Club Atlético Ferrocarril de Ing. Jacobacci (1956)
A 60 AÑOS DE AQUELLA SENTENCIA...
Cuando el peronismo fue derrocado, o como ahora que dejó el gobierno de modo democrático, la oposición radical-conservadora SIEMPRE hizo funcionar su "ala judicial" mediante denuncias sobre "corrupción" a quienes fueron funcionarios o militantes.
El golpe de estado de 1955 inauguró esa perversa y maliciosa costumbre.
En Ing. Jacobacci (Río Negro), y seguramente como en otros pueblos de la época, también funcionó la maquinaria acusadora.
A aquellas víctimas se las encarceló y acusó de "hurto" (camisetas del club de fútbol "Ferrocarril") y ellas fueron:
Ángel Contissa - Hugo Mercapide - Manuel Pino y Ángel Alonso.
Como era de esperar, la "investigación determinó sus inocencias, pero nadie le podrá quitar la ofensa gratuita a los damnificados.
Como tampoco aquella sentencia del 4 de abril de 1956 le devolvió la vida a Manuel Pino, que falleció en la comisaría fruto de un infarto por el disgusto.
TOMEN NOTA Y COMPAREN.
Por Miguel "Pelusa" Contissa.
Ese busto.
Hay que juntar las ganas, organizar el grito
y despertar de pronto, como un solo estallido. (Armando Tejada Gómez)
El edificio de la comisaría es otra de las obras públicas construidas por el gobierno del General, es otra de las obras de la patria nueva, de la patria de los laburantes, de los que no tienen nada, de los que no tienen ni tierras, ni apellidos oligarcas. De los que solo tienen lo que vale el esfuerzo del trabajo, de los que caerán muertos en un lugar seguro ajeno, de los grasitas, como nos decía la señora.
La construcción tiene el aspecto de una pequeña fortaleza mezclada con un chalet de tejas rojas, con una torre en el frente, y arriba el mástil y la celeste y blanca flameando al viento.
El viento patagonico.
En la vereda unos pinos que comienzan a crecer muestran un poco de verde y tienen el tronco pintado con cal.
Me empujan con fuerza hacia al interior de la oficina, una mano me dobla el antebrazo contra la espalda, sin dejarme decidir. Paso resbalando a través de la puerta abierta, hasta donde hay una silla vacía.
Quedo en el centro del parquet encerado, brillante, faena de algún borrachito preso.
- ¡Acá todos los alcahuetes del pueblo te culpan a vos, sos el único marcado...!
Dice el comisario.
- ¿Dicen que tenias el busto escondido en tu casa?
Afirma.
- ¿O lo tenes?
El busto de bronce de la dama muerta, ese busto que es la imagen sonriente lograda en metal por un artista desconocido de la mujer del General derrocado, del primer trabajador. Del jefe del Movimiento. Y que fueron repartidos por la Fundación que lleva su nombre a casi todos los municipios del país después de su fallecimiento.
Erguido en un pedestal me miraba todos los días camino del trabajo. También miraba pasar al gorilaje, como decía la señora. El busto de ella, de esa puta, como también decían, que no paró hasta meterse en la cama del entonces Coronel y se quedó allí para siempre.
Plantado en la plazoleta frente a la estación del ferrocarril miraba pasar a todo el pueblo. Y todo el pueblo la veía a ella. Al metal con el tiempo lo fue cubriendo una costra verdosa, fue perdiendo el brillo, aun así resultaba majestuoso. Es ella y es su espíritu. Ella la bastarda sin linaje que se transformó en la mina del hombre más poderoso del país. Ella la que con su amor le neutralizó la sangre milica y se lo entregó al pueblo, y ella fue el emblema de los desposeídos, de los muertos de hambre, de los humillados, de nosotros, de los grasitas. Y la intemperie afecta, maltrata el bronce, oxidándolo. De la muerta más ilustre que tendría la patria en toda su historia.
El comisario tiene los ojos claros y el pelo duro, engominado, también un brillo de sudor pegajoso en el labio superior. Cree que fui uno de los que resguarde el busto de la horda gorila, pero no esta seguro. La panza le estira la chaqueta abotonada y está gordo y se lo ve incomodo así sentado. Me sospecha un cobarde como para hacer algo así y me odia. Busca el busto desaparecido y no me admite capaz de hacer algo como eso. Estos mugrientos piensa, se le lee en sus ojos claros. No puede estar muy lejos, piensa. El pueblo es una aldea pequeña y aislada en el desierto, en el medio de la nada.
La señora hizo tanto por nosotros, hasta que murió como murió, sufriendo y furiosa por que la vida se le iba siendo tan joven, y nos dejaba así, solos. No podía dejar que la arrastraran por las calles, ya me imaginaba el busto rebotando contra el enripiado, la cadena tirándola, ahorcándola y escuchar el ruido del metal y el chisperío al rozar las piedritas. No podía ver esas caras sonriendo, gritando, gozosas. Pero no lo pudieron hacer, no les dimos el gusto a los hijos de puta, que con una cadena ya le habían rodeado el cuello y atado luego al paragolpes trasero del camioncito. Uno entre las sombras con una barreta arrancaba las placas del pedestal, con furia, con odio, rompiendo el reboque. Jadeante. Para la abanderada de los humildes decía en la placa de bronce. Otro aceleraba el motor asomándose por la puerta abierta, aferrado al volante y todos gritaban. Y el chorro de humo del escape del camión dibujaba fantasmas en la noche.
Casi no se mueve. Solo voltea el sillón hacia un lado y hacia el otro, incomodo. Tiene los ojos fijos en mi, clavados, y pretende penetrarme la cabeza.
- ¿Yo tengo todo el tiempo del mundo, y usted si que esta jodido, eh?
Me dice.
Un milico le trae un mate, lo hace girar un poco en la mano y me saca los ojos, mira el mate, luego acerca la bombilla a la boca y nuevamente me clava la mirada. Cree que su silencio es más violento que un insulto.
- ¿Lo escondieron el la casa del rengo?
Sonríe irritado.
- ¡Ese fue el primero que te vendió, por eso estás acá...!
Es un grupo pequeño y gritón y los excita el daño y el agravio de romper la imagen sagrada de la muerta. Son cinco pelagatos que no se animarían a mirar a los ojos a esa dama en vida. La dama que gritaba, que nos decía en los discursos: que la patria dejará de ser colonia o la bandera flameará sobre sus ruinas, y nosotros le creíamos. No les saldrían palabras a esos cinco cagones si la tuvieran a ella delante, si ella solo pusiera la mirada en su dirección. Los envalentona la soledad de las calles vacías y el estar juntos.
Se seca la transpiración del labio con los dedos y le devuelve el mate vacío al milico, que no habla.
- ¿Cuénteme cuantos eran?
Dice, ahora sin tutearme.
- ¡ No sea pelotudo, no quiera cargar solo con esto...!
Eructa cerrando la boca y se le hincha el cuello, mientras levanta levemente los hombros.
- ¿Por que cree que lo culpan?
Miente.
- ¿Por que cree que lo dejaron solo, y ahora todos lo apuntan con el dedo?
- ¿Hasta dicen que sos de la resistencia...?
Miente nuevamente.
- ¿Vos sabes que eso es grave... pibe, no?
Vuelve a preguntar.
Le cuesta resolver si tutearme o no, me observa extrañamente, con la atención que se pone en los ojos al contemplar una fogata o el agua correr. Sigue con el movimiento giratorio del sillón y contrae un poco los párpados como buscando que preguntarme. Irascible.
Los compañeros jamas me venderían. Ni una palabra de esto, siempre lo decimos, la vida por ella. Es un juramento sagrado. Cuando nos encanaron nos pusieron solos, uno en cada celda para que no hablemos entre nosotros, y nosotros igual nos comunicamos en morse de un calabozo a otro, golpeando con una cucharita la pared utilizando nuestro oficio ferroviario. Al milico de guardia ni se le pasa por la cabeza que estamos hablando con esos golpecitos.
No podrán humillar más la figura de la señora. La única que sabe algo es mi mujer, solo lo que vio y confío en su silencio. Nunca sabrán donde lo guardamos. Se rumorea que lo metimos en un tren de cargas que salió esa noche con destino a Constitución. Que lo busquen en los vagones. Que se caguen de asco. Me río sin que el comisario se de cuenta. Para adentro.
A ella la conocimos un día hermoso, un día de verano, acá mismo en la estación del ferrocarril, cuando pasaron en el tren rumbo al Sur. Iba junto al General. Sonreía con esa sonrisa que ella tenía y saludaba sacando medio cuerpo por la ventanilla del vagón. Los únicos privilegiados se arremolinaban en el andén para recibir algún paquete con juguetes. La sentíamos nuestra.
Le habían puesto una bandera argentina en las barandas al camioncito, emblemando su guerra. Los libertadores. Cuando sonaron los balazos salieron corriendo como ratas, resbalando en las piedras, se caían, se arrastraban con los codos pelados y las rodillas sangrando y el miedo en los rostros entre la polvareda del raje.
El camión quedó solo, regulando, abandonado, el humo del escape manchaba la noche, con las puertas abiertas y las cadenas colgadas de las defensas traseras. Las cadenas que no pudieron usar.
Y el grito de los cagones.
-¡Esto es grave, no se si te das cuenta...!
No decide en el tuteo, si la confianza o el respeto.
- ¿Te vas a comer la cana por culpa los otros?, ¡te botonearon y te largaron solo...!
El infaltable viento peregrino se mueve desde el Sur y pasa ajustando cuentas con los que no duermen, y con las ramas ya cargadas de hojas por la primavera y con los faroles de alumbrado.
Siento nostalgia por la luz, por el aura que flotaba sobre el destino de la patria con ella viva. Que va ser de los laburantes ahora, donde podremos encontrarla. Debe ser cierto que se nos fue para siempre.
Angelito corre unos metros adelante, con el revolver en la mano, apuntando al suelo.
Somos sombras fugaces. Pasamos frente al hospital que también hizo el General, damos vuelta a la manzana sin aliento, sin respirar, solo escucho el ruido del bobo latiendome desesperado en el pecho. En la bajada del Hotel Ferroviario ocultos por los árboles nos tiramos al piso.
No hay un alma en las calles.
Solo se escuchan los gritos de los cobardes ensañados con el busto de la muerta. Se les huele de lejos el miedo que tienen.
Alguien saca un rifle de la cabina del camión, pero rápidamente lo vuelve a guardar, titubeante, girando la cabeza y mirando hacia los techos.
Angelito empuña el arma con las dos manos y apunta hacia los tejados de la estación, cerrando un ojo. Su respirar suena como el de un asmático.
- ¡Tirales a pegar...!
Sale de mi boca.
-¡Es nuestra, no dejes que la toquen...!
Y se escucha el primer balazo.
(En la primavera de 1955, posteriormente al derrocamiento por las Fuerzas Armadas del gobierno del General Perón, un grupo de hombres contrarios al régimen, amparados por la noche, trataron de arrancar de su pedestal y arrastrar por las calles de mi pueblo un busto de la señora Eva Perón. Valiéndose de unas cadenas y un camión.
Cuatro empleados ferroviarios, vecinos del barrio, con dispar militancia política, evitaron tal cometido tras un pequeño enfrentamiento, sin resistencia por parte de los agresores y lo escondieron secretamente el tiempo que duro el exilio del General y la proscripción del Peronismo.
Los militantes posteriormente fueron encarcelados por el regimen golpista a través de sus lacayos policiales y amparados por la justicia gorila.
Después del triunfo electoral del Justicialismo el 11 de marzo de 1973, fue extraído del lugar donde se encontraba enterrado y expuesto en el municipio.
Toda historia contiene generalmente elementos de parcialidad y de pasión, puestos en ella aveces consciente, otras inconscientemente, y es bueno y necesario que así sea, porque es el ingrediente indispensable para revivirla, para sentirla latir.
Para mi vieja. (2002)
Carlos H. Mercapide (Cali)
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