¿Qué encierra el concepto "cuestión mapuche"? ¿Qué diferencia el reclamo de respeto étnico y lingüístico de la acción contra el "despojo territorial"? En una producción periodística especial, en el dossier primero "Río Negro" describe y analiza el universo mapuche desde los costados más visibles de la región: sus reclamos geográficos cada vez más combativos, sus resistencias a proyectos de desarrollo bajo los argumentos de defensa del medioambiente y sus reivindicaciones de derechos colectivos en procura de ejercer poder soberano sobre el hábitat en el que se asientan u ocupan.
La formación de un movimiento que aspira al
reconocimiento de una "nación mapuche" diferenciada de los dos países
que actualmente la albergan (Chile y Argentina) es bastante reciente.
Los primeros planteamientos tuvieron lugar en 1990, a partir de un
documento titulado "Pueblo mapuche, descentralización del Estado y
autonomía regional" y publicado por el centro de estudios mapuches Liwen
de Chile. En el 2006 se formó en el vecino país el Partido Nacionalista
Mapuche (o Wallmapuhen), que aspira al reconocimiento como nación y
propugna la adopción del mapuzungun como idioma oficial del nuevo país.
El reconocimiento político como "nación" lleva implícitos varios
reclamos: la restitución de los territorios históricamente usurpados y
el derecho al autogobierno fundado en el principio de autodeterminación
de los pueblos incorporado en algunas de las convenciones
internacionales de las Naciones Unidas (ONU). El "país mapuche"
(Wallmapu) estaría compuesto por regiones que se extienden a un lado y
otro de la cordillera de los Andes: el Puelmapu (en las provincias
argentinas de Neuquén, Río Negro y Chubut), con 105.000 mapuches
censados, y el Gulumapu (en las regiones chilenas de Los Lagos,
Araucanía y parte de la de Bío Bío), donde vivirían alrededor de un
millón de pobladores indígenas. Por consiguiente, no estamos ante una
mera reivindicación cultural que defiende la conservación de una
determinada especificidad étnica y lingüística, sino ante un discurso
que denuncia el despojo territorial y la asimilación forzosa provocados
por las elites criollas en los procesos de formación de las
nacionalidades chilena y argentina.
Según esta narrativa, los mapuches o araucanos fueron
históricamente poseedores de un territorio propio al sur de la frontera
del río Bío Bío en virtud del Tratado de Quillín, firmado por las
autoridades coloniales de España y los líderes araucanos en 1641. Con la
firma de este tratado, los españoles habrían reconocido implícitamente
la autonomía del Estado de Arauco. Los historiadores chilenos mencionan
la Guerra de Arauco como un prolongado conflicto armado que se registró
en el siglo XVI, período en el que los araucanos ofrecieron tenaz
resistencia a los intentos de los colonizadores españoles de ocupar su
territorio. El "desastre de Curalaba" en 1598, donde pierde la vida el
gobernador español Martín Oñez de Loyola, simboliza la derrota
definitiva de las fuerzas españolas.
Durante las luchas por la independencia de Chile los mapuches
tomaron partido y ayudaron a las fuerzas realistas. Una vez alcanzada la
independencia de España, los chilenos mantuvieron una política de no
agresión hasta que en 1861 se inició un proceso que eufemísticamente se
denominó la "pacificación de la Araucanía" mediante el cual, utilizando
sobornos, alianzas con tribus enemigas y la guerra, se consiguió en 1883
el sometimiento completo de los mapuches. Este conflicto puso fin al
intento del aventurero francés Orélie Antoine de Tounens de erigirse en
el rey de la Araucanía gracias al nombramiento refrendado por los
principales loncos (jefes) mapuches.
La derrota de las fuerzas mapuches que lucharon en el bando
español había propiciado la emigración hacia el noroeste de lo que es
hoy la Patagonia argentina. Los grupos mapuches realizaban malones para
el robo del ganado que luego trasladaban a través de los pasos de la
cordillera de los Andes para su comercialización en Chile. En 1833 Juan
Manuel de Rosas había logrado desplazarlos y firmar algunos tratados
para evitar sus incursiones, pero estos acuerdos no fueron duraderos y
pronto los malones asediaron ciudades como Mendoza, San Luis, Río Cuarto
y gran parte de la provincia de Buenos Aires. La Conquista del
Desierto, iniciada en 1879 y dirigida por el general Julio Argentino
Roca, acabó rápidamente con la resistencia de los mapuches y otras
tribus que ocupaban las tierras al norte del río Negro y al oeste del
Limay.
Para el historiador Luis Alberto Romero, el general Roca "ejecutó
una acción bastante lógica en términos del Estado: consolidar la
soberanía territorial y definir las fronteras. Probablemente le
preocupaba mucho más la disputa con Chile que la lucha con los
aborígenes del sur". Por otra parte, señala: "Las acciones conducidas
por Roca estuvieron muy lejos del exterminio y muy cerca de lo que en la
época era habitual: controlar posibles insurrecciones disolviendo los
grupos potencialmente peligrosos y procurar diferentes caminos de
inserción en el nuevo Estado". Palabras como "genocidio" son propias de
la modernidad, por lo que no resulta atinado utilizarlas para juzgar
acciones emprendidas con los valores de otros tiempos. A modo de
ejemplo, los patriotas de la Primera Junta de Mayo también fusilaron a
sus oponentes y atropellaron los derechos de las poblaciones indígenas
del Alto Perú.
Para la historiografía mapuche, las operaciones militares que
ocasionaron la pérdida de su territorio forman parte de una política
homogeneizadora implementada por el Estado liberal del siglo XIX bajo la
consigna "civilización o barbarie", entendiendo que la civilización
estaba representada por los habitantes de raza blanca y cultura europea.
En la actualidad tendría su continuidad en los intentos globalizadores
gestionados por las empresas multinacionales de ocupar esas tierras para
la explotación extractiva minera o agrícolo-ganadera.
El resurgimiento de reivindicaciones de derechos por parte de
minorías étnicas forma parte de una resistencia difusa a los avances de
la globalización. Grupos europeos anticapitalistas, disconformes con
estos procesos, toman como vectores ciertas temáticas étnicas o
medioambientales para oponerse a lo que llaman "expansión neoliberal".
Movimientos como el zapatista iniciado en Chiapas (México) en 1994
fueron foco de atracción para los grupos "antiglobalización". Esto
explica que el Partido Nacionalista Mapuche se haya "hermanado" con
Aralar, un partido independentista vasco creado tras la disolución de
ETA. Ambos aspiran a obtener la "liberación nacional" y acordaron
compartir experiencias y estrategias con el objetivo de conquistar el
poder.
Las demandas de estos grupos étnicos se han visto reforzadas por
algunos tratados de organismos internacionales como la Convención 169 de
1989 de la OIT o la Declaración de las Naciones Unidas sobre los
Derechos de los Pueblos Indígenas de 1994. Esta última introduce un tema
conflictivo al reconocer los "derechos colectivos" de los pueblos
originarios, que "son indispensables para su existencia, bienestar y
desarrollo integral como pueblos". Según esta convención, los pueblos
indígenas tienen derecho a la libre determinación, a la autonomía, al
autogobierno en las cuestiones relacionadas con sus asuntos internos y a
conservar sus propias instituciones políticas, jurídicas, económicas,
sociales y culturales. No pueden ser desplazados por la fuerza de sus
territorios y deben ser consultados antes de aplicar medidas
legislativas que los afecten, "a fin de obtener su consentimiento libre,
previo o informado".
El problema que se abre con el reconocimiento de los derechos
colectivos es que se estimulan los intentos políticos de los grupos que,
por motivos diversos, cuestionan nuestra actual organización política y
social. Todo grupo que aspira a hacerse de una nueva identidad acude al
uso de relatos históricos o míticos que legitiman sus aspiraciones
políticas. Hay mitos que encierran una cierta verdad histórica, pero
vienen entrelazados con intereses de orden pragmático que persiguen
otros objetivos. Las identidades se consiguen por oposición, a partir de
señalar un enemigo. Y para hacerse lugar, en ocasiones, se acude al uso
de metodologías violentas o se abona el terreno para que nazcan grupos
más radicales.
Como señala Luis Alberto Romero, la "originaria" es una identidad
problemática. "En toda la humanidad no se conoce a nadie que sea
absolutamente originario. En América todos vinieron en un momento más o
menos lejano, haciéndose lugar a los codazos o desplegando otras
prácticas que hoy, con nuestros valores y nuestro lenguaje, no
vacilaríamos en llamar –erróneamente– genocidas". Hay que tener cuidado
en no incubar, bajo enternecedoras ficciones, el huevo de la serpiente.
Las "identidades asesinas" de las que habla Amin Maalouf están siempre
al acecho.
Aleardo F. Laría
aleardolaria@rionegro.com.ar
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