miércoles, 15 de mayo de 2013

Melciades Peña, el intelectual "aguafiestas"

HORACIO TARCUS CELEBRA EL PENSAMIENTO DE MILCIADES PEÑA

Tragedia del intelectual “aguafiestas”

El creador del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en la Argentina (Cedinci) sigue trabajando en la edición de la obra completa de este historiador marxista, “de una inteligencia luminosa”, según José Pablo Feinmann.

Por Silvina Friera
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“Reconozco méritos históricos en el kirchnerismo, pero no me siento parte de ese proyecto”, dice Tarcus.
El intelectual “aguafiestas” no deja mito en pie: desde el “espíritu democrático” de la Revolución de Mayo, el “progresismo rivadaviano”, hasta el carácter “revolucionario” del peronismo. “Las falsedades históricas seudomarxistas, seudonacionales, pesan como una lápida sobre la lucha por la transformación revolucionaria de la Argentina y América latina”, afirma Milcíades Peña en la breve introducción de su Historia del pueblo argentino (Emecé), edición definitiva en un único tomo (1500-1955) de “la más consistente interpretación integral de la historia argentina llevada a cabo desde una perspectiva marxista”, según subraya Horacio Tarcus en el estudio preliminar de esta obra. Definido por José Pablo Feinmann como un “hombre de una inteligencia luminosa”, Peña escribió el libro entre 1955 y 1957. Los mitos caen como fichas de dominó bajo el estilo incisivo de este historiador y sociólogo autodidacta, militante trotskista del Grupo Obrero Marxista (GOM) de Nahuel Moreno, que se distanció de esta organización cuando le exigió su “proletarización”, en 1952. Y que se suicidó, a los 32 años, en 1965. “Hay una suerte de destino trágico en la vida de Peña que es apasionante y dramático. Pero no sé si su propia posición trágica, si su tragedia personal, estimuló o facilitó que adoptara una visión trágica de la historia”, dice Tarcus a Página/12.
–Es como si Peña fuera un marxista trágico, algo que no es “normal”, ¿no?
–Es cierto, aunque el marxismo frankfurtiano es un marxismo sin proletariado revolucionario, donde el sujeto de la revolución está vacante. Peña piensa la historia argentina con un método materialista extremo, en el sentido de reducir los sujetos históricos a fuerzas sociales en pugna. La imposibilidad de Moreno, de Rivadavia, de Rosas, de Yrigoyen o de Perón de constituir una nación –en el sentido fuerte del término– es una dificultad que se plantea en las fuerzas sociales que los respaldan y que estas figuras representan. Los sucesivos fracasos de unitarios y federales, de liberales y nacionalistas, yrigoyenistas y conservadores, peronistas y antiperonistas, tienen que ver con la ausencia de una clase nacional que logre identificar sus propios intereses con los intereses de una nación moderna, y hegemonizar al conjunto del pueblo argentino detrás de su proyecto. Los momentos que aparecen como más acabados –para los liberales la Generación del ’80 o para el nacional-populismo el peronismo clásico del ’46– son proyectos nacionales frustrados para Peña: tienen la apariencia de un proyecto nacional, pero son limitados, excluyentes y viciados simétricamente. Peña se instala en la hipótesis de una futura resolución de la cuestión nacional atándola a lo que se llamaba emancipación nacional y social, o sea la articulación del proyecto nacional con el proyecto socialista. Pero no hay en el relato histórico de Peña un proletariado revolucionario; está como hipótesis porque está en la teoría marxista, pero aparece como una posibilidad histórica inscripta en un horizonte lejano. El proletariado peronista, para Peña, es un sujeto heterónomo. Y para que exista esa emancipación nacional y social es necesaria una clase que realice esta emancipación al mismo tiempo que conquista su propia autonomía. Y según Peña, el peronismo no representa ese momento. Al revés: representa un mayor enfeudamiento de la clase en la ideología burguesa.
–Hay que subrayar que Peña traza un balance sobre el peronismo que puede generar un profundo desacuerdo. “Sindicalización masiva e integral del proletariado fabril y de los trabajadores asalariados en general. Democratización de las relaciones obrero-patronales en los sitios de trabajo y en las tratativas ante el Estado. Treinta y tres por ciento de aumento en la participación de los asalariados en el ingreso nacional. A eso se redujo toda la ‘revolución peronista’...”, plantea Peña. ¿Qué opina usted de este balance? No es poco el 33 por ciento de aumento de la participación, por empezar a polemizar con Peña.
–Feinmann, que también manifestó su desacuerdo con este balance, contó que en sus cursos leyó precisamente ese párrafo. Si hoy por un dos o tres por ciento de discusión en el reparto del ingreso hay una reacción de la derecha tan virulenta, se preguntó: ¿es poco el 33 por ciento? No. Uno podría decir que es mucho, muchísimo, especialmente para los que nos tocó vivir la Argentina que Peña no conoció, porque él no llegó a vivir el golpe del ’66 ni la dictadura. Los que estamos plantados en el presente tenemos un respeto mayor hacia ciertas reformas y conquistas que entendemos que nunca son históricas, que siempre se pueden revertir. Pero para Peña esa democratización y esas mejoras económicas se hicieron al precio de la subordinación política. Peña llama revolución a otra cosa.
–¿Qué implica para Peña la palabra revolución?
–Peña reserva el término revolución al proceso de autonomización de una clase que lleva a cabo no un programa de reformas económicas que mejoran su salario, sino que cuestiona la forma salario. Desde el punto de vista de la revolución socialista, el peronismo puso al proletariado más lejos y no más cerca. Es interesante la lectura que hace Svampa de aquel tramo de la historia donde Peña dice que el peronismo es el gobierno del “como si”. A Svampa le interesa esa capacidad discursiva que tiene el peronismo de presentar como una revolución lo que en realidad es la puesta en juego de un programa de reformas importantes, pero que no es una revolución. De presentar como un proyecto nacional, proletario y popular, algo que en última instancia responde a intereses parciales muy concretos: el apoyo en los capitales ingleses, como lo plantea Peña, para frenar la penetración de los capitales yanquis en la Argentina. La visión de Peña es coherente en sí misma. No es un ingenuo que cree que el proletariado peronista está por hacer la revolución; reconoce la existencia de un proletariado que ha hecho un pacto de fidelidad con el peronismo, para decirlo metafóricamente, muy difícil de romper. Por más que adopte posturas combativas, para Peña no son lo mismo acciones combativas que proletariado autónomo aspirando a la revolución. ¿Y mientras tanto qué? Y mientras tanto, es la tragedia del intelectual que se encuentra con una realidad que no se encamina hacia esa revolución proletaria que resolvería el problema nacional y social.
–Figuras como Peña suelen ser incómodas porque no se dejan encasillar en ninguna corriente. Peña les pega al revisionismo, al liberalismo y es muy duro también con el marxismo.
–Esto explica el olvido, porque Peña no es recogido por ninguna corriente. Cada corriente instituye tradiciones o las inventa –como dice el historiador británico Hobsbawm–, pero nadie recoge la herencia de Peña o lo hemos hecho algunos intelectuales aislados, que tampoco estamos demasiado encasillados. Yo, que me defino como un intelectual de izquierda, reconozco una serie de méritos históricos en el kirchnerismo, pero no me siento parte de ese proyecto. Al mismo tiempo me siento parte de la izquierda, pero no me reconozco en las críticas de esa izquierda al kirchnerismo.
–¿Encuentra una corriente o un espacio para compartir con otros?
–No... espacios independientes como el sabbatellismo los ha devorado el kirchnerismo. Lo que cuestiono es quién les pidió que se integraran, cuando el kirchnerismo no les impuso que se disolvieran. Nos fuimos al diablo con Peña, pero habla de dónde estoy parado yo; por algo me busco en estos intelectuales descentrados como Silvio Frondizi, Peña o Antonio Gallo. Yo también estoy desencontrado con esa izquierda que en líneas generales plantea una crítica necia al kirchnerismo. Ni soy peronista ni me gusta esa cultura política, aunque puedo reconocer los méritos tanto del peronismo histórico como del kirchnerismo actual. Yo participé un tiempo del sabbatellismo, pero cuando vi que estaban totalmente embarcados como parte del proyecto kirchnerista me alejé sin escándalo. Cada uno tiene derecho a definirse como quiera, ¿no? Pero lamento eso que leo como una especie de “pecado original” de la izquierda comunista, que siente que se equivocó frente al peronismo y entonces a la primera oportunidad es más peronista que los propios peronistas. Yo escucho decir a los amigos kirchneristas cosas más lúcidas y críticas –o hablar de las dificultades que tiene el Gobierno por delante– que al sabbatellismo. La misión del intelectual es plantarse en el lugar incómodo. Cuando uno se instala como “vocero de” se convirtió en intelectual-funcionario.
Tarcus esboza una pausa, se calla durante unos segundos. “¿Volvemos a Peña?”, pregunta. El regreso –como se leerá– dura poco. “Peña dice que el problema de fondo es el compromiso que establece la clase obrera con el peronismo, que es muy difícil de deshacer porque se reconfigura una identidad. Los momentos de crisis en las lealtades políticas de las masas se dan cada muchas décadas. No hay cambios de lealtades cada cinco o diez años. Crisis como las del 2001 suceden en contadas ocasiones en la historia. Pero la izquierda vive en esa especie de estado febril, como si pudiera haber un diciembre del 2001 a la vuelta de la esquina. Cuando lo tuvo, lo perdió, lo de-saprovechó, lo asfixió –cuestiona el autor de El marxismo olvidado en la Argentina–. Y quien renace de sus propias cenizas y vuelve a construir hegemonía es el peronismo. Esto hay que reconocerlo, con lo bueno y lo malo. Quien mejor leyó la crisis política de 2001 fue Kirchner. Como Perón fue quien leyó lúcidamente la crisis del ‘43. Pero al mismo tiempo es necesario subrayar los límites del proyecto peronista, que implica plantarse en un lugar muy raro, excéntrico, en donde no sos ni un intelectual peronista ni un intelectual de la izquierda clásica antiperonista, para el que toda cosa buena que hace el kirchnerismo en realidad lo hace para perpetuarse en el poder.”
–Ante la nacionalización de YPF, que suscitó una amplia aprobación de diversos sectores políticos, una parte de esa izquierda clásica esgrimió que fue el peronismo-menemismo quien impulsó las privatizaciones en los ’90.
–Pero lo mismo plantean también con el tema de los derechos humanos. ¿Qué hacían los Kirchner en los ’90? Lo que importa es lo que están haciendo ahora. Esa crítica me parece mezquina, muestra lo peor que tiene la izquierda: el resentimiento de haber perdido. Y cuando el kirchnerismo toma medidas por las que la izquierda venía peleando hace mucho tiempo, dicen: “Lo hacen por oportunistas”. ¿Es imposible pensar una izquierda revolucionaria que luche por reformas? ¿El que está por la revolución está en contra de las reformas? No. La propia Rosa Luxemburgo, en Reforma o revolución –un texto que para mí es inactual–, empieza el libro con una clarividencia extraordinaria. Dice que los revolucionarios no estamos en contra de los proyectos de reforma, estamos en contra de creer que con una mera acumulación de reformas se va a subvertir el capitalismo y se va a llegar al socialismo. Yo adhiero a esta idea; no hay que renunciar a la aspiración de ir más allá del capitalismo. Creo que hay que pensar un proyecto de izquierda que exceda al kirchnerismo, pero sin instalarse en la lógica de que le vaya mal. Hay un deseo manifiesto que se ve tanto en (Elisa) Carrió como en (Jorge) Altamira. Quieren que les vaya mal y les da bronca si al kirchnerismo le va bien. Yo quiero que al kirchnerismo le vaya bien y que podamos construir una izquierda más allá del horizonte kirchnerista.
–¿Sería una disputa por izquierda al kirchnerismo, pidiéndole más?
–Claro, pero no mezquinamente. No se puede pedir más si no se reconoce lo que se hizo. Al kirchnerismo le vendría mejor acompañantes críticos que adulones, ¿no? A mí me interesa el intelectual “aguafiestas” –que plantea problemas, obliga a pensar y genera debates–, no el intelectual celebratorio. Peña logra pensar la Argentina con tanta lucidez porque no está comprometido ni con el peronismo ni con la izquierda. El no escribe a pedido de nadie. Su historia no cierra con ninguna invitación a afiliarte a nada. No hay síntesis, no hay solución. Pero al mismo tiempo no es una historia que desanima, sino que te deja una inquietud. Eso es lo que me interesa del legado de Peña, ese acicate y esa duda metódica que él emplea en forma sistemática y que se la transmite al lector.

jueves, 9 de mayo de 2013

Arthur Rimbaud en Java

El llamado de lo salvaje

Por Mariana Enriquez
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No hay muchos misterios que puedan compararse al de la vida de Rimbaud; no hay muchas vidas que puedan compararse a la de Rimbaud. Vivió muchas vidas, además; pero el acto radical, desgarrado, de abandonar la literatura a los 20 años, después de publicar uno de los libros más importantes de la historia de la literatura, Una temporada en el infierno, dejarlo todo cuando otros recién empiezan a encontrar su voz, siendo dueño no sólo de una voz sino de quizás el genio más indiscutible de la poesía francesa, es una decisión que interpela casi de manera insoportable y un enigma imposible de resolver, sobre todo porque Rimbaud jamás explicó esta decisión.
Rimbaud dejó de escribir y empezó a viajar. Primero por Europa, finalmente en el gran viaje de su vida –donde encontraría su trabajo y un nuevo cotidiano, duro y sacrificado, pero rutinario al fin– en el Cuerno de Africa, donde comerció armas, cueros, café, marfil. Ni una palabra escrita durante esta época, salvo las cartas a su familia, amigos y socios. Ni siquiera llevó diario. Sin embargo, los biógrafos y especialistas en Rimbaud han logrado reconstruir con bastante detalle su vida en Africa, con las cartas, por supuesto, pero también con testimonios de quienes lo conocieron y algún material documental. Rimbaud en Africa sigue siendo un misterio en otro sentido, en el de siempre: por qué el poeta genio eligió esta vida y de un modo tan definitivo. Pero los pormenores materiales están lejos de ser opacos.
Hay otro viaje más breve, muy significativo y que en la mayoría de las biografías de Rimbaud, incluso las muy detalladas y extensas, suele ocupar renglones. Es el que hizo a Java, Indonesia, en 1876. De ese viaje se ocupa Rimbaud en Java, el delicioso libro del novelista, crítico y ensayista Jamie James (crítico de arte y cultura de The Wall Street Journal desde hace 25 años, ex crítico de The New Yorker, puesto al que renunció para mudarse a Bali, Indonesia, donde vive hoy). Mezcla de ensayo, crónica de viajes y breve biografía, Rimbaud en Java describe su objeto en las primeras páginas: “En 1873, tras el desastroso final de su enloquecida aventura amorosa con un hombre mayor que él, el poeta Paul Verlaine, Rimbaud se embarcó en un agitado período de viajes por el extranjero, que alcanzó su punto geográfico más distante en la isla de Java. En mayo de 1876 se enlistó como mercenario en el ejército colonial holandés y viajó en barco hasta las Indias Orientales. Poco después de arribar a su guarnición en la zona central de Java desertó y se esfumó en la jungla. Desde ese momento hasta que reapareció en Francia, a finales de aquel año, no se sabe nada de su paradero. Este libro es un estudio sobre el viaje de Rimbaud a Java. Lo he denominado su ‘viaje perdido’ porque sabemos menos de él que de cualquier otro pasaje de su vida. Desde los quince años, Rimbaud fue un frecuente escritor de cartas. Su correspondencia abarca cientos de páginas de sus obras completas, pero de 1876 no sobrevive siquiera una misiva... Fuera de un puñado de lacónicos, opacos documentos oficiales relativos a su enlistamiento y deserción, el viaje a Java representa un vacío”.
Rimbaud en Java no promete lo que no puede cumplir. Desde el principio, James admite que no hay en estas páginas revelaciones con las que llenar ese vacío. Lo que sí hay es una reconstrucción de la época, su espíritu y el tránsito de Rimbaud por ahí, contada con gracia, inteligencia y una erudición amplia, pero nunca arrogante. La primera parte del libro, “Viaje a Java”, es una narración basada en los hechos de la aventura javanesa, con descripciones de los lugares y costumbres basadas en informes de otros cronistas y escritores extranjeros en los mismos sitios. La segunda parte especula, con fundamentos, sobre la laguna que representa la huida de Rimbaud como fugitivo militar a través de Java. Y la tercera plantea un ángulo muy poco visitado en los textos sobre Rimbaud: lo que Oriente pudo haber representado para el poeta, teniendo en cuenta el inescapable auge del orientalismo en la Francia del siglo XVIII, al que Rimbaud no era ajeno.
Rimbaud hecho graffiti hoy en día y dibujado por Verlaine, 1872
Hay mucho de trabajo detectivesco en este pequeño libro. Se detiene en pequeños enigmas, como el de la palabra “baou” del poema “Dévotion” de Iluminaciones (Baou –la hierba de estío zumbadora y apestosa–. Por la fiebre de las madres y los niños), repasa la controversia que ha desatado el vocablo entre los académicos (no es una palabra francesa, ¿qué significa, de dónde la sacó?) y se pregunta si no la habrá escuchado en Indonesia, aunque después parece descartar su propia hipótesis. Reconstruye el camino de Rimbaud con gran dedicación, desde su estancia en el monasterio medieval de Harderwijk antes de partir a Java —una ciudad conocida como “la cloaca de Europa”– hasta la llegada a Batavia, los hábitos de los soldados allí y en el siguiente puesto, Semarang, el campamento de Salatiga (“ubicado en las suaves laderas de un volcán inactivo, el Merbabu, quedaban ocho kilómetros, una abrasadora marcha de dos horas bajo el sol del mediodía”) y la placa de mármol que homenajea a Rimbaud ahí, en uno de los ex bungalows para oficiales, que es hoy parte de las oficinas del intendente. Fue colocada en 1997 por el embajador francés, Thierry de Beucé. Lleva como inscripción el familiar verso de “Democracia”: “Aux pays poivrés et détrempés” (“En los países picantes de pimienta y empapados”). Y finalmente la deserción dos semanas después de llegado a Salatiga, de la que poco y nada se sabe. “Se propusieron muchas teorías sobre sus movimientos en Java. La más fantasiosa es el relato de Paterne Berrichon –cuñado, hermano de Isabelle– de un Rimbaud que deambula por un paisaje similar a los del aduanero Rousseau... en compañía de orangutanes.” James especula sobre si visitó fumaderos de opio en la Java rural y se vale de descripciones tomadas de libros como la novela El enemigo del opio (1888) de M.T.H. Perelaer. Y, de manera apasionada, se mete en esos callejones sin salida que son lugar común para los rimbaudianos: cómo fue el viaje de vuelta a Francia desde Java. Según su amigo Delahaye, había regresado a Charleville el 9 de diciembre de 1876. Según Isabelle, el 31. Enid Starkie, su biógrafa inglesa –indiscutiblemente, la rimbaudiana más destacada–, llegó hasta límites increíbles para encontrar barcos que cumplieran con las fechas y lo trajeran a casa a tiempo. Jamie James hace constar cada teoría, aporta la propia, se obsesiona. Su fascinación con Rimbaud es vasta y data de sus años universitarios. Dice, en charla con Radar: “En mi college en Massachusetts, pasaba más tiempo leyendo y escribiendo poesía que cumpliendo con las lecturas de la cursada. Me atraía particularmente la poesía de la Escuela de Nueva York, Frank O’Hara y John Ashbery. Era 1970 y muchos de nosotros experimentábamos con drogas psicodélicas y el rock underground nos proveía la banda de sonido. En mi segundo día de college alguien tenía una copia de la traducción de Iluminaciones de Louise Varèse con las Cartas del vidente que se pasaba de mano en mano. Cuando lo agarré y leí ‘Después del diluvio’ por primera vez, pensé que era más extraño y hermoso y misterioso que cualquier tema de The Doors o The Velvet Underground. Yo tenía la misma edad que el poeta cuando dejó de escribir y era un aspirante a escritor yo mismo; confronté por primera vez su impactante decisión de decirle adiós a todo eso. He leído ‘Después del diluvio’ cientos de veces desde entonces y sigue siendo un misterio para mí”.
El camino del vidente Rimbaud en Java, cuenta James, iba a ser originalmente una novela. Pero no funcionó. Dice: “Después de trabajar inútilmente por medio año con los pobremente organizados fragmentos de Rimbaud en Java, la novela, me senté y escribí la primera página de este libro y todas las otras siguieron rápidamente. Fue muy revisado, en un momento era el doble de largo. Pero nunca tuve dudas sobre lo que quería hacer. Desprecio la biografía ficcionalizada o la ficción biográfica, particularmente las de artistas y más particularmente las de escritores. El problema es siempre que el talento, la sutileza, la profundidad de pensamiento y la belleza de expresión del sujeto del libro excede por tanto la del autor, a veces hasta un grado ridículo. Una vez leí veinte páginas de una historia de detectives con James Joyce como el investigador, que lo tenía metiendo la nariz por ahí y preguntando como Miss Marple. Era absurdo”. No renunció, sin embargo, a hacer su peregrinación Rimbaud, poco después de mudarse él mismo al sudeste de Asia: “No pude hacer mucho más que seguir los pasos conocidos del Maestro hasta el punto en que se esfumó. Las únicas paradas fijas del itinerario fueron los puertos de Yakarta y Semarang, la estación de tren de Tuntang y la ciudad de Salatiga”.
Cuando empezó esta “peregrinación”, ¿esperó encontrar algo nuevo, alguna sorpresa, algo como la fotografía de Rimbaud adulto que apareció sorpresivamente en 2010? ¿O estaba convencido de que la opacidad de ese viaje era definitiva? –No esperaba encontrar nada. Como fugitivo de la Justicia, él mantuvo el perfil más bajo posible. Y además ha pasado demasiado tiempo: todo se pudre aquí, hasta las piedras. No hay un “recorrido turístico”, no hay nada que ver que pueda ser definitivamente asociado con Rimbaud, excepto por la placa de mármol en la oficina del intendente en Salatiga. ¡Es un viaje demasiado largo para ir a ver una placa de mármol! Hace algunos años, un diario en Yakarta entrevistó a la esposa del intendente de Salatiga, que propuso establecer una ruta turística. Ella asegura que la casa con la placa de mármol había sido la residencia de Rimbaud cuando estuvo en Salatiga. La llamé y le pregunté cómo sabía que ésta había sido la casa de Rimbaud. Me respondió: “Porque la placa está ahí, en esa casa”. Típica lógica tropical.
¿Cuánto cree o de qué manera impactó la Java colonial en Rimbaud? ¿Por qué no escribió sobre esa experiencia? Algunos aventuran que ciertos poemas de Iluminaciones se escribieron después de este viaje. Usted no parece estar de acuerdo con esta hipótesis. –La probabilidad es muy alta de que Rimbaud haya dejado de escribir creativamente antes de su viaje a Java. La conjetura de mi novela fallida fue que experimentar la vida en los trópicos, donde la imaginación y la realidad se funden continuamente, finalizó su proceso de abandono. No solamente dejó de escribir, ¡dejó de leer literatura! Java fue su primera inmersión en el islam, lo que le dio la oportunidad de experimentar la vida en un lugar donde la ley de la religión, incluso aunque era heterodoxa y enraizada en antiguas leyendas, era la única constante.
Según cómputos de los especialistas, Rimbaud pasó veintiuno de treinta y seis meses entre 1875 y 1877 en un barco o viajando por tierra, visitó trece países y recorrió más de 50 mil kilómetros. Esta errancia, esta inquietud, ha desvelado a los biógrafos, todos tienen una teoría. Usted parece des-romantizarla, sin embargo, cuando afirma que, en gran parte, se debía a que era prófugo de la Justicia. –Es una de las posibilidades: puede ser cierta, usualmente es todo lo que uno puede decir sobre la vida y el trabajo de Rimbaud. No hay que exagerar los riesgos. Si lo hubieran atrapado en su huida a través de Java, difícilmente lo habrían puesto frente a un pelotón de fusilamiento; pero era un desertor del ejército holandés y no había cumplido su deber legal como ciudadano francés sirviendo al ejército de su propio país. La mejor explicación puede encontrarse en su escritura, cuando dice en Una temporada en el infierno: “Mi jornada está hecha; dejo Europa. El aire marino quemará mis pulmones; los climas perdidos me curtirán”. Pionero en todo lo que hizo, Rimbaud estableció el patrón para Gauguin y otros artistas europeos hacia el fin de la era colonial que escaparon de los lujos de la tecnología y la riqueza en búsqueda de una vida más simple.
Una de las muchas ilustraciones de Ernest Delahaye, amigo íntimo de Rimbaud, que solía dibujarlo como un viajero incansable en su correspondencia.
Vivir su vida Uno de los primeros biógrafos de Rimbaud es Paterne Berrichon, cuñado del poeta, que ofrece en La vie de Jean-Arthur Rimbaud (1897) una visión de Rimbaud en Java como fugitivo en la selva donde es casi un Tarzán. ¿Cree que Isabelle le contó estas historias, que Rimbaud le mintió a su hermana? –“Mentir” es una palabra demasiado poderosa. Creo que está más cerca de la común hipocresía que surge de la piedad religiosa. Isabelle dejó afuera partes que, creía, iban a dañar la reputación de la familia, es decir, todo lo importante. Y Berrichon dejó que su imaginación llenara los vacíos, como cuando dice que el joven Rimbaud había sido protegido en la selva por amables orangutanes, animales que se habían extinguido en Java hacía más de 200 años. Era una típica biografía de la época. El propósito no era decir la verdad sino influenciar la opinión pública, propaganda familiar.
Como especialista, ¿cuál es su opinión de la biografía clásica de Enid Starkie? ¿Y de la más reciente, la del escritor Edmund White? –Para mi generación, el descubrimiento de Rimbaud dependió tanto de la biografía de Starkie como de la propia poesía. Ella sola creó un campo de estudios modernos sobre Rimbaud. Un puñado de académicos había empezado a estudiar aspectos de su vida basados en rigurosos standards modernos; D.A. De Graaf y Vernon Underwood, por ejemplo, habían empezado la búsqueda de un itinerario confiable de su viaje a Java, por ejemplo. Pero antes de Starkie el estado de la biografía rimbaudiana era mayormente hagiografía edulcorada, la alabanza al angelical niño genio. Sobre todo, Starkie es una enorme narradora. Se equivocó en muchas cosas, particularmente acerca de los años africanos, que retrata como un patético fracaso. Es cierto que estuvo solo y enfermo mucho tiempo ahí, pero también fue un explorador y comerciante exitoso. No obstante, tomado como un relato integral de su vida, su historia de Rimbaud no tiene rival. El libro de Edmund White es breve y muy útil para muchos lectores que se asustan ante la mera visión de 500 páginas. Está escrito bellamente, por supuesto, y su lectura de los poemas siempre es perspicaz y bien enfocada.
En Rimbaud en Java, usted usa sus propias traducciones de poemas de Rimbaud cuando necesita citarlos. ¿Por qué decidió no usar otras traducciones canónicas? ¿Qué decisiones tomó? –Mi principal motivo fue sencillamente ofrecer textos buenos y claros para ilustrar mis ideas sobre los trabajos citados. Con los poemas en prosa hay menos problemas, los más básicos, como la fidelidad al texto y la satisfacción de los requirimientos de la buena prosa en inglés. No me propuse hacer sutiles traducciones literarias. Sencillamente no estaba satisfecho con las traducciones de las que disponemos en inglés. Mi principal objeción a las traducciones existentes –incluida la tan elogiada nueva versión de Iluminaciones de John Ashbery– es que cuando se alejan del significado literal del francés, le dicen al lector más cosas acerca del traductor que acerca de Rimbaud. Traducir versos presenta una cantidad de diferentes problemas y no me hago ilusiones de haber triunfado sobre los notables traductores que me preceden. Simplemente ignoré las demandas de la versificación para poner un texto lúdico a consideración de los lectores, difícilmente una solución, pero el problema es insoluble.
¿Por qué es tan fascinante que Rimbaud haya abandonado la poesía? Son incontables los textos que, sea reconstruyendo los viajes, sea analizando los textos, intentan llegar al corazón de este enigma. –Su abandono de la poesía es uno de los misterios sagrados de la literatura. Es simplemente incomprensible, particularmente para los escritores, que alguien pudiera haber desechado semejante don. Nunca escuché una explicación satisfactoria. Indudablemente Rimbaud estaba disgustado con el ambiente peleador de la vida literaria en París y harto de su retorcida relación con Verlaine; pero incluso a los veinte años, cuando casi seguramente había dejado de escribir, le dio una copia de Una temporada en el infierno a un nuevo amigo que había conocido en Italia. Todos los escritores aman su trabajo, no importa cuán insatisfechos estén con él. Algunos lo aman secretamente, otros abiertamente, pero Rimbaud realmente parece haberles dado la espalda. Y nunca se arrepintió.
Hay algo de detective en los intentos de resolución del rompecabezas Rimbaud. –El enigma de la vida de Rimbaud está en el corazón de su poesía: la lucha sin fin por identificar algo que sea verdadero. Las apariencias toman la solidez de los hechos, mientras que los hechos son siempre engañosos. “Los Reinos de la Experiencia se pudren en el viento precioso”, dice Bob Dylan en “Gates of Eden”. “El príncipe y la princesa discuten lo que es real y lo que no”, pero eso no importa dentro de las puertas del Edén

martes, 7 de mayo de 2013

Dirigentes, decencia y wines (Dante Panzeri)

La pelota no se mancha

Si hay un mito periodístico en el deporte argentino, ése es Dante Panzeri. Admirado por sus pares y por los mejores que lo sucedieron, conflictivo en las redacciones por sus principios (su renuncia a la dirección de El Gráfico es memorable), denunciante del negocio y los dirigentes, enemigo del boxeo (golpea el cerebro, decía), el automovilismo (una actividad industrial, decía) y las entrevistas a los deportistas (no tienen nada que decir, decía), defensor de los jugadores y enfrentado al mito de los DT (cualquiera es DT, decía), autor de dos libros cruciales (Fútbol, dinámica de lo impensado y Burguesía y gangsterismo en el deporte), fue un pionero en proponer una manera de pensar el fútbol por encima de los resultados. Por supuesto, no ganó fortunas y murió poco antes del Mundial ’78, al que tanto se opuso en solitario. La inesperada y bienvenida edición de lo mejor de sus notas en Dirigentes, decencia y wines (“al fútbol de hoy le faltan tres cosas: dirigentes, decencia y wines”, decía) les da la oportunidad a muchos de descubrir al hombre que proponía pensar y disfrutar del deporte sin versos ni negociados.

Por Angel Berlanga
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A 35 años de su muerte, Dante Panzeri es mucho más una leyenda del periodismo deportivo que un autor leído, vivo a partir de la lectura de sus textos. Una leyenda que habla de un tipo insobornable, comprometido a fondo con su trabajo, que excede por lejos el deporte, implacable en sus opiniones: el mejor en lo suyo, dice la leyenda. Su libro clásico, Fútbol, dinámica de lo impensado, es mucho más citado a la bartola, para lucrar con su aura, que leído: fue publicado por primera vez en 1967, se reeditó el año pasado. Publicó, en vida, otro: Burguesía y gangsterismo en el deporte. Y ya. Por eso, el volumen que acaba de armar Matías Bauso, Dirigentes, decencia y wines, con una recopilación de textos de Panzeri, un centenar de artículos, guiones para televisión, alguna nota inédita, trascripciones radiales y hasta un “diccionario panzeriano”, viene a reponer la esencia que le dio cuerpo al mito: su producción periodística a lo largo de cuarenta años.
Una selección, claro: cuenta Bauso que leyó unos cinco mil artículos. En los ’60, después de renunciar a la dirección de El Gráfico, Panzeri llegó a escribir entre ocho y diez textos por semana para Así, El Día, Crónica y otros medios, a la vez que trabajaba en radio y televisión. Su salida de El Gráfico en 1962, tras diecisiete años en la redacción y tres como director, es de película: en medio del cierre de la cobertura de un River-Boca, Constancio Vigil –hijo del dueño de entonces– le indicó que tenía que publicar en un lugar destacado las opiniones del ministro de Economía, Alvaro Alsogaray, que confesaba que no solía ir a la cancha, que esta vez había aceptado la invitación de la revista y que “el entusiasmo desbordante” le “significó un índice de verdadero valor”. Panzeri no aceptó esa propaganda política en medio de sus páginas, junto a su texto, y se fue.
En un autorreportaje que publicó en 1973, en Satiricón, escribió: “El único que sabe algo de lo que ocurre en una puja deportiva es el que juega, el que interviene en ella. Los demás somos todos chamuyetas, simples espectadores que documentamos recuerdos de cosas que jamás podrán repetirse”. Una década atrás, en El Día de La Plata, mientras elogiaba a Rojitas (aquel centrodelantero de Boca “formado en la Universidad del Instinto”), decía: “Yo no participo de la comodidad del periodismo sin opinión que por allí suelen creer lo ideal del periodismo”. Vaya manera de opinar: parece incapaz de resignar la fidelidad a su opinión, a sus conclusiones, como para acomodarse. En los textos se lo percibe antiperonista, pero no le va a hacer el caldo gordo a Alsogaray, y también se reúne con el almirante Lacoste para tratar de convencerlo de que el Mundial ’78 sería contraproducente para el país. En su último trabajo, como jefe de deportes de La Prensa, duró cien días. “A esa altura ya estaba enfermo de cáncer y los Gainza Paz se habían dado cuenta de que habían cometido un grave error –dice Bauso–. No publicaba notas de boxeo ni de automovilismo, por principio. La gente compraba el diario y no salían las formaciones de los equipos que iban a jugar a la noche. ‘¿Y yo cómo sé cómo van a formar? –argumentaba Panzeri–. ¿Cómo voy a poner que van a jugar a estos 11, si nunca terminan jugando esos 11? Los demás diarios que mientan, nosotros no les mentimos’.”
Murió el 14 de abril de 1978, antes de ese Mundial que le parecía un despropósito. Anota Bauso: “Pocos acudieron al sepelio. Del fútbol apenas Peucelle, Pedernera, Duchini y alguno más. Unos escasos colegas y su familia. Amigos de otros ámbitos. Y casi nadie más. No es extraño. Los fastos oficiales, las necrológicas laudatorias y las multitudes son para los muertos consagrados e inofensivos. Panzeri murió como debía: sin apoyos, relegado, sumido en la oscuridad y la incomprensión. Uno de los precios por no ceder, por ser fiel a sí mismo hasta el final”.

EL PRECURSOR DEL BARCELONA

A Panzeri le gustaba el fútbol inteligente, vistoso, bello y efectivo. Le gustaba es decir poco: fue a fondo en la defensa de esa idea. Por eso, nunca paró de criticar a quienes en pos del resultado sacrificaron alguno de aquellos elementos, más allá de campeonatos conseguidos. Al Estudiantes de Zubeldía, con Bilardo como insignia del juego sucio, el alfiler para pinchar al contrario, lo criticó sin tregua, y eso desde las páginas del diario El Día de La Plata. También criticó al equipo de José, aquel legendario Racing campeón. Consideraba una chantada el protagonismo de los directores técnicos, abominaba de los cursos y del apoyo psicológico, creía que la gran mayoría de los dirigentes usaban al fútbol como trampolín hacia la política. Creía, también, que “el negocio” arruinaría la esencia del juego. Propone –al final de su Dinámica– cambiar el sistema de puntuación, incrementar el número de futbolistas jóvenes y “disminuir el dinero en juego”: está claro qué prosperó y qué no. “Al fútbol profesional se lo puede salvar desalentando su materialismo –escribió–. Cambiar este fútbol exige destruir. Destruir lo que se está construyendo. Para poder entonces construir.” En un programa de propuestas que armó planteaba que los partidos no se televisaran, que hubiera topes en los sueldos y límite de profesionales por equipo, y que no se pudieran transferir jugadores al exterior hasta que cumplieran 28 años. El panorama de hoy lo espantaría, se sospecha. “Sí: si el tipo viera que en un partido de fútbol le dedican cien planos a Caruso Lombardi, se moriría –dice Bauso–. Ve Fútbol para todos y se muere, también, porque la utilización estatal del deporte a él lo enfermaba. Lo mismo al ver a los jugadores saliendo más en Gente que en El Gráfico. Ni hablar de los dirigentes. Le hubiera gustado, en cambio, ver a 15 o 20 periodistas deportivos que tienen muy buen nivel.”
Dirigentes, decencia y wines. Dante Panzeri Edición a cargo de Matías Bauso Sudamericana 544 páginas
Y el Barcelona actual, ¿no encarna algunas de sus ideas centrales? “Es un equipo que le encantaría, porque es exactamente todo lo que él predijo que podía llegar a suceder –dice Bauso–. Jugar sin 9 de área, salir para generar espacios adelante, tocar, tener la pelota hasta que aparezca el espacio, ser vertical, que la mejor defensa sea la posesión de la pelota, la presión inmediata sobre el rival. El dice que eso lo hizo La máquina de River, Millonarios –aquel ballet azul que comandaba Pedernera–, el Santos de Pelé. Le decían que su idea de fútbol ya era absolutamente impracticable: cuarenta y cinco años después, el Barcelona es la mejor refutación.” Aunque no haya puntos de contacto en la híper profesionalización, el rol como técnico de Guardiola y la formación en La Masía, Bauso destaca dos coincidencias más entre el ideario de Panzeri y este Barça: “Honestidad y convicción –dice–. Este equipo y él comparten eso. Y eso es algo diferencial en Panzeri: no soporta reprocharse nada. En el libro publicó la transcripción de una intervención de él en un noticiero de Canal 11: la noche anterior se había burlado de la dicción de un presidente de la AFA. Se disculpa y le dice que le haga juicio, porque más allá del pedido de perdón, él ya no se limpiaba por haber hecho eso. Que podía criticarlo y denunciarlo como funcionario, pero que de ninguna manera se podía burlar del defecto de una persona”.
“El aporte fundamental de Panzeri fue crear la ‘Teoría Política del jugador’ –escribe Bauso–. La dinámica de lo impensado constituye la idea crítica más célebre del fútbol argentino. No sólo es célebre sino una de las únicas. Fue un gesto inédito y bastante audaz elaborar una teoría del modo de ver (o jugar) el fútbol. Se instala en el momento más inoportuno, cuando Helenio Herrera, Juan Carlos Lorenzo u Osvaldo Zubeldía cautivaban al público con discursos elaborados y pícaros e instalaban una cultura del trabajo. Parafraseando una célebre frase de un genio de otro arte, se podría afirmar que la disposición táctica es una cuestión moral. Eso es lo que parece sostener Panzeri a lo largo de toda su obra crítica. Siguiendo la política del jugador, quien decide, quien soluciona los inconvenientes o crea dentro del campo de juego siempre es el jugador, el único que puede determinar lo que sucederá.” “Uno puede pensar, como falla en su teoría, que Guardiola y Tito Vilanova son muy importantes –dice Bauso–. Digo: alguien los tiene que ir guiando. Porque el jugador de fútbol es distinto, su ritmo de vida es otro. Es lo que dice Bielsa: son millonarios precoces. Y es difícil que un tipo siga matándose en los entrenamientos, con todas la privaciones que ha tenido. Los futbolistas sudamericanos son tipos que vienen de la miseria, algo que, decía Panzeri, era indispensable para ser buen jugador.”

SI SOS BUENO, SOS BUENO, Y SI NO...

Es formidable la tarea de rescate que hace Bauso en Dirigencia, decencia y wines. Fue un año y medio de trabajo, que incluyó recorridas por hemerotecas, colecciones y, sobre todo, la inmersión en el Archivo Panzeri, que está en el Club Quilmes de Mar del Plata y casi no recibe visitas. Algunas de sus carátulas: Política y deporte; Estupideces; Delitos; Economía y finanzas del deporte; Salvajismo deportivo; Anecdotario; Estadísticas; Táctica y técnica del fútbol; Boxeo; Deporte y violencia; Guiones radiales; Renato Cesarini; Alberto J. Armando; Cuentos del tío; Camelos y ruidos; Declamación y dialéctica. El rescate de textos, que abarca entre 1951 y 1976, da cuenta de una escritura contundente, en la que abunda el humor, los nombres propios de los enfocados en sus críticas a veces despiadadas, y sus consideraciones, sin medias tintas ni paternalismos. Ante un partido, un jugador, un fenómeno o una circunstancia, quería que quedara clara su opinión: le parecía una estafa que el lector no encontrara la opinión del autor en el periodismo. “La idea fue que quedara algo que representara todo el espectro Panzeri, todas sus inquietudes, y para eso fue necesario que el libro fuera grande”, dice Bauso. Tras un ensayo inicial que enfoca vida, obra e ideario, este escritor y abogado organizó el libro en un puñado de capítulos temáticos: Visiones del fútbol, Mundiales, Boxeo, Periodismo, Los otros deportes, El Gráfico, Panzeri por Panzeri, Arbitros, Mundial ’78, Intercambio con lectores, Crítico de espectáculos. En este último ítem destroza Woodstock y a Isabel Sarli y ensalza a Bergman y a Astor Piazzolla, a quien ve como “un representante de la guerra entre mediocridad y lucidez”. El volumen incluye una entrevista a Fangio, crónicas de partidos, presentaciones en radio y televisión, elogios a la higiene del rugby, la reivindicación de los jugadores singulares (atorrantes, locos), glosarios de vocabularios futboleros y de avivadas picarescas, reivindicaciones a Fioravanti y a Amalfitani, respuestas a cartas de lectores, intimidades como jefe de Deportes. “Siempre me pareció que Panzeri era mucho más ‘el periodista’ que el autor de los libros suyos que circulan –dice Bauso–. El llegó a ser lo que fue por su trabajo cotidiano, y no tanto por esos libros, donde está más aplacado. La idea fue buscar al verdadero Panzeri, y eso implicó un desafío: ¿estará a la altura del mito? Y algo más: ver si se podía armar un buen libro suyo hoy, que esté a la altura.”
“Hay algo increíble: nunca se contradice, no se traiciona ni una vez –asevera Bauso–. Puede pasar que cambie de opinión, como le pasó con Artime: al principio decía que no sabía jugar, pero terminó reconociendo que estaba equivocado y que era muy productivo en sus equipos. Era un tipo de tremendas convicciones, y eso le hizo perder muchos amigos por el camino, porque cuando tenía que decir algo era más fuerte que él. Se peleó con Pepe Peña, con el que hacía un programa de radio en los ’50, y también con Pedernera, porque mientras dirigía a Gimnasia lo criticó, en esa postura que tenía de decir que el de técnico no era un trabajo digno. Recién se amigaron al final, cuando Panzeri estaba enfermo.” Algunos tipos le cayeron mal de arranque: José María Muñoz y su ampulosidad patriotera, sus latiguillos como relator que no significan nada, o Juan Carlos Lorenzo y sus “innovaciones europeas” para la Selección, a su cargo en los mundiales de 1962 y 1966. “En un partido en el de Chile llegó a darles papelitos a los jugadores, para que recordaran qué tenían que hacer –rememora Bauso–. Eso lo divertía a Panzeri, y siempre lo recordaba. En algún momento Lorenzo lo desafió a que fuera técnico él: le dijo que sí. ‘¿Cómo no voy a poder ser yo técnico’, si Lorenzo dirigió dos mundiales? Si dirigió Lorenzo, cualquier puede ser técnico.’ Para Panzeri el fútbol era bastante más sencillo: si sos bueno, sos bueno, y si no... Sin despreciar la organización y la solidaridad necesaria. Pero él creía que lo fundamental en el deporte era la inteligencia corporal, que no necesariamente se percibía en la vida diaria. Por eso detestaba hacer reportajes a deportistas: salvo casos excepcionales, creía que no tenían nada para decir. Cuando va a cubrir el Mundial a Chile se niega a hacer entrevistas: están todos los grandes jugadores y técnicos ahí, y él no hace ningún reportaje. Eso va acelerando su salida de El Gráfico, también, porque va a contramano de lo que el periodismo está empezando a hacer, de lo que el público reclama.”
Algunas respuestas de Panzeri a los lectores son memorables: ante uno de El Gráfico que amenaza con dejar de comprarla, anuncia: “Lo perdimos a Cafarella”; a otro, que lo acusa de resentido social, le da la razón. Denostaba al boxeo, porque creía que “mata e idiotiza por su naturaleza misma, por su regular obligación de golpear el cerebro humano”, y siempre lo raleó de las páginas que tuvo a cargo. Bauso opina que las mejores notas que escribió Panzeri son las de El Gráfico y las de La Opinión, donde escribió entre 1974 y 1976. A esa altura, sin embargo, su estrella empezaba a declinar: cada vez era más incómodo. Todavía iba a escribir en Satiricón e iba a durar ese poco en La Prensa. No alcanzó a empezar dos trabajos que tenía en perspectiva: para La Semana cubriendo el Mundial ’78, y en la inminente Humor. Escribe Bauso, al comienzo del libro que armó: “Dante Panzeri era un cabrón. Tenía carácter complicado. Era, también, entre otras cosas, testarudo, implacable, rígido, algo dogmático, obsesivo y difícil de llevar. Desde su salida de El Gráfico duró poco en la mayoría de sus trabajos. Su estilo literario es enrevesado y barroco. Es repetitivo. Sus obsesiones se parecían a manías. Poco veía del costado épico del deporte. Sus inclinaciones políticas lo alejaron siempre de lo popular. Era impiadoso con sus enemigos, los atacaba sin permitir tregua alguna. (...) Sus posturas muchas veces se excedieron en conservadurismo. Su crítica peca de impiadosa, pocas veces posaba una mirada cariñosa sobre el personaje inspeccionado. Aliviados ya de la carga, alejadas las sospechas del panegírico o de la hagiografía, podemos adentrarnos en la historia de Dante Panzeri, el periodista deportivo más importante de todos los tiempos”.
“La gente que hace vida pública cae en el frecuente error de suponer que su meta en la vida es la de pasar a la historia escribió Panzeri en aquel autorreportaje de Satiricón. El mayor servicio que en vida el hombre puede prestar es poniendo limpieza en la casa que ocupe mientras viva. Y no ocupando una página en algún libro luego de morir. De eso se encargarán otros que deciden si vivió para utilidad de los demás, o si sirve para ser usado como instrumento para con los demás. Pero nunca es el mismo hombre, consigo mismo, el que decide para qué sirvió lo que hizo.”

El que incomoda

Por Norberto “Ruso” Verea
Panzeri es una de las últimas etapas de ese periodismo que nacía pura y exclusivamente de la vocación: no se llegaba al oficio para conseguir un vínculo con la fama. Representó, para mí, al periodista que venía formado e incluía dentro suyo todo aquello que la Argentina entregó en el tiempo que vivió, desde Leopoldo Marechal hasta Borges, pasando por Bustos Domecq y Roberto Arlt, el que no perdió de vista nunca que un periodista no puede ser parte del negocio, y que había que hacerle entender a la gente que lo peor que le podía pasar al fútbol era que fuera manejado por el negocio.
Mientras dirigió El Gráfico, la revista se vendió mucho menos: muestra fehaciente de lo que somos nosotros, como receptores. Hay distintas responsabilidades en esto, mayores y menores; empezamos por los dirigentes, los entrenadores, los periodistas que tenemos. Pero también hay que hacerse cargo como receptores. Porque si hay algo que Panzeri hacía era incomodarte. En esos lugares es donde yo siento al periodismo: al percibirlo, me tiene que incomodar. Si no me incomoda es complaciente, y si es complaciente no me sirve. Se dijo que para la época fue cruel, y entonces empezaron a guerrearlo, a alejarlo de los lugares de privilegio en los que tendría que haber estado. En sus últimos años estaba bastante alejado de los medios masivos.
Sigue sonando fuerte porque todo fue a peor. Representa, para mí, a una sociedad que venía desde Ramón Carrillo, con escuelas públicas cada vez mejores, con luchas como la de una jornada de trabajo de ocho horas respetadas. Lo que tenemos hoy ni se acerca: la escena de lo mediático futbolístico es casi berreta, tilinga. Nos morimos por ser amigos de los protagonistas. Por supuesto que hay buenos periodistas, pero hay algo que es importante: a los medios los compraron los que quieren hacer negocio, y no los que piensan que son un vínculo con información para formarte. Y los tipos como Panzeri intentaban estar en un medio para informar y desde ahí acercarse a formarte. Muy lejano a él ser parte de un entretenimiento; para Panzeri el entretenimiento era el juego. Por eso peleaba por lo que peleaba y decía lo que decía. Cuando te dicen que el cómo no importa, ¿a qué vas a la cancha? Ahí aparece el enamoramiento del público por el público: no debe haber nada más berreta.

Calamares rellenos a la leonesa

Por Dante Panzeri
El Día 15/12/66
He tomado el compromiso de escribir un libro de fútbol.
¡Sí, yo!
Quien me ha comprado el tal trabajo quiso que el libro se llamara o versara sobre “Cómo ver un partido de fútbol”.
–Sentado... –le sugerí.
Llegamos a un acuerdo: el libro versará más concretamente sobre cómo NO ver un partido de fútbol.
No sé cómo se llamará el libro, ni tampoco sé si alcanzaré a escribirlo para la fecha prometida. Hasta ahora son más las carillas que escribí y rompí que las que tengo escritas para que formen parte del tal libro.
Por cada diez carillas que escribo, ocho tienen un enemigo permanente: ¡Los jugadores! Y menos mal que hasta ahora ningún jugador leyó ninguna.
Pero digo los jugadores, porque es cierto: de cada diez que escribo rompo ocho... ¡porque me acuerdo que el fútbol es arte de lo empírico, no es una ciencia matemática! Y eso me frena. Me frena tanto como puedo yo frenar como lector a quienes escriben libros que titulan “Cómo jugar al fútbol”, “Tratado de Fútbol Moderno”, o “Táctica del fútbol”...
¿De qué libro podemos hablar, cuando lo que el jugador es siempre la total negación de lo premeditado?
¿Me van a decir que Pelé sabe antes de cada jugada qué va a hacer y cómo lo va a hacer?
¡Lo sabe como todos! Lo sabe... DESPUÉS QUE TERMINO LA JUGADA.
Mi mujer, que de fútbol sabe igual que el editor que me pidió el libro, me dice:
–Pero mirá que hay libros que tratan sobre cómo ver un cuadro, cómo escuchar un concierto, cómo ganar amigos... ¿Por qué no podés escribir vos sobre cómo ver un partido de fútbol?
Y yo me peleo con ella porque le tengo que decir que se parece a un director técnico de fútbol. Y allí arde Troya.
Sin decirle a qué destino iba la pregunta, los otros días le pregunté a un jugador en actividad, que juega bien, que lo analiza mejor:
–¿Vos qué sabés de fútbol?
–¿Yo?... Y... no sé... ¿Qué es saber de fútbol?...
–No sé –le respondí también yo...
–Mire: nunca lo pensé. ¿Pero quiere que le diga una cosa?
–Quiero.
–¡Lo único que sabemos de fútbol es lo que sabemos que pasó, pero después de los partidos!
Le di las gracias y me fui.
Y cuando llegué a casa escribí el comienzo y el final de mi libro, que estoy segurísimo no tendrán variantes. Esos dos párrafos es seguro que no cambian (si el libro se publica), porque es de lo único que estoy seguro que hasta ahora contiene y contendrá el libro.
El comienzo de mi libro ya está fijado con un párrafo muy breve que dice así:
“Este libro no sirve para nada”.
Y el final también está fijado definitivamente y dice así:
“Este libro no sirve para nada”.
Pero por allí reaparece mi mujer creyendo que su marido y Doña Petrona C. de Gandulfo son una misma cosa. Y me dice:
–¡Pero cómo vas a decir en el mismo libro que tu libro no sirve para nada! Es anticomercial. Nadie lo compra. ¿Si no sirve para nada para qué lo escribís?
–Mirá, he llegado a una conclusión: que mi libro, para lo único que puede servir, es para demostrar que los libros de fútbol no sirven para nada.
–Pero vos decís que no harás el libro de fútbol común que enseña a ver partidos o a jugar a los jugadores.
–Exacto. No quiero hacer eso. Quiero hacer el libro que demuestre que en fútbol los únicos que cuentan son los jugadores, los libros no sirven para nada.
–¡Pero entonces el tuyo sirve para algo!
–No, tampoco sirve para nada. Futbolísticamente
no sirve para nada.
–¡No te entiendo!
–¡Yo tampoco entiendo a los libros de fútbol!
Y mientras ella se va a consultar a Doña Petrona C. de Gandulfo sobre cómo hacer calamares rellenos a la leonesa, yo tomo el teléfono, lo llamo a Carlos Peucelle que tiene muchos libros de fútbol y le pregunto:
–¿Vos escribiste un libro de fútbol?
–Mirá: tengo libros sobre técnica y táctica de fútbol editados desde 1929 hasta ahora. ¡Todos dicen que contienen fútbol moderno! Los abro, los confronto, y veo que el de 1929, el de 1935, el de 1945, el de 1955 y el de 1960, tienen todos las mismas jugadas. Eso sí, los dibujitos son más lindos a medida que las ediciones son más nuevas. Pero las jugadas son ¡las mismas! Y si vos vas a un partido y querés ubicar el partido que viste en alguno de esos libros... ¿sabés el lío que se te hace?
–¿Cuál lío?
–¡Que ninguno de esos libros tiene las jugadas que les salieron a los jugadores durante el partido!
–Entonces... ¿escribirías el libro o no?
–¡Sí! Pero con una condición: que primero descubra cuál es el fútbol antiguo, porque todos los libros dicen que contienen el fútbol moderno, y como el que veo en la cancha no está en los libros, creo que el fútbol que se juega es antiguo y de ese no hay nadie que haya escrito hasta ahora un libro. Pero te advierto: mi libro sería mucho más extenso que la más grande enciclopedia que se haya hecho en el mundo. ¡Porque yo escribiría un libro con cada partido que veo! Entonces puede que nos arrimemos a la posibilidad de meter en un libro de quinientos o mil tomos todo lo que puede pasar en un partido de fútbol. No hay otra manera. Lo único que se sabe de fútbol es lo que sabemos después de los partidos. Lo demás... ¡son libros! Y el fútbol... ¡son jugadores que no leen libros, hacen lo que se les ocurre en el momento!
Volví a mirar si estaba la hoja que dice “este libro no sirve para nada”. Estaba. Me quedé tranquilo y seguí rompiendo carillas de mi libro.


Soledad y consenso

Por Víctor Hugo Morales
El primer partido que relaté en mi vida tuve como comentarista a Dante Panzeri. Jugaban Nacional de Montevideo y la Selección Juvenil Argentina en el estadio de Independiente, un 1º de noviembre, creo que del año 1967. Y tengo el recuerdo de la vuelta, después de la transmisión, de quedarnos charlando hasta las tres de la mañana de periodismo, de la vida. Yo era un muchacho y la experiencia, sentirme interlocutor válido de él, me provocó un inmenso orgullo.
En materia de comentarista era un tipo de una lucidez asombrosa. Probablemente en radio no fuese el mejor en cuanto a atractivos en la forma, pero en el balance de la importancia de lo que decía, de lo que sostenía y de lo que jugaba para sostenerlo, es claramente el número uno de los que, como periodista, he tomado de modelo en mi vida. No reconocería en nadie una mayor influencia sobre el deseo de ser un periodista ético. Lo acusaban de obcecado, pero él decía que si se puede fundamentar una divergencia respecto de otra postura propia, no hay por qué seguir atado de por vida a lo que se percibe como un error. Eso, dicho por él, tiene un peso enorme.
Yo admiraba que tuviese resistencia moral para la pelea en la que estaba inmerso por sus convicciones. La gente del fútbol lo recelaba, porque sus opiniones no estaban sujetas a ningún compromiso, camino trillado o concesión. Estuvo tremendamente enfrentado con Alberto J. Armando, el presidente de Boca, un hombre de enorme poder en su momento. Luchó en solitario contra la organización del Mundial acá. Lo que perdió en trabajos, lo que resignó con tal de estar de acuerdo con él mismo. Con alguna concesión que hubiera hecho podría haber sido inmensamente rico. Perdió El Gráfico por eso, y también La Prensa. Y no era un tipo salvado, era un laburante.
Fue un hombre que sufrió por sus puntos de vista: la ética es un camino hacia la soledad, y él lo recorrió, sin dudas. No fue tan querido por sus contemporáneos, no se lo reconoció tanto en vida. Después el consenso se hace más fácil: cuando la gente muere, y cede la envidia, cuando puede rescatarse lo mejor y no te molesta, el consenso llega. En su tiempo circulaba una corriente mucho más concesiva, amiga de los protagonistas, y él no tenía prácticamente relaciones con ninguno: para tener una vara más o menos justa, hay que tomar distancia de todos. Panzeri recorrió un camino de gran valentía personal en esa soledad natural. Hay que bancarse eso.

Para qué se juega al fútbol

Por Dante Panzeri
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Revista Análisis 15/10/71
Ganar, es obvio. Descontado. Jamás se hizo nada en la vida para perder. Pero además de ganar, que es cuestión asimismo implícita en jugar bien, en jugar mejor... ¿qué es jugar al fútbol?... ¿para qué jugamos al fútbol? Para una satisfacción artesanal que tanto puede ser personal, como de un conjunto de compañeros con los que nos vamos haciendo camaradas. Aunque terminemos haciendo del fútbol una máquina calculadora de pesos; un trabajo y sacrificio, como ahora mucho se menciona para justificar que no se juegue al fútbol; una actividad financiera; aunque lleguemos alguna vez a eso, es una sola la razón por la que jugaremos al fútbol cuando niños; por la que seguiremos jugando cuando adolescentes; por la que jugaremos como adultos: aquella satisfacción artesanal. Puesto que si ella no fuera la causa por la que jugamos, jamás nos elegirían para posteriormente “trabajar y sacrificarnos”.
“El público pide y exige resultados y nosotros nos debemos al público.” Es una de las explicaciones que suelen darse para el hecho de haber convertido al juego en un no juego. Yo afirmo que eso es mentira. Quien así habla y así juega, juega así, porque el que quiere resultados es él. Y pretende transferirle la culpa de ello al público. Se parece al dirigente o gobernante que dice hacer “lo que pide el pueblo”. Cuando la realidad es que lo que hace, como lo hace, apunta solamente a durar él ante el pueblo en cuestión. Jugador y gobernante que así filosofan respecto de sus deberes, son la equivalencia del escritor que, con el pretexto de escribir para el público lo está despreciando y estafando al negarle la riqueza de lo que emerge de quienes escriben para sí mismos y para que luego el público acepte o rechace, según es imposible saber, jamás, quién y cómo es el llamado público (hinchada). Los tres –futbolista, gobernante y escritor– están, en esos casos, señalando al llamado público como un ignorante a perpetuidad, inmerecedor o incapacitado de gustar nada ajeno a su ignorancia estancada. Quienes más gustaron en esos tres terrenos fueron siempre aquellos que se respetaron a sí mismos.
Jugador de fútbol es el sibarita de la satisfacción de jugar bien. Jugar bien supone un montón de cosas. Y la que menos cuenta entre ellas es la de ganar, según una conciencia nos dirá ganamos, pero qué mal jugamos, del modo que otro día nos recordará perdimos, pero qué bien jugamos; en el próximo partido tenemos que matar. El fútbol se divide en pasión, en técnica, en juego (coordinación), en lucha, en resultados, en amistad, en dolor, en goce, en alegría, en furia. Es un juego con el que se puede ganar dinero. Pero para ganar dinero tiene que ser juego. Y con dinero sólo, no es juego ni es ganancia. Es una pasión que puede dar espectáculo. Pero no puede ser espectáculo sin pasión. Da espectáculo con pasión, si hay técnica y belleza y juego (técnica la individual, belleza la coordinación). Es lo que sale y se presenta, mucho más que lo se piensa o se planea. Es una camisa de sangre y no de género. El profesionalismo exige separar sentimientos. Pero sin sentimiento no puede haber profesión. El hombre caluroso no puede ser suplantado por la fría maquinaria. Y el fútbol es arte (ciencia es lo que exige maestros) de calurosos apasionados. Con el que se puede llegar a la guerra. Pero solamente a la guerra de los afanes, nunca de la intención. Esa es la guerra que paga el público y quiere el público. Y a la que hace honor el jugador que concreta un gol por gran jugada de un compañero y corre a abrazarlo diciéndole: Me daba vergüenza hacerlo; gol era tuyo. Fútbol es recuerdo de lo que jamás se repetía. Es momento. El fútbol no tiene futuro.

 

domingo, 5 de mayo de 2013

Viaje al fin de la noche (Louis Ferdinand Cèline)

Céline no tuvo mucha suerte en vida, o mejor, fue un hombre atormentado y olvidado que murió sin saber que su novela Viaje al fin de la noche se convertiría pocos años después en una de las más grandes y más leídas novelas del siglo XX. Estamos ya en el XXI, y quizá el libro, al ritmo de los tiempo, ha quedado enterrado por una pila de mitos y leyendas, por ese sambenito de libro pesado, largo, puede que incluso aburrido, pero eso son ecos de la época, de la superficialidad, de lo que se descarta simplemente por desdén, por no salir en televisión o no estar de moda. Lo cierto es que Céline es fácil de leer y extremadamente duro de asimilar, no desde luego por la complejidad de sus obras -al fin y al cabo, Viaje al fin de la noche y el resto de novelas poseen un hilo conductor sencillo y un marcado carácter autobiográfico, nada más- sino por la dureza de lo que cuenta. Su verdadera innovación fue el lenguaje, y no me refiero sólo que utilizara jerga vulgar, la lengua de la calle, algo inusitado hasta la fecha en lo que se consideraba la gran literatura francesa, sino al ritmo de su prosa, a la rabia y al fuego con el que encendía las palabras, a la fuerza expresiva y original de su sintáxis, a su modo de conjuntar los vocablos para evocar el asco, lo inhóspito y despiadado que había vivido. Junto con Proust -aunque sea su antítesis en apariencia- es sin duda el gran renovador de las letras francesas a pesar de los pesares, de su fama de antisemita, de colaboracionista y simpatizante nazi (algo dudoso), y no hay que olvidar que es el segundo autor francés más traducido y vendido a otras lenguas después de Albert Camus.

Era un hombre sin encantos evidentes, como se puede apreciar en las fotografías que reflejan su vida, amargado por un cúmulo de derrotas consecutivas que hubieran terminado por apagar la llama de cualquiera. Fue además escritor de una gran novela, lo que inevitablemente, como le ha sucedido a otros muchos, pareció convertir en desechable el resto de su obra, condenada a ser sólo editada en condiciones tras su muerte. Nacido en Courbevoie el 27 de mayo de 1894, el Céline con el que Louis-Ferdinand Destouches habría de entrar en el parnaso de la novelística del siglo XX era uno de los nombres de su madre. No hay lugar a dudas, la mejor forma de conocerle es leyendo ‘Viaje al fin de la noche’, tan autobiográfica como todas sus novelas, pero, si cabe, la que concierne a ciertos episodios cruciales en su vida. Convertido en Ferdinand Bardamou, Céline cuenta su experiencia en la guerra del 14 -donde las heridas que le causan los mismos alemanes a los que luego se venderá en el 39 le convierten en un héroe de Francia-, en el África colonial francesa y en unos Estados Unidos agobiantes, que empiezan a convertirse en la superpotencia que son actualmente. Acaba compartiendo las miserias de sus primeros pacientes -quienes raramente le pagan- en un suburbio de París. Tan mujeriego como políglota, las mujeres y los idiomas serán su llave y su norte en un periplo por unas sombras que no son otra cosa que cuanto de absurdo encierra la existencia.

Publicó con relativo éxito Viaje al fin de la noche en 1932, y posteriormente Muerte a Crédito, pero los sucesos acontecidos en la segunda guerra mundial hundieron su carrera literaria; fue sometido a escarnio público, encerrado durante casi un año en Dinamarca como preso de Guerra, condenado a muerte por colaboracionista y absuelto a última hora. Huyó a Alemania y fue perdonado por su país en el año 1951, fecha en la que regresó definitivamente a Francia, donde murió en 1961. Como anécdota, su obra comenzó a recuperarse gracias a Jean Paul Sartre, que reivindicó Viaje al fin de la noche con empeño y proclamó a Céline “el más grande escritor francés de siglo XX”

Viaje al fin de la noche es una de las obras maestras del siglo pasado, y contiene la autopsia de cien años de infamia y barbarie; un recorrido visceral por el colonialismo europeo, por los horrores de la Primera Guerra Mundial, por las hambrunas, el dolor y los desastres de la guerra. Una novela descarnada donde no hay héroes, sólo supervivientes y seres humanos condenados a perder, a sufrir, a morir como ratas. No se salva nadie, ningún país, ninguna circunstancia, sin aspirar siquiera a que se le perdone a él a pesar del lirismo de su relato, a ese personaje protagonista que con los ojos y las palabras del narrador establece un descenso absoluto a los infiernos, al verdadero rostro de la humanidad , a ese espejo en el que alguna vez debíeramos mirarnos.

Fragmentos

Los hombres se aferran a sus cochinos recuerdos, a todas sus desgracias, y no se les puede sacar de ahí. Con eso ocupan el alma. Se vengan de la injusticia de su presente revolviendo en su interior la mierda del porvenir. Justos y cobardes que son todos, en el fondo. Es su naturaleza.
(…)
Proust, espectro a medias él mismo, se perdió con tenacidad extraordinaria en la futilidad infinita y diluyente de los ritos y las actitudes que se enmarañan en torno a la gente mundana, gente del vacío, fantasmas de deseos, orgiastas indecisos que siempre esperan a su Watteau, buscadores sin entusiasmo de Cíteras improbables. Pero la señora Herote, de origen popular y substancial, se mantenía sólidamente unida a la tierra por rudos apetitos, animales y precisos. Si la gente es tan mala, tal vez sea sólo porque sufre, pero pasa mucho tiempo entre el momento en que han dejado de sufrir y aquel en que se vuelven mejores. El gran éxito material y pasional de la señora Herote no había tenido aún tiempo de suavizar su disposición para la conquista.
(…)
Os lo digo, infelices, jodidos de la vida, vencidos, desollados, siempre empapados de sudor; os lo advierto: cuando los grandes de este mundo empiezan a amaros es porque van a convertiros en carne de cañón.
(…)
Para el pobre existen en este mundo dos grandes formas de palmarla, por la indiferencia absoluta de sus semejantes en tiempos de paz o por la pasión homicida de los mismos, llegada la guerra. Si se acuerdan de ti, al instante piensan en la tortura, los otros, y en nada más. ¡Sólo les interesas chorreando de sangre, a esos cabrones! Princhrad había tenido más razón que un santo al respecto. Ante la inminencia del matadero ya no especulas demasiado con las cosas del porvenir, sólo piensas en amar durante los días que te quedan, ya que es el único medio de olvidar el cuerpo un poco, olvidar que pronto te van a desollar de arriba abajo. “
(Louis Ferdinand Celine. Viaje al fin de la noche)

Manhattan transfer (Jhon Dos Passos)

Persecución de la felicidad, Inevitable persecución…
Derecho a la vida, a la libertad y…Una noche negra sin luna.”
Jhon Dos Passos
La ciudad de Nueva York está compuesta por muchas partículas que fluctúan e interactúan todo el tiempo entre sí. Juegan, dándole una movilidad constante que permite su progreso y cambio. Una transformación que a medida que corre el tiempo, no sólo afecta a la ciudad sino también a quienes la habitan. Todos los actores de este espacio viven una psiquis diferente, lo cual permite que la ciudad sea un espacio polifónico. Se teje con gran variedad de hilazas dejando ver como se convierte en un collage de vidas, de rituales del cotidiano. Mostrando cómo éstos sujetos son víctimas de un proceso de integración a éste agente contenedor llamado ciudad.
Manhattan Transfer deja explicita su condición desde el inicio. Transfer, es decir, transformación y proceso de cambio. Una ciudad que busca ser algo, no se sabe a ciencia cierta que. Jhon Dos Passos muestra como la ciudad a medida que va progresando, juega un rol diferente con cada uno de sus actores y al analizar la respuesta de estos, podríamos decir que en cierta medida la ciudad les acepta o rechaza.
Nueva York es la metrópoli que funda un estado inicial en el que empezarán a transitar los personajes. Más tarde entra en juego la crisis económica y la primera guerra mundial que conseguirán que la ciudad se transforme a una velocidad caótica y que automáticamente ejerza una fuerza selectiva sobre todos los actores. Para analizar este proceso de Transfer que sufre no sólo la ciudad, sino también los urbanitas, estudiaré la novela en sus tres secciones y en cada una veremos la transformación de los personajes.
En la primera sección, Nueva York constituye un espacio de anonimato para los sujetos que llegan o que nacen. Ellen, aparece convertida en ese bulto amorfo que suele ser un bebe, Jhon Dos Passos la describe como “un hervidero de gusanos”. Lo cual se convertirá también en la primera iconografía de la ciudad, atestada de urbanitas que se retuercen entre las calles, entre el calor y la ofuscación, no deben parecer otra cosa que gusanos. En esta sección se observa cómo los sujetos se plantean en una posición inicial frente a la ciudad que se transforma en metrópoli y de que manera interfiere para hacer que los sujetos cambien y se instauren en un rol o perezcan en el intento.
Ed Thatcher se enmaraña inmediatamente en el rol de ser padre y asume una figura protectora hacia Ellen y Susie. La capacidad creadora del hombre hace que Ed esté lleno de felicidad y gozo, lo cual gira como fortuna y le muestra la verdadera cara de N.Y: pretenciosa y tramposa. En la mente de Ed se vislumbra la figura de una Ellen proyectada hacia la ciudad, pulcra y revestida de atributos morales. Esta utopía se va desvaneciendo a medida que Ellie tiene un contacto directo con la ciudad. Una visita al teatro (propiciada por su padre) fijará sus propósitos: No ser niña, porque las mujeres se quedan en casa y su madre enferma, mientras por fuera hay un teatro que representar. Entonces adopta la figura masculina de acuerdo con la moral que rige la ciudad, es el hombre la figura fuerte. La niña crece sin su madre, lo cual le permite seguir construyendo la psiquis masculina, pues sólo tiene como referencia la imagen de su padre. En este punto el miedo juega un papel importante, pues se apodera de Ellie por las noches, se transforma en un violador que acecha y que se oculta en la calle inmensa. Sin embargo su ansia masculina le permite ocultar los miedos y simular fuerza ante sus compañeritas, pues ella no es una niña sino un chico.
-No hay miedo de que me secuestren a mí,
-Ellen. Eso sólo les pasa a las niñas.
-¿Cuándo yo sea grande podré hablar así a la gente de la calle?
-No, querida, ciertamente que no.
-¿Y si fuera chico podría?
-Creo que podrías.” i
Ed Thatcher depende de la presencia de Susie, pues es ella quien le indica como se debe comportar y que acciones seguir. Con la desaparición de Susie, lo primordial será que Ellie viva con lujos mínimos, que según el imaginario de triunfo, hará que los niños crezcan sanos lejos de los vicios que pululan en las calles. El único deseo firme de Ellen serán sus caprichos. Vivirá basada en su niñez como la situación idílica que le corresponde en la vida, un mero juego sin implicaciones serias. Entonces antes de que acabe su adolescencia y se defina adulta. Ella se expulsa de esta formación por medio del matrimonio, lo cual la convertirá en una mujer antes de que ella pueda saber de verdad lo que es. De nuevo ante la evasión de sus temores y llegará el momento en que esté feliz.
Un gran personaje se construirá en Bud. Huye del interior del país, de un ambiente rural para darse de frente con el cemento y encontrarse con el culto de la imagen, la tortura del hambre. Bud se somete a un cambio físico, con lo cual se queda a mitad de camino, pues en la búsqueda del éxito también cuenta el carácter. Bud no es bien recibido por la ciudad, sólo en una ocasión beberá invitado y gozará de unas caricias también invitadas. Kopperning no sabe como debe enfrenta a Nueva York, por esta razón vivirá en la frontera. Se constituirá como un outsiderii y, como el mejor de los vagabundos, buscará vivienda en el espacio que no pertenece a nadie, o más bien en los sitios de transitoiii. El puente le permitirá conocer la miseria y tendrá un encuentro con personajes que son cómo él, y que ambicionan igual que él un fajo de billetes. Este puente es un espacio de viaje por medio del cual Bud salta a la vida que siempre esperó en busca de alguna mísera transformación.
Emile y Congo son camareros en un barco. Emile por un lado harto de la vida en el mar quiere probar suerte en Nueva York. Congo parece un poco más bohemio pues se queda haciéndole compañía a Emile, lo mismo le da salir en un barco que quedarse en tierra firme. Congo es un personaje que se moverá con rapidez y todo el tiempo encontrará en el viaje una alternativa para refrescar la búsqueda del tan anhelado éxito. Ambos se quedan de camareros, ante lo que se verá que mientras la conducta de Congo opta por la salida de la ciudad Emile prefiere usar el método de la ascensión social, aparece Madame Rigaud, no solo como mujer sino como objeto que se debe alcanzar, una tienda que administrar.
Jimmy Herf llega con su madre a N.Y. Situado en una posición social favorable. Una característica importante en este personaje es que no se ubica en un lugar especifico, es decir, permanece en un sitio de transito representado en el hotel, sin un hogar fijo y únicamente su madre, ella su refugio y su protección. Un niño asustado ante la inmensidad caótica de la ciudad. A causa de la enfermedad de Lily, Jimmy se ve obligado a frecuentar la casa de sus tíos, donde se enfrentará por primera vez ante un rol y será recibido a golpes. Los Merivale quedan a cargo de Jimmy en el momento que muere su madre. Sus tutores pasan a ser su familia, en la cual priman los deberes católicos y la búsqueda del éxito cómo la única manera de ser feliz. La desaparición de Lily es un duro golpe para Jimmy, pues no sólo pierde su punto de conexión al mundo, sino que es arrojado de improviso a la vida social y es acechado por su tío Jeff que busca que la herencia quede en manos de su empresa.
Yo no creo que tengas una noción clara de las cuestiones monetarias… hmm… Un entusiasmo suficiente para ganarte la vida, para tener éxito en este mundo. Mira a tu alrededor… El ahorro y el entusiasmo han hecho de estos hombres lo que son” iv
En el primer round que enfrenta Jimmy se podría decir que sale victorioso en la huída, aunque se muestra sumiso ante las propuestas del tío. Su interior hierve en decepción y melancolía, la única salida es el escape de la ciudad.
El tío Jeff y su oficina se pueden ir al diablo” v
George Baldwin será un personaje fundamental, pues a partir de su necesidad de reconocimiento como abogado, debe sacar provecho del accidente de Gus Mcneil. Lo cual se convertirá en un vórtice que los unirá y construirá sus futuras carreras, el uno como reconocido abogado y el segundo como político corrupto.
George no sólo se encuentra en una situación desesperante a nivel económico, sino que le acosa la imagen de una mujer hermosa, que es representativa en dicho universo de los negocios y la gente de la alta clase. Así interactúa con Nellie, que necesita de ese calor que le brinda George para sentirse mujer dado que Gus esta quebrado quien sabe en cuantos pedazos. Gus Cobra la indemnización, adquiriendo así un nivel social nunca esperado (antes del accidente quería volver a las labores del campo). En este trío, lo fundamental es el poder. Así Nelly podrá fácilmente regresar al lado de su nuevo adinerado esposo.
Esta primera sección se construyen identidades y situaciones básicas para continuar la historia: Ellen se reafirma como niña(o), Jimmy desprecia a N.Y y se hace evidente su anomiavi, Bud fracasa en su proceso de adaptación, Emile se instala cómodamente, Congo peregrino, George y Gus le dan inicio al poder político. Con estos personajes configurados se da paso a la siguiente sección en donde N.Y plantea nuevas situaciones, entrelaza los personajes y exige de nuevo un cambio, mientras atraviesa por una crisis económica y se presenta el inicio de la guerra.
La ciudad ejerce una presión que exige que el urbanita busque una salida de evacuación, una ruta de escape hacia el olvido, la no-conciencia de ese espacio animalizado, necesaria para que el ser humano de un respiro y descanse de su opresión. El licor aparece constante y con presencia fuerte en la vida de los ciudadanos. Necesario a diario para algunos, transformador y revelador para otros.
En está sección hay un capítulo titulado “Fuimos a la feria de los animales”. Donde claramente se muestra como todos los urbanitas entran en un proceso de transformación de acuerdo con el ambiente en que se mueven. Todos los personajes se encuentran reunidos en un bar-restaurante y aparece el licor. En estado de embriaguez el hombre se muestra tal como es; animal celoso y posesivo que defienden su territorio, otros que se esconden y estallan, otros que sencillamente corren por la calles lluviosas clamando una respuesta a esa incógnita llamada vida en N.Y. Una vida animalizada en esa jungla de seres carnívoros que huyen de sus propias vidas, de esa ciudad en caos que no les deja descansar.
Mientras tanto los personajes buscan la felicidad, el éxito o por lo menos un empleo. Ellen aparece como el eje de N.Y con el éxito tremendo que tiene en el teatro, pero en su interior se teje el hartazgo, la llenura de hombres que la rodean y que quieren acceder a ella. Ante tanta oferta adopta su papel masculino y presenta a una mujer liberada. Se divorcia de Jojo, después de haberle puesto un sin fin de cuernos. Ellen interactúa con los personajes y sólo construye relaciones efímeras que se evaporan después de una conversación. Aparece un hombre que llena las expectativas de Ellen: Stan y su incontrolable deseo de embriaguez para escapar, Ellie encuentra en él a un niño del cual debería cuidar. Stan vuelca a Ellen en la desesperación y la sume en el abandono luego de que aparece casado para enfrentar la muerte.
las dos mujeres lo empujaron al cuarto de baño. Él se desplomó flácido, en la bañera, y se quedo dormido con los pies en el aire y la cabeza sobre los grifos. Milly chasqueaba la lengua rápidamente.
-Es como un bebé que tiene sueño cuando se pone así-murmuró Ellen con ternura”vii
Sin este único deseo de poseer a Stan, Ellie sufre la anomia. La ciudad le hace una mueca, pues el éxito, lo único que regala es el constante acoso de los pretendientes, que desean atar una cadena a su cuello. Finalmente esa pequeña broma que le juega Stan al dejarla preñada, en tal situación la única salida es la muerte de nonato.
Jimmy inicia su carrera de periodista y se encuentra un poco centrado económicamente. Aunque su sensación de ciudad aun presenta un panorama desolado, de transiciones y caminatas en la calle bajo la lluvia. Ellen se muestra ante él cómo la posibilidad, el encanto femenino. Más tarde se encontrará con Joe Harland (Tío) y podrá contemplar cómo es que se juegan los roles en N.Y, pues si un día se despierta en la opulencia, al día siguiente se puede estar durmiendo bajo un puente. Otra persona que influye en la vida de Jimmy es Stan, pues le presenta un mundo inconstante, lleno de necesidades que la ciudad no puede suplir y ante la cual lo mejor es el olvido y enfrentarse luego con la resaca. Ante la guerra, para Jimmy se abre una alternativa de escape de la ciudad, buscar por fuera de ese nido de ardillas que corren despavoridas, ese hervidero de gusanos, ese sentirse mosca que se asea únicamente para enfrentarse a la muerte.
Baldwin se convierte en uno de los abogados más prestigiosos de N.Y y permanece aliado con Gus Mcneil, quien en la opulencia bajo las embestiduras públicas se convierte en un corrupto que puede solucionar cualquier problema de poder que se presente en Nueva York. Pues en sus manos tiene la formula “votantes” para seguir con el mando del bastón de oro. George aunque también con el dinero y la posición social en las manos, lo único que le hace falta es la ambición de una mujer hermosa que ya no puede fijar en la regordeta de Nelly y tampoco Ellen satisface las peticiones de George, pues su espíritu libre o más bien indeciso opta por rechazar las cadenas de oro.
Stan juega un papel similar al de Bud Kopperning, pues aunque no es un vagabundo. Vive como ser fronterizo, siempre perdido en las calles bajo el efecto del licor. Despreciando pero aprovechando la aristocracia. Un ser liminal que va y juega siempre al olvido. Rehuyendo del éxito y buscando amores esporádicos. Stan como buen representante del outsider, permanece en la calle, más que en su propia casa que en ningún momento es mostrada; anda en los bares, en los restaurantes y si desea dormir busca la casa de Jimmy. El hogar de Stan está figurado en su automóvil que siempre lo transporta de un lugar y de una situación a otra. Finalmente aparece casado y tratando de formar un hogar con una chica que probablemente no conoce. Stan es dominado por el movimiento, la no adaptación termina por expulsarlo y le regala la muerte.
Abandonando la segunda sección vemos que los urbanitas han interactuado entre ellos generando situaciones que determinarán el proceso de la ciudad que está naciendo y que se enfrenta con los sujetos que la habitan. Los trastoca y les indica que deben cambiar, los enfrenta y les dice: aquí vives y así es como se vive. En la tercera sección se revela que la primera guerra mundial terminó y lo que se muestra es el cuadro que vive Nueva York, de cómo sus personajes son tocados y transformados. En esta última parte se puede ver la carga que pesa sobre los ciudadanos, como un caos que anuncia el apocalipsis. Encarcelados por esa ciudad que ya no es la misma que dejaron hace años, esa ciudad que los recibe imposible. El escape, el licor es prohibido.
En este entorno de prohibición aparece de nuevo Congo Jake ser liminal que habita en el puerto, esa frontera que le facilitará el contrabando. Intercambiar, no sólo licor, sino también de roles y así se constituirá Congo como un personaje que alcanza un estado de confort, eleva su estatus social. Entonces se hace entendible la dualidad triunfo fracaso. Pues mientras que Congo, asciende. Jimmy Herf se inclina hacia la nada, en un estatus de asalariado y abandonado. La vida forajida de Congo se convierte en ejemplo de satisfacción o por lo menos de vida interesante. Incluso Jimmy, mientras cuenta el espectáculo de cómo llega el contrabando por medio de su amigo, se atribuye algunos hechos que él en realidad no había realizado, se atribuye un carácter heroico, sabiendo a ciencia cierta que él es el anti-héroe neoyorkino.
Oh, yo andaba por allí, cuidando de no meterme el peligro. No podía distinguir los de un bando de los del otro…Todo estaba oscuro y húmedo…Aquello era un lío… Al final saqué a mi amigo el bootlegger de la refriega cuando le rompieron la pierna…La pierna de palo.
Todo el mundo gritó. Roy llenó otra vez de ginebra el vaso de Jimmy.
-¡oh, Jimmy-arrullo Alice-, que vida más emocionante!”viii
Jimmy regresa a N.Y, no por volver a la ciudad, sino por Ellen y su hijo. El personaje de Jimmy se ve cada vez más nihilizadoix, pues necesita fingir que le agrada la idea del regreso. Pero se siente fracasado por haber regresado. Lo único que hace es vagar por la calles buscando borrachera, transformándose en las avenida y viviendo aventurillas en el puerto. Se niega al trabajo en un principio, pero no puede dejar que Ellen lleve toda la obligación. Finalmente Ellen lo abandona, y él se va directo a la nada, admite la derrota por las calles de Nueva York y parte hacia cualquier lugar.
Ellie es una niña que sabe jugar, sabe que es caprichosa y que siempre va a estar papí allí para cumplir sus deseos, sus exigencias, atender sus banalidades. Todos los hombres son manipulados por Ellen. Sin ningún problema ella decide regresar de Europa. El éxito la recibe de nuevo con los brazos abiertos y le sobran las ofertas de empleo. Ellen podría metaforizarse con la ciudad, sin embargo yo prefiero llamarlo como una relación de madre e hija, Ellen es la chica preferida de la ciudad, que tiene las puertas siempre abiertas, sin embargo no son hijos eternos y por lo tanto hay varios, Ellen está a punto de ser reemplazada por la ineluctable mano del tiempo. George Baldwin la seduce con lujos. Ellen abandona a Jimmy, aburrida de la literatura y de las ideas izquierdistas. La ciudad aunque su madre, no puede llenar la idea de amor de Ellen, ni tampoco podrá hacerlo ningún hombre que pretenda hacerse su dueño.
-Yo creo que no amo a nadie por mucho tiempo, a menos que estén muertos… Soy una criatura imposible. ¿Para qué hablar de ello?”x
Ellen decide quedarse con la vida lujosa que le ofrece Baldwin, si igual será una vida sin amor mejor que sea bien vivida. George Baldwin alojara su tristeza y su vejez en Ellie aunque ella no le quiera, pues su deseo solo es tener un regazo de mujer elegante y hermosa en el que se pueda refugiar. La vejez acometerá con Ellen y la entregará en brazos de un hombre que la hará ver más joven.
La guerra marcará fuertemente una gran parte de la ciudad, y marginará a los veteranos de guerra, que fueron héroes de guerra, pero allá en ese continente alejado. La ciudad es otro espacio que les exigirá nuevas batallas. Por un lado Joe o`Keefe se pone al liderazgo de un movimiento de veteranos que peleará por obtener una pensión que les permita vivir placenteramente. Lo cual será aprovechado por Gus y les prometerá apoyo a los veteranos para conseguir votantes y lograr poner a su esbirro en el poder. Gus se ve seriamente contrariado, pues su socio de cabecera George, ha decidido voltearle la espalda y lanzarse al gobierno con otro partido político.
Los veteranos son rechazados de todos los lugares, bien porque no saben hacer nada o porque los ciudadanos temen meter un asesino en su negocio. Así llegamos a Dusch, quien será apaleado por N.Y; se le negará el trabajo y será expulsado de su casa. Acompañado de Francie recorrerá las calles, la ribera del río y transitara el puente. Todo el rechazo que da Nueva York a Dusch lo traerá de nuevo con la idea de regresar al ejército, pues allí por lo menos se come y se duerme. La frustración de Dusch y Francie se transforma en delincuencia pues será este el único medio con el que pueda obtener dinero. La ciudad no cesa y, finalmente logra excluirlos del ámbito social y los recluye en la cárcel.
Pero no todos los veteranos son desdichados. James Merivale representa el rol de militar perfecto que logra alcanzar el rango de capitán durante la guerra. Encuentra una Nueva York de puertas abiertas en cuanto al plano laboral y su familia lo recibe como el nuevo hombre de la casa. Pero esta responsabilidad pesará en demasía sobre los hombros de James y la ciudad se burlara de él, pues su necesidad de ascenso permitirá que la honra de su hermana sea vejada y con ella la reputación de su familia. Su integridad se desmorona, pues pierde autoridad ante él mismo. La ciudad le proporciona una victoria pero al mismo tiempo le da la derrota.
La novela Manhattan transfer muestra con detalle, cómo una metrópoli y su vida acelerada, marca a todos los personajes con un aspecto sombrío y desolador, la derrota de la unidad completa, es decir de la ciudad. A excepción de Congo que al parecer logra escapar de ese territorio salvaje y refugiarse en la tierra de nadie, donde la ciudad se corta, se transmuta y fluctúa. Es el sitio donde el monstruo del umbralxi puede hacer de las suyas.
Gustavo Adolfo Palacios.