La criminalidad es una de las lacras de América Latina. Para reducir su incidencia, los Estados necesitan intervenir con un enfoque social más efectivo que las simples actuaciones policiales.
LA POBLACION LATINOAMERICANA RECLAMA respuestas a la crucial cuestión de la inseguridad ciudadana. En 1995, sólo el 5% de la población consideraba que ése era el problema más importante. Ahora es el 17% (Latinobarómetro, septiembre de 2008). Encabeza el ranking de los problemas, seguido por la desocupación. La tasa de homicidios anuales es de 25,1 por cada 100.000 habitantes, el doble de la de 1980 (12,5), y 25 veces la de los países nórdicos (Noruega, 0,9; Dinamarca, 1,1; Suecia, 1,2). En México hubo este año casi 4.000 muertes por el crimen organizado, y 1,9 secuestros diarios. En El Salvador, con una de las tasas más altas, se aplicaron en las últimas presidencias las políticas denominadas mano dura y supermanodura, y el delito siguió ascendiendo. En Guatemala se multiplicó la seguridad privada, y continuó aumentando.
En Argentina, mientras que la población subió un 8% entre 1995 y 2005, la tasa de encarcelamiento aumentó en un 92%, y sin embargo el delito no disminuyó.
¿Qué se debe hacer? Por lo pronto es fundamental mejorar la calidad de un debate muy simplificador que sólo aborda el tema policialmente, manteniendo la discusión encerrada entre cuestiones como hacer imputables a los niños, crear cárceles especiales para niños y adolescentes, presionar a los jueces por mayores penas y gastar más en seguridad. Dados los limitados resultados obtenidos por estas vías, parece que urge poner la discusión en un marco de análisis más amplio que integre, junto a los temas policiales, muchos otros. Entre ellos:
UNO
Hay diversos tipos de delincuencia. Es errado aplicarles a todas el mismo tratamiento. En la región se debería diferenciar por lo menos entre el crimen organizado -conformado por las mafias del narcotráfico, el secuestro, la trata de personas, el robo de automóviles- y una delictualidad joven en ascenso conformada por delitos menores de adolescentes y jóvenes que después pueden ir escalando y convertirse en cada vez más graves.
A las mafias debe aplicárseles el máximo peso de la ley. Desarticularlas por todas las vías. Hoy, muchas forman parte de mafias internacionales globalizadas. Se requieren, además de respuestas nacionales, esfuerzos internacionales en áreas como el lavado de dinero, los paraísos fiscales, la corrupción, y otras que permiten a las mafias financiar y legalizar sus ganancias. Se presentan desafíos de alta complejidad como el que está enfrentando México de desbaratar las complicidades entre las mafias y fuerzas policiales.
La delictualidad joven tiene otras lógicas causales. En América Latina, uno de cada cuatro jóvenes está fuera del sistema educacional y del mercado de trabajo. Sólo el 49% de los jóvenes termina la secundaria. Sin ella no hay posibilidad de conseguir ningún trabajo en la economía formal. De todos los presos que hay en las cárceles argentinas, sólo el 5% terminó secundaria. En las uruguayas, el 70% son menores de 30 años y no tienen educación. Cuando se preguntó a jóvenes de las maras centroamericanas por qué estaban en ellas, contestaron: “¿Dónde quieren que estemos, si nadie nos acepta en ningún lado?”.
La primera gran simplificación es meter en una misma bolsa todos los tipos de delitos.
En El Salvador, con una de las tasas de crimen más altas, se aplicaron las políticas de ‘mano dura’ y el delito siguió creciendo.
DOS
La culpa es de los jueces. Se argumenta que estarían dejando salir a delincuentes que después vuelven a reincidir. La realidad no es tan sencilla. Muchos de los jóvenes encarcelados llegaron al delito desde la marginación total. Cuando salen con prontuarios penales adicionales están mucho peor que antes para obtener algún tipo de inserción. Si la sociedad no hace nada al respecto, es difícil sorprenderse después. En Estados Unidos se llegó a conclusiones muy claras al respecto. The New York Times editorializa: “Se liberan cada año 650.000 presos, se puede esperar que 2-3 de ellos retornen a la prisión en un plazo de tres años…”. Este mecanismo que llama “la puerta giratoria” es antiético, pero además, no financiable. Muchos Estados, aun los más conservadores, no soportan más las cargas económicas de seguir construyendo prisiones. A partir del reconocimiento de estos hechos, el Congreso aprobó casi por unanimidad la ley de la segunda oportunidad (abril de 2008), que convierte la rehabilitación en una meta central del sistema de justicia federal. Los ex reclusos serán apoyados activamente por los Estados y municipios para conseguir casas, seguros de salud, empleos y tratamiento contra la droga. Se estima que el costo es mucho menor que el de los juicios y cárceles.
En América Latina, los intentos en esa dirección han tenido resultados. Así, por ejemplo, en Argentina se creó un centro universitario en una cárcel, Devoto, para que los presos pudieran seguir estudios. Sólo el 3% de sus ex alumnos volvieron a cometer delitos. En Costa Rica, el sistema penitenciario está obligado a dar cursos de alfabetización, escuela primaria, secundaria y Universidad para los presos que lo deseen. La tasa de reincidencia es menor que la regional.
TRES
Los países exitosos. ¿Por qué países como los nórdicos, que tienen la más baja proporción de policía per cápita del planeta, tienen tan bajos niveles de delincuencia? Su éxito está en que el sistema social incluye. Hay oportunidades reales de educación y trabajo para los jóvenes Estudios como los de Briggs y Cutright (1994), Messner y Rosenfeld (1997) encontraron una sólida correlación entre redes de seguridad económica y reducción de homicidios. Fansilber y otros (1996) encontraron en 45 países que las altas desigualdades -y América Latina es la región más desigual- favorecían los homicidios.
CUATRO
La discriminación en acción. Un estudio de USAID (2006) que pone a foco el fracaso de la mano dura en Honduras, El Salvador y Guatemala, muestra que “muchos de los jóvenes jamás han experimentado una interacción positiva con el Estado. Con frecuencia, su única vivencia del Estado es la policía haciendo arrestos y encarcelando personas”. El clima social para los jóvenes pobres es bien hostil. En el Latinobarómetro 2008, los encuestados dicen que las personas más discriminadas en América Latina son los pobres, y un 62% dice que la policía es más propensa a detener a un joven que a un adulto. Ser pobres y jóvenes es un estigma muy importante.
CINCO
La desarticulación familiar. En diversos países, 2-3 de los delincuentes jóvenes vienen de hogares desarticulados. La familia es fundamental en la prevención del delito. Da códigos éticos, modelos de conducta y tutorea. Muchas familias pobres se quiebran ante el estrés socioeconómico. Sin embargo, la protección de la familia no está en la agenda de la seguridad ciudadana.
“Si no creemos que un chaval de 14 años puede ser reinsertado en la sociedad, estamos perdidos”, dijo un juez.
SEIS
Más de lo mismo. En lugar de dar a los jóvenes en riesgo más educación, más trabajo y más familia, la respuesta convencional es “más de lo mismo”: represión, encarcelamiento y punición. Se está facilitando así la generación de una mano de obra cautiva para el crimen organizado. Mientras que la sociedad es indiferente a su destino, las mafias les ofrecen incentivos económicos inmediatos. Señala Pineyro (UNAM de México): “La base de apoyo social del narcotráfico comprende a más de 500.000 personas… Mientras no haya una política económica y social para reducir la pobreza, será difícil revertir la situación”. La Secretaría de Seguridad Pública estatal estima que uno de los carteles de la droga tiene en Ciudad Juárez el control de 521 pandillas integradas por 14.000 menores de 14 a 17 años.
Un debate con éstas y otras simplificaciones crea el ambiente para la mano dura que agresivamente postulan los sectores más conservadores. A ellos se les suman quienes tratan de conseguir ganancias electorales con el tema. El problema requiere soluciones multicausales. Hay que modernizar, capacitar y recuperar a la policía, que es una institución decisiva para la prioritaria lucha contra el crimen organizado; fortalecer la justicia; reformar el pésimo sistema penitenciario; reducir la tenencia de armas cortas… pero al mismo tiempo, pasar del enfoque sólo policial del problema a uno más amplio que responda a su complejidad. A pesar del sensacionalismo con que se suele tratar el tema y del interés de algunos sectores en ganar votos como sea, una parte considerable de la opinión pública está abierta a una discusión más amplia.
Una encuesta reciente en Argentina, donde las ideas mano dura crecen, reveló que el 37% de la población de Buenos Aires atribuía la inseguridad y su propia desprotección a la pobreza, la desigualdad social y la desocupación (Universidad de Belgrano, octubre de 2008). Un 30%, a la lenidad de la legislación. Si se logra elevar la calidad del debate, la sociedad defenderá una respuesta integral y no caerá en la trampa de la represión alegre. En muchos países de la región, políticas públicas acertadas, el esfuerzo de organizaciones pioneras de la sociedad civil y jueces ejemplares han logrado incluir a miles y miles de jóvenes en riesgo. Están en la misma línea que la sugerente experiencia de un juez de menores de Granada, Emilio Calatayud, que ha logrado una recuperación de un 75% en menores que cometieron delitos. Declaró en una entrevista reciente: “Si no creemos que un chaval de 14 años puede ser reinsertado en la sociedad, estamos perdidos”.
miércoles, 26 de octubre de 2011
martes, 25 de octubre de 2011
El secreto de éxito electoral (Por Luis Alberto Romero)
¿Cúal es el secreto de los reiterados éxitos electorales del peronismo? Probablemente sea que el peronismo es uno y muchos a la vez: en cada momento contiene al grupo gobernante, a su oposición y hasta a una tercera opción. También ha sido muchas cosas diferentes a lo largo de su existencia, lo que lo hace irreductible a las definiciones. Sabemos qué son "los" peronismos, pero no es claro qué cosa es "el" peronismo.
Siempre ha sido un movimiento popular, o mejor, "del pueblo". Contiene a los sectores populares, pero también a empleados, comerciantes, profesionales, empresarios o banqueros. Sólo excluye a la "oligarquía" o a las "corporaciones", que son definidos en términos políticos: los "contreras" o "destituyentes". Basta con el apoyo al peronismo para que una corporación ingrese en el campo del pueblo.
Las otras marcas distintivas son centralmente políticas. El peronismo siempre ha tenido poco aprecio por las instituciones y las formas. Las contrapuso con lo "real", lo sustantivo, a lo que las reglas deben amoldarse. "Salvo la ley de la gravedad, todo se arregla", suele decirse.
El peronismo es un movimiento democrático de líder. La soberanía popular es entendida como una delegación del pueblo en su jefe, que puede realizarse por la vía del sufragio o de la aclamación. Esa delegación transfiere al líder la totalidad del poder, aunque la Constitución diga otra cosa. Reclamar por la división de poderes o el control de gestión es "poner palos en la rueda".
El peronismo no valora al individuo. No se integra de peronistas, sino de grupos de peronistas organizados en cuerpos: sindicales, barriales, profesionales, estudiantiles, de género. La "comunidad organizada" aspira a la articulación armónica de esos cuerpos, diferentes pero no enfrentados, unidos por la doctrina y por el jefe.
El principio de jefatura se extiende a todos los niveles del movimiento. Quien ingresa en la política empieza proclamando su voluntad de conducir. Como entre los pastores evangelistas, la única prueba requerida es la capacidad de ejercer ese liderazgo. Una suerte de desregulación de la política, o una versión del ideal decimonónico de la "carrera abierta al talento".
Por último, quien ingresa en la vida política a través del peronismo aspira legítimamente a combinar el servicio público con el beneficio personal. Ciertamente, no es el único movimiento político en que esto ocurre, pero lo que en otros se practica en un contexto de censura o limitación moral, en el peronismo puede hacerse dignamente. "Hacer una diferencia" no sólo es un derecho, sino una prueba de la eficacia del jefe y una condición para sobrevivir en un contexto que, pese a la proclamación de la lealtad, está dominado por el principio de la lucha por la vida.
Nos queda por averiguar si esta concepción de la política, respaldada una y otra vez por amplias mayorías electorales, expresa el "ser nacional", como sostienen sus defensores, o resulta una cultura política que puede ser modificada. Muchos no llegaremos a averiguarlo.
Siempre ha sido un movimiento popular, o mejor, "del pueblo". Contiene a los sectores populares, pero también a empleados, comerciantes, profesionales, empresarios o banqueros. Sólo excluye a la "oligarquía" o a las "corporaciones", que son definidos en términos políticos: los "contreras" o "destituyentes". Basta con el apoyo al peronismo para que una corporación ingrese en el campo del pueblo.
Las otras marcas distintivas son centralmente políticas. El peronismo siempre ha tenido poco aprecio por las instituciones y las formas. Las contrapuso con lo "real", lo sustantivo, a lo que las reglas deben amoldarse. "Salvo la ley de la gravedad, todo se arregla", suele decirse.
El peronismo es un movimiento democrático de líder. La soberanía popular es entendida como una delegación del pueblo en su jefe, que puede realizarse por la vía del sufragio o de la aclamación. Esa delegación transfiere al líder la totalidad del poder, aunque la Constitución diga otra cosa. Reclamar por la división de poderes o el control de gestión es "poner palos en la rueda".
El peronismo no valora al individuo. No se integra de peronistas, sino de grupos de peronistas organizados en cuerpos: sindicales, barriales, profesionales, estudiantiles, de género. La "comunidad organizada" aspira a la articulación armónica de esos cuerpos, diferentes pero no enfrentados, unidos por la doctrina y por el jefe.
El principio de jefatura se extiende a todos los niveles del movimiento. Quien ingresa en la política empieza proclamando su voluntad de conducir. Como entre los pastores evangelistas, la única prueba requerida es la capacidad de ejercer ese liderazgo. Una suerte de desregulación de la política, o una versión del ideal decimonónico de la "carrera abierta al talento".
Por último, quien ingresa en la vida política a través del peronismo aspira legítimamente a combinar el servicio público con el beneficio personal. Ciertamente, no es el único movimiento político en que esto ocurre, pero lo que en otros se practica en un contexto de censura o limitación moral, en el peronismo puede hacerse dignamente. "Hacer una diferencia" no sólo es un derecho, sino una prueba de la eficacia del jefe y una condición para sobrevivir en un contexto que, pese a la proclamación de la lealtad, está dominado por el principio de la lucha por la vida.
Nos queda por averiguar si esta concepción de la política, respaldada una y otra vez por amplias mayorías electorales, expresa el "ser nacional", como sostienen sus defensores, o resulta una cultura política que puede ser modificada. Muchos no llegaremos a averiguarlo.
lunes, 24 de octubre de 2011
La Selección Nacional le dice Presidenta (Por José Pablo Fienmann)
Sé que muchos lo notaron. Que muchos lo saben. Pero no se atreven a confesárselo. Las hipótesis arriesgadas duelen. Les duelen a los militantes de puro corazón porque se enamoran de sus líderes. Les duelen a los intelectuales porque tienen miedo de decirlas y ser rechazados. O estar lejos de la verdad. Les duelen a los tibios porque no quieren arriesgarse. Pero hay que decirlas. Sobre todo si uno cree en ellas. Mi certeza es ésta: Cristina Fernández de Kirchner, el día de la muerte de su compañero, cuando llegó a la Casa Rosada, pálida, con anteojos negros, cuando se puso presidiendo el acto de la despedida final, ahí, al frente del cajón, cuando apenas, muy levemente, elevó su mandíbula y buscó con su mirada la mirada de la gente, y la encontró, encontró mucha gente y muchas miradas que la miraban con fe, con esperanza, con devoción, pudo elegir dos caminos. Todos sabemos que lo que define al ser humano es su posibilidad. Que no es una piedra, una raíz, un ladrillo, una montaña. Que no es realidad, es posibilidad. Y ésa es la fuente de su grandeza y también la de su angustia. La de vivir eligiendo. Jugándose entre una posibilidad y la otra. Y en cada una que elige se elige a sí misma. Somos, entonces, la suma de todas las posibilidades que hemos asumido en el pasado. Pero en el presente somos una posibilidad que tenemos que elegir y aún no hemos elegido. Eso nos diferencia de las cosas. Las cosas son, para siempre, lo que son. Los seres humanos nunca son algo, definitivamente algo. Cuando lo son se han cosificado. Cristina Fernández, esa tarde, frente al ataúd de su compañero se abrazó a su posibilidad: voy a ser como a él le hubiera gustado que fuera, voy a ser como el país me necesita. Voy a ser como yo quiero y necesito ser si quiero seguir viva. Esta posibilidad eligió. La hizo suya. Ahí nació Cristina. Tolerando su dolor, pero no ocultándolo. Diciéndoles a todos: no confundan mi dolor con debilidad. Tuvo que ser más que nunca la Presidenta del país. Porque tuvo que serlo sola. Sin su compañero. Pudo haber elegido otra posibilidad. La de quebrarse. La de ser la mujer débil, exhibirse como tal y renunciar a los pocos meses. La frase habría sido: “No puedo tolerar su pérdida. El dolor me impide gobernar”. No, la frase fue la contraria: “No puedo tolerar su pérdida. Pero el dolor no me impide gobernar. Voy a seguir adelante. Sin él. Con él, espiritualmente, a mi lado. Pero a no engañarse: sola. Ya no lo tendré en mi lado. El único que me tocaba ya no me tocará más. Algo se desgarró en mí. Pero una fuerza nueva. Que yo, una mujer fuerte, desconocía. La de ser fuerte sin amor, la de ser fuerte en soledad, la de ser fuerte sin un hombre como Néstor a mi lado. Esto fue nuevo. Tuve que aprenderlo y lo aprendí. Durante ese aprendizaje fui creciendo. Me superé a mí misma. Fui más allá de lo que jamás había pensado ir. Hasta que descubrí algo inesperado, súbito (porque se apoderó de mí como una revelación cuasi sacra): seguía amando a Néstor, sufriendo por su ausencia, llorándola, pero yo era yo, caminaba sola, decidía, ordenaba, pensaba, tomaba entre mis manos (cada vez más férreas, más sólidas y seguras) la conducción de todo el aparato peronista, cada vez me sentía más querida, cada vez era capaz de dar más amor, de ser más tierna, más dulce. El día de tu velatorio muchos me abrazaron pero a muchos más abracé yo. Se acabó el mito de mi frialdad. Que para vos nunca existió, porque me conocías bien y conocías ese ardor que despertabas. Pero que empezó a existir para los otros. ¡A cuántos estreché entre mis brazos ese día! Y descubrí algo: me gustó más todavía que ellos me abrazaran. Sí, existe el calor y existe el amor del pueblo. Y seguí. Y a veces sentí que estar tan fuerte, tan suelta, que hablar tan segura y hasta alegre sin que vos estuvieras conmigo era como agraviarte. Pero no. Era un homenaje que te hacía. Aquí estoy, Néstor. Hago todo esto porque quiero mantener vivo tu recuerdo y si –por una de ésas– me ves te sientas orgullosa de mí.”
Se podrán decir muchas cosas. Pero la heroína de este triunfo electoral contundente es –ante todo– Cristina Fernández. A partir de la muerte de Néstor hizo una nueva y espectacular re-creación de sí misma. No le faltó fuerza para frenar a la CGT, fue una estadista brillante en el campo internacional, siguió su enfrentamiento con los medios que la agreden, que la insultan, condujo internamente todas sus fuerzas partidarias, le habló claramente a todo el país siempre que hizo falta, promulgó medidas sociales importantísimas, pronunció discursos impecables: con perfecta dicción, con voz clara, sin leer ni siquiera un miserable machete, demostró una inteligencia infinitamente superior a sus tristes rivales, y, para colmo, cada día se la vio más linda. (Créame, Presidenta: el país, a usted, la ama.) Un fenómeno que se refleja ahora –coherentemente– en las cifras electorales. ¿Fue por la muerte de Néstor? Miren, no hay futbolero que no lo sepa: equipo que se queda con diez jugadores gana el partido. Claro que a mí me gustaría que Néstor estuviera en la cancha. Pero la Huesuda, que decide quién sigue jugando y quién no, quién se queda en la cancha y quién se va a la ducha, a Néstor le mostró la roja. Qué vamos a hacer. Pero a partir de ahí, el equipo –con Cristina al frente, que se puso en seguida la cinta de capitana– remontó fenomenalmente y tuvo a los rivales en un arco hasta ganar por goleada. Ahora, lo que sigue. Y lo que sigue es tan arduo. Hay tantos intereses de tantos miserables por tocar que si no se sigue ganando por goleada, difícil. Pero que nadie se alarme: en el equipo nacional hay de todo. Delanteros, defensores, wines habilidosos, arqueros con reflejos electrizantes capaces de volar hasta la luna. Y un DT que se las sabe todas. Asómbrese: es mujer. Y los de la Selección la respetan tanto que le dicen Presidenta.
Hallazgos Argentinos (Por Eduardo Aliverti)
Con la contundencia de las urnas ratificada y extendida hasta límites impresionantes, la primera certeza es que debe festejarse semejante apoyo del pueblo a un proyecto que remó contracorriente. Sucedió algo inédito, de lo cual es probable que todavía no haya una conciencia cabal generalizada. Ni siquiera los opositores más acérrimos podrían negar que la apabullante victoria del Gobierno desmintió al manual del posibilismo.
Los Kirchner desobedecieron. No acordaron con el establishment punto por punto, retrajeron las relaciones carnales, articularon con sectores desplazados, reactivaron los juicios por el genocidio, impulsaron la reestatización del sistema jubilatorio y la ley de medios. Nada de todo eso formaba parte de lo esperable y el decurso electoral argentino era virgen en tal aspecto, si se lo mira desde cambios producidos hacia la izquierda. Por tanto, estamos ante un suceso histórico porque esas transformaciones acaban de ser respaldadas por segunda vez consecutiva. Una de las preguntas que se reimpone tras tamaña paliza es acerca de su componente profundo. ¿Cuánto tiene de soporte entusiasta y cuánto de que el mamarracho opositor no dejó opciones? Cualquier respuesta al respecto estará teñida de subjetividad; pero difícil equivocarse si, en lugar de adjudicar porcentajes terminantes a una y otra variante, se concede que hay de las dos cosas. Lo cierto es que, sean cuales fueren sus motivaciones, el voto aplastante es el que fue. Y con una participación notable. Este último detalle no debe ser pasado por alto. La concurrencia está en línea con la media histórica, pero luego de que las primarias clausuraran toda posibilidad de sorpresa se pensó en una apatía de asistencia. Todo lo contrario: la oposición abandonó, la gente no. Eso significa que no hay derecho opositor a ampararse en su ultradivisión, para justificar la extraordinaria elección de Cristina. Los deméritos propios forman parte de las virtudes ajenas. Ahí vamos en las líneas que siguen.
Hace unos días, quien esto firma charlaba, en forma circunstancial, con un alto referente del kirchnerismo. El punto obvio y monotemático, al comienzo del diálogo, fue el porcentaje que alcanzaría Cristina. ¿Más cerca del 50 largo o de arrimar al 60? Culminada alguna referencia, breve, en torno de la ligera inquietud que generan las profecías elementales (¿será cierto que vamos a ganar por robo semejante?), el hombre dijo: “La verdad es que ni (se) esperaba que pasáramos el 50 por ciento en las primarias. Ponele que calculábamos un 45; 47 como mucho”. Uno ya había escuchado eso en boca pública de Aníbal Fernández. “Pero, ¿por qué no lo esperaban?”, se permitió interpelar el firmante para insistir con su hipótesis de que la oposición jamás tuvo intenciones serias de ganar. Dejaron todo servido en bandeja no por impotencia, no por incapacidad individual. Se entregaron por haber asimilado que no pueden ofertar nada mejor, a la derecha de esta izquierda. “Lo que pasa es que mientras esta gente no se dé cuenta de que la corporación mediática les fija lo que tienen que hacer y decir, van al muere”, dijo el hombre del oficialismo. A esta altura del partido, cree el periodista, no es que no advierten que el dietario se los fija “la corpo” ni que no les sirve prosternarse frente a ella, a cambio de ganar centímetros y minutaje. Es que el kirchnerismo los corrió por izquierda eficaz. Les demostró que su capitalismo es mejor que el de ellos. Los dejó sin discurso, ni ganas. El único salvador de ropa volvió a ser Binner, protagonista de una gestión con buena fama y locatario de un gorilismo clasemediero que no encontró mejor refugio. Alrededor de un 15/17 por ciento de los votos para el santafesino no es moco de pavo si se toma nota de que arrancó en carácter de perfecto desconocido, por fuera de su distrito. Pero, de momento, no expresa más que el haberle puesto fichas a una figura con imagen de honestidad, como para licuarse la conciencia culposa de saber que a este país sólo puede gobernarlo el peronismo. O el kirchnerismo como su etapa superadora, aunque nunca prescindiendo de sus aparatos todavía vigentes. Puede decírselo de otra forma: sólo el peronismo tiene vocación de poder. Lo demás, ya se sabe, está constituido por comentaristas que hablan de abstracciones.
La ventaja que sacó ayer el Gobierno trae esa excelente noticia de una gestión respaldada por las urnas, en cantidad y calidad, como nunca se vio. Es una ventaja de sentido mucho más grande que la del Perón retornado del ’73. Porque aquello se asentaba en expectativas míticas y esto, en realidad concreta. Y porque significa respaldar una administración al cabo de 8 años. Los números de este domingo eximirían de mayores comentarios, pero lo cualitativo obliga a repasar cómo se constituyó la cantidad. Fue contra viento y marea. Fue contra todas las recetas que quiso imponer la derecha. Fue contra el pliego de condiciones que el diario La Nación puso blanco sobre negro a horas de asumido Kirchner, en 2003. Fue contra la bestialidad destituyente de los campestres vencedores de 2008, que en agosto y ayer votaron al oficialismo porque las náuseas que les da la yegua se rinden ante la prepotencia de una capacidad de mando que los manda, los ordena, los agenda. Que les demostró que pueden ganar un vagón de plata sin necesidad de cagarse en el resto así nomás. Fue contra que ningún gobierno es capaz de resistir cuatro tapas negativas de Clarín. Fue que una vez llegó un tipo y dijo: “No vengo a dejar las convicciones en la puerta de la Casa Rosada”. Y es que su pareja demostró igual cosa contra el mismo viento y marea que la sindicaba como una mera portadora de zapatos y carteras exclusivas. Ganó Cristina, por robo. Y es un dato enorme que lo haya hecho tras ocho años de recostarse en la confianza popular, incluso cuando le fue adversa. Versus Cobos, cadenas mediáticas privadas, fondos monetarios, ortodoxias fiscales y sus etcéteras.
Cuando parece que la distancia descomunal lograda por la Presidenta no deja espacio para análisis mayores, paradójicamente el capítulo que se abre es apasionante a dos puntas. De la oposición sólo sobrevive Binner, con una alianza que ante todo semeja a un rejuntado complejo, testimonial, cuyo perfil socialdemócrata moderado tiene la “infiltración” de un peronismo resentido vaya a saberse por qué (ni tampoco importa mucho que digamos). Hay quienes se tientan mentando a Binner como el líder “natural” del espacio opositor, pero en este caso las matemáticas secas no serían buenas amigas de la profundidad analítica. Al margen de que el santafesino es el peor segundo de la historia, ¿cómo podrían “integrársele” los votos del Padrino y del pretendiente a Steve Jobs de San Luis? Hasta los del hijo de Alfonsín, sobrevivientes-núcleo duro del radicalismo tradicional, no son inmediatamente asimilables a un liderazgo extrapartidario. Es claro que despunta Macri, con la salvedad de que crecer a nivel nacional requiere de trabajo a tiempo completo y no es chicana. Podría ponerle todo el cuerpo a construir la alternativa explícita de la derecha. Pero para eso hace falta una convicción que le queda arriba de su creatividad y, encima, necesita fuertes personalidades acompañantes que ayer resultaron demolidas sin reemplazo a la vista.
Con ese panorama en la vereda de enfrente, la revalidación del liderazgo cristinista y del kirchnerismo como única opción conductiva del país vienen de la mano con la seguridad de que todo lo que vaya a suceder será por lo que ocurra dentro de la esfera oficial. En lo estrictamente “político”, los K disponen de una integración vertical que se asienta en el comando de una mujer excepcional. Y la pregunta es hasta qué punto abrirán la mano para el surgimiento de nuevos cuadros, capaces de sostener la mística y de mostrarse como el recambio que asegure el proyecto inclusivo. Esto viene a cuento de que, tal vez, las probabilidades de que este modelo se clausure por derecha, a largo plazo, provienen desde dentro del propio peronismo. Hoy suena poco menos a extravagancia; mañana no es descartable por obra de que afuera quedó la nada, y hace rato. Pero, ¿cómo es que podría pasar eso en medio de esta demostración de algarabía o aceptación populares, traducida en cifras arrolladoras? Hay varios factores: desgaste en el ejercicio del poder; un mundo de crisis financiera que se presenta más hostil que amigable, excepto por el precio de las materias primas; las tensiones de la sucesión; los riesgos de que avanzar en la profundización del modelo supongan enfrentamientos neo-125, y la muñeca y el coraje que se necesitarán para sortearlos.
Pero está bien. Ya habrá tiempo de preocuparse por eso. Ahora hay que gozar de la condición necesaria, que es un pueblo feliz y tan festejante como la Plaza reveló anoche. Esa fuerza permite diagnosticar que basta con mantenerla para que nada sea imposible. La secuencia de votos a Presidente, desde 2003, en porcentajes, es 22, 45, 50 y más de un 50 largo, al momento de escribirse esta nota. Convengamos: Cristina reelecta con estas cifras, un socialista segundo y la izquierda clasista evitando el último lugar, es una particularidad argentina. Con estos números es inverosímil que haya lugar para quebrarse. Que así sea.
lunes, 10 de octubre de 2011
Tonolec - La tierra llama (Por Guadalupe Treibel)
Multidisciplinaria y étnica, Charo Bogarín es la voz del dúo dinámico Tonolec que, entre fusión de electrónica y canto originario, lanza disco nuevo y reafirma la necesidad de volver a las raíces.
Con los ojos grandes y la voz partida, Charo Bogarín relata la historia de los tiempos, entre lenguas autóctonas y mundo occidental. Desde la canción, su arte devuelve a la tradición originaria lo verde y celeste, lo orgánico. Y, como aire puro, la propuesta toma –ahora– forma de oración: Plegaria del Arbol Negro es el título del segundo disco de su banda, Tonolec, donde –junto a Diego Pérez– fusiona música electrónica y canción toba. Mezclar para conservar lo étnico, el lenguaje qom.
Desde la propia denominación, el dúo evoca un ave del monte chaqueño que con el canto hipnotiza a sus presas. Y, para llevar el proyecto adelante, se valió de una “banda de zorzales”, el coro institucionalizado Chelaalapi, de Resistencia Chaco, de cuyos adultos tomaron canciones y costumbres. Eso, desde 2002, y como parte de la intentona nacional. Explica Charo: “Desde 2000 llegó la vertiente ideológica de la new age, donde lo étnico estaba presente, pero desde la visión europeizante. Entonces surgió el emergente social artístico de volver a las raíces, buscar más hondo... Estamos tan intoxicados que hay una necesidad de volver a la cédula de madre”.
Su primer (y homónimo) larga duración fue bien recibido dentro y fuera de las fronteras locales. Y, con un sonido más consolidado, el segundo inaugura 12 temas, cantados mayoritariamente en lengua toba. “El nuevo material es más maduro, más afianzado. Lleva hacia las raíces de la música indígena y coquetea con el folklore”, advierte la pata femenina de Tonolec.
Mientras, entre dibujos rupestres, el arte del disco evoca cierta intención que Charo reconoce: el cuento infantil para adultos, que también pudiera decodificar un pequeño. A cargo del director artístico Carlos Coccia, el clima remite a Tim Burton. “Este disco, a diferencia del otro, tiene tonos más arriba, canciones infantiles, oscuridad y densidad”, asegura la mujer, entre colores.
Inicialmente, ¿cómo fue el abordaje de la música toba?
–En 2001, con Diego (Pérez) teníamos una banda llamada Laboratorio Wab, con una particular manera de componer: a distancia. Ganamos un concurso de la señal MTV para editar un disco producido por Santaolalla (que no prosperó por el cimbronazo de la inflación y la crisis) y viajar. Estando afuera tuvimos una crisis personal porque nos cayó la responsabilidad de mostrar la propia cultura y nuestra música no reflejaba eso. Así emprendimos lo que queríamos hacer: cruzar la música originaria, los ritmos nuestros. Era una invitación a compartir una ceremonia...
¿Buscaron conservar lo religioso y espiritual de este tipo de canción?
–Totalmente. Para ellos, en los cantos, rituales, rondas de danza y canto, el valor sagrado continúa presente. Hay un vínculo con la naturaleza. Nosotros nos sentimos atraídos por esa energía, por esa forma de trabajo. ¡Tal es así que estuvimos tres años hasta grabar el primer disco! Y no sabíamos cómo iba a ser el segundo disco. Incluso pensamos que podríamos abarcar la comunidad guaraní, pero finalmente comprendimos que todavía no habíamos terminado con la cultura toba. No es solamente cantar en lengua autóctona y que Diego lance las bases: hay que lograr que la electrónica y la música toba se incluyan sin bastardearse, que sean un nuevo ser.
Pero, ¿no descartan trabajar con otros grupos originarios?
–Tenemos la particularidad de nunca limitarnos. Siempre decimos que estamos empezando, aunque éste sea nuestro segundo disco. Lo guaraní está muy presente y en algún momento va a salir, sin dudas. Para eso me estoy preparando. Cuando sea el momento, ¡nos enteraremos todos!
Irónicamente, desde su mirada, la fusión de géneros funcionaría como una forma de conservar la cultura originaria.
–Sí, por supuesto. Es una manera de conservar una cultura viva. Ellos, como tobas, se mantienen fuertes por su capacidad de adaptación a los tiempos que corren. Y el lenguaje nunca lo perdieron. Sin embargo, como músicos, se niegan en poner en papel o en registrar cualquier partitura. Dicen que la música les pertenece a todos.
Has mencionado que no buscan izar la bandera de pueblo oprimido.
–Abordamos la música toba desde el orgullo de ser originario, de tener ese color de piel, esa forma de expresión, ese arte divino, las canciones. En lo musical, encontré en los cantos indígenas registros vocales que no encontraba en el rock nacional y me identifican. De todas formas, inconscientemente se puede generar conciencia sobre el respeto a lo natural, a los tiempos, al silencio.
Son sonidos muy particulares. ¿Cómo trabajas la voz?
–¡Por ósmosis! De escuchar el tono, la forma de emitir el sonido particular, gutural, con esa forma quebrada. Con Diego, cada uno tiene su lugar y su energía. Yo me manejo con la intuición; él tiene aprendizaje de carrera. Nos equilibramos: uno transmite la fuerza de la tierra y el otro, una energía contenedora y contenida. Cuando recién empezábamos, la gente de la comunidad toba miraba sorprendida y las más ancianas se reían. Les resultaba extraño escucharme cantar porque, si bien no parezco occidental y tengo rasgos indígenas marcados, no dejo de ser alguien que viene de afuera.
¿Cuál es tu ascendencia indígena?
–Soy tataranieta del Cacique Guaraní Guayraré. Nací en Clorinda, Formosa, y viví los primeros cinco años de mi vida ahí. Por la circunstancia de que mi papá fue desaparecido en el ‘76, con mi mamá y mi hermana nos mudamos a Resistencia. Mi padre es uno de los no identificados. Era congresal, del peronismo de las ligas agrarias. Mi mamá, que era maestra de frontera (y después se hizo ingeniera en Sistemas), lo ayudaba y enseñaba a las mujeres a coser a máquina. No fue sencillo para mi madre criarnos y hacerse cargo de nuestra educación, como tampoco fue fácil para mí ser madre soltera. Mi hija pasó un poco mi misma historia; su padre falleció cuando ella era pequeñita y nos mudamos a Buenos Aires a sus siete años. Somos un matriarcado fuerte. ¿Cómo no vamos a ser así si toda nuestra vida tuvimos que salir adelante solas?
Tu carrera está marcada por un interés interdisciplinario: canto, composición, baile...
–En realidad, yo estudié para ser bailarina clásica. Jamás imaginé que iba a dedicarme al canto. ¡Sólo quería estar con el tutú de cisne! Me recibí de maestra y dejé las zapatillas de punta. Decidí ser periodista y trabajé seis años escribiendo en un periódico de Resistencia, donde hacía de todo: política, cultura... Después terminé cantando. Y ahora estoy por filmar Paco, una película de Diego Rafecas –director de Un Buda–, donde mi personaje es de la villa y seguramente aparezca cantando. Va a ser el catalizador de todo lo que ocurra en la historia, la chica de encanto que enamore al protagonista (Tomás Fonzi) y lo introduzca en el tema del paco. Como una flor de loto en medio del fango.
Con los ojos grandes y la voz partida, Charo Bogarín relata la historia de los tiempos, entre lenguas autóctonas y mundo occidental. Desde la canción, su arte devuelve a la tradición originaria lo verde y celeste, lo orgánico. Y, como aire puro, la propuesta toma –ahora– forma de oración: Plegaria del Arbol Negro es el título del segundo disco de su banda, Tonolec, donde –junto a Diego Pérez– fusiona música electrónica y canción toba. Mezclar para conservar lo étnico, el lenguaje qom.
Desde la propia denominación, el dúo evoca un ave del monte chaqueño que con el canto hipnotiza a sus presas. Y, para llevar el proyecto adelante, se valió de una “banda de zorzales”, el coro institucionalizado Chelaalapi, de Resistencia Chaco, de cuyos adultos tomaron canciones y costumbres. Eso, desde 2002, y como parte de la intentona nacional. Explica Charo: “Desde 2000 llegó la vertiente ideológica de la new age, donde lo étnico estaba presente, pero desde la visión europeizante. Entonces surgió el emergente social artístico de volver a las raíces, buscar más hondo... Estamos tan intoxicados que hay una necesidad de volver a la cédula de madre”.
Su primer (y homónimo) larga duración fue bien recibido dentro y fuera de las fronteras locales. Y, con un sonido más consolidado, el segundo inaugura 12 temas, cantados mayoritariamente en lengua toba. “El nuevo material es más maduro, más afianzado. Lleva hacia las raíces de la música indígena y coquetea con el folklore”, advierte la pata femenina de Tonolec.
Mientras, entre dibujos rupestres, el arte del disco evoca cierta intención que Charo reconoce: el cuento infantil para adultos, que también pudiera decodificar un pequeño. A cargo del director artístico Carlos Coccia, el clima remite a Tim Burton. “Este disco, a diferencia del otro, tiene tonos más arriba, canciones infantiles, oscuridad y densidad”, asegura la mujer, entre colores.
Inicialmente, ¿cómo fue el abordaje de la música toba?
–En 2001, con Diego (Pérez) teníamos una banda llamada Laboratorio Wab, con una particular manera de componer: a distancia. Ganamos un concurso de la señal MTV para editar un disco producido por Santaolalla (que no prosperó por el cimbronazo de la inflación y la crisis) y viajar. Estando afuera tuvimos una crisis personal porque nos cayó la responsabilidad de mostrar la propia cultura y nuestra música no reflejaba eso. Así emprendimos lo que queríamos hacer: cruzar la música originaria, los ritmos nuestros. Era una invitación a compartir una ceremonia...
¿Buscaron conservar lo religioso y espiritual de este tipo de canción?
–Totalmente. Para ellos, en los cantos, rituales, rondas de danza y canto, el valor sagrado continúa presente. Hay un vínculo con la naturaleza. Nosotros nos sentimos atraídos por esa energía, por esa forma de trabajo. ¡Tal es así que estuvimos tres años hasta grabar el primer disco! Y no sabíamos cómo iba a ser el segundo disco. Incluso pensamos que podríamos abarcar la comunidad guaraní, pero finalmente comprendimos que todavía no habíamos terminado con la cultura toba. No es solamente cantar en lengua autóctona y que Diego lance las bases: hay que lograr que la electrónica y la música toba se incluyan sin bastardearse, que sean un nuevo ser.
Pero, ¿no descartan trabajar con otros grupos originarios?
–Tenemos la particularidad de nunca limitarnos. Siempre decimos que estamos empezando, aunque éste sea nuestro segundo disco. Lo guaraní está muy presente y en algún momento va a salir, sin dudas. Para eso me estoy preparando. Cuando sea el momento, ¡nos enteraremos todos!
Irónicamente, desde su mirada, la fusión de géneros funcionaría como una forma de conservar la cultura originaria.
–Sí, por supuesto. Es una manera de conservar una cultura viva. Ellos, como tobas, se mantienen fuertes por su capacidad de adaptación a los tiempos que corren. Y el lenguaje nunca lo perdieron. Sin embargo, como músicos, se niegan en poner en papel o en registrar cualquier partitura. Dicen que la música les pertenece a todos.
Has mencionado que no buscan izar la bandera de pueblo oprimido.
–Abordamos la música toba desde el orgullo de ser originario, de tener ese color de piel, esa forma de expresión, ese arte divino, las canciones. En lo musical, encontré en los cantos indígenas registros vocales que no encontraba en el rock nacional y me identifican. De todas formas, inconscientemente se puede generar conciencia sobre el respeto a lo natural, a los tiempos, al silencio.
Son sonidos muy particulares. ¿Cómo trabajas la voz?
–¡Por ósmosis! De escuchar el tono, la forma de emitir el sonido particular, gutural, con esa forma quebrada. Con Diego, cada uno tiene su lugar y su energía. Yo me manejo con la intuición; él tiene aprendizaje de carrera. Nos equilibramos: uno transmite la fuerza de la tierra y el otro, una energía contenedora y contenida. Cuando recién empezábamos, la gente de la comunidad toba miraba sorprendida y las más ancianas se reían. Les resultaba extraño escucharme cantar porque, si bien no parezco occidental y tengo rasgos indígenas marcados, no dejo de ser alguien que viene de afuera.
¿Cuál es tu ascendencia indígena?
–Soy tataranieta del Cacique Guaraní Guayraré. Nací en Clorinda, Formosa, y viví los primeros cinco años de mi vida ahí. Por la circunstancia de que mi papá fue desaparecido en el ‘76, con mi mamá y mi hermana nos mudamos a Resistencia. Mi padre es uno de los no identificados. Era congresal, del peronismo de las ligas agrarias. Mi mamá, que era maestra de frontera (y después se hizo ingeniera en Sistemas), lo ayudaba y enseñaba a las mujeres a coser a máquina. No fue sencillo para mi madre criarnos y hacerse cargo de nuestra educación, como tampoco fue fácil para mí ser madre soltera. Mi hija pasó un poco mi misma historia; su padre falleció cuando ella era pequeñita y nos mudamos a Buenos Aires a sus siete años. Somos un matriarcado fuerte. ¿Cómo no vamos a ser así si toda nuestra vida tuvimos que salir adelante solas?
Tu carrera está marcada por un interés interdisciplinario: canto, composición, baile...
–En realidad, yo estudié para ser bailarina clásica. Jamás imaginé que iba a dedicarme al canto. ¡Sólo quería estar con el tutú de cisne! Me recibí de maestra y dejé las zapatillas de punta. Decidí ser periodista y trabajé seis años escribiendo en un periódico de Resistencia, donde hacía de todo: política, cultura... Después terminé cantando. Y ahora estoy por filmar Paco, una película de Diego Rafecas –director de Un Buda–, donde mi personaje es de la villa y seguramente aparezca cantando. Va a ser el catalizador de todo lo que ocurra en la historia, la chica de encanto que enamore al protagonista (Tomás Fonzi) y lo introduzca en el tema del paco. Como una flor de loto en medio del fango.
jueves, 6 de octubre de 2011
Dramáticos placeres: el chile mexicano (Por Juan Villoro)
Un breve texto incluido en “Safari accidental”, un volumen de crónicas y ensayos inédito en la Argentina, donde el autor de “Los culpables” reflexiona sobre el curioso culto mexicano al chile y la singular manía de sus connacionales de comer cosas picantes.
Charles de Gaulle se quejaba de lo difícil que era gobernar una nación con más de 300 tipos de quesos. Lo mismo puede decirse de México y sus chiles. El único rasgo común de esta diversidad es el siguiente: cuando le preguntas a un mexicano si algo pica, te dice que no. No conozco al mesero capaz de advertirle al comensal que la boca se le va a incendiar. Se considera traición a la patria reconocer la misión esencial de un chile de árbol o chipotle, que consiste en sacar intensas gotas de sudor de la coronilla del afectado. “Yo soy como el chile verde, picante pero sabroso”, dice una de las más extravagantes letras de la canción ranchera. En la dramática nación de Jorge Negrete, lo picante es sabroso.
Aunque algunas variantes de lo picoso perforan el duodeno, cuando hablamos de chile, preferimos enunciar sus contribuciones nutritivas: tiene mucha vitamina C. Luego agregamos que en algo se parece a nuestros políticos: cada vez se le descubren más propiedades.
No todos los chiles que llevamos a nuestras tortillas son oriundos de México. El más picante de la república lleva el nombre de habanero. Se trata de un apéndice furioso y amarillo que llegó de Java en el Galeón de Manila y se convirtió en condimento decisivo de la cocina yucateca. En un principio se le decía “javanero”, pero como en Mérida las cosas buenas vienen de La Habana, adoptó un nombre más seductor. Sus semillas queman la lengua como pólvora encendida.
La cultura del chile está unida a la escatología, y el habanero es uno de sus pocos exponentes que “no quema dos veces”. Cuesta trabajo hablar con estilo de estas cuestiones, pero la vida en compañía del chile está acompañada de toda clase de aventuras gastrointestinales, a tal grado que hemos hecho de la diarrea una forma del patriotismo. Cuando el indigesto visitante pasa sus vacaciones en el excusado, decimos con vindicativo orgullo que fue víctima de la “revancha de Moctezuma”. En otras palabras: nos conquistaron pero hemos encontrado una manera rencorosa de entrar en las entrañas de los extranjeros.
Hacer algo “a valor mexicano” significa hacerlo con muchas molestias y ninguna racionalidad. El principal rasgo de este masoquista sentido del honor consiste en comer chile a granel. Cuando estamos en el extranjero y nos ofrecen un ají de la India o Pakistán, le entramos con fe, sin probar la fuerza del adversario con la punta de la lengua. En ese momento de arrebatadora definición nacional, confundimos las miradas de los testigos con la admiración e incluso la excitación erótica. En su novela Ciudades desiertas, José Agustín hace que un mexicano con más complejos que Huitzilopochtli cene con un polaco que se ha acostado con su mujer y decida superarlo comiendo chile. Lo único que logra es una indigestión digna del infierno azteca. La escena captura el sentido de la hombría inherente a la deliciosa exageración de comer picante.
Por su forma y encendido temperamento, el chile representa en el argot vernáculo al sexo masculino. Lo interesante de esta mezcla de erotismo y gastronomía es que revierte las condiciones de la supremaciía sexual. A diferencia de lo que sucede con Godzilla o el cine porno, aquí el tamaño no importa. Lo fundamental es el contenido. “Chiquito pero picoso”, decimos para elogiar a alguien débil que se sale con la suya en forma improbable. En un ámbito donde los adolescentes usan la cinta métrica con más constancia que los sastres para medir su dotación fálica, los chiles ofrecen una cultura alterna en la que se puede triunfar con menos envoltura. La quintaesencia del picor nunca se encuentra en los chiles voluminosos, que sólo mejoran rellenos de queso o carne molida. El extracto esencial y arrebatador proviene de los ejemplares mínimos que concentran sus detonaciones.
Los muy variados matices que el ardor adquiere en nuestra cocina, llevaron a Italo Calvino a compararla con la estética barroca: “Así como el barroco colonial no ponía límites a la profusión de los ornamentos y al lujo, por lo cual la presencia de Dios era identificada en un delirio minuciosamente calculado de sensaciones, así la quemadura de las más de cien variedades indígenas de pimientos sabiamente escogidos para cada plato abría las perspectivas del éxtasis flamígero”.
Calvino recuerda la contigüidad de las palabras “sabor” y “saber”, y decide indagar el pasado mexicano a través de los mensajes herméticos que se conservan en las salsas, picantes comunicados de un tiempo que se disuelve en el mito y perdura en claves rotas y misteriosos sobreentendidos. Una de las más provocadoras y acaso irrefutables conclusiones es que el turbador efecto de nuestros guisos tiene su inquietante origen en la antropofagia. En Oaxaca, el autor de Bajo el sol jaguar degustó viandas preparadas con recetas de monjas que quizá buscaban un afrodisíaco absoluto –no el estímulo para el sexo que no podían practicar, sino la quemadura perfecta en sustitución del sexo–-; de ahí, su cadena de suposiciones pasó a una escala superior, la relación con lo sagrado: la cocina como comunión. La mente occidental puede desandar el camino hasta las monjas de clausura, las criadas que les ayudaban a desplumar las gallinas, el pacto sensual que establecían con los sacerdotes que se quemaban la lengua con sus hirvientes artificios. Más arduo es volver a los primeros usuarios del picante, los indios que adobaban iguanas y armadillos. En la alborada de la historia mexicana, el rito dependía de la carnicería, y quizá también del arte de sazonar al prójimo. ¿Qué sucedía con las víctimas de los sacrificios humanos después de las ceremonias? Las vísceras eran ofrecidas a los buitres para que las llevaran al cielo y saciaran el apetito de los dioses, y los corazones eran guardados en un tzompantli, antecedente religioso del tupperware. ¿Qué pasaba con el resto de ese cuerpo que ya era sagrado? En la Colonia, los evangelizadores no tuvieron dificultad en imponer la comunión porque en numerosos ritos prehispánicos se comían figuras que representaban dioses o hijos de dioses. Calvino se pregunta si los aztecas no habrán incurrido en un consumo más literal de los cuerpos divinizados en el rito. Desde un punto de vista religioso, la carne sacrificial significaba una impecable merienda. Para vencer el prejuicio de comerse un vecino, nada resultaba más práctico que hundir sus filetes en salsa verde, sustancia que impide distinguir la carne de un hermano de la de una gallina.
Pero hay una hipótesis más inquietante: es posible que el sugerente picor del chile sirviera no para ocultar, sino para resaltar el gusto de aquella innombrable materia prima. En tono de reveladores vacilaciones, escribe Calvino: “Tal vez aquel sabor asomaba de todos modos... aun en medio de otros sabores... Tal vez no se podía, no se debía esconderlo... Si no, era como no comer lo que se comía... Tal vez los otros sabores tenían la función de exaltar aquel sabor, de darle un fondo digno, de honrarlo...”
Si la supremacía del chile encierra un pasado de antropofagia, no hemos encontrado mejor remedio que superarlo que comer más chile. Se trata de una ocupación full-time. Ningún rincón del día es ajeno a las posibilidades del picante, de los huevos rancheros en el desayuno a los postres rociados de polvillo rojo en la cena, pasando por los cacahuates enchilados en el aperitivo del mediodía.
Este integrismo sólo se puede inculcar en la infancia, a través de golosinas agri-picosas. La imaginación popular ha llevado a creaciones tan sublimes como el Pelón Pelo Rico, muñeco al que se le presiona un conducto para que le crezca una melena de tamarindo con chile. Esta pedagogía del ardor avanza hasta la graduación en la que el discípulo ya no sabe si le gusta lo que le pica o le pica lo que le gusta.
La cocina mexicana es lo que ocurre entre la constancia del maíz y la multiplicación de los picantes. Sus aventuras más extremas nos devuelven siempre al punto de partida. En el centro de la ciudad de México, la Fonda Don Chon preserva la cocina prehispánica y al mismo tiempo especula acerca de la ruta que habrían tenido los sabores mexicanos en caso de haber desviado el rumbo. Una de sus más célebres especialidades, la tortilla de crisantemo con salsa de mango coronada de angulas, representa un curioso ejercicio antropológico. Un país con tantas frutas y flores como México repudió esas posibilidades, a pesar de que nunca le ha hecho el feo a lo extraño, según demuestra nuestra sostenida capacidad de comer insectos. La tortilla de crisantemo de Don Chon revela que desviar el camino de los apetitos resulta interesante porque nos permite anhelar de nuevo las habituales tortillas de maíz. Nuestro paladar no se rige por el síndrome de Marco Polo, sino por el de Ulises.
El filósofo Ludwig Feuerbach se sirvió de un juego de palabras en alemán para decir: Der Mensch ist war er isst (el hombre es lo que come). Si damos crédito a este esencialismo, podemos deducir que la identidad del mexicano es siempre provisional: está demasiado enchilado para concentrarse. Su “ser en sí” representa una contradicción viva. En la cultura del picante, el placer y el castigo son términos equivalentes: “¡Está sabrosísimo!”, dice el doliente a quien el chile le saca lagrimones. No es casual que un país donde el triunfo se parece tanto a la derrota haya encontrado una paradójica forma de disfrutar mientras sufre. Estamos, a fin de cuentas, en la nación donde los mariachis interrumpen sus canciones cuando llega el vendedor de toques eléctricos y los contertulios se toman de las manos para compartir descargas. La dicha mexicana será dramática o no será.
Nuestro plural uso del chile sugiere que deberíamos estar muertos o por lo menos tan despellejados como el dios Xipe-Totec, señor de la Renovación. Con todo, algo parece indicar que tenemos la dieta que nos conviene. Tal vez los numerosos chiles se neutralizan entre sí (la salsa de mole incluye tantas variedades de picante que la síntesis final no recuerda a ninguna en particular). Es posible que los belicosos chiles se combatan unos a otros como los incansables y paranoicos dioses del panteón azteca. Aunque vivimos para cortejar la muerte, nos pasa como a los suicidas que se toman el botiquín entero y se salvan porque los somníferos son anulados por los estimulantes. En otras palabras: sobrevivimos porque recurrimos a demasiadas formas contradictorias de hacernos daño.
Charles de Gaulle se quejaba de lo difícil que era gobernar una nación con más de 300 tipos de quesos. Lo mismo puede decirse de México y sus chiles. El único rasgo común de esta diversidad es el siguiente: cuando le preguntas a un mexicano si algo pica, te dice que no. No conozco al mesero capaz de advertirle al comensal que la boca se le va a incendiar. Se considera traición a la patria reconocer la misión esencial de un chile de árbol o chipotle, que consiste en sacar intensas gotas de sudor de la coronilla del afectado. “Yo soy como el chile verde, picante pero sabroso”, dice una de las más extravagantes letras de la canción ranchera. En la dramática nación de Jorge Negrete, lo picante es sabroso.
Aunque algunas variantes de lo picoso perforan el duodeno, cuando hablamos de chile, preferimos enunciar sus contribuciones nutritivas: tiene mucha vitamina C. Luego agregamos que en algo se parece a nuestros políticos: cada vez se le descubren más propiedades.
No todos los chiles que llevamos a nuestras tortillas son oriundos de México. El más picante de la república lleva el nombre de habanero. Se trata de un apéndice furioso y amarillo que llegó de Java en el Galeón de Manila y se convirtió en condimento decisivo de la cocina yucateca. En un principio se le decía “javanero”, pero como en Mérida las cosas buenas vienen de La Habana, adoptó un nombre más seductor. Sus semillas queman la lengua como pólvora encendida.
La cultura del chile está unida a la escatología, y el habanero es uno de sus pocos exponentes que “no quema dos veces”. Cuesta trabajo hablar con estilo de estas cuestiones, pero la vida en compañía del chile está acompañada de toda clase de aventuras gastrointestinales, a tal grado que hemos hecho de la diarrea una forma del patriotismo. Cuando el indigesto visitante pasa sus vacaciones en el excusado, decimos con vindicativo orgullo que fue víctima de la “revancha de Moctezuma”. En otras palabras: nos conquistaron pero hemos encontrado una manera rencorosa de entrar en las entrañas de los extranjeros.
Hacer algo “a valor mexicano” significa hacerlo con muchas molestias y ninguna racionalidad. El principal rasgo de este masoquista sentido del honor consiste en comer chile a granel. Cuando estamos en el extranjero y nos ofrecen un ají de la India o Pakistán, le entramos con fe, sin probar la fuerza del adversario con la punta de la lengua. En ese momento de arrebatadora definición nacional, confundimos las miradas de los testigos con la admiración e incluso la excitación erótica. En su novela Ciudades desiertas, José Agustín hace que un mexicano con más complejos que Huitzilopochtli cene con un polaco que se ha acostado con su mujer y decida superarlo comiendo chile. Lo único que logra es una indigestión digna del infierno azteca. La escena captura el sentido de la hombría inherente a la deliciosa exageración de comer picante.
Por su forma y encendido temperamento, el chile representa en el argot vernáculo al sexo masculino. Lo interesante de esta mezcla de erotismo y gastronomía es que revierte las condiciones de la supremaciía sexual. A diferencia de lo que sucede con Godzilla o el cine porno, aquí el tamaño no importa. Lo fundamental es el contenido. “Chiquito pero picoso”, decimos para elogiar a alguien débil que se sale con la suya en forma improbable. En un ámbito donde los adolescentes usan la cinta métrica con más constancia que los sastres para medir su dotación fálica, los chiles ofrecen una cultura alterna en la que se puede triunfar con menos envoltura. La quintaesencia del picor nunca se encuentra en los chiles voluminosos, que sólo mejoran rellenos de queso o carne molida. El extracto esencial y arrebatador proviene de los ejemplares mínimos que concentran sus detonaciones.
Los muy variados matices que el ardor adquiere en nuestra cocina, llevaron a Italo Calvino a compararla con la estética barroca: “Así como el barroco colonial no ponía límites a la profusión de los ornamentos y al lujo, por lo cual la presencia de Dios era identificada en un delirio minuciosamente calculado de sensaciones, así la quemadura de las más de cien variedades indígenas de pimientos sabiamente escogidos para cada plato abría las perspectivas del éxtasis flamígero”.
Calvino recuerda la contigüidad de las palabras “sabor” y “saber”, y decide indagar el pasado mexicano a través de los mensajes herméticos que se conservan en las salsas, picantes comunicados de un tiempo que se disuelve en el mito y perdura en claves rotas y misteriosos sobreentendidos. Una de las más provocadoras y acaso irrefutables conclusiones es que el turbador efecto de nuestros guisos tiene su inquietante origen en la antropofagia. En Oaxaca, el autor de Bajo el sol jaguar degustó viandas preparadas con recetas de monjas que quizá buscaban un afrodisíaco absoluto –no el estímulo para el sexo que no podían practicar, sino la quemadura perfecta en sustitución del sexo–-; de ahí, su cadena de suposiciones pasó a una escala superior, la relación con lo sagrado: la cocina como comunión. La mente occidental puede desandar el camino hasta las monjas de clausura, las criadas que les ayudaban a desplumar las gallinas, el pacto sensual que establecían con los sacerdotes que se quemaban la lengua con sus hirvientes artificios. Más arduo es volver a los primeros usuarios del picante, los indios que adobaban iguanas y armadillos. En la alborada de la historia mexicana, el rito dependía de la carnicería, y quizá también del arte de sazonar al prójimo. ¿Qué sucedía con las víctimas de los sacrificios humanos después de las ceremonias? Las vísceras eran ofrecidas a los buitres para que las llevaran al cielo y saciaran el apetito de los dioses, y los corazones eran guardados en un tzompantli, antecedente religioso del tupperware. ¿Qué pasaba con el resto de ese cuerpo que ya era sagrado? En la Colonia, los evangelizadores no tuvieron dificultad en imponer la comunión porque en numerosos ritos prehispánicos se comían figuras que representaban dioses o hijos de dioses. Calvino se pregunta si los aztecas no habrán incurrido en un consumo más literal de los cuerpos divinizados en el rito. Desde un punto de vista religioso, la carne sacrificial significaba una impecable merienda. Para vencer el prejuicio de comerse un vecino, nada resultaba más práctico que hundir sus filetes en salsa verde, sustancia que impide distinguir la carne de un hermano de la de una gallina.
Pero hay una hipótesis más inquietante: es posible que el sugerente picor del chile sirviera no para ocultar, sino para resaltar el gusto de aquella innombrable materia prima. En tono de reveladores vacilaciones, escribe Calvino: “Tal vez aquel sabor asomaba de todos modos... aun en medio de otros sabores... Tal vez no se podía, no se debía esconderlo... Si no, era como no comer lo que se comía... Tal vez los otros sabores tenían la función de exaltar aquel sabor, de darle un fondo digno, de honrarlo...”
Si la supremacía del chile encierra un pasado de antropofagia, no hemos encontrado mejor remedio que superarlo que comer más chile. Se trata de una ocupación full-time. Ningún rincón del día es ajeno a las posibilidades del picante, de los huevos rancheros en el desayuno a los postres rociados de polvillo rojo en la cena, pasando por los cacahuates enchilados en el aperitivo del mediodía.
Este integrismo sólo se puede inculcar en la infancia, a través de golosinas agri-picosas. La imaginación popular ha llevado a creaciones tan sublimes como el Pelón Pelo Rico, muñeco al que se le presiona un conducto para que le crezca una melena de tamarindo con chile. Esta pedagogía del ardor avanza hasta la graduación en la que el discípulo ya no sabe si le gusta lo que le pica o le pica lo que le gusta.
La cocina mexicana es lo que ocurre entre la constancia del maíz y la multiplicación de los picantes. Sus aventuras más extremas nos devuelven siempre al punto de partida. En el centro de la ciudad de México, la Fonda Don Chon preserva la cocina prehispánica y al mismo tiempo especula acerca de la ruta que habrían tenido los sabores mexicanos en caso de haber desviado el rumbo. Una de sus más célebres especialidades, la tortilla de crisantemo con salsa de mango coronada de angulas, representa un curioso ejercicio antropológico. Un país con tantas frutas y flores como México repudió esas posibilidades, a pesar de que nunca le ha hecho el feo a lo extraño, según demuestra nuestra sostenida capacidad de comer insectos. La tortilla de crisantemo de Don Chon revela que desviar el camino de los apetitos resulta interesante porque nos permite anhelar de nuevo las habituales tortillas de maíz. Nuestro paladar no se rige por el síndrome de Marco Polo, sino por el de Ulises.
El filósofo Ludwig Feuerbach se sirvió de un juego de palabras en alemán para decir: Der Mensch ist war er isst (el hombre es lo que come). Si damos crédito a este esencialismo, podemos deducir que la identidad del mexicano es siempre provisional: está demasiado enchilado para concentrarse. Su “ser en sí” representa una contradicción viva. En la cultura del picante, el placer y el castigo son términos equivalentes: “¡Está sabrosísimo!”, dice el doliente a quien el chile le saca lagrimones. No es casual que un país donde el triunfo se parece tanto a la derrota haya encontrado una paradójica forma de disfrutar mientras sufre. Estamos, a fin de cuentas, en la nación donde los mariachis interrumpen sus canciones cuando llega el vendedor de toques eléctricos y los contertulios se toman de las manos para compartir descargas. La dicha mexicana será dramática o no será.
Nuestro plural uso del chile sugiere que deberíamos estar muertos o por lo menos tan despellejados como el dios Xipe-Totec, señor de la Renovación. Con todo, algo parece indicar que tenemos la dieta que nos conviene. Tal vez los numerosos chiles se neutralizan entre sí (la salsa de mole incluye tantas variedades de picante que la síntesis final no recuerda a ninguna en particular). Es posible que los belicosos chiles se combatan unos a otros como los incansables y paranoicos dioses del panteón azteca. Aunque vivimos para cortejar la muerte, nos pasa como a los suicidas que se toman el botiquín entero y se salvan porque los somníferos son anulados por los estimulantes. En otras palabras: sobrevivimos porque recurrimos a demasiadas formas contradictorias de hacernos daño.
miércoles, 5 de octubre de 2011
La insurrección del 9 de junio de 1956 (Por Norberto Galasso
Mientras, un grupo de militares, liderados por los generales Juan José Valle y Raúl Tanco viene tejiendo una red insurreccional desde los primeros meses del año 1956. Los altos mandos ‘gorilas’ han depurado los cuadros, pasando a retiro a la mayor parte de los jefes que se definieron leales en setiembre de 1955. Son algunos de éstos, junto a un grupo de oficiales y suboficiales nacionalistas, conjuntamente con algunos militantes peronistas, quienes organizan la insurrección para desplazar del poder a los usurpadores. Salvador Ferla señala que el movimiento tiene características singulares, tanto “por la participación masiva de suboficiales” como por “la participación de civiles, en igualdad de condiciones” y comenta que el Ministro de Ejército, General Osorio Arana se encarga de manifestarlo desdeñosamente: “Es una rebelión de subalternos”(32). Hacia fines de mayo, el grupo conspirativo ultima los detalles de la insurrección, pero ya por entonces, los servicios de informaciones del gobierno han logrado detectar al movimiento. Tan es así que, en los primeros días de junio, debiendo ausentarse a Rosario, el presidente Aramburu y algunos ministros dejan firmado el decreto por el cual se sanciona la ley marcial. Del mismo modo, queda acordado que el contralmirante Isaac F. Rojas se haga cargo del Comando de Represión para sofocar la rebelión. Son varios los puntos del país que se constituirán en focos insurreccionales: Avellaneda, donde un comando debe instalar un transmisor en la Escuela Industrial, en Palau y Alsina, para difundir desde allí la proclama revolucionaria firmada por Valle y Tanco, operativo que dirigen los coroneles Yrigoyen y Costales; Campo de Mayo, cuya primera División Blindada, la Agrupación Escuela y la Agrupación de Infantería serán sublevadas por los coroneles Ricardo Santiago Ibazeta, Enrique Berazay y Eduardo A. Cortínez, respectivamente; el regimiento 2 de Palermo, bajo la acción del grupo insurgente dirigido por el sargento ayudante Isauro Costa; la Escuela de Mecánica del Ejército, comprometida por el mayor Hugo Eladio Quiroga; el regimiento 7 de La Plata, responsabilidad del teniente coronel Oscar Lorenzo Cogorno; la ciudad de Santa Rosa, insurreccionada por el mayor Eduardo Philippeaux y además, un grupo subversivo que operará en la localidad bonaerense de Florida, con centro en una casa de Hipólito Yrigoyen 4519. Asimismo, en Rosario, civiles armados ocuparán la emisora LT2 e intentarán el copamiento del regimiento 11 de Infantería. También en Rafaela, Viedma y varias ciudades de la provincia de Buenos aires existen grupos dispuestos a jugarse la patriada Sin embargo, la organización del movimiento es deficiente y además, la infiltración de los servicios impide que obre el factor sorpresa, por lo cual las acciones desarrolladas son escasas y desafortunadas. Lanzada la insurrección en la noche del 9 de junio de 1956, fracasa el operativo en Avellaneda pues el grupo técnico que debería agregarse para instalar el transmisor desiste al observar que la manzana está rodeada por tropas del gobierno. Poco más tarde, Yrigoyen y Costales– a las 2 de la mañana-son detenidos junto a sus cuatro acompañantes. Así se frustra la difusión de la proclama que permitiría a Valle y Tanco constituir su comando en Avellaneda y concitar los apoyos esperados. Por el contrario, desde las radios se difunde un comunicado del gobierno anunciando el imperio de la Ley Marcial, ante un intento de rebelión, y que “todo perturbador -previo juicio sumarísimo- podrá ser fusilado”33. Valle se traslada a un departamento de la calle Corrientes, en la Capital Federal, visiblemente angustiado por las noticias desfavorables, mientras Tanco viaja a Berisso para conseguir apoyo. Sólo en La Plata se combate: allí Cogorno toma el regimiento 7 y encomienda al capitán Morganti la ocupación de la Jefatura de Policía, pero ésta se halla alertada y repele el ataque, mientras 150 infantes de marina se lanzan, desde Río Santiago, contra los insurrectos. A las 9 hs del día 10, Cogorno levanta bandera blanca. En el combate, han muerto tres soldados . En Campo de Mayo, Cortínez e Ibazeta logran éxito inicialmente, pero Berazay fracasa en su intento y no consiguen plegar otras unidades de esa base militar, quedando así en posición sumamente débil. En Palermo, fracasa también la insurrección y a la hora 1 del día, se hallan detenidos la mayoría de los complotados. A su vez, en la Escuela de Mecánica del Ejército, fuerzas leales al mando del coronel Pizarro Jones sofocan al grupo insurgente del mayor Quiroga. En Santa Rosa, Phillllipeaux logra tomar la ciudad en la noche del 9 de junio, consigue el apoyo de civiles y policías, ocupa la emisora y emite la proclama firmada por Valle y Tanco. Pero, poco después, la acción combinada de aviones navales de la base Comandante Espora y el regimiento 13, que ingresa a la ciudad, obliga al repliegue de las fuerzas insurrectas. Phillipeaux huye y es detenido, poco después, en Mercedes. En Florida, el jefe de Policía de la Provincia de Buenos Aires, teniente coronel Desiderio Fernández Suárez – el mismo que el 12 de octubre de 1945 proponía, en el Colegio Militar, el asesinato de Perón- allana la finca de la calle Yrigoyen donde supone refugiado a Tanco, hallando reunido un grupo de militantes e incluso, vecinos ajenos al hecho insurreccional. El jefe de la Unidad Regional de San Martín, inspector Rodolfo Rodríguez Moreno detiene a todos los que allí están congregados. A las 2 y 30 hs del 10 – según lo explica Salvador Ferla- el secretario del contralmirante Rojas, capitán Rivolta- de importante actuación entre los sublevados del 16 de junio de 1955- “da oficialmente como fracasada la insurrección”34. A partir de este momento, se inicia la tragedia. Ferla prueba que todos los fusilamientos “son posteriores a esa declaración”35. Y agrega: “No se fusila para reprimir, se fusila para castigar”36. Más aún, el desarrollo de los acontecimientos indica que el gobierno, en conocimiento del intento insurreccional, por los servicios de informaciones, ha preferido no interrumpirlo sino dejar que se desarrolle para luego reprimirlo violentamente, descargando así su odio de clase y cerrando el paso a nuevas insurgencias. En Lanús, entre las 2 y las 4 de la madrugada del 10 de junio, son fusilados 6 argentinos: Yrigoyen, Costales, Lugo, Clemente Ross, Norberto Ross y Albedro. Entre las 6 y las 7 de la mañana, otros cinco son muertos en los basurales de José León Suárez, por orden de Fernández Suárez: Lizaso, Carranza, Garibotti, Brionn y Rodríguez. Los restantes detenidos logran escapar . En la Escuela de Mecánica del Ejército, el general Arandía consulta telefónicamente con el presidente Aramburu, quien ha regresado a Buenos Aires a las 13 y 45 del 10 de junio. La orden presidencial es terminante: Fusilar a los detenidos. Así, el 11 de junio, son pasados por las armas Quiroga, Paolini. Garecca y Rodríguez . Algunos sublevados de Campo de Mayo son llevados a la Penitenciaria y allí son ejecutados, también el día 11: Costa, Pugnetti y el sargento músico Rojas. En La Plata son fusilados: Cogorno -quien había sido detenido en la mañana del 10- a las 0,15hs del día 11 y el teniente Alberto Juan Abadíe, el día 12. En Campo de Mayo, su jefe, el general Lorio procede de manera distinta: instala un tribunal y somete a juicio a los seis oficiales detenidos (Cortinez, Ibazeta, Cano, Caro, Videla y Noriega). Se efectúan interrogatorios, el fiscal pide la pena de muerte pero el Tribunal se pronuncia negativamente considerando que no existen causales para la aplicación de la pena capital. Pero en la tarde del 10 de junio, el ministro Osorio Arana cita al general Lorio a su despacho y le informa que los seis detenidos deben ser fusilados por orden del Poder Ejecutivo. Lorio regresa consternado a Campo de Mayo pues existe ya un pronunciamiento en contra por parte del tribunal militar. Intenta nuevamente, ahora por teléfono, convencer a Osorio Arana, pero lo encuentra irreductible. Se comunica entonces con la residencia presidencial con el propósito de explicarle la situación al general Aramburu. Pero le contestan: “El Presidente duerme”. Finalmente, informa la infausta decisión a los detenidos. A las 2 y 30hs del día 11, Susana Ibazeta y sus cinco hijos llegan a la residencia de Olivos para solicitarle al Presidente que deje sin efecto la orden de fusilamiento, pero la guardia responde con la misma consigna que diese al general Lorio: “El presidente duerme”. Poco antes de las 4 hs del 11 de junio, los detenidos en Campo de Mayo son pasados por las armas. José Gobello, diputado peronista, preso del gobierno militar, registra esa historia en versos inolvidables: “El llanto se desata frente a las altas botas -Calle, mujer, no sea que el llanto lo despierte -Solo vengo a pedirle la vida de mi esposo... -El presidente duerme... . Tras de las bocas mudas laten hondos clamores ¡Cumplan con su deber y que ninguno tiemble de frío, ni de miedo!... En una alcoba tibia el presidente duerme. ..... Oh callen , callen todos callen los estadistas, los prelados, los jueces El Pueblo ensangrentado se traga las palabras ... y el presidente duerme. ....El Pueblo yace mudo, como un ajusticiado pero bajo el silencio, nuevos rencores crecen Hay ojos desvelados que acechan en la sombra ¡Y el presidente duerme!”37. El General Juan José Valle, en la clandestinidad, se entera del fusilamiento de sus compañeros de causa y se acongoja profundamente. Considera un deber moral presentarse ante las autoridades asumiendo su responsabilidad. Le comunica esa decisión a Andrés Gabrielli, político mendocino amigo suyo y éste solicita una entrevista al capitán Manrique, para explicarle la situación. Manrique informa a Isaac F. Rojas y ambos le aseguran al amigo de Valle, que en el caso de que se entregue, la vida del general será respetada. Luego, en sus Memorias, el contralmirante Rojas afirma: “...Dicha persona me indicó la casa, en presencia de Manrique. Se comunicó a la Policía y Valle fue detenido... Pero yo no ofrecí garantías de ningún tipo38. “Lo de Valle- agrega- era inevitable39...”Vuelvo a reiterarle que los acontecimientos del 9 al 12 de junio de 1956 eran muy necesarios... No me arrepiento de haber acompañado la firma de esas decisiones... Sin embargo, yo asumí el costo político... le he pedido perdón a Dios y me he hecho responsable de esas muertes”40. A las 14hs del 12 de junio, acompañado por su amigo y el capitán Manrique, Valle ingresa al regimiento l de infantería de Palermo, donde es sometido a interrogatorio y remitido después a la Penitenciaría. Durante toda la tarde, se le niega el contacto con sus familiares. Recién al anochecer puede despedirse de su hija Susana, de 18 años. Vanos son los intentos de la muchacha, a través de diversos prelados de la Iglesia, para salvar la vida de su padre. La última posibilidad reside en una solicitud del Papa, pero para gestionarla se requiere, primero, que posterguen la ejecución. Se solicita en ese sentido, pero la respuesta es negativa. Poco antes de ser fusilado, Valle escribe algunas cartas, entre ellas, una al general Aramburu: “...¡Dentro de pocas horas, usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado. Debo a mi patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y militares movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido. Para liquidar opositores les pareció digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó astucia o perversidad para adivinar la treta... Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, ha querido usted escarmentar al pueblo... Entre mi suerte y la de ustedes, me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas, verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan... No defendemos la causa de ningún hombre, ni de ningún partido... Defendemos al pueblo, al que ustedes le están imponiendo el libertinaje de una minoría oligárquica en pugna con la verdadera libertad de la mayoría y un liberalismo rancio y laico en contra de las tradiciones cristianas de nuestro país. Todo el mundo sabe que la crueldad en los castigos la dicta el odio, sólo el odio de clases o el miedo. Como tienen ustedes los días contados, para librarse del propio terror, siembran terror... Nadie podrá ser embaucado por el cúmulo de mentiras contradictorias y ridículas con que el gobierno trata de cohonestar esta ola de matanzas y lavarse las manos sucias de sangre. Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos. ¡Viva la Patria!. Juan José Valle, General de División, Buenos Aires, 12 de junio de 195641. “Veintisiete fusilados para una revolución que no tiró veintisiete balas” sostiene Salvador Ferla. El otro jefe de la insurrección -Raúl Tanco- pasa de Berisso a Vicente López, mientras las fuerzas de represión multiplican sus esfuerzos por apresarlo. Sin embargo, en Montevideo, Arturo Jauretche realiza una ingeniosa maniobra: se presenta en el Hotel Bristol, con un acompañante y solicita habitación para él y para el General Tanco, que acaba de llegar de la República Argentina. La información se difunde y por cierto tiempo, el falso Tanco de Montevideo permite que ya no se busque al verdadero Tanco en la Argentina y hace posible su asilo en la embajada de Haití, en la calle Monasterio donde el embajador Jean Brierre le asegura protección. Sin embargo, insólitamente, la embajada es ocupada, horas después, por un grupo comando dirigido por el General Quaranta, siendo apresado Tanco y otros asilados. En la esquina de la embajada, está a punto de producirse su fusilamiento pero ante la conmoción producida en el barrio optan por conducirlo a los cuarteles de Palermo. La celeridad con que actúa el embajador Brierre, reclamando ante el ministerio de Relaciones Exteriores, impide el fusilamiento. El gobierno militar, finalmente, devuelve a Tanco, al asilo en la embajada centroamericana. Por su parte, Phillipeaux, detenido en San Luis, es solicitado desde Santa Rosa para ser ejecutado pero “varios suboficiales de la base de Villa Mercedes, no querían que me mataran. Pusieron agua en el tanque del avión que me tenía que llevar a Santa Rosa y el viaje se postergó. Cuando llegué a La Pampa acababa de ser levantada la ley marcial y eso me salvó, porque hasta el cajón me tenían preparado”42. Su destino entonces es una prisión militar de Ciudadela, de la cual logra fugarse en abril de 1957 y pasar a Montevideo. Sobre estos hechos trágicos, se pronuncian instituciones y organizaciones que expresan al viejo país. Ferla señala que la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA) emite una declaración en la que tilda de “reaccionario el golpe del 9 de junio que aspiraba a llevar al país a un régimen de dictadura aliancista” Ferla agrega: “...Ante la insurrección y los fusilamientos lo único que se le ocurre al partido Comunista es proponer un gobierno de coalición democrática, o sea solicita asociarse al gobierno fusilador, al gobierno que acaba de masacrar obreros en José León Suárez y que tiene miles de obreros en sus cárceles llamadas democráticas”43. Pero el periódico socialista “La Vanguardia”, dirigido por el profesor Américo Ghioldi, pasa a la historia como el mayor legitimador del crimen: “Los hechos de la noche del sábado 9 y domingo 10, dentro de su inmensa tragedia, definen circunstancias y posiciones sobre las cuales parece necesario detenerse a pensar hondamente. En primer lugar, es dato fundamental de los hechos acaecidos, la absoluta y total determinación del gobierno de reprimir con energía todo intento de volver al pasado. Se acabó la leche de clemencia. Ahora todos saben que nadie intentará, sin riesgo de vida, alterar el orden porque es impedir la vuelta a la democracia. Parece que en materia política, los argentinos necesitan aprender que la letra con sangre, entra. Todos lamentamos el escaso uso de la razón que hicieron los adláteres de la tiranía... El gangsterismo político- no otra cosa significa el plan terrorista de los representantes del ex dictador -sufrió un golpe rudo... La libertad ha exigido siempre lucha y sacrificio. Jamás ha sido una posición de blandura”44. 32 Ferla, Salvador , Mártires y verdugos, sin editor, Buenos Aires, 1964 33 Lozano, Jorge, Revista Extra, p. 52, julio 1966 34 Ferla , Salvador, Mártires y verdugos, ob. cit., p. 204 35 Ídem, p. 204. 36Ídem 37 José Gobello, reproducido Ferla, Santiago en Mártires y verdugos, ob. cit., p. 192 38 Rojas, Isaac Francisco en González Crespo, Jorge, Memorias del Almirante Isaac F. Rojas. Conversaciones con Jorge González Crespo, Planeta, Buenos Aires, 1993, p. 420 39 Rojas, Isaac F., Memorias del Almirante I. F. Rojas, ob,. cit. p. 358 40 Rojas, Isaac Francisco, Memorias del Almirante Isaac F. Rojas, ob. cit., p. 360 41 Valle, Juan José, Diario Página/12, 13/6/1996 42 Testimonio del Teniente Coronel Phillipeux, Adolfo, Diario Clarín, 16/6/1996 43 Ferla, Salvador, Mártires y verdugos, sin editor, Buenos Aires, 1964, pp. 171 y 172 44 Periódico La Vanguardia, 14 de junio de 1956 "La Revolución Libertadora" Norberto Galasso Cuadernos para la Otra Historia Centro Cultural Enrique Santos Discépolo
domingo, 2 de octubre de 2011
La función y la forma (Por Santiago Solari)
.El arte no posee límites precisos y es un concepto que, en su recorrido histórico, ha ido ampliando el territorio de su significado. Es habitual en el mundo del fútbol escuchar sentencias del tipo “eres un artista” o “ese gol fue una obra de arte” para expresar la belleza de tal o cual acción o las cualidades de determinado futbolista o equipo. Si bien estas son solo expresiones y no pretenden trazar una comparación entre el fútbol y las manifestaciones artísticas, la amplitud de lo que hoy entendemos, o creemos entender, por arte nos permite echar en esa bolsa casi cualquier cosa que se nos ocurra.
Pero este es un enfoque permitido desde el expansivo universo del arte. El fútbol profesional, en cambio, es un territorio acotado. El fútbol no es arte porque ser arte no es su fin. Tampoco lo es ser hermoso. En todo caso, esto puede ser un resultado o una de las consecuencias de otra búsqueda, más compleja y sutil. Por eso sorprende, a estas alturas del partido, encontrar aficionados y protagonistas que se empeñan en avivar el fuego de un viejo debate: ¿se juega para gustar o se juega para ganar?, ¿se debe pensar en el juego o se debe pensar en el resultado?
Cuando nos enroscamos en este tipo de preguntas, partimos de un lugar equivocado al intentar oponer conceptos que no son antagónicos. Es difícil llegar así a respuestas convincentes.
No intentaré definir aquí lo que entendemos por estética o si este es un concepto que debe o no debe incluir un propósito funcional. Un tema demasiado amplio y fuera de mi alcance que es todavía motivo de discusiones filosóficas. Lo que sí podemos asegurar es que el fútbol profesional es un juego competitivo, delimitado por un conjunto de reglas, en el que el objetivo es ganar. O, a lo sumo, no perder.
A diferencia de lo que sucede en algunas disciplinas artísticas, el fútbol no permite una búsqueda exclusivamente estética. No es posible perseguir la belleza por la belleza en sí ni mirar un partido solo desde un punto de vista estético. La exploración de soluciones es obligadamente funcional. El objetivo y la forma son, entonces, elementos inseparables a la hora de juzgar su belleza.
Lo que existe es una búsqueda de la armonía que permita a un equipo lograr sus objetivos y es esa búsqueda la que ofrece múltiples acercamientos, distintas formas de expresión, para intentar llegar al mismo sitio. Por eso carecen de sentido frases tan opuestas como “me gusta el fútbol lindo” o “yo soy resultadista”. Es una frivolidad dar a un partido de fútbol tratamiento de pintura flamenca. No es más que un grito redundante y vacío proclamar como filosofía el simple deseo de ganar en una actividad en la que el objetivo es ganar y todos quieren hacerlo.
Podríamos, entonces, centrar el debate en la pregunta siguiente: siendo lo importante conseguir el objetivo, que es ganar respetando el reglamento, ¿se torna irrelevante la forma de conseguirlo?
He aquí donde se produce una gran bifurcación ideológica. Por un lado estarían aquellos a los que no les interesa qué medios utiliza su equipo para intentar conseguir el objetivo. Por otro, aquellos a los cuales no les convence una victoria si se llega a ella sin cumplir con ciertos requisitos formales.
Pero esta gran división esconde, a su vez, una trampa. Dado que ningún medio garantiza de antemano la obtención del resultado, no es posible desinteresarse por las distintas formas que se pueden utilizar para intentar conseguirlo sin admitir una enorme dolencia: la falta de identidad, algo que solo puede permitirse quien no tiene preferencias ni posee características propias.
La construcción de la identidad es un trabajo arduo, sutil y que requiere tiempo. La belleza primera en el fútbol la encontramos precisamente en los equipos que poseen un estilo reconocible. Si ese estilo es más o menos aburrido, más o menos emocionante, más o menos bello, depende de otros muchos factores. Entre ellos se encuentra uno ineludiblemente subjetivo: el ojo del que mira.
Aquí se abre otra antigua e interesante discusión, que es la de las preferencias sobre los distintos estilos y los gustos de cada cual. Pero eso ya es parte de otra historia
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