Crónicas sobre la profesión médica durante el
gobierno de Rosas
“El Tribunal de Medicina está encargado de la
inspección general y el cuidado de todo lo que corresponde ala profesión médica
y a la salud pública. Se ha constituido según el modelo francés, y tiene
facultades para conceder diplomas a los médicos practicantes, a los boticarios,
dentistas y comadronas.
La medicina y la cirugía están incluidas en la
misma licencia; se repudia lo absurdo de la separación des estas dos ramas del
arte de curar. Este Tribunal es sumamente liberal para con los extranjeros; a
cualquier caballero que exhiba pruebas de hacer pasado por una buena educación
médica se le permite practicar la medicina, luego de un examen en el idioma del
país.
El número de practicantes nativos a aumentado
mucho durante los últimos años, pues muchos jóvenes han concentrado su atención
en el estudio de la medicina; hacían mucha falta, no solo en la ciudad, sino en
toda la provincia, y el ejército. En general, constituyen una clase superior de
hombres y mantienen la dignidad de su profesión. Sin embargo, todavía no existe
una publicación médica, y la profesión se ve obligada a veces a registrar casos
notables en los periódicos comunes; no pocas veces la gratitud de algunos
pacientes los obliga a expresar por los mismos medios su agradecimiento por una
cura realizada por un practicante. Los honorarios son reducidos, debido a la
depresión actual del papel moneda: diez
pesos de papel (es decir, unos dos chelines) por visita, y ochenta (o dieciséis
chelines) por una consulta. Las operaciones que antes tenían un precio
extravagantemente elevado, debido a la escasez de hombres capaces, son ahora
remuneradas con cifras moderadas. Aunque no existen oportunidades para que los
médicos adquieran amplias fortunas, en el Interior hay buenas posibilidades
para los practicantes, así como en Paraguay, la Banda Oriental y Montevideo.
El remedio universal de los nativos, usado en
todas ocasiones, es le sebo, o grasa. La untura con grasa es practicada por las
mujeres de todas las capas de la sociedad, y se supone que es una cura para
todas las enfermedades. Es probable que esta repugnante práctica haya sido
adquirida de los indios, quienes se untan con aceite de yegua.
Existe una diferencia muy notable entre los habitantes
de estas provincias y los de una región más fría, como lo muestra la
susceptibilidad nerviosa y vascular más elevada de la gente de Buenos Aires,
cosa que además se advierte con evidencia fatal en la frecuencia de aneurismas
de corazón, y en la cantidad de muertes repentinas que ocurren durante un
verano extraordinariamente caluroso. Por otra parte, en los últimos años, el
terror provocado por las convulsiones políticas produjo a menudo muertes
repentinas.”
(MacCann, William – Two thousand miles ride
through the Argentine provinces- London, Smith, Elder & Co., 65 Cornhill,
1853)
Crónicas de un viaje realizado por el autor en
el año 1847.