sábado, 25 de febrero de 2012
lunes, 20 de febrero de 2012
Memoria de Ituzaingó (Por Fernando Gualdoni)
.La batalla de Ituzaingó del 20 de febrero de 1827 es un hito en la historia suramericana que merece mucho más homenajes de los que tiene. Quizás tanto o más que la Vuelta de Obligado, una derrota que encaja como anillo al dedo para quienes se sirven de un discurso nacionalista y populista sin escarbar demasiado en las entrañas de la historia. Ituzaingó fue una victoria de las tropas argentinas y los uruguayos aliados contra el Imperio del Brasil, pero esto es lo de menos. El conflicto con Brasil acabó más o menos en empate: Argentina ganó la guerra terrestre, pero el bloqueo naval del imperio dejó bastante tocadas a las economías de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Con Ituzaingó se completó nada menos que la segmentación del Virreinato del Río de la Plata. La batalla dio pie a la creación de la República Oriental del Uruguay y, para entonces, Bolivia ya era independiente y Paraguay ya se había encerrado en sí mismo. Las fronteras argentinas ya no cambiaron significativamente desde entonces. ¿Pero qué hubiese sucedido si las tropas rioplatenses, en vez de retirarse hacia Uruguay, hubiesen perseguido a las tropas brasileñas en su territorio? Probablemente la paz hubiese sido más beneficiosa para los intereses argentinos, tal vez no manteniendo la banda oriental bajo su soberanía pero sí al menos la región conocida como las Misiones Orientales, un territorio al este de la actual provincia argentina de Misiones. El general José Paz, que participó en el combate, la bautizó como "la batalla de la desobediencia" porque "todos mandaron, todos lucharon, todos triunfaron, todos siguieron sus instintos", en referencia a que los comandantes enmendaron en el campo de batalla el error táctico de Carlos María de Alvear. Tal vez las tropas debieron desobedecer del todo y adentrarse en territorio brasileño.
Lo cierto es que no sucedió así. Por falta de pertrechos y de una clara apuesta desde el poder central las tropas argentinas y orientales se retiraron, permitiendo que la primera derrota del Ejército imperial de Pedro I no fuera tan humillante. Sin embargo hay una anécdota muy curiosa sobre la batalla: tras la retirada brasileña los argentinos hallaron un cofre que, entre otras cosas, contenía la partitura de una marcha que debía entonarse para conmemorar la primera victoria del Ejército imperial. Supuestamente, la había compuesto el propio emperador y se la había entregado en mano al marqués de Barbacena, su jefe militar. En la novela El imperio eres tú, de Javier Moro, sobre la vida de Pedro I, sí se hace referencia al dolor que causó al emperador perder la Provincia Cisplatina (Uruguay), pero no certifica que éste hubiera escrito la marcha. Sin embargo, teniendo en cuenta la pasión por la música de Pedro I, es probable que compusiera o encargara personalmente la dichosa partitura. La marcha se utiliza hoy para anunciar la llegada del presidente argentino a los actos oficiales. Es, junto al bastón de mando y la banda, un atributo que solo se reserva a la figura presidencial.
Flecha (Por Juan Sasturain)
Tras los largos aplausos finales, Mario Clavell y su conjunto saludaron ampulosamente y se bajaron del escenario montado en la plaza por una escalerita de madera. La gente se dispersó rápido. Hacía frío bajo los árboles ese último viernes de febrero. Más que en la rambla, a la orilla del mar. De pronto se levantó un poco de viento y las lamparitas que iban de los plátanos a los postes de luz se zarandearon. Lito tenía frío y sueño. Hacía un día entero que no dormía. Esperó que no quedara nadie, dio la vuelta y se asomó al otro lado del escenario.
El Pampa estaba solo, cargando los instrumentos.
–Creí que no volvías, sombrerito –dijo amistoso–. Ayudame, hay que llevarlos a un boliche.
Hicieron dos viajes en silencio hasta una F100 carrozada.
–¿La batería también?
–También.
El Pampa se paró:
–Parece que hubo un tiroteo en la Bristol y le partieron la cabeza a uno de los lobos de mármol. Se la hicieron mierda de un balazo.
–No es mármol, es granito –dijo Lito con autoridad–. ¿Tiraste alguna vez?
El Pampa recogió los palillos de la batería y metió un redoble largo sobre el parche del tambor acostado en el piso de la caja de la F100:
–No, nunca. ¿Vos tiraste?
Lito dijo que no, que nunca. Pero que había visto tirar:
–Mi tío es policía.
El Pampa cerró la caja de la camioneta, se limpió las manos en el pantalón y abrió la puerta del lado del conductor.
–Es todo mentira, ¿no?
–¿Qué cosa?
–Lo de tu padrastro que te pegaba, que te rajaste de tu casa, lo del amigo que te ibas a encontrar, todo lo que me contaste hoy en la playa. No tenés un tío policía.
–Sí que tengo.
–Mentís todo el tiempo.
Lito no dijo nada. Era cierto: mentía todo el tiempo. El Pampa se subió a la camioneta y le hizo un gesto:
–Dale, da la vuelta. Subí.
Se habían conocido esa misma tarde en la Popular, al atardecer, en un picado. Faltaba uno y le dijeron al flaquito de sombrerito verde que miraba en silencio, sentado en la escollera:
–Sombrerito para nosotros –dijo el Pampa.
Era el dueño de la pelota. Hicieron un par de goles juntos y se sintieron bien. Lito, escapado de un reformatorio de San Miguel la noche anterior, había llegado a Mar del Plata colado en un camión y estaba en banda. No contaba eso, claro, no podía. El Pampa –que le llevaba una cabeza, veinte kilos y un par de años– había aceptado su versión sin comentarios. El, los fines de semana, hacía una changa como plomo de Mario Clavell. Que viniera a buscarlo a la plaza, cuando terminara el espectáculo. Podía conseguirle un lugar para dormir.
–¿Adónde vamos? –dijo Lito acomodándose en el asiento.
–A Constitución, a la zona de los boliches.
Enfilaron por Independencia para el lado de La Perla. La costa estaba desolada y Lito vio que la luna había subido sobre el mar y estaba más fría y carcomida que en la Bristol. Adentro de la cabina, con el ronquido y la calidez del motor, se estaba bien.
–Es un fierro –dijo el Pampa golpeando el volante–. Mi viejo tiene un reparto de vino en damajuana. ¿Sentís el olor? –y volvió la cabeza hacia la ventanita entreabierta que daba a la caja.
Lito no sintió nada pero dijo que sí con la cabeza. El Pampa sacudió la cabeza, lo miró sonriente:
–Sos increíble de mentiroso: no hay olor a vino; distribuye zapatillas, mi viejo. Olor a goma, hay...
–Pará. Dejame acá.
–No te enojés, sombrerito –y le dio un manotazo en la nuca con la mano libre–. No te lo sacás ni para cagar.
Lito se sacó el sombrerito Nat King Cole y lo puso junto al parabrisas. Así se le notaban más la cabeza rapada, las orejas separadas.
–¿Qué boliche es?
–El Flamingo. Y por ahí ligamos algo.
Tardaron un buen rato en llegar. El Flamingo era una whiskería con cartel de neón verde, jardincito con palmeras flacas y un par de lámparas escondidas entre las piedras. Los músicos de Mario Clavell tocaban los fines de semana en trasnoche acompañando a un apolillado cantor de boleros.
Descargaron los instrumentos y los llevaron por la puerta de servicio hasta el escenario, una plataforma bajita de madera donde ya estaba el piano, al fondo del local.
–¿Hay que volver a buscarlos?
–No, se quedan acá. Vení.
Había poca gente, era temprano todavía y sonaba Fausto Papetti. Se acodaron en una punta de la barra, con el culo apenas apoyado en las banquetas, dos pibes casi de contrabando que nada tenían que hacer ahí. Había tres o cuatro coperas aburridas y un par de tipos de camisa de colores y saco blanco. El barman, un veterano de calva reluciente y pelo gris largo y engominado, les puso un par de cocas sin comentarios.
Lito probó y pestañeó.
–Tiene ginebra, boludo. Tomá despacio.
El Pampa habló bajito mientras miraba para todos lados sin mover la cabeza. Sólo los ojos. Al rato volvió el barman y lo llevó a un costado.
–El dueño es amigo de mi viejo –explicó el Pampa al volver–. Con un poco de suerte hoy cogemos gratis.
–¿Gratis?
–Le debe favores: zapatillas para la cooperadora de la escuela del barrio. Imaginate: cien pares de Flecha... Los traje yo.
–Ah.
Lito miró de soslayo la eventual oferta femenina. Había dos putas viejas que flanqueaban al gordo de saco blanco. Pero la rubia de vestido amarillo, sola, apoyada contra la pared de la última mesa, estaba bien.
Le dio un par de sorbos a la coca con ginebra.
–¿Tenés hambre?
–Un poco. ¿Acá dan de comer?
El Pampa se empinó su bebida y lo arrastró, por una puertita lateral, a la trastienda. Pasaron a la parte de atrás de la barra. Había una mesada de metal y una abertura en la pared por la que se veía el local y se asomaba a cada rato el barman.
Una mujer de pelo corto y negro y delantal a cuadritos que escuchaba chamamé en una radio a transistores apoyada en el único estante sobre el par de hornallas les cortó pan, queso, mortadela y los dejó servirse aceitunas y palitos de los frascos grandes. Todo sin decir una sola palabra. Lito le miró los pies y tenía unas Flecha azules con manchas que parecían de aceite.
Cuando se bajaron dos series completas de ingredientes el Pampa lo dejó solo un momento para ir a hablar con el barman:
–Es muy temprano – dijo al pronto regreso–. Ahora vamos, y volvemos más tarde.
En el patio se cruzaron con el cantor de boleros que entraba acomodándose la peinada. Adentro, los músicos ya estaban probando los instrumentos. Lito notó que habían dado vuelta el bombo de la batería para que se leyera Flamingo en el parche.
Salieron a la calle y se subieron a la F100. El Pampa prendió la radio:
–Hay que esperar que nos avisen.
Lito bostezó.
–¿Tenés sueño? Tirate un rato atrás. Están las frazadas para tapar la batería.
Lito se bajó, dio la vuelta y se metió a gatas en la caja a oscuras. Le veía la nuca al Pampa por la ventanita. Encontró a tientas las frazadas, se acostó boca arriba sobre una y se tapó un poco con la otra. Estaba muerto de cansancio pero le dolía todo el cuerpo y no podía dejar de darse máquina. Los rumores de la calle, un perro lejano, la radio de la F100 en Modart en la noche, el viento en las despeluchadas palmeras y la música, la voz vacilante, la letra entrecortada que completaba de memoria:
Hoy mi playa se viste de amargura / porque tu barca tiene que partir / a buscar otros mares de locura. / Cuida que no naufrague tu vivir...
Era el mismo bolero que cantaba La Gansa Gómez las noches de verano cuando se acodaba a la ventana enrejada del segundo piso del reformatorio y no había cómo callarlo. Y volaban las almohadas, las zapatillas y las puteadas hasta que se lo llevaban y seguía gritando en el pasillo, camino de las duchas:
¡Cuando la luz del sol se esté apagando...! ¡Yyyy...!
Lo despertó un rumor, un roce, una agitación cercana. Se asomó. El Pampa estaba con una mina en el asiento de la F100. El estaba sentado pero corrido más al medio y echado para atrás, y tenía a la mina encima, con la ropa levantada y las tetas al aire, que subían y bajaban. No alcanzaba a verle la cara. En eso el Pampa algo oyó porque se volvió apenas y sin interrumpir le hizo un gesto para que se sumara.
Lito se enredó en la frazada, se bajó apurado, tropezó, dio la vuelta y abrió despacio la puerta del acompañante:
–Dale, boludo. Subí.
Lo primero y lo último que vio fue la mata de pelo corto, el culo redondo y oscuro, la bombacha a un costado, las zapatillas Flecha manchadas de aceite.
Lito retrocedió y dio un portazo. Respiró hondo y empezó a caminar, a alejarse en la noche hacia donde supuso estaría la playa. Se puso el sombrerito.
domingo, 12 de febrero de 2012
Hospital SAO con nueva directora
El Secretario de Salud concedió una entrevista a algunos medios locales, y esto fue lo que dijo:
El Dr. Mercapide aseguró que lo que se proyecta para el hospital local es que “vamos a mejorar la infraestructura y aparatología para que San Antonio tenga un hospital de contención, que no tenga que derivar todo, salvo casos complejos, para que podamos tener ‘más aire’ y mas camas en hospitales más grandes como el de Viedma o el de Roca.
La política de salud que estamos dando nosotros, no es ningún invento nuevo, nosotros creemos en la salud solidaria, creemos en la equidad, creemos que todo el mundo tiene que tener la misma salud, creemos en los principio de Ramón Carillo en la década del ’40, cuando le tocó actuar al lado de Evita, y creo que esas cosas quedaron plasmadas en el espíritu y en la mística del hospital publico, que el que en realidad resuelve el mayor porcentaje de la problemática de salud de la población.
Ante las ampliaciones que se está efectuando en el hospital local, lo que se traduce en más servicios, el cronista José Repucci le pregunta a Mercapide si el ministerio está preparado para afrontar lo que eso va a significa, a lo que el Secretario de Salud responde que “el hospital está en ampliación, en una etapa avanzada, recién lo estuvimos hablando con el intendente, con el legislador Esquivel, con la nueva directora y la gente de la Cooperadora, vamos a buscar estrategias para que cuando se termine la infraestructura el hospital este equipado con una tecnología como para poder funcionar rápidamente y de la mejor manera
Secretario de Salud pone en funciones a la Directora del Hospital de SAO (2012)
sábado, 11 de febrero de 2012
domingo, 5 de febrero de 2012
El qué y el cómo (Por Alicia Miller)
El arribo del Frente para la Victoria al gobierno en Río Negro después de 28 años de hegemonía radical –que concluyó con un notable desgaste de la gestión y una abrumadora cantidad de sospechas de corrupción– fue sobre la base de un puñado de propuestas que gran parte del electorado compartió y respaldó, aun por encima de preferencias partidarias:
La honestidad y transparencia en la función pública, la eficiencia en el Estado, la independencia de la Justicia, la restauración de la cultura del trabajo, el apoyo a las actividades económicas privadas y el mejoramiento de la educación y de la salud públicas fueron los objetivos repetidos hasta el cansancio por Carlos Soria y por Alberto Weretilneck durante la campaña electoral.
Buena proporción de ciudadanos creyó que eran fines deseables y que las personas que integraban la fórmula del Frente podían llevarlos a cabo.
Es lógico suponer que ese voto mayoritario incluía la convicción de que la tarea no sería fácil. Sacar los "ñoquis" del Estado supondría que personas con nombre, apellido, hijos y obligaciones dejaran de percibir el sueldo que cobraban cada mes. Evitar el uso partidario de medios y bienes estatales equivaldría a un cambio de cultura política. Remover de planta permanente a quienes ingresaron burlando las normas implicaría afectar derechos que esas personas consideraban consolidados. Mejorar el servicio en los hospitales conllevaría cortar el festival de horas extras y acabar con innecesarias derivaciones al sector privado. También habría costos en Educación respecto de docentes y porteros. Y en Obras Públicas... Nadie esperaba un verano de siestas sosegadas.
La muerte de Carlos Soria estremeció al Estado y a la sociedad. El gobierno hizo el duelo y generó reacomodamientos políticos que demandaron casi todo enero. Podría decirse que –salvo las pocas decisiones adoptadas por Soria en diciembre– la gestión del Frente comenzó a desarrollarse hace pocos días.
Y aquí es cuando se plantea la cuestión del "cómo". De la estrategia, los métodos y los modales para transformar el Estado en aquello que –es de suponer– sigue siendo el objetivo del gobierno.
Las buenas ideas, se sabe, no son autosuficientes. Para prosperar, deben ser ejecutadas con lógica, midiendo tiempos, métodos y consecuencias. Los efectos dependerán de una miríada de decisiones, estilos y circunstancias. Como en un calidoscopio, la imagen que suceda a la presente será muy otra. En política, cada ficha se juega sólo una vez.
Algunos indicios permiten deducir que o no todo el gobierno piensa del mismo modo a la hora de diseñar sus acciones o ciertas personas registran dificultades para elegir los caminos más aptos para lograr los fines buscados.
Esas señales de alarma se advierten en la arbitrariedad y un aire revanchista en acciones que generan preocupación incluso en quienes se sienten parte del proyecto político del Frente.
Algunos de estos hechos podrían explicarse en la dificultad que parecen enfrentar noveles funcionarios para modificar su pensamiento, adaptándolo a su nueva condición de gobierno.
Para un político, actuar desde la oposición tiene ventajas: la bronca y la prepotencia le son dispensadas por la impotencia de no tener las herramientas para transformar la realidad. Hasta sobreactuar le está permitido, como modo de comunicar desde un lugar de desventaja.
A un gobernante, en cambio, esas actitudes le están vedadas. La autoridad del Estado pone a su disposición los recursos y la posibilidad de decidir y ejecutar medidas. Pero el marco tiene que ser la legalidad. Es tan grande el poder del Estado que resulta no sólo innecesario sino condenable sumarles el destrato, el atropello o el insulto.
Los primeros pasos de Julián Goinhex al frente de Canal 10 podrían ser tomados como ejemplo de lo que no debería hacer quien buscara transformar un medio de comunicación, que durante años actuó vergonzosamente al servicio de un partido, en un organismo público donde se respeten las ideas y se aprovechen los recursos del Estado en beneficio de la comunidad.
Goinhex ordenó a sus segundos mandos presionar a personas para obligarlas a renunciar. Y luego envió telegramas de despido a personal de planta con años de trabajo. No a ñoquis, ni a los responsables políticos de que Canal 10 haya sido el órgano de propaganda del radicalismo o el financista irregular de los avisos del candidato Barbeito.
Cuando se propone un cambio rotundo, los excesos son un riesgo cierto.
• El mismo Soria cometió uno cuando, en busca de terminar con ñoquis y pases a planta irregulares, forzó la declaración de disponibilidad de 20.000 estatales. El "cómo" fue, allí, desmedido. Y la complejidad que sumó se evidencia en que no hay aún decreto reglamentario de esa ley ni consenso entre los ministros respecto de cómo aplicarla.
• Se propuso desactivar los negocios espurios en la reparación y ampliación de escuelas que resultaron en obras caras y deficientes. Pero en dos meses no se ha puesto un esquema superador. La propuesta de trasladar el mantenimiento –también de hospitales y comisarías– a los municipios es una buena idea. Pero el cómo sigue siendo un interrogante.
• La iniciativa de crear una empresa minera es interesante, pero agrega otra, sin que se hayan resuelto los problemas de las actuales empresas del Estado.
• Sumar al gobierno de la educación un representante de los padres es democratizador. Pero esa buena idea no contribuirá a tal fin si, como se propone, no lo eligen los padres sino concejales y legisladores.
Hay buenas razones para afirmar que la metodología del maltrato no es una directiva del gobierno que conducen Alberto Weretilneck, Miguel Pichetto y los herederos políticos de Carlos Soria sino, en todo caso, un desvío individual. Y dos meses –con las dificultades conocidas– son poco tiempo para definir un perfil de una gestión.
Pensar en reconducir métodos y estilos es deseable en la medida en que las personas que hoy están en funciones de gobierno adquieran más conocimiento y seguridad sobre su propio campo de acción y en la relación con los actores de dentro y fuera del Estado.
No hacerlo tendría consecuencias nefastas para el gobierno, que pagaría un innecesario costo político al generar resentimientos en sectores que acuerdan con sus objetivos y que difieren sólo en el "cómo" llevarlos a la práctica.
También significaría un impensado favor al radicalismo, que –todavía golpeado por la derrota y por las investigaciones judiciales contra numerosos ex funcionarios– ya comenzó a aprovechar los espacios para formular críticas al nuevo gobierno.
Es probable que no exagerara tanto Soria cuando dijo, al asumir, que gobernar Río Negro implicaría reconstruir una provincia devastada. Sería penoso que alguno de los funcionarios de su gestión sumara más despojos a una comunidad ya sumamente castigada por la prepotencia política y el abuso de autoridad y que votó en favor de un Estado moderno, ágil, transparente y austero, que esté al servicio de los rionegrinos y del cual no haya que temer ni defenderse.
ALICIA mILLER amiller@rionegro.com.ar
La honestidad y transparencia en la función pública, la eficiencia en el Estado, la independencia de la Justicia, la restauración de la cultura del trabajo, el apoyo a las actividades económicas privadas y el mejoramiento de la educación y de la salud públicas fueron los objetivos repetidos hasta el cansancio por Carlos Soria y por Alberto Weretilneck durante la campaña electoral.
Buena proporción de ciudadanos creyó que eran fines deseables y que las personas que integraban la fórmula del Frente podían llevarlos a cabo.
Es lógico suponer que ese voto mayoritario incluía la convicción de que la tarea no sería fácil. Sacar los "ñoquis" del Estado supondría que personas con nombre, apellido, hijos y obligaciones dejaran de percibir el sueldo que cobraban cada mes. Evitar el uso partidario de medios y bienes estatales equivaldría a un cambio de cultura política. Remover de planta permanente a quienes ingresaron burlando las normas implicaría afectar derechos que esas personas consideraban consolidados. Mejorar el servicio en los hospitales conllevaría cortar el festival de horas extras y acabar con innecesarias derivaciones al sector privado. También habría costos en Educación respecto de docentes y porteros. Y en Obras Públicas... Nadie esperaba un verano de siestas sosegadas.
La muerte de Carlos Soria estremeció al Estado y a la sociedad. El gobierno hizo el duelo y generó reacomodamientos políticos que demandaron casi todo enero. Podría decirse que –salvo las pocas decisiones adoptadas por Soria en diciembre– la gestión del Frente comenzó a desarrollarse hace pocos días.
Y aquí es cuando se plantea la cuestión del "cómo". De la estrategia, los métodos y los modales para transformar el Estado en aquello que –es de suponer– sigue siendo el objetivo del gobierno.
Las buenas ideas, se sabe, no son autosuficientes. Para prosperar, deben ser ejecutadas con lógica, midiendo tiempos, métodos y consecuencias. Los efectos dependerán de una miríada de decisiones, estilos y circunstancias. Como en un calidoscopio, la imagen que suceda a la presente será muy otra. En política, cada ficha se juega sólo una vez.
Algunos indicios permiten deducir que o no todo el gobierno piensa del mismo modo a la hora de diseñar sus acciones o ciertas personas registran dificultades para elegir los caminos más aptos para lograr los fines buscados.
Esas señales de alarma se advierten en la arbitrariedad y un aire revanchista en acciones que generan preocupación incluso en quienes se sienten parte del proyecto político del Frente.
Algunos de estos hechos podrían explicarse en la dificultad que parecen enfrentar noveles funcionarios para modificar su pensamiento, adaptándolo a su nueva condición de gobierno.
Para un político, actuar desde la oposición tiene ventajas: la bronca y la prepotencia le son dispensadas por la impotencia de no tener las herramientas para transformar la realidad. Hasta sobreactuar le está permitido, como modo de comunicar desde un lugar de desventaja.
A un gobernante, en cambio, esas actitudes le están vedadas. La autoridad del Estado pone a su disposición los recursos y la posibilidad de decidir y ejecutar medidas. Pero el marco tiene que ser la legalidad. Es tan grande el poder del Estado que resulta no sólo innecesario sino condenable sumarles el destrato, el atropello o el insulto.
Los primeros pasos de Julián Goinhex al frente de Canal 10 podrían ser tomados como ejemplo de lo que no debería hacer quien buscara transformar un medio de comunicación, que durante años actuó vergonzosamente al servicio de un partido, en un organismo público donde se respeten las ideas y se aprovechen los recursos del Estado en beneficio de la comunidad.
Goinhex ordenó a sus segundos mandos presionar a personas para obligarlas a renunciar. Y luego envió telegramas de despido a personal de planta con años de trabajo. No a ñoquis, ni a los responsables políticos de que Canal 10 haya sido el órgano de propaganda del radicalismo o el financista irregular de los avisos del candidato Barbeito.
Cuando se propone un cambio rotundo, los excesos son un riesgo cierto.
• El mismo Soria cometió uno cuando, en busca de terminar con ñoquis y pases a planta irregulares, forzó la declaración de disponibilidad de 20.000 estatales. El "cómo" fue, allí, desmedido. Y la complejidad que sumó se evidencia en que no hay aún decreto reglamentario de esa ley ni consenso entre los ministros respecto de cómo aplicarla.
• Se propuso desactivar los negocios espurios en la reparación y ampliación de escuelas que resultaron en obras caras y deficientes. Pero en dos meses no se ha puesto un esquema superador. La propuesta de trasladar el mantenimiento –también de hospitales y comisarías– a los municipios es una buena idea. Pero el cómo sigue siendo un interrogante.
• La iniciativa de crear una empresa minera es interesante, pero agrega otra, sin que se hayan resuelto los problemas de las actuales empresas del Estado.
• Sumar al gobierno de la educación un representante de los padres es democratizador. Pero esa buena idea no contribuirá a tal fin si, como se propone, no lo eligen los padres sino concejales y legisladores.
Hay buenas razones para afirmar que la metodología del maltrato no es una directiva del gobierno que conducen Alberto Weretilneck, Miguel Pichetto y los herederos políticos de Carlos Soria sino, en todo caso, un desvío individual. Y dos meses –con las dificultades conocidas– son poco tiempo para definir un perfil de una gestión.
Pensar en reconducir métodos y estilos es deseable en la medida en que las personas que hoy están en funciones de gobierno adquieran más conocimiento y seguridad sobre su propio campo de acción y en la relación con los actores de dentro y fuera del Estado.
No hacerlo tendría consecuencias nefastas para el gobierno, que pagaría un innecesario costo político al generar resentimientos en sectores que acuerdan con sus objetivos y que difieren sólo en el "cómo" llevarlos a la práctica.
También significaría un impensado favor al radicalismo, que –todavía golpeado por la derrota y por las investigaciones judiciales contra numerosos ex funcionarios– ya comenzó a aprovechar los espacios para formular críticas al nuevo gobierno.
Es probable que no exagerara tanto Soria cuando dijo, al asumir, que gobernar Río Negro implicaría reconstruir una provincia devastada. Sería penoso que alguno de los funcionarios de su gestión sumara más despojos a una comunidad ya sumamente castigada por la prepotencia política y el abuso de autoridad y que votó en favor de un Estado moderno, ágil, transparente y austero, que esté al servicio de los rionegrinos y del cual no haya que temer ni defenderse.
ALICIA mILLER amiller@rionegro.com.ar
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