viernes, 28 de febrero de 2014

A la gran muñeca (Por Juan José Saer)

 

Fragmentos del poema de Saer sobre Evita

Magaldi fue el que la trajo a la ciudad. Y ella ha de haber
escuchado, en la noche del pueblo, la voz dulzona
mitad urbana, mitad rural
que sonaba y después se diseminaba hacia las estrellas.
El gusto estético, el valor,
tienen, sepámoslo, su justo sitio en la caja china
del mundo, y la belleza, en la altura, creación de todos,
flota, como una casa deshecha por una bomba, sin forma.
(...)
Ahora hace rato que el telón,
como una guillotina
tejida con la sangre de las víctimas, cayó. Está de vuelta
en la pensión, después de haber hecho
como el hombre de la muchedumbre,
escala en todos los bares. El ronroneo, la miseria.
La enfermedad.
Y se equivocarán, años más tarde.
los que crean que todo viene de allí,
es decir, el golpe del que se ha defendido siempre,
el gran cadalso por el que ha de pasar el mundo
con el que sueña, en el momento de la muerte, el ahorcado.
No mintamos más.
Cortemos, de la historia, de un hachazo, la nariz,
adorable, por otra parte, de Cleopatra.
Ella fue anónima
y tuvo un nombre
cuando otros, con fervor, se lo enseñaron.
No se detengan
en el chisme
en la malicia.
(...)
No pretendo
nada
no soy
nada.
Escucho mi propia voz como un chorro de orín
rosado en la noche
en una casa solitaria.
Y que uso, dirán, el pretexto de una muerta
del tamaño, por otra parte, de una niña de 13 años,
para hablar, ladinamente, de mí.
Es posible.
Dejen, si quieren, de leer.
Pero digan, digan si es agradable
que paseen, durante años, el cadáver de uno,
embalsamado, por todas partes,
Ofelia flotando en el río del mundo,
rebotando, rígida, en las orillas,
si es agradable que la muerte
haya empezado a trabajar
desde el de la vida,
que le hagan a uno un soporte de yeso
para exhibirlo, sonriente, en las concentraciones.
(...)
Que sus íntimos nos cuenten, ahora, mentiras.
Y que nuestros sociólogos
le reprochen
la mélange de socialismo y beneficencia,
de cristianismo deslavado
y agresividad.
De política, admitámoslo, no entendía nada.
¿Y los que entienden qué hacen
aparte
de venderse al mejor postor,
de dar el culo por un ministerio
de elegir, según su conveniencia,
entre el viejo y el joven
Marx,
de hacer trabajo para la Ford?
Aprendamos,
de una vez por todas,
que el futuro, como ella misma, no tiene nombre.
Aprendamos
a escuchar el lenguaje de los otros
sin esperar, de sus palabras, las nuestras,
y a ver, en la muerte de los otros, la nuestra
(...)
Y reconozcámosle, aunque más no sea por un
momento,
el lugar que ocupa
la herida insondable que infligió;
ella, que según dicen se había acostado con medio mundo
para trepar;
ella, que irradió por su cuerpo, voluntariamente,
y desde su sexo, la muerte;
ella, que distrajo
a espaldas del Pacificador;
dinero de la Fundación destinándolo
a la compra
de pistolas.

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