miércoles, 22 de enero de 2014

El siglo de las células madre (Por Irene Hartman)

“Durante todo el mes de noviembre contratá el servicio a tan sólo $7.000 + IVA y te obsequiamos una sillita de comer Love”. Esta es la promo del mes de uno de los bancos de preservación de sangre de cordón umbilical que hay en la Argentina. Igual que en todo el mundo, los eslóganes escogidos por estas entidades dedicadas a la recolección de células madre oscilan entre lo seductor y lo capcioso: cuando se trata de algo tan importante como la salud de tus hijos, la pregunta no es ¿por qué hacerlo? sino ¿por qué no hacerlo?
La mujer espera largo rato su turno con el obstetra. Es probable que, en ese lapso que duran la espera y la consulta, ocasionalmente aparezca un promotor a ofrecerle un gran caudal de información relacionado con la urgencia de aprovechar un evento único que en el futuro quizá le salve la vida a ella o su familia: debe contratar el servicio y esperar al parto, cuando la sangre del cordón y de la placenta será recolectada y criopreservada a 196 grados bajo cero. El tiempo corre. Exageraciones aparte, la propuesta no parece desdeñable, en especial si se recuerdan las moralejas de fábulas inolvidables como “La cigarra y la hormiga” o “Los tres chanchitos”, donde el precavido, el adelantado en materia de saber y dominio de la tecnología, siempre gana. Y gana para todos; salva su pellejo y el de quienes lo rodean. Las células madre, como el alimento acopiado y la casa antidepredadores, podrían salvar a quien las donó (por ejemplo, si precisara un trasplante de médula) y también a muchos otros seres que la bioquímica determine “histocompatibles” con ese sujeto. Pero no de cualquier enfermedad, no de cualquier modo, no en cualquier momento. Y las aguas se dividen en un debate al que no le faltan páginas.
Ahora bien, si las investigaciones con células madre empiezan a prometer –en plazos inciertos, pero que no parecen tan lejanos– el arribo de tratamientos auspiciosos mediante la regeneración de tejidos, lo que encendería una luz en la cura de enfermedades que hasta ahora sólo se abordaban con cirugías y fármacos invasivos, ¿qué tanto cuestionamiento y debate ético por su criopreservación? Al menos en lo que va de la última década, miles de familias pagaron sumas que rondan los mil dólares (¡por única vez!) para freezar la sangre de cordón de sus recién nacidos, y una suma chica, totalmente encarable, de unos cien dólares por año, para mantener en frío este pequeño tesoro.
Fernando Pitossi, investigador del Conicet, es jefe de grupo del Laboratorio de Terapias Regenerativas y Protectoras del Sistema Nervioso, que depende del prestigioso Instituto Leloir. Para introducir el tema, apunta: “En el organismo, las células madre adultas hacen más de sí mismas y pueden convertirse en células con funciones específicas. El tema es que su potencialidad es muy alta, dada la capacidad de regenerar tejidos, por lo que el desafío es poder pasar esa potencialidad a tratamientos que le sirvan realmente al paciente”.
Acudiendo a una conocida locución latina, las células madre son tabulas rasas, es decir, tablillas sin escribir. Pero si se quiere comprender sus posibles usos, habrá que esbozar un mapa de las distintas clases en que se dividen. En primer lugar están las células progenitoras hematopoyéticas (CPH), que se hallan en la placenta, en el cordón umbilical y en la médula ósea de los adultos. Como renuevan las células maduras de la sangre, se las utiliza en trasplantes de médula ósea, una técnica archiconocida desde los años 60. En los últimos años, la posibilidad de guardar esta sangre en bancos privados ha tocado la sensibilidad ahorrista tanto de familias con un historial relevante de enfermedades hereditarias, como de aquellas que carecen de él.
En segundo lugar entran en escena las células madre cuya manipulación generó, en el ámbito eclesiástico, un revuelo mayúsculo: las embrionarias, esas que, explica Pitossi “se originan a los cinco o siete días de la fecundación del óvulo y pueden regenerar todas las células del cuerpo”. Porque es así: las células madre adultas, como las de médula ósea, generan células de la sangre; las neurales, más neuronas; pero las embrionarias son multifuncionales. Claro que inyectárselas en el cuerpo a tontas y a locas (no faltan ejemplos en el vasto mundo de la mala praxis) es como haberse comprado todos los números para un sorteo de cáncer. “Las células embrionarias deben especializarse en el laboratorio para generar la célula de interés. Su administración sin especialización previa genera tumores”, subraya Pitossi.
El conflicto que desvelaba a los sectores religiosos quedó diluido en 2007 gracias a Shinya Yamanaka, Nobel 2012 de fisiología y medicina, quien desarrolló un tercer tipo de células madre: las IPS o células reprogramadas. El complejísimo trabajo de este equipo de Kyoto parece sencillo: tomaron células de la piel y las convencieron de que volvieran atrás en su programa. “Hasta que no lo vi, no lo creí”, confiesa Pitossi: “Lo que se hace es volverlas a un estado pluripotente; se les reformatea el rígido. Entonces resulta una célula que proviene de una célula adulta pero que posee la potencialidad embrionaria”.
Como era esperable ante semejante hallazgo, a las especulaciones e intereses en juego (los loables y los no tanto) se suma el sufrido paciente de cada día. Y además, mientras brotan las personas con patologías dramáticas, a veces terminales, dispuestas a apostar lo que sea (salud, dinero, esperanzas) con tal de acceder a un nuevo tratamiento, no faltan los insatisfechos de siempre que rastrean grandes milagros modernos para resolver pequeños dramas subjetivos: quitarse las arrugas, las canas, sortear la calvicie. Para decepción del público, Pitossi adelanta el final del cuento: “La naturaleza nos brinda esta herramienta, pero la medicina no sabe muy bien cómo usarla”.
Con las de la ley

Dado que la mayoría de los tratamientos con células madre se hallan en estado experimental (con ratones), las prácticas deberían ser reguladas. Algunos países ganan por varias cabezas. En la Argentina, la discusión (sin ley, por ahora) tiene enfrentados a los bancos privados de criopreservación de sangre de cordón versus dos entidades públicas involucradas de lleno: el único banco público de sangre de cordón a nivel nacional, el del hospital Garrahan, y el Incucai (www.incucai.gov.ar), el organismo al que le compete regular, de algún modo, este inmenso embrollo. Desde allí el doctor Víctor Hugo Morales se refiere a los “avances” que hubo en el tema a nivel local: “Si bien falta una ley, el Ministerio de Salud designó al Incucai como encargado de evaluar los protocolos en los que se utilizan células madre para la investigación e infusión en seres humanos. En el país hay casi 600.000 unidades de sangre de cordón criopreservadas, que se usan para tratar distintas patologías, como las leucemias”.
¿Y qué más? Básicamente enfermedades hematológicas. Lo otro por ahora es cuento chino, como despliega Morales: “Este es el siglo de la ‘stemcellmania’ (de stem cell, o sea, célula madre). Muchos quieren extrapolar los beneficios a otras patologías. Queremos destacar de manera negativa el caso de pacientes que, con un diagnóstico sin cura –suelen ser chicos con parálisis cerebral– buscan viajar a China, donde se vende, con un sentido comercial indudable, un tratamiento sin protocolo (ver unistemcells.com) en el que se inyectan células madre que no se sabe de dónde salen. El estado, de manera correcta, no los apoya económicamente”.
Pero las familias piden ayuda a la comunidad y muchas veces juntan los 120.000 dólares para el tratamiento. El desenlace, para Morales, no tiene un pelo de feliz: “Los chicos vuelven, algunos fallecen y otros tienen complicaciones”. Pitossi se alínea: “Quienes engañan con promesas de cura con tratamientos no aprobados son delincuentes. Usufructúan la vulnerabilidad de personas desesperadas que ven en las células madre una esperanza que hoy no es real”.
Hay que señalar que la información difundida por los bancos privados de sangre de cordón, en Argentina, parece clara. Dividen, en listados separados, los tratamientos aprobados de los experimentales. Pero en la retórica usada parece demasiada delgada esta línea, si de salud e inducir esperanzas se trata. Son elocuentes ciertas afirmaciones extraídas de las “preguntas frecuentes” que expone en Internet uno de los bancos privados locales: “Las probabilidades de que un niño tenga que utilizar sus propias células madre del cordón para tratamientos es cada vez más alta, dado que los grandes avances médicos que se ven manifestados día a día en el mundo comprueban cada vez más su eficiencia”. O también: “Actualmente se están realizado distintas investigaciones con células madre de cordón para tratar enfermedades cardíacas, diabetes, Parkinson, lesiones de médula espinal, etcétera”.
Miguel Sorrentino, director médico del banco BioCells, señala: “Aconsejamos guardar siempre la sangre de cordón. Es un procedimiento inocuo, no afecta a la mamá ni al bebé, es rápido y seguro”. Sobre la conveniencia de apostar o no a un banco privado, Sorrentino describe: “Hay dos variables: la base racional, o sea, todo lo ya hecho, que tiene que ver con la cura de linfomas, leucemias, trastornos oncológicos, y la base potencial, que es que uno no sabe cuál va a ser el uso de las células de sangre de cordón en relación a la medicina regenerativa”.
La promulgación de una ley que clarifique la situación está demorada. Se trata de un terreno lleno de disidencias, como explica Pitossi: “En el Ministerio de Ciencia hay una comisión de terapias celulares y medicina regenerativa donde redactamos un proyecto de ley que, creemos, cubre todas las variables. Está en discusión y esperamos que tenga pronta entrada al Congreso. Pero hay una resolución del Incucai que dice que las muestras, tanto del Garrahan como de los privados, deben ir a un registro común. Tiene un sentido altruista: si alguien necesita la muestra antes del que la pagó, puede usarla. Pero los bancos privados hicieron un amparo judicial para proteger a las familias que pagaron y entonces hay un litigio que está llegando a la Corte Suprema”.
Mientras los bancos privados guardan la sangre con nombre y apellido, las muestras del banco público son criopreservadas en forma anónima. Con una excepción: el Incucai salvaguarda a familias cuya madre esté embarazada y ya tengan otro chico con una patología que pudiera requerir trasplante de médula. En ese caso se habilita la identificación de la sangre del cordón del bebé que va a nacer.
“La única diferencia entre el banco privado y el público es quién es el dueño potencial de las células. Y claro, los métodos de financiación”, describe, desde BioCells, Sorrentino. “En otros países, esta discusión se soslayó gracias a los bancos mixtos, una cooperación entre el capital privado y el Estado. La ventaja del privado es el capital y, la del público, poder abarcar mayor cantidad de muestras”, agrega Sorrentino, y apunta: “Hay que desmitificar que los bancos públicos sean gratuitos. Eso no es así. En el banco público de Nueva York las muestras se guardan gratis y en forma anónima, pero si tenés un familiar con leucemia tenés que pagar 25.000 dólares. Los bancos públicos realmente no existen. El del Garrahan no es gratuito tampoco. Si vas y pedís un cordón, alguien lo paga, el Estado, la obra social o vos”.
La pregunta por lo público y lo privado conduce al pringoso terreno de los derechos de los ciudadanos, las obligaciones del Estado y –dolor de cabeza para las sociedades modernas– quién es, realmente, el dueño del cuerpo. Por ahora, como resume Pitossi, hay obstáculos bien mundanos para superar: “El paso de lo potencial a lo real es experimental. Cualquiera que se someta a estas prácticas debe estar informado, dar su consentimiento y acceder al tratamiento en forma gratuita y con supervisión del Incucai. Aún no están listas las terapias regenerativas que se piensa que van a venir en el futuro. Y no es que no estén listas en la Argentina, no están listas en el mundo”.

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