Multidisciplinaria y étnica, Charo Bogarín es la voz del dúo dinámico Tonolec que, entre fusión de electrónica y canto originario, lanza disco nuevo y reafirma la necesidad de volver a las raíces.
Con los ojos grandes y la voz partida, Charo Bogarín relata la historia de los tiempos, entre lenguas autóctonas y mundo occidental. Desde la canción, su arte devuelve a la tradición originaria lo verde y celeste, lo orgánico. Y, como aire puro, la propuesta toma –ahora– forma de oración: Plegaria del Arbol Negro es el título del segundo disco de su banda, Tonolec, donde –junto a Diego Pérez– fusiona música electrónica y canción toba. Mezclar para conservar lo étnico, el lenguaje qom.
Desde la propia denominación, el dúo evoca un ave del monte chaqueño que con el canto hipnotiza a sus presas. Y, para llevar el proyecto adelante, se valió de una “banda de zorzales”, el coro institucionalizado Chelaalapi, de Resistencia Chaco, de cuyos adultos tomaron canciones y costumbres. Eso, desde 2002, y como parte de la intentona nacional. Explica Charo: “Desde 2000 llegó la vertiente ideológica de la new age, donde lo étnico estaba presente, pero desde la visión europeizante. Entonces surgió el emergente social artístico de volver a las raíces, buscar más hondo... Estamos tan intoxicados que hay una necesidad de volver a la cédula de madre”.
Su primer (y homónimo) larga duración fue bien recibido dentro y fuera de las fronteras locales. Y, con un sonido más consolidado, el segundo inaugura 12 temas, cantados mayoritariamente en lengua toba. “El nuevo material es más maduro, más afianzado. Lleva hacia las raíces de la música indígena y coquetea con el folklore”, advierte la pata femenina de Tonolec.
Mientras, entre dibujos rupestres, el arte del disco evoca cierta intención que Charo reconoce: el cuento infantil para adultos, que también pudiera decodificar un pequeño. A cargo del director artístico Carlos Coccia, el clima remite a Tim Burton. “Este disco, a diferencia del otro, tiene tonos más arriba, canciones infantiles, oscuridad y densidad”, asegura la mujer, entre colores.
Inicialmente, ¿cómo fue el abordaje de la música toba?
–En 2001, con Diego (Pérez) teníamos una banda llamada Laboratorio Wab, con una particular manera de componer: a distancia. Ganamos un concurso de la señal MTV para editar un disco producido por Santaolalla (que no prosperó por el cimbronazo de la inflación y la crisis) y viajar. Estando afuera tuvimos una crisis personal porque nos cayó la responsabilidad de mostrar la propia cultura y nuestra música no reflejaba eso. Así emprendimos lo que queríamos hacer: cruzar la música originaria, los ritmos nuestros. Era una invitación a compartir una ceremonia...
¿Buscaron conservar lo religioso y espiritual de este tipo de canción?
–Totalmente. Para ellos, en los cantos, rituales, rondas de danza y canto, el valor sagrado continúa presente. Hay un vínculo con la naturaleza. Nosotros nos sentimos atraídos por esa energía, por esa forma de trabajo. ¡Tal es así que estuvimos tres años hasta grabar el primer disco! Y no sabíamos cómo iba a ser el segundo disco. Incluso pensamos que podríamos abarcar la comunidad guaraní, pero finalmente comprendimos que todavía no habíamos terminado con la cultura toba. No es solamente cantar en lengua autóctona y que Diego lance las bases: hay que lograr que la electrónica y la música toba se incluyan sin bastardearse, que sean un nuevo ser.
Pero, ¿no descartan trabajar con otros grupos originarios?
–Tenemos la particularidad de nunca limitarnos. Siempre decimos que estamos empezando, aunque éste sea nuestro segundo disco. Lo guaraní está muy presente y en algún momento va a salir, sin dudas. Para eso me estoy preparando. Cuando sea el momento, ¡nos enteraremos todos!
Irónicamente, desde su mirada, la fusión de géneros funcionaría como una forma de conservar la cultura originaria.
–Sí, por supuesto. Es una manera de conservar una cultura viva. Ellos, como tobas, se mantienen fuertes por su capacidad de adaptación a los tiempos que corren. Y el lenguaje nunca lo perdieron. Sin embargo, como músicos, se niegan en poner en papel o en registrar cualquier partitura. Dicen que la música les pertenece a todos.
Has mencionado que no buscan izar la bandera de pueblo oprimido.
–Abordamos la música toba desde el orgullo de ser originario, de tener ese color de piel, esa forma de expresión, ese arte divino, las canciones. En lo musical, encontré en los cantos indígenas registros vocales que no encontraba en el rock nacional y me identifican. De todas formas, inconscientemente se puede generar conciencia sobre el respeto a lo natural, a los tiempos, al silencio.
Son sonidos muy particulares. ¿Cómo trabajas la voz?
–¡Por ósmosis! De escuchar el tono, la forma de emitir el sonido particular, gutural, con esa forma quebrada. Con Diego, cada uno tiene su lugar y su energía. Yo me manejo con la intuición; él tiene aprendizaje de carrera. Nos equilibramos: uno transmite la fuerza de la tierra y el otro, una energía contenedora y contenida. Cuando recién empezábamos, la gente de la comunidad toba miraba sorprendida y las más ancianas se reían. Les resultaba extraño escucharme cantar porque, si bien no parezco occidental y tengo rasgos indígenas marcados, no dejo de ser alguien que viene de afuera.
¿Cuál es tu ascendencia indígena?
–Soy tataranieta del Cacique Guaraní Guayraré. Nací en Clorinda, Formosa, y viví los primeros cinco años de mi vida ahí. Por la circunstancia de que mi papá fue desaparecido en el ‘76, con mi mamá y mi hermana nos mudamos a Resistencia. Mi padre es uno de los no identificados. Era congresal, del peronismo de las ligas agrarias. Mi mamá, que era maestra de frontera (y después se hizo ingeniera en Sistemas), lo ayudaba y enseñaba a las mujeres a coser a máquina. No fue sencillo para mi madre criarnos y hacerse cargo de nuestra educación, como tampoco fue fácil para mí ser madre soltera. Mi hija pasó un poco mi misma historia; su padre falleció cuando ella era pequeñita y nos mudamos a Buenos Aires a sus siete años. Somos un matriarcado fuerte. ¿Cómo no vamos a ser así si toda nuestra vida tuvimos que salir adelante solas?
Tu carrera está marcada por un interés interdisciplinario: canto, composición, baile...
–En realidad, yo estudié para ser bailarina clásica. Jamás imaginé que iba a dedicarme al canto. ¡Sólo quería estar con el tutú de cisne! Me recibí de maestra y dejé las zapatillas de punta. Decidí ser periodista y trabajé seis años escribiendo en un periódico de Resistencia, donde hacía de todo: política, cultura... Después terminé cantando. Y ahora estoy por filmar Paco, una película de Diego Rafecas –director de Un Buda–, donde mi personaje es de la villa y seguramente aparezca cantando. Va a ser el catalizador de todo lo que ocurra en la historia, la chica de encanto que enamore al protagonista (Tomás Fonzi) y lo introduzca en el tema del paco. Como una flor de loto en medio del fango.
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