¿Por qué re-visitar Pink Floyd? Esa banda de
muchachos ingleses injertó la filosofía en el rock de un modo
imperecedero. No vamos a hacer su historia, que es conocida. Nos vamos a
detener reflexivamente sobre algunas de sus canciones, en lo posible
aquellas que forman el corpus del film The Wall, el punto más alto al
que llegaron y acaso el más alto al que también llegó el rock como
música, poesía y arte de la rebelión. Esas canciones, desde otra década,
desde otro siglo, nos siguen interpelando, nos siguen llamando a las
dos actitudes existenciales definitivas ante la realidad (ese muro
infranqueable): la mansa aceptación o la rebeldía.
¿Qué quieres ser, mi amigo? ¿Un sujeto autónomo, un ser libre o
apenas otro ladrillo en la pared? Te educaron para que fueras lo otro de
la libertad. Para que fueras parte de la pared. Un ladrillo, apenas uno
más. Para eso te gritaron, te pegaron, te humillaron. En algún momento
te rebelaste y tu rebelión se expresó con fuerza, a viva voz,
poéticamente: “No necesitamos la no educación/ No necesitamos el control
mental/ ¡Hey, profesores, dejen a los niños en paz!”. (All in all you
are just another brick in the wall.) “Al fin de cuentas, sólo eres otro
ladrillo (brick) en la pared.” El que castiga, el profesor sadista, el
que cree que el saber con la sangre entra, es otro ladrillo en la pared,
integrado a ella, imponiendo sus valores. A esa educación, Adorno la
llamó pedagogía del dolor en un texto en que se interrogaba sobre qué
cosas harían posible una repetición de Auschwitz. “El ideal pedagógico
del rigor (...) La idea de que la virilidad consiste en el más alto
grado de aguante fue durante mucho tiempo la imagen encubridora de un
masoquismo que –como lo ha demostrado la psicología– tan fácilmente roza
con el sadismo.” (Adorno, Consignas, Amorrortu, Buenos Aires, pág. 88.)
Este tema estuvo de moda entre nosotros a raíz de las declaraciones de
un cómico devenido político. Este hombre había dicho que dos buenos
golpes de vara habían hecho de él un abanderado del colegio. (Fue
desmentido por sus maestros.)
¿Qué es The Wall? ¿A qué llaman los Floyd La pared o El muro? Entre
nosotros y todo lo bueno de este mundo hay una pared. Es la pared de los
poderosos, de los que mandan, de los que nos educan, de los que nos
forman para que sólo seamos un ladrillo más en esa pared, que formemos
parte de ella, enmudecidos, cósicos, inertes, que jamás la atravesemos,
que no conozcamos el otro lado aunque nos sea posible intuirlo y hasta
desearlo, no, nada, siempre de este lado, o peor aún, parte de la pared,
dentro de ella, parte de ella, un ladrillo más, sólo eso. De aquí otra
canción poderosa de los Floyd que llama a la rebelión: “Hey, You!”.
“¡Eh, vos. ¿Qué hacés ahí afuera, en medio del frío, solo, haciéndote
viejo?” (Getting lonely, getting old.) La letra en inglés entrega un
significado que va más allá de la traducción castellana. Getting lonely
también puede entenderse como atrapándote la soledad, haciéndola tuya,
alcanzándola, algo que transfiere la responsabilidad del hecho al que le
ocurre. No le viene de afuera. Ni la soledad. Ni la vejez. Se las gana.
Se las atrapa. Se las consigue.
“Hey, vos, ¿podés sentirme?” No “sientas” sólo mi voz. Sentí mi
calor, mi presencia, mi cercanía. Así, sólo así, vas a “atrapar” mis
palabras. Y ahora viene el reclamo. La exigencia rockera de la rebeldía:
“No les ayudes a enterrar la luz/ No te des por vencido sin luchar”.
“Hey you!” ¿Me tocarías? ¿Me darías tu mano? La rebeldía, cuando es
verdadera, se hace con todo. No todo lo puede el espíritu aunque nos
llenemos la boca con esa frase, que es hermosa pero incompleta: “El
espíritu de la rebelión”. La rebelión no es sólo espíritu, es cuerpo
también, carnalidad compartida, ardiente, siempre en riesgo. Por eso
ellos saben que siempre podrán vencernos por medio del dolor. Por eso
nos pegan. Someten nuestro cuerpo porque nuestra mente la conquistan
llenándola de gusanos. Cada gusano, una idea menos. Cada gusano, una
idea de ellos. Hasta que todos los gusanos expresen el completo sistema
de ideas con que ahogarán nuestra libertad. “Hey, you!” No te sientes
desnudo junto al teléfono, no esperes durante largos inviernos, no
esperes sometido al frío o al fuego, ahí, con la cabeza contra la pared,
un llamado que no existirá, o si existe será de ellos, otro más, otro
llamado para meter gusanos en tu cerebro. Escuchame a mí. Sentime a mí.
Ayudame a levantar la piedra. Todas los días la levanto y la llevo a la
cima de la pared, pero nunca llego, la pared es demasiado alta, la
piedra cae, yo caigo, y otra vez lo mismo, y lo mismo, levantar la
piedra y caer. “Hey you!” ¿Los gusanos ya comieron tu cerebro? ¿Ya están
ahí, en él, ya es tu cerebro su comida? ¡Basta de hacer lo que te han
dicho que hagas! (Always doing what you’re told.)
Abrí tu corazón. Ayudame. No me digas que ya no hay esperanzas.
Juntos estamos de pie; divididos, nos caemos. Juntos podremos erguirnos;
separados, nos derrotan.
La pared son las prisiones de Foucault: los manicomios para los
locos, las prisiones para los delincuentes, una sociedad sólo es
racional cuando sabe apartar de sí todo lo que niega la razón. Los
gusanos son el poder comunicacional. Se comen tu cerebro, entran en él,
no te das cuenta pero te lo devoran por dentro. Pronto pensarás lo que
quieren que pienses. Uno llega, como dice el Heidegger de Ser y Tiempo, a
un mundo ya interpretado. Vive en ese mundo, crece ahí. Vive y crece en
estado de interpretado. No habla, le hablan. Cuando habla salen de su
boca las palabras que los otros han puesto en ella. Cree que conoce un
idioma, el idioma lo conoce y lo somete a él. Habla su lengua materna, o
su lengua paterna. Es hablado por su padre, por su madre, después por
la educación, después por el sentido común, un sentido que es el del
poder, el que el poder ha impuesto como visión del mundo. Todo eso es la
pared. Hay que trepar por ella y salir, escapar. Escapar hacia uno
mismo, hacia los otros que trepan, hacia la libertad. Inventar las
nuevas palabras. Las interpretaciones. Hay que interpretar el mundo de
otro modo, nuevo, luminoso. Pero la pared es demasiado alta. Volvemos a
caer. Volvemos a subir. O nos entregamos –en medio de nuestra gozosa
esclavitud– a los gusanos. “¡Eh, vos! No me digas que no hay ninguna
esperanza.” (Hey you, don’t tell me there’s no hope at all.)
Los Floyd no vienen a decir eso. A nadie van a decirle: no hay
ninguna esperanza. Lejos del rock punk, practican un rock conceptual de
compleja lectura. Sin embargo, están claramente lejos de ciertas cosas.
De la violencia, de la desesperación, de los paraísos artificiales de
las drogas duras (una tragedia que los tocó en carne propia) o de la
bobería pasatista. Sobre todo de esto, sin duda. Hay que poder hacer un
rock conceptual y ellos lo hicieron. Diría, si se me permite, que
practican un existencialismo áspero, a menudo doloroso, siempre
romántico, asumiendo los contrastes vertiginosos de esa estética, un
humanismo realista, que incorpora la inhumanidad a la humanitas
universal, acotándola, señalando que lo Otro del hombre es también el
hombre, que el sujeto humano es tanto el que busca la libertad como el
que la niega, el que construye la pared como el que busca trepar por
ella y huir.
Una notable canción de 1975, “Querría que estuvieras aquí” (“Wish
You Were Here”), reúne estos elementos. Alguien dice que desea que otro
–al que ama– estuviese con él. Pero ese otro tiene muchos cenagosos
escollos que vencer. Los escollos son, como siempre, los del muro, los
de la pared. Hay que aprender a distinguir lo que es propio de la pared,
lo que a ella irrefutablemente pertenece, de las otras cosas, las de la
belleza, las de la libertad. “¿Crees que puedes distinguir el Cielo del
Infierno/ el cielo azul del dolor/ un campo verde de los rieles de
acero/ una sonrisa de un velo?” ¿O tal vez no? Tal vez ellos
consiguieron que cambiaras tus héroes por fantasmas, que cambiaras un
papel (aunque fuese secundario) en una guerra por el principal en una
jaula. Sí, desearía, cuánto desearía que estuvieses conmigo. Somos dos
almas perdidas nadando en una pecera. Años tras año, hemos caminado por
una tierra vieja. ¿Y, al fin, qué hemos encontrado? Sólo los mismos
antiguos miedos. Ojalá estuvieses aquí.
Aquí, la derrota se ha consumado. La vida fue nadar en una pecera,
de donde un pez nunca sale ni sabe dónde está, porque está dentro de la
pecera y sólo si alguna vez hubiese estado fuera (aun al riesgo de
morir) sabría que hay algo más que su prisión, que existen los ríos
anchos y turbulentos, los océanos infinitos. Si no se salta la pared,
los años van a pasar sin huella, siempre se caminará sobre una tierra
vieja, con los mismos viejos miedos. La frase final debiera leerse así:
Querría que estuvieses aquí para que huyamos juntos. Porque de eso se
trata. Amar es saltar la pared con otro o con muchos, hacia el otro
lado, lejos de los gusanos, de la tierra seca, de los eternos miedos, de
la esclavitud gozosa, hacia lo nuevo, lo incierto, lo libre.