Seis instantáneas de Daniel Moyano
Lic. Enrique Aurora
Este artículo propone una ajustada síntesis de los temas sobresalientes en la novelística de Daniel Moyano. La estructura discursiva adoptada para la exposición es la de un rápido recorrido a través de las seis novelas que componen dicha producción. En cada caso, se ha seleccionado una "imagen" clave de la novela, que permita ofrecer una aproximación condensada a su eje más significativo de lectura. Esa suma de "imágenes" –lo cual explica el sentido del título escogido para el opúsculo- permite un acercamiento a diversos motivos: la fiesta, el poder, las raíces culturales, la búsqueda del centro, el exilio, la historia y el mito. Cuando uno se ha decidido por la noble o espuria tarea de escribir ficciones –según la orilla de la cultura desde la cual se la evalúe–, o sea, cuando uno es un infatigable fabulador, es inevitable que en repetidas ocasiones le pregunten cuáles son los escritores que han dejado alguna impronta en su estilo. O por lo menos, cuáles son aquellos autores que representan la lista fundamental de sus preferencias. Esa lista, en realidad, puede ser muy extensa o extremadamente reducida, conforme a quién y por qué se le deba proporcionar la respuesta. E incluso, según los extraños caprichos de la memoria. La situación es más difícil de dilucidar cuando ya no se trata simplemente de ofrecer una lista enumerativa, sino de esbozar una aproximación a la escritura de uno de esos autores. Porque entonces la clave no radica sólo en cuánto uno haya profundizado en la producción del escritor, sino que, además, se debe resolver cuál sea la manera más apropiada de organizar el discurso. Hay escritores como Borges o Cortázar, auténticos maestros ante los que se impone la necesidad de asumir una actitud distante, de respeto –o incluso de veneración– por su condición de referentes universales y, por lo tanto, materia común a especialistas y neófitos en el tema. Hay escritores como García Márquez, Roa Bastos o Carpentier, con definiciones consagradas sobre ciertos esquemas de sentido, que nos obligan a navegar con prudencia a la hora de establecer nuevas variantes de interpretación. Hay escritores como Rulfo, que nos atemorizan por su producción breve y fulgurante, y que nos inquietan con la significación oculta de sus eternos años de silencio. Y, finalmente, hay escritores como Daniel Moyano. O para ser más preciso, hay escritores con los cuales uno ha entablado una relación muy especial, por circunstancias que no se sabe bien si atribuir al azar o a un puro encadenamiento de causas y consecuencias, con una explicación tan obvia que uno nunca acaba de descifrarla. Porque si la vida me ha privado del placer de conocer personalmente a Moyano, su obra ha estado tan presente en mi trabajo como escritor y como investigador, que me creo con el pretencioso derecho de recorrer las páginas de sus libros como si estuviera repasando las instantáneas más preciosas y más personales de un álbum familiar. Eso debería explicar por qué me atreva a hacer el recorrido de esa manera. A detenerme en una serie de fotografías, metafóricamente hablando, que permitan reconstruir algunas de las claves, o debiera decir, algunas de mis propias claves sobre los posibles arabescos escogidos por Moyano para legarnos su escritura sobre el mundo. Serán sólo seis fotografías. Una selección muy apretada del voluminoso álbum, que permita asomarse a las seis novelas del escritor argentino.
1. La fiesta La primera fotografía corresponde a Una luz muy lejana, la novela más cordobesa de Moyano, publicada en 1966. Es la imagen de una fiesta: la celebración del año nuevo. Estamos en un conventillo, próximo a La Cañada. Un tablón largo, sobre caballetes, lleno de restos de comida y botellas semivacías. Detrás, en semicírculo, están: Eusebio, el mozo del bar, con un reluciente traje azul con chaleco, a pesar del calor; Teodoro, afectado en su lenguaje y en sus modales; don Reartes, que cada tarde hace una recorrida con su carrito y los tachos de helado; la Flaca, a quien todos tienen por loca, pero que conoce mucho de música clásica, ejecuta el piano con relativa soltura y a quien últimamente se le ha dado por estudiar inglés; Teresa, una mujer joven y exuberante, amorosamente abrazada por Tomás, a quien no parece importarle su oficio de prostituta; Peralta, haciendo gala de su bandoneón; Marta, también prostituta, de rostro infantil, ojos inciertos y piernas desmesuradas; otra larga serie de caras que no se distinguen bien por defectos en el revelado de la fotografía; y finalmente, con el temor evidenciado en su cara, está Ismael, recién llegado del interior y empecinado en ir apropiándose de esa ciudad que no le pertenece. Para comprender el significado de esa fiesta habría que recordar que Una luz muy lejana es una novela urbana, con un personaje –Ismael– que cumple un camino de iniciación en el descubrimiento del mundo social. Un joven que está siempre en el límite de lo permitido, jugando a transgredir o quebrantar ciertas normas. En su intención de integrarse o confundirse con ese mundo, que le aparece como vedado, acaba por resignarse a observarlo desde los bordes: pienso, inevitablemente, en la visión transfigurada de Córdoba que desde allí logra Ismael. Se repiten y multiplican los marginales: las prostitutas, los mozos, los lavacopas, los vendedores ambulantes. Hay un esfuerzo por recuperar la infancia como instancia de salvación, que se enlaza con el retorno a la vida del campo o de los pequeños pueblos del interior. Un paraíso doblemente irrecuperable porque se trata de una búsqueda a través del otro: me refiero al gesto de Ismael, que pretende hacer el camino inverso hacia el origen acompañando a Jacinto a su pueblo natal. Esa agonía se explica porque existe como un intruso, como un mero espectador de quienes ya están irremediablemente inmersos en la decadencia moral, y porque aún conserva cierta nostalgia por la inocencia perdida o en proceso de desaparición. La novela, entonces, recupera el sentido festivo de la existencia pero en medio de un ámbito en el que los mitos se han vaciado de contenido. Justamente porque el proceso de descubrimiento del mundo, el riesgo de situarse en los bordes y la búsqueda de una manera de salvación se asocian con el modo de ser de una colectividad y de unos individuos para los cuales el espíritu festivo está desprovisto de su carácter de experiencia colectiva y su significado de renovación. En efecto, la fiesta en su dimensión ritual es la vía para lograr la regeneración del tiempo histórico a través de su disolución y el retorno al illud tempus de los orígenes. En toda fiesta –en particular en cada festividad del Año Nuevo– se renueva el mundo, se cierra un ciclo. Por otra parte, el rito de la regeneración se suele manifestar asociado con la muerte como sacrificio: la muerte ritual que implica el acto de la creación. En esta fiesta, la de Una luz muy lejana, hay una víctima: precisamente un cordero –símbolo de la inocencia y con un peculiar significado en la teología cristiana–. Sin embargo, ese sacrificio no supone la renovación porque no existe entre quienes comparten la casa un verdadero valor de comunidad y porque el propio objeto inmolatorio les es ajeno: "La cabeza del cordero, apenas visible ahora en el alambre, parecía una víctima de toda aquella gente, alguien que, como él [como Ismael], no pertenecía al lugar"1.
2. El poder En la segunda toma de la instamatic, hay un hombre de uniforme que se mira al espejo: un "rostro vulnerado por la suma de los días", los bigotes que "parecen proclamar una falsa ferocidad", los pómulos prominentes, "la expresión de los ojos modificada por algunas arrugas"2. Es el coronel. El protagonista de El oscuro, novela publicada en 1968 y distinguida por un jurado que integraban Roa Bastos, Leopoldo Marechal y Gabriel García Márquez. El coronel es un hombre enfermo. Un paranoico que se considera rodeado por un mundo hostil, ante lo cual no encuentra más alternativa que imponerle su propio orden o bien destruirlo. El coronel, a pesar de su despotismo, es una criatura débil y temerosa, con graves dificultades para vivir fuera del mundo metódico y disciplinado de la vida militar, que le sirve como salvoconducto para resistir la precariedad de la existencia. Como sabiamente le advierte su padre, no acaba de aceptar el hecho de que no puede "adaptar el mundo a sus pensamientos". Detrás de la prepotencia, entonces, se oculta el fantasma de una radical impotencia. El coronel es el hombre autoritario que intuye que por debajo de su esfera de poder se abre un abismo insondable que lo deja al borde de la nada. En efecto, considera un buen remedio para sus manías establecer una distancia categórica respecto de los otros, actitud que lo rescata de esa ebullición de fuerzas destructivas en perenne conflicto que para él significa el mundo. Pero eso no le asegura su equilibrio emocional porque, a pesar suyo, termina por admitir que la misma existencia se orienta hacia el ser–con–el–otro como única alternativa para colmarse de sentido: Uno es finalmente un contorno que contiene una sola vida y una sola muerte. Es una especie de cárcel donde está condenado a vivir y a morir. Pero hay algo que lo salva a uno cuando uno presiente la existencia total de otro ser (su contorno y lo que contiene), y siente de pronto que ese otro ser responde, y entonces los contornos, tocados por el amor, se unen y sienten que ya no son un solo contorno, una sola cárcel, sino que participan de la maravillosa multiplicidad.3
3. Las raíces culturales La tercera foto se corresponde con el Trino del diablo. Se trata de una panorámica a través de la cual contemplamos, en el marco de la novela, el destino final de la provincia de La Rioja. Recurro aquí a la propia descripción del narrador: El nuevo gobierno, ante los agobiantes problemas riojanos, los había resuelto eliminando la provincia. Con la nueva división política, la parte cordillerana quedó para San Juan, la parte norte para Catamarca y el resto para Córdoba. Los cordobeses habían instalado una fábrica de salchichas en la casa de gobierno, el gobernador había pasado a ser ordenanza en un pasillo de los Tribunales de San Juan, la historia provincial fue utilizada para hacer chistes y zambas, el arco de entrada a la ex ciudad se convirtió en un horno para asar empanadas, los hacheros de los llanos fueron castrados y sus mujeres inseminadas artificialmente con productos traídos de Japón, la ciudad capital fue taponada con quioscos, las del interior aradas, y el Obispo, que se resistió, fue descendido a monaguillo por sugerencia del Cardenal Primado. Finalmente los perros, los burros, los gallos y los vendedores ambulantes fueron unificados en el rubro "varios", embalados y remitidos a Bolivia en pago de una deuda4. Más allá de la ironía, es una postal desgarradora que, a fin de cuentas, casi no requiere comentarios. Un gráfico reflejo de la actitud política de los líderes de nuestro país a lo largo de los últimos sesenta o setenta años, casi sin interrupciones que mostrasen alternativas profundas de cambio. O sea, el desconocimiento de nuestras raíces históricas, la falta de respeto ante nuestras tradiciones culturales y la minusvaloración de los desarrollos regionales. Una conducta dominada por el sino de la circularidad, que parece hundir sus raíces en la piedra ancilar representada por los prohombres de la generación del `80. Es el enfrentamiento especular entre los modelos europeos y la raigambre aborigen, que no acabamos de conciliar en una fórmula en la que la condición de lo "criollo" deje de concebirse como un estigma para, erigirse en cambio, en una base homogénea para la construcción de nuestra propia personalidad cultural.
4. La búsqueda del centro En la cuarta toma, nos topamos con una huerta. En esa huerta está el viejo Aballay, el de El vuelo del tigre. Y es casi un símbolo biográfico de Moyano. Porque también en una huerta, allá en La Rioja, se vio obligado el escritor a enterrar la primera versión de la novela antes de partir hacia el destierro. Ese texto que luego rescribiría y publicaría en Madrid (1981). El viejo Aballay en su silla de ruedas, desterrado en su propia huerta. Porque los Aballay viven en Hualacato, un "pueblo perdido entre la cordillera, el mar y las desgracias". Y toda la gente de Hualacato ha caído bajo el sojuzgamiento de un pueblo invasor: los Percusionistas. El viejo confinado en la huerta porque se ha atrevido a desentenderse de los inflexibles reglamentos impuestos en la vida de la familia por Nabu, el Percusionista. El hombre que pretende sujetarlos a un nuevo orden de vida, a través de la intimidación física y psicológica. En el destierro de la huerta, el viejo se ocupa de observar las aves. Porque ya mucho antes, cuando la familia construía la casa, el viejo había advertido el carácter idéntico del vuelo de un pájaro. Presintiendo que esa regularidad tenía su sentido, había derribado la pared que interrumpía el recorrido aéreo, pese a las protestas de todos. Porque construir una casa no significada simplemente apilar piedras de modo mecánico. La casa –así lo intuía el viejo– es el centro en torno del cual se organiza la realidad amenazadora. Y el espacio apropiado para construir la casa no es elegido por el hombre, sino que éste se limita a descubrirlo5. El vuelo repetido, entonces, era un indicio del lugar donde debía alzarse la casa cósmica: porque, entiende el viejo, los pájaros "... nunca tuvieron que pensar la tierra para que fuera redonda. La tenían redondita dentro de sus cabezas, y delante de los ojos en sus vuelos"6. Por lo tanto, si los pájaros conocen y dominan el espacio, el viejo comprende que la única forma de hallar el centro de lo humano pasa por la identificación del centro de los pájaros. Él considera que únicamente existe un punto en el cual es posible el "encuentro total", y piensa que la clave para hallar ese centro consiste en "... unir los puntos de arranque de cada pájaro"7 en esos recorridos inalterables. La búsqueda del centro se impone como una necesidad de alcanzar la auténtica independencia, de absolver al mundo humano de la violencia y la irracionalidad destructiva. Es en el centro en donde se encuentra "...la fuente de toda realidad y, por tanto, de la energía de la vida"8, como señalara alguna vez Mircea Eliade.
5. El exilio La quinta fotografía registra un par de zapatos marrones, con cordones negros, unos pantalones sujetos a la cintura con hilo sisal, y los pasos trastabillantes de un hombre –el dueño de los zapatos, los pantalones y el improvisado cinturón–, que sube a la cubierta de un barco. El barco es el "Cristóforo Colombo". La novela es Libro de navíos y borrascas. Se trata de un texto de exilio (fue escrita por Moyano mientras residía en España) y sobre el exilio. Está planteada como una suerte de diario de viaje escrito por su protagonista, Rolando. En ese diario queda relatada la travesía de un grupo de sudamericanos en marcha hacia su destierro europeo, en un recorrido por mar desde Buenos Aires hasta Barcelona. El viaje por mar, en tanto símbolo, supone también un recorrido inverso al que realizaron los inmigrantes europeos hacia América, desde Colón en adelante. De ahí el valor simbólico que asume el nombre del navío. No obstante ello, el arquetipo propuesto por el autor no se agota en el popularizado mito del argentino como europeo desterrado, sino que se concibe la condición del desarraigo como un componente constitutivo de lo humano. Coordenada ésta que no se constriñe al orden de un sujeto en cuanto individuo, sino que resulta una modalidad extensiva a toda una comunidad cultural. Porque, como lo advierte el propio texto: Somos de origen poco claro. Gente sin lugar fijo que va y viene. Cuando nos corren de un lugar nos vamos para el otro, y así andamos desde que cruzamos el estrecho de Bering como dicen. No somos de ninguna parte y se acabó. En el caso concreto de los rioplatenses, se simplifica más. Descendemos de un barco como éste. Hombre–barco como niños–probeta, que se pueden criar como cualquier otro, no necesitan una mamita que les dé la teta.9 El tema del exilio es fundamental en la obra de Moyano. Tanto es así que un trabajo más extenso sobre la producción del escritor argentino10, ensayé una periodización de su obra tomando ese tema como eje. Desde esa perspectiva, se pueden delimitar dos etapas:
6. La historia y el mito La última instantánea de la serie nos muestra el vestido de novia de Emebé. La muchacha que espera el regreso del cantor que ha abandonado el pueblo transitoriamente, empeñado en la búsqueda de su origen y el de su propio pueblo, encerrado en una misteriosa canción. Se trata de la última novela de Moyano, Tres golpes de timbal. En esta obra, Moyano ficcionaliza un destierro colectivo. Es el drama de Minas Altas, un pueblo construido por los sobrevivientes de otro pueblo arrasado: el de Lumbreras. Es por esa razón que toda la comunidad participa, de distintas maneras, de la aventura de recuperar la canción del gallo blanco, que cuenta la historia de Lumbreras y los detalles de su destrucción. Porque de ese modo, les será posible volver, reencontrarse con sus verdaderas raíces. Es hallar el punto fundacional que asegure la veracidad de la continuidad en el tiempo. También aquí, se registra el drástico enfrentamiento con el poder y, como en las demás novelas de la segunda etapa ya señalada, se verifica la contraposición entre dos discursos: el de los poderosos, quienes "se apropian de las palabras para escribir una historia mentirosa, con hechos que por eludir la sustancia del hombre son ficticios"11; y el del pueblo, que cuenta su propia historia, y en el cual "la voz de un hombre y el vestido de novia que se lleva el viento valen más que las llamadas hazañas de los fuertes. O una canción, que es el lenguaje incontaminado que usamos en estos pueblos perseguidos para comunicarnos sin peligro"12. En otras palabras, la opción no es contraponer un nuevo lenguaje a aquél del que han sido despojados por los poderosos –como sucede en El vuelo del tigre–, sino elaborar un discurso paralelo que asegure la pervivencia de las prácticas culturales que cohesionan a ese microcosmos. Porque es el discurso de la historia (el de la historia verdadera), el que los va a recuperar del olvido: Cuando esos asesinos acaben de abrirse paso con sus explosiones, es posible que estén contados los días de muchos de nosotros. No sabemos cómo nos mirarán desde su pesadilla. Es necesario que para entonces todos, hasta la última hormiga de Minas Altas, estemos en palabras13. De esta manera dejamos atrás la última fotografía. Un recorrido rápido y condensado. Entiendo que demasiado sintético ante lo que la obra de Daniel Moyano verdaderamente significa en el marco de la literatura argentina. Pero, aun mínimamente, se salda parte de la inmensa deuda que tenemos los lectores y los críticos con este capítulo de nuestra literatura. Porque la obra de Moyano merece ser apreciada en toda su dimensión, al menos por dos reconocimientos fundamentales:
Notas:
|
Artículo publicado en Bitácora, revista de la Facultad de Lenguas de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina), Año II, Nº 3, otoño de 1999, p. 121 y ss.
© Enrique Aurora 2001
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
No hay comentarios:
Publicar un comentario