viernes, 27 de agosto de 2021

Ibarrita, misterios de la playa y mucho más.

 

Ibarrita, misterios de la playa y mucho más/Por Carlos Espinosa


Viedma.- (APP) Hay un muchacho de edad indefinida, que se llama Ibarrita (porque es el hijo de Ibarra, el quemado) y vive cerca del mar. Hay un bar de arena, que es propiedad del Flaco. El Uruguayo toca la guitarra, canta y pesca. El viento y la lluvia acompañan, estimulan también. Como personajes secundarios aparecen los malos, el pendenciero, la viuda y la forastera. ¡Ah, y una gaviota!

Con estos pocos materiales Cali Mercapide construyó un relato sugerente.

Ese mar que desborda muchas de las páginas puede ser “una bestia temblorosa y marrón que late y se enfurece”, y es el escenario adecuado para el cruce de historias de piel reseca por la sal. “Ibarrita es la errancia” dice el Flaco, y explica que “duerme donde lo agarra la noche, y a veces desaparece como si se lo tragara el océano… o los arenales”.

El muchacho puede mezclarse con el horizonte atlántico, durante horas, sosteniendo la caña, esperando al pez. Aparece de tanto en tanto, como las dunas que dominan el paisaje, pero está siempre.“Sólo él ve los fantasmas que salen del mar, por eso las historias comienzan con él, con lo que él dice”.

Las playas proyectan los espejismos del desierto. Las mujeres y los hombres de las playas guardan ecos de antiguas marejadas y respiran aires salinos, cuentan serenas historias de lentos amaneceres.

“Ibarrita” es el primero de los relatos patagónicos contenidos en las 149 páginas de este libro de Cali Mercapide, publicado por Editorial Autores de Argentina.

Pero no sólo se trata de las playas, de la arena y del mar.

La meseta patagónica es dura, su gente también. Pero hay belleza entre roquedales y espinas, y se detecta la vibración humana de misteriosos significados detrás de rostros sacudidos por diversas tempestades. Hay que saber mirar, esa es la clave. Mirar a través de la estepa y los valles, traficando con el viento; mirar al mar, hasta que los ojos duelan de bruma, a barlovento.

El caso de Casimiro Millaqueo, en el cuento “Colitoro”, es una magnífica descripción de la vida del hachero leñatero, sólo acompañado por su perro, en medio del monte. No le sobra ni le falta nada para transmitir el resultado de esa mirada a las palabras. Es tarea fina.

Cali Mercapide emprendió esta actividad vocacional hace unos cuantos años, en copias que distribuyó entre amigos, en textos subidos al soporte digital;y ahora, enhorabuena, a través del libro formal.

Maneja el oficio de la descripción con detalle y buen gusto. Califica de forma original y propone esa mirada patagónica que se distingue, que privilegia el vuelo de un ave en medio del ventarrón, que sostiene la marcha en el llano y la apura entre los cerros, que nos lleva siempre, y no nos abandona nunca.

Separa lo esencial del conjunto, para reflexionar, interrogar y cuestionar. Cali Mercapide es un calificado médico cirujano (lo delata el relato “Documental”, está claro) y pone el bisturí en el lugar adecuado para cortar. En la literatura no se usa la anestesia, por eso el trámite incisivo es doloroso, naturalmente. No se puede contar sobre esas vidas desamparadas sin provocar dolor, lo contrario seríauna urdimbre dealmíbar engañoso.

Cali nació y vivió hasta terminar la secundaria en Ingeniero Jacobacci. Ese pueblo ferroviario, que es nudo de vías y caminos, que se inventó historias propias de pioneros inmigrantes y olvidados pobladores originarios, le brinda la argamasa adecuada para sus relatos cambiantes, ágiles, de intensidad multicolor. En algún caso el protagonista es reconocible, pero en casi todos es un pasajero en tránsito. No son necesarias las justificaciones, pero apunta el autor: “la imagen, el frío y los sonidos quedan inmovilizados en las trampas de la memoria, abrochados. Como en una fotografía”.

El narrador está casi siempre en primera persona, no arruga ni cuando un estampido pone luz y sangre en una noche de venganza. Pero en muchos de los tramos es tan sensible y sutil que su participación se escurre por una penumbra prudente. Nos olvidamos de su acompañamiento.

Y así vamos, con el apetito abierto hacia nuevos descubrimientos.

La extensión es perfecta. Ningún relato se excede (y en ese pecado es bien fácil caer, lo digo por propia y dolorosa experiencia) y el lector se queda satisfecho pero anhelante. ¿Por dónde andarán ahora Ibarrita, el Flaco y el Uruguayo? ¿Seguirá la gaviota posada sobre el tonel en el bar de las arenas? (APP)


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