viernes, 20 de febrero de 2009

Vals de Bashir

El baile del horror

JUAN MIGUEL MUÑOZ 14/02/2009

La fotografía en blanco y negro domina una pared del luminoso apartamento de Ari Folman en Jaffa, la antigua ciudad palestina engullida en el casco urbano de Tel Aviv. El boxeador Cassius Clay, Mohamed Alí, tras su conversión a la fe musulmana, retratado en su plenitud. A juicio del director de Vals con Bashir, "el mejor deportista de la historia". Y no por aquel juego de pies, aquella danza que enloquecía a sus rivales, sino por su valentía a la hora de defender unos principios. "Pagó por su ideología. Fue despojado del título de los pesos pesados por negarse a luchar en Vietnam. Es el primer rapero". ¿Y Michael Jordan? "No es humano. Demasiado perfecto, y políticamente correcto", explica Folman. El cineasta es autor de la película de animación sobre la guerra de Líbano de 1982 y la matanza de palestinos en Chabra y Chatila. Unos acontecimientos narrados desde la perspectiva del director -a su vez protagonista- y de sus compañeros de unidad que dejaron graves secuelas en la sociedad israelí, y cuya huella perdura porque el vals de la guerra nunca cesa en Oriente Próximo. El creador forma parte del puñado de israelíes comprometidos con causas sumamente impopulares en su país. Se considera de "extrema izquierda". No en la acepción que el término atesora en Europa. En Israel, la etiqueta alude a las posiciones políticas más tolerantes respecto al conflicto con los palestinos y los países árabes. Muchos son apestados. Folman tiene la fortuna de no serlo. Y, en todo caso, no parece preocuparle.

El artista traslada al espectador al Beirut más real, a sus edificios marcados por la metralla, a sus calles decrépitas, a su Corniche... La animación es de un realismo total. Los paisajes del sur de Líbano, los personajes -algunos de ellos renombrados políticos- son inconfundibles en una obra que derrocha antibelicismo. Pero ¿por qué el formato de la animación? "La guerra", comenta Folman, "es la cosa más surrealista de la Tierra. La película es un mensaje contra la guerra, y quería contar una historia personal. No hay ningún glamour en la guerra. La única forma de hacer esta película era mediante la animación porque trata de la memoria perdida, de los sueños y del subconsciente. La libertad artística es lo más importante para mí, y la animación me otorga esa libertad". ¿Y por qué la idea del vals? "La metáfora del baile es que Israel estuvo danzando con los falangistas cristianos libaneses, y mira cómo acabamos. Te proporciona la atmósfera de que el tiempo no tiene fin. En términos cinematográficos el baile permanece para siempre, ya dure un segundo o diez minutos".

La escena del soldado israelí que dispara enardecido en cualquier dirección, girando sobre sus pies, en medio de un intercambio de fuego, en una avenida adornada con carteles del líder de las Falanges cristianas, Bashir Gemayel, es el compendio del filme. Es el vals de Israel con Bashir, aliados en la batalla contra los palestinos. Esos carteles, ya ajados y de más reducido tamaño, todavía se observan en Ashrafiyeh, el barrio maronita de Beirut por excelencia, que sufrió -como toda la capital libanesa, como todo el país- aquel baile sangriento que arrancó con una promesa del ministro de Defensa, Ariel Sharon, a su primer ministro, Menájem Beguin: la campaña se prolongaría sólo 40 días. Los soldados permanecieron 18 años. Sharon engañó hasta a su jefe, y lanzó sus tropas hasta conquistar Beirut. Sólo en mayo de 2000 abandonaron el país árabe.

Los 26 perros contra los que disparaba un compañero de armas del protagonista de la cinta -el propio Folman- parecen perseguir al autor desde aquella invasión de Líbano, desatada en junio de 1982. Rechazaba ese uniformado apretar el gatillo contra los lugareños libaneses y sus casas, y se encargaba de abatir a los canes, porque sus ladridos advertían a los milicianos palestinos de la inminencia de un ataque de las tropas israelíes contra esos pueblos de viviendas dispersas sobre las colinas redondas del sur libanés. Pero no ha tratado Folman con su obra de superar trauma alguno. "Quise conectarme con el joven que fui porque ese joven es parte de mí", asegura.

¿Por qué 26 años después? "No quise tratar con mi pasado hasta hace cinco años, y a muchos amigos les sucede lo mismo. Pero una combinación de circunstancias que me ocurrieron en la vida me condujeron a hacer la película. Hace cinco años quise librarme de acudir a la reserva y el Ejército me eximió del servicio. Pero puso una condición: debía acudir al psicólogo para contar todo lo que hice en el Ejército. Quizás hacían un experimento conmigo, pero me conmocionó porque nunca había contado mi historia". El director, nacido en Haifa en 1962, elude criticar a quienes no llevan a cabo ese ejercicio de introspección. "A muchos soldados les brota el recuerdo de lo que hicieron en filas 5 o 10 años después. Nunca sabes cuándo aflorará. Cada cual puede hacer lo que quiera. Es una cuestión personal", afirma Folman, que sueña con regresar, tal vez para seguir investigando en su conciencia. "Quiero volver a Líbano, pero no puedo". Ni Israel ni Líbano autorizan a sus ciudadanos a visitar el Estado aún enemigo.

Las bengalas lanzadas por soldados israelíes iluminaban el cielo de los campos de refugiados de Chabra y Chatila, arrabales inmundos de Beirut, para facilitar la carnicería perpetrada por los cristianos libaneses. Folman era uno de los uniformados que luchaba en la campaña militar libanesa, ignorante de que en aquellos instantes, en septiembre de 1982, los falangistas perpetraban una brutal matanza de mujeres, niños y ancianos en venganza por el atentado con explosivos que acabó con la vida del líder de las milicias cristianas: el carismático Gemayel. Los hombres armados de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) ya habían escapado de Beirut. "Por supuesto que el Ejército israelí participó indirectamente. Los soldados no sabíamos lo que sucedía en Chabra y Chatila en aquel momento. Bastante teníamos con cuidar de nosotros y de nuestros muertos", dice el director.

Cuelgan pendientes de sus orejas, lía cigarrillos, contesta siempre con respuestas concisas e intercala comentarios sobre fútbol. Es seguidor del Liverpool y admirador del Athletic de Bilbao: "Me gusta su temperamento y que no cuente con jugadores extranjeros". Podría ganar Folman premios en un concurso sobre este deporte. Aunque más en su campo. Ya ha cosechado con Vals con Bashir galardones tan relevantes como el Globo de Oro y compite ahora para lograr el Oscar de Hollywood como mejor película de habla no inglesa. Si gana la estatuilla dorada, en Israel le aguardará una alfombra roja a la que no parece muy adicto.

"Me conmovió cómo el Gobierno israelí y el establishment apoyaron la película. Entiendo que pretenden demostrar que este país es plural, y de paso que el Ejército no ejecutó la masacre. Cuando presenté la película en el Festival de Cannes, mucha gente no sabía que los israelíes no dispararon directamente contra los palestinos en Chabra y Chatila", precisa el artista antes de añadir: "El Gobierno me ha enviado a promocionar la película por todo el mundo. No todo es malo. Esta sociedad es mucho más abierta y libre que las de los países vecinos". No hay duda al respecto. El mimo que le dispensa no es impedimento para que lance críticas feroces contra los gobiernos israelíes y su intransigencia a la hora de negociar.

"Si hubiéramos elegido hace tiempo a un socio entre los suníes de Líbano", enfatiza Folman, "podríamos haber hecho la paz. Es con los religiosos con quienes podemos conseguirlo. Pero Israel siempre escoge a los socios equivocados. En Líbano, elegimos a los cristianos y ya ves lo que sucedió. También optamos por la Organización para la Liberación de Palestina. Otro error. Había grupos musulmanes con los que negociar. Hoy tenemos a Hamás. Soy partidario de dialogar con ellos. Éste es un conflicto sobre un estúpido trozo de tierra. Pero nunca hemos hablado con ellos. Jamás les hemos dado una oportunidad".

Con ancestros en una familia polaca originaria de Lodz, supervivientes del Holocausto, el director recapacita cuando se dispone a contestar a la pregunta: ¿conocen los israelíes su historia? "Mucha gente la ignora. O dicen que lo que le han explicado es la historia, que las fronteras cambiaron... Otros muchos sí que la conocen, pero eso no cambia su mentalidad". Probablemente en este segmento de la audiencia se encuadran los espectadores que abandonaron la sala al poco tiempo de comenzar la proyección, poco después de su estreno en Jerusalén. "Creo que Israel debe aprender del Holocausto, pero no obsesionarse. Debe aprender del pasado. Los judíos no hemos sido cazados desde entonces nunca más. Los nazis son historia. No hay amenazas como aquélla. Es cierto que ahora hay amenazas diferentes, pero Israel es ahora un país fuerte, con gran apoyo internacional. Es verdad que el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, está loco. Pero son una minoría a la que no debemos dejarle el escenario. Estoy seguro de que la gente desea una vida normal, también en Gaza".

En opinión de Folman, los gobernantes hebreos tampoco atinan en la diana. "El problema de Israel es que invierte el dinero en tanques y en colonias (en territorio ocupado). Yo creo que se puede alcanzar un acuerdo con los palestinos, es sólo cuestión de liderazgo. Sin embargo, ahora no veo a ningún dirigente israelí capaz de hacerlo. A la gente que mamó su ideología en casa es a la que más le cuesta cambiar. Y eso es lo que le ocurre a Tzipi Livni. La gente educada en la ideología es un desastre". No alberga Folman demasiadas razones para la esperanza. La ministra de Exteriores es hija de un alto oficial del Irgún, el movimiento clandestino hasta la fundación del Estado y a cuyo líder, Beguin, tildaron de "fascista" sus rivales laboristas muchos años después. Benjamín Netanyahu también es hijo de un historiador fiel a las tesis más derechistas, y el candidato del Laborismo, Ehud Barak, es el militar más laureado de la historia de Israel. "Es terrible que los ex militares rijan el país. No saben lo que es la democracia. Sólo saben dar órdenes".

Al concluir la cinta, imágenes reales de la masacre de unos 1.700 inocentes palestinos son el punto final al relato animado. No vaya a ser que alguien piense que todo es fruto de la imaginación del artista. "Las guerras son estúpidas. No sirven para nada. Creo que todo lo que se haga para evitarlas es bueno. Quiero que mis líderes hagan todo lo posible por impedirlas, pero no lo hacen. Para ellos, la pérdida de vidas es parte de la vida", comenta el cineasta. "No hemos aprendido nada", prosigue. "Tenemos unos líderes inútiles. Mira la segunda guerra de Líbano, en 2006. Es un déjà vu". En aquellos días de julio de 2006, Folman se fugó. "Me escapé a una isla griega con mi esposa y mis tres hijos. Sólo regresé cuando había terminado". Nunca hay punto final. En Cisjordania, y sobre todo en Gaza, el macabro vals continúa. -

lunes, 9 de febrero de 2009

La guerra rizomática (Por Osvaldo Baigorria)


Casos > Las lecturas de Deleuze y Guattari que inspiraron tácticas del ejército israelí

Durante los años ’90, el brigadier general (hoy retirado) Shimon Naveh fundó y dirigió el Instituto de Investigación de Teoría Operacional, cuya función era tratar de pensar la guerra a contrapelo de viejos conceptos militares. Los textos elegidos para ser difundidos entre las Fuerzas de Defensa de Israel fueron los de pensadores posmodernos franceses, pero el autor favorito resultó Gilles Deleuze, sobre todo su libro en colaboración con Félix Guattari, Mil mesetas. Así, muchos comandantes del ejército israelí se familiarizaron con un modelo descentralizado e irregular para enfrentar a la resistencia palestina en su propio terreno.


Ejemplos de los boquetes que el ejército israelí abre en las casas palestinas; los seguidores de las teorías deleuzeanas llaman a la táctica “caminar a través de las paredes”
Que un yuppie en el Metro de París pueda leer ¿Qué es la filosofía? de Deleuze y Guattari mientras se traslada a hacer negocios a la Bolsa de Comercio ya no debería sorprender a nadie. Más difícil sería que un oficial israelí en un tanque en la Franja de Gaza se pusiera a leer Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia antes de disparar sobre niños terroristas (o terroristas-niños). Sin embargo, esto también ya ha ocurrido.
Para evitar francotiradores y trampas “cazabobos”, los soldados israelíes aprendieron a entrar por el costado de las casas abriendo agujeros en paredes laterales y así poder moverse de una habitación a otra, con un dispositivo de observación manual que produce representaciones tridimensionales de cuerpos orgánicos entre obstáculos. También a usar bombas ligeras y precisas, como la GBU-39, que minimiza daños colaterales sobre la superficie, pero puede penetrar bajo tierra para destruir túneles y escondites. O a llamar por teléfono a residentes de Gaza haciéndose pasar por árabes preocupados de países limítrofes que preguntan por familias vecinas y así obtienen datos sobre la situación en el barrio. A golpear rápido, disparar y ocultarse, huir pero llevándose un arma, entrar por donde menos se espera, como milicianos islámicos o guerrilleros de todas las épocas, máquinas de guerra nómades, flexibles, móviles, errantes, dispersas.
Las nuevas tácticas no sólo fueron posibles por el desarrollo técnico de la industria militar norteamericana ni evolucionaron meramente en forma espontánea sobre el campo de batalla, ajustándose “por instinto” a condiciones cambiantes. Los textos deleuzeanos habrían tenido efectos impensados y acaso anómalos pero duraderos en las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), donde fueron introducidos en los años ‘90 por el brigadier general (hoy retirado) Shimon Naveh, director del Operational Theory Research Institute (OTRI), en el cual participaron militares en actividad junto a académicos civiles. Allí los oficiales pudieron leer en hebreo a Deleuze y Guattari, entre otros pensadores franceses. Y comenzaron a familiarizarse con conceptos como el de rizoma, cuyos principios de conexión, heterogeneidad, multiplicidad, ruptura y cartografía ofrecieron al ejército israelí un modelo de despliegue descentralizado e irregular para enfrentar a las guerrillas palestinas en su propio terreno.
Un espacio estriado
En el rizoma, dice Deleuze, cualquier punto puede ser conectado con cualquier otro, la línea no sigue un contorno, no está subordinada a la horizontal ni a la vertical, la diagonal se libera, rompe o serpentea, pasa entre los puntos y entre las cosas (y las casas). El rizoma pertenece a un espacio liso, no estriado, otro concepto que también comenzó a discutirse en las FDI en términos de operatividad militar. Un espacio estriado es siempre limitado y limitante. Como la ciudad o la ruta: en él se ordenan las vías fijas y hasta las variables en la circulación, se va de un punto a otro, se distingue de modo tajante entre lo exterior y lo interior, lo público y lo privado, en él rige lo sedentario, la propiedad, el Estado y la Ley. Un espacio liso, en cambio, es abierto e indefinido como el mar o el desierto, es el espacio de los nómades, de la variación continua, allí donde los puntos tienden a subordinarse al trayecto, donde es posible trazar una diagonal pura y se producen los flujos y movimientos de manada, enjambre o cardumen, con todas esas multiplicidades que siempre escapan, contagian, infectan, desenraizan, sorprenden.
“Las áreas palestinas podrían entenderse como estriadas, en el sentido en que están cercadas por vallas, muros, zanjas, obstáculos”, decía Shimon Naveh en una entrevista con Eyal Weizman, autor del libro Hollow Land: Israel’s Architecture of Occupation. “En las Fuerzas de Defensa de Israel se utiliza ahora con frecuencia el término ‘alisar el espacio’ cuando quiere referirse a realizar una operación en el espacio como si éste no tuviera fronteras. Antes que contener u organizar nuestras fuerzas de acuerdo a fronteras existentes, el ‘alisamiento’ nos permite movernos a través de cualquier barrera.” Naveh, un hombre que según algunos periodistas tiene el cuerpo de Rambo y la cabeza de Foucault (incluso la calva), ha utilizado a Deleuze para pensar contra la lógica binaria que opone teoría y práctica, modelo y terreno, uso y función, a fin de emancipar la acción militar de toda restricción y transformar, cada vez que sea necesario, el espacio privado en una superficie pública y sin fronteras.
Uno de sus mejores alumnos fue el brigadier general Aviv Kochavi, comandante de Brigada de Paracaidistas que aplicó sus lecturas de Mil mesetas al ataque al campo de refugiados de Balata y a la ciudad vieja de Nablus en la Ribera Occidental en 2002. Allí, en una operación de “geometría urbana inversa”, Kochavi implementó por primera vez en forma masiva el método de “caminar a través de las paredes”, es decir, abriendo boquetes en las casas para evitar el desplazamiento por calles, rutas y puertas de entrada donde pudieran hallar trampas o francotiradores. Así lo explicó Kochavi al arquitecto Weizman: “Este espacio al que diriges tu mirada, esta habitación que miras, no es más que tu interpretación de la misma... ¿Cómo interpretas un callejón? ¿Tal como lo haría cualquier arquitecto o urbanista: un lugar a través del cual se puede caminar? ¿O como un lugar por el que está prohibido caminar? Nosotros optamos por la metodología de caminar atravesando paredes como un gusano que se abre camino comiendo, surgiendo en ciertos puntos y después desapareciendo”. Esa “maniobra rizomática” provocó la destrucción de 800 viviendas y la muerte de cerca de 500 palestinos. Y Kochavi, ya como comandante general de división en Gaza, tuvo que cancelar en 2006 un viaje a Londres tras advertir que podía ser detenido y juzgado por crímenes de guerra.
No sólo los autores de Mil mesetas, sino Jean-François Lyotard, Paul Virilio e incluso Guy Debord fueron estudiados –diríase, como mínimo, “fuera de contexto”– dentro del instituto fundado por Naveh, en el que cursaron, entre otros, el comandante de colegios militares israelíes Gershon Hacohen, el jefe de una unidad de inteligencia Nitzan Alon y el brigadier general Gal Hirsch, comandante de la División 91 que actuó en Líbano en 2006. Pero el principal referente que tomaron para pensar en contra del viejo concepto militar de segmentos estrictos, con batallones y regimientos en formación lineal, para que el soldado israelí se ajuste a la capacidad furtiva de sus oponentes y actúe en enjambre, de modo disperso, difuso y flexible, fue sin duda el “comandante Deleuze”. Como dijo Naveh a Yotam Feldman, periodista del matutino Haaretz, cuando se le preguntó si era consciente de que el pensamiento de resistencia y liberación de Deleuze había sido influido por las revueltas de 1968: “Por supuesto. Y esta guerra tiene que conducir a la liberación de los palestinos. Liberación es crear una prisión y desmantelarla, crear una forma de pensamiento y desmantelarlo: liberación es la idea de cambio permanente... Y el movimiento de ejércitos implica liberar al pensamiento de sus cadenas”.
Bajo cada judio, un egipcio
Alguno dirá que no lo leyeron bien, que olvidaron la condena de Deleuze a la ocupación israelí en 1987. Otro observará que ciertas apropiaciones de este autor tienden a crear jerga para uso y abuso. Otro, que una lectura sesgada y fragmentaria puede perfectamente oponer a los sacerdotes despóticos del Islam y a los arcaicos estados teocráticos, árabes o persas, toda la artillera teórica deleuzeana, con sus trazados conectivos y contagios del pensamiento producido en estados capitalistas “avanzados”. Y aun otro podrá lamentar que en la guerra las palabras no sirvan o que también entren en guerra las palabras.
De cualquier manera, la introducción de estos textos en las fuerzas armadas israelíes no dejó de ser una aventura marginal. Naveh tuvo que retirarse en 2005 tras un informe negativo acerca de su instituto, cuestionado porque la mayor parte de la investigación había tenido producción oral y no escrita, y por otras críticas de académicos militares que señalaban que su trabajo estaba viciado por una “indistinción posmoderna entre mentira y verdad”.
Hoy Naveh es ya un autor publicado en Londres (In Pursuit of Military Excellence: The Evolution of Operational Theory) y consultor en EE.UU., da conferencias en varios países y, sintiéndose incomprendido, suele lanzar agresiones de cierto calibre (“idiotas”, “ignorantes”) sobre muchos jefes militares israelíes, a quienes acusa de no haber sabido conducir con inteligencia la guerra. Pero los efectos de las lecturas que introdujo pueden tener largo alcance. La última intervención en Gaza parece confirmar la intención de las FDI de operar tanto a escala convencional, con bombardeos masivos sobre poblaciones civiles, como a través de “maniobras fractales” más selectivas para “alisar” el terreno. En fin, ya se sabe: ser fluidos, cambiantes, apelar a todos los recursos, entrar por la ventana en vez de usar la puerta. Queda por ver si terminarán teniendo más capacidad de mutación y conectividad que los milicianos de Hamas en Palestina.
En Mil mesetas, Deleuze y Guattari describen cómo los Estados convierten las máquinas de guerra inventadas por los nómades en instituciones militares, cómo las adaptan a la forma estatal, y cuáles son las consecuencias de esa adaptación. Una de ellas es que pueden terminar convirtiéndose en máquinas de (auto)destrucción, con la guerra como único objetivo. “Es cierto que la guerra mata y mutila espantosamente. Pero lo hace tanto más cuanto el Estado se apropia de la máquina de guerra.” Refieren al ejemplo del nazifascismo europeo, por cierto: un nihilismo realizado, una pura línea de autoabolición. El Estado suicida del que habló Virilio. Pero ¿qué lejos estamos del encuentro con ese peligro final en Medio Oriente?
“Bajo cada negro y cada judío hay un egipcio”, decía Deleuze. En jerga criolla básica: aun las minorías más perseguidas y las formas más evolucionadas recubren una inscripción despótica, un sueño de faraón o emperador, un Führer en potencia. Cierta miopía puede ilusionar a algunos con que esas lecturas habrían de volverlos más claros, mejores, superiores. La claridad del microscopio, del radar que mira a través de las paredes, la claridad que enceguece. De esa oscura claridad al delirio del poder hay un solo paso. Y de ese poder a la guerra por la guerra en sí, apenas otro.

El margen

Informe especial > el campo frente a la sequía
El margen
Por Roberto Navarro

Entre 2003 y 2008 el sector agropecuario aumentó sus exportaciones en un 150 por ciento, sus ventas totales, un 160 por ciento, y sus ganancias un 340 por ciento. Esta excepcional performance estuvo basada, fundamentalmente, en la explotación de cereales y oleaginosas. El nivel de precios actual de estos granos, descontadas las retenciones, es similar al que regía a finales de 2007 para la soja, el maíz y el trigo, que representan el 90 por ciento de la cosecha, y un 27 por ciento menores en el girasol. Y los costos de explotación bajaron un promedio del 20 por ciento. En ese momento ninguna de las cámaras que representan al campo se quejaba de su situación. Hoy, en similares condiciones, acaban de anunciar un nuevo lockout empresarial.
La Secretaría de Agricultura y consultoras independientes estiman que la sequía tendrá como resultado una caída en la producción de la actual campaña de aproximadamente un 15 por ciento, con respecto a la anterior. Hecho que, obviamente, disminuirá las ganancias de 2009. Pero las 2500 grandes explotaciones, que concentran el 80 por ciento de la producción, tienen la posibilidad de utilizar métodos de riego adicional –si tuvieron la previsión de reinvertir parte de sus fabulosas utilidades en esta tecnología– y de cobrar los seguros de sequía que ofrecen los bancos. Para los más pequeños el Estado nacional destinó 230 millones de pesos en subsidios y declaró la emergencia agropecuaria, que pospone por un año el pago de los principales impuestos.
En 2003 la producción de granos, el principal rubro de explotación agropecuario, fue de 66,8 millones de toneladas; en 2008 alcanzó los 95,4 millones de toneladas, un 42 por ciento más. Aduana registró que esas ventas significaron ingresos para los productores por 10.214 millones de dólares en 2003 y por 25.397 millones de dólares en 2008, un incremento del 148,6 por ciento. En 2003 –siempre según datos de la AFIP– el campo tributó de impuesto a las ganancias por sus utilidades de 2002 un total de 1183 millones de pesos. El año pasado pagó 3841 millones, 225 por ciento más. Las estimaciones de lo que deberán pagar por sus ganancias de 2008 superan los 5000 millones de pesos. Es decir que, según sus propias declaraciones juradas, aumentaron sus ganancias en un 340 por ciento en términos nominales en un lustro.
El seis de noviembre de 2007, el gobierno de Néstor Kirchner aumentó los derechos de exportación de los granos. Las cámaras empresarias del sector protestaron por la medida, pero finalmente la toleraron por el buen nivel de precios de los cereales. El precio actual de los principales granos, descontadas las retenciones vigentes, es similar al de ese entonces. La soja, que representó en 2008 el 54 por ciento de la producción, cerró el jueves último a 384 dólares la tonelada. Descontándole el 35 por ciento de retención vigente, el productor recibe 250 dólares. En noviembre de 2007 recibía 252 dólares. El maíz, que significa el 27 por ciento de la cosecha, con una retención actual del 32 por ciento, cotiza a 124 dólares, un dólar más que en 2007. Es decir que en más del 80 por ciento de la producción, los ruralistas reciben el mismo precio que en 2007. En el caso del trigo, el productor obtiene un 9 por ciento menos que en el período citado, mientras que en el girasol la baja es del 27 por ciento.
Los principales dirigentes agropecuarios afirman que por la sequía los rindes por hectárea serán menores y que por lo tanto ganarán menos. Pero no hablan de la fuerte baja en los costos que los está beneficiando. El precio de los agroquímicos cayó un promedio de 35 por ciento en el último trimestre, arrastrado por la caída del petróleo y por la misma baja de los granos. Las semillas cuestan 20 por ciento menos. Pero la baja de costos más importante es el derrumbe en el valor de los arrendamientos, que supera el 40 por ciento. El año pasado se pagaban hasta 23 quintales de soja por hectárea; en la actualidad ningún alquiler supera los 15 quintales la hectárea y en muchos casos se están pactando 12 quintales. El 70 por ciento de la producción nacional de granos se realiza en campos arrendados y para los productores el costo del alquiler significa el 50 por ciento del total de sus gastos. Según la revista Márgenes Agropecuarios, la de mayor circulación entre los productores del campo, en promedio, se estima que la caída de costos supera el 20 por ciento.
Cuando se revisan los resultados de 2008, año marcado por el conflicto agropecuario, surge que el sector rural obtuvo una alta rentabilidad. El aumento de las ganancias declaradas a la AFIP fue del 52,8 por ciento con respecto al período anterior: 2514 millones de pesos en 2007 y 3841 millones el año pasado (los pagos de ganancias corresponden siempre a las utilidades conseguidas el año anterior). A la vez, las exportaciones treparon de 19.300 millones de dólares en 2007 a 25.397 millones en 2008, 31,5 por ciento de aumento.
La diferencia entre los costos de la sequía que estima el Gobierno con respecto a los de las cámaras agropecuarias es enorme. En el Ejecutivo hablan de 2000 millones de dólares; Confederaciones Rurales Argentinas asegura que se perderán 5000 millones de dólares. Más allá de los métodos de cálculo que haya utilizado cada uno, hay un concepto principal a definir: ¿a qué se le llama pérdida? Es lógico que un pequeño productor que tenía 50 cabezas de ganado y se le murieron hable de pérdida. Pero, según estimaciones del Ministerio de Economía, los grandes productores pasarán de ganar un 100 por ciento sobre inversión neta en 2008 a un 50 por ciento en 2009. Y dan un caso concreto: un campo de 200 hectáreas en el norte de la provincia de Buenos Aires sembrado de soja el año pasado arrojó una ganancia de 433 dólares por hectárea, mientras que en 2009, a precios del viernes último, dejará 290 dólares. Al cambio actual, esos 290 dólares significan 1015 pesos por hectárea, casi lo mismo que arrojaba esa explotación a fines de 2007, pero un 600 por ciento más que los 155 pesos que dejaba en 2001 ¿Puede llamársele pérdida a esos 290 dólares por hectárea? Los popes de las cámaras gremiales piensan que sí y por eso proponen un nuevo lockout.
La sequía reduce el rendimiento en cantidad de quintales que se cosechan por hectárea y en muchos casos ni siquiera permitió sembrar. El factor climático es un determinante de rentabilidad importantísimo para el campo. Los productores lo saben. Por eso existen elementos para paliar esa amenaza siempre presente. Una de ellas son los seguros climáticos que ofrecen los bancos. Según el tamaño de la explotación y el alcance de la póliza, el seguro significa entre un 2 y un 5 por ciento del costo total. Muchos grandes productores lo tienen; otros, más arriesgados, hoy se arrepienten de no haberlo contratado. Como siempre, para los productores muy pequeños, no es accesible. Si el Estado se hiciera cargo de las “pérdidas”, nadie necesitaría gastar en seguros.
Los primeros perjuicios económicos causados por la debacle internacional ya se conocen. En diciembre la producción automotriz cayó 41 por ciento; la producción de acero derrapó 31 por ciento; la de cemento, casi 10 por ciento, por citar algunos sectores relevantes. Hasta ahora ninguno de estos damnificados anunció ningún lockout ni amagó con cortar rutas. El sector agropecuario, el que contabilizó el mayor incremento en sus ventas y ganancias en los últimos cinco años, acaba de anunciar el primer lockout de 2009 para fines de febrero.

martes, 3 de febrero de 2009

Viñetas para pensar el nuevo comic argentino


CONCURSO NACIONAL DE HISTORIETA ROBERTO FONTANARROSA

Sobre un total de 107 trabajos de todo el país, el jurado integrado por Miguel Rep, Juan Sasturain y Esteban Tolj seleccionó 14 obras. Se trató de una iniciativa oficial rosarina. Idas y vueltas de otros emprendimientos que requieren de apoyo estatal.


Por Andrés Valenzuela
“El circuito profesional de la historieta se puede reactivar si se integra al Estado desde su rol de promotor cultural”, había evaluado un editor ante Página/12 hacia fines de agosto del año pasado. Cinco meses después de esa entrevista se pueden vislumbrar algunos pequeños cambios en el sector, pero aún falta muchísimo para que pueda considerarse que el Estado tomó en cuenta a la historieta como dinamizador cultural. La más destacable de estas iniciativas quizá sea la del Concurso Nacional de Historieta Roberto Fontanarrosa, que la Municipalidad de Rosario organizó el año pasado en conjunto con un shopping y un diario de la región.
Leer el material permite descubrir un puñado de excelentes historietas. Omar Hirsig, riograndense que reside en La Plata, ganó el concurso con una historia de tintes kafkianos llamada La sociedad de los pájaros muertos, hecha con una soberbia contraposición de blancos y negros a partir de tinta china.
La segunda posición se la llevó Industrias Lamonicana con las cuatro páginas de Allá es otra cosa, un cuento gráfico divertido que presenta a un ingeniero de cotillón, Karl Blumberg, que asegura tener “autoridad para hablar de cualquier cosa” y describe al lector la lucha para tomar café con medialunas en sociedades “salvajes”. El público eligió a Tenedor libre, de Juan Pablo Caro y Javier Barrera, como lo mejor del concurso por el relato que cruza varios mundos. Caro, responsable de los lápices de la obra, asegura que su compañero, el guionista, “tiene una escritura muy urbana, observa y cuenta cosas que nos pasan de cerca y lo cuenta con poesía y simpleza, algo que seguramente tomó de Fontanarrosa”. Algo de eso se avizora en los personajes delirantes y deliciosos, que se pueden reconocer aunque no se los conozca. Barrera cuenta que eligieron el trabajo (el primero de siete capítulos que esperan poder publicar profesionalmente) porque “los personajes se sumergen en la locura cotidiana dando como resultado situaciones que merecen ser contadas, como la mayoría de los trabajos del Negro”.
La mejor historieta rosarina, según el jurado, fue CM y K, amor recargable, creación de Jorge Matar, que hasta el momento de recibir las bases del concurso jamás había guionado ni dibujado una historieta, ni mucho menos se consideraba un historietista. “Estoy terminando la carrera de arte y siempre me vi más relacionado con la imagen de artista, ilustrador”, contó a Página/12. El resultado de su inexperiencia es un encuentro de dos jóvenes que empieza bien y termina mal, y al que el lector asiste con la única ayuda de un trazo exquisito para dibujar las expresiones faciales y corporales de los personajes y borrones de colores en lugar de globos de texto. El de Matar es uno de esos casos de exploración de las posibilidades formales de un medio que rinde buenos frutos. Aunque no ganaron ningún premio más que la mención y la publicación, hay otras obras que son más que destacables, como Secuestro avícola, El atajacaminos, Los espantapájaros o Block de pollos.
Problemas de distribución
Pese a las buenas intenciones, desde la Editorial Municipal de Rosario lamentan que una disputa en torno de los derechos de autor –aún no aclarada– impide que se pueda comercializar el libro que dio como resultado el certamen. Así, la tirada se encuentra paralizada en la importante ciudad santafesina, distribuida gratuitamente apenas entre las bibliotecas, colegios secundarios y centros culturales de la zona. “En el local de venta al público de la editorial entregamos un ejemplar con cada compra de otro libro”, cuenta Oscar Taborda, director de la EMR, que señala: “Todavía estamos buscando otras vías para que llegue a la gente del resto del país”.
Un destino desafortunado para las catorce obras seleccionadas por un jurado integrado por Miguel Rep, Juan Sasturain y Esteban Tolj sobre un total de 107 trabajos de todo el país (y dos del extranjero). Sin embargo, Taborda asegura que la experiencia de trabajar con historieta (la primera de la EMR) fue sumamente positiva. “Quedamos muy entusiasmados con cómo se trabajó el material, así que queremos repetirlo de algún modo y ver si hacemos algo con los historietistas locales que nos sorprendieron.”
¿Y el concurso? Como es un certamen bianual, Taborda ve todavía lejos en el horizonte una segunda edición. Sin embargo, para el 2010 también habría que ver el tema de los derechos para utilizar el nombre de Fontanarrosa como gancho. “El uso del nombre nos lo autorizó la viuda por esta única vez, aunque suponemos que no habrá problemas para que vuelva a suceder”, aclara.
Salvo a través de un viajecito a la ciudad del Monumento a la Bandera o un improbable ejemplar perdido, por el momento el único modo de acceder a las historias del concurso es la página web de la municipalidad rosarina: http://www.rosario.gov.ar/mr/multimedia/. Allí están los ganadores y el resto de las obras seleccionadas.
Además del reconocimiento a autores que vienen trabajando desde hace tiempo, como Juan Pablo Caro (coautor de Tenedor libre), el concurso demostró sobradamente su utilidad como puerta a nuevos talentos, como el rosarino Jorge José Matar, que se coronó como el mejor de sus pagos con cinco impresionantes páginas. Aunque ya había coloreado viñetas para un grupo de historietistas amigos, ésta era su primera prueba en solitario.
Pero las dificultades de distribución no son las únicas que aquejan al proyecto rosarino. Los ganadores vienen reclamando el pago de sus premios, dilatado desde noviembre, según contó a este diario Industrias Lamonicana (seudónimo de Cristian Betti, que, además, publicó una historieta en el suplemento Picado Fino de la última revista Fierro).
Otras experiencias
Más allá de la experiencia rosarina, no hay muchas más muestras oficiales de apoyo a la historieta argentina. La Secretaría de Cultura de la Nación organizó, en el marco amplísimo de los concursos “Hacia el Bicentenario” uno de historieta y humor gráfico con premios en efectivo (y la publicación de los trabajos) que no parece haber tenido el eco mediático de su par rosarino. El arrastre del apellido Fontanarrosa explica parte de la situación, lo mismo que la marea de anuncios oficiales en torno del Bicentenario, que inevitablemente deja en segundo plano algunas iniciativas. Las aspiraciones de continuidad de la experiencia municipal también servirían para explicar la diferencia. Un último concurso reciente, de mucho menor calibre, fue organizado en conjunto por la revista Caudillos, de Salta, y la gobernación de esa provincia, que también presta pauta publicitaria a la publicación.
Pero el concurso de historietas no es el único modo de apoyar al género. Dos revistas patagónicas dan cuenta de las posibilidades (y dificultades infaltables) de buscar apoyo oficial. Alejandro Aguado, de la tradicional revista La Duendes, cuenta que el único apoyo oficial que recibieron fue por publicidad. “Pero fueron casos puntuales, por uno o dos números y cifras para cubrir parte de los costos de impresión –explica–. Uno de los problemas a enfrentar es el de la burocracia, los tiempos del Estado no se corresponden con los de la realidad.”
El poco respeto al medio es otro motivo de disgustos para quienes toman la iniciativa de publicar historieta. “Aún perdura la idea de que la historieta es un simple pasatiempo y que es fácil de hacer”, se indigna. ¿Qué debería hacer el Estado, entonces? Para Aguado es una cuestión de cómo tienen que destinarse los recursos. “En los organismos gubernamentales existe una gran confusión, aún consideran que las instituciones culturales del Estado deben generar ‘cultura’, cuando en realidad deben apoyar e incentivar los emprendimientos de los creadores –analiza–, sobre todo si se tiene en cuenta que en la Patagonia el mercado de libros y revistas es exiguo comparado con otros lugares del país.”
Otra revista patagónica, muchísimo más joven que La Duendes, es Fuego!, de Ushuaia. Nació por iniciativa de Fernando Soto, un dibujante que en busca de trabajo se encontró con una sorpresiva ayuda del subsecretario de Cultura de Tierra del Fuego, Silvio Bochichio, que se comprometió a apoyar el proyecto durante seis números. Sin embargo, y pese a que Soto cuenta con un decreto firmado por la gobernadora Fabiana Ríos, hasta el momento ni un centavo llegó a las cuentas de la revista desde las arcas estatales. El subsidio, explica el artista fueguino, “viene recorriendo un sendero kafkiano”. Un camino aparentemente más largo que el que le tomó a la revista aparecer por los kioscos metropolitanos, cuando una distribuidora acercó varios ejemplares a puntos de venta en Capital y el conurbano bonaerense.
Hasta el momento el único logro concreto del apoyo prometido por Bochichio es una oficina en la que “con una vieja computadora, un escritorio de fórmica y sillas plásticas constituimos la redacción –relata Soto–. No sé en qué proporción están repartidas la mala leche y la inoperancia, pero me consta que algunas personas de la subsecretaría, como Alejando Patiño y Sergio Araque, y otra del gobierno, como el señor Luna, se están ocupando personalmente de desanudar este desatino administrativo que hizo que en nueve meses no hayamos recibido ni un centavo de lo comprometido”, se queja y agradece al mismo tiempo. “Parece ser que estamos a un paso de recomponer nuestra imagen pública manchada por las deudas con todos los imprenteros de la provincia y podremos retomar el camino desde febrero.”
Con todos los vientos patagónicos en contra, Soto persiste en su optimismo. “Creo que la voluntad del subsecretario de Cultura es real –confía–, y ahora tenemos la promesa desde Educación que nos van a dar pauta publicitaria. Aún no se dio, pero les creemos.”
Dinero oriental paraun barco alemán
Estas formas de apoyo oficial a la historieta palidecen cuando se las compara con una experiencia en Uruguay que funciona desde 2006. Allí, el gobierno nacional instauró los “fondos concursables”, destinados a una variedad de áreas de la cultura. Entre ellas, la historieta. Según las bases de la categoría “Relato Gráfico” (abarca historietas y humor gráfico en sus distintas variantes), este año se financiarán proyectos con fondos que ascienden a 800.000 pesos uruguayos, es decir, unos 135.000 pesos argentinos. Como cada proyecto sólo puede recibir hasta 150.000 pesos uruguayos (25.000 argentinos), estos fondos concursables serán repartidos entre al menos seis iniciativas.
Siguiendo las bases, el Ministerio de Educación y Cultura del país vecino asegura que “se priorizarán los proyectos con potencial continuidad de edición y distribución, a fin de que el género pueda recuperar públicos históricos perdidos y generar nuevos públicos”. Más adelante se puede ver que un buen plan de distribución del material creado con el subsidio es fundamental para obtenerlo.
Rodolfo Santullo, editor de Grupo Belerofonte y autor de Los últimos días del Graf Spee, es uno de los ganadores de estos fondos con su novela gráfica histórica sobre el acorazado alemán que se hundió en las costas montevideanas durante la Segunda Guerra Mundial. Más allá de la calidad (indiscutible, como podrán apreciar los amantes del noveno arte cuando el libro llegue en marzo a la Argentina), Santullo asegura que ganar el subsidio “es simple. Cumplís con una serie de exigencias formales y a cambio te dan el presupuesto que pidas. En nuestro caso fue su realización y algunos gastos extras como su presentación y el contador que llevó las cuentas”. El historietista uruguayo cuenta que así se financiaron ya unos 20 emprendimientos. “Este apoyo sólo tiene paralelismo con Chile, donde se hace uno de similares características. Honestamente creo que es uno de los mayores logros del gobierno actual.”avcomics@gmail.com