“Al nacer lloramos porque entramos en este vasto manicomio”, dice Shakespeare en El Rey Lear. El lugar donde surgió la decisión más enérgica contra la matanza en Gaza fue en América latina, el lugar más alejado del Medio Oriente, donde dos gobiernos, el de Bolivia y el de Venezuela rompieron relaciones diplomáticas con Israel.
El resto del mundo, incluido el mundo árabe, se ha quedado en las declaraciones, más pendientes de las derivaciones políticas de la guerra que de la masacre de la población civil. Se puede discutir la efectividad de esas decisiones de Evo Morales y Hugo Chávez, pero es más cuestionable la parálisis mundial frente a una agresión tan desigual y donde el argumento de los agresores es claramente insostenible: bombardear a la población civil palestina para destruir a Hamas. Todo el mundo sabe que es imposible derrotar una organización política de esa manera. El objetivo real es amedrentar a su entorno, algo que ensayaron en América latina todas las dictaduras en sus guerras antisubversivas. Es un concepto que tiene su base en la doctrina de la Seguridad Nacional y que deriva simple y llanamente hacia el terrorismo de Estado.
Hamas tiene pocos amigos en el mundo. Su universo de alianzas se limita a Irán, Hezbolá y Siria. Ninguno de los tres hará más de lo que ha hecho hasta ahora, que sólo han sido declaraciones. Todos los demás, incluyendo al mundo occidental, preferirían que Hamas no existiera y cada uno por sus razones. Se puede hacer una larga disquisición sobre si Hamas tiene razón o no, o si se ha ganado ese lugar, o si fue irresponsable al seguir actuando desde el gobierno de Gaza como si fuera una organización guerrillera clandestina. Pero lo que no se puede confundir es a Hamas, como organización política y militar, con la población civil palestina que es la que soporta los horrores de ese ataque.
Barack Obama, cuyo nombre parece un acróstico entre el del ministro de Defensa israelí, Ehud Barak, y el de Osama bin Laden, asumirá el próximo martes la presidencia de los Estados Unidos con el manicomio de-
satado. Obama mismo es producto de ese manicomio, al suceder a un presidente que en el siglo XXI creía que Charles Darwin era un impostor; al ser el primer presidente afroamericano de un país independizado por esclavistas; al ganar las elecciones tras estallar todo el sistema económico por el que Estados Unidos hizo guerras para imponerlo en otros países.
¿Obama tiene conciencia de Obama? ¿El triunfo de Obama en la primera potencia del planeta quiere decir que la humanidad puede estar menos loca? En un mundo de locos, el que está sano es el que aparece como loco. Obama tendrá que hacer muchas locuras para demostrar que está sano o por lo menos más sano que sus predecesores. Algunos lo sueñan, y lo han escrito, abriendo puentes con Irán y Cuba o comprometiéndose con una paz justa entre palestinos e israelíes.
Ningún orden mundial se alteraría, ningún equilibrio militar se pondría en juego por alguno de esos gestos. Estados Unidos seguiría siendo Estados Unidos. No es un sueño revolucionario, sino más bien de sensatez, de barrer la guerra del escenario mundial. En estos días previos se puede ser escéptico, si uno mira el gabinete que conformó, o esperanzado, como muchos de los estadounidenses que lo votaron. Cuando empiece a tomar decisiones, se verá hasta dónde llega su cordura.
En plena crisis, el planeta será un manicomio sin Rohypnol, con China y Europa caminando por el filo, Japón en recesión y Estados Unidos con todos los índices económicos en reversa. Los economistas aseguran que demandará un año rebotar contra el fondo de la crisis y empezar a remontar. Un año no es nada, pero habrá que sortearlo porque algunas de sus consecuencias pueden ser definitivas en cuanto a que se cristalizarán como la base del nuevo ciclo. Como sucede en todas estas situaciones, las economías centrales tratarán de salir en mejores condiciones en su relación con las economías emergentes, que no han generado las crisis, pero que históricamente han terminado pagándolas. Allí se pondrán a prueba alianzas como el Mercosur, para proteger los intereses de los países que lo integran.
Esta crisis que se verificó a nivel mundial ya había sido precedida por la que se había ensañado con los países de América latina tras el decenio neoliberal de los ’90. En América latina surgieron nuevos gobiernos y nuevas ideas que comenzaron a reemplazar los paradigmas de la economía de libre mercado.
Es lógico que ese proceso se haya dado también en Estados Unidos tras su propia crisis. Obama es exponente de ese proceso y por esa razón no sería tan desopilante esperar actitudes heterodoxas como las que se produjeron en la región. De todos modos, cuando asume Obama, en la región comienza a producirse un reflujo contrario: en Brasil Lula no tiene candidato bien posicionado; en Chile, el socialismo sale del gobierno, en Argentina tampoco se avizora cómo será la continuidad del kirchnerismo y los procesos de Bolivia y Paraguay están muy relacionados con los de esos tres países, sobre todo con lo que suceda en Brasil.
Obama fue votado para que sea lo opuesto a lo que ha sido George Bush, pero es difícil saber hasta dónde llegará esa contraposición cuando se trate de defender en todo el mundo los intereses de la mayor potencia económica y militar. Las políticas de Bush también han sido las de su padre y antes las de Ronald Reagan. El mismo Bill Clinton fue impulsado por ese viento tan fuerte de décadas de gobiernos conservadores, retrocesos culturales, luchas religiosas y Papas retrógrados.
Shakespeare decía que el mundo era un manicomio en el siglo XVII, o sea que no es una novedad, pero este escenario de guerras crueles y crisis fenomenal, pero estúpida, de un capitalismo que cayó de su soberbia de tanto comprar buzones, enfatiza la idea.
En las heterodoxias no hay prolijidad. Todo lo que se hace será juzgado con los viejos anatemas. El que rompe con la ortodoxia, con la potente inercia del arcaico sistema de ideas, aparece como un elefante en un bazar, genera inquietud, se lo condenará por imprevisor o por improvisado, aun cuando esos esquemas hayan demostrado su ineficiencia. Y muchos de los que lo acompañen sufrirán la misma presión y añorarán las épocas en que eran oposición minoritaria, jueces morales pero sin capacidad de decidir nada, y bien lejos de la tormenta de los hechos.
Si Obama establece un diálogo con Irán, con Cuba y con la misma Venezuela, si se corre del hondo surco de la guerra preventiva contra el terrorismo que le marcó Bush, del fúnebre choque de civilizaciones de Huntington, de Guantánamo y la tortura civilizada, de toda esa carga guerrerista, será criticado por izquierda y por derecha, será despreciado por los grandes carteles mediáticos que azuzarán el temor y la inseguridad en la opinión pública, aunque habrá acercado al mundo a una senda de paz y en su momento será reconocido.
Pero la crisis que lo ayudó a ganar las elecciones también será su carcelera. La política internacional, cuya cara visible será Hillary Clinton, permanecerá en segundo plano mientras deba timonear en las aguas picadas de la economía que ya marca aumento de la desocupación, baja de la actividad industrial y del consumo, y un megadéficit que parece de ciencia-ficción.
El Obama heterodoxo también puede ser política-ficción, es probable que no sea más que un fantasma del manicomio de la imaginación o una expresión de deseos, del hartazgo o la impotencia frente a escenas de la guerra, de palestinos que sufren en Gaza y se convierten en “daño colateral” hipócritamente lamentado.