martes, 19 de agosto de 2014

Corto Maltés, el futuro y la violencia




"No quiero conocer mi futuro, porque entonces dejaría de interesarme", asegura Corto Maltés cuando una vidente trata de escudriñar su porvenir. El marino romántico, creado a finales de los años sesenta por Hugo Pratt, pertenece a un tiempo y a una época: la era de las grandes aventuras, el mismo mundo que compartieron Jack London –que aparece en uno de los episodios– o Robert L. Stevenson. Nació en 1887, hijo de una gitana de Gibraltar y de un marinero de Cornualles; la mayoría de sus aventuras transcurren en el entorno de la Primera Guerra Mundial, de cuyo inicio se conmemoran este verano los 100 años. En 1917, por ejemplo, protagoniza 11 episodios. El último volumen que publicó Pratt, Mu, el más surrealista y extraño de toda la serie, transcurre en 1925. Luego, desapareció del mapa, se esfumó en ese futuro que nunca quiso conocer. Cush, un nómada de los desiertos del cuerno de África, capaz de una crueldad implacable y buen amigo de Corto Maltés en las Etiópicas, asegura en otro tebeo de Pratt, Los escorpiones del desierto, ambientado durante la Segunda Guerra Mundial, que "desapareció durante la Guerra de España".
Las aventuras de Corto Maltés transcurren en un momento muy preciso, antes de que todo cambiase. La Gran Guerra fue el primer conflicto moderno y, a la vez, el último conflicto clásico, existían las metralletas, los aviones y los primeros tanques (que entraron en combate en la batalla del Somme en 1916) pero muchos generales combatían como si todos esos mortíferos avances no hubiesen sido inventados y mandaban a sus soldados contra las defensas enemigas como si se tratase de una carga napoleónica o, incluso, cartaginesa. Adam Hochschild recuerda en su magnífica historia del conflicto, Para acabar con todas las guerras. Una historia de lealtad y rebelión. 1915-1918 (Península) una reveladora cita del mariscal de Campo, sir Douglas Haig, el oficial británico más importante: "Algunos entusiastas de ahora profetizan que el avión, el carro de combate y el automóvil reemplazarán al caballo en las guerras del futuro; pero yo creo que es probable que, en el futuro, el valor y las oportunidades del caballo sean tan grandes como siempre".
El héroe de Hugo Pratt sí comprende que su mundo está a punto de desaparecer y por eso decide perderse. "Corto Maltés se irá porque en un mundo en el que todo es electrónico, donde todo está calculado e industrializado, no hay lugar para un tipo como él. Corto Maltés no acepta ese mundo, esa vida: tendrá ganas de irse y, en ese momento, debo dejarle marchar, porque es un amigo y no tiene ganas de quedarse con nosotros", afirmó el propio Pratt, según recoge Dominique Petitfaux en su libro de entrevistas De l'autre côté de Corto. Y cuando el dibujante pronunció estas palabras el mundo era todavía mucho más grande que ahora, porque no existían ni los móviles ni Internet. "La acción de Corto Maltés se sitúa en la época en la que la gran aventura era posible, la época de Conrad o Melville", señaló Milo Manara, amigo de Hugo Pratt con el que dibujó Verano Indio y El Gaucho y al que homenajeó en HP y Giuseppe Bergman.

Vidas paralelas

La vida del dibujante Hugo Pratt y de su personaje más famoso, Corto Maltés, tienen muchos puntos en común.
Los dos fueron aventureros, nómadas y los dos tienen una relación especial con Venecia.
Pratt creó la serie en 1967 y Corto protagonizó 12 álbumes, algunos de episodios, otros son largas novelas de aventuras.
Corto Maltés recorre lugares del planeta cuando todavía estaban inexplorados, desde los Mares del Sur hasta los confines de África y del Amazonas o las estepas de Asia Central, un mundo de piratas o aventureros. Sus aventuras pueden servir para estudiar los frentes más remotos de la Primera Guerra Mundial, los lugares en los que las grandes potencias se enfrentaron como imperios coloniales. Sin embargo, dos de las mejores historias del conflicto transcurren en la vieja Europa y pertenecen a uno de los mejores álbumes de toda la serie, Las célticas, que, como asegura el prólogo, "registra el paso de Corto Maltés por Europa durante los años 1917 y 1918". En una de ellas, Vino de Borgoña y rosas de Picardía, que transcurre en el frente del Somme, Corto Maltés tiene un papel extraño pero crucial en el derribo del mítico aviador alemán, el Barón Rojo, abatido por un soldado australiano que tiene una puntería infalible siempre que esté completamente borracho. Corto es quien pone el vino.
Viñeta de Corto Maltés.
La otra historia es Concierto en Do menor para arpa y nitroglicerina, un relato de denuncias, traiciones y falsos culpables en Irlanda del Norte, con un tono que a veces recuerda a El delator, de John Ford. El pasado mes de abril fue detenido el líder del Sinn Fein Gerry Adams para interrogarle por un asesinato cometido en 1972, el de Jean McConville, una viuda, madre de 10 hijos, que fue secuestrada por un comando del IRA en 1972, acusada injustamente de ser una confidente de los británicos y asesinada. Su cadáver no fue encontrado hasta 2003, en una playa a 80 kilómetros de Belfast, por casualidad. Adams fue detenido porque un antiguo pistolero del Ejército Republicano Irlandés le acusó de haber ordenado la muerte de McConville, en el peor momento de los enfrentamientos de los años setenta, los llamados troubles, los disturbios. Adams fue liberado aunque el caso sigue abierto. Es una historia que pertenece al mismo ambiente que describe Hugo Pratt, casi con los mismos personajes, víctimas y verdugos de venganzas despiadadas. Tal vez el mundo haya perdido magia y encanto desde los tiempos de las aventuras de Corto Maltés, pero no ha olvidado la violencia.

domingo, 17 de agosto de 2014

Buitres (Por Horacio Verbitsky)

 
Geiere, Avvoltoi, Vultures, Vautours

Durante una cita al pie de los Alpes, el presidente del CELS expuso sobre el default y los buitres para un grupo de activistas europeos, asiáticos, africanos y americanos, cristianos, judíos y musulmanes, en el Centro Ecuménico de Agape, construido por la iglesia valdense en la posguerra como lugar de encuentro para debatir los problemas del mundo. La Federación Mundial de Estudiantes Cristianos planteó este año la construcción de paradigmas políticos superadores del capitalismo global.

 
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El presidente del CELS con el presidente de la sección norteamericana de la Federación Mundial de Estudiantes Cristianos, Luciano Kovacs, y con la geógrafa humana Teresa Isenburg.
Las calificadoras de riesgo, las agencias noticiosas y los grandes medios internacionales sostienen que la Argentina ha vuelto a entrar en default, evocan la crisis de fin de siglo y acusan por la recaída al populismo irresponsable de su gobierno. Con reprobación moral añaden que el país pidió dinero para vivir por encima de sus posibilidades y que cuando le tocaba pagar no honró sus compromisos con quienes le prestaron. Lo primero que debe decirse es que nada de todo ello es cierto.
La situación actual es el último coletazo de la crisis en que la Argentina fue sumergida por el neoliberalismo, a partir del golpe de Estado que en 1976 instauró la más cruel dictadura cívico-militar, con sostén del Episcopado Católico. Al comenzar esa década Estados Unidos había abandonado el patrón oro y comenzado a financiar su déficit comercial con el crédito forzoso que implicó la conversión del dólar en la moneda internacional de reserva respaldada por el más temible poder militar de la historia humana. Los grandes bancos occidentales acumularon enormes cantidades de petrodólares, originados en las exportaciones de hidrocarburos de los países de la OPEP y los prestaron a países del Tercer Mundo. Este fue el mecanismo por el que la Argentina, que a mediados del siglo XX tenía un ingreso per cápita superior al de Italia y España y constituía la sociedad más desarrollada y equitativa de América Latina, destruyó las bases materiales de ese progreso e ingresó al siglo XXI como un pordiosero. Con el pretexto de modernizar la economía y de controlar la alta inflación, la dictadura remodeló en forma drástica la sociedad, dando primacía a las finanzas sobre la producción de bienes para el mercado interno. Los bancos transnacionales prestaban sus petrodólares a los mayores grupos económicos, que los represtaban dentro del país a las empresas menores que no tenían acceso al mercado internacional, con una diferencia importante de tasa de interés. Sumado a la represión que se centró en los obreros industriales y las clases medias, esto desmanteló la industria, que en aquel momento estaba alcanzado un punto de maduración y hasta producía electrónica de punta, y permitió bajar en forma drástica los salarios.

El verdadero default

Pese a las denuncias internacionales por violaciones a los derechos humanos, los grandes bancos también financiaron a la dictadura. La deuda externa argentina se septuplicó en apenas siete años y un tercio del total se dedicó a la adquisición de armamentos, para sostener la expansión del aparato represivo y la ilusión de su proyección internacional. Esto se expresó en una guerra con Chile (impedida a último momento por la mediación papal en 1978) y otra con Gran Bretaña cuatro años después. Luego de tres meses de combates Margaret Thatcher, con apoyo de Ronald Reagan, retuvo las islas Malvinas, arrebatadas a la Argentina a principios del siglo XIX y fugazmente recuperadas en abril de 1982. Ese mismo año la dictadura ofreció a las empresas un canje muy ventajoso: el Estado se hizo cargo de la deuda privada en dólares y los deudores originarios le pagaron a largo plazo con pesos, evaporados por la inflación. Como unos toman el crédito y otros lo pagan, la deuda externa se convirtió en el gran reciclador de las relaciones internas de poder.
Esto condicionó a los posteriores gobiernos democráticos, precipitando la hiperinflación y la cesación de pagos en 1989. El ex Secretario de Estado Henry Kissinger inspiró un plan que en sucesivas etapas aplicaron los gobiernos de Ronald Reagan y George Bush padre y sus ministros James Baker y Nicholas Brady, por el cual una parte de la deuda en mora de la Argentina y de otros países latinoamericanos fue fragmentada en unidades menores y colocada por los bancos en el mercado mundial a centenares de miles de ahorristas, y otra parte fue canjeada por acciones de las empresas del Estado, que pasaron así a manos privadas. Esta privatización a precio vil enajenó el capital social acumulado por generaciones de argentinos. Al mismo tiempo se perdió así el rastro del pecado original de la deuda, los bancos endosaron el riesgo y se modificó el funcionamiento de la sociedad en términos de muy difícil reversión. Al mismo tiempo se ató el peso argentino al dólar estadounidense, una equivalencia ficticia que sólo pudo sostenerse unos años a costa de una nueva oleada de endeudamiento externo, con refinanciamientos a tasas cada vez más altas y plazos más cortos, hasta que la Argentina no pudo seguir pagando y se declaró en default a fines de 2001. Los bancos congelaron los depósitos de los particulares y la desocupación llegó al 25 por ciento, la misma cifra que hoy castiga a España. En la Argentina de entonces, como en la Europa actual, todas las medidas de auxilio se han dirigido a salvar a los bancos, no a las personas.

La reestructuración

Para salir de ese colapso, el Estado argentino volvió a privilegiar la producción, el empleo y el consumo en el mercado interno y llevó adelante la mayor reestructuración de deuda pública conocida en el mundo. Lo hizo en dos pasos. El primero, en 2005, comprendió el canje de los títulos impagos en poder de tres cuartas partes de los acreedores, quienes aceptaron una quita de dos tercios, una conversión de divisas fuertes a moneda nacional y un alargamiento de los plazos. El segundo, en 2010, llevó el índice de aceptación al 92,4 por ciento de los tenedores de bonos de la deuda pública argentina. Los nuevos títulos emitidos incluyeron dos cláusulas sin las cuales el canje no hubiera sido aceptado: la primera, que quedarían sometidos a jurisdicción extranjera (de Nueva York, Londres, Tokio o Bélgica); la segunda, que si antes de enero de 2015 se formulara una mejor oferta a otros acreedores, todos tendrían derecho a reclamar iguales condiciones (Rights Under Future Offers, o RUFO). La economía gozó de la década de más alto crecimiento de la historia y la Argentina cumplió con los pagos prometidos a todos los acreedores que aceptaron el canje.
El 7,6 por ciento que no reestructuró sus créditos está integrado por sectores muy diversos: desde pequeños ahorristas que compraron bonos como seguro para su vejez hasta especuladores financieros, como los fondos de inversión Aurelius y Elliot Management, que nunca le prestaron un dólar a la Argentina. Por el contrario, compraron por monedas títulos en default en 2008 y recurrieron a la justicia de Wall Street en busca de cobrar el valor nominal más los intereses acumulados desde 2002. Por eso se los conoce como buitres, vultures, vautours, avvoltoi o geiere. Sólo poseen el 1% de la deuda argentina pero pretenden obtener una ganancia del 1600 por ciento y condicionar toda la exitosa reestructuración realizada en la última década. Como apuestan a todos los números, además de los bonos en default también han adquirido títulos reestructurados, con los que esperan activar la cláusula RUFO; poseen seguros contra default e integran la entidad privada que sentencia cuándo se cumplen las condiciones para gatillar esos seguros. La Unctad, el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, la OEA, la Unasur, el Mercosur, el propio Fondo Monetario Internacional han advertido contra estas prácticas predatorias.
Dentro de Estados Unidos y entre privados está prohibido adquirir papeles de una quiebra para litigar por su valor original, pero los tribunales de ese país, que forman parte relevante de la globalización financiera, exceptuaron de esta restricción a las deudas soberanas. Durante cuatro años los buitres intentaron embargar todo tipo de bienes argentinos en el mundo, desde la nave escuela de la Marina de Guerra, hasta un satélite, una usina nuclear, el avión presidencial y las reservas del Banco Central. Una vez fracasadas todas esas tentativas consiguieron que el anciano juez del distrito financiero del sur de Manhattan, Thomas Griesa, realizara una caprichosa interpretación de la cláusula de pari passu de los títulos en default. En 2012, el juez sostuvo que además de la simultaneidad del pago esto implicaba que la Argentina debía cancelar la totalidad de la deuda defaulteada a quienes no habían aceptado la reestructuración. El gobierno argentino ha denunciado además que el objetivo final es forzar un nuevo ciclo de endeudamiento externo, que someta al país y lo fuerce a ceder los codiciados yacimientos de petróleo y gas no convencional. Esta sentencia fue confirmada por la Cámara de Apelaciones en 2013 y quedó en firme en junio de este año cuando la Corte Suprema estadounidense rehusó pronunciarse sobre la apelación argentina.

Senilidad y prepotencia

Al vencimiento de sus compromisos de junio, la Argentina depositó el importe correspondiente como lo venía haciendo desde 2005 pero el banco fiduciario que recibió ese dinero no lo transfirió a los tenedores de los títulos, porque se lo prohibió ese juez de 84 años que ni siquiera entiende de qué se trata. Y esto no lo dice un autor argentino sino The New York Times, que llegó a esa conclusión luego de leer la versión taquigráfica de una de las audiencias. Era preciso repetirle las preguntas hasta siete veces y no tomaba decisión alguna. Entre otras confusiones, ni siquiera había advertido que al prohibir el pago de bonos emitidos en Europa y bajo ley europea excedía con holgura las facultades de su tribunal. Cuando se lo hicieron notar respondió que su jurisdicción abarcaba a la República Argentina. Esta impactante suma de senilidad y prepotencia no debería oscurecer la centralidad de los fondos buitre en el dispositivo de la globalización y el hecho de que su disparatada orden haya sido ratificada por la muy conservadora Corte Suprema de Justicia, que con pocos días de diferencia paralizó la tibia reforma del sistema de salud del presidente Barack Obama, reconoció derechos religiosos a las personas jurídicas, sentenció que el descuento de una cuota sindical lesionaba la libertad de expresión y convalidó el hostigamiento fundamentalista contra mujeres vulnerables frente a las clínicas a las que recurren para realizarse un aborto. Es todo el sistema judicial estadounidense el que privilegia una lectura restrictiva del contrato, como si se tratara de una relación comercial entre particulares y simula ignorar el contexto mundial en que ese contrato se consuma. El caso argentino es una perfecta ilustración del carácter irracionalidad y destructivo que ha alcanzado la globalización capitalista. Si se pretende construir un paradigma superador, en el que los derechos de los bancos no prevalezcan sobre los de las personas, el enfrentamiento contra la centralidad del sistema financiero es ineludible y urgente. (Pagina12)

lunes, 4 de agosto de 2014

La sociedad de los lobos (Por José Pablo Feinmann)

 
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El capitalismo de las últimas décadas se ha manejado en el modo del vértigo. El capital desterritorializado, la revolución comunicacional, la conquista cultural planetaria de los norteamericanos, el aplanamiento mediático de las subjetividades y la “sociedad transparente” se hizo añicos. El mundo se globalizó en versión estadounidense. Luego, las Torres. Luego, la guerra de Irak. Y todo claro: la “guerra preventiva”, el “ellos o nosotros” de la administración Bush planteó la realidad tal como es: el Imperio es el Imperio y no habla dialectos, no respeta la autonomía de los “polos”, arrasa con las identidades nacionales, los Estados nacionales, la NATO, el orgullo europeo y las vidas iraquíes o las vidas de quienes se le opongan.
No hay política multipolar. El capitalismo es un sistema totalizador. Lo fue desde 1492, cuando nace, y lo es hoy, más que nunca, por medio de la gran revolución de este tiempo, que no es la del proletariado marxista, sino, otra vez, la del burgués conquistador: la comunicacional.
No hace mucho se vio en los diarios una foto (digámoslo suavemente) desagradable: siete ministros de potencias europeas reunidos para, entre otras cosas, representar ante la Argentina los intereses de los acreedores. Eran, sin más, empleados del capital financiero, virtual, desterritorializado, que gobierna el mundo. ¿Ese “polo” no es un “polo”? ¿Esos siete ministros eran lo multipolar o estaban “polarizados” por los intereses de la banca acreedora? Seamos claros: eran un enorme polo acreedor acorralando a un empobrecido, en tanto pequeño polo solitario y deudor.
El capitalismo debiera ser respetuoso con América latina. Nos “descubrieron” (es cierto: nos “descubrieron” para el capitalismo que fue, así, desde sus orígenes, globalizador, sistema-mundo) y el genocidio americano (que permitió incorporar a “esta” periferia al “progreso capitalista”) llegó a sumar decenas de millones de muertos. Y no tuvo (como tuvo Auschwitz) un Adorno para pensarlo, ninguna Escuela de Frankfurt lo señala como una “ruptura civilizatoria”, ningún Kafka lo prefiguró, no tuvo un Primo Levi, un Jean Améry, un Paul Celan, ninguna niña le escribió un “Diario”, describió la cotidianidad de su horror, porque hasta Ana Frank le faltó y, acaso, sobre todo Ana Frank. No le faltó el último filósofo urbano, no académico y, por lo tanto, prolijamente olvidado por la filosofía del Occidente de los papers, de las cátedras ilustres, del lenguaje y sus juegos infinitos, el Occidente académico donde la filosofía se ha refugiado, y donde agoniza. No le faltó Sartre. (“Sartre es uno de los últimos casos en los que la filosofía no estuvo en la Universidad, sino que estuvo presente en la ciudad. Alguien que está en las encrucijadas de la ciudad; de la vida política, de los periódicos. Es uno de los pocos casos y tal vez el último en la historia de la filosofía”, Jorge Alemán, Derivas del discurso capitalista, p. 11, 2003.) En un prólogo “maldito” al libro de un escritor “maldito”, en el prólogo al libro de Fanon, Sartre, A los europeos, ya que a ellos se dirige, les escribe: “Ustedes saben bien que somos explotadores. Saben que nos apoderamos del oro y los metales y el petróleo de los ‘continentes nuevos’ para traerlos a las viejas metrópolis (...) Puesto que el europeo no ha podido hacerse hombre sino fabricando esclavos y monstruos”. Un pensamiento latinoamericano (tarea otra vez posible, insoslayable, que recupere para hoy a Alberdi, Mariátegui, Manuel Ugarte o Vasconcelos) hará de ese texto de Sartre un elemento de su corpus. No de otros: Sartre, en 1961, podía creer en una violencia humanizadora, liberadora. Nosotros no. Tanto conocemos a los asesinos, de tan cerca nos llegó su pestilencia, que el proyecto de nuestra autonomía, nuestro humanismo ontológico, nuestro ser-posibles, abomina de la violencia. Rebeldes, pero no asesinos. Si América latina tiene todavía que hacerse no se hará como se hizo Europa, “fabricando esclavos y monstruos”. Lo que hacemos con nuestras víctimas es lo que hacemos con nosotros, con nuestra condición moral, humana. “Nuestras víctimas (escribe Sartre) nos conocen por sus heridas y por sus cadenas (...) Basta que nos muestren lo que hemos hecho de ellas para que reconozcamos lo que hemos hecho de nosotros mismos.”
En cuanto a la cuestión interna de los países periféricos, lo que más reclaman los sectores de derecha es la “seguridad”. Sobre esto creemos que el Estado debe “poner orden” y garantizarlo pero sin demonizar al delincuente. Sin inhumanizar la represión del delito. Sin soltar los lobos, irresponsablemente. Una sociedad que entrega su destino a la policía termina siendo una sociedad policíaca. Insegura para todos, en la que todos somos delincuentes. Voy, sin embargo, a insistir. Todos queremos seguridad y un orden estable en el cual construir un país. Pero queremos “derechos humanos”, no mano dura, ni “tolerancia cero”. (¿Qué significa “tolerancia cero”? Se supone que si un orden instituido ataca el delito es porque ha decidido no tolerarlo. ¿Qué significa ese “cero”? ¿Hay tolerancia dos, uno y por fin cero? ¿Qué sería “tolerancia dos”? ¿Combatir al delito dos puntos menos? Si hemos decidido “no tolerar” la delincuencia, ¿por qué añadirle un “cero” a esa ya explícita intolerancia? Porque el cero es el número que más se identifica con la nada. Y la nada se identifica con la ausencia total de “algo”. Y si “algo” es el delincuente transformarlo en “nada” es borrarlo de la realidad. Matarlo. “Tolerancia cero” es un eufemismo. Significa “estamos dispuestos a matar”. “Hay orden de matar”. “Matar” es algo incluido como un elemento sustancial y definitorio de este esquema de represión. “No tolerar el delito”, dice una cosa. “Tolerancia cero”, otra. No tolerar el delito es la búsqueda de la recuperación social y humana del delincuente, la creación de establecimientos carcelarios dignos y el concepto éticamente fundante que postula la recuperabilidad de todo ser. Por “monstruoso” que haya sido lo que hizo. No hay, además, sociedad inocente de los “monstruos” que produce. (Sé, de todos modos, que es inútil este camino. Sólo convence a los ya convencidos.) “Tolerancia cero” es no sólo no tolerar el delito sino llevar a un plano subalterno la recuperabilidad del delincuente. El delincuente es un monstruo congénito y no merece tolerancia. Donde se lo encuentre se lo eliminará.
Sin embargo, éste –insisto– no es el camino. Es perder el tiempo. La sociedad argentina de hoy (como tantas otras veces) identifica la seguridad y el orden con la muerte. Convoca, pues, a los profesionales de ese oficio y les pide que actúen. Theodor Adorno –en un texto de 1967– decía que lo mejor para evitar la repetibilidad de Auschwitz era despertar el egoísmo de la gente. Escuche: cuando la persecución se desata no se detiene. Es insaciable. “Sencillamente, cualquier hombre que no pertenezca al grupo perseguidor puede ser una víctima” (Consignas. p. 94). Cuando a los lobos se les arrojan los lobos, ¿sólo matarán a los lobos? Y cuando los maten, ¿quién los detendrá? ¿Quién evitará que sigan matando, que los lobos se transformen en los nuevos lobos? ¿Habrá que buscar “otros” lobos y así interminablemente? (De Página12)