viernes, 20 de febrero de 2009

Vals de Bashir

El baile del horror

JUAN MIGUEL MUÑOZ 14/02/2009

La fotografía en blanco y negro domina una pared del luminoso apartamento de Ari Folman en Jaffa, la antigua ciudad palestina engullida en el casco urbano de Tel Aviv. El boxeador Cassius Clay, Mohamed Alí, tras su conversión a la fe musulmana, retratado en su plenitud. A juicio del director de Vals con Bashir, "el mejor deportista de la historia". Y no por aquel juego de pies, aquella danza que enloquecía a sus rivales, sino por su valentía a la hora de defender unos principios. "Pagó por su ideología. Fue despojado del título de los pesos pesados por negarse a luchar en Vietnam. Es el primer rapero". ¿Y Michael Jordan? "No es humano. Demasiado perfecto, y políticamente correcto", explica Folman. El cineasta es autor de la película de animación sobre la guerra de Líbano de 1982 y la matanza de palestinos en Chabra y Chatila. Unos acontecimientos narrados desde la perspectiva del director -a su vez protagonista- y de sus compañeros de unidad que dejaron graves secuelas en la sociedad israelí, y cuya huella perdura porque el vals de la guerra nunca cesa en Oriente Próximo. El creador forma parte del puñado de israelíes comprometidos con causas sumamente impopulares en su país. Se considera de "extrema izquierda". No en la acepción que el término atesora en Europa. En Israel, la etiqueta alude a las posiciones políticas más tolerantes respecto al conflicto con los palestinos y los países árabes. Muchos son apestados. Folman tiene la fortuna de no serlo. Y, en todo caso, no parece preocuparle.

El artista traslada al espectador al Beirut más real, a sus edificios marcados por la metralla, a sus calles decrépitas, a su Corniche... La animación es de un realismo total. Los paisajes del sur de Líbano, los personajes -algunos de ellos renombrados políticos- son inconfundibles en una obra que derrocha antibelicismo. Pero ¿por qué el formato de la animación? "La guerra", comenta Folman, "es la cosa más surrealista de la Tierra. La película es un mensaje contra la guerra, y quería contar una historia personal. No hay ningún glamour en la guerra. La única forma de hacer esta película era mediante la animación porque trata de la memoria perdida, de los sueños y del subconsciente. La libertad artística es lo más importante para mí, y la animación me otorga esa libertad". ¿Y por qué la idea del vals? "La metáfora del baile es que Israel estuvo danzando con los falangistas cristianos libaneses, y mira cómo acabamos. Te proporciona la atmósfera de que el tiempo no tiene fin. En términos cinematográficos el baile permanece para siempre, ya dure un segundo o diez minutos".

La escena del soldado israelí que dispara enardecido en cualquier dirección, girando sobre sus pies, en medio de un intercambio de fuego, en una avenida adornada con carteles del líder de las Falanges cristianas, Bashir Gemayel, es el compendio del filme. Es el vals de Israel con Bashir, aliados en la batalla contra los palestinos. Esos carteles, ya ajados y de más reducido tamaño, todavía se observan en Ashrafiyeh, el barrio maronita de Beirut por excelencia, que sufrió -como toda la capital libanesa, como todo el país- aquel baile sangriento que arrancó con una promesa del ministro de Defensa, Ariel Sharon, a su primer ministro, Menájem Beguin: la campaña se prolongaría sólo 40 días. Los soldados permanecieron 18 años. Sharon engañó hasta a su jefe, y lanzó sus tropas hasta conquistar Beirut. Sólo en mayo de 2000 abandonaron el país árabe.

Los 26 perros contra los que disparaba un compañero de armas del protagonista de la cinta -el propio Folman- parecen perseguir al autor desde aquella invasión de Líbano, desatada en junio de 1982. Rechazaba ese uniformado apretar el gatillo contra los lugareños libaneses y sus casas, y se encargaba de abatir a los canes, porque sus ladridos advertían a los milicianos palestinos de la inminencia de un ataque de las tropas israelíes contra esos pueblos de viviendas dispersas sobre las colinas redondas del sur libanés. Pero no ha tratado Folman con su obra de superar trauma alguno. "Quise conectarme con el joven que fui porque ese joven es parte de mí", asegura.

¿Por qué 26 años después? "No quise tratar con mi pasado hasta hace cinco años, y a muchos amigos les sucede lo mismo. Pero una combinación de circunstancias que me ocurrieron en la vida me condujeron a hacer la película. Hace cinco años quise librarme de acudir a la reserva y el Ejército me eximió del servicio. Pero puso una condición: debía acudir al psicólogo para contar todo lo que hice en el Ejército. Quizás hacían un experimento conmigo, pero me conmocionó porque nunca había contado mi historia". El director, nacido en Haifa en 1962, elude criticar a quienes no llevan a cabo ese ejercicio de introspección. "A muchos soldados les brota el recuerdo de lo que hicieron en filas 5 o 10 años después. Nunca sabes cuándo aflorará. Cada cual puede hacer lo que quiera. Es una cuestión personal", afirma Folman, que sueña con regresar, tal vez para seguir investigando en su conciencia. "Quiero volver a Líbano, pero no puedo". Ni Israel ni Líbano autorizan a sus ciudadanos a visitar el Estado aún enemigo.

Las bengalas lanzadas por soldados israelíes iluminaban el cielo de los campos de refugiados de Chabra y Chatila, arrabales inmundos de Beirut, para facilitar la carnicería perpetrada por los cristianos libaneses. Folman era uno de los uniformados que luchaba en la campaña militar libanesa, ignorante de que en aquellos instantes, en septiembre de 1982, los falangistas perpetraban una brutal matanza de mujeres, niños y ancianos en venganza por el atentado con explosivos que acabó con la vida del líder de las milicias cristianas: el carismático Gemayel. Los hombres armados de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) ya habían escapado de Beirut. "Por supuesto que el Ejército israelí participó indirectamente. Los soldados no sabíamos lo que sucedía en Chabra y Chatila en aquel momento. Bastante teníamos con cuidar de nosotros y de nuestros muertos", dice el director.

Cuelgan pendientes de sus orejas, lía cigarrillos, contesta siempre con respuestas concisas e intercala comentarios sobre fútbol. Es seguidor del Liverpool y admirador del Athletic de Bilbao: "Me gusta su temperamento y que no cuente con jugadores extranjeros". Podría ganar Folman premios en un concurso sobre este deporte. Aunque más en su campo. Ya ha cosechado con Vals con Bashir galardones tan relevantes como el Globo de Oro y compite ahora para lograr el Oscar de Hollywood como mejor película de habla no inglesa. Si gana la estatuilla dorada, en Israel le aguardará una alfombra roja a la que no parece muy adicto.

"Me conmovió cómo el Gobierno israelí y el establishment apoyaron la película. Entiendo que pretenden demostrar que este país es plural, y de paso que el Ejército no ejecutó la masacre. Cuando presenté la película en el Festival de Cannes, mucha gente no sabía que los israelíes no dispararon directamente contra los palestinos en Chabra y Chatila", precisa el artista antes de añadir: "El Gobierno me ha enviado a promocionar la película por todo el mundo. No todo es malo. Esta sociedad es mucho más abierta y libre que las de los países vecinos". No hay duda al respecto. El mimo que le dispensa no es impedimento para que lance críticas feroces contra los gobiernos israelíes y su intransigencia a la hora de negociar.

"Si hubiéramos elegido hace tiempo a un socio entre los suníes de Líbano", enfatiza Folman, "podríamos haber hecho la paz. Es con los religiosos con quienes podemos conseguirlo. Pero Israel siempre escoge a los socios equivocados. En Líbano, elegimos a los cristianos y ya ves lo que sucedió. También optamos por la Organización para la Liberación de Palestina. Otro error. Había grupos musulmanes con los que negociar. Hoy tenemos a Hamás. Soy partidario de dialogar con ellos. Éste es un conflicto sobre un estúpido trozo de tierra. Pero nunca hemos hablado con ellos. Jamás les hemos dado una oportunidad".

Con ancestros en una familia polaca originaria de Lodz, supervivientes del Holocausto, el director recapacita cuando se dispone a contestar a la pregunta: ¿conocen los israelíes su historia? "Mucha gente la ignora. O dicen que lo que le han explicado es la historia, que las fronteras cambiaron... Otros muchos sí que la conocen, pero eso no cambia su mentalidad". Probablemente en este segmento de la audiencia se encuadran los espectadores que abandonaron la sala al poco tiempo de comenzar la proyección, poco después de su estreno en Jerusalén. "Creo que Israel debe aprender del Holocausto, pero no obsesionarse. Debe aprender del pasado. Los judíos no hemos sido cazados desde entonces nunca más. Los nazis son historia. No hay amenazas como aquélla. Es cierto que ahora hay amenazas diferentes, pero Israel es ahora un país fuerte, con gran apoyo internacional. Es verdad que el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, está loco. Pero son una minoría a la que no debemos dejarle el escenario. Estoy seguro de que la gente desea una vida normal, también en Gaza".

En opinión de Folman, los gobernantes hebreos tampoco atinan en la diana. "El problema de Israel es que invierte el dinero en tanques y en colonias (en territorio ocupado). Yo creo que se puede alcanzar un acuerdo con los palestinos, es sólo cuestión de liderazgo. Sin embargo, ahora no veo a ningún dirigente israelí capaz de hacerlo. A la gente que mamó su ideología en casa es a la que más le cuesta cambiar. Y eso es lo que le ocurre a Tzipi Livni. La gente educada en la ideología es un desastre". No alberga Folman demasiadas razones para la esperanza. La ministra de Exteriores es hija de un alto oficial del Irgún, el movimiento clandestino hasta la fundación del Estado y a cuyo líder, Beguin, tildaron de "fascista" sus rivales laboristas muchos años después. Benjamín Netanyahu también es hijo de un historiador fiel a las tesis más derechistas, y el candidato del Laborismo, Ehud Barak, es el militar más laureado de la historia de Israel. "Es terrible que los ex militares rijan el país. No saben lo que es la democracia. Sólo saben dar órdenes".

Al concluir la cinta, imágenes reales de la masacre de unos 1.700 inocentes palestinos son el punto final al relato animado. No vaya a ser que alguien piense que todo es fruto de la imaginación del artista. "Las guerras son estúpidas. No sirven para nada. Creo que todo lo que se haga para evitarlas es bueno. Quiero que mis líderes hagan todo lo posible por impedirlas, pero no lo hacen. Para ellos, la pérdida de vidas es parte de la vida", comenta el cineasta. "No hemos aprendido nada", prosigue. "Tenemos unos líderes inútiles. Mira la segunda guerra de Líbano, en 2006. Es un déjà vu". En aquellos días de julio de 2006, Folman se fugó. "Me escapé a una isla griega con mi esposa y mis tres hijos. Sólo regresé cuando había terminado". Nunca hay punto final. En Cisjordania, y sobre todo en Gaza, el macabro vals continúa. -

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