No había esperanza. Aquí yace el Atlético, descanse en paz. El Barça se paseaba por el césped como Atila recontando víctimas. Y entonces Agüero cogió el balón por primera vez. Estaba lejos de la portería, de espaldas, sin peligro aparente, pero en ese preciso momento el genio decidió darle la vuelta al destino, al sentido común, resucitar a los suyos cuando todo era oscuridad. Burló a Milito como si fuera un pelele y disparó desde la esquina del área. Ahí apareció la Fortuna para darle su bendición al héroe en forma de pierna de Puyol. El balón se elevó y superó a Valdés. Era el empate. Pero la definitiva ascensión del Kun al panteón de los futbolistas sólo acaba de empezar.
Ahora rebobinemos 36 minutos. Rijkaard sorprendió dejando a Messi y Deco en el banquillo para dar entrada a Henry y Edmilson. Decisión decepcionante para los que nos declaramos creyentes del holandés impasible.
El Calderón era el primer gran escenario en el que se presentaba el Barça con los cuatro fantásticos (o así) al cien por cien. La lógica dictaba prescindir de Henry o Ronaldinho, hoy por hoy la mitad que Etoo y La Pulga. Pero Rijkaard fue político y señaló a Messi, el más joven, el más callado, el más débil. Lo acabaría pagando.
Aunque nada lo presagió durante la primera media hora. Aguirre se jugaba el puesto y lo hizo sin grandeza y, lo que es más incomprensible, sin sentido común. El Atleti es un desastre atrás y un portento arriba, así que salió a defenderse con ocho y olvidarse de sus mejores jugadores. Un suicidio. El Barça no daba crédito. Tocaba y se movía, rápido, sin presión, esperando a que la lógica hiciese su trabajo. Y lo hizo a lo grande, en forma de chilena de Ronaldinho. Un golazo que asombra e indigna a partes iguales. Si tienes la suerte de poseer un talento tan maravilloso, no cuidarlo debería acarrear cárcel. Fuera de broma.Si en ese momento, Cerezo baja y destituye a Aguirre allí mismo, la grada le ovaciona. El Atlético parecía a punto de sacar la bandera blanca, sabía que había un balón porque acababa de sacarlo de su portería.
Pero entonces empató Agüero y el equipo decidió ignorar el plan ruin de su técnico. Si somos buenos arriba, vayámonos arriba y que sea lo qué dios quiera. Ni siquiera fue valentía, fue pura sensatez. Y se desencadenó un tornado.
En 30 años de vida he visto grandes futbolistas en el Atlético: Hugo Sánchez, Futre, Caminero, Kiko, Torres... Todos magníficos, pero ninguno con el grado de excelencia de los elegidos que emana Agüero. Tiene 19 años y pueden suceder muchas cosas, pero si dentro de diez años estamos hablando de él en unos términos que hoy parecen sacrílegos (sí, sí, historia pura) no me sorprenderá. La fuerza está en él.
Antes del descanso, rozó su segundo gol con un taconazo y culminó la remontada con un pase genial a Maxi para el 2-1. El capitán hizo lo que mejor hace: llegar y rematar con precisión, aunque Valdés tapó poco y mal. El Barça no daba crédito: la banda Brillantina se había transformado en los Rolling Stones. Y se rindió. Volvió del vestuario como si en vez de 2-1 perdiese 4-0. Mala señal para un aspirante a la Liga.
Dos caras.
Ronaldinho olvidó su chilena y se dedicó a posar para la foto, Henry buscaba musarañas, Iniesta y Xavi se diluyeron, Messi entró tarde y frío. Sólo Etoo, siempre él, sacó el orgullo. No bastó. Raúl García y Simao aparecieron para recordar la importancia de sus ausencias en la reciente crisis y Camacho cumplió con creces, cabeza de veterano y ya con 17 años más futbolista que Cléber.
Pero, sobre todo, Agüero estaba iluminado.Si antes se la había liado a Milito, en el penalti le tocó a Puyol. Forlán puso el 3-1.
Y, como le va la marcha, en el cuarto rizó el rizo: les tumbó a los dos; Puyol y Milito, casi nada. Y la puso con rosquita pegada al palo para rematar.
El Calderón entró en éxtasis. Ni siquiera el arreón de Etoo (gol y paradón de Abbiati) enfrió el ambiente. Mensaje para perdedores: nadie dejó de cantar pensando en el favor al Madrid. Normal. De golpe, la Champions vuelve a parecer al alcance de la mano y el Barça ve lejos la Liga. Todo porque Agüero así lo decidió.
Cosas de superdotados.
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