8 de junio 2008
Nicolás Casullo asegura que “ser peronista da una cosmovisión y una forma de interpretar las cosas”.
Los recuerdos regresan con sus voces, rencores y
odios a flor de piel. En 1955, un niño de diez años que vive en Almagro,
típico barrio de clase media, es testigo privilegiado de las
discusiones en su casa. En los murmullos, las frases despectivas, en
esos odios de difícil catadura, pero de una teatralidad amenazante ante
sus ojos, percibe las antinomias insoportables que se respiran afuera y
adentro; siente cómo la violencia empieza con las palabras que niegan y
descalifican a las masas trabajadoras. Ahora en su casa de Palermo,
rodeado de libros y fotos familiares en blanco y negro, Nicolás Casullo
cuenta que su madre, peronista evitista, era obrera y su padre
antiperonista. “Era realmente divertido y dramático escucharlos.
Recuerdo el desprecio, la sospecha frente al negro, al delegado que no
trabaja, que tiene un carné de afiliación al Partido Justicialista y se
cree dueño del mundo. Había un prejuicio de la vieja Argentina europea
blanca, como era mi familia, que venía de tanos y vascos, y de todo un
mundo clasemediero frente a lo que era el cabecita negra”, dice el
escritor y ensayista que acaba de publicar Peronismo. Militancia y
crítica (1973-2008), en la colección Puñaladas de la editorial Colihue,
donde reúne una selección de ensayos y artículos publicados en el diario
La Opinión, en la revista Controversia (durante su exilio en México),
en Primera Plana, Unidos, La Mirada, Lezama y Página/12.
Peronismo y militancia
“La idea fue recopilar un tipo de escritura muy fuerte en mi vida, la escritura político-intelectual, desde una perspectiva militante o de ex militante. Son escrituras coyunturales que se fueron perdiendo y que pueden aportar un mayor esclarecimiento sobre lo que está aconteciendo en el presente”, advierte Casullo en la entrevista con Página/12. Buena parte de los textos están atravesados por tensiones que configuran una arqueología del vivir político. Los de principios de los años ’70 son crónicas escritas al calor y la urgencia coyunturales, que anticipan las grietas, el fracaso, la derrota. Algunas rozan un tono dramático, como la carta que escribió en 1974 a un compañero de célula, Jarito Walker, que nunca llegó a destino por los avatares de la época. La escritura se torna más reflexiva y crítica en los artículos publicados en Controversia a partir de 1978. Casullo posa su mirada sobre las grietas y las largas secuelas que dejó en su vida intelectual esa derrota; repasa errores y equívocos de ese complejo tinglado que es el peronismo. “Toda escritura tiene un cierto nivel de sobrevivencia en la historia política”, plantea el profesor e investigador universitario, director de la revista Pensamiento de los confines y autor, entre otros, de Modernidad y cultura crítica, Las cuestiones y la novela La cátedra.–En la carta a Jarito Walker se juega una pulseada entre el militante y el intelectual. ¿Finalmente gana el intelectual?
–Esa carta fue escrita en circunstancias muy especiales, a principios de 1974, cuando estábamos militando fuertemente en la misma célula. Yo tenía la necesidad de trabajar nocturnamente una escritura en donde daba cuenta del enorme drama que estábamos viviendo como peronismo revolucionario en relación con el movimiento y la figura de Perón. Esa carta tiene la carga dramática de un túnel oscuro hacia el cual nos dirigíamos un cuadro político más creyente y yo. Pero nos combinábamos bastante bien: yo necesitaba un poco esa fe dura de Jarito y él necesitaba una mirada más desgarradora.
–La pregunta central de esa carta es quién es Perón. ¿Qué respuestas fue encontrando?
–Perón fue una figura que quise mucho; me pareció excepcional y providencial en la historia argentina, pero siempre pude situarlo en el terreno de lo humano, de lo político, por lo cual nunca tuve inconvenientes en criticarlo. Perón es la mitad de la historia del peronismo, teniendo la conciencia de que la otra mitad es el pueblo trabajador y las grandes masas que fueron leales a él.
Militarismo y derrota
Mientras el enigma se escapa como un puñado de arena entre las manos, Casullo se exilia primero en Venezuela y después en México, donde vuelve a escribir en 1978. “Tomo conciencia de la derrota profunda y de que me espera una misión de intelectual crítico más que de militante, aunque no pierdo la intensidad de la militancia. Cuando comienzo a escribir en Controversia, salgo con una escritura más pensada, trabajada, investigada –señala el escritor y ensayista–. Uno de los primeros temas que traté fue la relación movimiento político, organización sindical y vanguardia revolucionaria, ese triángulo que junto con el líder sería un cuarteto, por la lectura equivocada que hizo el peronismo revolucionario de las verdaderas funciones y misiones de lo sindical.”–¿La separación entre militancia revolucionaria y sindicatos divorció al militante revolucionario del trabajador peronista?
–La izquierda peronista, que nació al calor de la resistencia y que tuvo el apoyo de muchos sindicatos que terminaron nucleados en la CGT de los Argentinos, no supo leer adecuadamente la relación del obrero organizado en el capitalismo. Le exigía un proyecto revolucionario que se chocaba con la tarea sindical de negociación con el capital para mejoras en el campo del trabajo. En ese desencuentro se juega mucho del drama dentro del peronismo; drama que termina con muertes como la de Vandor o la de Rucci. No es que no hayan sido burocráticos o no hayan planteado claudicaciones que podrían ser criticadas, pero nunca desde una perspectiva donde el sindicalismo aparecía como una revolución que ciertos traidores impedían.
–¿El error clave de la derrota fue la militarización de Montoneros?
–Hubo un conjunto de cuestiones, pero la exacerbación de lo político-militar terminó influyendo en lecturas que tendrían que haber sido de otra índole. Se había triunfado en las elecciones, la izquierda revolucionaria tenía ciertos espacios de poder, no era el momento para montonerizar todo el espectro político sino para participar, discutir y debatir. La lectura tendría que haber sido más progresiva e inteligente; se avecinaban diez o quince años de un proceso complejo de liberación nacional donde las armas no tenían nada que ver. El militarismo fue una equivocación absoluta.
Degradación histórica
Cuando regresó al país, Casullo se encontró con un peronismo que no esperaba. “Era un peronismo desguarnecido de memoria, de ideología democrático-popular, que renegaba de sus propios peronistas asesinados, secundarizaba la política de derechos humanos y a lo sumo lo que criticaba era el programa económico de Martínez de Hoz; un peronismo degradado en todos los sentidos que se disponía a pactar con los militares la amnistía”, enumera el ensayista. “En los ’80 aparecen degradaciones y monstruosidades con una renovación que no propone la recuperación de las banderas históricas sino un nuevo negocio de la política concentrado en Menem, Manzano, De la Sota; personajes que ya forman parte de esa degradación histórica que culminaría con el triunfo de Menem. Casi todo el peronismo se acomodó a la década menemista, a la venta de la Nación, a asumir el programa del enemigo, sin grandes dificultades. No fue una usurpación por parte de algunos elementos que se apoderaron de un movimiento histórico; siempre latió en el peronismo esa situación de abdicar de los propios significados que las masas le habían impreso”, sostiene Casullo.–En uno de los artículos del libro subraya un estado de crispación que comenzaba a vislumbrarse en la oposición a partir del triunfo de Cristina Fernández. A la luz de esta crispación, ¿cómo analiza el conflicto con el campo?
–El kirchnerismo intenta recuperar elementos de un peronismo histórico de corte social, popular, democrático y democratizador; un peronismo que vuelve a situarse en la centroizquierda y a tener una relación particular con Latinoamérica. El kirchnerismo es para mí lo que tendría que haber sido el peronismo del ’73, si no hubiese caído en un caos interno desintegrador; es lo que pensaba que podría haber sido el peronismo en el ’84, cuando regreso del exilio y me encuentro con un peronismo engangrenado. El kirchnerismo representa lo que el peronismo no pudo ser en el ’73, entre otras cosas por propias equivocaciones de una izquierda peronista ciega, foquista y militarista. En Kirchner aparece, con límites y contradicciones, la posibilidad de una confrontación. En esa confrontación contra los viejos sectores dominantes se inscribe hoy el conflicto con los sectores agrarios empresariales que buscan una mayor ganancia y el no pago de los impuestos, y que evidentemente no podría entenderse si no es al calor del último rostro que adquiere el peronismo. La confrontación contra el campo vuelve a ubicar al peronismo en situaciones históricas por demás reivindicables. Hay un racismo, una crispación, actitudes antipopulares, antinegros, que no deja de causarme asombro. Nos parecemos mucho más a 1955 que a 1973 o a 1983.
Actualidad y política
–¿Los errores del Gobierno en el manejo del conflicto con el campo provocaron que se fortaleciera la oposición?–Sí, por primera vez estamos frente a la posibilidad de un partido agroconservador. El Gobierno ha perdido apoyos, sobre todo en sectores medios agrarios que no eran antikirchneristas. Una asignatura pendiente del kirchnerismo es que no sabe hacer política para los sectores medios, y en muchos sentidos es anacrónico planteándose como un peronismo 1955 con burguesía nacional, clase obrera organizada y sectores populares muy marginales. Con esas variables en la actual cultura política y frente a una sociedad mediática que es implacable y que es la verdadera derecha, el peronismo de Cristina ha perdido consenso.
–¿Por qué en la introducción del libro propone recuperar el mito peronista?
–Sin mito no hay política. Sin ese momento de creencia, de apasionamiento, donde aparece una poética del cambio social, de la posibilidad de modificar el mundo dado, no hay política popular. El peronismo ha generado un mito tan inmenso que dentro del mito están los antiperonistas como parte propia del movimiento. El gorila es un personaje que en los últimos cincuenta años está destinado por el peronismo tanto como lo está destinado el peronista, porque no ha tenido otra referencia, otra centralidad, otra obsesión o pesadilla que la figura del peronismo rehaciéndose, recuperándose, transgrediéndose, metamorfoseándose. El peronismo fue un mito que expelía una radiación muy fuerte, pero ahora camina hacia su extinción. Podrá permanecer como sigla, como partido triunfador en elecciones, pero lo esencial de lo que significó el peronismo está concluido.
–¿Qué es ser peronista hoy?
–Ser peronista es leer de una determinada manera la patria herida, porque el peronismo te da una cosmovisión, una forma de interpretar las cosas. Cuando el peronismo es atacado por la derecha o la izquierda, quiere decir que el peronismo está funcionando como peronismo, a lo mejor en sus estertores, pero está funcionando. Hoy aparece claramente una articulación entre la crítica que le hace la derecha conservadora neoliberal y la crítica que le hace la izquierda marxistoide, la falsa izquierda nacional. Cuando el peronismo se sitúa en la centroizquierda, reactiva permanentemente estas circunstancias. Lo hizo en el ’45, en el ’55 y en el ’73.
–¿Lo que estaría haciendo el kirchnerismo sería desplazar a los partidos de izquierda hacia la derecha?
–Sí, y la izquierda se transforma en izquierda de la derecha, es decir en una derecha progresista, que es lo que impera hoy.