El país vive momentos difíciles. Discursos que creíamos desterrados para siempre vuelven, según algunos, desde las entrañas de la tierra. La relación histórica campo-poder es tan añeja como la existencia misma de nuestro país. La conformación de nuestro espacio económico y político estuvo en relación directa con su producción agropecuaria. Tempranamente alertaba Belgrano sobre los peligros de convertirnos en simples exportadores de productos primarios: en la Memoria al Consulado 1802 decía: “Todas las naciones cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus estados a manufacturarse, y todo su empeño en conseguir, no sólo darles nueva forma, sino aun atraer las del extranjero para ejecutar lo mismo. Y después venderlas”.
Desde entonces la preeminencia del campo en nuestra economía no se vio alterada hasta la crisis de 1930 y su consecuente proceso de industrialización por sustitución de importaciones que fue modificando el perfil económico y social de la Argentina que eclosionaría durante los años del primer peronismo. La cerrada oposición de los factores de poder agropecuario al modelo peronista –que los había corrido de sus clásicos lugares estatales de decisión– no paró de conspirar hasta lograr el derrocamiento del gobierno popular y su reemplazo por una dictadura amiga que devaluó el peso y colocó en los ministerios del ramo y en los puestos decisivos de la economía a hombres que representaban cabalmente sus intereses.
Desde entonces la preeminencia del campo en nuestra economía no se vio alterada hasta la crisis de 1930 y su consecuente proceso de industrialización por sustitución de importaciones que fue modificando el perfil económico y social de la Argentina que eclosionaría durante los años del primer peronismo. La cerrada oposición de los factores de poder agropecuario al modelo peronista –que los había corrido de sus clásicos lugares estatales de decisión– no paró de conspirar hasta lograr el derrocamiento del gobierno popular y su reemplazo por una dictadura amiga que devaluó el peso y colocó en los ministerios del ramo y en los puestos decisivos de la economía a hombres que representaban cabalmente sus intereses.
No les cayó bien Frondizi con su “excesivo” industrialismo, ni el doctor Illia con su política de incremento de los presupuestos de salud y educación pública, que entendieron como recortes a sus subsidios y prebendas. Respiraron aliviados con Onganía y su “Revolución Argentina” y volvieron a preocuparse cuando el gobierno peronista de 1973 planteó un impuesto a la “renta potencial de la tierra” en el que vieron –solamente ellos– un intento de reforma agraria. Lanzaron una seguidilla de lockouts patronales contra el gobierno de Isabel que incrementaron notablemente el desabastecimiento, y apoyaron decididamente la asunción de un descendiente directo del fundador de la Sociedad Rural al Ministerio de Economía de la mano del dictador Videla. No creyeron que con la democracia se comía, se educaba y se curaba, y silbaron afinadamente al presidente de la República más por haber juzgado a las cúpulas militares que por su política agraria. Supuestamente la convertibilidad los perjudicó pero sus protestas contra el menemismo carecieron de la contundencia proporcional al daño declarado varios años más tarde. El elenco estable de pensadores vinculados al sector y sus comunicadores “sociales” apoyaban exultantemente el proyecto neoliberal que “nos llevaba al Primer Mundo”. En los últimos años estos sectores, los más concentrados, han tenido ganancias récord y justo es que, como el resto de los argentinos, paguen sus impuestos en proporción lógica a sus ganancias.
Otra es la historia de los pequeños y medianos productores y los cientos de miles de trabajadores rurales, que con mucho esfuerzo pasaron de ser arrendatarios a propietarios. Aquellos que están sobre el surco, los que sufrieron los vaivenes económicos de las últimas décadas, los del insomnio del siempre amenazante remate hipotecario, los que apostaron siempre al país porque su pequeño o mediano capital está en él, en su tierra. Ellos merecen toda la atención, la revisión urgente del régimen de coparticipación federal que haga retornar a las provincias una parte lógica de las riquezas que generan y que estos recursos se transformen en obras de infraestructura y planes de estímulos por productos y sectores que impulsen y fomenten la producción local; y a la vez que la Nación pueda disponer de recursos para invertirlos en la gran infraestructura pendiente, como la reconstrucción de la red educativa, sanitaria y ferroviaria nacional, el incremento de la producción y distribución regional de agroquímicos, recursos energéticos y de riego. Son tiempos difíciles, tiempos que deben ser de reflexión, análisis y soluciones que tengan en cuenta los intereses sectoriales pero también los generales, para evitar estériles enfrentamientos entre argentinos que sólo servirán, como advertía José Hernández, para que nos devoren los de afuera, como siempre, con la invalorable colaboración de algunos de adentro.
Otra es la historia de los pequeños y medianos productores y los cientos de miles de trabajadores rurales, que con mucho esfuerzo pasaron de ser arrendatarios a propietarios. Aquellos que están sobre el surco, los que sufrieron los vaivenes económicos de las últimas décadas, los del insomnio del siempre amenazante remate hipotecario, los que apostaron siempre al país porque su pequeño o mediano capital está en él, en su tierra. Ellos merecen toda la atención, la revisión urgente del régimen de coparticipación federal que haga retornar a las provincias una parte lógica de las riquezas que generan y que estos recursos se transformen en obras de infraestructura y planes de estímulos por productos y sectores que impulsen y fomenten la producción local; y a la vez que la Nación pueda disponer de recursos para invertirlos en la gran infraestructura pendiente, como la reconstrucción de la red educativa, sanitaria y ferroviaria nacional, el incremento de la producción y distribución regional de agroquímicos, recursos energéticos y de riego. Son tiempos difíciles, tiempos que deben ser de reflexión, análisis y soluciones que tengan en cuenta los intereses sectoriales pero también los generales, para evitar estériles enfrentamientos entre argentinos que sólo servirán, como advertía José Hernández, para que nos devoren los de afuera, como siempre, con la invalorable colaboración de algunos de adentro.
Por Felipe Pigna
Qué parece discutirse en verdad en el paro agrario? ¿Acaso unos millones de pesos más o menos para los grandes exportadores de soja? ¿Acaso qué hacer si sólo produciremos soja, y el trigo, la carne, la leche, el maíz y el girasol quedan arrinconados para siempre? Hace unos años escribí un libro a pedido de un editor italiano para que se entendiera esta pregunta: por qué la Argentina, me decía el editor Giuseppe Laterza, que produce alimentos para trescientos millones de habitantes, tiene gente que semuere de hambre. Otra: por qué –me decía Laterza– esos alimentos cuestan tanto y apenas la gente tiene más dinero o más trabajo y los demanda más aumentan de precio generando una inflación absurda. ¿Para que no haya inflación –preguntaba el editor italiano– la gente no debe comer? Lo que ocurrió en esta Semana Santa de 2008 explica por qué la Argentina puede producir alimentos para trescientos millones pero se los venden caros a apenas cuarenta millones. Hubo una revolución agraria, es verdad, en la última década pero, en verdad, la frontera agrícola creció pero se extendió para la soja: que como todo el mundo sabe, no se come. Es como estar en el desierto y tener grandes cantidades de diamantes. Los sedientos se morirán igual. Estas paradojas están en el fondo de la crisis que acabamos de pasar. Pero la más importante, que explica la resistencia a aceptar las propuestas del Estado, es que esa clase social crecida al calor de la soja, como nueva meca de rentabilidad rápida y sin compromiso productivo intensivo, se resiste al reformateo del campo sojero para volver a producir con compromiso, con sacrificio y no sin avatares, aquello que es verdaderamente el alimento de millones de argentinos. La discusión sobre qué modelo agrario debe tener una Argentina donde no exista el hambre, ni una inflación desbocada, es aún una de las deudas más profundas de nuestra historia.
Por Maria Seoane
1 comentario:
hola felipe!
soy estudiante de diseño grafico en la uba, y para sociedad y estado estuvimos viendo un documental tuyo, viejo, si se quiere del peronismo, incluyendo al mundo, pero mas que nada del peronismo. quisiera saber si hay alguna manera de q me lo puedas pasar o al menos me hagas una reseña de lo q se trata el documental.
mi correo es pauleopardi@gmail.com
te agradeceria aunque sea una respuesta para saber q al menos leiste mi comentario.
desde ya , gracias y disculpame las molestias
paulina leopardi ribó
35247051
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