero también el resultado de la intensa vida política que tiene Viedma desde la llegada del primer gobernador de la Patagonia, el Coronel Alvaro Barros en 1879 que puso en marcha ese año a la primera municipalidad de la Patagonia.

Tampoco pueden faltar en estas referencias ni Horacio Massaccesi ex gobernador y ahora candidato de la UCR que nació en Villa Regina pero ahora es un viedmense más, una situación parecida a la de Miguel Pichetto, candidato a gobernador por el Frente para la Victoria, nativo de Temperley recaló en Sierra Grande y después se afincó y trabajó como abogado en Viedma, donde se lo considera otro hijo adoptivo de esta vieja ciudad capital.

Otro Vaca Narvaja en la Patagonia

Seguramente la familia Vaca Narvaja que pertenece a las mas rancia oligarquía de la mas que cuatro veces centenaria ciudad de Córdoba nunca se hubiera imaginada que uno de sus integrantes resultaría uno de los fundadores en 1890 de la Unión Cívica Radical en la provincia mediterránea. Y mucho menos que uno de sus descendientes Fernando Vaca Narvaja sería montonero en la década del 70 y además el número dos de esa organización guerrillera que dio mucho que hablar.

Es el mismo Fernando Vaca Narvaja que buscando tranquilidad y otros clima menos peligroso a los que se había acostumbrado recaló en Bariloche donde todavía está radicado.

Este Vaca Narvaja fue ministro de Obras Públicas del gobierno de Weretilneck hasta su desvinculación en no muy buenas relaciones con su mentor.

Siguiendo con la familia, no hace muchos meses atrás el diario Clarín informó que en la legislatura de Río Negro, en el área presidencia, durante la gestión de Carlos Peralta como titular se había designado a Gerónimo Vaca Narvaja, hijo de Fernando, con un cargo de asesor-con unos cuantos miles de pesos mensuales. Gerónimo se alejó de Viedma cuando su padre renunció al cargo provincial.

El matutino porteño anticipó que Gerónimo esta nombrado ahora en la Unidad Presidencia de la Casa Rosada y formó pareja con la hija de la presidente Cristina Fernández de Kirchner. (Por Omar N. Livigni - APP)

lunes, 23 de febrero de 2015

Río Negro, los unos y los otros (Por Omar N. Livigni)

Desde hace muchos años no se presentaba una situación política de tanta complejidad como la actual en la provincia de Río Negro, si se toma en cuenta la situación de los partidos mayoritarios como el Justicialismo y la Unión Cívica Radical que han monopolizado la vida pública en los interregnos democráticos desde 1958 en adelante y especialmente desde 1983 hasta aquí.

Ambos viven procesos similares con algunos puntos en común, con la aparición de fuerzas centrifugas que buscan otros ámbitos en disconformidad con sus respectivos niveles de conducción y con la decisión de dejar atrás muy fuertes historias de pertenencia individual y colectiva para enrolarse en nuevos proyectos políticos.

Estos procederes no surgieron por manifestación espontánea, sino que fueron estimulados por factores exógenos. En el caso del peronismo por la prematura muerte del ex gobernador Carlos Soria y la irrupción de Alberto Weretilneck como factor de poder real desde el gobierno y en la UCR por el fortísimo impacto de la derrota electoral del 2011.

Estos hechos son como el anverso y el reverso de una misma moneda. El PJ logró superar sus viejas antinomias, algunas que aparecían como irreconciliables y recuperó la consideración de los rionegrinos, mientras que ese triunfo en las urnas fue un verdadero fin de ciclo para el radicalismo, que debió replegarse a cuarteles de invierno y regresar después de 28 años al duro terreno del llano opositor.

La súbita desaparición de Soria, desalentó las esperanzas del peronismo e hizo que quedara trunco un proyecto que afrontó la campaña electoral victoriosa sin ser suficientemente conocido por la opinión pública y sólo explicitado por algunos enunciados muy genéricos formulados en algún discurso de las nuevas autoridades.

Desaparecido el líder llegó rápidamente la desorientación, la intranquilidad y también las inevitables sospechas. ¿Quién reemplazaría al timonel de grueso vozarrón y frases resonantes? ¿Para donde se dirigiría la nave del estado? ¿Cómo repercutiría la muerte de Soria en el peronismo? ¿Qué suerte correrían los integrantes del equipo de funcionarios ante un cambio inminente que estaba anunciado por los hechos?

La fatalidad contribuyó a cambiar drásticamente el escenario rionegrino, demostrando la fuerza de los imponderables en toda actividad humana, inclusive en el quehacer político.

Se impuso en aquellos momentos la opinión de que el vicegobernador Alberto Weretilneck asumiera el cargo vacante, adoptando el criterio establecidos en la constitución para evitar un nuevo llamado a elecciones, recomendación que brindó también la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, quien a partir de ese momento siguió atentamente el curso de los acontecimientos.

Con la lógica histórica que es de imaginar el poder nuevo rápidamente colisionó con el poder viejo.

Weretilneck es alguien que no estuvo dispuesto a ser vicario de nadie, con el dato adicional importante de que el flamante gobernador no provenía de las filas del justicialismo, sino del Frente Grande y otros agrupamientos políticos anteriores.

No se conformó con el rol de gerente que se le pretendió asignar-como dice- y desde ese mismo momento buscó su propia base de sustentación construyendo en perspectiva un poder distinto al anterior, pero que lo tuviera como vértice y máximo referente hacia adentro y hacia afuera del gobierno.

A poco de andar se pudo constatar y así lo hicieron los máximos dirigentes del justicialismo, que la era Soria había sudo superada por los hechos, y estaba naciendo un nuevo poder, una nueva etapa que aspiraba a edificar otra estructura de mando, con otros fines y si era necesario con otros hombres en los primeros planos del gobierno y la administración.

Weretilneck, con una importante experiencia en Cipolletti durante su gestión como jefe comunal, había sido colaborador de Rudy Salto y después de Julio Arriaga y se movía a su vez con un grupo de allegados entre ellos Luis DI Giácomo, Fabián Gatti, Elvis Cides y Luis Bardeggia, entre otros, hoy alguno de ellos legislador nacional y el resto importantes funcionarios de su administración.

Desde que juró, de una u otra manera empezó una lucha sorda a veces explícita con el presidente del PJ Miguel Pichetto, quien descontaba que tarde o temprano quien estaba sentado ahora en el sillón de Castello optaría por un curso de acción paralelo, y autónomo, entre otras razones porque ambos dirigentes aspiraban a los mismo: la gobernación de Río Negro.

Esa superposición de roles y especialmente de fines no pudo ser conciliada ni en la Casa Rosada y esa puja también repercutió en el incipiente gobierno cuya expresión fue una especie de guerra de guerrillas de baja intensidad entre “albertistas” prematuros, “pichetistas” y “soristas”. Eso ocurrió hasta la bifurcación del camino en forma definitiva entre el gobernador y el senador nacional, cuando Weretilneck decidió homogeneizar el poder promoviendo en los lugares claves del manejo del estado a personas de su extrema confianza.

En ese momento se empieza a hablar” del gobierno de Weretilneck”, sin tutelas ni supervisiones. Paralelamente Weretilneck utilizó el ejercicio del poder complementando la tarea de gobierno con una intensa actividad en las distintas regiones de la provincia, visitando mas de una vez ciudades, pueblos y parajes, contactos y relaciones que forjaron las bases de lo que se anuncio el sábado en Cipolletti, “Juntos Somos Rio Negro”, como el conjunto de partidos transformados en el vehículo de opinión que llevara a Weretilneck a disputar la gobernación y buscar reelegirse por otros cuatros años

En ese proceso de acumulación jugaron un rol importante dos dirigentes justicialista como son Pedro Pesatti, actual vice gobernador, casi seguro numero dos en la fórmula a la gobernación, y Matías Rulli, secretario general de la gobernación, quienes sin renegar de su filiación justicialista decidieron sumarse a este nuevo proyecto, con la aspiración de quebrar el monopolio que venían ejerciendo el justicialismo y la UCR y eventualmente el ARI de la senadora Magdalena Odarda, quien obtuvo 90 mil sufragios en la última elección.

El dato sustantivo es el éxodo de peronistas al “albertismo”, cuya dimensión todavía es imposible de cuantificar, un paso complejo, arriesgado, que significa para el que se va del PJ iniciar una senda de muy difícil retorno y poner punto final a una fortísima historia individual y colectiva de ideales y compromiso.

Pesatti, a quien sin ningún reparo se lo puede individualizar como uno de los ideólogos de la matriz conceptual de “Somos Río Negro,” es decir su línea programática, ha volcado en el seno del gobierno y con una continuidad sistemática el principio de que no puede haber un proyecto político sustentable si no se afirma sobre el concepto de la integración provincial como elemento de cohesión entre los rionegrinos

Recientemente Weretilneck tradujo en una acertada síntesis que “la integración es lograr la igualdad de todos los rionegrinos, que todos tengan igualdad de oportunidades” . Pesatti redondeó aún los términos en declaraciones al diario “Noticias”, afirmando que “Somos Río Negro, es una construcción plural que tiene como idea organizadora trabajar por la unidad e integración, poniendo en relevancia esta necesidad de afianzar el territorio, la población y equilibrar las regiones”

Toda esa fraseología con palabras similares y los mismos alcances se pueden encontrar en los discurso del gobernador Edgardo Castello, 1958-1962, ante la legislatura, rescatando el valor de la integración que en aquella histórica administración tuvo el valor de un legado y un principio, vertidas sobre las heridas de los enfrentamientos regionales por la cuestión capital, en los tramos liminares de la joven provincia naciente.

En este marco, acuden a la memoria de quien escribe estas líneas una obra del filósofo español Ortega y Gasset, cuando en “La España Invertebrada”, advierte a sus conciudadanos, años antes de la guerra civil, sobre los peligros y los efectos disolventes de “los particularismos” y los “separatismos”.

Pero así como se ha hecho referencia al trasvasamiento de justicialistas al gobierno y a las filas de Weretilneck, hay que decir que sucedió lo mismo con dirigentes y afiliados de la Unión Cívica Radical, que pese a que reivindican su corazón “boina blanca” se han pasado con armas y bagajes al oficialismo, en algunos casos sin el mínimo pudor, tránsito también muy difícil de medir. Uno de los casos mas emblemáticos es el de Daniel Sartor, ex ministro del gobernador Pablo Verani y del ex presidente Fernando De La Rúa , transformado hoy en uno de los dirigentes políticos más allegados al gobernador Weretilneck.

Es un secreto a voces en toda la provincia que “El Fino”, su apelativo más conocido, es un operador y armador todo terreno a favor del proyecto del gobernador y se encarga de reclutar radicales en los distintos niveles del partido a quienes contacta con el primer mandatario o a los funcionarios, para obtener para sus “correligionarios” algunos favores oficiales.

Este “modus operandi” empezó a conocer algunas reacciones dentro del radicalismo y le llegaron algunas advertencias a Sartor en el sentido de que ese tipo de conductas realizadas a título exclusivamente personal, compromete al partido, que ya demasiados problemas tiene.

En este tinglado político además de los pro-Weretilneck, se encuentran dirigentes como Bautista Mendioroz, cercano a la senadora Odarda, quienes apuntan a constituir el UNEN contra viento y marea.

Pero hay de todo en la viña del señor. En Choele Choel por ejemplo la lista municipal del “albertismo” lleva como candidato a intendente al titular de ARSA, Roger García, e incluye como aspirantes a ediles a dirigentes radicales enrolados en el sector Rojo más Rojo del sector que conduce el ex gobernador Miguel Saiz.

Las últimas novedades provenientes de Sierra Grande indican que Nelson Iribarren, el ex intendente radical está próximo a aceptar un ofrecimiento de colaboradores del gobernador para presentarse como candidato en los comicios del 3 de mayo. Y se sabe que mientras piensa que hacer, también está barajando el ofrecimiento que le efectuó Mendioroz para presentarse como aspirante a legislador por la UCR en el circuito serrano

Comentarios similares recorren la geografía provincial y en todos lados hay radicales y peronistas, principalmente, -los unos y los otros- que se cruzan de vereda o están rezando para ser convocados. Es decir que la muerte de Soria y la irrupción de Weretilneck en la política provinciana de Rio Negro ha generados repercusiones en el peronismo y en el radicalismo cuya dimensión todavía es prematuro analizar.

Pero dos acontecimientos celebrados ayer, extrañamente coincidentes como el lanzamiento de “Juntos Somos Río Negro” en Cipolletti, y el congreso justicialista de El Bolsón, forman parte de esta historia que recién comienza a escribirse. Además “de las inmejorables relaciones con Martin Soria,” sinónimo hoy de la unidad en el justicialismo, como anticipara Miguel Pichetto a la agencia APP, la noticia fue la presencia del Secretario General de la Presidencia de la Nación Aníbal Fernández. El funcionario nacional de los prominentes bigotes reclamo al gobernador Weretilneck que convoque a las PASO como manda la ley, aunque existe la sospecha que el ex intendente de Quilmes no está debidamente anoticiado que aquí, los principales dirigentes políticos en general y los del gobierno, en particular, no quieren saber nada con el tema de las meneadas primarias. (Omar N.LIVIGNI – Agencia APP)

domingo, 8 de febrero de 2015

La guerra contra el Paraguay, hoy (Por José Pablo Feinmann)




1861-1865: Guerra civil norteamericana. El Norte industrialista de Lincoln derrota al Sur algodonero de Jefferson Davis.
El Sur (gran proveedor de algodón y tabaco para Inglaterra, de la que importaba hasta la vajilla de las grandes familias) queda destruido. Inglaterra pierde a uno de sus proveedores privilegiados. Sobre todo falta algodón. Los ingleses miran el mapa del mundo y se preguntan: ¿dónde hay algodón?
Respuesta: En el Paraguay, país esencialmente estatista y proteccionista. Sarmiento lo llama “la China de América”. Inglaterra arregla con Brasil y Argentina el Tratado de la Triple Alianza. Argentina hace la guerra al Paraguay, no como dice nuestra historia liberal oligárquica (o sea, porque Solano López atacó dos lanchones), sino porque el Sur perdió la guerra, Inglaterra se quedó sin algodón y necesita importarlo urgentemente de otro lado. En ese momento el algodón valía para Inglaterra lo que vale hoy el petróleo para EE.UU. Los dos lanchones que el Paraguay le hundió son el Pearl Harbour de Mitre, sus Torres Gemelas. El gran pretexto para entrar en una guerra que valoraba como imprescindible.
Es, en rigor, necesario plantear esta situación porque nadie lo hace. El fin de la Guerra de Secesión norteamericana determina –por medio de la derrota catastrófica del Sur– la empresa de la Guerra contra el Paraguay. Brasil, aliado natural de Inglaterra, acepta con entusiasmo. Mitre, enemigo feroz de López y de los caudillos del interior mediterráneo, tiene también que intervenir. El Uruguay se suma.
¿Por qué Inglaterra requiere tan imperiosamente de algodón? Veamos: ¿Cuánto vale un obrero? ¿Cuál debe ser su salario? Respuesta que da Marx en El Capital: el salario de un obrero es el equivalente del valor necesario para mantenerlo con vida y trabajando. Principal gasto del obrero: comida y vestimenta. ¿Cómo bajar los salarios y aumentar la ganancia? Reduciendo los costos de las materias primas. Para la ropa el algodón es esencial. Eso permitirá mantener los salarios y, a la vez, aumentar la tasa de ganancia.
Ergo, si el Sur murió, traer el algodón de Paraguay. Si no lo quiere entregar: hacerle la guerra. ¿No es curioso y notable que la Guerra Civil Norteamericana termine en 1865 y en ese mismo año empiece la del Paraguay? No, tiene una coherencia absoluta. Ya lo vimos. Pero Inglaterra, aunque financie la guerra y ayude con armamentos, no puede intervenir directamente. Por tanto, la Guerra la harán sus aliados latinoamericanos: Buenos Aires, Brasil y Uruguay. Para Mitre, además, esa guerra implica la otra, la que empezó después de Pavón, la que llamó “guerra de policía”, el exterminio de las montoneras gauchas, que respetaban y respaldaban al Paraguay de López, al que no veían como un “país extranjero”. Para los gauchos de Varela eran más hermanos los paraguayos que la elite de Buenos Aires.
Fundamental en todo esto: la traición del federalismo mesopotámico de Urquiza al federalismo mediterráneo de Varela. Y al proyecto de desarrollo autónomo bajo control del Estado proteccionista paraguayo.
La situación argentina es muy original. Si Urquiza se ponía del lado de los federales (que, históricamente, eran sus compadres), si Urquiza veía en Mitre otro Rosas, si conservaba su ambición y quería volver a ponerse al frente de la Confederación Argentina, ahora con el respaldo de Solano López y todo el federalismo, si marchaba otra vez sobre Buenos Aires, mucho habría cambiado. Hay aquí un acontecimiento fascinante: papel de la parte (el individuo Urquiza) en la totalidad (la Historia). ¿Y si Urquiza no se dejaba comprar?
No existía esa alternativa. La modernidad argentina sólo podía realizarse con el respaldo británico. Fue, de esta forma, una modernidad neocolonial. Inglaterra nunca habría negociado con Urquiza y Varela y López. La elite porteña le caía mejor. Eran señores con modales burgueses. Eran educados, no bárbaros. Aun Urquiza debe haber visto demasiado grande la tarea de negociar con Inglaterra el desarrollo neocolonial del país. Prefirió irse a su casa y dejar la gran tarea a Buenos Aires. No era Rosas. Que mantuvo al país ajeno a la invasión “civilizadora” durante veintidós años, aunque sin saber modernizarlo por su cuenta. El que lo hizo fue Solano López, en el Paraguay, con proteccionismo e intervención estatal. Mitre fue muy exacto cuando les dijo a sus soldados que en sus bayonetas llevaban el librecambio. Así, la Guerra del Paraguay fue la guerra entre el librecambio (que hoy llamaríamos economía de mercado) de Buenos Aires y el proteccionismo (que hoy llamaríamos intervencionismo de Estado) del Paraguay. El librecambio de Buenos Aires arruinaba a las provincias mediterráneas, enriquecía (en tanto socio subalterno) al litoral mesopotámico que manejaba Urquiza y requería aniquilar al Paraguay de López, no sólo por el algodón británico, sino por el ejemplo malquerido de su proteccionismo estatal.
El Paraguay queda arrasado, como el Sur. Pero Mitre no es Lincoln. Escribe Alberdi: “La revolución en Norte América ha tenido un triunfo de civilización y progreso; en el Plata, de feudalismo y retroceso. Lincoln ha muerto por la libertad de los negros en América: Mitre expone hoy su vida por la esclavitud de los negros, como aliado del Brasil. Lincoln era el instrumento providencial de la república; Mitre lo es de la monarquía esclavizante del Brasil (...) Mitre es el Jefferson Davis del Plata, sin el coraje y la franqueza del ex-presidente del Sud” (Póstumos V, Cap. XXXVI).
Toda América latina (todos los países que han optado y siguen empecinadamente optando por un régimen económico proteccionista, con intervencionismo estatal de mercado y democracia política) semeja hoy la situación del Paraguay en el siglo XIX. Como en Argentina, y en América latina toda, triunfó el Sur y no Lincoln, triunfaron, decimos, las elites centrales aliadas al imperio y entregadas a la economía liberal del monocultivo exportador y, por tanto, antiestatista. Son ellas, entonces, hoy en la oposición, las que tienen que renegar de esos estados nacionales intervencionistas y de espíritu distributivo. El Occidente capitalista (bajo la hegemonía de Estados Unidos) tiene que volver a instaurar el neoliberalismo de mercado (eso que, en Mitre, era el librecambio) para llevar a cabo sus formidables negocios de la década del ’90 bajo las regulaciones de los diez puntos de John Williamson, el inspirador, el teórico del Consenso de Washington. Con otras caras, con otros métodos, con otros muertos, con una prensa que entonces no existía (Mitre fundaría La Nación en 1870, año en que terminaba triunfal la Guerra contra el Paraguay) y hoy es el ariete más agudo con que se ataca la estabilidad de los gobiernos proteccionistas, la Guerra contra el Paraguay (que es una guerra del Occidente capitalista contra la protección de la libertad, la economía y el Estado de los países sudamericanos) se sigue desplegando ante nuestros ojos.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Qué clase mi clase sin clase (Por Nicolás Casullo)






La dificultad para dar cuenta de los elementos que componen la encrucijada argentina termina convirtiéndose –en nuestras intensidades mentales y café por medio– en la tentación cotidiana de encontrar cada quince minutos y sin mayor dificultad el enigma revelado de lo nacional que nos hace. Esto es, descifrar después de cualquier noticiero de estos días –con el resto de saliva que nos queda y haciendo que miramos la ventana cuando ya no miramos nada– los secretos increíbles y finales del ser argentino, desde una divagación reduccionista y apenada por el papelón de nosotros a los ojos del mundo.
Así es, se trata de autoorientarnos en un presente tenebroso, teniendo claro únicamente que nuestra inspiración se agiganta cuando nos topamos, de tanto en tanto, con el protagonismo de los descuajeringados “segmentos” de clase media. Representantes diversos de las clases medias sobre todo capitalinas, con su protesta y cacerolas en las calles del estío y diciendo al resto de la familia después de agarrar la champañera y un tenedor salgo y vuelvo, voy a voltear a un presidente, déjenme la cena arriba de la heladera. En ésa estamos. Digo, de pronto encontrarse no ya con Walter Benjamin o Michael Foucault sino persiguiendo el arcano cultural de tía Matilde.
Si uno hace historia de esta clase media, historia barata, que no cuesta mucho, gratis diría cuando tenemos el sueldo encanutado, podría argumentarse: una clase media que viene de un radiante y a la vez penumbroso viaje. Viene desde aquélla, su ingenua estación inaugural de los años 50, donde él se puso el sombrero y la corbata con alfiler, ella la permanente y la pollera tubo, y ambos salieron casi virginales pero envenenados a festejar en la Plaza de Mayo la caída de Perón al grito de “no venimos por decreto ni nos pagan el boleto”. Cancioncilla tan escueta como cierta, interrumpida por saltos en ronda a la Pirámide para entonar “ay, ay, ay, que lo aguante el Paraguay” sin ningún tipo de grosería ni mala palabra con las que hoy se luce cualquier animador de pantalla, pero nunca mi padre.
Después la clase volvió a meterse en casa para advertir, con menos recelo, que los morochos sobrevivían a todos los insecticidas ideológicos y censuras, y para dedicarse no sin cierto cansino asombro a departamentos en consorcio, Fiats en cuotas y palmitos con salsa golf y rosado. Recién a fines de los 60, principios de los 70 el gran estamento medio recibió la primera monografía fuerte a componer, de la cual culturalmente no se repuso nunca jamás, para entrar en cambio en el jolgorio y la confusión liberadora de distintos eros. Fue cuando los hijos, ya grandulones, arruinaron cada cena o almuerzo dominguero con la “nacionalización de las clases medias”, al grito en el comedor en L de “duro, duro, duro, vivan los montoneros que mataron a Aramburu”.
Tamaña reivindicación de arrabaleros no estaba en los cálculos de la clase media blanca de abuelos migradores, pero nadie se arredró en la cabecera de las mesas –ni escurrió el cuerpo en la patriada, hay que admitirlo– aunque apenas entendiesen la metamorfosis de la nena que además copulaba en serie con novios maoístas, peronistas y con dudosos nuevos cristianos. La cuestión era la liberación de la patria frente a una vergonzosa dependencia al imperialismo, también tirarles flores desde los balcones de las avenidas a las columnas infinitas de la JP que gritaban “paredón”, y votar sin vacilaciones en marzo del ‘73 a ese candidato cuyo lema en los carteles decía: “ni olvido ni perdón, la sangre derramada no será negociada”.
Tiempo y silencio le costó a la clase volver a salir otra vez a la plaza después de esa canita al aire. Prefirió desde el ‘76 salir a Europa, a Miami, o a la frontera del norte misionero en largas columnas de autos compradores de TV a color, al grito desaforado en los embotellamientos de “Argentina, Argentina” tal vez porque también en colores habían sido losgoles de Kempes. Sin duda se trataba ya de una mentalidad o imaginario de clase más bien desquiciada, pero no culpable del todo: en historiografía todas las conductas colectivas no tienen un psicoanalista sino la justificación de los contextos. Regresó a la plaza, emocionada y agradecida por no escuchar más sirenas policiales ni rumores sobre la casa de la esquina, para vociferarle presente con banderitas argentinas al beodo general de las Malvinas desde un resto patógeno del nacionalismo de los 60/70 guardados en alcanfor. Para pensar trascartón que los chicos, allá en el sur bélico, eran como los del exilio o los que seguían en cosas raras: era fatalidad, violencia, guerra, delirio, caminos ciegos de la multitud en la plaza que siempre le pusieron, a la clase, la piel de gallina emocionada. Dulce y patriota tilinga.
Es una clase, entendamos, que no descarta ni parte en dos nunca las aguas. Que los amontona, sin decidirse por ningún telos de la historia. Los acumula escondidos en el placard como cartas de otro novio, no del marido cuando joven. Coleccionista histérica y siempre arrepentida: así apuntan algunos sesudos que la estudiaron por años. En el ‘83 caminó las calles con los jóvenes de Peugeot y boinas blancas apostando por la vida radical frente a un peronismo cadavérico cadaverizador. Festejó, danzó, cantó, se olvidó de sí misma y sus años recientes. Más tarde mandó a los más jóvenes a las plazas de la memoria de la muerte, pero ya no pudo relatar su sencilla biografía como sucedía en los 50 y 60, sino sólo fugazmente, a retazos: ¿qué, cómo, cuándo, dónde estoy, estuve, no estaba, quién, ella, no, yo? ¿Hasta Ezeiza caminando, papá, y vos qué hiciste ese día abuela, y donde murió el tío?
Una última vez salió la ingrata con el gorro frigio, en absoluta dignidad y defensa de los valores señeros de una crónica tan patria como esquiva. Gritó, entonó, puteó como siempre, pero justo ese día empezaron a decirle canallescamente pura verdura: la casa está en orden, festejen tranquilos las Pascuas. Al otro día nadie confabuló, nadie se reunió a decidir, no se conoció un solo panfleto que resumiese el programa nacional clasemediero, pero lo cierto es que no volvió a vérsela junta, sobre el asfalto, por quince larguísimos años.
Ella es entonces como napas inclementes de ella misma. Como subsuelos abollados de sus gestos unos contra otros. Como recuerdos surcados por lombrices. Como una maroma amontonada de liberación nacional, Evita socialista, déme dos, plazo fijo, abajo Holanda, la tablita, el miedo, algunas locas de la plaza, piratas ingleses son argentinas, nos los representantes de la nación, democracia, aparición con vida, si se atreven incendiamos los cuarteles, están asaltando las góndolas, cerrá las celosías, espiá por la ranura, ¿qué pasa mi amor, son los cabezas otra vez? Como amasijo, un día finalmente le llegó el cansancio en el alma. Que es la venta del alma, dicho de otra forma.
Para colmo se moría la clase obrera, testigo de todo para el día del juicio final. Para colmo se vendió el país, el peronista Menem instrumentó la utopía y pesadilla: la convidó, la invitó, la enajenó, la cosificó según Marx, la subyugó “uno a uno”, remató una vieja nación coronada su sien, liquidó identidades, lenguaje, nombres, pequeñas tradiciones, recuerdos, ideología. Y tuvo en esa clase media uno de sus buenos soportes simbólicos, concretos y votantes, cuando la ilusionó de que no existían más ni peronistas ni gorilas, ni izquierdas ni derechas, ni arriba ni abajo, ni ricos ni pobres, ni primer ni tercer mundo. Cuando ya no existían tampoco políticos. Sino sólo la promesa de bancos siempre abiertos para cualquier hombre de bien. Y para que nada de eso se tocase, para que nada torciese el espejismo ni el rumbo, el hombre nada fue votado por la clase: Fernando.
Ahora vienen los sociólogos exitistas o agoreros de siempre. Intelectuales. Apuntan: clase media heroica en las calles anulando ladieta de los diputados de Formosa como salida histórica para toda América latina. Clase media corajuda, pueblo irredento de las cacerolas con las cabezas de los nueve delincuentes de la Corte adentro. Clase media volteadora a ollazo limpio de gobiernos impostores que parecían eternos. Clase media puta, nieta legítima de sus abuelos tanos y gallegos angurrientos de morlacos, dicen. La Argentina únicamente valió si te daba guita, después no existe: así dicen de la pobre clasecita, ahora a los alaridos frente a la Rosada y rodeada de temibles saqueadores casi en pelotas. Porque salió otra vez a la calle por fin. Acorralada. A corralito y lanza en mano esencialmente. Ahí anda embistiendo. El enemigo son los políticos. No, es la izquierda. No, los corruptos. No, es la petrolera. No, es el populismo y la demagogia. No, son los bancos. No, son las empresas privatizadas. No, es el liberalismo. No, son los gallegos imperialistas como en 1810. No, son los negros peronistas otra vez en la capital. Anda desorientada la pobre, pero soliviantada como nunca.
La propia historia que relato –antojadiza, falsa, liviana, inoportuna– devela el interesante claroscuro de la clase analizada. Sus extrañas medias tintas. Sus románticas luces y sombras espirituales. Sus insondables claros de luna. Sus materialistas intracontradicciones objetivas, diríamos allá por 1972 donde todo era salvable. Ahí está cenicienta y ramera con su fuerza y su talón de Aquiles. Llama a las revoluciones, pero un plazo fijo la embota como niña enamorada adentro de un granero. Ahora su lógica navega al compás de movileros descerebrados, cámaras amarillas de Crónica TV, al ritmo de su justa furia por dólares encarcelados, por su real hartazgo de una clase política que nada hizo cuando el país desapareció, sino que casi se fue con él.
A lo mejor algún día pueda volver a contar su biografía. Igual que antes, allá por los 50, cuando no había salido del patio de magnolias.


lunes, 2 de febrero de 2015

El odio, el miedo y la paciencia cívica (Por Mempo Giardinelli)

A lo largo de la semana, y mientras la desdichada muerte del fiscal Nisman se diluía en fuegos artificiales periodísticos y televisivos, más de una conversación argentina giró en torno del odio y del miedo. Por eso últimamente se ve, se siente y se padece cierta polución ambiental, sobre todo en Buenos Aires y en ese apéndice geográfico porteño que se llama “la costa”, donde se amplifica todo lo malo y negativo.
El malhumor parece patrimonio exclusivo de las clases medias porteñas y acaso bonaerenses, y aunque se siente mucho menos en el interior del país, donde las gentes trabajan y progresan arduamente con más afán y menos quejas, la verdad es que tiñe al país todo. Quizá por eso circula el chiste, en provincias, de que si en la capital estallara un movimiento separatista como el de Barcelona, la Argentina toda apoyaría alborozada la independencia porteña.
Bromas aparte, la vida cotidiana de millones de argentinos no es insatisfactoria como publicitan esas usinas, hay muchos indicadores de que el país crece y las mejoras son evidentes, sobre todo si se compara cualquier aspecto actual con los ‘90, 2001 o 2003. Y es un hecho que la gente que brinda servicios en el vasto territorio nacional –choferes, gastronómicos, mineros, bibliotecarios, porteros, domésticas, peones y de mil oficios más– no tiene el gesto amargo, de resentimiento, que se ve en vastos sectores de la clase media porteña. Que curiosamente suelen ser los más acomodados, los que viajan por el mundo y están acostumbrados a ser o sentirse ricos y poderosos.
A ellos no les va mal en la vida, y por eso su furia es desproporcionada. Más aún: les va mejor que nunca en los últimos 30 años, pero su odio y su miedo harían pensar al mundo que aquí se vive en el borde mismo del infierno. Que es quizá lo que buscan, conscientes o no.
Querían las libertades democráticas y votaron masivamente a Alfonsín, e incluso padres y madres de muchos de ellos lucharon por esas libertades. Hoy las tienen a pleno, vigentes y respetadas como nunca antes, y en especial la libertad de expresión, pero hablan de “régimen”, de “dictadura” y gritan que “esto es Cuba, Venezuela, Bolivia o Nigeria”. Gracioso, si no fuese inmoral.
El otro día, después de participar en 6, 7, 8 sentí, por primera vez, ácido y tangible, ese aire enrarecido. Había algo sórdido en el silencio del taxista y en un mozo, y al día siguiente en la mirada de transeúntes o pasajeros del tren y el subte. Pensé que a muchos les habían inoculado odio. No disenso, no discrepancia democrática, tan saludable y creativa. No, odio. Un odio puro que mezcla lo cholulo con la antipatía, que es como decir leche cuajada con acero oxidado. Un enojo cualquiercosista, digamos.
Después, en el Aeroparque, me encontré con un tipo luego de casi 30 años. Eramos jóvenes entonces y él colaboraba en Puro Cuento. Talentoso, un tipazo. Ahora le va muy bien, dijo, alcanzó una posición excelente y llegaba de vacacionar en Buzios. Celebré la alegría del encuentro, pero me cortó: “Lástima que vos sos kirchnerista; eso arruina todo. Hoy no podríamos ser amigos”. Lo miré azorado. “Yo los mataría a todos; me dan asco.” Y subrayó, provocativo: “Eso, asco me dan”. No se daba cuenta de nada; no veía más allá de su odio. Le dije que lo sentía, sincero, y tomé mi vuelo con la pregunta resonando: ¿qué les pasa, cómo llegaron a semejantes niveles de odio?
Tal resentimiento es inexplicable, porque la mayoría ahora tiene trabajo, sueldos al día, leyes sociales, vacaciones. Son empleados, artistas, intelectuales, académicos, profesionales, técnicos. Pero en cuanto pueden ofenden, gritan, insultan, acusan, adjetivan y amenazan. Hasta de muerte, deseo que parece fascinarlos. Quizá para huir del calvario de convivir con sus propias almas desesperadas quién sabe por qué. Porque ideología eso no es.
¿Es conjeturable que los odiadores ignoran cómo ha cambiado el país? ¿Que no les gustan los avances sociales? ¿O que millones de ciudadanos pueden hoy comprar una moto, construir viviendas modestas, estar bancarizados y documentados y recibir beneficios sociales de un Estado que no está distraído? ¿Será que odian que el servicio doméstico esté legislado y bajo control? ¿Los alarmará que “los negros” participen del progreso lento y hoy puedan, por ejemplo, vacacionar?
Como sea, no les interesa entender ni discutir. Sólo quieren tener razón. Se convencen velozmente de lo que vieron y escucharon y era fácil e impactante. No analizan, a lo sumo monologan. Y así impiden incluso el inocuo diálogo de sordos. Prefieren el monólogo de sordos, que ha de ser más duro de soportar.
Pero es peligroso. Sobre todo porque del odio al miedo hay sólo un paso. Y del miedo a la histeria otro, y así los usan. Por eso no tenemos que burlarnos ni enojarnos. Nosotros, llenos de dudas, incluso con vacilaciones, tenemos que esforzarnos por contenerlos con argumentos, hechos y razones, y calmarlos. Predicar la convivencia, el disenso educado y la discusión pasional respetuosa y tolerante. Toda otra actitud agranda el odio, y dispara miedo y violencia. Eso impone ejercitarnos en la paciencia cívica.
Y es claro que muchas cosas se pueden reprochar al kirchnerismo, nadie lo niega. Errores, muchos. Y corrupción –que es lo que más los indigna; ahora todos parecen Cruzados de la Transparencia– es claro que la hay, nadie lo niega después de doce años de gestión. No mayor que en tiempos de Menem y sus pandillas de economistas y empresarios, es obvio que la hay y ninguna persona decente la tolera ni justifica. Pero es ridículo enloquecer gritando apellidos amplificados sólo mediáticamente.
Toda la ciudadanía repudió la corrupción instalada por los militares y luego desatada como estilo político en los ’90. La Argentina sana siempre quiere que vayan en cana los condenados. Pero cuando lo son, si es que lo son. Y por la Justicia, no por medios, periodistas y charlatanes que a tantos argentinos les hacen creer que sus suposiciones son pruebas, y sus opiniones, veredictos. Eso es antidemocrático.
Hay que entender a los odiadores y apaciguarlos. Porque temen la sombra, lo desconocido, lo que ignoran, lo que se mueve y ocupa lugares que ellos consideraban propios e inalterables. Temen lo que les hacen creer que creen; lo que les parece que es mejor creer; lo que quieren creer. Bien decía el Gran Sarmiento: “El que solamente cree, no piensa”.

lunes, 12 de enero de 2015

¿Cuáles son los argumentos políticos de la pretendida "nación mapuche"? (Por Aleardo F. Laría)

 

¿Qué encierra el concepto "cuestión mapuche"? ¿Qué diferencia el reclamo de respeto étnico y lingüístico de la acción contra el "despojo territorial"? En una producción periodística especial, en el dossier primero "Río Negro" describe y analiza el universo mapuche desde los costados más visibles de la región: sus reclamos geográficos cada vez más combativos, sus resistencias a proyectos de desarrollo bajo los argumentos de defensa del medioambiente y sus reivindicaciones de derechos colectivos en procura de ejercer poder soberano sobre el hábitat en el que se asientan u ocupan.

La formación de un movimiento que aspira al reconocimiento de una "nación mapuche" diferenciada de los dos países que actualmente la albergan (Chile y Argentina) es bastante reciente. Los primeros planteamientos tuvieron lugar en 1990, a partir de un documento titulado "Pueblo mapuche, descentralización del Estado y autonomía regional" y publicado por el centro de estudios mapuches Liwen de Chile. En el 2006 se formó en el vecino país el Partido Nacionalista Mapuche (o Wallmapuhen), que aspira al reconocimiento como nación y propugna la adopción del mapuzungun como idioma oficial del nuevo país.
El reconocimiento político como "nación" lleva implícitos varios reclamos: la restitución de los territorios históricamente usurpados y el derecho al autogobierno fundado en el principio de autodeterminación de los pueblos incorporado en algunas de las convenciones internacionales de las Naciones Unidas (ONU). El "país mapuche" (Wallmapu) estaría compuesto por regiones que se extienden a un lado y otro de la cordillera de los Andes: el Puelmapu (en las provincias argentinas de Neuquén, Río Negro y Chubut), con 105.000 mapuches censados, y el Gulumapu (en las regiones chilenas de Los Lagos, Araucanía y parte de la de Bío Bío), donde vivirían alrededor de un millón de pobladores indígenas. Por consiguiente, no estamos ante una mera reivindicación cultural que defiende la conservación de una determinada especificidad étnica y lingüística, sino ante un discurso que denuncia el despojo territorial y la asimilación forzosa provocados por las elites criollas en los procesos de formación de las nacionalidades chilena y argentina.
Según esta narrativa, los mapuches o araucanos fueron históricamente poseedores de un territorio propio al sur de la frontera del río Bío Bío en virtud del Tratado de Quillín, firmado por las autoridades coloniales de España y los líderes araucanos en 1641. Con la firma de este tratado, los españoles habrían reconocido implícitamente la autonomía del Estado de Arauco. Los historiadores chilenos mencionan la Guerra de Arauco como un prolongado conflicto armado que se registró en el siglo XVI, período en el que los araucanos ofrecieron tenaz resistencia a los intentos de los colonizadores españoles de ocupar su territorio. El "desastre de Curalaba" en 1598, donde pierde la vida el gobernador español Martín Oñez de Loyola, simboliza la derrota definitiva de las fuerzas españolas.
Durante las luchas por la independencia de Chile los mapuches tomaron partido y ayudaron a las fuerzas realistas. Una vez alcanzada la independencia de España, los chilenos mantuvieron una política de no agresión hasta que en 1861 se inició un proceso que eufemísticamente se denominó la "pacificación de la Araucanía" mediante el cual, utilizando sobornos, alianzas con tribus enemigas y la guerra, se consiguió en 1883 el sometimiento completo de los mapuches. Este conflicto puso fin al intento del aventurero francés Orélie Antoine de Tounens de erigirse en el rey de la Araucanía gracias al nombramiento refrendado por los principales loncos (jefes) mapuches.
La derrota de las fuerzas mapuches que lucharon en el bando español había propiciado la emigración hacia el noroeste de lo que es hoy la Patagonia argentina. Los grupos mapuches realizaban malones para el robo del ganado que luego trasladaban a través de los pasos de la cordillera de los Andes para su comercialización en Chile. En 1833 Juan Manuel de Rosas había logrado desplazarlos y firmar algunos tratados para evitar sus incursiones, pero estos acuerdos no fueron duraderos y pronto los malones asediaron ciudades como Mendoza, San Luis, Río Cuarto y gran parte de la provincia de Buenos Aires. La Conquista del Desierto, iniciada en 1879 y dirigida por el general Julio Argentino Roca, acabó rápidamente con la resistencia de los mapuches y otras tribus que ocupaban las tierras al norte del río Negro y al oeste del Limay.
Para el historiador Luis Alberto Romero, el general Roca "ejecutó una acción bastante lógica en términos del Estado: consolidar la soberanía territorial y definir las fronteras. Probablemente le preocupaba mucho más la disputa con Chile que la lucha con los aborígenes del sur". Por otra parte, señala: "Las acciones conducidas por Roca estuvieron muy lejos del exterminio y muy cerca de lo que en la época era habitual: controlar posibles insurrecciones disolviendo los grupos potencialmente peligrosos y procurar diferentes caminos de inserción en el nuevo Estado". Palabras como "genocidio" son propias de la modernidad, por lo que no resulta atinado utilizarlas para juzgar acciones emprendidas con los valores de otros tiempos. A modo de ejemplo, los patriotas de la Primera Junta de Mayo también fusilaron a sus oponentes y atropellaron los derechos de las poblaciones indígenas del Alto Perú.
Para la historiografía mapuche, las operaciones militares que ocasionaron la pérdida de su territorio forman parte de una política homogeneizadora implementada por el Estado liberal del siglo XIX bajo la consigna "civilización o barbarie", entendiendo que la civilización estaba representada por los habitantes de raza blanca y cultura europea. En la actualidad tendría su continuidad en los intentos globalizadores gestionados por las empresas multinacionales de ocupar esas tierras para la explotación extractiva minera o agrícolo-ganadera.
El resurgimiento de reivindicaciones de derechos por parte de minorías étnicas forma parte de una resistencia difusa a los avances de la globalización. Grupos europeos anticapitalistas, disconformes con estos procesos, toman como vectores ciertas temáticas étnicas o medioambientales para oponerse a lo que llaman "expansión neoliberal". Movimientos como el zapatista iniciado en Chiapas (México) en 1994 fueron foco de atracción para los grupos "antiglobalización". Esto explica que el Partido Nacionalista Mapuche se haya "hermanado" con Aralar, un partido independentista vasco creado tras la disolución de ETA. Ambos aspiran a obtener la "liberación nacional" y acordaron compartir experiencias y estrategias con el objetivo de conquistar el poder.
Las demandas de estos grupos étnicos se han visto reforzadas por algunos tratados de organismos internacionales como la Convención 169 de 1989 de la OIT o la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas de 1994. Esta última introduce un tema conflictivo al reconocer los "derechos colectivos" de los pueblos originarios, que "son indispensables para su existencia, bienestar y desarrollo integral como pueblos". Según esta convención, los pueblos indígenas tienen derecho a la libre determinación, a la autonomía, al autogobierno en las cuestiones relacionadas con sus asuntos internos y a conservar sus propias instituciones políticas, jurídicas, económicas, sociales y culturales. No pueden ser desplazados por la fuerza de sus territorios y deben ser consultados antes de aplicar medidas legislativas que los afecten, "a fin de obtener su consentimiento libre, previo o informado".
El problema que se abre con el reconocimiento de los derechos colectivos es que se estimulan los intentos políticos de los grupos que, por motivos diversos, cuestionan nuestra actual organización política y social. Todo grupo que aspira a hacerse de una nueva identidad acude al uso de relatos históricos o míticos que legitiman sus aspiraciones políticas. Hay mitos que encierran una cierta verdad histórica, pero vienen entrelazados con intereses de orden pragmático que persiguen otros objetivos. Las identidades se consiguen por oposición, a partir de señalar un enemigo. Y para hacerse lugar, en ocasiones, se acude al uso de metodologías violentas o se abona el terreno para que nazcan grupos más radicales.
Como señala Luis Alberto Romero, la "originaria" es una identidad problemática. "En toda la humanidad no se conoce a nadie que sea absolutamente originario. En América todos vinieron en un momento más o menos lejano, haciéndose lugar a los codazos o desplegando otras prácticas que hoy, con nuestros valores y nuestro lenguaje, no vacilaríamos en llamar –erróneamente– genocidas". Hay que tener cuidado en no incubar, bajo enternecedoras ficciones, el huevo de la serpiente. Las "identidades asesinas" de las que habla Amin Maalouf están siempre al acecho.
Aleardo F. Laría aleardolaria@rionegro.com.ar

jueves, 1 de enero de 2015

La ideología de la clase media (Por Tomás Eloy Martinez)




 Diario La Opinión, noviembre 1972

“La clase media es mayoría absoluta en la Argentina y, como tal, podría imponer sus propios candidatos en las elecciones de 1973. La utopía es imposible porque ningún estrato social está, como ése, tan enfermo de desunión y desesperanza”, empezaba diciendo la presentación de una serie de cuatro notas que, bajo el título de “La ideología de la clase media” publicaba Tomás Eloy Martínez en La Opinión. El trabajo empezaba definiendo el origen histórico de ésta clase, desde la inmigración de fin de siglo, y sus consecuencias: “La obsesión era consumir, aspirar la droga del confort, introducirse en un paraíso artificial cuyos dioses eran el automóvil y la casa que envidiarían los vecinos. La clase media argentina es madre y hermana de esos vicios absurdos, de los que se contagiaron algunos dirigentes sindicales y a los que la clase obrera sigue siendo inmune sólo porque ha aprendido el lenguaje de la solidaridad del grupo.
Pero la enfermedad del consumo es infecciosa y como toda peste puede extenderse. Al menos se sabe que el Burgués Nacional es el bicho que la inocula y quizás alcance ese dato para prever las calamidades que pueden abatirse sobre la Argentina cuando el Burgués –que es  mayoría- vote en marzo de 1973.”
Después, Martínez definía a esa clase media –casi el 50% de los habitantes del Gran Buenos Aires- y hablaba de su resistencia al cambio, de su aceptación de los valores tradicionales, de su imposibilidad de tener políticas propias, y narraba casos más o menos patéticos en que las apariencias –un departamento bien ubicado aunque minúsculo, un coche con etiquetas que simularan viajes- determinaban su actuación. “Su Gran sueño es ascender de categoría, comer los mendrugos del privilegio, o por lo menos aparentar que está en condiciones de hacerlo. Por eso adhiere con fuerza a la ideología de los dominadores: porque se desespera por ser aceptada.”
La última nota de la serie, que trascribo en forma literal, se abría con un título sugerente…
El psicoanalizado burgués nacional puede convertirse en un marginal
Sirviente de las apariencias y de la opinión ajena, víctima fácil de los caudillejos que han aprendido a plagiar su lenguaje aunque no defiendan sus intereses, enfermo de la peste del Consumo, intoxicado por una publicidad que halaga su individualismo y le impone una filosofía del éxito según la cual todos males pueden ser comprados con dinero, el Burgués Nacional vive para morir de frustración.
Como carece de una ideología de clase, los sentimientos a que obedece siempre le son impuestos desde afuera: su Credo es la ley que otros escribieron. Y aunque él intuye confusamente que esa ley lo reprime, no sabe con qué clase de libertad puede reemplazarla. En la década del 60 su tabla de salvación fue el psicoanálisis, pero costaba tanto dinero aferrarse a ella que la clase media baja no tuvo más solución que seguir viviendo con los traumas a cuestas. Según el estudio de Héctor Pessah, la clientela de los analistas correspondía en buena medida a la burguesía alta y media, con predominio de adultos jóvenes, argentinos de segunda o tercera generación y –en particular- de origen judío. Las mujeres eran mayoría en una proporción de 4 a 1.
El Burgués Nacional sintió que el psicoanálisis era el perfecto sustituto de la Religión Perdida y que su primer mandamiento -“Tratarás de adaptarte a la sociedad en que vives”- convenía perfectamente a su necesidad de resignación. Los pacientes admitían que en el diván podían aprender a ganar más dinero, a disfrutar de una vida sexual más espontánea y a convivir sin miedos consigo mismos. Pero en mayo de 1969 los propios analistas comenzaron a elevarse contra esa complicidad de la ciencia con el consumo, y planificaron una batalla que tendía a tratamientos más rápidos, infinitamente más baratos y -lo que era primordial- a un compromiso de fondo con los conflictos sociales y políticos del país. El Burgués Nacional perdió, así, la exclusividad de un templo en el que estaba feliz y advirtió con tristeza que analizarse ya no era un privilegio a través del cual se acercaba a la clase alta.
Ser burgués entrañaba para él un serio problema de identidad: lo tranquilizaba, por ejemplo, que la Argentina se diferenciara de los otros países del continente latinoamericano por su mayoría blanca y de  clase media. Jorge Luis Borges había tocado el corazón de ese orgullo al escribir en un folleto turístico de la Compañía aérea Varig: “República Argentina es, como el Uruguay, un país de clase media” . Pero, tomados de a uno, los burgueses se creían por encima de semejante definición. A muchos de ellos no les avergonzaba declarar que sus familias habían pertenecido a esa categoría social, pero no la aceptaban para sí: quizá porque la juzgaban compuesta por seres anónimos o condenados al anonimato, indefinidos y  tibios; porque clase media era apenas -según ellos- el eufemismo con que los sociólogos suelen designar a la clase mediocre.
Durante los dos primeros años del régimen de Onganía, el Burgués Nacional sintió que, por fin, el Gobierno encarnaba sus puntos de vista: la política, la educación, el sexo y hasta el dólar (aunque esa sea otra historia) fueron puestos bajo el control severo de la autoridad; la oscuridad fue aniquilada en los clubes nocturnos y la figura del inspector Luis Margaride suplió a la del Ángel de la Guarda. Cuando el presidente inauguró la Exposición Rural desde una carroza principesca, el Burgués Nacional suspiró con la misma admiración que sentían las obreras de los años 40 al descubrir el vestuario y la mansión de Zully Moreno en las páginas de Radiolandia: Onganía era el padre chapado a la antigua que había descendido sobre el país para poner a salvo el principio de autoridad. Con él no eran posibles la confianza ni el tuteo. Ante los primeros conatos de humor, el chistoso sucumbía sin apelaciones: los decretos regíos ejecutaron temprano a Tía Vicenta (julio de 1966), luego Azul y Blanco (octubre de 1967) y a Primera Plana (agosto de 1969).
Sin embargo, cuando la mano pesada del presidente comenzó a perturbarles la digestión, los burgueses desdeñaron la vieja cautela y optaron por plegarse a los alzamientos populares.
Los sociólogos han puesto en claro que la clase media no inició el Cordobazo ni las movilizaciones de Rosario y Tucumán; simplemente, se sumó a ellas, les prestó su adhesión. Pero todavía no se ha examinado bien por qué el descontento (y su secuela de protestas callejeras) prosperó más en las zonas ricas (en 1972 fueron Mendoza y el Alto Valle del Río Negro), donde la clase media tiene el apetito más ejercitado por las tentaciones del consumo, que en las regiones deprimidas del nordeste, de Catamarca, Santiago, o el norte de Santa Fé.
Es que el Burgués Nacional, si bien se ha resignado a servir de colchón, tiene un límite de resistencia. La sociedad de consumo le pone todo el día por delante zanahorias doradas que permiten a quien las come vivir la ficción de que pertenece a la clase dominadora: cuando flaquea, cuando cierra los ojos al espejismo, las tarjetas de crédito aparecen para convencerlo de que ninguna felicidad es imposible. Y él se siente conquistado por estas nuevas formas que vienen a liberarlo de la inicua libreta de almacén. Con el apetito abierto el Burgués Nacional se empobrece comprando. En un momento dado, toma conciencia de que el automóvil de lujo, las vacaciones privilegiadas, las moquettes, las casas de fin de semana, las piletas de natación, los balcones estrepitosos, los restaurantes caros, la mudanza trimestral del guardarropa son dones que le están vedados. Y sin embargo estos dones se le cruzan todos los días por las orejas y los ojos: están en las páginas de los diarios, en las tandas de televisión, en los murales callejeros. Entonces, cuando se sabe irremediablemente burgués, admite al fin que su ideología individualista ha entrado en crisis y que la única salida posible es dar vuelta la sociedad como un guante.
Cada vez que se queja, es fácil probarle que carece de motivos: nadie le cerró jamás las puertas del gobierno, nadie lo forzó a comprar o a desvelarse por el status. Pero no se le explica que su falta de ideología le impidió usar el gobierno para tomar el poder, que su miedo al compromiso lo privó de elegir un líder propio, que la paz le fue enajenada por las Bellas Manzanas del Paraíso Consumidor. La frustración incesante ha convertido al burgués argentino en el mejor candidato a la vida marginal. Cuando es un idealista, elige la rebeldía política; cuando quiere preservar su individualismo, se inclina por la experiencia hippie o por la droga. Obviamente, esas salidas son impropias del burgués adulto: a éste solo suele quedarle el consuelo -si tiene lucidez- de seguir peleando para obtener más dinero sin que lo molesten.
No son los burgueses quienes cambian, sino los tiempos.
Porque, como enseña la geometría, el único punto de la esfera que no se mueve es el centro. El axioma era más férreo aquí que en cualquier otra parte, hasta que la contradicción entre las ganas de consumir y la falta de medios para hacerlo comenzó a desplazar el centro de su lugar. La tijera que corta a los burgueses fue siempre la misma, pero en la Argentina la tijera se ha vuelto loca, justo ahora, que no hay médico a mano.


TOMAS ELOY MARTINEZ (1934-2010)
Periodista y crítico cinematográfico, sus notas fueron publicadas en más de 200 diarios alrededor del mundo, entre ellos el New York Times.
Nació en San Miguel de Tucumán, Argentina. Se graduó como licenciado en literatura española y latinoamericana en la Universidad Nacional de Tucumán y, en 1970, obtuvo una Maestría en Literatura en la Universidad de París VII.
Entre sus libros figura la novela Santa Evita, traducida al mayor número de idiomas de toda la literatura argentina.


IDEOLOGÍA Y POLÍTICA EN LA OBRA NARRATIVA DE TOMÁS ELOY MARTÍNEZ
Marcelo Coddou*
Department of Spanish Drew University*,Madison, U.S.A.

Es bien sabido que a Tomás Eloy Martínez le interesa establecer nítidamente la índole genérica de sus escritos. Y lo hace, nos parece, precisamente porque ha roto con ideas arraigadas acerca de la pureza o incontaminación de los géneros literarios. Esto es, intercomunicando discursos; utilizando técnicas que tradicionalmente se piensan exclusivas de una definida modalidad literaria, en obras diversas; entrecruzando líneas, ha llegado a establecer su escritura en un terreno movedizo, al que es difícil ponerle marbetes fijos.

Pero, no obstante, Eloy Martínez está consciente de que la señalización de propósitos autoriales queda remarcada cuando el escrito lleva como rótulo el género al que pertenece. A uno de esos escritos suyos lo tituló La novela de Perón; para Santa Evita obligó a sus editores a que pusieran el término novela bajo el título y a El vuelo de la reina agregó una nota final, aclaratoria de su índole ficticia. Más que categorías rígidas de clasificación, para Eloy Martínez estas indicaciones orientan las perspectivas de aproximación y apreciación que deben guiar al lector de tales textos.

Eloy Martínez ha sido siempre renuente a que se clasifiquen sus novelas de peronistas o antiperonistas; propone que, más bien, se las considere obras de un peronólogo. Tampoco le satisface que se las piense como suscriptas a la tendencia del realismo mágico. Y cuando se las ha querido calificar de novelas históricas traza distinciones con el fin de precisar su peculiar carácter.

Reconocido todo esto, no nos amilana atribuir a sus obras un decidido carácter político, (no es el caso de Sagrado, 1969; ni de La mano del amo, 1991; como se sabe). Creo que La novela de Perón, Santa Evita y El vuelo de la reina –todas ellas obras ficticias, novelas– comparten con el libro de ensayos El sueño argentino, con el de las crónicas de Lugar común la muerte y con las Memorias del General ese rasgo. Y, por ello, me parece legítimo designar a esas novelas como novelas políticas. Y lo son en el mismo sentido que las de Stendhal, Dostoievski, Conrad, Turgenev, Henry James, Malraux, Silone, Koestler y Orwell.1 En todas, lo político desempeña un papel domi-nante o, al menos, el ámbito del desenvolvimiento de la trama y de los personajes está fuertemente contaminado por lo político.
Santa Evita, la obra más significativa de Eloy Martínez –o que, sin dudas, ha tenido mayor impacto en el público lector y en la crítica– sólo puede ser comprendida en función de la crisis global de la “Argentina alterada” de los años 30 (la revolución social que significó “todo el poder a Perón” y el consecuente paso del “movimiento peronista” al “régimen pero-nista” y el posterior antiperonismo gobernante); desde ella, hasta “la Argentina violenta” (el régimen militar y la Argentina corporativa (1966-1973) y “el tiempo del desprecio” (1973-1982) y la convergencia electoral de 1983 con sus complejas consecuencia posteriores.2

Y es esto lo que ha significado, precisamente, que la obra de Eloy Martínez constituya un profundo cuestionamiento del pasado reciente y del presente inmediato de la historia argentina. Ello en muchos niveles: el fáctico de los acontecimientos públicos; la indagación en las luchas de clases y los enfrentamientos entre facciones del peronismo; la revisión cuidadosa de las figuras carismáticas de Perón y Evita –la “diarquía” o “liderazgo bicéfalo” por ellos ejercido– la dominancia persistente por largo plazo del partido peronista y, por sobre todo, el replanteamiento literario de mitos: el del Jefe, el de la Madre, el del cadáver ambulante de Evita.

Frente a la amnesia histórica y las verdades absolutas de los peronistas y de los antiperonistas, Eloy Martínez procura articular una visión del pasado que permita enfrentarse con él y con las consecuencias que tiene para el presente y el futuro de Argentina. Es, en este sentido, que sus novelas hay que entenderlas dentro de la antigua tradición novelística (Balzac, Proust, Galdós, etc.) que busca la recuperación de la historia; en el caso específico de Eloy Martínez: la historia política de su país.
Irwing Howe, un buen conocedor del subgénero novela política, ha subrayado bien en qué consiste el mayor desafío que enfrenta el autor de ese tipo novelesco

to make ideas or ideologies come to life, to endow them with the capacity for stirring characters into passionate gestures and sacrifices, and even more, to create the illusion that they have a kind of independent motion, so that they themselves –those abstract rights or ideas or ideology– seems to become active characters in the political novel (21).3
Eloy Martínez ha sido grandemente exitoso en no ofrecer su visión política –o la visión que tiene de la política argentina– en fórmulas abs-tractas. Por el contrario, presenta la relación entre lo teórico, lo abstracto y la ideología y lo concreto y vívido con que ella se realiza en la existencia de personajes plenos, complejos, que enfrentan situaciones conflictivas, de enorme riqueza de matices. Lejos de toda propuesta y formulación pan-fletarias, sus novelas políticas enriquecen nuestra apreciación de personajes ya históricos, los mitos que ellos encarnan, los conflictos personales y co-lectivos que enfrentaron, las circunstancias sociales en que se desenvolvieron, los hechos que protagonizaron. Por eso mismo, nada más lejos de la persua-sión política que estas novelas de Eloy Martínez. Sin embargo, parafraseando a Irwing Howe en su apreciación de Los endemoniados (1871-1872), de Dos-toievski, yo sostendría: “me resulta difícil imaginar, digamos, a un peronista (o antiperonista) fanático que pueda ser disuadido de sus convicciones leyendo La novela de Perón, Santa Evita o El vuelo de la reina; aunque, por otro lado, me gustaría igualmente pensar que la calidad y los matices de sus creencias no podrán nunca ser los mismos que eran antes de que leyeran esas obras”4 .

Dicho de otro modo, Eloy Martínez expone el clamor impersonal de lo ideológico, de lo político, a las presiones de entidades privadas. Y lo hace estableciendo, al mismo tiempo, un complejísimo movimiento intelectual en el que su propia opinión (visión, si se prefiere), siendo poderosa y activa, no domina por entero a quienes quiere proponerla, vale decir, a sus lectores. Novelas políticas cumplidas son las de Eloy Martínez porque iluminan una parte importantísima de la vida social de Argentina y, por extensión, de His-panoamérica, al mismo tiempo que sugieren una opción de apreciarla en toda su riqueza.

Por otro lado, tengamos en cuenta lo que la teoría estética marxista con-temporánea ha concluido ser lo más apropiado: no tratar a la literatura como un simple “reflejo” de la realidad, sino ver esta relación mediada por la ideo-logía. La literatura no se refiere directamente a la historia, sino a la ideología, es decir, a conjuntos de ideas que “explican” la realidad. Cito de Jack Sinni-gen

Trabaja (la literatura) sobre un material ideológico, y el texto, en vez de ser un reflejo, es un producto, el resultado de un proceso de producción específico, un lugar donde se elaboran conflictos ideológicos según categorías estéticas. La literatura produce, reproduce y cuestiona la ideología, y así participa en su articulación.5
El discurso ideológico de La novela de Perón, además de ser una relec-tura de la historia del peronismo –reconstruida en las memorias que el General revisa y en las contramemorias de Zamora y en el discurso mismo del narrador– es, también, un cuestionamiento de las alternativas existentes en la sociedad argentina tanto dentro del propio peronismo como las que de él se distancian.6 Además, ese discurso ideológico muestra el engaño en que han vivido los argentinos, algo que en los ensayos de El sueño argentino cons-tituye denuncia implacable. Sueño y engaño que incluyen, entre otros, el de creerse más europeos que latinoamericanos

Mis novelas procuran, sobre todo –sostiene su autor– a través de las figuras dominantes del siglo XX, demostrar hasta qué punto somos latinoamericanos, hasta qué punto el país vive engañado.7
Tal tópico es algo que supo captar muy bien Carlos Fuentes con respec-to a Santa Evita


Santa Evita es la historia de un país latinoamericano autoengañado, que se imagina europeo, racional, civilizado, y amanece un día sin ilusiones, tan latinoamericano como El Salvador o Venezuela.8
Si las novelas de Eloy Martínez convocan una memoria colectiva que debe reconstruirse, también buscan una alternativa al lenguaje alienado y monolítico que prima en el discurso historiográfico argentino y lo hacen por medio del desarrollo de un lenguaje narrativo y una estructura que permiten el juego (versus la solemnidad9 ) y la problematización y el autocuestionamiento del texto (versus la estructura cerrada).10

Y a este propósito, no está de más insistir en el poder que Eloy Martí-nez asigna a la capacidad de la imaginación para romper los esquemas de la realidad establecida como tal y, así, acercarse a “la verdad”; dar pasos iné-ditos hacia ella. Sus novelas, como le gusta repetir, son mentiras, pero son mentiras justificables frente a la hipocresía, el parasitismo y las debilidades de un sistema corrupto y corruptor, como se ve, sobre todo, en El vuelo de la reina.

Las novelas de Eloy Martínez se rebelan ante la miseria material y mo-ral y la enajenación de una sociedad inamovible y tránsfuga al mismo tiempo. Repitámoslo: no lo hacen “programáticamente” –no hay nada en el ideario escritural del autor que pueda sustentar una afirmación como ésa– pero es lo que se desprende, legítimamente, de los textos. Los personajes más “puros”, más “incontaminados” denuncian, en su misma índole, tal deseo de cambios, tal anhelo de “utopía”. No hay en ellos una actitud fría, pragmática y servil que los conduzca al mejoramiento social. Sus rebeliones es cierto que no los llevan a nada, tan sólo a la aceptación pasiva del sistema. Sus gestos terminan por ser la intención de malogrados intentos para realizar la solidaridad y se constituyen en testimonio del poder, al parecer incontestable, de las circuns-tancias reinantes. Lo que me parece muy válido sugerir es que el cuestio-namiento ideológico de las novelas de Eloy Martínez reside en esa rebeldía de la que hablábamos como fuerza motriz: mediante ella se articula la denuncia de las condiciones sociales vigentes en la Argentina, tan injustas todas ellas que tiene que provocar reacciones extremas.11 Y es a partir de ellas que se en-focan, precisamente, los problemas que implican tales rebeliones: se nos dan los trazos de sus contradicciones internas y la potencia de las fuerzas de la adversidad. Con ello quiero decir: la alienación y la miseria funcionan como factores dados y el problema central que se pone en primer plano es el de la dificultad, y la necesidad, de cambiarlas.

Eloy Martínez en sus novelas reproduce situaciones vividas y conoci-das en la sociedad argentina de los últimos decenios. Ya lo hemos dicho. Y lo interesante es que lo hace en relatos de ninguna manera ingenuos. Por el contrario, ellos cuestionan permanentemente la naturaleza del texto del cual son discursos. Se cuenta una historia en que se hace explícita la preocupación del por qué y el cómo hay que contarla. De allí la importancia de reflexionar sobre el carácter metanarrativo con que estos textos se ofrecen a la percep-ción-recepción del lector. Éste es obligado a la coparticipación. No puede ser –lo digo en metáfora de la que Cortázar se arrepintiera– “lector hembra” y, por el contrario, su papel es obligatoriamente activo: es un copar-ticipante del mundo que se le ofrece necesitado de reflexión y análisis. Las novelas de Eloy Martínez no son propositivas, tendenciosas. Por lo mismo, necesitan de ese lector que se inmiscuya en el cosmos imaginativo que se le presenta para su propia inquisición. Son novelas que movilizan, descentran, obligan al análisis; no se detienen en una propuesta autorial explícita u obvia. De tal modo, al no ser meros receptores de una ideología dada, a los lectores se nos lleva a plantearnos, creativamente, ante cualquier ideología satisfecha de sus pro-puestas. Quedamos inquietos frente al discurso establecido, nos vemos condu-cidos al rechazo de un mundo que representa fuerzas sociales al parecer inexpugnables, pero a las cuales entendemos que hay que impugnar. El im-pulso matriz se da en el enfrentamiento de opciones e ilusiones. Rebelión contra las circunstancias reinantes, desapego de cualquier modo de pasividad.

Me parece ver que esto se logra en el desmantelamiento de la noción de autor, de la supuesta validez de su autoridad absoluta. El discurso narrativo autorreferente, atento críticamente a su formulación, sensible a sus deficien-cias e impotencia para ejercer un dominio total de la materia narrativa; su formulación constantemente pone en jaque al discurso autoritario, vale decir, el del poder. Si el poder constituye el tema básico de la obra de Eloy Martí-nez, su tratamiento no se da –es lo que nos importa proponer– sólo en el estrato del “contenido”, de las “ideas” de sus escritos, sino que su naturaleza se pone al descubierto en su misma formulación discursiva, en las modalidades de expresión en que tales ideas se enuncian.

Autor es un término polisémico cuya significación ha ido evolu-cionando en el decurso de la historia y de la crítica literaria. Para la semiótica contemporánea, cuenta únicamente como emisor del mensaje textual y como “artífice y garante de la función comunicativa de la obra”12 . Desde esta perspectiva, el autor establece, a partir del texto, una especial relación con sus destinatarios, ya que se mueve dentro de unas coordenadas socio culturales y unos códigos literarios de acuerdo con los cuales emite su “mensaje” que ha de ser descifrado por sus receptores. Estos pueden descubrir la presencia del autor en el texto a partir de una serie de signos y huellas dejadas por él y que la crítica trata de interpretar. En La retórica de la ficción13 , W. Booth acuñó la denominación de autor implícito no representado, aludiendo no al autor histórico en cuanto tal, sino a su desdoblamiento en la obra, a la presencia de su voz y de la imagen que de él se forman los lectores a partir de las huellas dejadas en el texto y, en concreto, del conjunto de elecciones y de la cosmovisión que laten en la obra como reflejo del pensamiento de su autor real. En el caso de las novelas de Eloy Martínez, el autor implícito está, por largas instancias, representado, y es su cosmovisión la que se propone como propia de un autor real. Pero, insistimos, no para ejercer otro dominio –otra autoridad– que la de obligar (valga el oxímoron semántico) a ejercer la li-bertad interpretativa. Frente a las propuestas absolutistas (a modo de ejemplo: Evita angelical, santa; Evita demoníaca) la opción de aceptar la índole compleja, rica en matices, del personaje, tanto el histórico como el literario

Eva Perón fue una mujer intolerante, iletrada, fanática y ávida de poder o, al menos, ávida del amor y de la admiración de las multitudes que sólo se pueden alcanzar a través del poder. Pero no fue una prostituta, no fue una fascista –quizás ignoraba el significado de esa ideología– y tampoco fue una mujer codiciosa.14
Es a esa riqueza interpretativa, a un atender a lo multívoco de las valencias, que nos conduce la obra de Eloy Martínez. Lo político no enten-dido, entonces, en su acepción de proselitismo restringido, sino, todo lo contrario, de reflexión abierta, creadora, inquietante, frente a los hechos –históricos y/o imaginados– que nos asedian como requisidores de respuesta necesaria. Necesaria, pero no única, no indisputable. Una desarticulación del poder, en definitiva. Un no aceptar las respuestas ya dadas por la autoridad, por el autoritarismo.

Es así como se da en Eloy Martínez la relación entre la ficción y la “realidad”: constituye un importante punto de encuentro entre los discursos ideológicos que dialogan en la interioridad de los textos, y los literarios (planteamientos sobre la naturaleza y función de la ficción, rol del autor, etc.). El proyecto ideológico (un enfrentamiento con el pasado) confluye con el literario (el examen de la relación entre historia y ficción: la intertextualidad) y dan el mismo resultado: la ficción es más “real” que la “historia” general-mente aceptada y, por lo tanto, establecida.

El juego entre ficción y realidad no es en la obra de Eloy Martínez sólo un elemento de las relaciones entre los personajes, sino la forma central de las novelas que está claramente relacionada con cuestiones ideológicas. Para que se entienda mejor lo que quiero decir cito lo sostenido por Terry Eagleton cuando compara entre varios escritores de Inglaterra e Irlanda
La matriz ideológica de la ficción de Trollope (como en toda escritura) incluye una ideología de la estética; en el caso de Trollope, un “realismo” anémico ingenuamente representacional, que no es más que un reflejo del vulgar empirismo burgués. Por el contrario, para Eliot, Hardy, Joyce y Lawrence la cuestión ideológica está presente implícitamente en el problema estético de cómo escribir; lo “estético” –la producción textual– se convierte en una instancia crucial, sobredeterminada, de la cuestión de las relaciones reales e imaginarias entre los hombres y sus condiciones sociales que llamamos la ideología.15
Santa Evita, sobre todo, es un texto muy complejo cuyo discurso, o parte importante de él, remite al problema estético de cómo escribir. Su dificultad no viene, entonces, de las rupturas cronológicas en la trama (u otros aspectos estructurales) sino, también, porque mantiene una tensión continua entre lo ideológico y lo estético. Diríamos que ofrece una doble vinculación: con una dimensión problemática importante de la narrativa contemporánea, por una parte (a los nombres citados por Eagleton habría que añadir, entre otros, a todos los autores del “boom” de la novela hispanoamericana) y, por otra, con las voces del espacio político del referente extratextual: los discursos existentes sobre Perón y el peronismo, sobre Evita. Los discursos y las ideologías en que ellos se sustentan.

La novela de Perón, por su lado, quiere ser la biografía verdadera del verdadero Perón y en su decurso se convierte en una “explicación” –en una propuesta de explicación posible, abierta al debate– de una política malo-grada. El tema recurre en Santa Evita y en El vuelo de la reina. Las tres novelas presentan, también, la búsqueda de la auténtica identidad de la Argentina, pues en todas ellas importan la geografía, arquitectura, historia, arqueología y tipología de sus habitantes/ciudadanos. Y no como elementos “ambientales”, sino formando parte del enunciado de la acción de los personajes y del drama que viven.

Me gustaría insistir –porque lo estimo fundamental– en el papel del texto como búsqueda en la obra de Eloy Martínez: su necesidad de seguir el proceso literario como acto de reconocimiento y de práctica social. Vale decir, política. Sobre todo porque esto se teoriza –se plantea, se plasma– en las novelas de modo recurrente: en ellas el escribir se acompaña de un divagar sobre cómo hacerlo. Lo pretendido, al parecer, es una comunicación y un proceso de concienciación que libere, que rompa, los esquemas establecidos. La reflexión que hacen los textos sobre su producción abarca el lenguaje y la intertextualidad pero, también –como hemos dicho– una amplia gama de discursos extraliterarios: la historia (claro), la geografía, el arte, los proyectos de crear una sociedad específica y los intentos (esa aproximación a la utopía que apuntábamos) de cambiarla. Novelas que tratan, entonces, el lenguaje como fenómeno social y psicológico que se transforma y que también puede alterar ésos mismos. Hay una dialéctica sustantiva en ellos que consiste en la contradicción –que busca superarse– entre lo establecido con enorme fuerza por el medio y las directrices del cambio anhelado.

Lo que enuncio en términos abstractos la novela se encarga de propor-cionarlo en la inmediatez de lo concreto de la existencia de los personajes y entidades sociales que son, todos ellos, ejes dinamizadores sobre los que gira el desarrollo de la acción. Pocos de esos personajes son planos, la mayor parte redondos (la terminología, como se sabe, es de Forster)16 , los que Unamuno denominara “agónicos”, frente a los “rectilíneos”. Los vemos en un debatirse constante: no aceptan categorías rígidas, todo lo problematizan. Y ello es, insisto, lo que también nos pasa a los lectores, quienes no podemos sentirnos esquematizados por propuestas unidireccionales sino, por el contra-rio, abiertos a multiplicidad de opciones. Frente al discurso autoritario, definición última de la sociedad presentada en las novelas, la necesidad de encontrar espacios libertarios, liberadores. Un no dar definiciones sino aproximaciones. De allí que los sueños y la mitología ocupen en las novelas de Eloy Martínez un lugar privilegiado: son formas de organizar la información accesible para darle un sentido frente al caos y el vacío del olvido: “el dedicarse a escribir significa no sólo la recuperación del pasado sino también el examen del sentido de este nuevo oficio”, ha dicho Jack Sinnigen.

En relación con ello me parece también de interés recordar lo establecido por Eagleton cuando compara la literatura con la historiografía, preocupación medular en el pensamiento de Martínez. Para el teórico inglés literatura e historiografía se asemejan en la medida en que las dos parecen estar refiriéndose a la historia. No obstante, la historiografía toma la historia como su objeto y, por lo menos, intenta (aunque no lo logre) presentar una versión objetiva de ella. En cambio parece ser que la literatura, en general, no tiene ningún objeto específico, que siempre está inventando su propio objeto, porque es una ficción (algo que Eloy Martínez destaca insistentemente, según viéramos). Como tal, como ficción, trabaja sobre las formaciones ideológicas, es decir, sobre unas representaciones de la experiencia vivida y así se llena de elementos pseudo-reales; aleja la historia, al mismo tiempo que significa que la historia es, en última instancia, la base de toda su referencialidad.

Cerramos entonces el círculo: las novelas de Eloy Martínez, novelas políticas, se estructuran a partir de formaciones ideológicas, las existentes en su medio, lo que Eagleton llama “ideología general”, y la suya propia, “la ideología del autor”. De ambas tiene, obviamente, experiencia vivida. Ellas, en la práctica productiva de los textos, aparecen problematizadas y mantienen relaciones de disyuntiva parcial, a veces, y de contradicción severa casi siempre. Su formulación en los textos conduce a un revelamiento o desvelamiento de su referente extratextual del que, como establecimos, no constituye simple reflejo. Imbricado a todo ello, por esas transacciones complejas existente entre texto e ideología de las cuales habla Eagleton, el novelista plantea los problemas del uso de los medios estéticos apropiados para configurar el mundo ficticio con que va a develar el mundo real.

Por último, quizás sea de ayuda, también, para una mejor lectura de esta dimensión de la obra de Eloy Martínez que nos ha preocupado considerar aquí, recoger los momentos y los modos en que el autor se aproxima a la política. Martínez ha reconocido que en realidad la política no le interesaba en absoluto hasta que visitó por primera vez a Perón en Puerta de Hierro, (Madrid), en 1966. La circunstancia la cuenta así, a Jorge Halperin
Yo estaba en España preparando una nota sobre los 30 años de la Guerra Civil. En ese momento, me llamaron de Primera Plana y me dijeron que como Arturo Illía acababa de ser derrocado, yo debía conseguir la palabra de Perón para una edición especial. Lo busqué de mil maneras y, finalmente, a través de Jorge Antonio, pude entrevistarlo durante 3 horas.17

Sobre la impresión que inicialmente tuvo de ese encuentro, agrega lo siguiente:
En ese momento (Perón) era un político en el ocaso, porque parecía condenado a no regresar. Fíjese la materia viva y lo circular que tiene la política que, pocos años después, asistiríamos al retorno. Pero entonces vi todos los matices de la condición humana en la política: falsedades, hipocresía, ficciones, invenciones, buenos y malos deseos, obsecuen-cias y esoterismo. Primero, Perón se pronunció a favor del golpe y, 15 días después, en contra. Ya se habla de ceremonias esotéricas. Entonces, esa zona oscura de la política me fascinó narrativamente (La cursiva es nuestra).
Importa, también, tener en consideración lo que Eloy Martínez piensa sobre lo que hace a un libro de tema político, ligado entonces a la historia, una producción literaria auténtica, valiosa, perdurable. Si algunos tienen valor de documentos –reflexiona ante Halpering– otros son meramente de coyuntura y tienen vida breve, pero
cuando el lenguaje trasciende la coyuntura, logran perdurar. El ejemplo máximo es Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla, que narra episodios de una expedición militar pero que alcanza una dimensión literaria y perdura. El Facundo, de Sarmiento, es otro caso. Fue escrito como un panfleto político, como lo fue Amalia, hecho con la forma de novela pero pensado como denuncia política. Y las Aguafuertes de Arlt. Son literatura.
Y, en palabras que parecen ser una definición de su propia obra (para la que, sabemos, rechaza que sea del todo válido considerar ficción histórica), agrega
Alguna literatura usa a la historia como pretexto. Hay ficciones nacionales que se preocupan por trazar el destino del país y en las cuales los personajes históricos son un pretexto.
Hemos querido mostrar en esta nota que tal es la dimensión de novela política que tienen las ficciones de Tomás Eloy Martínez. 


ALFONSÍN Y PERÓN, DOS CARAS DE LA HISTORIA
Tomás Eloy Martinez

Cuando estas líneas se publiquen se habrán enumerado en la Argentina ya todas las cualidades de Raúl Alfonsín, el ex presidente que murió de cáncer el 31 de marzo: su honestidad como gobernante, una virtud que los sucesores han vuelto más evidente; su vocación republicana, que lo llevó a librar peleas sin tregua contra la injerencia de la Iglesia en los asuntos del Estado, una de las cuales ganó al promover la ley de divorcio; su coraje para enjuiciar a los opresores que habían sido dueños del país y disponían aún de fuerza para proteger su impunidad.
Se habrán mencionado también sus errores: su penosa relación con el poder económico; las torpezas del pacto de Olivos, que intentaba fundar una república parlamentaria y sólo consiguió reforzar la omnipotencia presidencial y erosionar las instituciones. Ya se habrá dicho muchas veces, pero nunca las suficientes, que en su brújula no existió otro norte que consolidar la democracia recuperada en 1983 para que esa vez fuera la definitiva luego de cinco décadas de golpes de Estado.
Los grandes hombres eligen la historia como juez y le ceden la última palabra.
Nadie se atrevió a dudar jamás de su probidad. Se fue tan limpio como llegó
Ninguno de los países del Cono Sur, igualmente asolados por las dictaduras del fin de la guerra fría, tuvo un juicio a los jefes militares como el que Alfonsín llevó adelante en la Argentina: una intervención ejemplar de los poderes del Estado para que nunca más se atropellaran los valores amparados por la Constitución.
Ese gesto, y su terca resistencia a la adversidad, dieron esperanza a los pueblos de Uruguay, Brasil y Chile que iban a recuperar sus libertades. Y al tiempo, amenazado por tres levantamientos militares, Alfonsín promovió las leyes de punto final y obediencia debida que la Corte Suprema declaró inconstitucionales años después.
La arrebatadora campaña presidencial de Alfonsín en octubre de 1983 fue acaso la última demostración espontánea de fe política, sin autobuses de alquiler cargados por rehenes de los caudillos regionales en busca de un viático, y sin la mediación decisiva de la televisión. Con esa campaña logró ganarle al peronismo por primera vez y por las buenas, allí donde años de torpe proscripción habían fallado. Tuvo entonces el maravilloso valor de llegar al corazón de los argentinos recordándoles cómo habían decidido formar una nación para buscar la paz y el progreso.
Sólo bastó que en esos días recitara el preámbulo de la Constitución para que su voz se convirtiera en un recuerdo entrañable, para rescatar el Estado de derecho que muchos habían despreciado ante los carnavales grotescos de Isabel Perón y su astrólogo, o las utopías de socialismo, cuando todavía estaba en pie el muro de Berlín. Al repetir una y otra vez la letanía del preámbulo, reivindicó el respeto por la voz de los otros y porel diálogo civilizado con los adversarios.
Ésas son las estampas que retendrá la historia. Yo quiero contribuir a su memoria con la narración de episodios menores que reflejan el envés de esas medallas pero que a la vez lo retratan de cuerpo entero.
Lo conocí en Caracas a mediados de 1981. Se hospedaba en la casa de su amigo Adolfo Gass, quien sería elegido senador por el radicalismo cuando regresó del exilio. Estaba en la cama, postrado por una gripe tropical, y no advertí en él nada que me impresionara. Su aspecto y su lenguaje parecían los de un hombre cualquiera, sin señales que revelaran el futuro presidencial que le auguraban tanto Gass como el matemático Manuel Sadosky, quien me había llevado a conocerlo.
Quizá porque la gripe lo decaía, no vi en el Alfonsín de entonces el brillo político que hacía falta para que los argentinos decidieran seguirlo, arrostrando la indiferencia y el miedo infundidos por el yugo autoritario. Les confié esas dudas a Gass y a Sadosky, y ambos coincidieron en que el Alfonsín de pijama que yo acababa de conocer, de apariencia tan gris y modesta, se agigantaba en las tribunas, en el Parlamento y en los discursos públicos. "Jamás se le olvida que la historia lo está mirando", me dijo Gass, "y que la historia lleva la cuenta de todo lo que dice y hace".
Volví a verlo en agosto de 1987, pocos meses después de las rebeliones carapintadas, ante las que había desoído el clamor de la multitud que lo apoyaba. Fui a visitarlo a la residencia presidencial de Olivos para anticiparle los temas generales de la entrevista que esa misma noche le haría por televisión. No puso el menor reparo a mis preguntas y me instó a interrogarlo con absoluta libertad.
"Sólo le ruego", me dijo, "que si formula acusaciones contra mí o alguno de mis colaboradores esté seguro de que se apoyan en pruebas muy sólidas. Cuando se deslizan sospechas sobre la honestidad de un funcionario no hay defensa posible, porque la sospecha queda flotando en el aire y sigue manchando por mucho tiempo al más inocente de los inocentes".
Nadie se atrevió a dudar jamás de su probidad, y así se fue, tan limpio como llegó.
Mientras nos despedíamos, le dije que seguía sin entender por qué había preferido parlamentar con los rebeldes carapintadas en vez de enfrentarlos acompañado por las 100.000 personas que repudiaban el golpe en la plaza de Mayo y se ofrecían a defender con sus vidas la democracia naciente.
"Si aceptábamos esa apuesta habríamos podido perder todo: la democracia y muchas vidas", me replicó. "Pensé entonces cuál era mi deber ante la historia. Y no dudé".
"Algo parecido respondió Perón en 1970", le dije, "cuando le pregunté por qué, creyéndose más fuerte que los rebeldes en 1955, no había intentado defenderse".
"No quise cargar sobre mi conciencia con un enorme derramamiento de sangre", me explicó Perón. "Ésos son actos que no perdona la historia".
Al presidente se le ensombreció la sonrisa y dejó que la luz del mediodía se llevara la cordialidad que había guiado nuestro diálogo. Esa noche, en los estudios de la televisión, volvió a ser el de siempre: agudo, veloz para las réplicas, certero al citar los índices económicos sin desviarlos ni una décima.
Cuando caminábamos por los pasillos hacia la salida me llevó aparte y me dijo con firmeza: "Me quedé pensando en su referencia de esta mañana. Quiero decirle que a mí Perón no me va a ganar la historia".
De modo que ahí estaba, entonces, la historia, la invisible madre de todas las batallas. Perón se había encolerizado en Puerta de Hierro cuando le hice notar que Evita estaba llevándole ventaja en ese duelo ante la posteridad. Y ahora Alfonsín, sin cólera pero con el mismo énfasis, vaticinaba que la historia iba a preferirlo a él, que devolvió a la conciencia civil la noción de respeto a las instituciones republicanas, y no a Perón, quien permitió a la clase trabajadora integrarse a la vida política y económica.
Ahora que se van apagando las alabanzas y los reproches que suceden a las muertes, los grandes hombres se van quedando solos, a la espera de que la historia se pronuncie. A ella la eligieron como juez y le cedieron la última palabra.

 LOS DESAFIOS DE LA CULTURA "NARCO"
Tomás Eloy Martinez (2010)

Los novelistas van siempre un paso adelante de la realidad. Hacia 1930, el argentino Roberto Arlt vislumbró en sus dos grandes novelas, Los siete locos y Los lanzallamas, la madeja fascista que se cernía sobre las naciones jóvenes del sur. Así también ahora la guerra contra las drogas y el narcotráfico impregna buena parte de la literatura, sobre todo en Colombia y México, donde la cultura narco se ha infiltrado en todos los aspectos de la vida.
Expandida como un virus, la cultura narco pone y derriba Gobiernos, compra y vende conciencias, se toma la vida de las familias y ahora la vida de las naciones. La cultura narco es la cultura del nuevo milenio.
Todos los días las noticias arrojan cadáveres que se ordenan entre "decapitados" y "severamente mutilados". Los sicarios ya no tienen una patria, sino que las invaden todas: el cartel de Sinaloa tiene laboratorios en la provincia de Buenos Aires, las bandas que actúan en las sombras imponen guerras en las favelas de Río de Janeiro o en las villas de San Martín, en España, o Boulogne, de Francia.
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Este artículo sobre el poder de la droga es el último escrito por el autor, fallecido el pasado domingo
Hay que arruinar su negocio con la despenalización del consumo
La traición, si se sospecha, se castiga con acciones mafiosas; si se prueba, con crímenes que traen más muertes, en una escalada de venganzas infinitas.
En su novela póstuma 2666, el novelista chileno Roberto Bolaño relató en toda su crudeza y horror los asesinatos de mujeres en Santa Teresa, transmutación literaria de Ciudad Juárez, enclave fronterizo con El Paso, Tejas, donde desde hace décadas gobiernan la violencia y la impunidad. Esas muertes narran un crimen continuo, una historia de nunca acabar.
Un empresario poderoso que observa cómo su país está siendo minado por los narcotraficantes en complicidad con la corrupción del poder, decide ganarles "siendo más criminal que ellos" en la última novela del escritor mexicano Carlos Fuentes, Adán en Edén. La manera en que el dinero sucio del narcotráfico penetra en la sociedad provocó picos de rating en la versión para televisión de Sin tetas no hay paraíso, la historia en la que Gustavo Bolívar, escritor colombiano, cuenta cómo una joven de 17 años se prostituye para comprarse pechos más grandes y así acceder al círculo de los traficantes.
La lista viene amontonando títulos en sintonía con el ritmo en que avanzan la muerte y la corrupción por el continente: Rosario Tijeras, del colombiano Jorge Franco; La reina del sur, del escritor español Arturo Pérez-Reverte; Balas de plata, del mexicano Élmer Mendoza, o La virgen de los sicarios, del colombiano-mexicano Fernando Vallejo, son apenas unos pocos ejemplos con un denominador común: cada golpe al narcotráfico es devuelto con otro golpe aún mayor.Es lo que le ha ocurrido al presidente Álvaro Uribe en Colombia y ahora al presidente Felipe Calderón en México. Mientras tanto se destruyen personas, familias, pueblos, culturas. Cada día se hace más evidente que la guerra no es la solución al problema y que la única vía posible es enfrentarlo desde la raíz, es decir, desde la despenalización del consumo.
Las inteligencias más lúcidas del continente insisten en que es imperioso llegar a un acuerdo de cooperación entre traficantes y consumidores. Cuando se rompan esos pactos siniestros de silencio y dinero, y los expendios de droga salgan a la luz del día, como el alcohol después de la Ley Seca, quizás hasta los propios traficantes descubran las ventajas de trabajar dentro de la ley.
La despenalización avanza. España, que trata la drogadicción como un problema de salud, fue el primer país europeo en despenalizar el consumo de marihuana. La posesión para uso personal no es delito, aunque el consumo público está castigado con multas administrativas y su legislación contra el tráfico está entre las más severas de Europa.
Hace pocas semanas, y a contracorriente de una costumbre avalada por el ex presidente George W. Bush, la Administración de Barack Obama estableció que los fiscales federales no gastaran sus recursos en arrestar a personas que usan o suministran marihuana con fines medicinales.
Quizás el caso más conocido sea el de Holanda, donde en rigor es delito el consumo de cualquier sustancia prohibida. Sólo hay cierta consideración para el acceso a la marihuana en los llamados coffee shops, lugares reservados para la compra y consumo de menos de cinco gramos diarios.
En Argentina un fallo de la Corte Suprema de Justicia estableció que el consumo personal de marihuana no es un delito y también ha concentrado en un solo juzgado federal todo lo relacionado con el paco, un veneno barato que arrasa los círculos más pobres de la población.
¿Es la despenalización la cura de todos los males? El lenguaje de las armas demostró su fracaso y la historia ya escribió su ejemplo más contundente cuando en los Estados Unidos se prohibió el consumo de alcohol durante los 13 años que duró la Ley Seca.
La prohibición que comenzó el 17 de enero de 1920, lejos de hacer desaparecer el vicio, provocó la creación de un mercado negro del que surgieron todos los Al Capone, los Baby Face Nelson, los falsos héroes como Bonnie & Clyde y una legión de padrinos que sembraron el terror a sangre y fuego. Como era casi previsible, muy pronto la corrupción se apoderó de las conciencias policiales.
De los agentes encargados de velar por la prohibición, un 35% terminaron con sumarios abiertos por contrabando o complicidad con la mafia y, como era previsible, muy pronto aparecieron las estadísticas nefastas: 30.000 muertos y 100.000 personas resultaron víctimas de ceguera, parálisis y otras complicaciones por envenenamientos con el alcohol metílico y otros adulterantes, a los que recurrían los bebedores desesperados.
En 1933, cuando Franklin D. Roosevelt derogó la Ley Seca, el crimen violento descendió dos tercios. En Estados Unidos no se acabaron los borrachos, pero desaparecieron los Al Capone.
El arma más efectiva contra los jefes del narcotráfico es arruinarles el negocio. Y la única vía posible para hundirlos es legalizando el consumo. No se trata de alentar el consumo, sino de controlarlo mejor, invirtiendo en campañas efectivas de salud pública.