Se han
cumplido cien años de la muerte de Julio A. Roca. El diario La Nación,
su defensor constante, dedicó mucho espacio para recordar la fecha de la
desaparición de ese presidente argentino. En una página entera, los
historiadores Ceferino Reato y Mario “Pacho” 0’Donnell volcaron –con
todo entusiasmo– su apoyo a esa figura tan discutida de nuestra
historia. Reato lo calificó nada menos como “el mejor presidente de la
historia nacional”, y O’Donnell trató ya en el título de su colaboración
de desmerecer a aquellos autores que tienen a la Etica como medida
definitiva para calificar a un protagonista de la Historia. Titula
O’Donnell “Un caudillo objetado por un revisionismo malentendido”.
Bastaría tocar un punto no mencionado por los dos historiadores para
rebajar moralmente los argumentos de ellos.
Ambos callan una realidad: no mencionan el capítulo donde este
protagonista de nuestra historia pisotea para siempre los principios de
la Etica que debe impulsar la vida de todo ser político. Es cuando Roca,
como comandante del Ejército, lleva a cabo el genocidio indígena y el
presidente Avellaneda avala todo ese inmenso crimen. Y también cuando
los prisioneros indígenas –hombres, mujeres y niños– son ofrecidos como
esclavos en las plazas públicas de Buenos Aires. Para comprobarlo no
hace falta más que leer los periódicos de Buenos Aires de 1878. Un
ejemplo lo dice todo. El diario El Nacional, de Buenos Aires, expresa en
su edición del 31 de diciembre de 1878: “Llegan los indios prisioneros
con sus familias. La desesperación, el llanto no cesan. Se les quitan a
las madres sus hijos para en su presencia regalarlos a pesar de los
gritos, los alaridos y las súplicas que hincadas y con los brazos al
cielo dirigen las mujeres indias. En aquel marco humano, unos se tapan
la cara, otros miran resignadamente al suelo, la madre aprieta contra el
seno al hijo de sus entrañas, el padre se cruza por delante para
defender a su familia de los avances de la civilización”. Esta crónica
de esos días lo dice todo. Por eso hay que leer los diarios de la época
para comprender toda la realidad y la crueldad empleada por Roca y sus
tropas. Pero, los del diario La Nación deberían leer sus propios diarios
de la época para cerciorarse de lo cruel y bestial que fue ese tiempo
tan loado ahora por Ceferino Reato y Pacho O’Donnell. Leamos, como
ejemplo, una crónica de La Nación del 17 de noviembre de 1878, en plena
Campaña del Desierto. En primera página, bajo el título “Impunidad”,
dice textual: “El regimiento Tres de Línea ha fusilado, encerrados en un
corral, a sesenta indios prisioneros, hecho bárbaro y cobarde que
avergüenza a la civilización y hace más salvajes que a los indios a las
fuerzas que hacen la guerra de tal modo sin respetar las leyes de
humanidad ni las leyes que rigen el acto de guerra. Esa hecatombe de
prisioneros desarmados que realmente ha tenido lugar deshonra al
ejército cuando no se protesta del atentado. Muestra una crueldad
refinada e instintos sanguinarios y cobardes en aquellos que matan por
gusto de matar o por presentarse un espectáculo de un montón de
cadáveres”. Es penoso que los directivos de La Nación actuales ignoren
todo esto. Ya nadie puede negar que la Campaña del Desierto fue un
genocidio y que no se puede aprobar bajo ningún concepto desde el punto
de vista ético. Las pruebas están en el Archivo General de la Nación y
basta leer los diarios de la época para comprender bien lo que fue ese
vergonzoso crimen político. Y basta contraponer los argumentos de un
Alsina, ministro de Avellaneda, que desarrolló la tesis de que los
pueblos originarios no tenían noción de la propiedad. Por eso había que
separarlos por una zanja, mientras Roca rechazó este plan y exigió la
importación de diez mil fusiles Remington de Estados Unidos “porque con
esta arma habían sido eliminados en dicho país los sioux y los pieles
rojas”. Ya es tiempo de que con tales pruebas históricas se modifique el
concepto de ese militar, Roca, que fue presidente dos veces, y se quite
su monumento del centro de Buenos Aires. Nuestros héroes fueron los que
defendieron la vida y la Etica y no los que eliminaron a pueblos
enteros y esclavizaron hasta sus mujeres y sus niños.Ceferino Reato, el historiador de La Nación, reconoce al pasar estos crímenes al escribir: “Es claro que la Conquista del Desierto, y más aún lo que sucedió después, tuvo varios aspectos criticables como el trato inhumano, cruel, a los indios prisioneros (muchos chicos fueron separados de sus madres, por ejemplo) y la concentración de parte de las tierras liberadas en pocas manos”. Sí, Reato lo reconoce al pasar pero sin darle mayor importancia, total se trataba de indios. El autor de esos crímenes impunes tiene hoy el monumento más grande de Buenos Aires, en pleno centro. Por su conducta y sus crímenes no tendría que ser festejado de esa manera.
Pacho O’Donnell sólo hace una breve crítica a Roca por su Campaña del Desierto. Dice: “En lo que hace a la Conquista del Desierto es, sin duda, el aspecto más criticable en la historia de Roca por el militarismo excesivo ante un enemigo mal armado y poco orgánico”. No se refiere al gran genocidio que produjo ni tampoco a la reimplantación de la esclavitud, que son los dos aspectos más relevantes al faltar así a los principios de Mayo y a las resoluciones de la Asamblea del año XIII.
Pese a todo, el tiempo va dando la razón a quienes han puesto en duda la labor moral de Roca y ofrecido las pruebas de sus hechos verdaderamente criminales. Sus aciertos en otros sectores no lo limpian de esos aspectos descritos que nos retrotraen a los argentinos a la Edad Media. Los héroes verdaderos de nuestro pasado deben ser especialmente los que cuidaron la vida y marcaron un futuro sin violencias ni grandes diferencias económicas. Los verdaderos republicanos que desearon un país en Paz y con la conciencia de la Igualdad permanentemente presente, tal cual lo cantamos en nuestro Himno Nacional.
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