Democracia S. A. La democracia dirigida y el fantasma del totalitarismo invertido
Sheldon S. Wolin
Traducción de Silvia Villegas
Katz. Barcelona, 2008
404 páginas. 25 euros
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El argumento podría explicarse así: desde que en 1980 Ronald Reagan prometió "librar al pueblo de la carga del gobierno", el partido republicano ha seguido una evolución que está conduciendo a Estados Unidos a una paulatina disolución de la democracia en un totalitarismo invertido. ¿Por qué invertido? A diferencia del totalitarismo clásico, no nace de una revolución o de una ruptura sino de una evolución dirigida. Su objetivo principal no es la conquista del poder a través de la movilización de las masas sino la desmovilización de éstas desde el poder, hasta devolverlas al estado infantil, del que ya Tocqueville había advertido que era uno de los peligros de la democracia americana. Y crear de este modo un sistema político en que el papel de la ciudadanía se vaya difuminando hasta quedar estrictamente reducido al ejercicio del voto el día de las elecciones. La neutralización de la ciudadanía es la base de una nueva forma de democracia, la democracia dirigida, que es la que Estados Unidos pretende exportar al mundo. Una democracia sin ciudadanos, porque éstos, atemorizados y desocializados, se alejan de la política y dejan las manos libres a los gobernantes para que puedan de este modo imponer la agenda de las grandes corporaciones. Para Wolin el totalitarismo invertido es una forma perfeccionada del "arte de moldear el apoyo de los ciudadanos sin dejarles gobernar". Una ciudadanía apática "redunda en una política dirigida más eficiente y racionalizada".
Esta evolución de la democracia, que adquiere su máxima expresión en el periodo Bush que está terminando, tiene su origen en la guerra fría y se funda en la reafirmación de la voluntad de imperio, después de la amarga experiencia de Vietnam. Reagan lo dijo así: tenemos "el poder de volver a amenazar al mundo desde el principio". La democracia dirigida tiene por tanto su dimensión internacional y su dimensión interior. Y se funda en la alianza entre las élites republicanas, las grandes corporaciones y el evangelismo religioso, con el doble objetivo de volver a dominar el mundo y de construir una mayoría interior permanente sobre una ciudadanía despolitizada. "Lo que se revela o más bien se confirma", escribe Wolin, "es que la unión consumada del poder corporativo y el poder gubernamental anuncia la versión estadounidense de un sistema total".
Los instrumentos para la desmovilización ciudadana son: una mitificación de los textos constitucionales, sobre la base de una lectura restrictiva que se centra en los mecanismos destinados a evitar los peligros populistas y en desequilibrar el sistema en favor del ejecutivo. El discurso de la superioridad moral de una nación elegida y la explotación del patriotismo con la magnificación de las amenazas. Una política ideológica que busca inculcar el miedo y la inseguridad a la gente, en la que la lucha antiterrorista -a partir del 11-S- ha jugado un papel capital. La privatización de las funciones y los servicios públicos hasta hacer irreconocible la idea de lo comunitario y del espacio público. Y unas políticas económicas destinadas a beneficiar a las clases altas, junto con un desprecio de las políticas sociales que favorece la desconfianza de los ciudadanos y aleja del voto a los sectores más desfavorecidos que no tienen nada que esperar de los gobernantes. En suma, la despolitización pasa por "la creación de una atmósfera de temor colectivo y de impotencia individual". Todo ello con un objetivo claro: que el Superpoder pueda decidir a su antojo, sin tener para nada en cuenta a la opinión ciudadana.
Pero quizás el elemento clave del sistema descrito por Wolin sea "la extraña pareja" que ha formado este Superpoder: "Una alianza en la que encontramos fuerzas arcaicas reaccionarias, regresivas (económicas, religiosas y políticas), con fuerzas progresistas de cambio radical (líderes empresariales, innovadores tecnológicos y científicos) y cuyos esfuerzos contribuyen a distanciar paulatinamente a la sociedad contemporánea de su pasado". Para Wolin es una relación simbiótica, basada en un interés común: "El bloqueo de un rumbo demótico y el avance forzado de la sociedad por un rumbo diferente, donde se den por sentadas las inequidades, se las racionalice, quizás se las celebre". Lo arcaico, lo religioso, aporta certidumbre y ayuda "a neutralizar el poder de los Muchos", el poder corporativo necesita estos factores estabilizadores para que sus procesos de cambio no descarrilen. En este marco se produce una transmutación doble del poder corporativo y del Estado. El primero "se vuelve más político", y el segundo, "más orientado al mercado". El objetivo de la triple alianza es imponer una determinada idea de la realidad: establecer como verdadero lo que de hecho no lo es. Por eso la mentira se adueña de la escena: "Una de las partes más difíciles de mi trabajo", decía Bush, "es vincular a Irak con la guerra del terrorismo". Como dice Wolin, "en el fondo, mentir es la expresión de una voluntad de poder. Mi poder aumenta si una descripción del mundo que es producto de mi voluntad es aceptada como real". Y la mentira, ciertamente, debilita a la democracia.
En este contexto, la elección de Obama habría que situarla en lo que Wolin llama la "democracia fugitiva", "la forma de expresión política de los sin ocio", que de vez en cuando se dejan oír desafiando a la democracia dirigida. Pero hay serias dudas sobre la consistencia y continuidad de estas reacciones políticas de los ciudadanos, que tienen mucho de irritación moral. El desafío de hoy "es recuperar el terreno perdido, popularizar las instituciones y las prácticas políticas que han sido excluidas del control popular". Pero, ¿estamos a tiempo de revitalizar la democracia? Para Wolin el estado corporativo está tan bien trabado que Obama tiene poco margen de maniobra: "El sistema impondría límites muy estrictos a cualquier cambio indeseado". La partitura de Wolin puede parecer excesivamente pesimista, pero muchos de sus sonidos nos son familiares. La degradación de la democracia no es patrimonio exclusivo de los americanos. Y la indiferencia, fomentada por los gobernantes, crece en todas partes, al tiempo que los Estados, también los europeos, están cada vez más impregnados de corporativismo. Por eso siempre he preferido hablar de totalitarismo de la indiferencia que de totalitarismo invertido. -
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